Este es el Cordero de Dios
T. Bunch
Cap. 2


Algún tiempo después del bautismo de Jesús, Juan Bautista lo vio acercándose a él y dijo a sus discípulos: "Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo". El día siguiente volvió a ver a Cristo, y señalándolo declaró: "Este es  el Cordero de Dios" (Juan 1:29, 35 y 36).

No es suficiente que la humanidad contemple a Jesús como al Hombre de los hombres, como al super-hombre. No es sólo el Hombre de Dios; es también el Cordero de Dios. Como Emmanuel, o Dios-hombre, Jesucristo es el gran portador de los pecados. Jesús es el ejemplo destacado para los humanos, la materialización del ideal para la humanidad, pero es más que eso: es el Salvador y Redentor de todos los que aceptan su gracia y se entregan a su voluntad soberana. Como Hijo de Dios e Hijo del hombre, Cristo salva del pecado y de todas sus terribles consecuencias. El pecador arrepentido necesita solamente fijar sus ojos en el Cordero de Dios a fin de resultar tan completamente transformado, que su temor viene a convertirse en alegría y sus dudas en esperanza. El corazón de piedra resulta quebrantado bajo el poder motivador de la gracia, y el alma resulta inundada por una corriente de amor. El secreto de la transformación del carácter a semejanza divina es contemplar a Jesús como la gran expiación por el pecado.

Dijo Jesús: "Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna: y yo le resucitaré en el día postrero" (Juan 6:40). La técnica fotográfica convencional provee una buena ilustración de la capacidad para reproducir aquello que se contempla. A fin de reproducir un paisaje o una persona, la cámara fotográfica debe estar en posición estable, hasta que se forma la imagen en la delicada película. El sistema óptico debe estar enfocado en el objeto de la fotografía, y el sujeto debe permanecer lo más inmóvil posible hasta que la luz que refleja haya completado la impresión. El negativo debe ser entonces llevado al cuarto oscuro y ha de someterse al tratamiento químico adecuado, lo que hará visibles los hermosos detalles de la reproducción.

Alguien dijo que "Cristo está posando a fin de ver su retrato en cada discípulo". Posa para la reproducción de su imagen en nosotros, y debe ser contemplado con detenimiento a fin de que su carácter resulte plenamente reproducido. Como sucede en la fotografía, la experiencia del cuarto oscuro y el test del ácido –las pruebas-, son necesarios a fin de revelar y exponer lo que quedó impreso en la mente y corazón, mediante la contemplación de Jesús. Esas resultaron ser las experiencias que revelaron la maravillosa perfección del carácter singular de Cristo. La experiencia de la oscuridad y la prueba permitió que se desarrollara el carácter de José en Egipto, el de Moisés en el desierto, el de David en el exilio, cuando huía de la ira de Saúl, el de Daniel en la cautividad babilónica y el de Pablo en las severas persecuciones que terminaron en su martirio. En Malaquías 3:3 se representa a Jesús como al fundidor de metal en el horno ardiente, que espera hasta que toda la escoria resulta consumida y puede ver por fin en la superficie de la plata su rostro perfectamente reflejado. El oro del cristiano resulta purificado en el fuego de la prueba, y Jesús siempre observa a los que lo contemplan a él.

"Todos los que anhelan poseer la semejanza del carácter de Dios quedarán satisfechos. El Espíritu Santo no deja nunca sin ayuda al alma que mira a Jesús... Si la mirada se mantiene fija en Cristo, la obra del Espíritu no cesa hasta que el alma queda conformada a su imagen. El elemento puro del amor dará expansión al alma y la capacitará para llegar a un nivel superior, un conocimiento acrecentado de las cosas celestiales, de manera que alcanzará la plenitud" (El Deseado de todas las gentes, p. 269).

Contemplar al Hombre de Dios despierta siempre admiración. Contemplar al Cordero de Dios es algo que alcanza el corazón y efectúa una transformación.

El poder transformador de Cristo

Acerca del poder de transformación de la contemplación escribió el apóstol Pablo: "Nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma semejanza, como por el Espíritu del Señor" (2 Cor. 3:18). La gloria y la imagen de Dios representan su carácter. Contemplando el carácter de Cristo somos transformados a su semejanza. La transformación de un grado de santidad a otro depende de la constancia con la que mantenemos nuestros ojos fijos en el gran Modelo. El desarrollo del carácter mediante la contemplación es un proceso gradual, es un tipo de crecimiento. La meta del crecimiento espiritual corresponde "a un varón perfecto, a la medida de la edad de la plenitud de Cristo" (Efe. 4:13).

