El Verbo se hizo carne
"En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios" (Juan 1:1). "Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros" (vers. 14).
El tema de la redención será la ciencia y el canto por las edades eternas, y bien puede ocupar nuestras mentes durante nuestra breve morada aquí. No hay ninguna otra porción de ese gran tema que demande tanto de nuestras mentes a fin de poder apreciarlo, como el tema que vamos a estudiar esta noche: "el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros". Por él "fueron hechas" todas las cosas. Ahora, él mismo "fue hecho". El que tenía toda la gloria con el Padre, la deja a un lado, y es hecho carne. Deja a un lado su modo divino de existencia, y toma el del hombre; y Dios se manifiesta en la carne. Esa verdad es el fundamento mismo de toda verdad.
Una verdad reconfortante
El que Jesucristo se hiciera carne, el que Dios se manifestase en la carne, es una de las verdades que más ánimo traen, una de las verdades más instructivas, una verdad en la que debiera gozarse la humanidad.
Esta tarde quisiera estudiar esta cuestión teniendo en vista nuestro presente beneficio personal. Concentremos al máximo nuestras mentes, pues comprender que el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros requiere todas las energías de nuestra mente. Consideremos, primeramente, qué clase de carne fue, pues ahí está el fundamento mismo de la cuestión, en lo que tiene que ver personalmente con nosotros. "Por cuanto los hijos participan de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por la muerte al que tenía el imperio de la muerte, a saber, al diablo. Y librar a los que por el temor de la muerte estaban por toda la vida sujetos a servidumbre. Porque de cierto, no vino para ayudar a los ángeles, sino a los descendientes de Abrahán. Por eso, debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser compasivo y fiel Sumo Sacerdote ante Dios, para expiar los pecados del pueblo. Y como él mismo padeció al ser tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados" (Heb. 2:14-18). Para que, sujetándose a la muerte, tomando sobre sí la carne de pecado, pudiera destruir mediante su muerte al que tenía el imperio de la muerte.
"Porque de cierto, no vino para ayudar a los ángeles, sino a los descendientes de Abrahán" (Heb. 2:16). En el siguiente versículo se nos da la razón de ello: "Por eso, debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser compasivo y fiel Sumo Sacerdote ante Dios, para expiar los pecados del pueblo". "Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como refiriéndose a muchos, sino a uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo" (Gál. 3:16). Viene verdaderamente en ayuda de la simiente (o descendencia) de Abraham, haciéndose Él mismo simiente de Abraham. Dios, enviando a su propio Hijo en semejanza de carne de pecado, y a causa del pecado, condenó el pecado en la carne; para que la justicia que requiere la ley se cumpla en nosotros, que no andamos según la carne, sino según el Espíritu (Rom. 8:3 y 4).
Por lo tanto, podéis ver que la Escritura expone claramente que Jesucristo tenía exactamente la misma carne que nosotros: carne de pecado, carne en la que nosotros pecamos; carne, sin embargo, en la que Él no pecó jamás. Pero llevó nuestros pecados en esa carne de pecado. No olvidéis ese punto. No importa cómo lo hayáis podido considerar en el pasado, vedlo ahora tal como está en la Palabra; y cuanto más lo veáis en esa forma, más razón tendréis para agradecer a Dios porque así sea.
El pecado de Adán, un tipo (un pecado representativo)
¿Cuál era la situación? Adán había pecado, y siendo que él era la cabeza de la familia humana, su pecado fue un pecado representativo, un tipo. Dios había hecho a Adán a su propia imagen, pero esa imagen se perdió por el pecado. Adán engendró entonces hijos e hijas, pero los engendró a su propia imagen, no a la de Dios (Gén. 5:3). Todos somos descendientes de un linaje tal, pero siempre a imagen de Adán.
Así continuaron las cosas durante 4.000 años, y entonces vino Jesucristo, de carne y en carne, hecho de mujer, hecho bajo la ley; nacido del Espíritu, pero en carne. Y ¿qué carne pudo tomar, si no es la carne que había en aquel tiempo? No sólo eso, sino que fue la carne que Él mismo dispuso que había de tomar; porque podéis ver que se trataba de auxiliar al hombre en la dificultad en la que éste había caído, y el hombre es un agente moral libre. La obra de Cristo ha de ser, no la de destruirlo, no la de crear una nueva raza, sino re-crear al hombre, restaurar en él la imagen de Dios. "Vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios experimentase la muerte en provecho de todos" (Heb. 2:9).
