Introducción
al
Mensaje de 1888
R.J. Wieland
Traducción: www.libros1888.com
Sobre el autor
Prefacio
Al lector
1. ¡Tiene que haber una explicación!
2.
Derramamiento del Espíritu Santo
3. Cristo, el centro del mensaje
4. Cristo, tentado como nosotros
5. Ellen White apoya el mensaje
6. La suerte de los mensajeros
7. La justificación por la fe
8. ¿Se puede vivir sin pecar?
9.
Fácil salvarse y difícil perderse
10. La purificación del santuario
Guía abreviada del mensaje
Sobre el autor y sobre el libro
(índice)
En la asamblea de la Asociación General Adventista que tuvo lugar en 1888, en Minneapolis (Minessota), los pastores A.T. Jones y E.J. Waggoner presentaron un mensaje de justificación por la fe que resultó ser causa de notable controversia. El mensaje no fue bienvenido por muchos de los delegados.
Sin embargo, Ellen White se refirió a él como “un preciosísimo mensaje ... que debe ser proclamado en alta voz, y asistido por el derramamiento en gran medida del Espíritu Santo”.
Durante décadas el mensaje de 1888 ha fascinado a no pocos adventistas. Sin embargo, para la gran mayoría, la comprensión de dicho mensaje ha estado envuelta en el más profundo misterio, cuando no en el total desconocimiento. El pastor Robert J. Wieland, quien ha estudiado el mensaje por más de 55 años, introduce al lector en su contenido. Esta obra está cuidadosamente documentada para el investigador. Sin embargo, está escrita en un estilo perfectamente comprensible para el menos informado. Estos son algunos de los temas que aborda: “La comprensión de la justificación por la fe de los mensajeros de 1888”, “¿Es posible vivir sin pecar?” “¿Por qué es más fácil salvarse que perderse?, ¿o bien es cierto lo contrario?”
Robert J. Wieland ha servido a la Iglesia como pastor durante más de cincuenta años. Desde 1945 hasta 1965 trabajó como misionero en Kenya y Uganda. Posteriormente como pastor en la Asociación del Sudeste de California, y en 1979 regresó a África para servir como consultor editorial. Pasó al descanso el 13 de julio del año 2011, pero su abundante literatura y testimonio seguirán hablando para quien quiera escucharlos. Es autor de numerosos libros, entre ellos: ‘Descubriendo la cruz’, ‘The Backward Prayer’, ‘For a Better Africa’, ‘He aquí estoy a la Puerta y llamo’, ‘Alumbrada por su gloria’, ‘Grace on Trial’, ‘Sé pues celoso y arrepiéntete, pueblo mío’, ‘1888 Rexaminado’, ‘Powerful Good News’ y ‘The Gospel in Revelation’. Varios de entre los citados han sido traducidos al español, y se pueden encontrar en la página de inicio, sección de DESCARGAS.
Este libro se publicó primeramente en 1980, por lo tanto, se puede considerar como el primer libro escrito sobre "1888" —con excepción de ‘1888 Rexaminado’ (Wieland-Short, compilado en 1950, publicado en 1987), que está traducido al español y disponible también en http://www.libros1888.com.
Fue Southern Publishing Association quien lo publicó en el idioma original, bajo el título: The 1888 Message. An Introduction. Durante quince años —desde 1981 hasta 1996— fue publicado y distribuido por Review and Herald. En 1997 fue traducido al castellano, e impreso por Pacific Press (esta edición). Puedes descargar este libro en formato PDF aquí.
En ‘Introducción al mensaje de 1888’, Robert J. Wieland aborda la historia del adventismo del séptimo día, ahonda en verdades espirituales profundas y expone, en suma, la razón de la existencia de la iglesia. El libro responde a cuestiones que los creyentes sinceros se preguntan con creciente insistencia: ¿Por qué sigue transcurriendo el tiempo -y el pecado- década tras década, cuando podríamos estar ya en el Reino? ¿Qué ha obstaculizado la consumación de la obra del juicio y la purificación del santuario? ¿Por cuánto tiempo más hablaremos sobre la lluvia tardía antes de que tal bendición nos sea realmente concedida? ¿Llama Dios verdaderamente a la iglesia a una vida sin pecado?
El autor investiga y expone la evidencia, mostrando claramente cómo el Señor, en 1888, envió a los adventistas del séptimo día un mensaje único y precioso que supera cualquier valor terrenal. El mensaje tenía la finalidad de preparar a sus hijos e hijas para la victoria en el conflicto final entre el bien y el mal: prepararlos para la traslación. En este libro se evidencia la belleza, sencillez y veracidad del mensaje que ha de alumbrar toda la tierra con su gloria.
El lector encontrará aquí las buenas nuevas, la esperanza y el ánimo que prepararán a la última generación para ser “santos” que “guardan los mandamientos de Dios, y la fe de Jesús” (Apoc 14:12). El libro expone asimismo el supremo “oficio” de Cristo: ¡el de Salvador! Su gracia preservará a los mortales de responder a las presiones del pecado, tanto internas como externas. El autor demuestra que el mensaje de 1888 no fue, ni es, una simple “doctrina”, sino más bien una experiencia viviente de trascendencia vital en el mundo de iniquidad y corrupción de hoy.
El libro es fruto de muchos años de estudio, que tuvo su inicio hacia el final de la década de 1930. La investigación cristalizó posteriormente en 1950, constituyendo la base de un manuscrito no publicado. Habiendo transcurrido todos esos años, se desvelan ahora el misterio, vaguedad, y en muchos casos la total ignorancia sobre aquella sesión de la Asociación General de 1888, y la iglesia entera tiene a su disposición las bendiciones contenidas en esta publicación. El mensaje está basado en la Biblia, la sabiduría e inspiración divinas de Ellen White y el registro histórico impreso, así como en manuscritos y cartas inéditas de los principales protagonistas de la época: A.T. Jones y E.J. Waggoner.
La obra está documentada pensando en el investigador riguroso, sin embargo atraerá, interesará y edificará igualmente al miembro inexperto. El contenido lleva a la conclusión de que el adventismo tiene una contribución singular que hacer al mundo: una razón para su existencia que implica no ser meramente una iglesia más entre muchas otras. Teniendo en cuenta todo cuanto el Señor ha dicho a través de su mensajera, en relación con la gran bendición que comporta el mensaje de 1888, es evidente que la iglesia como un todo, incluyendo departamentos, personal, pastores y laicos, está en gran necesidad de las verdades espirituales resaltadas en este libro. Comprender esto, así como nuestra historia y sus implicaciones en la expiación final, es apreciar el verdadero significado del llamado de Dios al arrepentimiento que dirige a Laodicea.
Que Dios pueda valerse del mensaje contenido en este libro, a fin de que se pueda obtener la percepción espiritual necesaria para que dé su fruto lo que fue “el comienzo de la lluvia tardía y el fuerte pregón” de 1888. Entonces la iglesia reconocerá el plan divino y dará al mundo la luz que ha de alumbrar toda la tierra con su gloria.
Hay que definir lo que en este libro se entiende por “mensaje de 1888”. Algunos lectores agradecerán sin duda una breve referencia a los acontecimientos que han venido a ser conocidos entre los adventistas como “1888”.
En la sesión de la Asociación General que tuvo lugar en ese año en Minneapolis (Minnesota), dos hombres jóvenes (A.T. Jones y E.J. Waggoner) aportaron providencialmente a los delegados un mensaje de justificación por la fe, un mensaje que vino a resultar en una gran controversia. Para muchos de los delegados, especialmente los pastores de mayor edad y los dirigentes, el mensaje (y/o los mensajeros) no fueron bienvenidos.
Unos pocos se gozaron en el mensaje y lo aceptaron verdaderamente. La principal entre ellos fue Ellen White. Pero nadie pareció considerar el mensaje suficientemente importante como para registrarlo, con el fin de que otros pudieran conocerlo de primera mano.
Por lo tanto, no disponemos del mensaje de 1888 propiamente dicho, en las palabras exactas de los dos mensajeros de Minneapolis.
Pero eso no significa que debamos desesperar de conocer en qué consistía, o que el título de este libro sea una impropiedad. Ciertos hechos posibilitan la reconstrucción consistente y razonable de su contenido:
1. Conocemos lo que enseñó Waggoner en los meses inmediatamente anteriores a la Asamblea de 1888.
2. Conocemos igualmente su enseñanza en los meses inmediatamente posteriores.
3. Sabemos que Waggoner y Jones mantuvieron un acuerdo virtualmente perfecto en su comprensión de la justificación por la fe, tanto en Minneapolis como en la década siguiente a 1888. Hubo dos mensajeros, pero Ellen White habló repetidamente de lo que enseñaron, como un mensaje.
4. Las declaraciones de respaldo a ese mensaje por parte de Ellen White no se reducen a las presentaciones “perdidas” de Minneapolis. Ella continuó apoyando sus subsiguientes presentaciones durante años después de la asamblea de 1888: hasta 1896 e incluso después.
5. Podemos encontrar ayuda para reconstruir su mensaje observando la manera en que sus contemporáneos captaron las ideas esenciales, tanto en su aceptación como en su rechazo. Por ejemplo, W.W. Prescott y S.N. Haskel se encontraban entre los que respondieron favorablemente y comenzaron a hacerse eco de sus conceptos, en la medida en que comprendieron que eran bíblicos y contaban con el apoyo de Ellen White.
Naturalmente, no debemos atribuir perfección o algún grado de infalibilidad en cuanto dijeron Jones y Waggoner. Ellen White no los identificó nunca como profetas, pero habló repetidamente de ellos en términos como estos: “Mensajeros del Señor”, “mensajeros delegados del Señor”, “hombres señalados divinamente”, “siervos de Dios ... con un mensaje enviado del cielo”, “hombres escogidos por él [Dios]”, “hombres jóvenes [que Dios envió] para llevar un mensaje especial”, “sus siervos escogidos”, “a los cuales Dios está empleando”, “el Señor [está] obrando a través de los hermanos Jones y Waggoner”, “él [Dios] les ha dado preciosa luz”, “si aceptáis el mensaje, aceptáis a Jesús”, “mensajeros que yo [el Señor] envié a mi pueblo con luz, gracia y poder”, “un mensaje de Dios; lleva las credenciales divinas”. Las declaraciones de apoyo como las anteriores continuaron hasta 1896, y ocasionalmente después.
Por lo tanto, en este libro se entiende por mensaje de 1888 las ideas prominentes y esenciales que enseñaron Jones y Waggoner desde inmediatamente antes de la asamblea de 1888, hasta la década que siguió. Nuestro método será: (1) permanecer tan próximos a la fecha de 1888 como sea posible; (2) presentar lo que Jones y Waggoner enseñaron con insistencia o con gran prominencia; (3) presentar aquello en lo que ambos estuvieron manifiestamente en perfecto acuerdo; (4) limitar la exposición a sus enseñanzas para las que encontramos claro soporte de Ellen White (y por supuesto, bíblico). (5) prestar atención también a la forma en la que, al menos, “algunos” de sus contemporáneos creyentes recibieron y comprendieron lo esencial de su mensaje.
Cuando citemos ocasionalmente a Jones y Waggoner en años posteriores (por necesidad) será con cuidadoso escrutinio y selectividad para estar seguros de que las ideas presentadas están en armonía con su enseñanza temprana, y con los cinco principios antes mencionados. Si alguien objeta que las citas posteriores a 1888 no son el mensaje de 1888, la respuesta es que debe ser muy significativo el apoyo constante que Ellen White dio al mensaje en su progresión, en los años sucesivos. El cuadro completo y equilibrado de lo que enseñaron en la década siguiente a Minneapolis debe constituir una comprensión fiel de cuanto estaba implícito en el mensaje dado en 1888. Es de esperar que guiados por el sentido común lleguemos a una clara representación del mismo.
Es imposible que Ellen White pudiera haber continuado sus repetidas y entusiastas manifestaciones de aprobación por tanto tiempo, en caso de haber tenido indicios, vislumbres o sospechas de que uno o ambos de los “mensajeros” se hubiera desviado de la verdadera fe. Ella era una profetisa inspirada, con discernimiento penetrante y santificado; su credibilidad como tal está entrelazada con el mensaje de Jones y Waggoner que apoyó. La prueba última para la verdad es la propia Biblia. Quien escribe está persuadido de que ellos tomaron sus conceptos a partir de un estudio de primera mano de las Escrituras en la perspectiva del “conflicto de los siglos” propia del adventismo, así como de la peculiar noción adventista de la purificación del santuario y el mensaje de los tres ángeles. Lo mismo que todos nosotros, estaban en deuda con todos cuantos les precedieron, incluyendo a Lutero, Calvino y Wesley; pero presentaron su mensaje a partir de la Biblia sola. Concibieron la verdad de la justificación por la fe desde una perspectiva nueva y fresca, que es la de la comprensión escatológica inherente al movimiento adventista. En años recientes se está haciendo más y más evidente la base bíblica de sus conceptos esenciales. En diversos trabajos teológicos competentes de nuestros días se hace patente la consistencia de su interpretación bíblica. Por ejemplo, una tesis doctoral reciente en la Universidad de Londres aporta evidencias de que su noción sobre la naturaleza de Cristo fue mantenida por un número significativo de teólogos respetados y reformadores a lo largo de la era cristiana (Harry Johnson, The Humanity of the Savior, London: The Epworth Press, 1962).
Mi oración es que la respuesta de tu corazón al conocer mensaje sea la que tuvo Ellen White cuando lo oyó personalmente por primera vez en el congreso de Minneapolis: “Cada fibra de mi corazón dijo Amén” (Manuscrito 5, 1889). ¡Esa fue también mi respuesta desde que lo oí por vez primera!
‘¿Qué ha fallado?’, se pregunta el devoto judío ortodoxo, con angustia y perplejidad. Hasta el día de hoy se siente sinceramente perplejo cuando medita absorto en las antiguas predicciones que hizo el Señor a Abraham, Isaac y Jacob. ‘¿Cuándo despertará el Dios de nuestros padres y cumplirá sus largamente esperadas promesas de enviar un Mesías a Israel? ¿Cuándo hará de Jerusalem el júbilo de toda la tierra? ¿Han sido acaso en vano nuestros grandes anhelos mesiánicos?’
Los judíos que tienen la fortuna de poder ir a los lugares santos de Jerusalem, se reúnen en el muro de las lamentaciones, en el ángulo sudoeste del antiguo enclave del templo. Allí se deshacen entonces en súplicas y lamentaciones al Dios de sus padres.
Nos gustaría darles un toque en el hombro y decirles: ‘Amigos, ¡podéis dejar de lamentaros! El Dios de Abraham, Isaac y Jacob no se ha dormido ni descuidado. Ha cumplido su promesa. ¡Envió fielmente al Mesías en Jesús de Nazaret! El único problema es que vuestros antecesores, no reconociéndolo, lo crucificaron’.
¿Podría ser que para nosotros, los devotos adventistas, hubiese también una versión propia del muro de las lamentaciones?
Pondérese la cantidad sin fin de llamados y apelaciones hechas a los fieles para orar en las semanas de oración anuales, los sermones de las sesiones de reavivamiento, las asambleas de la Asociación General y las anuales, pidiendo que el Señor cumpla su promesa y abra las ventanas del cielo para derramar sobre su pueblo los aguaceros refrescantes de la lluvia tardía. Desde que Ellen White describió su visión del 14 de mayo de 1851 relativa al “refrigerio” de la “lluvia tardía” (Primeros Escritos, 71), el adventismo ha acariciado la esperanza de que algún día Dios pueda finalmente otorgar la bendición y llevar la obra mundial de testificación a un final triunfante.
La lluvia tardía consistiría en el don último del Espíritu Santo para madurar el grano del evangelio para la cosecha, de la misma forma que las lluvias que precedían a la cosecha en la antigua Palestina permitían el cumplimiento de los sueños de los agricultores. La lluvia tardía desembocaría en el fuerte pregón del mensaje del tercer ángel y la gloriosa iluminación de toda la tierra con su gloria. ¡Entonces podría venir el Señor con poder y gran gloria!
¿Por qué no han sido contestadas esas súplicas, elevadas durante más de un siglo? ¿Por qué sigue a cada convocación la sensación frustrante de no ver la lluvia tardía?
Esas son preguntas que se hacen las personas reflexivas, especialmente los jóvenes. ¿Por qué consagrarse a una vida de sacrificio si los anhelos escatológicos que albergaron los pioneros parecen tan remotos? Evidentemente, la segunda venida de Jesús no puede tener lugar hasta no producirse los eventos tan largamente esperados. Pero para muchos adventistas en muchos lugares, la segunda venida se desvanece en las sombras de la incertidumbre. Lo mismo que para los judíos devotos llorando por el regreso del Mesías, se trata de esperar contra toda esperanza que los pioneros no estuviesen después de todo equivocados. De hecho, el honor del Dios de los pioneros está en juego. ¿Es fiel? ¿Vive aún?
Seguramente, seres celestiales desean darnos un toque en el hombro y decirnos: ‘¡Cesad en vuestro lamento por las peticiones sin respuesta! Vuestras peticiones durante 130 años fueron ya contestadas. El Señor cumplió su promesa a los pioneros. Dios envió ya el comienzo de la lluvia tardía y el fuerte pregón. El único problema es que vuestros padres fallaron en reconocer el don celestial cuando este fue otorgado, y lo rechazaron de la misma forma en que los judíos rechazaron al Mesías hace dos mil años’.
Una noticia tal es tan sorprendente para la mayor parte de los adventistas hoy, como lo sería su homóloga para los judíos en el muro de las lamentaciones. Y sin embargo, es cierta.
En el Índice de los escritos de Ellen White (Vol. 2, 1581) se encuentra un tenue indicio de tan tremenda noticia, bajo el epígrafe “Fuerte pregón”, de una forma que podríamos comparar al ligero temblor de tierra que en Qumran condujo al descubrimiento de la inmensa riqueza de los manuscritos de las cavernas ocultas. La entrada expresa llanamente: “El Fuerte pregón: comenzó ya en la revelación de la justicia de Cristo”. Siguiendo el índice, llegamos a la declaración que se cita:
El tiempo de prueba está precisamente delante de nosotros, pues el fuerte pregón del tercer ángel ya ha comenzado en la revelación de la justicia de Cristo, el Redentor que perdona los pecados. Este es el comienzo de la luz del ángel cuya gloria llenará toda la tierra (Mensajes Selectos, vol. I, 425).
Lo anterior no es simplemente una oscura declaración de cierta bendición temporal concedida en algún momento de nuestra historia pasada, sino la sorprendente afirmación de que las brillantes promesas escatológicas acariciadas por nuestros pioneros en el adventismo desde 1851, tuvieron su cumplimiento en algún momento; al menos el “comienzo” de ellas.
La declaración anterior está tomada de un artículo de Review and Herald fechado el 22 de noviembre de 1892. “La revelación de la justicia de Cristo” es una clara referencia al mensaje de 1888, por entonces en su cuarto año de desconcertante periplo por nuestra historia. Tras la debida reflexión, una animosa Ellen White estuvo dispuesta a calificar en ese momento el mensaje como “el comienzo” del derramamiento final del Espíritu Santo que alumbraría la tierra con la gloria del cuarto ángel de Apocalipsis 18.
Pero esa declaración suscita ciertos problemas incómodos. Si la mensajera inspirada tuvo el discernimiento para reconocer el significado del mensaje de 1888, ¿por qué ha pasado un siglo desde entonces? Apenas tres años antes de que empezase a oírse el mensaje de 1888, Ellen White había declarado que cuando la lluvia tardía y el fuerte pregón comenzasen finalmente, “la obra se extendería como fuego en el rastrojo”. Realmente, “los movimientos finales serán rápidos” (Joyas de los Testimonios, vol. III, 280). Sin embargo, desde 1892, fecha en la que se hizo la declaración, ha habido un progreso dolorosamente lento. La gente está naciendo en el planeta tierra más rápidamente de lo que podemos alcanzarlos con el mensaje. Cada año que pasa nos deja con una obra cada vez mayor de testificación por completar.
El orgullo denominacional se puede racionalizar olvidando despreocupadamente el asunto, mediante pretensiones de gran progreso programático, pero la mayoría de los adventistas sinceros confesarán su seria convicción de que la tierra, sencillamente, no está todavía iluminada con la gloria del mensaje de ese “otro ángel” de Apocalipsis 18.
¿Qué ha fallado?
Cuatro años después de la declaración de 1892, Ellen White señaló con franqueza lo que había ocurrido. Se cerraba una era de brillante esperanza por una razón muy concreta:
La falta de voluntad para renunciar a opiniones preconcebidas y aceptar esta verdad fue la principal base de la oposición manifestada en Minneapolis contra el mensaje del Señor expuesto por los hermanos [E.J.] Waggoner y [A.T.] Jones. Suscitando esa oposición, Satanás tuvo éxito en impedir que fluyera hacia nuestros hermanos, en gran medida, el poder especial del Espíritu Santo que Dios anhelaba impartirles. El enemigo les impidió que obtuvieran esa eficiencia que pudiera haber sido suya para llevar la verdad al mundo, tal como los apóstoles la proclamaron después del día de Pentecostés. Fue resistida la luz que ha de alumbrar toda la tierra con su gloria, y en gran medida ha sido mantenida lejos del mundo por el proceder de nuestros propios hermanos" (Mensajes Selectos, vol. I, 276).
Desgranemos la declaración citada, hecha en 1896:
‘Qué hacer con esas inquietantes realidades’, ha sido el asunto por de décadas de perplejidad. Anular la evidencia o evadir la verdad obvia no es la forma de encontrar la solución a nuestras dificultades. No satisfará jamás a las mentes sinceras.
Los judíos han tenido un problema similar desde hace siglos, intentando explicar a sus hijos por qué no ha aparecido el esperado Mesías. Ciertamente embarazoso. Cuando Joseph Wolff pidió insistentemente a su padre que le explicara quién era el Siervo Sufriente de Isaías 53 sino Cristo, su padre le prohibió terminantemente formular nunca más esa pregunta. ¡El único proceder seguro para nosotros, es recibir con agrado la plena exposición de la verdad! La iglesia no estará nunca motivada a terminar la obra mundial del evangelio hasta que tenga una comprensión exacta de por qué la venida del Señor ha sido diferida por tan largo tiempo, y renueve la confianza escatológica de los pioneros.
Seguramente se puede confeccionar una larga lista de razones para la demora (1). Pero la solución directa a todas ellas iba a ser provista en el derramamiento verdaderamente pentecostal del Espíritu Santo en la lluvia tardía de 1888. Por lo tanto, el rechazo de esa solución inspirada para nuestros numerosos problemas constituye la causa básica del prolongado retraso, de igual modo que el problema básico que ha afligido a los judíos en los pasados dos mil años es su rechazo al Mesías. “1888” merece la atención especial de esta generación.
La comparación de nuestro rechazo de la luz en 1888 con el rechazo de Cristo por parte de los judíos no es una comparación forzada. Desde el tiempo de la asamblea de 1888, y también en los años que siguieron, Ellen White se mostró persuadida de que estábamos repitiendo la tragedia de la incredulidad de los antiguos judíos:
Cuando repaso la historia de la nación judía y veo la forma en que tropezaron por no andar en la luz, he logrado comprender dónde podemos ser llevados como pueblo si rechazáramos la luz que Dios nos da. Tenéis ojos y no veis, oídos y no oís. Ahora, hermanos, se nos ha enviado luz, y queremos estar donde podamos aferrarnos a ella ... Veo vuestro peligro y os quiero prevenir...
Si los pastores no reciben la luz [presentada en la propia asamblea de 1888], quiero dar al pueblo una oportunidad; quizá ellos puedan recibirla ... como la nación judía... (Manuscrito 9, 1888; sermón dado el 24 de octubre de 1888; A.V. Olson, Through Crisis to Victory, 292).
Ocho días más tarde, repitió:
Cuando los judíos dieron el primer paso en el rechazo a Cristo, dieron un paso peligroso. Cuando posteriormente se acumuló la evidencia de que Jesús de Nazaret era el Mesías, tuvieron demasiado orgullo como para reconocer que habían errado.
...ellos [los hermanos adventistas], lo mismo que los judíos, daban por sentado que poseían toda la verdad, y sentían cierta animadversión hacia quien pudiera suponer que tenía ideas más correctas que ellos mismos en cuanto a la verdad. Decidieron que toda la evidencia acumulada no tendría para ellos más peso que la paja, y enseñaron a otros que la doctrina no era verdadera, y más tarde, cuando vieron la luz, estaban tan abocados a condenar, tenían demasiado orgullo como para decir ‘me equivoqué’; acarician todavía la duda e incredulidad, y son demasiado orgullosos como para reconocer que sus convicciones...
No es conveniente para uno de estos hombres jóvenes [Jones o Waggoner] tomar una decisión en este encuentro, donde la oposición, más que la investigación, está a la orden del día (Manuscrito 95, 1888; sermón del 1 de noviembre de 1888; Olson, Through Crisis to Victory, 300-301).
En 1890, Ellen White llama la atención del pueblo al tema de “como los judíos”:
Aquellos a quienes Cristo ha dotado de gran luz, a quienes Dios ha rodeado de preciosas oportunidades, están en peligro, si no andan en su luz, de llenarse de opiniones orgullosas y exaltación propia como fue el caso con los judíos (Review and Herald, 4 febrero 1890).
Que no se nos encuentre entregados a subterfugios y a la colocación de perchas donde colgar las dudas en cuanto a la luz que Dios nos ha enviado. Cuando se lleva a vuestra atención un punto de doctrina que no comprendéis, poneos de rodillas, para que podáis comprender cuál es la verdad, y que no seáis hallados, como sucedió con los judíos, luchando contra Dios...
Durante cerca de dos años hemos alertado a las personas a venir y aceptar la luz y la verdad concerniente a la justicia de Cristo, y estas no sabe qué hacer, si abrazar o no esa preciosa verdad (Id. 11 marzo 1890).
¿Por cuanto tiempo se mantendrán apartados del mensaje de Dios los que están a la cabeza de la obra? (Id. 18 marzo 1890).
Si pudiéramos hacer algo por ayudar a los judíos en el muro de las lamentaciones, sería urgirles a estudiar de primera mano los registros existentes sobre Jesús de Nazaret, para que pudiesen ver en él el cumplimiento de las profecías que vanamente esperan en el futuro.
Sería igualmente sensato para nosotros que estudiásemos de primera mano el registro existente del propio mensaje de 1888, y permitiésemos que su gloriosa luz brillase en nuestros corazones hoy. El mensaje de 1888, tal como fue proclamado por los mensajeros originales enviados del cielo, abunda en conceptos que expanden la mente y que son prácticamente desconocidos para la generación actual.
Una vez cumplido nuestro deber y habiendo comprendido bien cuál fue el comienzo de la lluvia tardía y el fuerte pregón estaremos mejor preparados para comprender el presente, rechazar falsificaciones y engaños, y enfrentar el futuro con un mensaje restaurador para los hombres, que acelerará el retorno de nuestro Señor.
Ese es el propósito de este libro.
Nota:
1. L.E. Froom, en Movement of Destiny dedica dos extensos capítulos, el 1º y 2º, al tema de la “Demora de la segunda venida: motivos divinos desvelados” (p. 561-603). Su lectura lleva fácilmente a la confusión y el desánimo. La única solución simple a todos los problemas que han demorado el retorno de Cristo es la fe. Fe genuina, fe incondicional en Cristo. El mensaje de 1888 tenía por objeto remediar la falta de ella.
Capítulo 2
El seguro derramamiento del Espíritu Santo
(índice)
Algunas veces los alumnos en la escuela han de enfrentar el desafío de tener que estudiar para un examen final en el que todo se reduce a contestar una única pregunta. Pero es una pregunta tan abarcante y decisiva como para poner a prueba sus capacidades.
Podría muy bien ser que la prueba final para el pueblo de Dios consista en una sola cuestión: ¿Eres capaz de reconocer el derramamiento del Espíritu Santo? Es previsible que haya de verse confrontado a dos demostraciones paralelas: de un lado la auténtica, por parte del Espíritu Santo; y del otro, a una extraordinariamente sutil pero falsa imitación. La cuestión única y crucial sería: di cuál es cual.
Antes del principio del derramamiento de la lluvia tardía en 1888, Ellen White había declarado que deberíamos afrontar falsificaciones del Espíritu Santo de carácter muy engañoso. Distinguir entre lo genuino y su falsificación puede determinar nuestro destino eterno:
Antes que los juicios de Dios caigan finalmente sobre la tierra, habrá en el pueblo del Señor un avivamiento de la piedad primitiva cual no se ha visto nunca desde los tiempos apostólicos. El Espíritu y el poder de Dios serán derramados sobre sus hijos... El enemigo de las almas desea impedir esta obra, y antes que llegue el tiempo para que se produzca tal movimiento, tratará de evitarlo introduciendo una falsa imitación. Hará aparecer como que la bendición especial de Dios es derramada sobre las iglesias que pueda colocar bajo su poder seductor; allí se manifestará lo que se considerará como un gran interés por lo religioso. Multitudes se alegrarán de que Dios esté obrando maravillosamente en su favor, cuando, en realidad, la obra provendrá de otro espíritu" (El Conflicto de los Siglos, 517).
El título del capítulo en el que se encuentra esa declaración (el 28), reza en el original: “Reavivamientos modernos”, y expone muchas de las ideas falsas que fueron populares entre los reavivadores de la última parte del siglo XIX. Ninguna falsificación puede engañar a quien posea una correcta comprensión de la “justificación por la fe”. Pero en el siglo pasado había considerable confusión, y hoy hay incluso más. El subjetivismo de los movimientos “pentecostales” modernos tiene sus raíces en los reavivamientos anteriores a 1888, que se extendieron por las iglesias populares.
El movimiento pentecostal moderno ha hecho grandes esfuerzos para captar la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Citaremos un ejemplo:
En la iglesia cristiana sopla hoy una brisa refrescante, purificadora y vigorizante. Hasta cierto punto, toda denominación siente los efectos de esa brisa...
Ese reavivamiento o renovación carismática, como se la ha llamado, viene de Dios. Fue iniciada por Dios y es llevada adelante por él mismo. Se fortalece por el Espíritu Santo para gloria de Dios. Una vez más el Espíritu Santo se manifiesta a sí mismo con el mismo poder y dones que caracterizó a la era apostólica" (Full Gospel Business Men’s Fellowship Voice, marzo 1967).
Un miembro de la Iglesia Adventista cuenta su historia tal como aparece en la revista Insight:
Durante dos años esperé esa ... maravillosa experiencia del bautismo ... y no la pude encontrar en mi propia iglesia ... No estábamos deseando todo cuanto Dios tiene para ofrecernos, ¿comprende? ... hablar en lenguas. Pero yo quería lo que Dios quería darme. Y lo buscaba. Dios me hizo derribar las barreras del denominacionalismo y fui a otros lugares, y finalmente, el 29 de marzo de 1970, en Easter Sunday (Dominical del Este), Dios derramó en mí su Espíritu y me dio la maravillosa evidencia que había prometido -dando el Espíritu manifestación de ello- y habiéndome dado expresión el Espíritu, canté en el maravilloso lenguaje del cielo.
El autor del artículo en el que se cita esta declaración continúa explicando las circunstancias... los adventistas estaban siendo “convertidos”:
Lo único de inusual en ese testimonio es que lo daba un adventista. Se encontraba en Riverside (California), en la primavera de 1972, en una reunión en esa ciudad, sede de Full Gospel Business Men’s Fellowship International. La reunión comenzó alabando a Dios por las señales y maravillas. Concluyó con un plan para traer el bautismo del Espíritu Santo, don de lenguas incluido, a la Iglesia Adventista.
Los empresarios presentes ofrecieron 2.500 dólares para enviar la publicación de su organización -The Voice- a los pastores adventistas de todo el mundo. Es una publicación que abunda en milagros, informa de curaciones, lenguas desconocidas, revelaciones proféticas, todos esos fenómenos característicos del movimiento carismático (Insight, 15 mayo 1973, 13-14).
Si ese “Espíritu Santo” era una falsificación, ¿dónde está el genuino? En alguna parte debe estar el genuino, ya que tenemos estas promesas divinas:
Y será en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán, y vuestros mancebos verán visiones y vuestros viejos soñarán sueños. Y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días derramaré de mi Espíritu y profetizarán. Y daré prodigios arriba en el cielo, y señales abajo en la tierra, sangre y fuego y vapor de humo: el sol se volverá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el día del Señor, grande y manifiesto; y será que todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo (Hechos 2:17-21).
Y después de estas cosas vi otro ángel descender del cielo teniendo grande potencia; y la tierra fue alumbrada de su gloria. Y clamó con fortaleza en alta voz, diciendo: Caída es, caída es la grande Babilonia, y es hecha habitación de demonios y guarida de todo espíritu inmundo, y albergue de todas aves sucias y aborrecibles. Porque todas las gentes han bebido del vino del furor de su fornicación; y los reyes de la tierra han fornicado con ella, y los mercaderes de la tierra se han enriquecido de la potencia de sus deleites. Y oí otra voz del cielo que decía: Salid de ella, pueblo mío, porque no seáis participantes de sus pecados, y que no recibáis de sus plagas (Apoc 18:1-4).
