¡Este es el Hombre!
Taylor Bunch
Cap. 1


"Y salió Jesús llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Pilato les dijo: -¡Este es el hombre!" (Juan 19:5).

No podemos saber cuál era la estimación real del gobernador romano hacia Jesús, más allá de que lo creía inocente de todos los cargos que los judíos presentaban contra él y que lo sabía víctima de una cruel conspiración. Pilato resultó sin duda impresionado por el Hombre de Galilea, al notar su noble conducta e intachable comportamiento durante el largo proceso judicial que apuntaba ahora a un final trágico. Cuando más adelante los judíos exigieron la muerte de Jesús por haber pretendido ser el Hijo de Dios, Pilato se llenó de temor, y redobló sus esfuerzos por liberarlo. Es evidente que el gobernador no veía a Jesús como a un hombre común, y dirigió su último llamado a la turba poniendo ante ella a Jesús, procurando despertar la simpatía de ellos mediante su proclama: "¡Este es el hombre!"

La historia de la humanidad consiste principalmente en el registro del carácter y hazañas de los hombres y mujeres que ejercieron la mayor influencia en su generación y en su nación. La historia de una nación está inseparablemente unida al curso de acción de los dirigentes de su vida nacional. Son los artífices de la historia, las balizas de la civilización. No podemos concebir el imperio Babilónico sin considerar a Nabucodonosor, su gran dirigente y fundador, ni a Daniel, su gran hombre de estado y primer ministro. Ciro, Darío, Histapes y Jerjes fueron los artífices de la historia Persa, y Grecia se desarrolló en torno a la pequeña galaxia de sus hombres notables, incluyendo a Sócrates, Platón y Alejandro. La historia de Roma fue protagonizada por unos pocos generales, eruditos y césares. Y las naciones modernas deben una parte sustancial de su existencia y gloria a un grupo reducido de héroes nacionales. No obstante, la influencia de los hombres poderosos en esta tierra ha estado siempre limitada por la brevedad de la vida humana. Brillaron fugazmente como meteoros en medio de las tinieblas, para quemarse al poco tiempo y extinguirse, desapareciendo en el olvido.

El Hombre de los hombres

De igual forma en que la historia nacional y los héroes nacionales son inseparables, así también sólo es posible comprender y apreciar la historia del mundo a la luz de los hechos, carácter e influencia de Jesucristo. Él es el hombre de los hombres, el héroe de héroes, la baliza de toda la historia, el gran Yo soy de todo tiempo. Es el "Hijo del hombre", lo que implica su ascendencia sobre toda la raza humana, en toda época. Es el árbitro supremo del destino de cada individuo, y del destino del mundo.

La verdadera historia es realmente "su historia". Jesucristo es el creador, sustentador, benefactor y redentor de toda la humanidad. Es "el primero y el postrero" en todo lo que es de valor. Es el "alfa y omega" de todo cuanto cabe desear. Es el autor de toda luz y verdad, y el consumador de toda justicia.

Aunque escrita por más de cuarenta autores a lo largo de un período de quince siglos, la Biblia es la única historia que sitúa en su lugar correcto al Creador y Soberano que preside "sobre los reyes de la tierra", al que "se enseñorea en el reino de los hombres, y a quien él quisiere lo da" (Ap. 17:18; Dan. 4:32). Uno de los grandes dirigentes terrenales, tras haber conocido una experiencia humillante, aprendió los verdaderos principios acerca de la soberanía, y exclamó: "Al fin del tiempo yo Nabucodonosor alcé mis ojos al cielo, y mi sentido me fue vuelto; y bendije al Altísimo, y alabé y glorifiqué al que vive para siempre; porque su señorío es sempiterno, y su reino por todas las edades. Y todos los moradores de la tierra por nada son contados: y en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra hace según su voluntad: ni hay quien estorbe su mano y le diga: ¿Qué haces?" (Dan. 4:34 y 35).

La Biblia fue escrita, no tanto para registrar la historia del pasado o para predecir los eventos del futuro, ni aun para enunciar un sistema teológico -si bien encontramos esas tres cosas-, como para revelar una Persona a la familia humana. La Biblia no es propiamente un libro de teología sino sobre todo una biografía de su autor y protagonista: Jesucristo. La Escritura trata de las varias ciencias, de forma que el científico, cuando acude a ella en busca de luz sobre algún campo particular de su interés, puede descubrir la ciencia de la salvación. Trata sumariamente de la geología a fin de que los seres humanos interesados en ella puedan descubrir la Roca de la eternidad.

Las Escrituras contienen mucha información valiosa en relación con las ciencias médicas, de forma que quienes dedican su vida al estudio de la salud y al tratamiento de la enfermedad puedan conocer al gran Médico, el único capaz de curar la enfermedad del pecado, y de dar vida eterna. Los astrónomos pueden encontrar mucho de inspirador en la Biblia, pero sobre todo pueden descubrir el "Lucero de la mañana" y el "Sol de justicia". En la Santa Palabra los aficionados a la botánica pueden encontrar al "Lirio de los valles" y a la "Rosa de Sarón", y los zoólogos descubrirán al "Cordero de Dios", y al "León de la tribu de Judá". El propósito principal de las Escrituras es dar a conocer al ser humano al que es "todo él deseable", al "señalado entre diez mil".