Una raza condenada y desvalida
Dios hizo al hombre un poco menor que a los ángeles, pero el hombre cayó mucho más bajo por su pecado. Queda totalmente separado de Dios; pero ha de ser elevado de nuevo.
Jesucristo vino para realizar esa obra, y a fin de ello, vino, no allí donde estaba el hombre antes de su caída, sino donde estaba después de haber caído. Tal es la lección contenida en la escalera de Jacob. Ésta descansaba sobre el terreno en donde estaba Jacob, pero su extremo superior alcanzaba hasta el cielo. Cuando Cristo viene a rescatar al hombre del pozo en el que está, no se acerca a la entrada del pozo para mirar y decirle: ‘Sube hasta aquí, y yo te ayudaré’. Si el hombre pudiera por sí mismo retornar hasta el punto en el que cayó, sería igualmente capaz de lograr el resto. Si pudiera dar un solo paso por sí mismo, podría recorrer todo el camino; pero debido a que el hombre está rematadamente arruinado, débil, herido y destrozado, de hecho absolutamente desvalido, Jesucristo viene allí donde él se encuentra, y se une con él. Toma su carne y se hace un hermano suyo. Jesucristo es nuestro hermano en la carne; nació en la familia.
"Tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo único". Sólo tenía un Hijo, y lo entregó. Y ¿a quién lo entregó? "Un niño nos es nacido".
Un niño nos es nacido
Isaías 9:6. Hasta en el mismo cielo ha introducido cambios el pecado, puesto que Jesucristo, a causa del pecado, tomó sobre sí la humanidad y la lleva ahora. La seguirá llevando por la eternidad. Jesucristo vino a ser el Hijo del hombre, tanto como el Hijo de Dios. Nació en nuestra familia. No vino como un ser angélico, sino que nació en la familia y creció en ella; fue un niño, un joven, un adulto, un hombre en la flor de la vida, en nuestra familia. Es el Hijo del hombre, nuestro pariente, llevando la carne que nosotros llevamos.
Adán era el representante de la familia; por lo tanto, su pecado fue un pecado representativo. Cuando vino Jesucristo, vino a tomar el lugar del Adán que cayera. "El primer Adán fue hecho un ser viviente. El postrer Adán, un espíritu vivificante" (1 Cor. 15:45). El segundo Adán es Jesucristo hombre, y Él vino para unir la familia humana con la divina. Dios nos es presentado como el Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien toma nombre toda la familia de los cielos y de la tierra (Efe. 3:14 y 15). Jesucristo, el Hijo del Dios viviente, vino a esta parte de la familia a fin de poder restaurarla, para que pudiera existir...
Una familia nuevamente unida, en el reino de Dios
Jesús vino, y tomó la carne de pecado que esta familia había atraído sobre sí al pecar, y le trajo salvación, condenando al pecado en la carne.
Adán fracasó en su puesto, y por el delito de uno, los muchos fueron constituidos pecadores (Rom. 5:15). Jesucristo se dio a sí mismo, no sólo por nosotros, sino a nosotros, uniéndose a la familia, a fin de poder tomar el lugar del primer Adán, y como cabeza de la familia, rescatar aquello que se perdió en el primer Adán. La justicia de Jesucristo es una justicia representativa, como también lo fue el pecado de Adán; y Jesucristo, como segundo Adán, reunió consigo a toda la familia.
Pero desde que el primer Adán ocupó su lugar, ha habido un cambio, y la humanidad es humanidad pecaminosa. Se perdió el poder de la justicia. Para redimir al hombre de la posición en la que había caído, Jesucristo viene, y toma la carne misma que posee ahora la humanidad; viene en carne pecaminosa, y toma el asunto allí donde Adán fue probado y falló. Fue hecho, no ya hombre, sino que fue hecho carne, fue hecho humano, y reunió consigo a toda la humanidad, la abrazó en su mente infinita, y se tuvo como el representante de toda la familia humana.