Hace más de setenta años, un presidente de la Asociación General reconoció el cumplimiento inicial de la profecía de ese “cuarto ángel” en el mensaje de 1888:
En el año 1888 se dio a la Iglesia Adventista del Séptimo Día un mensaje muy definido de despertar. En aquel tiempo se lo designó “el mensaje de la justicia por la fe”. Ambos, el mensaje mismo y la forma en que fue dado, causaron una profunda y duradera impresión en las mentes de los pastores y el pueblo, y el transcurso del tiempo no ha podido borrar de la memoria esa impresión. Hasta hoy día, muchos de los que oyeron el mensaje desde el comienzo, están profundamente interesados y entregados a él. En el transcurso de estos largos años han mantenido la firme convicción, y han acariciado la alegre esperanza de que algún día ese mensaje pueda alcanzar entre nosotros una gran prominencia, y que obre en la iglesia la purificación y regeneración para los que creen que el Señor lo envió (A.G. Daniells, Christ Our Righteousness, 23).
Daniells se vio constreñido a añadir:
El mensaje nunca fue aceptado ni anunciado, ni le fue dado libre curso en su debida forma para traer sobre la iglesia las bendiciones sin límite que están contenidas en él (Id. 47, escrito 38 años después del encuentro de 1888 en Minneapolis).
Un examen de las publicaciones denominacionales demuestra la veracidad de la anterior declaración. Con la excepción de los conceptos implícitos en los escritos del Espíritu de Profecía, la investigación indica que en las décadas anteriores y posteriores a 1926 el mensaje de 1888 había quedado tan perdido y enterrado como Pompeya bajo las cenizas del Vesubio. Podemos tener mucha de la así llamada ‘justificación por la fe’, pero es profundamente diferente de la luz que el Señor dio a este pueblo en el mensaje de 1888. Y no solamente el movimiento carismático ha hecho intentos por seducir a la iglesia remanente mediante un evangelio exageradamente subjetivo, sino que el extremo opuesto de un evangelio de tipo calvinista, puramente objetivo, ha tomado ventaja de nuestra amplia ignorancia en cuanto al contenido del mensaje de 1888.
Ellen White animó a la iglesia a creer que el verdadero derramamiento del Espíritu Santo venía junto al mensaje de 1888:
En su gran misericordia el Señor envió un preciosísimo mensaje a su pueblo por medio de los pastores Waggoner y Jones. Este mensaje tenía que presentar en forma más destacada ante el mundo al sublime Salvador, el sacrificio por los pecados del mundo entero. Presentaba la justificación por la fe en el Garante; invitaba a la gente a recibir la justicia de Cristo, que se manifiesta en la obediencia a todos los mandamientos de Dios... Es el mensaje del tercer ángel, que ha de ser proclamado en alta voz y acompañado por el abundante derramamiento de su Espíritu (1895, Testimonios para los Ministros, 91-92).
Entre los allegados a Ellen White, la convicción general era que la lluvia tardía había comenzado. El que sigue es un ejemplo (habla A.T. Jones):
Hace poco recibí una carta del hermano [G.B.] Starr en Australia. Leeré dos o tres frases que vienen al punto en este momento de nuestro estudio: “La hermana White dice que estamos en la era de la lluvia tardía desde el encuentro de Minneapolis [en 1888]" (General Conference Bulletin, 1893, 377).
Dos años antes, E.J. Waggoner había reconocido lo siguiente:
Cuando tenemos una fe firme en que Cristo habita en nosotros, podemos ir a trabajar por otros con poder, unificando nuestras voces con las de los ángeles del cielo, y entonces el mensaje se abrirá paso con fuerte pregón... Esta noche me gozo en la convicción de que el fuerte pregón está comenzando (Id. 1891, 245-246).
Aquí se reproduce el registro de la confesión hecha por la congregación reunida en la Asamblea de la Asociación General de 1893. A.T. Jones pregunta, y la congregación responde:
Ahora hermanos, ¿cuándo comenzamos como pueblo con el mensaje de la justicia de Cristo? [Uno o dos en el auditorio: ‘Hace tres o cuatro años’. ¿Cuántos?: ¿tres?, ¿o cuatro? [Congregación: ‘Cuatro’] Si; cuatro. ¿Dónde fue? [Congregación: ‘En Minneapolis’] ¿Qué rechazaron pues los hermanos en Minneapolis? [Algunos de la congregación: ‘El fuerte pregón’] ¿Qué es ese mensaje de justicia? El Testimonio nos ha dicho lo que es: el fuerte pregón -la lluvia tardía. Entonces, los hermanos que adoptaron esa tremenda posición en Minneapolis, ¿qué rechazaron? Rechazaron la lluvia tardía, el fuerte pregón del mensaje del tercer ángel (Id. 1893, 183).
Unámonos imaginariamente con la congregación que aquella noche escuchaba en atento silencio:
Y hermanos, ha llegado el momento de retomar esta noche lo que rechazamos allí. Nadie entre nosotros ha sido capaz siquiera de soñar la maravillosa bendición que Dios tenía para nosotros en Minneapolis, y que habríamos podido disfrutar en estos cuatro años si los corazones hubieran estado dispuestos a recibir el mensaje que Dios envió. Estaríamos cuatro años más adelante, esta noche estaríamos en medio de las maravillas del fuerte pregón mismo. ¿No nos decía el Espíritu de Profecía allí, en aquel tiempo, que la bendición rondaba sobre nuestras cabezas? (Id.)
O.A. Olsen, presidente de la Asociación General, fue conmovido por esa presentación. El día siguiente declaró ante los delegados:
La presencia de Dios está convirtiendo este lugar en cada vez más solemne. Presumo que nadie entre nosotros ha estado jamás en una reunión como esta. El Señor está ciertamente acercándose a nosotros, y está revelando las cosas más y más, cosas que no habíamos comprendido ni apreciado tan plenamente hasta ahora...
Anoche tuve un sentimiento de gran solemnidad. El lugar se convirtió para mí en grandioso, en razón de la proximidad de Dios, del solemne testimonio que se nos dio aquí...
Algunos se pueden sentir atribulados por la alusión hecha a Minneapolis. Sé que algunos se han sentido agraviados y afligidos debido a la referencia hecha a ese encuentro y a la situación allí. Pero téngase presente que la única razón por la que alguien se pudiera sentir así es un espíritu obstinado por su parte... El mismo hecho de que uno se sienta agraviado, delata al instante la semilla de la rebelión en el corazón (Id. 188).
Otro de los oradores prominentes en 1893 que reconoció -al menos en parte- lo que estaba sucediendo, fue W.W. Prescott:
Cuando pienso que durante cuatro años hemos estado en el tiempo de la lluvia tardía, y que Dios ha querido derramar su Espíritu para la restauración de esos dones, que su obra podría avanzar con poder y que desea que nos unamos con gozo en la obra cooperando con él de todo corazón, se me antoja que nosotros hemos sido las manos que han impedido y los pies que no han querido andar; y que más bien que permitir que se quebrante nuestra alma, esta se ha resistido (Id. 463).
Desde las amarillentas páginas del Bulletin de 1893 le asalta a uno la expectación de la inminente lluvia tardía. ¡Desde los gloriosos días del clamor de media noche de 1844, los corazones del pueblo de Dios no habían palpitado con una esperanza escatológica tal!
Entonces, cuando el mensaje de la justicia de Dios -la justicia de Dios que es por la fe de Jesucristo, la obra justa de Dios-, cuando eso se acepta, cuando accedemos a recibirlo y cuando su pueblo lo mantiene, ¿en qué se traduce eso, en relación con la obra de Dios en la tierra? -No pasará mucho tiempo antes que todo sea hecho...
Es ahora el tiempo en el que la obra será acabada en breve, y estamos en medio de las escenas que van a clausurar la historia de este mundo... pero la lluvia tardía es la doctrina de justicia. ¿Cuándo comenzamos como pueblo con el mensaje de la justicia de Cristo? [Uno o dos en el auditorio: ‘Hace tres o cuatro años’. ¿Cuántos?: ¿tres?, ¿o cuatro? [Congregación: ‘Cuatro’] Si; cuatro. ¿Dónde fue? [Congregación: ‘En Minneapolis’]...
Ahora bien, el mensaje de la justicia de Cristo es el fuerte pregón. Es la lluvia tardía (Id. 243).
¿No se habría quedado estupefacta la congregación en aquella noche, de haber sabido que pasaría al menos un siglo antes que fuese oído el llamamiento misericordioso de Dios? En la historia de la Iglesia Adventista se han escrito muchos libros desde entonces. Extrañamente, ninguno ha desvelado el significado real del mensaje de 1888 en la historia, excepción hecha del de L.E. Froom, Movement of Destiny, publicado en 1971. Froom identifica sin vacilación el mensaje de 1888 como el comienzo de la lluvia tardía:
Hubo, pues, en los años noventa, no ya solamente una exposición, sino una manifestación del poder de la justicia por la fe como anticipo del poder destinado a culminar en el fuerte pregón, del cual se dieron manifestaciones prácticas. La hermana White manifestó expresamente que lo que estaba teniendo lugar era en realidad el comenzo de la lluvia tardía (p. 345).
El mensaje de Minneapolis vino a ser preciosísimo para el corazón de [F.H.] Westphal. Dijo que era ‘dulce melodía para su alma’. Regresó a Plainfield, Wisconsin, e hizo saber a la iglesia que la lluvia tardía había comenzado. Como resultado, un granjero vendió su granja, dedicó gran parte de su dinero a la obra del Señor, comenzó a colportar y fue finalmente ordenado para el ministerio (p. 262).
Quien niega que el fuerte pregón comenzó a sonar en 1888, impugna la veracidad del Espíritu de Profecía. Quien asevera que la lluvia tardía no comenzó entonces a caer, desafía la integridad del mensaje que Dios nos entregó (p. 667).
Como sabe todo estudioso de este tema, esas verdades de 1888 no han alcanzado todavía su plenitud, tal como se nos dice que deben alcanzar y alcanzarán antes y a medida que entramos en nuestra fase final de testificación al mundo. Vendrán a ser entonces de una forma muy definida el centro álgido de nuestra presentación final al mundo. Los ‘movimientos finales’ serán ‘rápidos’, llenos del Espíritu, centrados en Cristo, llenos de mensaje, movimientos sobreabundantes en la justificación por la fe... Las verdades gloriosas de 1888 triunfarán (p. 521).
La “bienaventurada esperanza” que sostuvo a los pioneros adventistas fue la de ver a Jesús personalmente en su retorno y ser trasladados sin conocer la muerte. El mensaje de 1888 reavivó esta esperanza de traslación. A.T. Jones citó la declaración que encontramos en Joyas de los Testimonios, tomo I, 187: “Los que resisten en cada punto, que soportan cada prueba y vencen, a cualquier precio que sea, han escuchado el consejo del Testigo fiel y recibirán la lluvia tardía, y estarán preparados para la traslación” Por si no pareciese suficiente:
Hermanos, es aquí donde estamos. Actuemos en consecuencia. Demos gracias al Señor porque se relaciona todavía con nosotros para salvarnos de nuestros errores y peligros, para guardarnos de los caminos equivocados y para derramar sobre nosotros la lluvia tardía a fin de que podamos ser trasladados. Eso es lo que el mensaje significa para mí y para vosotros: traslación (A.T. Jones, General Conference Bulletin, 1893, 185).
Pocos días después volvió al mismo tema:
Hermanos, ¿no es de gran ánimo el pensamiento de que... la lluvia tardía va a preparar para la traslación? Ahora, ¿dónde debe ser derramada la lluvia tardía, y cuándo? Ahora es el tiempo para la lluvia tardía, ¿y cuándo es el tiempo para el fuerte pregón? [Voz: ‘Ahora’] ¿Para qué va a prepararnos? [Voz: ‘Para la traslación’]. Me anima mucho considerar que las pruebas que el Señor nos está dando ahora son para prepararnos para la traslación. Y cuando viene y nos habla a ti y a mí, es porque quiere trasladarnos, pero no puede trasladar el pecado, ¿no os parece? Por lo tanto, su único propósito al mostrarnos las dimensiones del pecado es poder salvarnos de él y trasladarnos. ¿Nos desanimaremos, pues, cuando él nos manifiesta nuestros pecados? No; agradezcámosle que él nos quiera trasladar, y él quiere hacerlo hasta el punto que quiere alejar nuestros pecados del camino lo antes posible (Id. 205).
La clara apreciación del mensaje de la reforma pro-salud guardó estrecha relación con la noción de preparación para la traslación:
Ahora, allí mismo hay otra cosa. Estamos viviendo en vista de otra circunstancia terrible, es decir, si ese mensaje que debemos ahora dar no es recibido, lleva aparejada la funesta consecuencia de que se recibirá en su lugar el vino de la ira de Dios ... Y la obra que va a enfrentarnos con el hecho aquí referido ya ha comenzado. Por lo tanto, ¿no va a dar eso al mensaje de la reforma pro-salud una fuerza de la que no ha gozado hasta ahora? Cuando la reforma pro-salud fue dada al pueblo de Dios fue definida como aquello que prepararía al pueblo para la traslación... Pero debemos pasar por las siete últimas plagas antes de ser trasladados; y si la sangre de un hombre es impura y llena de elementos inapropiados, ¿será capaz de superar ese tiempo, en que el aire estará envenenado de pestilencia? Ciertamente no podrá (A.T. Jones, Id. 8 y 89).
Ocurrió un acontecimiento nacional relevante que llenó la era de 1888 de sorprendente significado. Los adventistas siempre habían creído que de una forma virtualmente simultánea con el derramamiento del Espíritu Santo en la lluvia tardía vendría la ley dominical nacional prefigurada en la profecía de la marca de la bestia. En dos siglos de historia nacional, el Congreso americano no había estado jamás tan cerca de aprobar una ley dominical nacional como lo estuvo durante el auge de la justificación por la fe en 1888. “En 1888, el senador H.W. Blair de New Hampshire introdujo un documento dominical en el Congreso de Estados Unidos, urgiendo la observancia del domingo en todos los territorios federales como ‘día de adoración’, y también una enmienda educacional-religiosa a la Constitución” (Seventh-Day Adventist Encyclopedia, edición revisada, 1437). Justamente después de la sesión de la Asamblea General de 1888 en Minneapolis, Ellen White escribió:
Vemos que se están haciendo esfuerzos para restringir nuestras libertades religiosas. La cuestión del domingo está asumiendo grandes proporciones. Se está urgiendo en el Congreso una enmienda a la Constitución, y si prospera, la opresión no tardará (Review and Herald, 8 diciembre 1888).
Apenas había terminado A.T. Jones sus obligaciones en la sesión de la Conferencia General de 1888, cuando fue llamado a Washington, D.C. para hacer una presentación ante el Comité de la Educación y Trabajo del Senado de Estados Unidos, el 13 de diciembre de 1888 (“La Ley Nacional Dominical, Discusión de A.T. Jones”, Oakland, California, American Sentinel, 1890). El éxito de Jones al oponerse al documento de Blair hizo, naturalmente, más prominentes las presentaciones sobre la justificación por la fe. La agitación posterior en relación con el domingo, hacia finales de 1893, en la Feria Mundial de Chicago, produjo un clima tenso para los delegados, en la sesión de la Asamblea General de aquel año:
A modo de comienzo, y para sentar las bases de lo por venir, echaremos una ojeada a la situación ante nosotros tal cual es esta noche en el gobierno de Estados Unidos. Y por esta razón voy a relatar las experiencias de lo escuchado recientemente en Washington (Bulletin, 399).
Cuando [el Congreso] puso allí esa restricción, y manifestó que los responsables debían firmar un acuerdo para cerrar la Feria Mundial en domingo -‘el Sabbath cristiano’, como calificó el Congreso al domingo- antes de recibir ninguna remuneración, hubiese podido exigir con el mismo derecho que el director de la Feria Mundial se sometiese al bautismo cristiano antes de poder recibir ningún pago...
Si el Congreso puede definir lo que es el Sabbath cristiano, entonces puede requerir cualquier otra cosa en la religión cristiana (Id, 50).
Estas son algunas de las cosas que están ocurriendo ante nosotros. Ahora el estudio será sobre lo que pronto va a venir sobre nosotros, en vista de lo que ahora está pasando. Cuando veamos eso, como el Testimonio ha dicho, veremos la necesidad, reconoceremos la necesidad de que el Espíritu Santo sea reconocido, recibido y presentado a la gente. Y aquí es donde estamos, hermanos, como ha dicho el hermano Prescott. La única pregunta es: ¿buscaremos a Dios para el poder de su Espíritu Santo? (Id. 52).
Aquellos de entre nuestro pueblo que estaban alerta, resultaron conmovidos, como no podía ser menos. El Congreso había declarado que el “Sabbath cristiano” era el domingo. El clero se manifestaba a punto de pisotear las convicciones de los guardadores del sábado. Nuestro pueblo se mantuvo meditando en ese familiar texto: “Tiempo es de hacer, oh Jehová. Disipado han tu ley” (Sal 119:126). El pastor Jones hizo un poderoso llamado:
¿No es esa palabra la oración que Dios ha puesto en nuestros labios en este tiempo?... ¿estáis viviendo día tras día... ante ese terrible hecho, que es tiempo para Dios de actuar, si es que su integridad debe ser mantenida en todo el mundo?... Nos lleva al punto de una consagración tal como la que ninguna de nuestras almas había soñado antes; una tal consagración, una tal devoción, que nos mantenga en la presencia de Dios, con ese grandioso pensamiento de que ‘Tiempo es de hacer, oh Jehová. Disipado han tu ley’ (Id. 73).
La justicia por la fe carece de sentido a menos que motive a la consagración que lleva al sacrificio y al servicio. El mensaje de Jones y Waggoner era eficaz y práctico por cuanto demandaba y motivaba a una devoción cabal:
Debemos advertir a la gente del mundo contra este poder [la bestia y su imagen]... y atraerlos fuera de él, hacia Dios. Ahora bien, ¿puedo realizar eso con alguna fuerza, si guardo alguna conexión con el mundo o la mundanalidad? [Congregación: No] Si comparto un espíritu mundano y una disposición e inclinación mundanas, quiero saber cómo voy a advertir a la gente a fin de que se separe enteramente del mundo. ¿Cómo va a haber alguna fuerza en mis palabras para que alguien lo haga?... No importa si usted es un pastor o no, si es un adventista del séptimo día o sólo un profeso adventista... Quiero saber: ¿cómo va a hacer válida esa profesión, si está de alguna manera conectado con este mundo en espíritu, mente, pensamiento, deseos o inclinaciones? No amigo; una conexión con el mundo no mayor que el espesor de un cabello le quitará el poder que debe haber en el llamado para advertir a todos contra ese poder malvado mundanal, al efecto de que puedan separarse completamente de él (Id. 123).
El mensaje era el adecuado a aquella crisis. Los mensajeros estaban haciendo un llamamiento a la plena consagración al Señor en lenguaje claro y sencillo:
Es un espléndido cuadro el que describió el hermano Porter hace poco tiempo: que el profeta buscó a los que daban ese mensaje, pero buscó demasiado abajo. El ángel dijo: ‘Mira más arriba’. Gracias a Dios, están por encima del mundo. Es allí a donde pertenecen. Más arriba del mundo, en un fundamento que Dios ha establecido para que caminen por él. Y todos aquellos que estén tan abajo como para que uno tenga que mirar al mundo para verlos, están descalificados para dar el mensaje del tercer ángel. Debemos estar por encima del mundo. Por lo tanto, librémonos de él, hermanos (Id.)
Llamados como el siguiente indujeron a un granjero de Plainfield, Wisconsin, a vender su granja e implicarse en el trabajo del Señor:
Hermanos, lo peor que puede pasarle a un adventista con medios es que Dios tenga que pasarlo por alto y buscar a algún otro que esté dispuesto a dar lo que se necesite. Un adventista que vive para sí es el peor hombre en este mundo. Hemos llegado a un punto en el que Dios quiere que empleemos todo cuanto tenemos. Y cuando creemos eso, nuestros medios y nosotros mismos serviremos para su uso, su obra pronto será concluida y entonces no necesitaremos más medios. Esa es la situación actual (Id. 111: Froom, Movement of Destiny, 262).
Nunca, desde el clamor de media noche de 1844 se habían conmovido tan profundamente los corazones. ¡Habían comenzado la lluvia tardía y el fuerte pregón! No es extraño que el presidente de la Asociación General exclamase: “La presencia de Dios está convirtiendo este lugar en más y más solemne cada vez. Presumo que nadie entre nosotros ha estado jamás en una reunión como esta”. ¿Cómo se habría sentido el lector, de haberse encontrado escuchando estas palabras?:
Es tiempo de que el mensaje del tercer ángel alcance a toda nación del mundo...
¿Estamos preparados para ir? Siendo ese el mensaje, ¿no corresponde a cada uno de quienes lo profesan el estar dispuesto a ir hasta lo último de la tierra cuando Dios lo llame a ir?... Los que rechazan el llamado de Dios de ir a la parte que sea del mundo son indignos de la confianza que Dios ha puesto en nosotros en el mensaje del tercer ángel, ¿no es así? Eso nos enfrenta una vez más a una consagración tal como no se haya visto jamás entre los adventistas. Nos emplaza ante una consagración en la que todo, el hogar, la familia, las propiedades, son entregados en las manos de Dios a fin de permitirle llamarnos y enviarnos o enviar nuestros medios donde él determine, y hacer lo que él juzgue oportuno con nosotros...
Estas cosas tal como ahora están, ejercen un impulso sobre la fe sincera mayor del que jamás hayan ejercido anteriormente... Os digo que atraen al hombre. Siento su atracción en mí. Todo cuanto puedo decir, hermanos, es: permitamos que ejerzan su atracción (Id. 110-111).
En la misma sesión, el pastor S.N. Haskell tenía una convicción similar. Más tarde fue hasta los lugares remotos de la tierra:
Entonces, ¿qué haremos si somos poseedores de la gracia? Espero que dejaremos nuestras casas. Espero que estaremos felices de dejar nuestras casas y dedicarlas a la causa de nuestro Señor Jesucristo, y ser los medios para llevar la verdad hasta lo último de la tierra... Si nuestro interés es limitado, haremos unas pocas oraciones -y eso está bien; podemos también enviar algunos periódicos-. No está mal, pero ¿cuántos de nosotros nos daremos a nosotros mismos, rendiremos nuestros intereses y nuestras vidas para estar implicados de tal manera en la obra de Dios que nuestra práctica esté en total armonía con la obra del Señor y Salvador Jesucristo? (Id. 131).
Algunos consagraron de esa manera todo su ser a Jesús. El mensaje tenía poder. Hasta fueron re-bautizados pastores ordenados (1). Ese tipo de consagración hablará a los corazones de los pastores:
Esa es la cuestión, no quién será el más grande en la Asociación, o quién será el mayor en la iglesia, o quién tendrá esta o aquella posición en la Iglesia o el Consejo. No ciertamente, sino ¿quién se aproximará más a la semejanza con Cristo? (Id. 169).
¿Estamos nosotros hoy ahí? ¿Veremos en nuestra generación la gloria de Dios desplegada en la consumación de su obra?
¿Cuál era el contenido del mensaje de 1888, para tener tan gran poder de conmover los corazones?
Se puede resumir en una palabra: Cristo.
Finalmente, dos pastores adventistas habían vislumbrado el que debe ser nuestro gran tema para el mundo:
Los adventistas del séptimo día debieran destacarse entre todos los que profesan ser cristianos, en cuanto a levantar a Cristo ante el mundo. La proclamación del mensaje del tercer ángel exige la presentación de la verdad del sábado. Esta verdad, junto con las otras incluidas en el mensaje, ha de ser proclamada; pero el gran centro de atracción, Cristo Jesús, no debe ser dejado a un lado. Es en la cruz de Cristo donde la misericordia y la verdad se encuentran, y donde la justicia y la paz se besan.
El pecador debe ser inducido a mirar al Calvario; con la sencilla fe de un niñito debe confiar en los méritos del Salvador, aceptar su justicia, creer en su misericordia (Ellen White, Obreros evangélicos, 164-165).
Nota:
1. W.S. Hayatt fue uno de ellos (Froom, Movement of Destiny, 257); También lo fueron el Dr. Daniel H. Kress y su esposa (ver Under the Guiding Hand, 112-113).
Capítulo 3
Cristo, el centro del mensaje de 1888.
(índice)
Jones y Waggoner fueron unánimes al exaltar a Cristo enfáticamente como al Ser divino. Sus presentaciones maduras no estuvieron manchadas por ninguna concepción de Cristo como siendo menos que eternamente preexistente, e igual al Padre. Véase la manera en la que Waggoner exalta a Cristo en Las buenas nuevas, Gálatas versículo a versículo, 92:
Cristo fue mediador desde antes que el pecado entrase en el mundo, y lo seguirá siendo cuando no exista ya pecado en el universo ni necesidad de expiación... Es la imagen misma de la sustancia del Padre... No se hizo mediador por primera vez en ocasión de la caída del hombre, sino que lo fue desde la eternidad. Nadie -no solamente ningún hombre, sino ningún ser creado, viene al Padre sino por Cristo.
Jones coincidió con Waggoner en la misma proclamación de la plena deidad de nuestro Salvador:
En el primer capítulo de Hebreos se revela a Cristo como Dios, del nombre de Dios, porque posee la naturaleza de Dios. Y hasta tal punto, que es la misma imagen de su sustancia. Tal es Cristo el Salvador, Espíritu del Espíritu, sustancia de la sustancia de Dios. Y es esencial reconocer eso en el primer capítulo de Hebreos, al efecto de comprender lo que implica su naturaleza como hombre, en el segundo capítulo del libro (El Camino consagrado a la perfección cristiana, 17).
El núcleo del mensaje de 1888 consistió en un redescubrimiento de la justificación por la fe del Nuevo Testamento. Pero los mensajeros lograron eliminar la escoria de muchos siglos de árido debate. Su comprensión del mensaje de los tres ángeles de Apocalipsis 14 según la luz de la purificación del santuario, restauró su visión al nivel de la primitiva pureza apostólica, e iba a preparar a un pueblo para la venida de Cristo. Veamos un ejemplo:
El justo vivirá por la fe. ¿Cuánto de la vida de un hombre debe ser justo? Todo, en todo momento, ya que el justo vivirá por la fe...
Ninguno de nuestros actos puede ser justo simplemente por la ley. Solamente por la fe puede un hombre, o cualquiera de sus acciones, ser justo. La ley juzga al hombre por sus obras, y esta es tan inconmensurablemente elevada que ninguna obra humana puede alcanzar su altura. Debe haber, por lo tanto, un Mediador a través del cual se pueda obtener la justificación...
Todos los actos de la humanidad están viciados...
En Cristo se encuentra la perfecta justicia de la ley, y la gracia de otorgar el don de su justicia mediante la fe. Los mismos profetas dan testimonio de ello, dado que predicaron la justificación en Cristo por la fe...
Una sola cosa es lo que un hombre necesita en este mundo, que es justificación. Y la justificación es un hecho, no una teoría. Es el evangelio... La justicia puede alcanzarse únicamente por la fe; en consecuencia todo cuanto sea digno de predicarse debe llevar a la justificación por la fe...
Necesitamos la justicia de Cristo tanto para justificar el presente como para hacer perfectos los imperfectos actos del pasado" (Waggoner, General Conference Bulletin, 1891, 75).
Nos sorprende que alguien haya podido suponer que la doctrina de la justificación por la fe lleve a un menosprecio de la ley de Dios. La justificación lleva la ley ante sí... Establece la ley en el corazón. La justificación es la ley encarnada en Cristo, puesta en el hombre, de manera que es encarnada en el hombre...
Cristo da su justicia, quita el pecado y deja allí su justicia, y eso efectúa un cambio radical en el hombre (Id. 85).
Como veremos en un capítulo posterior, la relación explicada por Waggoner entre la justificación por la fe y la ley, de ninguna forma se hacía eco del error del Concilio Católico de Trento en su falsificación de la justificación por la fe. El enfoque de la justificación por la fe de 1888 iba a preparar a un pueblo del que el Señor pudiese decir: “Aquí están los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Apoc 14:12).
Ambos mensajeros estaban cautivados con la gloria de Cristo. Waggoner urgió a “considerar a Cristo continua e inteligentemente, tal como él es” (Cristo y su justicia, 5). Considerarle "tal como él es", requiere una visión equilibrada de Cristo como nuestro sustituto y garante, y también como nuestro modelo y ejemplo. No es posible apreciarlo como nuestro sustituto divino a menos que lo veamos también como nuestro ejemplo; lo último hace glorioso a lo primero, y lo primero hace eficaz a lo segundo:
[Cristo] debe ser “levantado” en toda su inmensa hermosura y poder como “Dios con nosotros”, para que su atractivo divino pueda entonces llevarnos a él (Id.).
El hecho de que Cristo sea parte de la divinidad, poseyendo todos los atributos de ella, igual al Padre a todo respecto como Creador y Legislador, es la razón básica del poder de la expiación... Si Cristo no hubiese sido divino, entonces habríamos tenido solamente un sacrificio humano... No habría podido tener justicia que impartir a otros (Id. 40).
La garantía que tiene el pecador del perdón completo y gratuito, descansa en el hecho de que el Legislador mismo, Aquel contra quien se ha rebelado y al que ha desafiado, es el que se dio por nosotros (Id. 41).
Jones y Waggoner fundaron su mensaje de una forma definida y fiel en la idea de que Cristo es nuestro sustituto y que él imputa su justicia al pecador que cree. Ese era el fundamento que habían establecido los reformadores del siglo XVI: que nuestra aceptación por parte de Dios se basa enteramente en la obra sustitutoria de Cristo; ni por un asomo en nuestra propia obra:
Puesto que los mejores esfuerzos de un hombre pecaminoso no tienen el menor efecto en cuanto a producir justicia, es evidente que la única manera en que es posible obtenerla es como un don... Es debido a que la justicia es un don, por lo que la vida eterna –que es la recompensa de la justicia– es el don de Dios mediante Cristo Jesús Señor nuestro.
Cristo ha sido establecido por Dios como el único a través de quien puede obtenerse el perdón de los pecados; y este perdón consiste simplemente en la declaración de su justicia (que es la justicia de Dios) para remisión de los pecados. Dios, “que es rico en misericordia” (Efe 2:4) y que se deleita en ella, pone su propia justicia sobre el pecador que cree en Jesús, como sustituto por sus pecados. Se trata de un intercambio extremadamente beneficioso para el pecador. Y no es pérdida para Dios, puesto que es infinito en santidad, y es imposible que la fuente resulte esquilmada… Dios pone su justicia sobre el creyente, lo cubre con ella para que su pecado no aparezca más...
El pecador, cansado finalmente de su vana lucha por conseguir la justicia mediante la ley, oye la voz de Cristo y corre a sus brazos tendidos. Refugiándose en él queda cubierto con la justicia de Cristo, y a resultas ha obtenido, mediante la fe en Cristo, aquello que tanto había procurado en vano... Tiene la justicia que la ley requiere, y se trata del artículo genuino, porque lo obtuvo de la Fuente de la Justicia: del mismo lugar de donde vino la ley...
No hay en la transacción nada que objetar. Dios es justo, y al mismo tiempo el que justifica al que cree en Jesús. En Jesús mora toda la plenitud de la divinidad. Es igual al Padre en todo atributo. Por consiguiente, la redención que hay en él –la capacidad para recuperar al hombre perdido– es infinita. La rebelión del hombre es contra el Hijo tanto como contra el Padre, puesto que los dos son uno (Id. 53-55).
Pero Jones y Waggoner hicieron lo que los reformadores del siglo XVI no lograron jamás: construyeron sobre ese fundamento un gran edificio de verdad que es única y distintamente adventista del séptimo día, llamada a concluir la Reforma iniciada siglos antes. Avanzaron en la presentación de un mensaje de justicia por la fe paralelo y consistente con la verdad única adventista de la purificación del santuario. ‘El mensaje de la justicia de Cristo’ que debe alumbrar la tierra con su gloria se ministra desde el lugar santísimo del santuario celestial, donde Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, está llevando a cabo la culminación de su obra de expiación.
Lo anterior requería una comprensión de la justicia de Cristo manifestada en carne humana, más profunda de la que nunca antes se hubiera dado.
La pluma inspirada nos dice que el fuerte pregón del mensaje del tercer ángel consistiría en luz más bien que en ruido:
El mundo está envuelto por las tinieblas de la falsa concepción de Dios. Los hombres están perdiendo el conocimiento de su carácter... Aquellos que esperan la venida del Esposo han de decir al pueblo: ‘¡He aquí vuestro Dios! Los últimos rayos de luz misericordiosa, el último mensaje de clemencia que ha de darse al mundo, es una revelación de su carácter de amor (Palabras de vida del gran Maestro, 342).
Veremos cómo el mensaje de 1888 en sí mismo cumplía esta especificación que requiere el genuino derramamiento del Espíritu Santo en la lluvia tardía. Pero antes de continuar debemos detenernos brevemente en qué relación guardó Ellen White con el mensaje de Jones y Waggoner. Se han hecho esfuerzos por desacreditar el mensaje, atribuyendo -particularmente a Waggoner- una supuesta apostasía, pocas semanas o meses tras la Asamblea de 1888.
Se deben considerar dos importantes factores:
La única forma de atribuir apostasía a Waggoner en ese período, es desacreditando a Ellen White en la pretensión de que fuese ingenua y estuviese mal informada, o bien fuera negligente en su deber.
El capítulo próximo examina uno de los conceptos más esenciales de la enseñanza de Jones y Waggoner. Hay evidencia documental inequívoca de que Waggoner sostuvo esa postura antes y después del Congreso de Minneapolis, incluso afrontando fuerte oposición. Fue una comprensión única de la “justicia de Cristo”, que es imposible que no formase parte de cuanto enunció Waggoner en la Asamblea de 1888, por cuanto está integrado en el mensaje que él presentó junto a Jones, y que contó con el apoyo de Ellen White.