Considerando solamente su humanidad, Jesús es el incomparable. Dijo Thomas Calyle, "¡Jesús de Nazaret, símbolo divino! Altura sublime, jamás alcanzada por el pensamiento humano", y Johann Herder declaró que "Jesucristo es la personificación de la nobleza, y en el sentido más perfecto, el ideal de la humanidad". Ernest Renan afirmó que "el Cristo de los evangelios es la más bella encarnación, en la más bella de las formas. Su belleza es eterna, su reino nunca dejará de ser". Y Goethe dijo: "Tengo a los evangelios por absolutamente genuinos, ya que a partir de ellos brilla el esplendor de lo sublime procediendo de la persona de Jesucristo; de un carácter tan divino como sólo la divinidad podía manifestar en la tierra".

"¿Será Jesús superado alguna vez?", preguntaba el redactor de Los Angeles Times. Seguía su respuesta: "Han pasado mil novecientos años sin que aparezca nadie que lo iguale. Eso no sucedió con ningún otro de los grandes de este mundo. Cada generación ha proporcionado genios dignos de ser comparados con los que los precedieron. De ningún ser humano cabe decir: ‘Permanece solo; no tiene rival; no tiene igual ni superior’. Pero todo ello es cierto de Jesús. El paso de mil novecientos años, en lugar de disminuir su grandeza, no han hecho más que acentuarla. Hoy, más que nunca, el centro de atención está en el Nazareno".

Cierto día Napoleón Bonaparte se encontraba reflexionando en Santa Elena, la isla de su destierro, sobre los héroes de la historia. De repente se giró hacia su asistente y le preguntó: "¿Puedes decirme quién fue Jesucristo?" Ante los titubeos del oficial, el propio Napoleón respondió: "Bien... Yo te lo diré. Creo que he aprendido algo sobre la naturaleza humana, y puedo decirte que todos estos [héroes] fueron seres humanos, y yo soy un ser humano, pero ninguno fue como él. Jesucristo fue más que un ser humano. Alejandro, César, Carlomagno y yo mismo, fundamos grandes imperios; ¿pero sobre qué base descansó el genio de nuestra creación? Sobre la fuerza. Jesús fue el único que fundó su imperio sobre el amor, y hasta el día de hoy millones estarían dispuestos a dar su vida por él... Apela al corazón humano, lo reclama incondicionalmente, y al acto recibe su demanda. ¡Es prodigioso! Todos los que creen sinceramente en él experimentan ese increíble amor sobrenatural hacia él. El tiempo, el gran destructor, ha sido impotente para extinguir esa sagrada llama".

"El evangelio no es meramente un libro", dijo Napoleón en otra ocasión, "sino una criatura viviente, dotada de un vigor, de un poder, que vence todo lo que se le opone. Aquí sobre la mesa está el Libro de los libros [tocando reverentemente la Biblia]; no me canso de leerlo, y lo hago día tras día con idéntico placer. El alma, sobrecogida por la belleza del evangelio, deja de ser la dueña de ella misma: Dios la posee enteramente. Dios dirige sus pensamientos y facultades. Es suya. ¡Qué evidencia de la divinidad de Jesucristo! Sin embargo, en su absoluta soberanía, él no tiene más que un objetivo: la perfección espiritual del individuo, la purificación de su conciencia, el unirlo con lo verdadero, la salvación de su alma. Los hombres se maravillan de las conquistas de Alejandro, pero aquí hay un conquistador que atrae a los seres humanos a sí mismo para bien supremo de ellos; uno que los une a sí mismo, que los incorpora a sí mismo; no a una nación, sino a toda la raza humana!" (Scripture of Truth, Sydney Collet, The Life and Works of Christ, Cunningham Geikie, p. 2 y 3).

Pondremos fin a esos testimonios en relación al carácter y misión de Cristo con una declaración de William Jennings Bryan: "Confinado a una carpintería, desconociendo la literatura, con la excepción de la literatura bíblica, sin contacto alguno con los filósofos vivos ni con los escritos de los sabios muertos, cuando a sus escasos treinta años reunió en pos de sí a sus discípulos, promulgó un código de moralidad superior al que el mundo jamás conociera, y se proclamó a sí mismo como Mesías. Enseñó, y obró milagros durante unos pocos meses, y luego fue crucificado; sus discípulos se dispersaron y muchos de ellos fueron muertos; se discutieron sus aseveraciones y se negó su resurrección; sus seguidores fueron perseguidos. No obstante, a partir de ese principio su religión se esparció hasta que cientos de millones han tomado reverentemente su nombre en sus labios, y millones han preferido la muerte antes que traicionar la fe que él puso en sus corazones.

¿Qué vamos a hacer con el Hombre? Es el mayor evento en toda la historia; estamos ante Uno que, con poder siempre mayor, durante mil novecientos años ha moldeado los corazones, los pensamientos y las vidas de los hombres, y que ejerce mayor influencia hoy que nunca antes".

Los testimonios citados con anterioridad corresponden sólo a unos pocos de los muchos que unen y unieron sus voces a la proclamación: "¡Este es el hombre!"

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