Adán fue tentado al principio en lo referente al apetito. Cristo vino, y después de haber ayunado cuarenta días, el diablo lo tentó a que usara su poder divino para satisfacer su propio apetito. Y observad, fue en carne pecaminosa como fue tentado, no en la carne que Adán poseía cuando cayó. Es una verdad terrible, pero a mí me alegra terriblemente el que así sea. Se deduce necesariamente que al nacer, al ser nacido en la misma familia, Jesucristo es mi hermano en la carne, "por eso, no se avergüenza de llamarlos hermanos" (Heb. 2:11).
Ha venido a la familia, se ha identificado con ella. Es a la vez Padre y Hermano de la familia. Como padre, la representa. Vino a redimirla, condenando al pecado en la carne, uniendo la divinidad con la carne de pecado. Jesucristo hizo la conexión entre Dios y el hombre, a fin de que el Espíritu divino pudiera morar en la humanidad. Recorrió el camino en favor de la humanidad.
Llevó nuestros dolores
Y vino junto a nosotros. No está alejado de nosotros ni en un simple paso. "Se hizo semejante a los hombres" (Fil. 2:7). Lleva ahora la semejanza de hombre, y al mismo tiempo posee la divinidad; es el divino Hijo de Dios. Así, mediante la unión de la divinidad con la humanidad, restaurará al hombre a la semejanza de Dios. Jesucristo, al tomar el lugar de Adán, tomó nuestra carne. Tomo nuestro lugar por completo, a fin de que nosotros pudiéramos tener su lugar. Tomó nuestra posición con todas sus consecuencias –y eso significa la muerte–, a fin de pudiéramos obtener la suya con todas sus consecuencias –y eso significa vida eterna. "Al que no tenía pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros, para que nosotros seamos hechos justicia de Dios en él" (2 Cor. 5:21). Él no fue pecador, pero se ofreció para que Dios lo tratara como si lo fuese, a fin de que nosotros, que somos pecadores, pudiésemos ser tratados como si fuésemos justos. "Él llevó nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores. Y nosotros lo tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido" (Isa. 53:4). Los dolores que llevó fueron nuestros dolores, y es un hecho cierto que se identificó de tal manera con la naturaleza humana, que llevó en sí mismo todos los dolores y penas de la totalidad de la familia humana. "Pero él fue herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados, el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos curados" (Isa. 53:5). Lo que estaba hiriéndole a él, nos estaba sanando a nosotros. Estaba siendo herido a fin de que pudiésemos ser sanados. "Todos nos descarriamos como ovejas, cada cual se desvió por su camino. Pero el Eterno cargó sobre él el pecado de todos nosotros" (Isa 53:6). Y entonces murió, puesto que fue puesta sobre Él la iniquidad de todos nosotros. En él no hubo pecado, pero los pecados del mundo entero fueron puestos sobre Él. He aquí el Cordero de Dios, llevando los pecados del mundo entero. "Él es la víctima por nuestros pecados. Y no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero" (1 Juan 2:2).
El precio pagado por cada alma
Quisiera que vuestras mentes capten la verdad de que, tanto si un hombre se arrepiente, como si no lo hace, Jesucristo ha llevado sus dolores, sus pecados, sus pesares, y se lo invita a que los deposite sobre Cristo. Aunque todo pecador en este mundo se arrepintiese con toda su alma, y volviese a Cristo, el precio se pagó ya con anterioridad. Jesús no esperó hasta que nos arrepintiésemos, antes de morir por nosotros. "Siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros" (Rom. 5:8). "En esto consiste el amor: No en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo como víctima por nuestros pecados" (1 Juan 4:10). Cristo murió por el bien de cada alma aquí reunida; ha llevado sus penas y dolores; pide simplemente que las depositemos sobre él, y le permitamos que las lleve.
Cristo nuestra justicia
Más aún; cada uno de nosotros estaba representado en Jesucristo cuando el Verbo fue hecho carne y habitó entre nosotros. Estábamos todos allí en Jesucristo.