Nota:
1. Tras la reciente publicación de The Ellen G. White 1888 Materials, es fácil ver duplicada la cifra expresada.
Capítulo 4
Cristo, tentado como nosotros
(índice)
Al considerar las ideas básicas que hicieron del mensaje de 1888 de la justicia de Cristo algo único y eficaz, permaneceremos muy próximos a los comentarios paralelos de Ellen White sobre el mensaje e historia de la época. Su descripción de las reuniones de reavivamiento en South Lancaster, a principios de 1889, nos dirige al núcleo vital del mensaje de Jones y Waggoner:
Tanto los alumnos como los maestros han participado grandemente de las bendiciones de Dios. La obra profunda del Espíritu de Dios fue sentida en casi todos los corazones. Los que asistieron a la reunión dieron un testimonio unánime de que habían obtenido una experiencia que sobrepasaba todo cuanto hubiesen conocido antes...
Nunca he visto un reavivamiento avanzar en forma tan completa, y sin embargo estar libre de toda excitación indebida. No hubo llamados apresurados o invitaciones. No se pidió a los miembros que pasaran adelante, pero hubo la solemne constatación de que Cristo vino a llamar, no a justos, sino a pecadores al arrepentimiento... Parecíamos respirar la atmósfera misma del cielo... Qué bella representación fue para el universo el ver cómo hombres y mujeres caídos contemplaron a Cristo. Fueron cambiados, tomando la impronta de su imagen en sus almas... Se vieron a sí mismos depravados y degradados de corazón... Eso subyuga el orgullo del corazón, y significa una crucifixión del yo (Review and Herald, 5 marzo 1889).
El núcleo central del mensaje de Jones y Waggoner era la noción de un Cristo divino, eternamente preexistente, viniendo a rescatar al hombre allí donde este se encuentra, tomando sobre su naturaleza impecable nuestra naturaleza pecaminosa, y experimentando todas nuestras tentaciones en su alma, pero triunfando completamente de ellas. Esa era la justicia de Cristo, dinámica y gloriosa: el fruto del conflicto de toda una vida hasta la misma “muerte de cruz” (Fil 2:8). Refiriéndose a la misma reunión, Ellen White expresó su gozo en los siguientes términos:
El sábado por la tarde fueron tocados muchos corazones, y muchas almas se alimentaron del pan que descendió del cielo... El Señor vino muy cerca y convenció a las almas de la gran necesidad de su gracia y amor. Sentimos la necesidad de presentar a Cristo, no como el Salvador que estaba alejado, sino cercano, al alcance de la mano (Id.)
La clave para comprender el centro del mensaje de 1888 radica en la frase: “El Salvador que no estaba alejado, sino cercano, al alcance de la mano". Aquel que es “el camino, la verdad y la vida”, se manifestó a la juventud del Colegio como Uno que está “cercano, al alcance de la mano”, “Emmanuel... Dios con nosotros”; no con él solamente, sino “con nosotros” (Mat 1:23).
¿Quién es Jesucristo?
En el mensaje de 1888 se nos presenta de una forma singular. Y la desconcertante historia del mensaje demuestra la gran controversia entre Cristo y Satanás. Revélese a Cristo en su plenitud, y se levantará la oposición de Satanás. ¿Fue Cristo realmente “tentado en todo según nuestra semejanza”, tanto desde su interior como desde el exterior? ¿O bien fue tan diferente de nosotros que no pudo sentir nuestras tentaciones internas? ¿Podía sentir como nosotros sentimos? ¿Era verdadera y realmente humano? ¿Fue tentado solamente como lo fue Adán en su pureza, o bien fue tentado como lo somos nosotros?
Lo dicho por Ellen White en esa reunión temprana, en cuanto a que Cristo se reveló en el mensaje como Alguien cercano, a la mano, nos proporciona la clave inicial. Ella especificó “sentimos la necesidad” de presentarlo en ese modo. Ellen White se alistó sinceramente con Jones y Waggoner en sus presentaciones.
Eso fue lo que tanto impresionó su alma en ese “reavivamiento”. “Tanto los alumnos como los maestros” “contemplaron a Cristo”. Eso era genuina justificación por la fe, ya que subyugó “el orgullo del corazón, y [significó] crucifixión del yo”. “¿Qué es justificación por la fe? Es la obra de Dios abatiendo la gloria del hombre en el polvo, y haciendo por el hombre lo que no está a su alcance hacer por él mismo” (The Faith I Live By, 111, de Special Testimonies, Serie A, nº 9, 62).
Echemos una ojeada a una muestra simple y clara del mensaje de Jones-Waggoner de la justicia de Cristo “en semejanza de carne de pecado”. Waggoner explica lo que siempre enseñó, desde y antes de la asamblea de 1888:
Se me han hecho dos preguntas, que voy a leer ahora. Una de ellas dice: ‘Lo santo que nació de la virgen María, ¿nació en carne pecaminosa?, y ¿tenía esa carne que contender con las mismas tendencias al mal que nosotros?’...
Nada sé sobre la cuestión, excepto lo que leo en la Biblia; pero lo que leo es tan claro y categórico que me da esperanza inquebrantable [Voces: ¡Amén!] Tuve mi tiempo de desánimo, desaliento e incredulidad, pero doy gracias a Dios que eso pasó ya. Lo que me producía desánimo durante años, a lo largo de mi vida, tras intentar servir al Señor tan ferviente y sinceramente como uno puede hacerlo, lo que hacía desistir a mi alma y decir: ’es inútil, no puedo’, era el conocimiento, en cierta medida, de la debilidad de mi propio yo, y el pensamiento de que aquellos que en mi opinión estaban obrando lo recto, y los santos hombres del pasado de los que leemos en la Biblia debían tener una constitución diferente a la mía, de modo que para ellos era posible obrar lo recto. Numerosas experiencias tristes me demostraron que todo cuanto yo podía hacer era el mal...
Os pregunto: si Jesucristo, establecido por el Padre como Salvador, quien vino aquí a mostrarme el camino de la salvación, en quien sólo hay esperanza; si su vida aquí en la tierra fue una farsa, entonces ¿dónde está la esperanza? [Voz: desaparece]. Pero decís: ‘La pregunta presupone precisamente lo contrario a asumir que su vida fuese una farsa, ya que supone que fue perfectamente santo, tan santo que ni siquiera tuvo jamás un solo mal contra el que luchar’.
A eso es justamente a lo que me refiero. Leo que él ‘fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado’. Leo cómo oró toda la noche. Leo de su oración en una agonía tal, que manaban de su rostro gotas de sudor como sangre; pero si todo ello fue simplemente fingido, no más que una exhibición, si pasó por todo ello sin haber nada en realidad; si no fue realmente tentado, sino que quería ilustrar la conveniencia de orar, ¿de qué me sirve a mí? Me quedo peor que estaba.
Pero ¡Ah!, si hay Uno -y en el si no se debe ver ninguna implicación de duda. Más bien diré: puesto que hay Uno que pasó por todo aquello a lo que yo pueda ser llamado alguna vez a pasar, que resistió más que cuanto pueda ser llamado personalmente a resistir, [Voces: ¡Amén!], quién sufrió tentaciones más poderosas que las que jamás me hayan asaltado a mí personalmente, que estaba constituido en todo respecto como yo -sólo que en circunstancias aún peores que las mías-, que afrontó todo el poder que el diablo puede ejercer a través de la carne humana y sin embargo no conoció pecado, entonces puedo alegrarme con gozo indescriptible. [Voces: ¡Amén!]... Y todo cuanto hizo hace unos mil novecientos años, es lo que sigue siendo poderoso para hacer, lo que hace en todos cuantos creen en él (General Conference Bulletin, 1901, 403-404).
Antes de seguir, observemos lo que quiso expresar Waggoner:
Pero para ser justos, debemos oír la continuación de Waggoner, donde considera la posición católica romana sobre la naturaleza de Cristo en la carne:
¿Fue Cristo, lo santo que nació de la virgen María, nacido en carne pecaminosa? ¿Habéis oído alguna vez sobre la doctrina católica romana de la inmaculada concepción? ¿La conocéis? Algunos habréis probablemente supuesto que consiste en que Cristo nació sin pecado. Eso no es de ninguna manera el dogma católico. La doctrina de la inmaculada concepción dice que María, la madre de Jesús, nació sin pecado. ¿Por qué? Aparentemente para magnificar a Cristo. En realidad, es la obra del diablo en establecer una amplia sima entre Jesús, el Salvador de los hombres, y los hombres a quienes vino a salvar, de manera que uno no pueda pasar hacia el otro (Id. 404).
Esa amplia sima es la misma que sintió la necesidad de evitar Ellen White en la declaración del 5 de marzo de 1889, cuando dijo que “sentimos la necesidad de presentar a Cristo, no como el Salvador que estaba alejado, sino cercano, al alcance de la mano". En 1901, Waggoner era al corriente de la oposición al mensaje de 1888. Continuó en estos términos:
Cada uno de nosotros necesita saber si está apartado o no de la iglesia de Roma. Una gran proporción de gente ha recibido ya las marcas, pero de una cosa estoy seguro: todas las almas congregadas aquí esta noche están deseosas de conocer el camino de verdad y justicia [Congregación: ¡Amén!], y no hay nadie aquí que esté inconscientemente adherido a los dogmas del papado, que no desee liberarse de ellos.
¿No veis que la idea de que la carne de Jesús no fuese como la nuestra (porque sabemos que la nuestra es pecaminosa) implica necesariamente la noción de la inmaculada concepción de María? Considerad, por el contrario: en él no hubo pecado, sino el misterio de Dios manifestado en la carne... la perfecta manifestación de la vida de Dios en su impecable pureza, en medio de carne pecaminosa. [Congregación: ¡Amén!] ¿No es eso una maravilla?
Supongamos por un momento que aceptamos la idea de que Jesús estuvo tan separado de nosotros, es decir, fue tan diferente de nosotros, que no tenía en su carne nada contra lo que contender. Que poseía carne no pecaminosa. Entonces, por necesidad, el dogma de la inmaculada concepción de María se convierte en un corolario natural. Pero ¿por qué pararse ahí? Si María nació en carne no pecaminosa, entonces la madre de esta también debió nacer en carne similar. Pero no podemos pararnos tampoco ahí. Hemos de ir a la madre de esta última... y así hasta llegar a Adán. ¿Resultado? -Nunca existió la caída. Adán no pecó nunca, y rastreando así las huellas encontramos la identidad esencial del catolicismo romano y del espiritismo...
[Cristo] fue tentado en la carne, sufrió en la carne, pero tenía una mente que jamás consintió al pecado...
Estableció la voluntad de Dios en la carne, y estableció el hecho de que la voluntad de Dios puede ser cumplida en toda carne humana, pecaminosa...
Todo cuerpo, vuestro cuerpo y el mío, están, por designio de Dios, en disposición de que en ellos sea hecha su [divina] voluntad (Id. 404-405)
La idea que Waggoner presenta aquí es que lo que Cristo cumplió venciendo en su carne, lo puede cumplir también en la carne de todo quien cree verdaderamente en él. Véase su conclusión:
Cuando Dios da al mundo ese testimonio de su poder para salvar hasta lo sumo, para salvar seres pecaminosos y para vivir una vida perfecta en carne pecaminosa, remediará la impotencia, proporcionando mejores circunstancias en las que vivir. Pero primeramente esa maravilla debe ser obrada en el hombre pecaminoso, no simplemente en la persona [carne] de Jesucristo, sino en él reproducido y multiplicado en los miles de seguidores suyos. No sólo en unos pocos casos esporádicos, sino en todo el cuerpo de la iglesia será manifestada al mundo la perfecta vida de Cristo, y esa será la obra cumbre final que, o bien salvará, o bien condenará a los hombres...
Cuando nos aferramos a eso, tenemos vida sana en carne mortal, y nos gloriaremos en las debilidades... Me puedo sentir perfectamente satisfecho sin conocer mayor gozo que ese, que Jesús nos da la experiencia del poder de Cristo en carne pecaminosa; someter y subyugar a su voluntad esta carne pecaminosa. Es el gozo de la victoria; y cuando eso ocurre, está más que justificada una exclamación de triunfo...
Nos da la victoria partiendo de la derrota; nos eleva desde el fondo del pozo y nos hace sentar con Cristo en lugares celestiales. Puede tomar la criatura nacida en pecado, quizá incluso el fruto de la concupiscencia, y puede hacerla sentar junto a los príncipes del pueblo de Dios. El Señor nos ha mostrado eso en que no nos negó a su propio Hijo... Nos hemos lamentado por el hecho de heredar tendencias al mal, naturalezas pecaminosas, casi hemos desesperado al no poder superar esos males heredados, ni resistir esas tendencias al pecado... Jesucristo ‘fue hecho de la simiente de David según la carne’ (Rom 1:3)... no se avergonzó de llamarse hermano de hombres pecaminosos...
Vemos, pues, que al margen de cuál haya podido ser nuestra herencia por naturaleza, el Espíritu de Dios tiene tal poder sobre la carne, que puede revertir todo eso hasta lo sumo, y hacernos participantes de la naturaleza divina...
Que Dios nos ayude a ver algunas de las posibilidades gloriosas en el evangelio... de forma que podamos decir: ‘El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mis entrañas’ (Sal 40:8), revelando su poder incluso en mi carne mortal, pecaminosa, para eterna alabanza de la gloria de su gracia (Id. 406-408).
Esas nociones de la justicia de Cristo son idénticas a las que presentó Waggoner antes e inmediatamente después de la Asamblea de 1888. La idea básica permaneció clara y libre de distorsión. Véase lo que escribió a G.I. Butler el 10 de febrero de 1887, publicándolo después en 1888:
Lea Romanos 8:3 y comprenderá la naturaleza de la carne de la que fue hecho el Verbo...
‘Dios enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado, y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne’. Cristo nació en semejanza de carne de pecado [se citan Fil 2:5-7 y Heb 2:9]...
Esos textos muestran que Cristo tomó sobre sí la naturaleza del hombre, y como consecuencia estaba sujeto a la muerte. Vino al mundo con el propósito de morir, de tal manera que desde el principio de su vida en esta tierra se halló en la misma condición de aquellos a quienes vino a salvar con su muerte. Ahora lea Romanos 1:3: ‘Acerca de su Hijo, que fue hecho de la simiente de David según la carne’. ¿Cómo era la naturaleza de David ‘según la carne’? Pecaminosa, ¿no le parece? Dice David: ‘He aquí en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre’ (Sal 51:5). No se horrorice, no estoy implicando que Cristo fuese pecador... [se cita Heb 2:16-17].
El ser semejante en todo a los hermanos (Heb 2:17) es lo mismo que ‘en semejanza de carne de pecado’, ‘hecho semejante a los hombres’ (Fil 2:7). Una de las cosas más animadoras de la Biblia es el conocimiento de que Cristo tomó sobre sí la naturaleza del hombre, el saber que sus antepasados según la carne eran pecadores. Cuando leemos los registros de las vidas de los antepasados de Cristo y vemos que tenían todas las debilidades y pasiones que nosotros tenemos, comprendemos que nadie tiene derecho a excusar sus actos pecaminosos evocando el factor hereditario. Si Cristo no hubiese sido hecho en todo semejante a los hermanos, entonces su vida sin pecado no sería motivo de ánimo para nosotros. Podríamos mirarle con admiración, pero sería el tipo de admiración que produce desánimo y desesperanza... [se cita 2 Cor 5:2].
Ahora, ¿cuándo fue hecho Jesús pecado por nosotros? Tiene que haber sido cuando fue hecho carne y comenzó a sufrir las tentaciones y debilidades consustanciales a la carne pecaminosa. Pasó por cada fase de la experiencia humana, siendo ‘tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado’ (Heb 4:15). Fue ‘varón de dolores, experimentado en quebranto’. ‘Llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores’ (Isa 53:3-4); y según Mateo, esa Escritura se cumplió mucho antes de la crucifixión. De manera que afirmo que su nacer bajo la ley es una consecuencia necesaria de su nacimiento en semejanza de carne de pecado, de haber tomado sobre sí la naturaleza de Abraham. Fue hecho como el hombre, a fin de poder pasar por el sufrimiento de la muerte. La cruz estuvo siempre ante él desde su tierna infancia.
Usted dice: ‘En cuanto a que él tomó voluntariamente sobre sí los pecados del mundo en su gran sacrificio sobre la cruz, lo admitimos [los líderes de la Asociación General y la Review and Herald]; pero él no nació bajo su condenación. De él, que fue puro, que no cometió un solo pecado en toda su vida, el decir que nació bajo la condenación de la ley, sería una manifiesta perversión de la sana teología’ (Butler, The Law in Galatians, 58).
Puede que sea una perversión de la teología, pero armoniza exactamente con la Biblia, que es lo importante...
Dado que Jesús jamás cometió pecado, se muestra sorprendido ante la idea de que naciera bajo la condenación de la ley. No obstante, admite que en la cruz estuvo bajo la condenación de la ley. ¡Vaya! ¿Entonces sí cometió pecado? -De ninguna manera. Bien, pues si Jesús pudo estar bajo la condenación de la ley en algún momento en su vida, sin pecar por ello, no veo razón por la cual no lo pudiese estar en otro momento, y seguir sin pecado...
Sencillamente, no puedo entender cómo pudo Dios manifestarse en la carne, y en semejanza de carne de pecado... Simplemente acepto la declaración de las Escrituras de que sólo así pudo venir a ser el Salvador del hombre; y me gozo en saber que así sea, porque es gracias a que él fue hecho pecado, que yo puedo ser hecho justicia de Dios en él (Waggoner, The Gospel in Galatians, 1888, 60-62).
Lo que hace interesante esa cita más bien larga a propósito de la naturaleza de Cristo es que Waggoner la publicó en 1888, y solamente tras haber madurado el tema en su mente durante un año aproximadamente.
A partir de entrevistas con la viuda de Waggoner, Froom nos informa que esta tomó a mano las presentaciones de su marido en la asamblea de 1888, transcribiéndolas después. Waggoner las editó posteriormente para artículos en The Signs of the Times, publicándolas después en los libros Cristo y su justicia y otros. (Froom, Movement of Destiny, 200-201). Waggoner tuvo apenas tiempo para deshacer las maletas, de regreso de la Asamblea de 1888, al escribir lo siguiente en Signs of the Times (el 21 de enero de 1889), probablemente a partir de los apuntes antes referidos; el mismo pasaje se encuentra, con ligeras modificaciones, en Cristo y su justicia, 26-29:
No será necesario reflexionar mucho para comprender que si Cristo tomó sobre sí mismo la semejanza de hombre a fin de poder redimir al hombre, tuvo que ser el hombre pecaminoso al que debió ser hecho semejante, puesto que es al hombre pecaminoso a quien vino a redimir. La muerte... no hubiese podido tener ningún poder sobre Cristo si el Señor no hubiera puesto en él la iniquidad de todos nosotros. Más aún: el hecho de que Cristo tomó sobre sí la carne, no de un ser inmaculado, sino de uno pecaminoso, es decir: que la carne que él asumió tenía todas las debilidades y tendencias pecaminosas a las cuales la naturaleza humana caída está sujeta, se ve por la declaración de que “fue hecho de la simiente de David según la carne” (Rom 1:3).
Aunque su madre fue una mujer pura y bondadosa, como no cabría esperar menos, nadie dudará que la naturaleza humana de Cristo debió haber sido mucho más sujeta a las debilidades de la carne que si hubiese nacido antes de que la raza se hubiera deteriorado tan grandemente en lo físico y en lo moral... [cita Heb 2:16-18 y 2 Cor 5:21].
Eso es aun más categórico que declarar que fue hecho “en semejanza de carne de pecado”. Fue hecho pecado... Sin pecado, sin embargo, no solamente contado como pecador, sino en realidad tomando sobre sí la naturaleza pecaminosa... [cita Gál 4:4-5].
Jesús pasó noches enteras orando al Padre. ¿Por qué tendría que hacerlo si no hubiese sido oprimido por el enemigo mediante las debilidades heredadas de la carne? ‘Por lo que padeció aprendió la obediencia’ (Heb 5:8). Jamás fue desobediente, ya que ‘no conoció pecado’ (2 Cor 5:21), pero por las cosas que padeció en la carne, aprendió aquello con lo que tiene que contender el hombre en sus esfuerzos por ser obediente...
Algunos han pensado, por lo leído hasta aquí, que rebajamos el carácter de Jesús por denigrarlo hasta el nivel del hombre pecaminoso. Al contrario: estamos precisamente exaltando el poder divino de nuestro bendito Salvador, quien descendió voluntariamente al nivel del hombre pecaminoso para que pudiera exaltar al hombre a su propia pureza inmaculada, la cual retuvo bajo las circunstancias más adversas. Su humanidad solamente veló su naturaleza divina, por la cual estaba conectado inseparablemente con el Dios invisible, y que fue más que capaz de resistir exitosamente la debilidad de la carne. Hubo en toda su vida una lucha. La carne, afectada por el enemigo de toda justicia, tendía a pecar, sin embargo, su naturaleza divina nunca albergó, ni por un momento, un mal deseo, ni vaciló jamás su poder divino. Habiendo sufrido en la carne todo lo que la humanidad pueda jamás sufrir, regresó al trono del Padre tan inmaculado como cuando dejó las cortes gloriosas... Por lo tanto, cobre ánimo toda alma cansada, débil y oprimida por el pecado. Acérquese “con segura confianza al trono de la gracia”, donde puede estar seguro de encontrar gracia auxiliadora para la hora de la necesidad, porque esa necesidad es sentida por nuestro Salvador en esa misma hora.
Los observadores habrán notado que Waggoner no dijo que Cristo “tenía” una naturaleza pecaminosa. Lo que dijo fue que “tomó” nuestra naturaleza pecaminosa, una naturaleza que poseía en ella misma toda la capacidad de ser tentada desde dentro y desde fuera, una naturaleza como la nuestra, con todos los resultados de nuestra herencia. Pero Jesús no cedió ni por un momento.
¿Apoyó Ellen White plenamente este concepto de la justicia de Cristo? En la misma asamblea de 1888, dijo: “Veo la belleza de la verdad en la presentación de la justicia de Cristo en relación con la ley, tal como el doctor [Waggoner] la ha expuesto ante nosotros... Lo presentado armoniza perfectamente con la luz que Dios ha tenido a bien darme en los años de mi experiencia" (Manuscrito 15, 1888).
“La justicia de Cristo en relación con la ley” no se refiere, obviamente, a su santidad en la época previa a su encarnación, sino a su carácter y sacrificio cuando fue encarnado “en semejanza de carne de pecado”. Como ya hemos visto, Waggoner aclaró a Butler que su convicción sobre Cristo era que “su nacer bajo la ley es una consecuencia necesaria de su nacimiento en semejanza de carne de pecado, de haber tomado sobre sí la naturaleza de Abraham”. No se puede concebir que Ellen White calificase el concepto de “la justicia de Cristo en relación con la ley” de Waggoner, como “belleza de la verdad”, a menos que incluyese la formidable noción de Cristo tomando “nuestra naturaleza pecaminosa”, y sin embargo, desarrollando un carácter perfectamente impecable.
De hecho, Ellen White la apoyó con entusiasmo:
Cuando el hermano Waggoner expuso esas ideas en la asamblea de Minneapolis, esa fue la primera vez que oí de labios humanos una enseñanza clara sobre el tema, a excepción de conversaciones mantenidas con mi marido. Me decía: lo veo tan claramente debido a que Dios me lo ha presentado antes en visión, y [los hermanos que se oponían] no pueden verlo porque a ellos no les ha sido presentado como a mí, y cuando otro lo presentó, cada fibra de mi corazón decía Amén (Manuscrito 5, 1889).
¿Cómo habría podido Ellen White decir algo así, si el mensaje de Waggoner hubiera significado meramente una enfatización de las ideas de Lutero y Calvino?
Capítulo 5
Ellen White apoya el mensaje de Waggoner y Jones
Este concepto de la justicia de Cristo no fue bien recibido por el pastor Butler, presidente de la Asociación General, quien polemizó con Waggoner (Butler, The Law in Galatians, 58, y Waggoner, The Gospel in Galatians, 62). Fue asimismo mal recibido por otros que escribieron cartas de queja a Ellen White, en relación con la enseñanza de Jones y Waggoner. Ella replicó con energía en un sermón matinal en Battle Creek, titulado “Cómo tratar un punto doctrinal controvertido”:
Me han llegado cartas que afirman que Cristo no podría haber tenido la misma naturaleza que el hombre, pues si la hubiera tenido, habría caído bajo tentaciones similares. Si no hubiera tenido la naturaleza del hombre, no podría ser nuestro ejemplo. Si no hubiera sido participante de nuestra naturaleza, no podría haber sido tentado como lo ha sido el hombre. Si no le hubiera sido posible rendirse ante la tentación, no podría ser nuestro ayudador. Fue una solemne realidad que Cristo vino para reñir las batallas como hombre, en lugar del hombre. Su tentación y victoria nos dicen que la humanidad debe copiar el Modelo. El hombre debe llegar a ser participante de la naturaleza divina...
Los hombres pueden tener un poder para resistir el mal: un poder que ni la tierra, ni la muerte, ni el infierno pueden vencer; un poder que los colocará donde pueden llegar a ser vencedores como Cristo venció. La divinidad y la humanidad pueden combinarse en ellos (Mensajes Selectos, vol. I, 477-479).
Durante toda la década de los 90, Ellen White manifestó su apoyo inequívoco a ese concepto clave del mensaje de 1888. En ninguna de sus incontables declaraciones de apoyo al mensaje se puede encontrar la más leve insinuación de haber albergado reservas sobre ese ingrediente fundamental. En febrero de 1894 publicó un folleto titulado “Cristo, tentado como nosotros”:
Dicen muchos que Cristo no fue tentado como nosotros, que él no estuvo en el mundo como lo estamos nosotros, que era divino, y por lo tanto, que no podemos vencer como él venció. Pero eso no es cierto: “Porque ciertamente no tomó a los ángeles, sino a la simiente de Abraham tomó... Porque en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados” (Heb 2:16 y 18) Cristo conoce las pruebas de los pecadores; conoce sus tentaciones. Tomó sobre sí nuestra naturaleza (p. 3-4).
Y si Cristo, tal como ella afirma a partir de la Biblia, fue tentado como lo somos nosotros, ¿a qué deducción se llega con ello? Sin duda debe querer decir ni más ni menos que lo que dice:
El cristiano debe reconocer que no se debe a sí mismo... Sus más fuertes tentaciones vendrán desde dentro, ya que deberá batallar contra las inclinaciones del corazón natural. El Señor conoce nuestras debilidades... Todo conflicto contra el pecado... significa Cristo obrando en el corazón a través de sus agentes señalados. ¡Oh, si pudiéramos comprender lo que Jesús es para nosotros y lo que nosotros somos para él! (Id., 11).
En la página 32 de El Deseado de todas las gentes, expresó a los lectores de todo el mundo sus convicciones escritas después de 1888. En ninguno de sus anteriores escritos había expresado la idea con tal fuerza y claridad:
Habría sido una humillación casi infinita para el Hijo de Dios revestirse de la naturaleza humana, aun cuando Adán poseía la inocencia del Edén. Pero Jesús aceptó la humanidad cuando la especie se hallaba debilitada por cuatro mil años de pecado. Como cualquier hijo de Adán, aceptó los efectos de la gran ley de la herencia. Y la historia de sus antepasados terrenales demuestra cuáles eran aquellos efectos. Mas él vino con una herencia tal para compartir nuestras penas y tentaciones, y darnos el ejemplo de una vida sin pecado.
¿Tomó Cristo la naturaleza impecable de Adán antes de la caída, antes de transgredir? Fue “hecho de la simiente de David según la carne” (Rom 1:3). No fue creado como una réplica de Adán, no fue formado de nuevo del polvo de la tierra, ni se le insufló en la nariz el soplo de vida. Fue “como cualquier hijo de Adán”; aceptó “los efectos de la gran ley de la herencia”. La gloriosa paradoja debe contemplarse siempre en su pureza y claridad:
Vestido en la ropa de la humanidad, el Hijo de Dios bajó hasta el nivel de aquellos a quienes quería salvar. En él no hubo engaño ni pecado; siempre fue puro e incontaminado; sin embargo, tomó sobre sí nuestra naturaleza pecaminosa (Review and Herald, 15 diciembre 1896).
Posteriormente a 1888 es manifiesto el énfasis en sus escritos, por ejemplo:
En nuestra propia fortaleza nos es imposible negarnos a los clamores de nuestra naturaleza caída. Por medio de ella, Satanás nos presentará tentaciones. Cristo sabía que el enemigo se acercaría a todo ser humano para aprovecharse de las debilidades hereditarias y entrampar, mediante sus falsas insinuaciones, a todos aquellos que no confían en Dios. Y recorriendo el terreno que el hombre debe recorrer, nuestro Señor ha preparado el camino para que venzamos... No había en él nada que respondiera a los sofismas de Satanás. Él no consintió en pecar. Ni siquiera por un pensamiento cedió a la tentación. Así podemos hacer nosotros (El Deseado de todas la gentes, 98-99).
La tentación es resistida cuando el hombre es poderosamente influenciado a hacer una mala acción y, sabiendo que está en su posibilidad, resiste por fe, aferrándose firmemente al poder divino. Esa fue la penosa experiencia por la que Cristo pasó (The Youth Instructor, 20 julio 1899).
En ese conflicto, la humanidad de Cristo fue puesta a prueba en forma tal que ninguno de nosotros comprenderá jamás... Las suyas fueron tentaciones verdaderas, no artificiosas... En su humanidad, el Hijo de Dios luchó con las mismísimas terribles y aparentemente abrumadoras tentaciones que asaltan al hombre: tentaciones a complacer el apetito, a aventurarse atrevidamente donde Dios no nos conduce, y a adorar el Dios de este mundo, a sacrificar una eternidad de bienaventuranza por los placeres fascinadores de esta vida (Carta 116, 1899. Mensajes Selectos vol. I, 110-112).
El error resulta siempre divisivo. La verdad es unificadora. Jones y Waggoner estuvieron en perfecto acuerdo entre ellos en sus exposiciones de la justicia de Cristo. Es realmente sorprendente que dos hombres con temperamentos tan dispares pudiesen atravesar el laberinto de las trampas teológicas ocultas que aguardan a todo el que se entrega al estudio de esos temas, y sin embargo permanecieran en tal unidad vital. Ellos creían en la unidad, apelaron a la iglesia a mantenerse unida y demostraron admirablemente su unidad, en la época en la que su mensaje fue el tema crítico que la iglesia afrontaba.
Su preocupación no era el desgranar matices teológicos ni explayarse en dificultades semánticas. Por encima de todo eran mensajeros, reformadores, evangelistas que sentían la responsabilidad de llevar a término la obra de Dios en su generación. El objetivo de su teología era la preparación de un pueblo para el regreso del Señor. Obsérvese la exposición de Jones sobre la justicia de Cristo:
Habiendo sido hecho como nosotros en todas las cosas, cuando fue tentado, sintió justamente lo que sentimos nosotros al ser tentados; lo conoce todo al respecto, y es así como puede auxiliar y salvar hasta lo último a todos aquellos que lo reciben. En cuanto a su carne -en cuanto a sí mismo en la carne- era tan débil como lo somos nosotros. Dijo: “No puedo yo de mí mismo hacer nada” (Juan 5:30); así, cuando “llevó él nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores” (Isa 53:4) y fue tentado en todo como nosotros, sintiendo como sentimos nosotros, por su fe divina lo conquistó todo por el poder de Dios que esa fe le proporcionaba, y que en nuestra carne él nos ha proporcionado.
Por lo tanto, llamarás su nombre Emmanuel, que declarado es: “Dios con nosotros”. No solamente Dios con él, sino Dios con nosotros (El Camino consagrado, 26-27).
Jones basó en las palabras de Jesús sus convicciones sobre la naturaleza de Cristo y su justicia. Las mismas, en Juan 5:30, merecen una consideración cuidadosa, ya que frecuentemente se las pasa por alto:
No puedo yo de mí mismo hacer nada: como oigo, juzgo: y mi juicio es justo; porque no busco mi voluntad, más la voluntad del que me envió, del Padre.
¿Era correcto el razonamiento de Jones?
En esas palabras de Jesús radica la semilla de verdad a partir de la cual se desarrolló el imponente árbol del mensaje de 1888. Aquí el Señor descubre la lucha interna en su carne y en su alma, que da significado y relevancia al término “justicia de Cristo” en relación con las necesidades de la humanidad caída. Ahí se encuentra la base para la declaración de Waggoner anteriormente referida: “Hubo en toda su vida una lucha” (Cristo y su justicia, 28).
Jesús tenía que hacer constantemente algo que el impecable Adán jamás debió hacer: debía negar una voluntad interior (“mi voluntad”) que estaba perpetuamente en potencial oposición con la voluntad de su Padre. Esa lucha llegó a un clímax en el Getsemaní, donde oró en agonía: “Pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mat 26:39). Una lucha interna como esa sólo es posible para Alguien que conocía “los clamores de nuestra naturaleza caída”.