Nuestros caracteres vienen determinados por aquello que contemplamos, sea con nuestros ojos materiales, o sea con la mente –los ojos del alma-. Miramos aquello en lo que pensamos y pensamos en aquello que miramos. Dice un conocido proverbio: "Cual es su pensamiento en su alma, tal es él" (Prov. 23:7). El contemplar y pensar en las faltas de otros ejerce una influencia inconsciente que las incorporará finalmente a nuestros propios caracteres. Por contraste, dedicar nuestros pensamientos a lo que es verdadero, honesto, puro, amable, virtuoso y de buen nombre, tendrá una influencia poderosa en el desarrollo de esos buenos rasgos de carácter en nosotros (Fil. 4:8). Dado que todas esas virtudes deseables se encuentran solamente en Cristo, se nos amonesta a mantener nuestros ojos fijos en él. No hay en su carácter ninguna de las manchas ni deformidades comunes a la humanidad, la contemplación de las cuales podría malograr el desarrollo de nuestro carácter.

A medida que la mente se dirige al Cordero de Dios, el carácter es moldeado según la similitud divina. Al contemplar su carácter inmaculado, su amor nos envuelve, y nuestros pensamientos resultan embargados por un sentido de su bondad y misericordia. Su imagen queda grabada en los ojos del alma, y cada faceta de la vida diaria resulta afectada por un poder que subyuga la naturaleza entera del ser. El poder misterioso de la fe, la adoración y el amor, resultan reavivados en el alma de aquel que contempla continuamente el carácter de Cristo mediante el estudio de las Escrituras. Al fijar la vista en el Santo, el que contempla resulta transformado en la semejanza del Hombre del Calvario a quien adora.

Escribió el autor de la epístola a los Hebreos: "Por tanto, hermanos santos, participantes de la vocación celestial, considerad al Apóstol y Pontífice de nuestra profesión, Cristo Jesús" (Heb. 3:1). Otras traducciones dicen: "Fijad en Jesús vuestros pensamientos", o "Fijad vuestra atención en Jesús". "Considerar" significa observar detenidamente, fijar la mente, meditar o reflexionar en algo, tomarse tiempo para pensar en ello. El verdadero seguidor de Jesús nunca dejará de mantener su mente y atención puestas en Aquel que es la víctima y el sacerdote. Es cristiano aquel que es como Cristo. A fin de ser como Cristo debemos contemplarlo continuamente tal cual es él. Él es también nuestro Guía, y debemos "andar como él anduvo" (1 Juan 2:6). Un discípulo es aquel que sigue a alguien. A fin de seguir fielmente al guía, es preciso mantenerlo siempre a la vista.

Hay muchos y diferentes puntos de vista desde los que podemos considerar a Jesús, pero contemplarlo como al Cordero de Dios implica la contemplación de su sacrificio expiatorio y crucifixión. Demanda por lo tanto una consideración especial de las escenas finales de su estancia en esta tierra, culminando con su muerte. Fue en la cruz donde la gracia y la verdad se encontraron, donde se besaron la justicia y la paz (Sal. 85:10). Es el Calvario el que despierta especialmente emociones tiernas y sagradas en el corazón. El orgullo y la suficiencia propia no pueden florecer en el alma que mantiene frescos en la memoria los sufrimientos, crucifixión y muerte del Cordero de Dios. La contemplación de esas escenas ocupará la mente, tocará y fundirá el alma, y obrará una completa transformación del carácter. El propósito de este libro es enfocar nuestra atención en esas escenas y eventos de los que depende nuestro destino eterno.

Testimonio elocuente

Antes de entrar de lleno en nuestro tema, consideremos un testimonio más, relativo a Aquel cuyo gran éxito estuvo relacionado con su carácter y sufrimiento: "Este Jesús de Nazaret, sin dinero ni armas, conquistó más millones de súbditos que Alejandro, César, Mohamed y Napoleón; sin ciencia ni aprendizaje, arrojó más luz sobre lo humano y lo divino que todos los filósofos y eruditos juntos; sin la elocuencia de las aulas, pronunció palabras de vida como las que jamás se oyeron antes, y tuvieron un efecto que sobrepasa lo que el orador o el poeta pueden alcanzar; sin haber escrito ni una sola línea, puso más plumas en acción, y proveyó más temas para sermones, oraciones, discusiones, libros, obras de arte y cantos de alabanza, que todo el ejército de grandes hombres de los tiempos antiguos y modernos juntos.

Nacido en un pesebre y crucificado como un malhechor, controla ahora los destinos del mundo civilizado, y regenta un imperio espiritual que comprende al menos una tercera parte de los habitantes de la tierra. Nunca hubo en este mundo una vida tan humilde, libre de pretensiones, exenta de toda ostentación externa, y sin embargo teniendo como resultado efectos tan extraordinarios en todas las edades, naciones y clases de hombres. Los anales de la historia no proveen ningún otro ejemplo de un éxito tan completo y prodigioso como ese, a pesar de la ausencia de esos poderes e influencia material, social, literaria y artística tan indispensables para el éxito de los seres humanos comunes. Cristo se erige, también en ese respecto, como el Uno y único entre todos los héroes de la historia, y nos presenta un problema irresoluble a menos que admitamos que él fue más que un mero hombre: el eterno Hijo de Dios" (The Person of Christ, Philip Scaff, p. 33).

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