Todos estuvimos representados en Adán, según la carne; y al venir Cristo como el segundo Adán, anduvo hasta el lugar del primer Adán, de forma que todos estamos representados en Él. Cristo nos invita a entrar en la familia espiritual. Ha formado esa nueva familia, de la cual Él es la cabeza. Es el nuevo hombre. En Él tenemos la unión de lo divino con lo humano.
En esa nueva familia está representado cada uno de nosotros. "Y por decirlo así, el mismo Leví, que recibe los diezmos, pagó el diezmo por medio de Abrahán. Porque Leví aún estaba en los lomos de su padre cuando Melquisedec le salió al encuentro" (Heb. 7:9 y 10). Cuando Melquisedec dio la bienvenida a Abrahán, quien regresaba de una lucha victoriosa, éste le dio la décima parte de todo. Leví estaba aún en el seno de su padre Abrahán; pero dado que fue un descendiente de él, lo que Abrahán hizo, dice la Escritura que lo hizo Leví en Abrahán. Leví desciende de Abrahán según la carne. Aún no había nacido cuando Abrahán pagó el diezmo, pero puesto que Abrahán lo pagó, él lo pagó igualmente. En la familia espiritual sucede exactamente lo mismo. Lo que hizo Cristo como cabeza de esa nueva familia, lo hicimos nosotros en él. Era nuestro representante; se hizo carne; se hizo nosotros. No se hizo simplemente un hombre, sino que se hizo carne, y cada uno que hubiera de nacer en su familia estaba representado en Jesucristo cuando él vivió aquí en la carne. Veis pues que a cualquiera que se una a esa familia, todo cuanto hizo Cristo le es acreditado como habiéndolo hecho en Cristo. Cristo no era un representante ajeno, separado de él, sino que de igual forma en que Leví pagó el diezmo en Abrahán, todo el que naciera posteriormente en la familia espiritual de Cristo, hizo lo que Cristo hizo.
El nuevo nacimiento
Ved lo que eso significa, en relación con los sufrimientos vicarios. No es simplemente que Jesucristo viniese del exterior, y viniese a nuestro lugar como lo haría un forastero; sino que uniéndose a nosotros por el nacimiento, toda la humanidad fue reunida en la divina Cabeza, Jesucristo. Él sufrió en la cruz. Por lo tanto, en Jesucristo, fue toda la familia la que fue crucificada. "El amor de Cristo nos apremia, al pensar que si uno murió por todos, luego todos han muerto" (2 Cor. 5:14). Lo que demanda nuestra experiencia es que entremos en el hecho de que fuimos muertos en él. Pero si bien es cierto que Jesucristo pagó todo el precio, llevó todo pesar, fue la humanidad misma; es igualmente cierto que ningún hombre recibe beneficio de ello, a menos que reciba a Cristo, a menos que nazca de nuevo. Sólo los que nacen dos veces pueden entrar en el reino de Dios. Los que son nacidos en la carne, tienen que volver a nacer; han de nacer del Espíritu, a fin de que lo que Cristo hizo en la carne, pueda serles de beneficio, a fin de poder estar verdaderamente en él.
La obra de Cristo consiste en otorgarnos el carácter de Dios, y entonces Dios ve a Cristo y al carácter perfecto de él, en lugar de ver nuestro carácter pecaminoso. En el mismo momento en que nos vaciamos de nosotros mismos, o permitimos a Cristo que nos vacíe del yo y creemos en Jesucristo, recibiéndole como a nuestro Salvador personal, Dios lo ve a él como realmente a nuestro representante. Entonces no nos ve a nosotros ni a todo nuestro pecado. Ve a Cristo.
Nuestro representante en las cortes celestiales
"Hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre" (1 Tim. 2:5). Hay ahora un hombre en el cielo: Jesucristo hombre, que lleva nuestra naturaleza humana; pero no se trata más de carne de pecado; está glorificada. Habiendo venido aquí y habiendo vivido en carne de pecado, murió; y en lo que murió, al pecado murió; y en lo que vive, vive para Dios (Rom. 6:10). Al morir, se deshizo de la carne de pecado, y resucitó glorificado. Jesucristo vino aquí como nuestro representante. Recorrió el camino que lleva nuevamente al cielo, estando en la familia. Murió al pecado y resucitó glorificado. Vivió como el Hijo del hombre, creció como el Hijo del hombre, ascendió como el Hijo del hombre. Y hoy Jesucristo, nuestro propio hermano –Jesucristo hombre–, está en el cielo, viviendo para interceder por nosotros.