Vista en esa luz, la victoria de Cristo vino a ser para Jones y Waggoner una gloriosa justicia dinámica, el fruto de una lucha y conflicto más bien que el concepto tradicional de algo pasivo, divinamente heredado, basado en una facilidad innata. Captemos los puntos clave de las exposiciones de Jones sobre la gloriosa justicia de Cristo:
Si no hubiese sido hecho de la misma carne que aquellos a quienes vino a redimir, entonces no sirve absolutamente de nada el que se hiciese carne. Más aún: puesto que la única carne que hay en este vasto mundo que vino a redimir, es esta pobre, pecaminosa y perdida carne humana que posee todo hombre, si esa no es la carne de la que él fue hecho, entonces él no vino realmente jamás al mundo que necesita ser redimido. Si vino en una naturaleza humana diferente a la que existe realmente en este mundo, entonces, a pesar de haber venido, para todo fin práctico de alcanzar y auxiliar al hombre, estuvo tan lejos de él como si nunca hubiera venido. De haber sido así, hubiera estado tan lejos en su naturaleza humana, y habría sido tan de otro mundo como si nunca hubiera venido al nuestro (El Camino consagrado, 35).
La fe de Roma en relación con la naturaleza de Cristo y de María, y también de nuestra naturaleza, parte de esa noción de la mente natural según la cual Dios es demasiado puro y santo como para morar con nosotros y en nosotros, en nuestra naturaleza humana pecaminosa. Tan pecaminosos como somos, estamos demasiado distantes de él en su pureza y santidad, demasiado distantes como para que él pueda venir a nosotros tal como somos.
La verdadera fe, la fe de Jesús, consiste en que, alejados de Dios como estamos en nuestra pecaminosidad, en nuestra naturaleza humana que él tomó, vino a nosotros justamente allí donde estamos; que infinitamente puro y santo como es él, y pecaminosos, degradados y perdidos como estamos nosotros, Dios, en Cristo, a través de su Espíritu Santo, quiere voluntariamente morar con nosotros y en nosotros para salvarnos, para purificarnos y para hacernos santos.
La fe de Roma es que debemos necesariamente ser puros y santos a fin de que Dios pueda morar con nosotros.
La fe de Jesús es que Dios debe necesariamente morar con nosotros y en nosotros a fin de que podamos ser puros y santos (Id. 38-39).
Jones encuentra un gran significado en la frase “en la carne” (Rom 8:3), en referencia a la carne que Cristo tomó. Cristo condenó el pecado en su carne, y lo condenó así en toda carne. Jones vio en la palabra semejanza mucho más que un parecido superficial, que camuflaría en realidad la idea de diferencia:
Sólo sujetándose él mismo a la ley de la herencia podía alcanzar al pecado en su auténtica y verdadera dimensión, tal como es en realidad.
... Hay en toda persona, en muchas maneras, la tendencia al pecado heredada desde pasadas generaciones, que no ha culminado todavía en el acto de pecar, pero que está siempre dispuesta, cuando la ocasión lo permite, a consumarse en la comisión efectiva de pecados...
Debe ser afrontada y sometida esa tendencia hereditaria al pecado ... esa tendencia o propensión hereditaria que hay en nosotros hacia el pecado...
También le fue cargada nuestra tendencia al pecado, al ser hecho carne...
Así, afrontó el pecado en la carne que tomó, y triunfó sobre él. Como está escrito: “Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado EN LA CARNE” (Rom 8:3) (Id. 41-42).
Y a fin de guardarnos de pecar se nos imparte su justicia en nuestra carne de igual forma en que nuestra carne, con su tendencia al pecado, le fue impartida a él (Id. 42).
Fue de ambas maneras: por herencia y por imputación, como “Jehová cargó sobre él el pecado de todos nosotros”. Y cargado de ese modo, con esa inmensa desventaja, recorrió triunfalmente el terreno en el que, sin ningún tipo de desventaja, había fallado la primera pareja...
Y por haber condenado [vencido] el pecado en la carne, aboliendo en su carne la enemistad, nos libra del poder de la ley de la herencia; y puede así en justicia impartir su poder y naturaleza divinos a fin de elevarnos sobre esa ley, manteniendo por encima de ella a toda alma que lo reciba (Id. 43-44).
Ahora sigue el poderoso llamado evangélico en el que Ellen White basó su declaración de que “ese es el mensaje que Dios ha ordenado que se dé al mundo”:
Dios, enviando a su propio Hijo en semejanza de carne de pecado, Cristo tomando nuestra naturaleza tal como es esta, en su degeneración y pecaminosidad, y Dios morando constantemente con él y en él en esa naturaleza; en todo eso Dios demostró a todos, por los siglos, que no hay ser en este mundo tan cargado con pecados, o tan perdido, que Dios no se complazca en morar con él y en él para salvarlo de todo ello, y para llevarlo por el camino de la justicia de Dios.
Y su nombre es con toda propiedad Emmanuel, que significa: “Dios con nosotros” (Id. 44).
Es claro que ese mensaje está basado enteramente en las Escrituras. Las propias palabras de Jesús en los evangelios de Juan y Mateo, nos descubren la naturaleza de su propia lucha interna contra la tentación (Juan 5:30; 6:38 y Mat 26:39). Tomó sobre sí una voluntad en constante necesidad de ser negada, a fin de seguir la voluntad de su Padre; y la intensidad de la lucha fue tal en Getsemaní, que sudó gotas de sangre. Pablo añade que se negó a sí mismo (Rom 15:3).
Lo anterior explica cómo fue enviado “en semejanza de carne de pecado, y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne” (Rom 8:3). Pablo explica cómo nosotros “éramos siervos bajo los rudimentos (stoichea) del mundo. Mas... Dios envió a su Hijo... hecho súbdito a la ley, para que redimiese a los que estaban debajo de la ley” (Gál 4:3-5). Cristo fue enviado para resolver el problema del pecado allí donde este radicaba, entrando en la esfera en la que esos poderes se habían atrincherado. Y habiendo invadido el territorio del enemigo, lo venció. Asumió la naturaleza humana caída que había sido invadida por los poderes del mal, y en territorio ocupado por el enemigo, ganó la victoria en favor nuestro. Ser “hecho súbdito a la ley” no puede significar de ningún modo ser súbdito de la ley judía ceremonial, ya que en ese caso sería a judíos literales a los únicos que hubiera venido a “redimir”. “Súbdito a la ley” significa claramente la misma esfera que los “rudimentos del mundo” tal como los hemos conocido. Él conoció nuestro conflicto con la voluntad, y allí donde nosotros caemos, él venció.
Nos reconcilió “en el cuerpo de su carne, por medio de muerte”. “Despojando los principados y las potestades, los sacó a la vergüenza en público, triunfando de ellos en sí mismo” (Col 1:22 y 2:15).
El autor de Hebreos no escatima palabras para clarificar su significado. Solamente la maestría del enemigo en el engaño puede haber mantenido anublados esos conceptos inspirados durante casi dos mil años de historia:
Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos: por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos... Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo... Porque ciertamente no tomó a los ángeles, sino a la simiente de Abraham tomó. Por lo cual, debía ser en todo semejante a los hermanos... Porque en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados (Heb 2:11-18).
Porque no tenemos un Pontífice que no se pueda compadecer de nuestras flaquezas; mas tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Lleguémonos pues confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia, y hallar gracia para el oportuno socorro (Heb 4:15-16).
Algunos han buscado un significado esotérico en una carta publicada de Ellen White, que supuestamente contradice el abundante énfasis del conjunto de sus dilatados escritos sobre el mensaje de la justicia de Cristo en semejanza de carne de pecado. Se trata de una advertencia dirigida a un oscuro evangelista de Nueva Zelanda a que fuera “extremadamente cauteloso” en cuanto a su forma de enseñar “la naturaleza humana de Cristo”, en los siguientes términos:
No lo presente [a Cristo] ante la gente como un hombre con las propensiones del pecado... En ningún momento hubo en él una propensión malvada...
Evite toda cuestión que se relacione con la humanidad de Cristo que pueda ser mal interpretada. La verdad y la suposición tienen no pocas similitudes. Al tratar de la humanidad de Cristo debe ser sumamente cuidadoso en cada afirmación, para que sus palabras no sean interpretadas haciéndoles decir más de lo que dicen, y así pierda u oscurezca la clara percepción de la humanidad de Cristo combinada con su divinidad...
Nunca deje, en forma alguna, la más leve impresión en las mentes humanas de que una mancha de corrupción o una inclinación a ella descansó sobre Cristo, o que en alguna manera se rindió a la corrupción...
En ninguna ocasión hubo una respuesta a las muchas tentaciones de Satanás. Cristo no pisó ni una vez el terreno de Satanás para darle ventaja alguna. Satanás no halló en él nada que lo animara a avanzar (Carta 8, 1895. Está mal traducida en Comentario Bíblico Adventista, vol. V, 1102-1103. [N del T: La carta fue dirigida al pastor Baker (y esposa), motivo por el que debe emplearse la forma singular “usted”, en lugar de la plural que usa la traducción castellana del Comentario Bíblico, que da así a entender que se trató de una carta destinada a ser distribuida urbi et orbe, lo que no es cierto. El Comentario Bíblico traduce también incorrectamente “tendencias al pecado” allí donde Ellen White escribió “propensiones del pecado”, que son las propensiones que ha desarrollado alguien a resultas de haber cometido pecado].
Importantes factores guían nuestra comprensión de ese Testimonio:
<div align="center">
Waggoner, Signs, 21/1/1889 |
Ellen White, Carta 8, 1895 |
Su humanidad solamente veló su naturaleza divina, que fue más que capaz de resistir exitosamente las pasiones pecaminosas de la carne. Toda su vida fue de lucha. La carne, impulsada por el enemigo de toda justicia, atraería hacia el pecado, sin embargo, su naturaleza divina ni por un momento albergó un deseo impío, ni siquiera por un instante vaciló su poder divino... Volvió al trono del Padre tan inmaculado como al dejar las cortes gloriosas. (cursiva no resaltada en originales) |
Jesucristo era el unigénito Hijo de Dios. Tomó sobre sí mismo la naturaleza humana y fue tentado en todas las cosas como la naturaleza humana lo es. Pudo haber pecado, pudo haber caído, pero ni por un momento hubo en él una propensión malvada... Nunca, de ningún modo, deje la más mínima impresión en las mentes humanas, de que en Cristo hubiera ni una mancha o inclinación a la corrupción, o que hubiese cedido a ella de algún modo... Ni en una sola ocasión hubo una respuesta a sus multiformes tentaciones [de Satanás]. Ni por una sola vez caminó Cristo en el terreno de Satanás. |
</div>
Dijo Ellen White, a propósito de aquellos sermones de Prescott:
Se
predicó a Cristo en todo sermón, y a medida que las grandes y misteriosas
verdades en relación con su presencia y obra en los corazones humanos se iban
haciendo diáfanas... una luz convincente y gloriosa... trajo convicción a
muchos corazones. Las personas dijeron con solemnidad: ‘Esta noche hemos oído
la verdad’.
Por la tarde, el profesor Prescott nos dio una lección valiosa, preciosa como el oro... Se separó la verdad del error, y por el Espíritu divino se la hizo brillar cual joya reluciente...
El Señor está trabajando por medio de sus siervos, quienes proclaman la verdad, y ha dado al hermano Prescott un mensaje especial para el pueblo. Labios humanos pronuncian la verdad en demostración del Espíritu y poder de Dios (Review and Herald, 7 enero 1896).
Si bien somos “nacidos con propensiones inherentes a la desobediencia” (Ellen White, en Comentario Bíblico Adventista, vol. V, 1102) como pecadores, y por lo tanto, tenemos propensiones al mal, no es menos cierto que “no debemos retener una sola propensión pecaminosa” (Id., vol. VII, 954), a pesar de seguir estando en naturaleza pecaminosa. Ellen White no equiparó las “propensiones malvadas” con las “tendencias” o “inclinaciones” que tiene nuestra carne “como resultado de la obra de la gran ley de la herencia”, herencia que Cristo tomó sobre sí en su batalla con la tentación, de igual forma a cómo debemos pelearla nosotros. Declaró que Cristo debió “resistir la inclinación” (Id. 941).
Aunque ciertos diccionarios no teológicos equiparan propensiones con inclinaciones, las raíces etimológicas son distintas, y en el caso de inclinaciones se significa especialmente el hecho de "sentir que se ejerce una gran presión sobre uno", sin implicar necesariamente una respuesta. Verdaderamente hay razón para ser cuidadosos, extremadamente cuidadosos.
En todo caso, hubo tensión y se suscitaron cuestiones en la era de 1888, algunas de las cuales contribuyeron a obstaculizar la aceptación del mensaje salvífico de la gracia. Veamos la consideración que da Jones a una de esas cuestiones:
En Jesucristo encontramos a aquel cuya santidad es fuego consumidor para con el pecado... la pureza consumidora de esa santidad eliminará todo vestigio de pecado y pecaminosidad en todo aquel que encuentre a Dios en Jesucristo.
Así, en su verdadera santidad, Cristo pudo venir, y vino a los hombres pecaminosos, en carne pecaminosa, allí donde están los hombres pecaminosos...
Algunos han encontrado en los Testimonios -y está al alcance de todo quien la busque- la declaración de que Cristo no poseía “pasiones semejantes” a las que nosotros tenemos. La declaración está ahí, todos lo pueden constatar (Testimonies for the Church, vol. II, 509). No habrá problema para nadie, de principio a fin, con la condición de ajustarse con rigor a lo allí expresado, sin pretender ir más allá, ni proyectar significados ajenos" (General Conference Bulletin, 1895, 312).
Volviendo al asunto de que Cristo no tuviese “pasiones semejantes” a las nuestras, vemos que a todo lo largo de las Escrituras él es como nosotros y con nosotros según la carne... Fue hecho en semejanza de carne de pecado. Pero no vayamos demasiado lejos: fue hecho en semejanza de carne de pecado, no en semejanza de mente de pecado. No forcemos hasta ahí su mente. Su carne fue nuestra carne, pero la mente era ‘la mente... que tuvo Cristo Jesús’... (Fil 2:5 KJV) Si él hubiese tomado nuestra mente, ¿cómo podría entonces habernos exhortado a tener la mente de Cristo’? ¡Ya la habríamos tenido anteriormente! (Id. 327).
Para toda mente libre de prejuicios es evidente que lo que Jones estaba haciendo era sencillamente afirmar que Cristo “ni siquiera por un momento” cedió o consintió en la participación en el pecado. Empleó la palabra “mente” en la más noble connotación paulina, esto es, la de un propósito o elección.
Hemos de ser capaces de mirar por encima de la confusión originada por las controversias de nuestros días, para poder apreciar el sencillo encanto del mensaje de 1888 en su belleza original.
Algunas noches, tras asistir a las reuniones de reavivamiento mantenidas posteriormente a Minneapolis, Ellen White sentía tal gozo, que le impedía conciliar el sueño. El Espíritu Santo estaba trabajando en los corazones de los jóvenes del Colegio, por medio de las exposiciones de la justicia de Cristo:
En el Colegio hubo reuniones que fueron de un intenso interés [si la justificación por la fe no resulta interesante, ¡algo falla!]... la vida cristiana, que les había parecido antes poco atractiva y llena de inconsistencias, aparecía ahora en su verdadera luz, en marcada simetría y belleza. Aquel que les había parecido anteriormente como una raíz muerta extraída de un secadal, sin forma ni encanto, vino a ser el “señalado entre diez mil”, y “todo él deseable” (Review and Herald, 12 febrero 1889).
Concluyendo su presentación de la justicia de Cristo “en semejanza de carne de pecado”, Waggoner dirige este poderoso llamamiento al corazón:
Pero alguien dirá: 'No encuentro consuelo en eso. Dispongo ciertamente de un ejemplo, pero no puedo seguirlo, ya que carezco del poder que Cristo tuvo. Él fue Dios aun mientras estaba aquí en la tierra; yo no soy más que un hombre'. –Sí, pero puedes tener el mismo poder que él tuvo, si así lo deseas. Él estuvo “rodeado de flaqueza”, sin embargo “no hizo pecado”...
Por lo tanto, cobren ánimo las almas débiles, cansadas, oprimidas por el pecado. Alléguense “confiadamente al trono de la gracia” (Heb 4:16) donde pueden tener la seguridad de encontrar gracia para el oportuno socorro en tiempo de necesidad, porque esa necesidad la siente nuestro Salvador, precisamente en el tiempo oportuno. Él se puede “compadecer de nuestras flaquezas” (Heb 4:15) (Cristo y su justicia, 28-29).
¡Ciertamente, también hoy debiéramos sentir la “necesidad de presentar a Cristo como al Salvador que no está alejado, sino cercano, al alcance de la mano”!
Cuando uno empieza a comprender el significado del mensaje de 1888 como comienzo de la lluvia tardía y fuerte pregón, surge de inmediato un motivo de perplejidad: ¿qué pasó con los mensajeros?
Tanto Jones como Waggoner se vieron implicados en serios problemas en sus últimos años, y muchos han asumido irreflexivamente que eso demuestra que el mensaje en sí mismo no era válido. Jones, si bien sin abandonar nunca el mensaje adventista, se separó de la iglesia, en gran parte debido a problemas personales con sus hermanos. Waggoner siguió siendo cristiano hasta el final, pero sufrió un trágico fracaso moral en su vida privada familiar y resultó atrapado en el error panteísta.
Los que se oponen al mensaje de 1888 se han justificado intentando aplicar a los mensajeros las palabras de Jesús: “Por sus frutos los conoceréis. ¿Cógense uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol lleva buenos frutos; mas el árbol maleado lleva malos frutos” (Mat 7:16-17). La aplicación superficial de esas palabras a Jones y Waggoner ha contribuido al rechazo de su mensaje durante décadas, por parte de muchos. Y ese razonamiento ha parecido lógico.
Sin embargo, la pluma inspirada declaró enfáticamente que la aplicación de ese razonamiento al caso de Jones y Waggoner no solamente no es correcta, sino que de hecho es “un engaño fatal”. Hay un hecho importante y singular que no debe escapar a nuestra consideración: rechazar el mensaje de Jones y Waggoner basándose en los problemas posteriores de estos, es lo mismo que rechazar el mensaje adventista por haber tropezado con un miembro de iglesia que a la postre se mostró indigno de ese mensaje. De hecho, mucha gente rechaza el verdadero mensaje por razones subjetivas de ese tipo, no sin grave pérdida. Volviendo al tema que nos ocupa, si rechazamos el mensaje de 1888 por esa razón, estamos en realidad posponiendo indefinidamente la bendición de la lluvia tardía y el fuerte pregón.
Uno querría que Jones y Waggoner hubiesen podido terminar con honra sus vidas. De haber sucedido así, nadie encontraría hoy “perchas” donde colgar sus dudas respecto del mensaje. Tras la historia de los pasados 90 años, ¡seríamos impelidos a creer! Sus fracasos tardíos personales constituyen el gran chasco de 1888, de igual forma en que el 22 de octubre de 1844 lo es al inicio de la historia de nuestro movimiento.
Ambos resultan embarazosos, y los dos demandan análisis inteligente, a fin de evitar caer en errores graves. Parece como si el mismo Señor hubiese permitido ambos eventos a modo de prueba de fuego y piedra de tropiezo para todo el que se entregó a la búsqueda de excusas para rechazar la verdad.
Estas son algunas de las razones por las que es un “engaño fatal” el rechazar, o incluso valorar con ligereza el mensaje de 1888, evocando la debilidad de los propios mensajeros:
Es muy posible que los pastores Jones y Waggoner puedan ser derrotados por las tentaciones del enemigo; pero de ocurrir así, eso no probaría que no habían recibido el mensaje de Dios, ni que toda su obra hubiese sido un error (Carta S-24, 1892).
Si los mensajeros, tras haber permanecido valientemente por la verdad durante un tiempo, cayeran bajo la tentación y deshonraran a Aquel que les había encomendado su obra, ¿probaría eso que el mensaje no era verdadero? No... El pecado -por parte de los mensajeros de Dios- alegraría a Satanás, y triunfarían quienes rechazaron mensaje y mensajeros. Pero eso en ningún modo exculparía a los responsables del rechazo del mensaje de Dios (Carta O-19, 1892).
Ahora, ¿qué pudo hacer que Jones y Waggoner perdiesen el rumbo? Si no fue ningún defecto inherente al mensaje, y si verdaderamente el Señor les confió un mensaje tan precioso, el comienzo de la lluvia tardía, ¿cuál debió ser la intensidad de la influencia o tentación capaz de vencerlos? El siguiente punto arroja luz sobre esa razonable pregunta.
Quisiera que todos pudieran ver que el mismo espíritu que rechazó a Cristo, la luz que iba a disipar las tinieblas morales, está lejos de haber desaparecido en esta época...
Algunos pueden decir ‘no aborrezco a mi hermano, no soy tan malo como eso’. Pero ¡qué poco conocen sus propios corazones! Pueden pensar que manifiestan el celo de Dios en sus sentimientos hacia sus hermanos cuando las ideas de estos parecen estar de algún modo en conflicto con las suyas; afloran entonces sentimientos que nada tienen que ver con el amor... [Jones y Waggoner] pueden estar en oposición hacia sus hermanos, y no obstante, estar trayendo un mensaje de Dios al pueblo: precisamente la luz que necesitamos para este tiempo...
[Los que se oponen al mensaje] dan un paso tras otro en la dirección equivocada hasta que parece no haber otra salida que no sea continuar en ese camino, convencidos de que su sentimiento de amargura contra sus hermanos está justificado. ¿Soportará el mensajero del Señor la presión ejercida contra él? Si es así, es porque el Señor le ordena permanecer en la fuerza que le da, y vindicar la verdad que Dios le envía...
Siento gran pesar de corazón al ver la facilidad con la que se critica una palabra o acción de los pastores Jones o Waggoner. Cuán rápidamente olvidan muchas mentes todo el bien que ellos han hecho en los años del pasado reciente, y no ven evidencia de que Dios esté trabajando a través de esos instrumentos. Van a la caza de algo que condenar, y su actitud hacia esos hermanos que están comprometidos con celo en la práctica de una buena obra, demuestra que su corazón alberga sentimientos de enemistad y amargura... Dejad de acechar a vuestros hermanos con sospechas (Carta O-19, 1892).
Considérese la situación de Jones y Waggoner: era singular, sin parangón en la historia sagrada:
a. Sabían que su mensaje había venido del Señor.
b. Sabían que significaba el comienzo de la lluvia tardía.
c. Sabían que habían seguido la dirección del Señor al proclamarlo bajo las circunstancias en que lo hicieron.
d. Sintieron con agudeza lo que Ellen White describió como “odio”, “condenación”, “amargura” y “rechazo” de parte de sus hermanos en la fe. Las anteriores son expresiones literales que ella empleó, y la fecha de las cartas antes mencionadas indica que esos dolorosos sentimientos negativos de parte de sus hermanos continuaron después de las confesiones y arrepentimiento con lágrimas expresados por sus hermanos opositores entre 1890 y 1901 (ver Through Crisis to Victory 1888-1901, 82-114). La pluma inspirada desvela ante nosotros que esos “confesores” continuaron en su oposición, incapaces de evitar recaer nuevamente en el rechazo al mensaje, tal como habían hecho en la asamblea de 1888. (Ver artículo editorial de Uriah Smith en Review and Herald - 10 mayo 1892- oponiéndose a Waggoner y artículos posteriores en ese año oponiéndose a Jones; Ellen White, Carta S-24, 1892 y Carta del 9 de enero de 1893, así como Testimonios tan tardíos como de 1897, confirmando que la oposición continuaba).
e. En comparación con Jones y Waggoner, Lutero soportó una prueba relativamente fácil cuando enfrentó la virulenta oposición del papado y de la jerarquía católica hacia su mensaje. Cierto: el odio que el reformador debió sufrir revistió un carácter abierto y violento, tanto en el sentido dialéctico como en el físico. Pero lo que permitió a Lutero “soportar la presión que se ejerció contra él” (tomando prestada la frase que Ellen White aplicó a Jones y Waggoner) fue su comprensión del claro mensaje profético de Daniel y Apocalipsis. Lutero reconoció a Roma como la “bestia”, el “cuerno pequeño”, la “ramera”. La misteriosa oposición a la que tenía que hacer frente resultaba así explicable y justificada a la luz de la Palabra de Dios.
f. Pero los mensajeros del Señor en 1888 carecían de una tal explicación bíblica que les ayudase a soportar la presión ejercida en su contra. Ellos creían firmemente que la Iglesia Adventista del Séptimo Día era la verdadera iglesia remanente de la profecía bíblica. Tenían confianza en los principios de organización que acreditaban a la Asociación General como la máxima autoridad bajo la dirección de Dios. Reconocían en sus hermanos a los líderes divinamente escogidos para llevar a cabo la obra. Sabían que las inteligencias celestiales vigilaban con profundo interés el desarrollo del drama.
Ambos se implicaron en la defensa nacional de la libertad religiosa cuando el Congreso de los Estados Unidos estuvo a punto de promulgar una ley dominical, tal como nunca antes había sucedido en la historia de América: una evidencia inconfundible de que el mundo había alcanzado la situación propicia para la proclamación del fuerte pregón con poder hasta entonces desconocido. Y sabían que su generación estaba viviendo en el tiempo de la purificación del santuario, en el tiempo del juicio investigador, momento en el que de ninguna forma debía repetirse la ceguera espiritual de generaciones precedentes.
Y sin embargo, para su asombro, ¡nunca antes había registrado la historia un fracaso más vergonzoso por parte del pueblo de Dios para reconocer la inmensa oportunidad escatológica! Aparecía como un rechazo e incredulidad sin precedentes, por parte del moderno Israel. Precisamente en el momento en que los corazones de los propios mensajeros fueron estremecidos por el más profundo amor inspirado por Dios, un amor como el que nunca antes hubiesen conocido, vinieron a recibir un odio glacial de parte de sus hermanos a quienes el Señor llamaba a unirse con ellos en la misión.
A Jones y Waggoner les pareció el fracaso final y completo del plan de Dios. ¿Qué podían esperar más allá? Era una experiencia desconcertante.
g. Es significativa la fecha de las cartas de Ellen White antes mencionadas, por cuanto Waggoner fue enviado a Inglaterra en 1892 en condiciones de privación extrema. Un año antes Ellen White había sido enviada a Australia sin “luz por parte del Señor” de que fuese su voluntad que se la enviara a otro destino diferente de aquel al que fuera previamente llamada por la Asociación General. De esa manera quedó desarticulado el trío que proclamaba el mensaje de la justicia de Cristo en reuniones campestres, iglesias, seminarios y convenciones de obreros, así como en la obra personal. Jones y Waggoner tendrían que haber sido más que humanos para no sentir eso como una bofetada en la cara, y como el rechazo a su obra y mensaje especiales.
Ellen White resumió el impacto global de su reacción como virtual “persecución”:
Deberíamos ser los últimos en el mundo, en ceder en el más mínimo grado al espíritu de persecución contra aquellos que están llevando el mensaje de Dios al mundo. Lo que se ha manifestado entre nosotros desde el encuentro de Minneapolis, es la peor clase de espíritu anticristiano. Algún día se lo verá en su verdadera magnitud, con todo el peso de horror resultante (General Conference Bulletin, 1893, 184).
Para nosotros es hoy muy fácil sentenciar que los mensajeros debieron haber soportado la presión ejercida en su contra:
¿Soportará el mensajero del Señor la presión ejercida contra él? Si es así, es porque el Señor le ordena permanecer en la fuerza que le da, y vindicar la verdad que Dios le envía... (Carta 0-19, 1892).
Pero la sabiduría infinita de Dios previó que la vindicación de la verdad no iba a basarse en evidencias subjetivas procedentes de los mensajeros a quienes había sido encomendada. Decididamente ha sido su voluntad que la actual generación evalúe el mensaje basándose estrictamente en la evidencia inherente al mensaje mismo, sin la colaboración de factores que superficialmente constituirían la evidencia subjetiva decisoria. Nuestra generación debe evaluar el mensaje de 1888 de la misma manera en que este fue presentado a aquella generación: con la inclusión de la piedra de tropiezo de las personalidades humanas defectuosas a modo de percha, provista a fin de que aquellos que secretamente abrigan incredulidad, puedan colgar allí sus dudas. No hay mejor forma en la que la fe pueda desarrollarse hasta su perfección. Nuestra obra hoy es vencer plenamente allí donde aquella generación fracasó.
Ellen White atribuye “en gran medida” el fracaso de Jones y Waggoner a una razón bien distinta de la que atribuyó regularmente a los apóstatas:
No es la inspiración celestial la que hace que uno se entregue a las sospechas, acechando la ocasión y esperando con ansia el momento de poder probar que aquellos hermanos que difieren de nosotros en alguna interpretación de la Escritura no están sanamente fundados en la fe. Hay peligro de que esa forma de actuar venga a producir justamente los resultados que se habían supuesto; y en gran medida la culpabilidad recaerá en aquellos que están al acecho del mal...
La oposición en nuestras filas ha impuesto a los mensajeros del Señor [Jones y Waggoner] una labor extenuante y que pone a prueba el alma, ya que han debido enfrentar dificultades y obstáculos que nunca debieron existir...
El amor y la confianza constituyen una fuerza moral que debiera haber unido nuestras iglesias, asegurando armonía de acción; pero la desconfianza y la frialdad han traído la desunión que nos ha privado de la fuerza (Carta, 6 de enero de 1893; General Conference Bulletin, 1893, 419).
Cuando los apóstatas dejan la membresía del pueblo de Dios, abandonando las doctrinas que una vez sostuvieron, nuestro veredicto suele ser: “Salieron de nosotros, mas no eran de nosotros; porque si fueran de nosotros, hubieran cierto permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que todos no son de nosotros” (1 Juan 2:19). Pero la evidencia no apoya tal deducción en el caso de Jones y Waggoner. Eran de nosotros, puesto que Dios les encomendó el tan precioso mensaje. Pero somos responsables en gran medida, ya que el modo en que los juzgamos, desprovisto de caridad, vino a producir el mismo resultado objeto de la sospecha.
El que nos permitamos en nuestros días albergar prejuicio u oposición al mensaje de 1888 en razón del fracaso de los mensajeros, es evidencia de que hemos entrado en “un engaño fatal”:
Es muy posible que los pastores Jones y Waggoner puedan ser derrotados por las tentaciones del enemigo; pero de ocurrir así, eso no probaría que no habían recibido el mensaje de Dios, ni que toda su obra hubiese sido un error. Pero si eso sucediera, cuántos tomarían esta posición, entregándose a un engaño fatal a causa de no estar bajo el control del Espíritu de Dios... Sé que esa es precisamente la posición que muchos tomarían si alguno de estos cayera finalmente, y oro para que los hombres sobre los que Dios ha puesto la carga de una obra solemne sean capaces de dar a la trompeta un sonido certero y honrar a Dios a cada paso, y que su camino pueda iluminarse más y más en todo momento hasta el fin del tiempo (Carta S-24, 1892).
Lamentablemente, la oración de Ellen White no fue contestada de acuerdo con sus deseos. Satanás se alegró, y triunfaron aquellos que rechazaron el mensaje y al mensajero. Muchos han entrado por décadas en ese “engaño fatal”, sintiéndose justificados en su negligencia y oposición a esos elementos de la verdad que por designio divino significan el comienzo de la lluvia tardía y el fuerte pregón.
Ha llegado ahora el momento de una valoración más objetiva de la evidencia, para que “el tiempo no [sea] más... y el misterio de Dios sea consumado” en esta, nuestra generación.
Capítulo 7
La justificación por la fe, en el mensaje de 1888
El poder desbordante de las buenas nuevas
(índice)
Si el mensaje fue “el comienzo” del fuerte pregón y “aguaceros celestiales de lluvia tardía”, la lógica nos obliga a reconocer que debió consistir en una revelación más clara de la verdad, de la que hubiese comprendido cualquier generación previa del pueblo de Dios, desde que la lluvia temprana fuera derramada en Pentecostés. Eso nos deja sin aliento. Analicemos los hechos.
Hablando en la década del año 1888, y en el contexto inequívoco del mensaje predicado por Jones y Waggoner, Ellen White dijo:
En la Palabra de Dios hay grandes verdades que han permanecido sin ser vistas ni oídas desde el día de Pentecostés, que deben brillar en su pureza primitiva. El Espíritu Santo revelará a aquellos que aman verdaderamente a Dios, verdades que se han eclipsado de la mente, y revelará también verdades que son enteramente nuevas (Fundamentals of Christian Education, 473).
¿Cómo podría ser la justificación por la fe de 1888 una mera re-enfatización de los conceptos del siglo XVI, por importantes que fueran para su generación las doctrinas de los reformadores? Ellen White dijo que el mensaje de la justicia por la fe -de 1888- era “el mensaje del tercer ángel en verdad” (Review and Herald, 1 abril 1890). Si no era más que lo enseñado por Lutero, entonces el apóstata L.R. Conradi habría tenido razón al afirmar que Lutero enseñó en sus días el mensaje del tercer ángel, y por lo tanto, no hay razón para la existencia de la Iglesia Adventista del Séptimo Día (Conradi, The Founders of the Seventh Day Adventist Denomination, 60-62).
Si nuestro mensaje de la justificación por la fe es el mismo que proclaman teólogos y evangelistas de las iglesias guardadoras del domingo, entonces el asunto adquiere grave trascendencia. ¿Cuál es la razón de existir de la Iglesia Adventista del Séptimo Día? ¿No tiene esta contribución distinta que hacer en relación con el evangelio? ¿Acaso sea quizá nuestra contribución “las obras”? ¿Dispuso quizá el Señor que las iglesias populares prediquen el evangelio, y la Iglesia Adventista la ley?
O, en el mejor de los casos, ¿es nuestra Iglesia un competidor más en la carrera del evangelio, una voz de “yo también”, ofreciendo virtualmente la misma mercancía, tal como sucede en las actuales competiciones automovilísticas, en las que los vehículos son prácticamente idénticos, excepto por el nombre del patrocinador? A la luz de la afirmación hecha por Ellen White sobre “el mensaje del tercer ángel en verdad”, es evidente que el mensaje de 1888 debe consistir en algo singular que lo distingue de las ideas populares de los evangélicos. Estos últimos todavía no han comprendido el mensaje. Después de todo, aún no lo hemos proclamado en su plenitud.