Ha pasado por cada una de nuestras experiencias. ¿Ignora acaso lo que significa la cruz? Fue al cielo por el camino de la cruz, y nos dice: "Ven".
Eso hizo Cristo, al ser hecho carne. Nuestras mentes quedan estupefactas. ¿Qué lenguaje humano puede expresar la obra efectuada a favor nuestro, cuando "el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros"? ¿Cómo podremos expresar lo que Dios nos ha dado? Al darnos a su Hijo, dio el don más precioso del cielo, y lo dio para no volverlo a tomar. Por toda la eternidad el Hijo del hombre llevará en su cuerpo las marcas que hizo el pecado; será por siempre Jesucristo, nuestro Salvador, nuestro Hermano mayor. Eso es lo que Dios ha hecho por nosotros al darnos a su Hijo.
Cristo, identificado con nosotros
Esa unión de lo divino con lo humano ha traído a Jesucristo muy cerca de nosotros. No hay nadie tan degradado como para que Jesucristo no pueda estar allí con él. Se identificó completamente con esta familia humana. En el juicio, cuando haya que enfrentarse a las recompensas y castigos, dirá: "En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos pequeñitos, a mí lo hicisteis". Cristo da a cada miembro de la familia humana la misma consideración que a sí mismo. Cuando sufre la humanidad, Él sufre. Él es humanidad, se ha unido a esta familia. Es nuestra cabeza; y cuando en alguna parte del cuerpo hay un latido de dolor, la Cabeza lo siente. Se ha unido a nosotros, uniéndonos en ello con Dios, puesto que leemos: "La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y lo llamarán Emmanuel, que significa: Dios con nosotros" (Mat. 1:23).
Unidad en Cristo
Jesucristo se unió de tal manera con la familia humana, que puede estar con nosotros estando en nosotros, de la misma forma en que Dios estuvo con él estando en él. El propósito mismo de su obra fue el poder habitar en nosotros, y hacer que –representando al Padre–, los hijos, el Padre y el Hermano mayor resultasen unidos en él.
Veamos cuál fue su mente en aquella postrera oración: "Para que todos sean uno, como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti. Que también ellos sean uno en nosotros". "Yo les di la gloria que me diste, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí. Que lleguen a ser perfectamente unidos, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los amaste a ellos, así como me amaste a mí. Padre, que aquellos que me has dado, estén conmigo donde yo esté, para que vean mi gloria, la que me has dado. Por cuanto me has amado desde antes de la creación del mundo. Padre justo, aunque el mundo no te ha conocido, yo te he conocido; y ellos han conocido que tú me enviaste. Yo les di a conocer tu Nombre, y seguiré dándolo a conocer". Y las últimas palabras de su oración fueron: "para que el amor con que me has amado esté en ellos, y yo en ellos". (Juan 17:21-26). Al ascender, éstas fueron sus últimas palabras dirigidas a sus discípulos: "Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mat. 28:20).
Estando en nosotros, está con nosotros por siempre. Con el fin de hacer eso posible, a fin de poder morar en nosotros, vino y tomó nuestra carne.
Esa es también la forma en la que opera la santidad de Jesús. Él poseía una santidad que le permitió venir y morar en carne pecaminosa, y glorificarla mediante su presencia en ella; y eso es lo que hizo, de manera que al resucitar de los muertos fue glorificado. Su propósito era que, habiendo purificado la carne pecaminosa mediante la morada de su presencia, pudiese venir ahora y purificar la carne pecaminosa en nosotros, y glorificarla en nosotros. "Transformará el cuerpo de nuestra bajeza, para que sea semejante a su cuerpo de gloria, por el poder que tiene de sujetar todas las cosas a sí" (Fil. 3:21). "Porque a los que de antemano conoció, también los predestinó a que fuesen modelados a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos" (Rom. 8:29).