Ellen White se gozó en la singularidad de ese mensaje, reconociendo que iba mucho más allá de los conceptos de los reformadores o de sus contemporáneos cristianos:
En su gran misericordia el Señor envió un preciosísimo mensaje a su pueblo por medio de los pastores Waggoner y Jones... Presentaba la justificación por la fe en el Garante; invitaba a la gente a recibir la justicia de Cristo, que se manifiesta en la obediencia a todos los mandamientos de Dios... Este es el mensaje que Dios ordenó que fuera dado al mundo. Es el mensaje del tercer ángel, que ha de ser proclamado en alta voz y acompañado por el abundante derramamiento de su Espíritu (Testimonios para los ministros, 91-92).
Esas palabras carecerían de sentido si los mensajeros no hubieran avanzado en la luz, mediante su maravilloso descubrimiento de que la justificación por la fe es más que una declaración de absolución por los “pecados pasados” (la comprensión común evangélica, y también la de muchos adventistas). El corazón que estaba en rebeldía contra Dios, resulta reconciliado, convirtiendo así al creyente en obediente a todos sus mandamientos. Esa refrescante faceta de la verdad es la que alegró tan grandemente el corazón de Ellen White. Los que en nuestros días se oponen al mensaje de Jones y Waggoner, se esfuerzan por argumentar que no hay nada singular en el mismo. Veamos lo que Waggoner publicó muy poco después de 1888:
Es evidente la pertinencia de... la declaración [de Pablo] de que “los hacedores de la ley serán justificados” (Rom 2:13). Justificar significa hacer justo, o mostrar que alguien es justo...
Los actos realizados por una persona pecadora carecen de valor a efectos de hacerlo justo; más bien al contrario: teniendo su origen en un corazón impío, son actos impíos, añadiéndose así a la cuenta de su impiedad. Solamente el mal puede brotar de un corazón malvado, y la multiplicación de males no puede dar por resultado ni un solo acto bueno; por lo tanto, de nada vale qua una persona impía piense hacerse justa por sus propios esfuerzos. Debe ser hecho justo antes de poder obrar el bien de él requerido, y que él desea hacer...
El apóstol Pablo, habiendo demostrado que todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios (Rom 3:23), de manera que por las obras de la ley ninguna carne será justificada ante él (Gál 2:16), declara que somos “justificados [hechos justos] gratuitamente por su gracia...” (Rom 3:24)...
Es cierto que Dios de forma alguna tendrá por inocente al culpable; no podría hacerlo y seguir siendo un Dios justo. Pero hace algo muchísimo mejor: quita la culpa, de tal suerte que quien había sido culpable no precisa ya ser absuelto: es justificado y considerado como si nunca hubiese pecado...
El serle quitadas las vestiduras viles [en Zac 3:1-5] significa hacer pasar la iniquidad de la persona. Y vemos así que cuando Cristo nos cubre con el manto de su propia justicia, no provee una cobertura para el pecado, sino que quita el pecado. Y eso muestra que el perdón del pecado es más que una simple formalidad, más que simplemente una entrada en los registros de los libros del cielo a efectos de cancelar el pecado... Realmente lo limpia de culpa; y si es libre de culpa, es justificado, hecho justo; ha experimentado ciertamente un cambio radical... y así el perdón pleno y gratuito de los pecados contiene en sí mismo ese maravilloso y milagroso cambio conocido como el nuevo nacimiento... es tener un corazón nuevo, limpio...
Una vez más, ¿qué es lo que trae la justificación o perdón de los pecados? Es la fe... Ese mismo ejercicio de la fe hace de la persona un hijo de Dios (Christ and His Righteousness, 48-63. Corchetes figuran en el original).
A.T. Jones estaba en completo acuerdo:
Justificación por la fe es justicia por la fe, ya que justificación es ser declarado justo... justificación por la fe, por tanto, es justificación que viene por la palabra divina... La palabra de Dios lleva en sí misma su cumplimiento... La palabra de Dios pronunciada por Jesucristo, es poderosa para llamar a la existencia aquello que no existía antes de ser emitida...
En la vida del hombre no hay justicia... Pero Dios ha establecido a Cristo para declarar justicia a y sobre el hombre. Cristo ha “pronunciado la palabra solamente”, y en la vacía oscuridad de la vida del hombre aparece la justicia para todo aquel que la reciba... La palabra de Dios recibida por la fe... produce justicia en el hombre y en la vida de quien jamás la tuvo anteriormente: precisamente como en la creación del Génesis...
“Justificados [hechos justos] pues por la fe [confiando y dependiendo solamente de la palabra de Dios], tenemos paz para con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Rom 5:1) (Review and Herald, 17 enero 1899. Corchetes figuran en el original).
El hombre no debe simplemente convertirse en justo por la fe (dependiendo de la palabra de Dios) sino que debe ser justo, debe vivir por la fe. Es precisamente en esa misma forma como vive el hombre justo y es así precisamente como se convierte en justo (Id. 7 marzo 1899).
Ahí está la palabra de Dios, la palabra de justicia, la palabra de vida, para ti ahora, “hoy”. ¿Serás hecho justo por ella ahora? ¿Vivirás por ella hoy? Eso es justificación por la fe. Eso es justicia por la fe. Es lo más sencillo del mundo (Id. 10 noviembre 1896).
Se impone inmediatamente la siguiente reflexión: ¿estaban en lo cierto los mensajeros de 1888 al afirmar repetida y enfáticamente que la justificación por la fe “hace justo” al pecador?, ¿o constituye quizá un resurgir del viejo concepto católico romano de una justificación por la fe que es en realidad un disfraz para la justificación por las obras? Algunos sostienen que es imposible que el creyente se vuelva o sea hecho justo. Según ellos, simplemente se lo declara justo -cuando de hecho no lo es-. La enseñanza de que la justificación por la fe significa ser hecho justo por la fe, se ha pretendido identificar como la insignia del catolicismo romano.
Sin embargo, es eso lo que Ellen White apoyó como “mensaje del tercer ángel en verdad”: el centro mismo del mensaje de 1888. Si eso es romanismo disfrazado, entonces Ellen White estaba desinformada, era una incauta entusiasta, y la Iglesia Adventista debe permanecer en un estado de trágica confusión.
Ellen White discernió en ese mensaje un elemento único:
Presentaba la justificación por la fe en el Garante; invitaba a la gente a recibir la justicia de Cristo, que se manifiesta en la obediencia a todos los mandamientos de Dios... Por eso Dios entregó a sus siervos un testimonio que presentaba con contornos claros y distintos la verdad como es en Jesús, que es el mensaje del tercer ángel... Presenta la ley y el evangelio, vinculando ambas cosas en un conjunto perfecto" (Testimonios para los ministros, 91-92. Original sin cursivas).
El concepto de Jones y Waggoner de la justificación por la fe entendida como “hacer justo”, no era la idea católica de una justicia infusa vertida en el “santo”, creando un mérito intrínseco en la persona misma, de manera que los continuos actos de pecado dejarían de ser pecaminosos en virtud del mérito personal del receptor. La noción católica romana (ampliamente sostenida también por otros) es que el pecado deja de ser pecaminoso en el “santo”. Una vez que se ha producido la justificación sacramental (o legal), la “concupiscencia” deja ya de ser un mal merecedor del juicio.
La enseñanza de Jones y Waggoner era que la verdadera justificación por la fe hace justo al creyente, en el sentido de que lo reconcilia con Dios, convirtiéndolo así en un obediente hacedor de la ley. ¡Y eso ocurre antes de lo que comúnmente entendíamos por santificación! Ese mensaje escandalizó al “adventismo histórico”.
Como ya se ha visto, los mensajeros de Minneapolis expusieron claramente que millones de años de supuesta obediencia por parte del pecador arrepentido no podrían jamás expiar su pecado. Una cosa tal nunca tuvo, ni tendrá ni una tilde de mérito. Pero la fe en Cristo lo libra de su cautividad a la desobediencia a la ley, colocándolo en el camino de la obediencia. La fe que opera en la genuina justificación por la fe, es una fe que obra, y la expiación no puede ser una verdadera reconciliación con Dios a menos que efectúe igualmente una reconciliación con el carácter de Dios. Y eso significa inmediatamente obediencia de corazón a su santa ley. Toda pretendida justificación por la fe que declara justo a un hombre mientras continúa deliberadamente desobedeciendo la ley de Dios, es una mentira y distorsiona ambas cosas: la justificación y la fe, y no comprende ninguna de las dos.
Los mensajeros de 1888 presentaron el tema con claridad:
Todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados [hechos justos o hacedores de la ley] gratuitamente por su gracia (Rom 3:23-24). Nadie tiene en sí mismo nada a partir de lo cual pueda producirse la justicia. Por lo tanto, la justicia de Dios es puesta literalmente, en y sobre todos los que creen. Son así tanto vestidos con justicia como llenos de ella, de acuerdo con la Escritura. De hecho, vienen a ser “la justicia de Dios” en Cristo. ¿Cómo se efectúa eso? Dios declara su justicia sobre aquel que cree. Declarar es hablar. Por tanto, Dios habla al pecador... y le dice: “Tú eres justo”. Inmediatamente, ese pecador que cree, deja de ser un pecador, para ser la justicia de Dios. La palabra de Dios que declara justicia, lleva en sí misma la justicia, y tan pronto como el pecador cree y recibe esa palabra en su propio corazón por la fe, en ese momento tiene la justicia de Dios en su corazón; y puesto que del corazón mana la vida, sucede que en él se inicia una nueva vida, y esa vida lo es de obediencia a los mandamientos de Dios…
El Señor nunca se equivoca en sus cuentas. Cuando la fe de Abraham le fue contada por justicia, lo fue porque era realmente justicia. ¿Cómo? Abraham, al edificar sobre Dios, construyó en justicia perdurable... Se hizo uno con el Señor, y así la justicia del Señor vino a ser la suya propia (Waggoner. The Gospel in Creation, 1894, 26-28 y 35. Corchetes figuran en el original).
La justificación tiene que ver con la ley. El término significa “hacer justo”. Leemos en Romanos 2:13, que “no los oidores de la ley son justos para con Dios, mas los hacedores serán justificados”. El hombre justo, por lo tanto, es el que cumple la ley. Ser justo significa ser recto. Por lo tanto, ya que el hombre justo es el hacedor de la ley, se deduce que justificar a un hombre -esto es, hacerlo justo- es hacerlo un cumplidor de la ley.
Ser justificado por la fe es, pues, sencillamente ser hacedor de la ley por la fe...
Dios justifica al impío (Rom 4:5) ¿Es esto justo? Ciertamente lo es. No significa que pretenda ignorar las faltas del hombre, de manera que sea contado como justo aun siendo en realidad impío; significa que el Señor convierte a ese hombre en un cumplidor de la ley. En el mismo momento en que Dios declara justo a un hombre impío, este viene a ser un hacedor de la ley. Ciertamente es una obra justa y buena, tanto como misericordiosa...
Salta pues a la vista que no cabe un estado más elevado que el de la justificación. La justificación obra todo cuanto Dios puede hacer por el hombre, a excepción de hacerlo inmortal –que tiene lugar en la resurrección... Deben ejercerse continuamente fe y sumisión a Dios a fin de retener la justicia, a fin de continuar siendo un hacedor de la ley [ver I MS, 429].
Eso le permite a uno ver claramente la fuerza de esas palabras: “¿Luego deshacemos la ley por la fe? En ninguna manera; antes establecemos la ley” (Rom 3:31). Esto es: en lugar de quebrantar la ley y dejarla sin efecto en nuestras vidas, la establecemos en nuestro corazón por la fe. Esto es así porque la fe trae a Cristo al corazón, y la ley de Dios está en el corazón de Cristo. Así, “como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así por la obediencia de uno los muchos serán constituidos justos” (Rom 5:19). Este Uno que obedece es el Señor Jesucristo, y su obediencia es efectiva en el corazón de todo aquel que cree. Dado que es solamente por su obediencia como los hombres son hechos guardadores de la ley, a él sea la gloria por los siglos de los siglos (Waggoner, Signs of the Times, 1 mayo 1893).
Quizá podamos empezar a comprender la razón del entusiasmo que el mensaje causó en Ellen White. Esta reconoció que allí radicaba el “cómo” de lo expuesto en Apocalipsis 14, que describe al pueblo de Dios de los últimos días así: “Los que guardan los mandamientos de Dios”. Cuando hablaba de la justicia de Cristo imputada por la fe, se refería precisamente a lo anterior (1). Se guardaba específicamente de enseñar una mera transacción registral ficticia. Por el contrario, hablaba de algo real, una “fe que obra por el amor”. Cuando Ellen White escribió el manuscrito titulado “Peligro de nociones falsas sobre la justificación por la fe”, no fue para refutar el mensaje de Jones y Waggoner. Ella sustentaba ese mensaje. Lo que refutó fue los conceptos ficticios y legalistas sobre la justificación, opuestos al mensaje:
Se me ha presentado una vez tras otra el peligro de albergar, como pueblo, ideas falsas sobre la justificación por la fe. Durante años se me ha mostrado que Satanás trabajaría de una forma especial para confundir la mente en este punto... El punto sobre el que mi mente ha sido urgida durante años es la justicia imputada de Cristo... He hecho de ella el tema de casi todo discurso y charla pronunciados.
Examinando mis escritos de hace 15 y 20 años constato que presentan el asunto en esa misma luz... principios vivientes de piedad práctica...
[Los pastores] deben mantener ese asunto -la sencillez de la verdadera piedad- claramente ante la gente en todo discurso... Los hombres están habituados a glorificar y exaltar a los hombres. Me hace estremecer el ver y oír hablar de eso, ya que se me ha revelado que en no pocos casos la vida familiar y la obra interna de los corazones de esos mismos hombres estaba llena de egoísmo. Son corruptos, contaminados, viles; y nada que se relacione con sus actos puede ser aprobado por Dios, pues todo cuanto hacen es una abominación a su vista. No puede haber verdadera conversión sin abandono del pecado, y no se discierne el grave carácter del pecado...
Hay peligro en ver la justificación por la fe como poniendo mérito en la fe... ¿Qué es fe? (2)... Es un asentimiento a la comprensión de las palabras de Dios que constriñe el corazón en consagración y servicio voluntarios a Dios, quien dio la comprensión, quien tocó el corazón, quien dirigió la mente desde el principio para contemplar a Cristo en la cruz del Calvario...
La ley de la acción humana y divina convierte al receptor en obrero juntamente con Dios. Lleva al hombre hasta donde este puede, unido con la divinidad, obrar las obras de Dios... El poder divino y el agente humano combinados triunfarán plenamente, ya que la justicia de Cristo lo cumple todo (Manuscrito 36, 1890).
Tenemos aquí una exposición en completa armonía con la de los mensajeros de 1888. Ellen White reconoció la nueva luz enviada por el Señor con el fin de preparar a un pueblo para la venida de Cristo. En el mismo manuscrito expuso claramente cómo el concepto popular de la justificación por la fe, propio de las iglesias guardadoras del domingo, traiciona le plenitud de la verdad:
Mientras que una clase pervierte la doctrina de la justificación por la fe y es negligente en cumplir las condiciones especificadas en la Palabra de Dios: “Si me amáis, guardad mis mandamientos”, el error no es menos grave por parte de quienes profesan creer y obedecer los mandamientos de Dios, pero que se colocan en oposición a los preciosos rayos de luz -nueva luz para ellos- irradiada desde la cruz del Calvario...
Hombres sin convertir han dirigido sermones desde el púlpito. Sus propios corazones no han experimentado nunca, por medio de una fe viviente, que confía y se aferra, la dulce evidencia del perdón de sus pecados. ¿Cómo pues pueden predicar el amor, la simpatía, el perdón de Dios hacia todos los pecados? ¿Cómo pueden decir: “Mirad y vivid”? Mirando a la cruz del Calvario experimentaréis un deseo de llevar la cruz... ¿Puede alguien mirar y contemplar el sacrificio del amado Hijo de Dios sin que su corazón sea quebrantado y subyugado, dispuesto a rendir a Dios corazón y alma?
Que ese punto quede firmemente establecido en toda mente: si aceptamos a Cristo como Redentor, lo debemos aceptar como Soberano. No podemos tener la seguridad y perfecta confianza en Cristo como nuestro Salvador hasta que lo reconozcamos como nuestro Rey y seamos obedientes a sus mandamientos... Tenemos entonces el sello de autenticidad de nuestra fe, ya que es una fe que obra; que obra por el amor (Id.)
A fin de captar el mensaje de 1888, es crucial entender la fe según la comprendió Ellen White. En la Review and Herald del 24 de julio de 1888 expresó una maravillosa definición de la fe:
Puede decir que cree en Jesús cuando tiene una apreciación del costo de la salvación. Puede decir que cree, cuando siente que Jesús murió por usted en la cruel cruz del Calvario; cuando tiene una fe inteligente, que discierne que su muerte hace posible que usted deje de pecar, y que perfeccione un carácter justo mediante la gracia de Dios, que le es otorgada como la adquisición de la sangre de Cristo.
¿Es bíblicamente correcta esa noción de la justificación por la fe? Echemos un vistazo a algunos pasajes de la Escritura:
1. Hay una justificación legal o judicial (forense) que se aplica a “todos los hombres” de forma temporal:
Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito... Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para que condene al mundo, mas para que el mundo sea salvo por él... Porque la luz vino al mundo... (Juan 3:16-19).
En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres... Aquél era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre que viene a este mundo (Juan 1:4-9).
Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo a sí, no imputándole sus pecados, y puso en nosotros la palabra de la reconciliación (2 Cor 5:19).
...nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte, y sacó a la luz la vida y la inmortalidad por el evangelio (2 Tim 1:10).
...si uno murió por todos, luego todos son muertos; y por todos murió, para que los que viven ya no vivan para sí... (2 Cor 5:14-15).
Cristo, cuando aún éramos flacos, a su debido tiempo murió por los impíos... siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros... si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo... si por el delito de aquel uno murieron los muchos, mucho más abundó la gracia de Dios a los muchos, y el don por la gracia de un hombre, Jesucristo... de la manera que por un delito vino la culpa [el juicio] a todos los hombres para condenación, así por una justicia vino la gracia a todos los hombres para justificación de vida (Rom 5:6-18).
Jones y Waggoner vieron en esos textos muy buenas nuevas:
Waggoner dijo a propósito de Romanos 5:18:
No hay aquí excepción alguna. Lo mismo que la condenación vino a todos los hombres, así viene a todos la justificación. Cristo gustó la muerte por todo ser humano. Se dio a sí mismo por todos. Más aún, se dio a sí mismo a todo hombre. El don gratuito vino a todos. El hecho de que es un don gratuito demuestra que no hay excepciones. Si hubiese venido solamente sobre quienes estuviesen en posesión de cierta calificación especial, entonces dejaría de ser un don gratuito.
Por lo tanto, es un hecho plenamente establecido en la Biblia, que el don de la justicia y vida en Cristo vino a todo hombre sobre la tierra. No hay la más mínima razón por la que cualquier hombre que jamás haya vivido no pueda ser salvo para vida eterna, excepto porque no la quiera recibir. Muchos pisotean el don ofrecido tan generosamente (Waggoner, Signs of the Times, 12 marzo 1896; Carta a los Romanos, 120-121).
Jones coincidía plenamente:
¿Es tan abarcante la justicia del segundo Adán, como el pecado del primer Adán? Examinemos atentamente el asunto. Todos estábamos incluidos en el primer Adán… sin nuestro consentimiento… Jesucristo, el segundo hombre… nos afectó “en todo punto”… Por lo tanto, de igual manera en que el primer Adán afecta al hombre, así lo hace el segundo Adán. El primer Adán llevó al hombre bajo la condenación del pecado, hasta la muerte; la justicia del segundo Adán revierte lo anterior, y hace nuevamente vivir a todo hombre… Jesucristo nos ha liberado del pecado y la muerte que vino sobre nosotros desde el primer Adán. Esa libertad es para todo hombre, y todos pueden tenerla mediante la elección" (Jones, General Conference Bulletin, 1895, p. 268 y 269).
2. Jones y Waggoner basaron su comprensión de la justificación por la fe en esta verdad: una apreciación sincera del don y sacrificio de Cristo obra inmediatamente una transformación en la vida. Esa transformación del corazón no es de ningún modo la salvación por las obras. Ni es justicia inherente o infusa como enseñó el Concilio de Trento. La fe misma implica un cambio en el corazón. Quien era enemigo de Dios, se convierte realmente en un amigo por medio de la fe. En eso consiste recibir la reconciliación o expiación (Rom 5:11). La comprensión de 1888 de la fe, está fundada en la definición del propio Jesús:
Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado [no dice prestado] a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna (Juan 3:16).
Mas ahora, sin la ley, la justicia de Dios se ha manifestado, testificada por la ley y los profetas: la justicia de Dios por la fe de Jesucristo, para todos los que creen en él; porque no hay diferencia; por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios; siendo justificados gratuitamente por su gracia, por la redención que es en Cristo Jesús; al cual Dios ha propuesto en propiciación por la fe en su sangre, para manifestación de su justicia, atento a haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar su justicia en este tiempo: para que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús (Rom 3:21-26).
Creyó Abraham a Dios, y le fue atribuido a justicia... mas al que no obra, pero cree en aquel que justifica al impío, la fe le es contada por justicia... Por lo cual también [el creer] le fue atribuido a justicia (Rom 4:3-5 y 22).
Justificados pues por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo (Rom 5:1).
Mas la justicia que es por la fe dice así: No digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo?... O ¿quién descenderá al abismo?... Mas ¿qué dice? Cercana está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de la fe, la cual predicamos: Que si confesares con tu boca al Señor Jesús y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia... Luego la fe es por el oír, y el oír por la palabra de Dios (Rom 10:6-17).
El hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo... Porque yo por la ley soy muerto a la ley, para vivir a Dios. Con Cristo estoy juntamente crucificado, y vivo, no ya yo, mas vive Cristo en mí: y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. No desecho la gracia de Dios: porque si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo... los que son de fe, los tales son hijos de Abraham... Antes que viniese la fe, estábamos guardados bajo la ley, encerrados para aquella fe que había de ser descubierta. De manera que la ley nuestro ayo fue para llevarnos a Cristo, para que fuésemos justificados por la fe... Nosotros por el Espíritu esperamos la esperanza de la justicia por la fe... la fe que obra por la caridad (Gál 2:16-5:6).
Jones y Waggoner comprendieron así esos pasajes:
Cuando
miro la grandiosa cruz
en la que el Príncipe de gloria murió,
cuento por pérdida mis ganancias,
y me avergüenzo de mi orgullo.
La rendición del yo pasa, de ser una lucha dolorosa, a ser un gozoso acto voluntario de reconocimiento e identificación. Permítase simplemente que brille el amor de Dios, proclámese el evangelio en su pureza, libre de adulteración, y el alma que crea no encontrará difícil ningún sacrificio hecho por Cristo.
Siendo
que toda la creación
sería un tributo demasiado pequeño;
un amor tan excelso, tan divino,
demanda toda mi vida, mi alma, mi todo.
La fe esencial para la salvación no es una mera fe nominal, sino un principio permanente, que se apropia del poder vital de Cristo. Lleva al alma a sentir hasta tal punto el amor de Cristo, que el carácter se refinará, purificará y ennoblecerá. Esa fe en Cristo no es un simple impulso, sino un poder que obra por el amor y purifica el alma (Review and Herald, 14 agosto 1891. Original sin atributo de cursivas).
3. El mensaje va mucho más allá de la comprensión habitual según la cual la justificación por la fe consiste en el perdón por los pecados pasados, sin existir cambio alguno en el corazón hasta que comienza a tener lugar la “santificación”. El mérito sobre el que descansa la justificación por la fe no está nunca en el creyente, pero dicha justificación se hace evidente en el creyente: el yo queda crucificado con Cristo (Gál 2:20). Es por eso que la justificación por la fe depende de la justificación legal efectuada en la cruz en favor de todos los hombres. La genuina santificación consiste en la siempre creciente experiencia de progresión en la justificación por la fe.
“Es pues la fe la sustancia de las cosas que se esperan, la demostración de las cosas que no se ven” (Heb 11:1). Esta definición de la fe se comprende mejor a la luz de la imputación de la justicia de Cristo: si el pecador ejerce fe, Dios la acepta como un pago previo a cuenta: la sustancia de las cosas que Dios espera. Solamente comprendiendo la verdadera fe como describe el Nuevo Testamento puede hacerse efectiva esa magnífica imputación (Rom 3:25).
Dios no puede permitir al pecador entrar en el cielo si mancha su carácter el más leve rastro de pecado, porque la admisión de una cantidad tan pequeña como una semilla, germinaría y crecería hasta contaminar el universo de nuevo. Pero si Dios esperase a que el pecador fuese santificado antes de justificarlo, toda la eternidad no bastaría para lograrlo. Y si él perdonara el pecado en el mero sentido de dejarlo pasar, de ignorarlo, admitiendo al pecador en el cielo en un estado de incredulidad, lo que haría en realidad es perpetuar el pecado y arrojar desprecio sobre el sacrificio de su propio Hijo.
Pero, dejando aparte cualquier clase de obras, Dios puede ser justo y el que justifica al pecador que tiene fe, ya que la fe es la verdadera apreciación profunda y sincera de la justicia de Dios, efectuada al establecer a Cristo a modo de “propiciación por la fe en su sangre”. Si no hubiese derramamiento de sangre ni cruz, entonces no podría haber base legal para la justificación ni tampoco fe por parte del pecador. La sangre efectúa una expiación tanto objetiva como subjetiva.
Esa no es la “teoría de la influencia moral” de la expiación, ya que esa sangre “habla” al corazón humano que se arrepiente. Es así como la verdadera justificación por la fe “abate en el polvo la gloria del hombre”.
En esa fe, como en un grano de mostaza, radica “la sustancia de las cosas que se esperan”.
Dios se deleita en mirarla. Dice: “Es suficiente”, y la cuenta como justicia.
La postura de la Reforma estaba necesariamente limitada, en razón de la mentalidad egocéntrica prevaleciente en esa época. Los reformadores abrazaron la doctrina papal de la inmortalidad del alma, (3) razón por la que fueron incapaces de escapar de esa mente restringida. Pero por vez primera en la historia del adventismo, y quizá también en la del cristianismo (contando a partir de los apóstoles), Jones y Waggoner rompieron la servidumbre al yugo de la preocupación egocéntrica. Comenzaron a sentir una motivación superior, verdaderamente centrada en Cristo. Esa más amplia visión fue posible para ellos, no gracias a la lectura esmerada de las obras de los reformadores protestantes o de los evangélicos de la época, sino por su conocimiento de la distinta y singular comprensión adventista de la purificación del santuario.
Todo cuanto debieron hacer fue correlacionar la doctrina (de otra forma, estéril doctrina) de la purificación del santuario, con los conceptos neotestamentarios de la justificación por la fe, descubriendo el mensaje que produjo en Ellen White el entusiasta reconocimiento: “Cada fibra de mi corazón decía Amén” (Manuscrito 5, 1889).
Si bien las obras no añaden nada a esa justificación por la fe, son inherentes a la fe misma. La fe obra por el amor. Jones y Waggoner enfatizaron que la salvación es sólo por la fe, pero la fe que predicaron es la fe que obra, y “obra” no es aquí un sustantivo, sino un verbo. Si uno posee la palabra de capital importancia -en la frase de la experiencia cristiana-, no hay límite a los sustantivos en los que se materializará, conduciendo al creyente y al cuerpo de la iglesia, a una preparación cabal para la traslación en la venida del Señor.
Es por eso que Waggoner afirmó que “no cabe un estado más elevado que el de la justificación”. La santificación es la progresión y constante profundización en la realidad de la justificación por la fe. Nunca dejaremos de ser justificados por la fe (esto es, hechos obedientes a la ley de Dios) hasta el momento de la glorificación. No se trata de “buscar pelos” en distinciones sutiles entre justificación y santificación, y menos aún en considerar “anatema” las posturas de cristianos que no coinciden con la nuestra al definir el lugar exacto en que está la línea que separa ambas. Nadie pretenderá estar totalmente santificado por la fe: la pretensión de tal cosa negaría inmediatamente la realidad de la justificación por la fe. En todos y cada uno de los momentos desde el principio de la conversión, hasta la gloriosa experiencia de encontrar al Señor en las nubes en su venida, el creyente confía solamente en la justicia imputada de Cristo.
Puesto
que yo, extraviado y perdido,
hallé perdón en su nombre y palabra;
en otra cosa jamás me gloríe
sino en la cruz de Cristo mi Señor
El mensaje de Jones y Waggoner trascendió la preocupación egocéntrica basada en nuestra inseguridad, y la transformó en una preocupación de orden superior por el honor y la vindicación de Cristo en la resolución del gran conflicto de los siglos. Así, el foco se desplazó desde la preocupación por la propia salvación de uno mismo, dependiente de la justicia imputada, hacia el deseo, en un orden superior, de que Cristo se goce al ver en su pueblo una demostración de la justicia impartida. [Nota: El uso que hizo Ellen White de imputada no se limita a una mera declaración legal exterior al creyente. Por ejemplo, considérese esta declaración, hecha en el clímax de la presentación del mensaje de 1888:
La justicia imputada de Cristo significa santidad, rectitud, pureza. Si no nos fuese imputada la justicia de Cristo, no podríamos experimentar arrepentimiento aceptable. La justicia, morando en nosotros por la fe, consiste en amor, tolerancia, mansedumbre y todas las virtudes cristianas. Se da acogida a la justicia de Cristo y viene a ser una parte de nuestro ser. Todos cuantos posean esa justicia obrarán la justicia de Dios... El manto de la justicia de Cristo no cubre jamás los pecados acariciados. Nadie podrá entrar en las cenas de boda del Cordero sin llevar puestas las vestiduras de boda, que es la justicia de Cristo (Carta 1e, 14 enero 1890).
Su repetida frase relativa a Cristo como nuestro “sustituto y garantía” no implica la postura popular llamada “de la Reforma”, limitada a una sustitución legal o judicial:
<small>No debemos colocar la obediencia de Cristo en sí misma como algo para lo cual estuviera particularmente adaptado por su peculiar naturaleza divina, ya que se tuvo ante Dios como el representante del hombre, y fue tentado como el sustituto y garantía del hombre" (Manuscrito 1, 1892).</small>
Esa nueva motivación está infinitamente alejada de la herejía del “perfeccionismo”. Comentando el mensaje de 1888, Ellen White dijo que la justicia imputada es nuestro “título al cielo”, mientras que la impartida es nuestra “idoneidad para el cielo” (Review and Herald, 4 junio 1895. También Mensajes para los jóvenes, 32. Esa terminología fue previamente empleada por John Wesley, Works, Sermon 127, 1790, “On the Wedding Garment” [ataviados para las bodas]). El gran reloj de Dios marcó solemnemente la hora que nunca antes sonara en los días de los reformadores del siglo XVI. La hora era avanzada, y había llegado el tiempo de que una Voz se dispusiese a proclamar: “Consumado es”.
Cuando nos postramos humildemente a los pies de la cruz donde Cristo murió, venimos a ser todos como niños en lo referente a la limitada comprensión de su glorioso significado. El orgullo personal y denominacional que impregna nuestra vida como iglesia, la tendencia constante a honrar y glorificar a los hombres y mujeres falibles, nuestra adhesión a los placeres y las cosas del mundo, son todos ellos indicadores de cuán poco comprendemos o apreciamos la verdadera justificación por la fe.
El remedio no es encontrar algo más que hacer en el sentido de más obras, sino algo que creer. Y nadie puede creer si no es con el corazón contrito, quebrantado. Nuestra historia pasada y presente nos revela que aún no hemos aprendido la lección suprema:
Mas lejos esté de mí el gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo (Gál 6:14).
Hermanos, cuando fui a vosotros, no fui con altivez de palabra, o de sabiduría, a anunciaros el testimonio de Cristo. Porque no me propuse saber algo entre vosotros, sino a Jesucristo, y a este crucificado (1 Cor 2:1-2).
Capítulo 8
¿Se puede vivir sin pecar?
(índice)
Plantear la pregunta improcedente en el momento inoportuno tiene por resultado la confusión. Allá donde se mencione la vida sin pecado, aparece siempre alguien dispuesto a hacer la pregunta cargada de intención: “¿Vives tú sin pecado?, ¿eres tú perfecto?, ¿me puedes mostrar a alguien (exceptuando a Cristo) que haya sido perfecto?” Más de una vez, la sonrisa adorna el silencio tenso que suele acompañar a esas preguntas burlonas.
Pero eso no incumbe al tema de este capítulo. Incluso para un niño es evidente que jamás un verdadero cristiano se sentirá o declarará perfecto. No fue el orgulloso fariseo quien fue justificado, sino el publicano contrito (evidentemente por la fe, ya que de otra forma no es posible). Y este último oraba así: “Dios, sé propicio a mí, pecador” (Luc 18:13). Hasta que Cristo glorifique a sus santos en la segunda venida, sabrán que “en [ellos], es a saber, en [su] carne, no mora el bien” (Rom 7:18). Ningún verdadero cristiano pretenderá más de lo que expresó Pablo: “No que ya haya alcanzado ni que ya sea perfecto... Hermanos, yo mismo no hago cuenta de haberlo ya alcanzado” (Fil 3:12-13).