La elección de la gracia
Permitidme que os diga que lo anterior encierra todo lo concerniente a la predestinación. Existe una predestinación: se trata de una predestinación del carácter. Hay una elección: es la elección del carácter. Todo el que cree en el Señor Jesucristo, es elegido, y todo el poder de Dios está tras esa elección, a fin de que pueda llevar la imagen de Dios. Llevando esa imagen, está predestinado por toda la eternidad al reino de Cristo. Pero todo el que no lleva la imagen de Dios está predestinado a la muerte. Es una predestinación de Dios en Jesucristo. Cristo provee el carácter, y lo ofrece a todo aquel que cree.
El corazón y vida del cristianismo
Entremos en la experiencia de que Dios nos ha dado a Jesucristo para que more en nuestra carne pecaminosa, para obrar en nuestra carne pecaminosa lo que obró cuando estuvo aquí. Vino y vivió aquí para que pudiésemos, mediante Él, reflejar la imagen de Dios. Tal es la esencia misma del cristianismo. Cuanto se oponga a ello, no es cristianismo. "Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad si los espíritus son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido al mundo. En esto conoced el Espíritu de Dios: Todo espíritu que reconoce que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios. Y todo espíritu que no reconoce a Jesús, no es de Dios. Este es del anticristo, que habéis oído que ha de venir, y que ahora ya está en el mundo. Hijos, vosotros sois de Dios, y los habéis vencido, porque el que está en vosotros es mayor que el que está en el mundo" (1 Juan 4:1-3). Eso no puede significar simplemente el reconocimiento de que Jesucristo estuvo aquí, y vivió en la carne. Eso, hasta los diablos lo reconocen. Saben que Cristo vino en la carne. La fe que viene del Espíritu de Dios dice: ‘Jesucristo ha venido en mi carne; lo he recibido’. Ese es el corazón y vida del cristianismo.
El problema con el cristianismo de hoy es que Cristo no mora en los corazones de los que profesan su nombre. Para ellos es un forastero; se lo mira de lejos, a modo de ejemplo. Pero es más que un ejemplo para nosotros. Nos dio a conocer cuál es el ideal de Dios para la humanidad, y entonces vino y lo vivió ante nosotros, a fin de que podamos ver en qué consiste llevar la imagen de Dios. Entonces murió y ascendió a su Padre, enviando su Espíritu, su propio representante, para que viviese en nosotros, para que la vida que vivió en la carne, podamos volver a vivirla. Eso es cristianismo.
Cristo ha de morar en el corazón
No basta con hablar de Cristo y de la belleza de su carácter. El cristianismo sin Cristo morando en el corazón, no es genuino cristianismo. Sólo es un cristiano genuino aquel que tiene a Cristo morando en su corazón, y podemos solamente vivir la vida de Cristo, cuando Él mora en nosotros. Quiere que nos aferremos a la vida y poder del cristianismo. No os sintáis satisfechos con menos que eso. No deis oído a nadie que os lleve por ningún otro camino. "Cristo en vosotros, la esperanza de gloria". Su poder, su presencia morando allí, eso es cristianismo. Eso es lo que necesitamos hoy; y estoy agradecido porque haya corazones que estén anhelando esa experiencia, y que la reconocerán cuando llegue. No hace diferencia alguna cuál pueda ser vuestro nombre, o cuál vuestra denominación. Reconoced a Jesucristo y permitidle que more en vosotros. Siguiéndole a donde os lleve, sabremos en qué consiste la experiencia cristiana, y qué es morar en la luz de su presencia. Os digo que se trata de una verdad sublime. El lenguaje humano es incapaz de expresar mejor lo contenido en estas palabras: "El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros". Esa es nuestra salvación.
El objeto de estas puntualizaciones no es meramente el establecer una línea de pensamiento. Es traer nueva luz a nuestra alma, y expandir nuestros conceptos sobre la palabra de Dios y el don de Dios, a fin de que podamos apreciar su amor por nosotros. Lo necesitamos. Nada menos que eso nos bastará, en vista de lo que tenemos que enfrentar: el mundo, la carne y el diablo. Pero el que está por nosotros es más poderoso que el que está contra nosotros. Tengamos en nuestras vidas diarias a Jesucristo, el "Verbo" que "se hizo carne".