Nunca podemos con seguridad poner la confianza en el yo, ni tampoco, estando, como nos hallamos, fuera del cielo, hemos de sentir que nos encontramos seguros contra la tentación... Nuestra única seguridad está en desconfiar constantemente de nosotros mismos y confiar en Cristo (Palabras de vida del gran Maestro, 119-120).
No sólo al comienzo de la vida cristiana ha de hacerse esta renuncia al yo [orgullo y suficiencia propia]. Se la debe renovar a cada paso que se dé hacia el cielo...
Mientras más nos acerquemos a Jesús y más claramente apreciemos la pureza de su carácter, más claramente discerniremos la excesiva pecaminosidad del pecado, y menos nos sentiremos inclinados a ensalzarnos a nosotros mismos (Id. 124).
Hay esfuerzo ferviente desde la cruz hasta la corona. Hay lucha contra el pecado interior. También contienda contra el error del exterior (Review and Herald, 29 noviembre 1887).
Debemos comenzar por hacer la pregunta adecuada en el momento correcto. Y el tiempo correcto es este tiempo de purificación del santuario celestial, mientras nuestro gran Sumo Sacerdote está completando su obra de expiación final. Cristo está por cumplir una obra única en la historia humana, desde que esta comenzó. Si bien ningún hijo de Dios pretenderá haber vencido todo pecado, y si bien es igualmente cierto que no podemos juzgar a ninguna persona del pasado (exceptuando a Cristo) ni del presente, en el sentido de que haya o no vencido como Cristo venció, eso no significa que el ministerio de Cristo en el lugar santísimo vaya a fracasar en obtener dichos resultados. Por mucho que hayamos dejado de vencer en el pasado o el presente, el que nosotros digamos que es imposible vencer el pecado por la fe en el Redentor, es de hecho justificar y fomentar el pecado, y colocarse en el bando del gran enemigo.
Las preguntas que es adecuado plantearse, son: El sacrificio de Cristo como Cordero de Dios, y su ministerio como gran Sumo Sacerdote, ¿son suficientemente poderosos como para salvar a su pueblo de (no en) sus pecados?, ¿es verdaderamente capaz de salvar hasta lo sumo a los que por él se allegan a Dios?, ¿tendrá verdadero éxito en “afinar y limpiar la plata: porque limpiará los hijos de Leví, los afinará como a oro y como a plata; y ofrecerán a Jehová ofrenda con justicia”? (Mal 3:3). Cuando venga Cristo por segunda vez, ¿encontrará un pueblo del que en verdad pueda decir “Aquí está la paciencia de los santos; aquí están los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús”?
Si es su voluntad, el Señor “creará una cosa nueva sobre la tierra” (Jer 31:22), y esa cosa nueva va a consistir en la preparación de un pueblo para la segunda venida de Cristo. Por primera vez en la historia humana, se hace el anuncio divino: “Aquí está la paciencia de los santos; aquí están los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús”. El acontecimiento que sigue es la venida del Señor (vers. 12 y 14 de Apoc 14).
Decir que esos santos en realidad no guardan los mandamientos de Dios, sino que simplemente Dios lo presume así, es violar el contexto de los mensajes de los tres ángeles. El cielo declara que “son vírgenes... siguen al Cordero por donde quiera que fuere... en sus bocas no ha sido hallado engaño; porque ellos son sin mácula delante del trono de Dios” (vers. 4-5). Sabemos que tienen naturaleza pecaminosa, “por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Rom 3:23). Pero la congruencia de la declaración de Apocalipsis 14 exige que la fe de Jesús haya realmente obrado, y hayan cesado de pecar. Vencieron como Cristo venció (Apoc 3:21). Tratar de situar esta descripción de un pueblo victorioso en el futuro posterior a la segunda venida, supone una violación flagrante del contexto. En Apocalipsis 15:2 se contempla el mismo grupo, habiendo obtenido la victoria antes del fin del tiempo de gracia.
Las generaciones anteriores no han sido nunca capaces de comprender claramente la verdad de la perfección cristiana sin caer en los errores del perfeccionismo, debido a que todavía no era la hora de la purificación del santuario. Cuando llegamos a “los días de la voz del séptimo ángel, cuando él comenzare a tocar la trompeta, el misterio de Dios será consumado, como él lo anunció a sus siervos los profetas” (Apoc 10:7). He aquí la contribución especial que el adventismo debe hacer para completar la gran Reforma y el cumplimiento de la comisión evangélica. Debe haber una conjugación de la verdad del santuario celestial y de la verdad de la justificación por la fe. Y es entonces cuando comenzamos a sentir la auténtica significación del mensaje de 1888 tal como el Señor lo envió a su pueblo.
El mensaje de 1888 era un mensaje de gloriosa esperanza, tan exento de fanatismo como de los errores del perfeccionismo. Ambos mensajeros, desde el principio de la era de 1888, fueron claros y categóricos en cuanto a que es posible vivir sin pecar, de que el pueblo de Dios puede vencer como Cristo venció, y que la clave para esa gloriosa posibilidad reside en la fe de su pueblo en el ministerio del gran Sumo Sacerdote en el lugar santísimo.
Las primeras tres frases del libro de Waggoner Cristo y su justicia, resumen claramente su concepto de la vida sin pecado. Constituyen la semilla de una verdad que se desarrolla hasta convertirse en un árbol inmenso:
En el primer versículo del tercer capítulo de Hebreos leemos una exhortación que comprende todo mandato dado al cristiano. Es ésta: “Por lo tanto, hermanos santos, participantes del llamado celestial, considerad al Apóstol y Sumo Sacerdote de la fe que profesamos, a Jesús”. Hacer esto tal como indica la Biblia, considerar a Cristo continua e inteligentemente tal como él es, lo transformará a uno en un cristiano perfecto, puesto que “contemplando somos transformados” (2 Cor 3:18).
Edificados sólidamente sobre el concepto de Lutero de la justificación por la fe, Jones y Waggoner establecieron tres elementos esenciales del singular mensaje de los tres ángeles. Este es el sentido en el que el mensaje de 1888 va más allá de lo que los reformadores del siglo XVI fueron capaces de alcanzar en su día:
1. Se hace un llamado al creyente a “considerar atentamente a Jesús, el... sumo sacerdote” en su obra de purificar el santuario en el día antitípico de la expiación que comenzó en 1844.
2. Considerar a Cristo de forma continua e inteligente, tal como él es, es considerar la verdadera enseñanza neotestamentaria de que su papel en tanto que sustituto y ejemplo requiere que tomase la naturaleza del hombre caído, en semejanza de carne de pecado, siendo así poderoso para socorrer a los que son tentados.
3. La fe en un Salvador y Sumo Sacerdote tal, transformará a uno en un cristiano perfecto. Obsérvese la palabra transformará. El verdadero creyente no solamente será tenido o legalmente reconocido por tal, sino que realmente se transformará mediante la fe en un cristiano perfecto.
La enseñanza de Jones estaba en completa armonía con la de Waggoner. En El Camino consagrado a la perfección cristiana, publicado primeramente como artículos de Review and Herald (de 1898 a 1899), se declara sencilla y categóricamente:
Viniendo en la carne -habiendo sido hecho en todas las cosas como nosotros y habiendo sido tentado en todo punto como lo somos nosotros-, se identificó con toda alma humana, precisamente en su situación actual. Y desde el lugar en que esa alma se encuentra, consagró para ella un camino nuevo y vivo a través de las vicisitudes y experiencias de toda una vida, incluida la muerte y la tumba hasta el santo de los santos, para siempre a la diestra de Dios…
Ese “camino” lo consagró para nosotros. Habiéndose hecho uno de nosotros, hizo de ese camino el nuestro; nos pertenece. Ha otorgado a toda alma el divino derecho a transitar por ese camino consagrado; y habiéndolo recorrido él mismo en la carne -en nuestra carne-, ha hecho posible y nos ha asegurado que todo ser humano puede andar por él en todo lo que ese camino significa, y por él acceder plena y libremente al santo de los santos.
[Él] constituyó y consagró un camino por el cual, en él, todo creyente puede, en este mundo y durante toda la vida, vivir una vida santa, inocente, limpia, apartada de los pecadores, y como consecuencia ser hecho con él más sublime que los cielos (Heb 7:26) (p. 76-77).
Se suscita la cuestión inmediatamente: ¿Es lo anterior la herejía del perfeccionismo? Jones aclara que no lo es:
La perfección, la perfección del carácter, es la meta cristiana; perfección lograda en carne humana en este mundo. Cristo la logró en carne humana en este mundo, constituyendo y consagrando así un camino por el cual, en él, todo creyente pueda lograrla. Él, habiéndola obtenido, vino a ser nuestro Sumo Sacerdote en el sacerdocio del verdadero santuario, para que nosotros la podamos obtener (Id.)
Hay que distinguir claramente entre la “perfección de carácter... lograda en carne humana” y el perfeccionismo fanático que pretende la perfección de la carne humana. El perfeccionismo es una herejía que se caracteriza por una o más de las falsas ideas que siguen:
En el mensaje de 1888 no existe ninguna de esas falsas ideas. Por el contrario, encontramos un llamado definido a la preparación para la segunda venida de Cristo. Ellen White distinguió el llamado. Refiriéndose al mensaje de Jones y Waggoner, dijo:
En su gran misericordia el Señor envió un preciosísimo mensaje a su pueblo por medio de los pastores Waggoner y Jones. Este mensaje tenía que presentar en forma más destacada ante el mundo al sublime Salvador, el sacrificio por los pecados del mundo entero. Presentaba la justificación por la fe en el Garante; invitaba a la gente a recibir la justicia de Cristo, que se manifiesta en la obediencia a todos los mandamientos de Dios... Es el mensaje del tercer ángel, que ha de ser proclamado en alta voz y acompañado por el abundante derramamiento de su Espíritu (Testimonios para los ministros, 91-92. Original sin atributo de cursivas).
Ellen White declaró frecuentemente que la causa real del rechazo al mensaje fue un amor secreto al pecado. Waggoner nos dijo que estaba en deuda con Lutero y Wesley por su compresión. Y Wesley enseñó claramente la posibilidad de vida sin pecado, en carne mortal. La terrible oposición de la que fue objeto en su día era una representación de la que deberían afrontar Jones y Waggoner. Wesley dijo en su día acerca de ese conflicto:
Ninguna otra expresión en las Santas Escrituras ha venido ser tan ofensiva como esa. El término perfecto es lo que muchos no pueden soportar. Simplemente nombrarla es una abominación para ellos, y quienquiera que predique la perfección señalando que es posible lograrla en esta vida, incurre en grave riesgo de ser considerado como peor que un pagano o publicano (Works of Wesley, Vol. VI, 1).
“No”, dice un gran hombre [Zinzerdorf], “es el error de los errores: lo aborrezco con toda mi alma. Lo perseguiré por todos los sitios con fuego y espada”. Pero, ¿por qué tanta vehemencia?... ¿Por qué son tan ardientes, casi diré furiosos, los que se oponen (con pocas excepciones) a la salvación del pecado?... En el nombre de Dios, ¿cuál es la razón de ese apego al pecado? ¿Qué ha hecho de bueno por vosotros? ¿Qué de bueno puede hacer por vosotros, en este mundo o en el mundo venidero? ¿Y por qué esa violencia contra los que esperan en la liberación del pecado? (Id. 424).
Probablemente Wesley no llegó en su día a captar hasta la última perspectiva del problema. Pero quienes vivan en los últimos días sabrán lo que significa el dragón “airado contra la mujer; y... [haciendo] guerra contra los otros de la simiente de ella, los cuales guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo”. Lo que pone a Satanás tan furioso es que habrá un pueblo que guardará verdaderamente los mandamientos de Dios.
En realidad, la ley de Dios ha sido desde siempre el centro de la controversia, ya que respecto del hombre caído, el enemigo “declara que nos es imposible obedecer sus preceptos” (El Deseado de todas las gentes, 15). Wesley debió contender con lo mismo con lo que Ellen White declaró que hemos de contender nosotros: “Un extraño poder que se opone a la idea de alcanzar la perfección que Cristo presenta” (Alza tus ojos, 236). Como en la época de Wesley, ella manifestó que muchos pastores repiten las falsedades de Satanás:
Satanás declaró que era imposible para los hijos e hijas de Adán guardar la ley de Dios, acusándolo así de falta de sabiduría y amor. Si no podían guardar la ley, entonces el defecto estaba en el dador de la ley. Los hombres que están bajo el control de Satanás repiten esas acusaciones contra Dios, al aseverar que los hombres no pueden guardar la ley de Dios...
[Pero] Cristo tomó sobre sí la naturaleza humana, y se sujetó a cumplir toda la ley en beneficio de aquellos a quienes representaba. Si hubiese fracasado en una jota o una tilde, habría sido un transgresor de la ley, y habríamos tenido en él una ofrenda pecaminosa, sin valor. Pero él cumplió cada término de la ley, y condenó el pecado en la carne; sin embargo muchos pastores repiten las falsedades de los escribas, sacerdotes y fariseos, y siguen su ejemplo al apartar de la verdad a la gente.
Dios se manifestó en carne para condenar el pecado en la carne, manifestando obediencia perfecta a toda la ley de Dios. Cristo no pecó, ni fue hallado engaño en su boca. No corrompió la naturaleza humana y, aunque en la carne, no transgredió la ley de Dios en ningún particular. Más que esto, eliminó toda excusa que pudiesen esgrimir los hombres caídos para no guardar la ley de Dios...
Este testimonio en relación con Cristo muestra llanamente que condenó el pecado en la carne. Nadie puede decir que está sujeto sin esperanza a la servidumbre del pecado y de Satanás. Cristo asumió la responsabilidad de la raza humana... Testifica que por su justicia imputada el alma creyente obedecerá los mandamientos de Dios (Signs of the Times, 16 julio 1896).
La fecha de esta contundente declaración indica que Ellen White apoyaba con firmeza el mensaje de Jones y Waggoner. Si el mensaje hubiese estado contaminado por el perfeccionismo en la más pequeña medida, ciertamente no lo habría apoyado. Obsérvese que la justicia imputada de Cristo efectúa más que una mera declaración legal: convierte al creyente en obediente.
El cómo de este glorioso logro de la perfección del carácter, lo vemos claramente expresado en algo que Ellen White dijo unos diez años más tarde (1907):
[Cristo] hizo una ofrenda tan completa, que por su gracia todos pueden alcanzar la norma de la perfección. De todos cuantos reciben su gracia y siguen su ejemplo será escrito en el libro de la vida: “Completos en él: sin mancha ni arruga”.
Los seguidores de Cristo deben ser puros y verdaderos en palabra y obra. En este mundo, un mundo de iniquidad y corrupción, los cristianos deben revelar los atributos de Cristo. Todo cuanto hagan y digan debe estar libre de egoísmo. Cristo los quiere presentar ante el Padre “sin mancha, ni arruga, ni cosa semejante”, purificados por su gracia, llevando su semejanza.
En su gran amor, Cristo se entregó por nosotros... Debemos entregarnos a él. Cuando esa entrega es total, Cristo puede concluir la obra que comenzó en nuestro beneficio mediante la entrega de sí mismo. Entonces nos puede brindar restauración completa (Review and Herald, 30 mayo 1907).
Evidentemente, la perfección de carácter no es simplemente una declaración legal. Es algo que Cristo desea, por lo tanto, no ha sido aún realizado en su pueblo. Hay implicado un factor de tiempo, una condición: “Cuando [nuestra] entrega es total, Cristo puede concluir la obra que comenzó en nuestro beneficio mediante la entrega de sí mismo”. Y esa “entrega total” debe preceder a la “restauración completa”, que incluye la traslación sin ver la muerte.
Es aquí donde entra por derecho propio la auténtica justificación por la fe. No podemos saber cómo efectuar esa entrega total que es tan vitalmente necesaria a menos que comprendamos verdaderamente el evangelio. El mensaje de 1888 fue el comienzo de esa divina provisión para la lluvia tardía.
No es, por lo tanto, maravilla, que Satanás haya odiado tanto el mensaje y se haya opuesto constantemente a él. Su oposición más eficaz es evidentemente por medio de falsificaciones sutiles de la justificación por la fe. Las mismas pueden ser fácilmente desenmascaradas porque invariablemente están traicionadas por un denominador común: la oposición a la ley de Dios. Dicha oposición toma una de estas dos formas: (1) declaran que la ley de Dios ha sido abolida o cambiada, o (2) declaran que la ley de Dios es imposible de obedecer.
De manera que toda pretendida justificación por la fe que se convierta en un manto para cubrir la continua desobediencia a la ley de Dios, es una falsificación. Y todo mensajero que predique una clase de justificación por la fe mientras “infringiere uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñare a los hombres” (Mat 5:19) es un agente del engaño.
¿Enseña la Biblia la posibilidad de vida sin pecado, en nuestra naturaleza pecaminosa? Si Cristo fue enviado en “semejanza de carne de pecado, y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne: para que la justicia de la ley fuese cumplida en nosotros”, entonces la respuesta es clara. Cristo es nuestro sustituto y ejemplo. Lo demostró de una vez por todas. “El cual no hizo pecado; ni fue hallado engaño en su boca” (1 Ped 1:22). Y de su pueblo se podrá afirmar que “en sus bocas no ha sido hallado engaño; porque ellos son sin mácula delante del trono de Dios” (Apoc 14:5). “Aquí están los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (vers. 12). Jesús afirma que serán vencedores “como Yo he vencido” (Apoc 3:21). No hay una tilde de perfeccionismo en esta enseñanza bíblica, ya que ningún santo vencerá si no es por la fe en el gran Vencedor, “el autor y consumador de nuestra fe”. Los vencedores no se atribuyen mérito alguno, sino que lo obtienen todo por la fe. “Por lo cual puede también salvar eternamente a los que por él se allegan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos. Porque tal pontífice nos convenía: santo, inocente, limpio, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos” (Heb 7:25-26).
Si eliminamos el ministerio sacerdotal de Cristo en el lugar santísimo, ese concepto de preparación para la segunda venida desaparece, y el impacto de la Iglesia Adventista se reduce a un eco de “yo también”, junto a las iglesias evangélicas populares. Nuestro singular mensaje se centra en el ministerio sacerdotal de Cristo:
Los que vivan en la tierra cuando cese la intercesión de Cristo en el santuario celestial deberán estar de pie en la presencia del Dios santo sin mediador. Sus vestiduras deberán estar sin mácula; sus caracteres, purificados de todo pecado por la sangre de la aspersión. Por la gracia de Dios y sus propios y diligentes esfuerzos deberán ser vencedores en la lucha con el mal. Mientras se prosigue el juicio investigador en el cielo, mientras que los pecados de los creyentes arrepentidos son quitados del santuario, debe llevarse a cabo una obra especial de purificación, de liberación del pecado, entre el pueblo de Dios en la tierra. Esta obra está presentada con mayor claridad en los mensajes del capítulo 14 del Apocalipsis (El conflicto de los siglos, 478).
No es necesario temblar por tener que permanecer en pie en la presencia del Dios santo sin mediador. Recuérdese que ese Dios santo es el amoroso Padre celestial, nuestro Salvador. ¡No está por la labor de impedirnos la entrada al cielo, sino por la de llevarnos a él!
El Señor tendrá un pueblo que no podrá “ser inducido a ceder a la tentación ni siquiera en pensamiento”:
Ahora, mientras que nuestro gran Sumo Sacerdote está haciendo propiciación por nosotros, debemos tratar de llegar a la perfección en Cristo. Nuestro Salvador no pudo ser inducido a ceder a la tentación ni siquiera en pensamiento. Satanás encuentra en los corazones humanos algún asidero en que hacerse firme; es tal vez algún deseo pecaminoso que se acaricia, por medio del cual la tentación se fortalece. Pero Cristo declaró al hablar de sí mismo: “Viene el príncipe de este mundo; mas no tiene nada en mí” (Juan 14:30). Satanás no pudo encontrar nada en el Hijo de Dios que le permitiese ganar la victoria. Cristo guardó los mandamientos de su Padre y no hubo en él ningún pecado de que Satanás pudiese sacar ventaja. Esta es la condición en que deben encontrarse los que han de poder subsistir en el tiempo de angustia (Id. 681).
Alguno dirá: ‘Justo lo que temía... prefiero morir e ir a la tumba, más bien que pasar por el tiempo de angustia… ¿Y si no doy la talla?’ Pero si sentimos eso, realmente estamos siendo egoístas en un doble sentido: estamos privando al Señor de la lealtad que él merece recibir de nosotros en estos últimos días, y estamos evadiendo una experiencia y prueba que algún otro tendrá que sufrir en nuestro lugar. Si toda nuestra preocupación se reduce a alcanzar el cielo, ciertamente somos egoístas. Quienes razonan que el camino del cementerio es al fin y al cabo tan eficaz para llegar al cielo como vivir el tiempo de angustia y la traslación, están pensando exclusivamente en sí mismos. Quizá no se den cuenta, pero en realidad están intentando evitar a Cristo. El párrafo que sigue al citado más arriba, lo ilustra:
En esta vida es donde debemos separarnos del pecado por la fe en la sangre expiatoria de Cristo. Nuestro amado Salvador nos invita a que nos unamos a él, a que unamos nuestra flaqueza con su fortaleza, nuestra ignorancia con su sabiduría, nuestra indignidad con sus méritos... De nosotros está, pues, que cooperemos con los factores que Dios emplea, en la tarea de conformar nuestros caracteres con el modelo divino (Id.)
No hay, pues, nada que temer, con tal que estemos dispuestos a unirnos a él.
Cuando regresé de África tras años de servicio misionero, me inscribí en un curso universitario de traducción avanzada del griego. Pronto comencé a temer no poder seguir el ritmo de la clase. Un día tras otro los coloquios en griego parecían como olas gigantes que pasaban por encima de mi cabeza. En cierta ocasión dije a la profesora: “Mejor voy a abandonar el curso: es superior a mis posibilidades”.
Me respondió así: “Opino que debería quedarse. Siga en la clase. Yo me encargaré de que progrese”. Y lo que vio fue un alumno persistente, paciente, determinado. Me ayudó tanto, que finalmente no sólo terminé el curso, sino que obtuve la máxima calificación. Es una buena ilustración de nuestro Maestro celestial. Si nos mantenemos en su clase, él se encargará de que progresemos, y de que obtengamos sobresaliente. ¡Su oficio es ser Salvador!
No es por nuestros propios esfuerzos y trabajando duro como “nuestras vestiduras deberán estar sin mácula” y nuestros ¡caracteres purificados de todo pecado”. No. Es “por la sangre de la aspersión”. Es por la gracia de Dios -si no la recibimos en vano-. Nuestros “propios y diligentes esfuerzos” significan sencillamente cooperación con las agencias que el cielo emplea. Esa maravillosa obra será realizada “por la fe en la sangre expiatoria de Cristo”.
Y ¿qué es fe? Según Juan 3:16, es nuestra respuesta sincera y profunda al Dios amante que se entregó por nuestro bien. El agente eficaz de la justicia por la fe es “la fe en su sangre” (Rom 3:25). Es una apreciación profunda del amor de Dios revelado en la cruz de Cristo:
Muchos aceptan a Jesús como un artículo de fe, pero no tienen fe salvadora en él como su sacrificio y Salvador. No son conscientes de que Cristo murió para salvarlos de la penalidad de la ley que han transgredido... ¿Creéis que Cristo, como sustituto vuestro, paga la deuda de vuestra transgresión? Pero no para que podáis continuar en pecado, sino para que seáis salvos de vuestros pecados...
Podéis decir que creéis en Jesús cuando apreciáis el costo de la salvación. Podéis decirlo cuando sentís que Jesús murió por vosotros en la cruel cruz del Calvario; cuando tenéis una fe inteligente, razonable, de que su muerte hace posible que ceséis de pecar y que perfeccionéis un carácter recto por la gracia de Dios, que se os otorga como compra de su sangre (Review and Herald, 24 julio 1888).
¿Empiezas a vislumbrar el tremendo poder de la fe? No es que la fe en sí misma haga nada: es Jesús quién lo hace. Pero la justicia viene mediante la fe, y lleva a que “ceséis de pecar, y que perfeccionéis un carácter recto”. No es extraño que Waggoner exclamara en 1889:
¡Qué maravillosas oportunidades se ofrecen al cristiano! ¡A qué alturas de santidad puede llegar! No importa la mucha guerra que Satanás pueda hacer en su contra, que lo asalte allí donde la carne es más débil; puede morar bajo la sombra del Omnipotente y ser colmado con la plenitud de la fuerza de Dios. El Ser que es más poderoso que Satanás puede morar en su corazón continuamente (Signs of the Times, 21 enero 1889).
¿Qué significa cesar de pecar? La respuesta es clara: No significa dejar de tener una naturaleza pecaminosa o dejar de ser tentado. No significa dejar de experimentar las consecuencias de una herencia pecaminosa o dejar de sentir el llamado de las seducciones desde dentro y desde afuera, que son consecuencia de haber pecado. Significa, en cambio, que por la gracia de Cristo podemos cesar de ceder a esas presiones. Significa que podemos decir ‘¡No!’ a toda tentación interior o exterior, y ‘¡Sí!’ al Espíritu Santo. Significa que podemos ser hechos verdaderamente obedientes a la ley de Dios, de manera que podemos decir con Cristo: “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mis entrañas” (Sal 40:8).
No significa perfección de la carne. Quizá Jesús, como carpintero, erró el martillazo alguna vez, mellando la madera en lugar de clavar el clavo. ¡Sería una necedad calificar eso de pecado! El pecado tiene relación con la voluntad, con la elección. Obsérvense las expresiones volitivas:
El pecado de la maledicencia comienza acariciando los malos pensamientos... Un pensamiento impuro tolerado, un deseo insano acariciado, contamina el alma, compromete su integridad... Si no hemos de cometer pecado, debemos cortarlo desde el mismo principio. Todo deseo y emoción deben mantenerse en sujeción a la razón y la conciencia. Debe desecharse inmediatamente todo pensamiento impío...
Nadie puede ser forzado a transgredir. Antes debe ser conquistado su consentimiento; el alma debe proponerse el acto pecaminoso antes de que la pasión pueda dominar la razón, o la iniquidad triunfar sobre la conciencia. La tentación, por fuerte que sea, no es nunca una excusa para el pecado (Testimonies, vol. V, 177).
Lutero dijo sabiamente que no podemos evitar que los pájaros vuelen sobre nuestra cabeza, pero podemos evitar que aniden en ella. El Señor no nos pide que hagamos más de lo que hizo nuestro Salvador. Él también fue “tentado en todo como nosotros”, pero eligió decir ‘¡No!’ a la tentación: “No busco mi voluntad, mas la voluntad del que me envió, del Padre” (Juan 5:30). ‘¡No!’ al yo egoísta y a todos sus clamores, por más insistentes que sean. Así podemos elegir nosotros constantemente, por su gracia. Y eso es precisamente a lo que conduce la fe que revela el Nuevo Testamento. “Considerar a Cristo continua e inteligentemente tal como él es, lo transformará a uno en un cristiano perfecto, puesto que ‘contemplando somos transformados’” (Waggoner, Cristo y su justicia, 5).
Alguien preguntará: ‘¿Significa eso que el pueblo de Dios vencerá solamente los pecados conocidos?, ¿o bien vencerán todo pecado, incluyendo el que ahora se oculta de su conocimiento?’ Jones y Waggoner comprendieron con claridad que la “expiación final” del ministerio de Cristo capacitará a su pueblo para que venza todo pecado, incluyendo el que actualmente le pasa inadvertido. Los dos mayores pecados de la historia humana son pecados de carácter inconsciente. Jesús oró: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Luc 23:34), refiriéndose a quienes lo crucificaban; y el terrible pecado laodicense de la tibieza se refiere a una condición de la que Cristo declara que su iglesia “no conoce” (Apoc 3:17). El Señor no puede trasladar el pecado a su reino eterno, ya que de hacerlo así la semilla escondida brotaría de nuevo, contaminando el universo.
En la asamblea de la Asociación de 1893, Jones explicó de forma simple y práctica el ministerio del Señor en la hora actual de purificación del santuario:
Avancemos un poco más en el tema. Él [Cristo] se dio a sí mismo por nuestros pecados; pero... no va a tomar nuestros pecados -aunque los llevó todos ellos- sin nuestro permiso... la elección relativa a si prefiero mis pecados más bien que a Cristo es enteramente mía, ¿no os parece? [Congregación: “Sí”]... Por lo tanto, a partir de ahora ¿habrá alguna vacilación en despedir todo aquello que Dios muestre que es pecado?, ¿lo dejaremos ir, cuando nos sea manifestado? Cuando se os señale el pecado, decid: “Prefiero a Cristo que al pecado”. Y echadlo [Congregación: “Amén”]. Decid al Señor: “Señor, hago la elección ahora mismo, acepto el trato, te elijo a ti. ¡Fuera el pecado! Tengo algo muy superior”... ¿Qué necesidad tenemos de desanimarnos, en relación con nuestros pecados?
Eso mismo es lo que han hecho algunos de los hermanos aquí reunidos. Llegaron siendo libres, pero el Espíritu de Dios hizo manifiesto algo no visto hasta entonces. El Espíritu de Dios fue más profundamente que nunca antes y reveló cosas que antes no conocían; y entonces, en lugar de agradecer al Señor que eso fuese así, desechar todo lo impío y agradecer al Señor por tener más de él que nunca antes, comenzaron a desanimarse. Dijeron ‘¡Oh!, ¿qué haré?, son tan grandes mis pecados...’
¿Qué preferís?: ¿ser llenos de toda la plenitud de Jesucristo?, ¿o tener menos que eso, quedando con algunos de vuestros pecados encubiertos sin que nunca sepáis de ellos?...
¿Cómo se nos podría poner el sello de Dios -que es la señal de su carácter perfecto revelado en nosotros- siendo que aún albergamos pecados? Dios no nos puede poner el sello, el distintivo de su perfecto carácter sobre nosotros, hasta no ver que es así efectivamente. Y de esa forma Dios ha profundizado hasta los lugares ocultos en los que ni soñábamos anteriormente, porque nosotros no podemos comprender nuestros corazones... Él limpiará el corazón y expondrá el último vestigio de impiedad. Permitámosle avanzar, hermanos, permitámosle continuar en esa obra de investigación...
Si el Señor quitase nuestros pecados sin nuestro conocimiento, ¿qué bien nos haría eso? Eso sería simplemente convertirnos en autómatas...
Somos instrumentos inteligentes, no... máquinas. Somos seres dotados de inteligencia. Dios nos empleará de acuerdo con nuestra propia elección activa (Bulletin, 404-405).
Pablo se refiere a eso, cuando dice:
¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de las obras de muerte para que sirváis al Dios vivo? (Heb 9:14).
Ellen White apoya consistentemente esa maravillosa idea: “Las circunstancias han servido para poner en su conocimiento nuevos defectos en su carácter; pero nada se ha revelado que no estuviera en usted” (Review and Herald, 6 agosto 1889). “Su ojo... escudriña todo rincón de la mente, detectando todo autoengaño oculto” (That I May Know Him, 290). “Cada uno posee rasgos de carácter todavía ignorados y que deben ser puestos en evidencia mediante la prueba” (Joyas de los Testimonios, vol. III, 191). “Él les revela en su misericordia sus defectos ocultos... Dios quiere que sus siervos se familiaricen con el mecanismo moral de su propio corazón” (Id. vol. I, 457). “...Durante la terminación del gran día de la expiación... La iglesia remanente... Sus miembros serán completamente conscientes del carácter pecaminoso de sus vidas...” (Id. vol. II, 175-176). Véase también cómo el ministerio del santuario es un tipo de la remoción de los pecados del corazón, pecados de los que anteriormente no se era consciente (Patriarcas y Profetas, 199-202 y 371-372). La crucifixión de Cristo es el pecado más profundo e inconsciente que puede existir (El Deseado de todas las gentes, 40; Review and Herald, 12 junio 1900); y el juicio final expondrá a la vista el contenido oculto de lo desconocido en la mente del pecador impenitente (Review and Herald, 10 noviembre 1896).
Es muy estrecha la relación entre esa verdad y la revelación de 1888 de la justicia de Cristo:
Cristo estuvo en el lugar de, y tuvo la naturaleza de toda la raza humana. En él confluyeron todas las debilidades del género humano, de manera que todo hombre sobre la tierra que pueda ser tentado, encuentra en Cristo Jesús poder contra esa tentación. En Cristo Jesús hay victoria contra la tentación para toda alma, y liberación del poder de ella. Esa es la verdad (Jones, General Conference Bulletin, 1895, 234).
Permitamos que el propio Waggoner aclare que “la victoria sobre toda tentación” de ninguna manera significa “carne santa” o “perfeccionismo”:
Ahora bien, no equivoquéis la idea. No vayáis a concluir que vosotros y yo vamos a ser tan buenos como para poder vivir independientemente del Señor; no vayáis a suponer que este cuerpo se va a convertir. Si llegáis a esa conclusión, estaréis en grave quebranto y caeréis en pecado flagrante. No penséis que podéis hacer incorruptible lo corruptible. Esto corruptible será hecho incorruptible en la venida del Señor, no antes... Cuando el hombre piensa que su carne es impecable, y que todos sus impulsos vienen de Dios, está confundiendo su carne pecaminosa con el Espíritu de Dios. Está sustituyendo a Dios por sí mismo, colocándose en el lugar de él, lo que constituye la esencia misma del papado (General Conference Bulletin, 1901, 146).
Jesús vivió una vida sin pecado en semejanza de carne de pecado. Y el pueblo guardador de sus mandamientos tendrá su fe. Waggoner continúa así:
Condenó el pecado en la carne, demostrando que puede vivir una vida sin pecado en carne pecaminosa. Su vida perfecta será manifestada en carne mortal, de forma que será visible a todos cuando ocurran las siete últimas plagas...
Si su poder no pudiese ser manifestado antes del fin del tiempo de gracia, no habría testimonio útil ante la gente, no sería para ellos un testimonio. Pero antes de que termine el tiempo de gracia habrá un pueblo tan completo en él, que a pesar de poseer carne pecaminosa, vivirá vidas sin pecado. Y lo hará en carne mortal, porque quien demostró tener poder sobre toda carne, vive en ellos, vive una vida sin pecado en carne pecaminosa y una vida irreprochable en carne mortal, y eso será un testimonio incontrovertible; el mayor que puede darse. Entonces vendrá el fin (Id. 146-147).
¿Significa eso que el pueblo de Dios que venza como Cristo venció estará compuesto en los últimos días por “pequeños cristos” asumiendo una posición blasfema? Una deducción tal carece de fundamento. Si bien los mensajeros de 1888 insistieron en que Dios tendrá un pueblo que “copiará el Modelo", en ningún momento insinuaron que lo fuesen a igualar. Cristo, el Hijo de Dios infinito y eterno, vivió una vida y murió en un sacrificio irrepetible por la eternidad. Pero siendo cierto que ningún pecador rescatado puede duplicarlo, “...por una justicia vino la gracia a todos los hombres para justificación de vida” (Rom 5:18) ¿Acaso nadie va a llegar jamás a apreciarlo?
Es posible limpiar y pulir un viejo fragmento de espejo para que refleje el brillo del sol hasta deslumbrarnos. Sería disparatado deducir de ahí que el espejo puede igualar al sol. De la Esposa de Cristo se dice en Cantares 6:10 que está “esclarecida como el sol”, pero se trata siempre de luz reflejada, con su origen en Jesús.
La cuestión importante es: ¿se puede limpiar y pulir el viejo fragmento de espejo antes del retorno de Cristo? O mejor: ¿pueden los 144.000 viejos trozos de espejo, ser finalmente pulidos hasta reflejar al unísono el carácter del Salvador a modo de preciosa gema corporativa en la que él “verá del trabajo de su alma y será saciado”?, ¿pueden ser purificados los fragmentos al fin?, ¿o bien deben permanecer sucios y contaminados con el pecado continuado?
Si Cristo fue “tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”, ¿será posible cuando cese su ministerio como Sumo Sacerdote que su pueblo también cese de pecar estando todavía en carne pecaminosa, con naturaleza pecaminosa? Si la respuesta es sí, entonces su Esposa puede estar preparada para su venida. Si es que no, entonces las “bodas del Cordero” no pueden jamás tener lugar y la segunda venida tiene que dejar de ser una esperanza realizable. La esperanza y anhelo del mensaje de 1888 se expresan así:
Alguien formará parte de ese perfecto reino de Dios. Podemos o no formar parte. La elección es nuestra. Somos libres de escoger en un sentido u otro, pero el evento ocurrirá de todas formas. Habrá un pueblo compuesto por representantes de toda tribu y nación (de raza negra, blanca, amarilla, aceitunada, la mayor parte pobres), algunos ricos, pocos grandes hombres, y muchos pequeños hombres. Gente de todas las disposiciones y nacionalidades, de entre todo el mundo. Todos hablando en unidad, sobre el mismo tema, todos manifestando las características del Señor Jesucristo. Eso está todavía por suceder. Si sabemos y creemos que tiene que ocurrir, entonces es posible que ocurra (Waggoner, General Conference Bulletin, 1901, 149).
Cuando Dios haya dado al mundo ese testimonio de su poder para salvar hasta lo sumo, de salvar seres pecaminosos y vivir una vida perfecta en carne pecaminosa, entonces quitará las dificultades y nos proporcionará mejores circunstancias en las cuales vivir. Pero esa maravilla debe producirse primeramente en el hombre pecaminoso, no solamente en la persona de Jesucristo, sino en Jesucristo reproducido y multiplicado en sus miles de seguidores. De forma que, no solamente en unos pocos casos esporádicos, sino en todo el cuerpo de la iglesia, la perfecta vida [carácter] de Cristo se manifestará al mundo, y eso será el acto último y culminante que determinará la salvación, o bien la condenación de los hombres (Id. 406).
Ellen White coincide con esa alentadora idea. Véase la siguiente declaración, hacia el final del libro Palabras de vida del gran Maestro:
La luz de su gloria -su carácter- ha de brillar en sus seguidores... El mundo está envuelto por las tinieblas de la falsa concepción de Dios... En este tiempo ha de proclamarse un mensaje de Dios, un mensaje que ilumine con su influencia y salve con su poder… Su carácter ha de ser dado a conocer...
Aquellos que esperan la venida del Esposo han de decir al pueblo: “¡He aquí vuestro Dios!” Los últimos rayos de luz misericordiosa, el último mensaje de clemencia que ha de darse al mundo, es una revelación de su carácter de amor. Los hijos de Dios han de manifestar su gloria. En su vida y carácter han de revelar lo que la gracia de Dios ha hecho por ellos.
La luz del Sol de Justicia ha de brillar en buenas obras, en palabras de verdad y hechos de santidad (p. 341-342).
El pensamiento del Esposo se teje ampliamente en la escena bíblica del pueblo de Dios anticipando la venida de Cristo. “Las acciones justas de los santos” constituyen el “lino fino” con el que se viste por fin la Esposa del Cordero (Apoc 19:8 y 7). El pueblo de Dios viene a ser hecho obediente a su santa ley, de forma gozosa y voluntaria. Y hay algo escatológico único en esta victoria, aplicable a la última generación. No es que el Señor haya prohibido a generaciones anteriores que llegasen a “un varón perfecto, a la medida de la edad de la plenitud de Cristo”, sino que sencillamente, ninguna generación anterior ha alcanzado de hecho la condición que Apocalipsis postula para la Esposa de Cristo: “Su esposa se ha preparado” (Apoc 19:7).
En una boda hay una gran diferencia entre la novia, y la niña que lleva las flores. Ambas son humanas, y ambas femeninas; pero una de ellas, tomando prestada la frase paulina de Efesios 4:13, ha dejado de ser una niña. Ha alcanzado “la medida de la edad de la plenitud de” su Esposo, por cuanto está por fin preparada para permanecer a su lado en simpatía y apreciación. Puede ahora entrar en sus propósitos y cooperar con él. Jamás puede igualarlo, pero a diferencia de la niña que lleva las flores, puede apreciarlo.
¿Nos ha creado Dios quizá varón y hembra, y ha compartido con nosotros los misterios del amor, a fin de enseñar su propósito escatológico a quienes aprecian su gran sacrificio? Cuando su Esposa se haya preparado, vendrá a reclamarla. Dice el Esposo: “Os tomaré a mí mismo: para que donde yo estoy, vosotros también estéis”. De alguna manera habrá por fin un amor y simpatía mutuos, una identificación, una verdadera unión con Cristo. En eso estaba la fuerza del mensaje de 1888.
La verdadera perfección cristiana es el desarrollo de la fe en los corazones del pueblo de Dios, hasta el punto que la niñita que lleva las flores crezca “en todas cosas en aquel que es la cabeza, a saber, Cristo” (Efe 4:15). “Unos pocos en cada generación” han vencido de forma evidente, en el sentido de conquistar el yo y reflejar el carácter de Cristo. Enoc y Elías son ejemplos claros. Pero esos pocos nunca hubieron de vérselas con todo el espectro de tentaciones que el pueblo de Dios deberá enfrentar en las escenas finales. La última generación beberá, en un sentido muy particular, de la copa que Cristo bebió, y será bautizada con su bautismo (Primeros escritos, 282-284; Joyas de los Testimonios, vol. I, 64; Mat 20:20-23) S.N. Haskell, en su libro Story of Daniel the Prophet, aplicó esas palabras de Jesús a los creyentes, en el tiempo de la angustia de Jacob, tras haber finalizado el tiempo de gracia.
Desde el Génesis al Apocalipsis, la Biblia es una vibrante historia de amor, con su trágico complot que se desarrolla en los primeros tres capítulos, y el clímax de la resolución en los cuatro últimos. La victoria se ganó en el sacrificio de Cristo. Lo que debe hacer su pueblo es tener fe en tan maravillosa realización por parte de su Señor.
¿Por qué ninguna generación previa, o comunidad de santos, ha estado hasta hoy preparada para las bodas del Cordero? No porque Dios le negase alguna cosa. No más de lo que impide que la niña portadora de las flores se convierta en la novia. La profecía indica que el singular ministerio del gran Sumo Sacerdote en el lugar santísimo coincide con el desarrollo de la novia, que por fin llega a estar preparada:
“Hasta dos mil y trescientos días de tarde y mañana; y el santuario será purificado” (Dan 8:14). En el día típico de la expiación -en el sistema simbólico-, al pueblo le ocurría algo. Dijo el Señor: “En ese día se os reconciliará para limpiaros; y seréis limpios de todos vuestros pecados delante de Jehová” (Lev 16:30). Así, en el día antitípico –en el cumplimiento real- de la expiación, el sacerdote “limpiará los hijos de Leví, los afinará como a oro y como a plata; y ofrecerán a Jehová ofrenda con justicia” (Mal 3:3). Las suyas serán ofrendas exentas de preocupación egocéntrica, que es la mentalidad propia del pecado. Una auténtica novia no va a la boda interesada en la billetera de su novio, sino que lo aprecia por lo que él es. Su solicitud va dirigida hacia él, no hacia ella misma.
Pero hoy por hoy la iglesia remanente es más una damita que lleva las flores, que una novia. La mayoría de cristianos son aún interesados: están preocupados por obtener el premio, su trozo de tarta. Pocos están más motivados por Cristo mismo, que por disfrutar en compañía de su familia de las delicias de la nueva Jerusalem. Ese es el motivo por el que rara vez toman su cruz en servicio para seguirle a él. Pocos sienten la preocupación por el honor y la vindicación del Esposo. Solemos cantar: ¡Aunque en esta vida no tengo riquezas, sé que allá en la gloria tengo mi mansión’. Rara vez cantamos: “Sea él coronado por los siglos”.
Esa noción verdaderamente Cristocéntrica de interés por él, marcó singularmente las presentaciones de los mensajeros de 1888. Considérese el ejemplo siguiente, que constituye una “gran idea”, pocas veces expresada en nuestra literatura [La expresión está tomada de una cita de Ellen White: “La belleza de la verdad... es tan grande, tan abarcante, profunda y amplia, que el yo se pierde de vista... Predíquese de forma que la gente capte las grandes ideas y descubra el oro profundamente contenido en las Escrituras” (Manuscrito 7, 1894). La frase se hizo célebre en el apogeo de la era de 1888, y su aparición guardó sin duda relación con el mensaje de Jones y Waggoner]:
Hemos visto que el cuerno pequeño -el hombre de pecado, el misterio de iniquidad- instauró su propio sacerdocio terrenal, humano y pecaminoso, en el lugar del sacerdocio y ministerio santo y celestial. En ese servicio y sacerdocio del misterio de iniquidad, el pecador confiesa sus pecados al sacerdote y sigue pecando. Ciertamente, en ese ministerio y sacerdocio no hay poder para hacer otra cosa que no sea seguir pecando, incluso tras haber confesado los pecados. Pero, aunque sea triste la pregunta, los que no pertenecen al misterio de iniquidad, sino que creen en Jesús y su sacerdocio celestial, ¿no es cierto que confiesan ellos también sus pecados para luego continuar pecando?
¿Hace eso justicia a nuestro gran Sumo Sacerdote, a su sacrificio y a su bendito ministerio? (Jones, El Camino consagrado a la perfección cristiana, 104).
Amor por Cristo, interés por él y por su gloria: ¿será posible que algún día de nuestra vida lleguemos al punto en el que eso trascienda a nuestra preocupación por el propio yo y nuestra salvación personal? ¿Aprenderemos por fin, en esta carne mortal, a apreciar “el perfecto amor [que] echa fuera el temor”? La profecía responde afirmativamente. Leemos en Zacarías 12:10 que llegará el momento en el que el pueblo de Dios apartará su atención de sus propios problemas y preocupación por su propia seguridad, y se preocupará por Jesús: “Mirarán a mí, a quien traspasaron, y harán llanto sobre él, como llanto sobre unigénito, afligiéndose sobre él como quien se aflige sobre primogénito”. La razón por la que la iglesia remanente es tibia, es porque nos mueve la preocupación egocéntrica. Pero existe una motivación superior: “El amor de Cristo nos constriñe” (2 Cor 5:14).
Jones y Waggoner lo comprendieron. Tuvo un gran peso específico en su mensaje. Jones continúa así:
¿Es justo que rebajemos así a Cristo, su sacrificio y su ministerio, poniéndolo prácticamente al nivel de la “abominación desoladora”, al afirmar que en el verdadero ministerio no hay más poder o virtud que en el “misterio de iniquidad”? Que Dios libre hoy y para siempre a su iglesia y pueblo, sin más demora, de este rebajar hasta lo ínfimo a nuestro gran Sumo Sacerdote, su formidable sacrificio y su glorioso ministerio (Id.)
Cuando aprendamos a estar preocupados por él y por su gloria, veremos una nueva dimensión en el conocido texto: “Temed a Dios, y dadle gloria; porque ha llegado la hora de su juicio” (Apoc 14:7). Dado que “el mundo está envuelto por las tinieblas de la falsa concepción de Dios”, “el último mensaje... es una revelación de su carácter de amor...”, en la “vida y carácter” de sus discípulos, quienes dirán al mundo: “¡He aquí vuestro Dios!” (Palabras de vida del gran Maestro, 342). Así, le darán gloria en la hora de su juicio (Apoc 14:7).
La clase de oración que solemos elevar, delata motivos egoístas en lo profundo de nosotros. Decimos: “Señor, bendíceme a mí y a mis seres queridos, y no me olvides en tu reino. Bendice a los misioneros para que la obra pueda concluir, y podamos ir en seguida al cielo en gloria”. Es ciertamente tiempo de que aprendamos a orar un tipo de oración de alcance superior, en consistencia con una genuina preocupación por el honor de Cristo.
El decir que es imposible obedecer la ley de Dios y que la justicia imputada de Cristo cubrirá nuestros continuos pecados en el sentido de excusarlos, es antinomianismo (desprecio hacia la ley). No damos gloria (honra) a nuestro Salvador cuando hacemos “caso de la carne en sus deseos” (Rom 13:14). En un momento de tentación inesperada, seductora y casi abrumadora, José dijo ‘¡No!’ “Y él no quiso, y dijo... ¿cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?” (Gén 39:8-9). Honró así al Señor que murió por él. ¡Qué tragedia, si hubiera hecho “caso de la carne en sus deseos”, y se hubiera dicho: “No puedes vencer siempre; esta vez es demasiado; me es imposible obedecer ahora. La justicia de Cristo tendrá que cubrirme esta vez”!
El asunto importante en los últimos días, no es la salvación de nuestras pobres almas, sino el honor de Cristo. El llamado del ángel es: “Temed a Dios y dadle honra” (gloria). La prueba a la que será sometido el pueblo de Dios antes del fin del tiempo de gracia será la marca de la bestia, una prueba que nunca antes en la historia se les ha presentado, mayor incluso que la de los mártires de antaño. Será la obra maestra de seducción satánica, perfeccionada a lo largo de sus seis mil años de experiencia en tentar al pueblo de Dios. Será sabiamente trazada para penetrar profundamente en nuestras almas, y si fuere posible, barrernos en la última marea de iniquidad. ¡Un examen final como ese requiere una preparación cabal!
Mientras tanto, mientras rechazamos la cínica acusación de Satanás de que es imposible para los hijos e hijas de Adán guardar la ley, somos plenamente conscientes de que somos pecadores caídos por naturaleza y que necesitamos siempre un Salvador. “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis, y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo”. El Espíritu Santo trae insistentemente buenas nuevas al corazón del pecador contrito que ha caído:
A menudo tenemos que postrarnos y llorar a los pies de Jesús por causa de nuestras culpas y equivocaciones; pero no debemos desanimarnos. Aun si somos vencidos por el enemigo, no somos desechados ni abandonados por Dios (El camino a Cristo, 64).
Jesús ama a sus hijos, aunque estos yerren... Cuando hacen lo mejor posible, acudiendo a Dios por su ayuda, estad seguros de que el servicio será aceptado, aunque sea imperfecto. Jesús es perfecto. La justicia de Cristo les es imputada, y dirá: “Quitadle esas vestimentas viles... te he hecho vestir de ropas de gala”. Jesús hace provisión para nuestras deficiencias inevitables (Carta 17a, 1891).
Si uno que tiene comunión diaria con Dios se desvía del camino, si por un momento deja de mirar firmemente a Jesús, no es porque peca voluntariamente, ya que cuando ve su error, vuelve nuevamente y fija sus ojos en Jesús, y el hecho de que haya errado no lo hace menos querido para el corazón de Dios (Review and Herald, 12 mayo 1896).
Si cometéis errores y sois atrapados en el pecado, no sintáis que no podéis orar... sino buscad más fervientemente al Señor (Our High Calling, 49).
Hay una declaración que puede ser fácilmente forzada de su contexto para sustentar la acusación satánica de que no nos es posible otra cosa que no sea continuar transgrediendo la ley de Dios:
Cuando, por la fe en Jesús, el hombre actúa de acuerdo a su mejor capacidad y procura guardar el camino del Señor mediante la obediencia a los diez mandamientos, se le imputa la perfección de Cristo para cubrir la transgresión del alma arrepentida y obediente (Fundamentals of Christian Education, 135).
Pero examinemos el trascendente contexto. Podemos vencer. En la misma página y siguientes, leemos:
En la cruz del Calvario podemos ver lo que ha costado al Hijo de Dios traer salvación a la raza caída. Así como el sacrificio en favor del hombre fue completo, también la restauración del hombre de la contaminación del pecado debe ser cabal y completa... Se debe batallar contra los pecados que asedian, y vencerlos. Los rasgos objetables de carácter, sean estos hereditarios o cultivados, deben abandonarse. Comparados con la gran norma de justicia, y en la luz reflejada desde la palabra de Dios, se los debe resistir y vencer con firmeza mediante el poder de Cristo (Id. 135-136).
Ellen White en absoluto enseñó la sutileza antinomianista de que es imposible resistir plenamente la marca de la bestia (Satanás quiere, con toda seguridad, que creamos tal cosa). “Si alguno hubiere pecado, abogado tenemos...” (1 Juan 2:1). Ahora tenemos un abogado; siempre tendremos un Salvador, pero la inspiración nos dice que no tendremos abogado o intercesor por siempre (ver El Conflicto de los siglos, 478).
La obra de Cristo como Sumo Sacerdote, en su ministerio final, consiste en preparar a un pueblo para afrontar la prueba de la marca de la bestia. Ellen White lo comprendió con claridad desde los primeros días del movimiento adventista:
Cuando cesó el ministerio de Jesús en el lugar santo y pasó él al santísimo... envió otro poderoso ángel con un tercer mensaje para el mundo... Aquel mensaje tenía por objeto poner en guardia a los hijos de Dios, revelándoles la hora de tentación y angustia que los aguardaba... Dijo el ángel: “Tendrán que combatir [cuerpo a cuerpo] contra la bestia y su imagen…” La atención de cuantos aceptan este mensaje se dirige hacia el lugar santísimo, donde Jesús está de pie delante del arca, realizando su intercesión final por todos aquellos para quienes hay aún misericordia y por los que hayan violado ignorantemente la ley de Dios (Primeros escritos, 254).
La justificación por la fe, a la luz
de la obra final de intercesión de Cristo en el lugar santísimo: esa es la
provisión de Dios para preparar a su pueblo para enfrentarse a la prueba de la
marca de la bestia. Ese fue el peso del mensaje de 1888, y será el tema del
último capítulo de este libro.
Capítulo 9
¿Por
qué es fácil salvarse y difícil perderse?
¿o bien es cierto lo contrario?
(índice)
Ninguno de los dichos de Jesús debiera cuestionarse. La fe en él acepta como verdad todo cuanto dijo.
Pero si alguna declaración de Jesús parece suscitar dudas en las mentes de muchos buenos cristianos, es la verdad de que sea más fácil salvarse que perderse:
Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, que yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí... porque mi yugo es fácil y ligera mi carga (Mat 11:28-30).
Evidentemente, la naturaleza humana tiende a pensar que es difícil llevar el yugo de Cristo. Muchos creen que ser un verdadero cristiano es una empresa cruelmente difícil, ¡una heroicidad que sólo unos pocos pueden soñar con ver realizada! Y esa idea tiende a frustrar y desanimar a cualquiera que desee sinceramente ser un seguidor de Jesús.
La citada declaración de Jesús provee solamente la primera mitad del título de este capítulo. La otra mitad deriva directamente de las palabras de Jesús dirigidas a Pablo, según el relato que él mismo hace de su conversación con el Señor cuando fue abatido en el camino a Damasco. Pablo refiere al rey Agripa su experiencia:
En mitad del día, oh rey, vi en el camino una luz del cielo, que sobrepujaba el resplandor del sol, la cual me rodeó y a los que iban conmigo. Y habiendo caído todos nosotros en tierra, oí una voz que me hablaba, y decía en lengua hebraica: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Dura cosa te es dar coces contra los aguijones (Hechos 26:13-15).
Saulo de Tarso tenía una lucha con su conciencia. El Espíritu Santo traía constantemente a su alma la convicción de pecado. Para poder proseguir su maléfica campaña contra Jesús y sus seguidores, había tenido que resistir y neutralizar todas las convicciones y llamados del Espíritu Santo. Eso le resultaba “duro”, y pudo haber terminado en graves trastornos físicos y emocionales. El Señor le amaba tanto, que le puso difícil el camino hacia su propia destrucción por la continua impenitencia. Y cuando Saulo vino a convertirse en Pablo, jamás olvidaría la lección. A partir de entonces predicaría ya por siempre que ser salvo es fácil, y perderse, difícil. Había descubierto “buenas nuevas”.
Así pues, en palabras de Jesús, su carga es “ligera”, mientras que oponerse a su salvación es “duro”. Eso es lo que significa la “justicia por la fe”. Lo mismo que Pablo, los mensajeros de 1888 captaron las enseñanzas de Jesús. Ese fue otro rasgo distintivo del mensaje, que hoy vemos rara vez articulado.
Considérese, por ejemplo, un pasaje de los escritos de Pablo, de aparente ambigüedad:
Digo pues: Andad en el Espíritu y no satisfagáis la concupiscencia de la carne. Porque la carne codicia [lucha, contiende] contra el Espíritu, y el Espíritu contra la carne: y estas cosas se oponen la una a la otra, para que no hagáis lo que quisiereis (Gál 5:16-17).
Hay dos formas de entender la declaración: (1) El mal que la carne nos incita a hacer es tan fuerte, que ni siquiera el Espíritu Santo es poderoso para socorrernos, resultando sencillamente que “no podemos hacer [el bien] que quisiéramos”, o (2) El bien que el Espíritu Santo nos impulsa a hacer se constituye en una motivación tan poderosa, que la carne pierde su dominio sobre nosotros, y por lo tanto el creyente en Cristo “no puede hacer [el mal] que [su naturaleza carnal] quisiera” incitarle a hacer.
La primera explicación constituye muy malas nuevas. Dice virtualmente: ‘Por tanto tiempo como poseáis naturaleza pecaminosa, o por tanto tiempo como poseáis esta carne, estáis condenados a la derrota continua’. Eso es lo que piensan muchos profesos cristianos. Su experiencia refuerza continuamente su creencia, ya que comprueban que la carne es todopoderosa. El apetito, el sexo ilícito, la sensualidad, el orgullo, los celos, el odio, las drogas o el alcohol, el materialismo, hacen retroceder constantemente al Espíritu, y se ven derrotados vez tras vez. Con seguridad, el corazón del Salvador va en su búsqueda. Sabe cuántas veces han derramado lágrimas, repasando en la noche los fracasos del día.
En contraste, la segunda explicación emerge como las mejores nuevas que uno pueda imaginar. El Espíritu Santo efectúa realmente la “obra”, la “lucha” o contienda. Aunque siempre habíamos pensado que éramos nosotros quienes debíamos luchar, según explica Pablo, esa es la parte que realiza la gran tercera Persona de la Deidad. Es más poderosa que la carne. Cada momento de cada día contiende –lucha- contra las incitaciones de nuestra naturaleza pecaminosa, y con nuestro consentimiento las derrota completamente. De hecho, dedica tanto tiempo a cada uno de nosotros en su continua lucha contra el pecado, como si fuésemos la única persona en la tierra. Su contienda contra nuestra naturaleza pecaminosa es una obra de 24 horas al día, 7 días a la semana.
¿Cuál de las dos explicaciones es la correcta?
El mensaje de 1888 se decide sin vacilación por la de las buenas nuevas, ya que está en completa armonía con las palabras antes citadas de Jesús. Si Jesús nos asegura que su “carga es ligera” es porque sabe que el poderoso Espíritu Santo es quien eleva la pesada carga. A.T. Jones discernió el significado de las palabras de Pablo:
Cuando un hombre se convierte, siendo así puesto bajo el poder del Espíritu Santo, no se lo libra de la carne más de lo que se lo separa de ella, con sus tendencias y deseos... No; esa misma carne pecaminosa, degenerada, está allí... Pero el individuo deja de estar sometido a ella. Es librado de la sumisión a la carne, con sus tendencias y deseos, y se somete ahora al Espíritu. Está bajo el dominio de un poder que conquista, somete, crucifica y mantiene a raya a la carne... La carne misma es puesta en sujeción al poder de Dios, por medio del Espíritu, [de manera que] todas esas cosas impías son cortadas de raíz, evitando así que aparezcan en la vida...
Esa bendita inversión de las cosas tiene lugar en la conversión. Mediante ella, al hombre se le da en posesión el poder de Dios, y bajo el dominio del Espíritu de Dios, es decir, por su poder, reina sobre la carne, con todos sus afectos y concupiscencias. Mediante el Espíritu, crucifica la carne con los afectos y concupiscencias, en su “buena batalla de la fe”...
Jesús vino al mundo y se colocó a sí mismo EN LA CARNE, precisamente allí donde está el hombre. Se enfrentó a esa carne TAL COMO ES ESTA, con todas sus tendencias y deseos; y mediante el poder divino que manifestó por la fe, “condenó al pecado en la carne”, trayendo así a todo el género humano la fe divina que pone el poder divino al alcance del hombre, a fin de librarlo del poder de la carne y de la ley del pecado, precisamente allí donde este se encuentra, dándole seguro dominio sobre la carne (Review and Herald, 18 septiembre 1900).
¿Cuál es más poderoso, el pecado o la gracia? Pablo dijo: “Cuando el pecado creció, sobrepujó la gracia; para que, de la manera que el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna por Jesucristo Señor nuestro” (Rom 5:20-21). No ha sido fácil creerlo. ¡Cuán a menudo hemos pensado que la televisión podía más que la reunión de oración! El mundo se nos presenta frecuentemente tan atractivo, que por comparación la obra del Espíritu Santo parece muy débil. Si es así, hay algo que no está claro para nosotros. No hemos comprendido el evangelio.
Volvemos al mensaje de 1888 en busca de buenas nuevas:
Cuando reina la gracia, es más fácil hacer el bien que hacer el mal. He aquí la comparación. Nótese: “De la manera que el pecado reinó para muerte, así también reina la gracia”. Cuando reinaba el pecado, reinaba contra la gracia; anulaba todo el poder de la gracia que Dios dio [daba coces contra el aguijón, en la experiencia de Saulo], pero cuando se rompe el poder del pecado y reina la gracia, ésta reina contra el pecado y anula todo el poder del pecado. Por consiguiente, que bajo el reino de la gracia sea más fácil hacer el bien que el mal es tan literalmente cierto como que bajo el reino del pecado es más fácil hacer el mal que el bien (Jones, Id. 25 julio 1899).
Es imposible insistir demasiado en que es tan fácil hacer el bien bajo el reino de la gracia, como hacer el mal bajo el reino del pecado. Tiene que ser así, ya que en caso contrario, si no hay más poder en la gracia que en el pecado, no podría haber salvación del pecado...
La salvación del pecado depende ciertamente de que haya más poder en la gracia que en el pecado. Siendo así, allí donde tenga el control el poder de la gracia, será tan fácil la práctica del bien como lo es la del mal cuando no se da esa circunstancia...
La gran dificultad del hombre lo ha sido siempre para hacer el bien. Pero eso sucede porque de forma natural el hombre es esclavo de un poder -el poder del pecado- que es soberano en su reino. Y mientras rija ese poder, no es ya difícil sino imposible hacer el bien que se conoce y desea hacer. Pero permítase gobernar a un poder superior a ese y entonces, ¿no será tan fácil servir a la voluntad del poder superior, cuando reina, como lo fue servir a la voluntad del otro poder, cuando reinaba?
Pero la gracia no es simplemente más poderosa que el pecado... Eso, siendo bueno, no lo es todo... Hay mucho más poder en la gracia que en el pecado, ya que “donde aumentó el pecado, sobreabundó la gracia”... Que nadie intente servir a Dios con nada menos que el poder real y viviente de Dios que hace de él una nueva criatura; que no intente servirle con nada que no sea la gracia sobreabundante que condena el pecado en la carne y reina por la justicia a vida eterna por Jesucristo nuestro Señor. Entonces el servicio a Dios será verdaderamente “en novedad de vida”; entonces ocurrirá que su yugo es verdaderamente “fácil”, y “ligera” su carga; entonces su servicio resultará ser en verdad “con gozo inefable y glorificado” (1 Ped 1:8) (Id. 1 septiembre 1896).
Como era habitual, Waggoner coincidió plenamente:
El nuevo nacimiento contrarresta completamente el antiguo. “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto es de Dios” (2 Cor 5:17-18). El que toma a Dios como la porción de su herencia (Sal 16:5) tiene un poder que obra en él para justicia, tanto más fuerte que el poder de las tendencias heredadas al mal, como mayor es nuestro Padre celestial en relación con nuestros padres terrenales (The Everlasting Covenant, 66).
El contexto de la cita de Waggoner de 2 Corintios 5, dice: “El amor de Cristo nos constriñe” (vers. 14). Constreñir es lo contrario a restringir: significa “motivar”, “empujar”.
Como ilustración, intentemos imaginar que uno es un pobre e ignorante esclavo resucitado de algún tiempo remoto en el pasado, antes de que existiesen los vehículos modernos. Nuestro nuevo señor tiene un pesado vehículo a motor, que está al pie de una cuesta empinada. ¡Llévalo hasta la cima!, nos ordena. Empezamos, pues, a hacerlo lo mejor que sabemos: empujándolo. Tras un esfuerzo agotador logramos moverlo unos centímetros, y poner una piedra bajo la rueda para evitar que se pierda todo lo conseguido. Jadeando, nos preguntamos cómo podremos llegar jamás a la cima. Seguramente no hace falta explicar aquí que para muchos cristianos, la preparación para recibir al Señor es algo tan penoso como el trabajo del esclavo.
Imaginemos ahora que alguien viene y nos invita a entrar en el vehículo y girar la llave del contacto. Oímos el ruido de la puesta en marcha, preguntándonos qué significado tendrá aquello. Nuestro instructor nos indica cómo manejar el cambio de marchas, el embrague y el acelerador: ¡el vehículo avanza aprisa hacia la cima!
Lo que hace que la vida cristiana parezca tan difícil es solamente una patética ignorancia del puro y verdadero evangelio de Cristo. El amor de Cristo que nos motiva, es un poder formidable que allana las montañas:
No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos. ¿Quién eres tú, oh gran monte? Delante de Zorobabel serás reducido a llanura (Zac 4:6-7).
Allanar montañas como esas está solamente al alcance de potentes excavadoras, pero eso es lo que la comprensión de la cruz hace por nosotros:
Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos son muertos; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, mas para aquel que murió y resucitó por ellos (2 Cor 5:14-15).
Analicemos lo que realmente dice:
A la muerte de Cristo debemos aun esta vida terrenal. El pan que comemos ha sido comprado por su cuerpo quebrantado. El agua que bebemos ha sido comprada por su sangre derramada. Nadie, santo o pecador, come su alimento diario sin ser nutrido por el cuerpo y la sangre de Cristo. La cruz del Calvario está estampada en cada pan. Está reflejada en cada manantial (El Deseado de todas las gentes, 615).
Ese concepto de que ser salvo es fácil y perderse es difícil impregna la enseñanza de Pablo. Consideremos el siguiente texto:
¿Menosprecias las riquezas de su benignidad y paciencia, y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía a arrepentimiento? (Rom 2:4).
La idea de Pablo es que Dios toma la iniciativa. No está esperando, tal como muchos lo conciben, cruzado de -divinos- brazos en despreocupada actitud pasiva, mientras vagamos en nuestra condición perdida. No dice: ‘Hice el sacrificio por ti hace dos mil años. Ya he hecho mi parte; ahora te toca a ti. Debes tomar la iniciativa. Si quieres venir, ven; y si te parece difícil, es porque no tienes lo necesario para ser un buen cristiano. Algún otro llevará tu corona’. ¿Cuántos miles de personas piensan de esta manera sobre Dios? Y algunos se resignan a sentimientos como: ‘Dios tiene mucha gente dispuesta a llevar mi corona. Él no me necesita, y no estoy realmente seguro de que me quiera’.
En contraste, Waggoner pone énfasis en la perseverancia del amor de Dios en su búsqueda de todo hombre (una de sus frases evangelísticas favoritas):
No debemos tratar de mejorar las Escrituras, y pretender que la bondad de Dios tiende a llevar a los hombres al arrepentimiento. La Biblia dice que te guía a arrepentimiento, y podemos estar seguros de que es así. Todo hombre es movido al arrepentimiento tan ciertamente como que Dios es bondadoso (Signs of the Times, 21 noviembre 1895).
Cuando oramos por la conversión de un ser querido, un amigo o un vecino, no es preciso que despertemos a Dios de su sueño, ni que le persuadamos para que haga algo que no tiene deseos de hacer. No es eso lo que Pablo enseña. La bondad de Dios está ya obrando, guiando a la persona al arrepentimiento. El problema es que frecuentemente nosotros impedimos lo que él inició ya. Confundimos la verdadera respuesta a nuestras oraciones debido a no haber comprendido las verdaderas dimensiones de la bondad, gracia y benignidad del Señor.
Waggoner continúa diciendo:
No todos se arrepienten. ¿Por qué? Porque menosprecian las riquezas de la benignidad, paciencia y longanimidad de Dios, escapando a su misericordiosa conducción. Pero todo aquel que no resista al Señor, será ciertamente guiado al arrepentimiento y salvación (Id.)
Eso parece un concepto revolucionario para muchas almas sinceras. Se dicen: ‘No puede ser así: el que se salva ha de tomar la iniciativa y esforzarse con tesón, debe hacer algo para salvarse’. Pero los términos están invertidos. Realmente, la verdad es que si deja de resistir, será salvo.
Por más revolucionarias que parezcan, esas son las buenas nuevas del evangelio. Se basan en el amor activo y persistente de Dios.
Va a la que se perdió hasta que la encuentra (Luc 15:4).
En El Camino a Cristo, leemos lo mismo de la pluma de Ellen White:
Cuando Cristo los induce a mirar su cruz y a contemplar a Aquel que fue traspasado por sus pecados... comienzan a entender algo de la justicia de Cristo...
El pecador puede resistir a este amor, puede rehusar ser atraído a Cristo; pero si no se resiste, será atraído a Jesús; el conocimiento del plan de la salvación le guiará al pie de la cruz, arrepentido de sus pecados, los cuales causaron los sufrimientos del amado Hijo de Dios (p. 27).
Una vez hemos descubierto el secreto de ese amor divino activo, que busca, esas buenas nuevas nos “asaltan” desde casi cada página de la Biblia. Observemos estos maravillosos escritos de Pablo:
Antes que viniese la fe, estábamos guardados bajo la ley, encerrados para aquella fe que había de ser descubierta. De manera que la ley nuestro ayo fue para llevarnos a Cristo, para que fuésemos justificados por la fe... Porque todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús...
Entre tanto que el heredero es niño, en nada difiere del siervo, aunque es Señor de todo; mas está debajo de tutores y curadores hasta el tiempo señalado por el padre. Así también nosotros, cuando éramos niños, éramos siervos bajo los rudimentos del mundo. Mas venido el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, hecho de mujer, hecho súbdito a la ley, para que redimiese a los que están debajo de la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos (Gál 3:23-4:5).
Viendo claramente “la ley en Gálatas”, Waggoner captó la profunda verdad del pasaje:
Dios no ha rechazado a la raza humana. Puesto que al primer hombre creado se lo llama “hijo de Dios” (Luc 3:38), todos los hombres pueden ser igualmente herederos. “Antes que viniese la fe”, aunque todos nos apartamos de Dios, “estábamos guardados por la Ley”, guardados por un severo vigilante, tenidos en sujeción, a fin de poder ser llevados a aceptar la promesa. ¡Qué bendición, que Dios cuente también como hijos suyos a los impíos, a quienes están en la esclavitud del pecado!, hijos errantes y pródigos, pero hijos al fin y al cabo. Dios ha hecho a todos los hombres “aceptos en el Amado” (Efe 1:6). El presente tiempo de prueba nos es dado para que tengamos una oportunidad de conocerlo como a nuestro Padre, y que vengamos a serle verdaderos hijos (Las buenas nuevas, Gálatas versículo a versículo, 108).
La idea común es que quienes vivieron en la dispensación del Antiguo Testamento fueron guardados bajo la ley, pero en el Nuevo Testamento vino la fe. Sin embargo, Waggoner aclara que incluso hoy somos guardados bajo la ley hasta la llegada de la fe, de forma individual en nuestra experiencia. La ley es nuestro instructor, o agente educador para llevarnos a Cristo. Lo que no aprendemos por la fe, por su gracia, lo aprendemos mediante disciplina. Todo ese infinito cuidado que se nos prodiga individualmente, es para conducirnos a Cristo, “para que fuésemos justificados por la fe”. Esto está sucediendo ahora mismo. Todos nosotros, sin excepción, hemos estado “encerrados” “bajo la ley” hasta el momento en que llega la fe. Ese estar encerrado forma parte del proceso que nos lleva a Cristo, otra evidencia del amor activo y persistente del Señor hacia cada uno de nosotros.
Nos resulta muy fácil trazar un círculo que deja fuera a nuestros vecinos aparentemente incrédulos. Pero Waggoner discernió que el círculo que traza el Señor los incluye, al menos hasta que lo hayan resistido finalmente por un rechazado persistente. Muy a menudo vemos a quienes no están en nuestro círculo, no como ovejas, sino como lobos. Pero el Señor los mira como a ovejas que han errado, como a los hermanos pequeñitos. Rara vez hemos sabido reconocerlos como hijos de Dios, guardados ciertamente bajo la ley, pero hijos todavía, a quien el Instructor está conduciendo a Cristo.
Así, Gálatas 4 nos brinda ese hermoso pensamiento mediante la ilustración del niño que es heredero de todo. Pero mientras corretea a pie desnudo por el país, está bajo la cautela de tutores y hasta los mismos siervos señorean sobre él hasta no alcanzar la edad apropiada. Así sucede con nosotros, explica Pablo: somos menores, chiquillos, como esclavos, hasta que nos llega la mayoría de edad, que consiste en el desarrollo individual de la fe. Por sorprendente que parezca, ¡todo el programa del Señor va dirigido a la salvación de los perdidos!
Ese palpitante evangelio se revela aún más profundamente en el discernimiento de Waggoner, en relación con el don de la gracia divina a todos los hombres:
Puesto que la herencia es por la justicia que viene por la fe, es igualmente segura para toda la simiente, e igualmente asequible a todos. La fe concede a todos igualdad de oportunidades, ya que la fe es tan fácil para una persona como para la otra. Dios “ha repartido a cada uno la medida de fe” (Rom 12:3), y a todos la misma medida, ya que la medida de gracia es la medida de fe, y “a cada uno de nosotros es dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo” (Efe 4:7). Cristo se da sin reservas a todo hombre (Signs of the Times, 27 febrero 1896).
En otras palabras: el Señor está obrando hoy en beneficio de todo hombre, mujer y niño que habitan la tierra. Pero esa obra resulta impedida hasta que sepan acerca de ella; y sólo pueden conocerla mediante la proclamación de las buenas nuevas. Nos dijo: “Id por todo el mundo, predicad el evangelio a toda criatura” (Mar 6:15), y debemos comprender que verdaderamente hay poder en ese evangelio si se lo puede liberar del error contaminante que ha corrompido y frustrado la gracia de Dios. Si hemos tratado de ayudar a la gente y hemos fracasado, es preferible reconocer que hay deficiencias en nuestro conocimiento del evangelio, antes que culpabilizarlos a ellos. Es cierto que hay quien rechazará el evangelio, incluso aunque le sea claramente expuesto, pero muchos más de los que hoy anticipamos lo aceptarán gustosos al contemplarlo en su prístina pureza.
A lo largo de los escritos de Jones y Waggoner encontramos como hilo conductor esa virtual fijación en el tema de la gracia de Dios:
“Porque el Hijo de Dios, Jesucristo, que por nosotros ha sido entre vosotros predicado... no ha sido Sí y No; más ha sido Sí en él. Porque todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén, por nosotros a gloria de Dios” (2 Cor 1:19-20). Dios no ha hecho ninguna promesa al hombre, que no sea mediante Cristo. La fe personal en Cristo es lo necesario a fin de recibir cualquier cosa que Dios haya prometido. Dios no hace acepción de personas. Ofrece gratuitamente sus riquezas a cualquiera; pero nadie puede tener parte alguna en ellas sin aceptar a Cristo. Eso es perfectamente justo, puesto que Cristo se da a todos, si es que lo quieren tener (Waggoner, El pacto eterno, 13).
Ellen White asintió en los siguientes términos:
Cristo y su misión han sido mal representados, y multitudes se sienten virtualmente apartadas del ministerio del Evangelio. Pero no deben sentirse separadas de Cristo. No hay barreras que el hombre o Satanás puedan erigir y que la fe no pueda traspasar.
Con fe, la mujer de Fenicia se lanzó contra las barreras que habían sido acumuladas entre judíos y gentiles. A pesar del desaliento, sin prestar atención a las apariencias que podrían haberla inducido a dudar, confió en el amor del Salvador. Así es como Cristo desea que confiemos en él. Las bendiciones de la salvación son para cada alma. Nada, a no ser su propia elección, puede impedir a algún hombre que llegue a tener parte en la promesa hecha en Cristo por el Evangelio (El Deseado de todas las gentes, 369).
Sí, ¡el pecador debe resistirse para poder perderse! Tan profundamente le ama el Señor.
Pero el mensaje de 1888 dio un paso de gigante que va más allá de la noción de que, a la luz del evangelio, es más fácil salvarse que perderse. Encontró en los escritos de Pablo seguridad en cuanto a que la muerte de Cristo en la cruz no ofrece solamente una provisión para la salvación del pecador, sino que efectuó realmente su justificación. La muerte y resurrección de Cristo, y también su don del Espíritu Santo, realizaron algo por todo hombre. Veamos primeramente lo que dice Pablo, y posteriormente lo comentado por Jones y Waggoner:
De consiguiente vino la reconciliación por uno, así como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, y la muerte así pasó a todos los hombres, pues que todos pecaron... Así que, de la manera que por un delito [de Adán] vino la culpa [el juicio] a todos los hombres para condenación, así por una justicia [de Cristo] vino la gracia a todos los hombres para justificación de vida. Porque como por la desobediencia de un hombre [Adán] los muchos fueron constituidos pecadores, así por la obediencia de uno [Cristo] los muchos serán constituidos justos (Rom 5:12-19).
Sea lo que fuere que Adán pasó a toda la raza humana, Pablo aclara que Cristo lo revirtió para todos los hombres. Pero nos cuesta creer lo que dice Pablo, e intentamos “arreglarlo”: ‘No, no puede ser cierto lo que dice Pablo. El don gratuito de la justificación vino a unos pocos, no a todos. Vino solamente a quienes hacen algo’. Waggoner, sin embargo, captó la idea de Pablo:
Aquí no hay ninguna excepción. Lo mismo que la condenación vino a todos, también viene a todos la justificación. Cristo gustó la muerte por todos los hombres. Se dio a sí mismo por todos. Se ha dado a sí mismo a todo hombre. El don gratuito ha venido a todos. El hecho de que sea un don gratuito evidencia que no haya excepciones. Si hubiese venido solamente sobre quienes acreditasen una determinada calificación, entonces ya no sería un don gratuito. Por lo tanto, es un hecho plenamente aclarado en la Biblia, que el don de la vida y la justicia en Cristo ha llegado a todo hombre sobre la tierra. No hay la menor razón para que cualquier hombre que haya jamás vivido no pueda ser salvo por la eternidad, excepto que él no lo quiera así. Muchos pisotean el don ofrecido tan libremente (Signs of the Times, 12 marzo 1896).
Por extrañas que nos suenen esas palabras a nosotros hoy, están en armonía con lo expresado por el propio Pablo. ¡No es una maravilla que Ellen White se entusiasmara con el mensaje! Eran buenas nuevas, y presentaban el carácter de Dios en una nueva y más favorable luz. Waggoner continúa diciendo:
La fe de Cristo debe traer la justicia de Dios, ya que la posesión de una fe tal es la posesión del Señor mismo. Esa fe se concede a todo hombre, de la manera en que Cristo se dio a sí mismo a todo hombre. Quizá te preguntes qué impide que todo hombre sea salvo. La respuesta es: nada, excepto el hecho de que no todo hombre guardará la fe. Si todos guardasen todo lo que Dios les da, todos serían salvos (Id. 16 enero 1896).
Hay mucho a lo que el pecador debe resistir, si quiere insistir en perderse. No es pues extraño que sea difícil perderse.
La apreciación de que la justificación ha venido a todos los hombres, provee en abundancia la motivación que se requiere para vivir una vida consagrada:
El amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos son muertos; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, mas para aquel que murió y resucitó por ellos (2 Cor 5:14-15).
La idea que Pablo expresó parece tan clara, que uno se pregunta cómo Calvino pudo concebir que Cristo muriese solamente por los elegidos. Cree simplemente que murió por ti, y reconoce sin dilación que nada puedes hacer por ti mismo. Estás infinita y eternamente en deuda con él. Se hace así imposible vivir una vida centrada en el yo. La ecuación “si uno murió por todos, luego todos son muertos” encierra poder en sí misma. Simplemente cree la “increíble” verdad, y la salvación se hace fácil.
Habiendo visto el apoyo bíblico a las grandes ideas de la motivación evangélica enunciadas por Jones y Waggoner, examinemos ahora cómo concuerdan con la enseñanza de Ellen White:
El amor infinito ha establecido un camino por el cual los redimidos del Señor pueden transitar de la tierra al cielo. Ese camino es el Hijo de Dios. Se han enviado guías angélicos para dirigir nuestros pies errantes. La gloriosa escalera al cielo se ha colocado en todos los caminos del hombre, dificultando la senda hacia el vicio y la locura. Para poder entregarse a una vida de pecado tiene que pisotear al Redentor crucificado" (Our High Calling, 11).
En los escritos de Ellen White encontramos implícita la verdad de que el amor de Dios es activo y va a la búsqueda del pecador. Este debe resistirlo para poder perderse:
Dios es luz, y en él no hay ningunas tinieblas. De no haber luz, no podría existir la sombra. Pero si bien las sombras aparecen con el sol, no son originadas por este. Son los obstáculos quienes ocasionan las sombras. Así, las tinieblas no emanan de Dios... El desprecio de la luz que Dios ha dado desemboca en un resultado cierto: crea una sombra, unas tinieblas que son más densas por contraste con la luz que ha sido enviada...
“Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gál 6:7). Dios no destruye a ningún hombre. Quienquiera sea destruido es porque se destruirá a sí mismo. Cuando un hombre sofoca las admoniciones de la conciencia, está sembrando las semillas de la incredulidad, y estas producen una cosecha segura (Id. 26).
A los adventistas se nos ha acusado -a veces con cierta razón- de enseñar que cuando regrese por segunda vez, Cristo estará lleno de afán de venganza asesina y sed de sangre. Algunos han representado a Cristo como viniendo con una especie de arma cósmica que emite rayos mortíferos para destruir a sus enemigos. Pero el mensaje de 1888 no presentaba una distorsión tal del carácter de Dios. Será “este mismo Jesús que ha sido tomado desde vosotros arriba en el cielo” el que regresará la segunda vez. Los pecadores habrán cambiado; él no. Son ellos y no él, quienes se habrán endurecido.
Si uno fuma durante años seis o siete paquetes de cigarrillos al día y contrae finalmente cáncer de pulmón, ¿podrá decir “Dios me ha destruido”? Ciertamente, todo quien sea destruido lo será porque se destruye a sí mismo.
Véase cómo, en un corto párrafo, Ellen White repite siete veces que quienes no se salven se perderán solamente por su propia elección y no por una expulsión arbitraria por parte del Señor:
[1] Una vida de rebelión contra Dios los ha inhabilitado para el cielo. [2] La pureza, la santidad y la paz que reinan allí serían para ellos un tormento; [3] la gloria de Dios, un fuego consumidor. [4] Ansiarían huir de aquel santo lugar. [5] Desearían que la destrucción los cubriese de la faz de Aquel que murió para redimirlos. [6] La suerte de los malos queda determinada por la propia elección de ellos. [7] Su exclusión del cielo es un acto de su propia voluntad y un acto de justicia y misericordia por parte de Dios (El conflicto de los siglos, 598).
Si eclipsamos la cruz de Cristo, entonces debemos admitir que es terriblemente difícil ser salvo. Se agota la motivación para ser consagrados y devotos. El llamado de la tentación al mal se vuelve todopoderoso. El Salvador viene a ser “como raíz de tierra seca”, y su evangelio “sin atractivo, para que lo deseemos”. Esa es la experiencia cristiana de muchos miembros de iglesia. Pero si aceptamos el evangelio de su gracia libre de adulteración, dijo A.T. Jones que incluso la elección de llevar la cruz de Cristo se convierte en fácil. Y con toda seguridad, ese tema de la elección es lo único que podría ser difícil en la salvación. Si a la luz de la cruz de Cristo, hasta eso se hace fácil, ¡ciertamente ya es nuestra!
Si el Señor ha sacado a la luz pecados en nosotros de los que nunca antes sospechamos, lo único que eso significa es que está avanzando en profundidad, y llegará finalmente hasta el fondo; y cuando encuentre la última cosa que sea sucia o impura, que no está en armonía con su voluntad y la revele a nosotros, si decimos ‘prefiero al Señor que a eso’, entonces la obra está completa y el sello del Dios viviente puede ser puesto en el carácter. [Congregación: ‘Amén’]. Qué preferís, ¿tener un carácter [algunos en la congregación empezaron a alabar al Señor, y otros a mirar alrededor]. No importa, si muchos más de vosotros expresaseis vuestro agradecimiento al Señor por lo que os ha dado, habría más gozo en esta casa esta noche.
Qué preferís, ¿tener la plenitud de Jesucristo, o tener menos que eso, estando encubiertos algunos de vuestros pecados de forma que nunca sepáis de ellos? [Congregación: ‘Su plenitud’]. ¿No veis que los Testimonios nos han dicho que si todavía hay ahí una sombra de pecado no podremos recibir el sello de Dios? ¿De qué manera puede el sello de Dios, que es la marca de su perfecto carácter revelado en nosotros, sernos colocado, si quedan aún pecados en nosotros?
...Y así, ha cavado en las profundidades de las que nunca soñamos, porque no podemos comprender nuestros corazones... El limpiará el corazón y revelará el último vestigio de maldad. Dejémosle obrar, hermanos; permitámosle proseguir en esa obra investigadora...
Para vosotros, como para mí, se trata simplemente de un asunto de elección vital, de si nos quedaremos con el Señor o con nosotros mismos; la justicia del Señor o nuestros pecados; el camino del Señor o el nuestro. ¿Cuál escogeremos? [Congregación: ‘El camino del Señor’]. No hay... [dificultad] en hacer la elección cuando comprendemos lo que el Señor ha hecho y lo que es para nosotros. La elección es fácil. Que la entrega sea completa (Jones, General Conference Bulletin, 1893, 404).
Waggoner estaba de acuerdo. Uno debe luchar contra la verdad para que se haga difícil creer:
Creer es tan natural para el niñito hijo de un infiel, como lo es para el de un santo. Es solamente cuando erigimos una barrera de orgullo sobre nosotros mismos (Sal 73:6) que encontramos difícil creer (Signs of the Times, 6 agosto 1896).
Permitamos a Jones, con su estilo directo y franco, decir más sobre el tema:
¿Puede alguien vivir para aquello a lo que murió? -No. Por lo tanto, si uno ha muerto al pecado, ¿cómo podrá vivir aún en pecado?... Imaginemos que un hombre muere a causa del delirium tremens, o de la fiebre tifoidea. ¿Querría vivir en delirium tremens o fiebre tifoidea, en el caso en que pudiese ser devuelto a la vida y comprendiese cuál fue su final? El solo pensamiento de ello sería la muerte para él, ya que fue una vez la causa de su muerte. Así es para quien ha muerto al pecado... No puede vivir en aquello a lo que murió.
Pero el gran problema para mucha gente es que no han estado tan enfermos de pecado como para morir... Enferman quizá de algún pecado particular, y quieren remediar eso, quieren ‘morir a’ ese pecado, y creen que lo han abandonado. Más adelante, enferman de otro pecado particular que piensan que no les conviene, ya que no pueden conservar el favor y la consideración de la gente si manifiestan ese pecado, y entonces intentan liberarse de él. Pero no enferman de pecado: el pecado en sí mismo, en su concepción, en abstracto, revista la forma que revista. No enferman al pecado en sí mismo lo suficientemente como para morir a él. Cuando el hombre se pone lo bastante enfermo... de pecado... es imposible verlo vivir aun en el pecado (General Conference Bulletin, 1895, 352).
¿Qué provee el poder para morir de ese modo al pecado? Efectivamente: la cruz de Cristo. Jones continúa así:
Constantemente tenemos la oportunidad de pecar. Siempre se nos presentan ocasiones para ello... día tras día. Pero está escrito: “Llevando siempre por todas partes la muerte de Jesús en el cuerpo” (2 Cor 4:10). “Cada día muero” (1 Cor 15:31). La sugestión a pecar es muerte para mí... en él.
Por lo tanto, eso se expresa en forma de pregunta escrutadora: “Los que somos muertos al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?, ¿o no sabéis que todos los que somos bautizados en Cristo Jesús, somos bautizados en su muerte?” (Rom 6:2-3)...
“El pecado no se enseñoreará de vosotros” (Rom 6:14). Quien es librado del dominio del pecado, es librado del servicio del pecado... Jesús murió, y somos muertos con él. Pero él vive, y nosotros que creemos en él, estamos vivos con él... “Con Cristo estoy juntamente crucificado” (Gál 2:20). Tan ciertamente como él está crucificado, lo estoy yo. Tan ciertamente como él muere, estoy yo muerto con él. Tan ciertamente como es enterrado, fui enterrado con él. Por lo tanto, no serviré al pecado (Id. 353).
El evangelio “es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (Rom 1:16). Quizá la ilustración de la dirección asistida de un vehículo puede ayudarnos a comprender cuán fácil es ser salvo y cuán difícil perderse. Tratemos de manejar el volante de un vehículo con dirección asistida, cuando el motor no está en funcionamiento. Es realmente difícil. Si se trata de un pesado camión, es prácticamente imposible, a menos que el motor en funcionamiento provea la energía o asistencia al mecanismo de dirección.
Si el motor está en marcha, entonces hasta un niño puede girar el volante a uno u otro lado. La asistencia lo convierte en fácil.
Ahora, como conductores que somos, sigue corriendo de nuestra parte escoger por qué ruta vamos a circular. El mecanismo asistido nunca nos exime de la prudencia o la responsabilidad de escoger. No entramos a nuestro vehículo de brazos cruzados, diciéndole: “¡Llévame al trabajo!” Una vez hemos elegido girar a derecha o izquierda, aplicando ese mínimo esfuerzo para mover el volante, inmediatamente opera la asistencia a la dirección, facilitando el trabajo.
La sierva del Señor dedica consejos útiles a quienes sienten que salvarse es difícil:
“Muchos dicen: ‘¿Cómo me entregaré a Dios?’ Deseáis hacer su voluntad, mas sois moralmente débiles, esclavos de la duda y dominados por los hábitos de vuestra vida de pecado. Vuestras promesas y resoluciones son tan frágiles como telarañas. No podéis gobernar vuestros pensamientos, impulsos y afectos. El conocimiento de vuestras promesas no cumplidas y de vuestros votos quebrantados debilita la confianza que tuvisteis en vuestra propia sinceridad, y os induce a sentir que Dios no puede aceptaros; mas no necesitáis desesperar. Lo que debéis entender es la verdadera fuerza de la voluntad [elección]. Esta es el poder gobernante en la naturaleza del hombre: la facultad de decidir o escoger. Todo depende de la correcta acción de la voluntad [elección]. Dios dio a los hombres el poder de elegir; a ellos les toca ejercerlo. No podéis cambiar vuestro corazón, ni dar por vosotros mismos sus afectos a Dios; pero podéis escoger servirle. Podéis darle vuestra voluntad para que él obre en vosotros tanto el querer como el hacer, según su voluntad. De ese modo vuestra naturaleza entera estará bajo el dominio del Espíritu de Cristo, vuestros afectos se concentrarán en él y vuestros pensamientos se pondrán en armonía con él" (El Camino a Cristo, 47-48).
¿Son las buenas nuevas de ese mensaje mero inmovilismo, la herejía de que el pecador no tiene nada que hacer, excepto quedarse quieto a modo de masa manipulada por la voluntad divina? Veamos una declaración que algunos asumen de forma superficial que contradice el mensaje aludido en este capítulo, pero que bien comprendida armoniza perfectamente con él:
Cristo no nos ha dado la seguridad de que sea fácil lograr la perfección del carácter. Un carácter noble, cabal, no se hereda. No lo recibimos accidentalmente. Un carácter noble se obtiene mediante esfuerzos individuales, realizados por los méritos y la gracia de Cristo. Dios da los talentos, las facultades mentales; nosotros formamos el carácter. Lo desarrollamos sosteniendo rudas y severas batallas contra el yo. Hay que sostener conflicto tras conflicto contra las tendencias hereditarias. Tendremos que criticarnos a nosotros mismos severamente, y no permitir que quede sin corregir un solo rasgo desfavorable (Palabras de vida del gran Maestro, 266).
¿Acaso lo anterior anula las buenas nuevas de la gracia de Cristo? ¿Contradice quizá lo escrito: “Mi yugo es fácil, y ligera mi carga”? Algunos citan otras declaraciones de Ellen White en la pretensión de cuestionar ese aspecto de las buenas nuevas del mensaje de 1888 [Algunas de las declaraciones se encuentran en Mensajes para los jóvenes, 97-102; Profetas y Reyes, 61; Testimonies vol. II, 445-446; vol. VI, 286. Un estudio cuidadoso, sin embargo, muestra que no hay contradicción. El “camino estrecho” no es necesariamente difícil; es estrecho, lo que significa que no podemos pasar llevando a cuestas el equipaje mundanal del egoísmo. Debemos pelear verdaderamente “la buena batalla de la fe”, pero se trata precisamente de eso, de la batalla de la fe. Ciertamente hemos de esforzarnos y orar sin cesar. Pero debemos también respirar continuamente para continuar vivos… ¿es eso difícil? También debemos comer varias veces al día; ¿resulta difícil? Una persona sana, respira y activa sus músculos, lo mismo que un cristiano: se alimenta, respira (ora) y encuentra placer en la actividad y ejercicio constantes, más bien que en la inactividad e indolencia].
No debemos nunca olvidar que hay en verdad batallas intensas y fieras contra el yo, así como continuos conflictos. Pero esa declaración resalta que nuestro esfuerzo individual sería inútil sin los méritos y la gracia de Cristo. ¡Nunca se debe perder de vista la cruz! De hecho, convierte en fácil nuestra parte.
¿Fue “ligera su carga” en el huerto del Getsemaní o en la cruz? No. Su propia dura batalla con el yo, en Getsemaní y en la cruz, le hizo sudar gotas de sangre. Hasta su mismo corazón se rompió en su agonía final. ¿Qué significa? ¿Por qué nos dijo que su carga era ligera?
Él sufrió toda esa difícil y terrible agonía para salvarnos. La carga de la que habla en Mateo 11:30 es su carga, cuando la llevamos nosotros. La fe que obra por el amor la convierte en ligera, cuando apreciamos lo pesada que fue para él.
Lo único difícil para ser un verdadero cristiano es la elección de someter el yo para que sea crucificado con Cristo. No se nos pide jamás que seamos crucificados solos. Siempre con él.
Gracias a Dios, es un millón de veces más fácil para nosotros ser crucificados con Cristo, de lo que fue para él ser crucificado solo en nuestro favor. Contempla al Cordero de Dios, y se convierte realmente en fácil.
Cuando
miro a la magna cruz
do murió el Príncipe de gloria,
Cuento por pérdidas mis más caras ganancias,
Y se desvanece mi orgullo.
Si hasta incluso eso pareciese difícil, recuérdese que resulta mucho más difícil continuar luchando contra un amor como ese, y combatiendo contra el ministerio persistente del Espíritu Santo, a fin de perderse.
Nunca insistiremos demasiado en la relación que guardan entre sí la justificación por la fe y la purificación del santuario. Sin embargo, presenciamos un extraño silencio a propósito de esa verdad. Muchos distan de poseer una idea inteligente de lo que significa la purificación del santuario.
Necesitamos una comprensión clara de esa importantísima verdad a fin de enfrentar las pruebas de los últimos días.
El pueblo de Dios debería comprender claramente el asunto del santuario y del juicio investigador. Todos necesitan comprender por sí mismos el ministerio y la obra de su gran Sumo Sacerdote. De otro modo, les será imposible ejercitar la fe tan esencial en nuestros tiempos, o desempeñar el puesto al que Dios los llama...
El santuario en el cielo es el centro mismo de la obra de Cristo en favor de los hombres [justificación por la fe]. Concierne a toda alma que vive en la tierra. Nos revela el plan de la redención, nos conduce hasta el fin mismo del tiempo y anuncia el triunfo final de la lucha entre la justicia y el pecado (El conflicto de los siglos, 543-544).
Más aun, la gran verdad del santuario es el fundamento del mensaje adventista del séptimo día. Algunas declaraciones significativas, tomadas del libro El evangelismo, ayudarán a reconocerlo:
La correcta comprensión del ministerio del santuario celestial es el fundamento de nuestra fe (p. 165).
El asunto del santuario fue la clave que aclaró el misterio del chasco de 1844. Reveló todo un sistema de verdades, que formaban un conjunto armonioso y demostraban que la mano de Dios había dirigido el gran movimiento adventista, y al poner de manifiesto la situación y la obra de su pueblo le indicaba cuál era su deber de allí en adelante.
El pueblo de Dios ha de tener ahora sus ojos fijos en el santuario celestial, donde se está realizando el servicio final de nuestro gran Sumo Sacerdote en la obra del juicio: donde él está intercediendo por su pueblo (p. 166).
A poco que conozcamos los métodos de Satanás, no podemos esperar otra cosa de su parte, excepto dirigir sus más sofisticados, sutiles y arteros ataques contra esa verdad singular de la purificación del santuario.
En el futuro surgirán engaños de toda clase, y necesitamos terreno sólido para nuestros pies... El enemigo presentará falsas doctrinas, tales como la doctrina de que no existe un santuario. Este es uno de los puntos en los cuales algunos se apartarán de la fe...
Se acerca el tiempo en que las facultades engañosas de los agentes satánicos se desarrollarán plenamente. Por un lado está Cristo, a quien se le ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Por el otro lado está Satanás, ejerciendo continuamente su poder para seducir, para engañar con fuertes sofismas espiritistas, para quitar a Dios del lugar que debe ocupar en la mente de los hombres.
Satanás está luchando continuamente para sugerir suposiciones fantásticas con respecto al santuario, degradando las maravillosas imágenes de Dios y el ministerio de Cristo por nuestra salvación, a fin de convertirlas en algo que cuadre con la mente carnal. Quita de los corazones de los creyentes el poder director de esas imágenes divinas y lo suple con teorías fantásticas inventadas para anular las verdades de la expiación, y para destruir nuestra confianza en las doctrinas que hemos considerado sagradas desde que fuera dado por primera vez el mensaje del tercer ángel. Así quisiera él despojarnos de nuestra fe en el mismo mensaje que nos ha convertido en un pueblo separado, y que ha dado carácter y poder a nuestra obra (Id. 167).
El mensaje de 1888 renovó el interés en ese ministerio final de nuestro gran Sumo Sacerdote, y restauró su poder en los corazones de los creyentes. Como es bien sabido, el mensaje fue ampliamente rechazado, o al menos, fue objeto de triste negligencia. Pero ese hecho y cuanto de él deriva no debe hacer que dejemos de apreciar el lugar del santuario en el mensaje mismo. Ellen White comprendió su significado. Habiendo experimentado personalmente la vibrante expectativa del pronto regreso de Cristo en el movimiento de 1844, no perdió jamás ese primer amor. En el mensaje de 1888 reconoció de forma casi intuitiva las buenas nuevas que anunciaban al corazón anhelante: "¡He aquí viene el Esposo, salid a recibirle!" Escuchó los benditos pasos de las pisadas divinas que tan pocos de sus contemporáneos tuvieron oídos para oír.
Ese nuevo desarrollo era la conjugación de la verdad adventista de la purificación del santuario con una revelación más profunda de la justificación por la fe. Algo así como la confluencia de dos ríos que habían discurrido separadamente para reunirse por fin, produciendo un caudal sobre el que la nave pudiera llegar a buen puerto. Discernió en el mensaje las gloriosas dimensiones de la gracia divina, provista con el fin de preparar a un pueblo para la venida del Señor. La emoción la embargó. Reconoció que “unión con Cristo” significaba unión con él en la obra de expiación final, en contraste definido con su obra en el primer departamento del santuario, cuya puerta se hallaba ahora cerrada. (Ver Primeros Escritos, 55-56; 260-261).
En una serie de artículos escritos poco después de la Asamblea de 1888, expuso de forma enfática e insistente, semana tras semana, la magnitud de su profunda impresión. El mensaje de Jones y Waggoner estaba vitalmente relacionado con la verdad del santuario. Obsérvese el progresivo in crescendo:
Estamos en el día de la expiación, y debemos actuar en armonía con la obra de Cristo de purificar el santuario de los pecados del pueblo. Que nadie que desee hallarse vistiendo los vestidos de boda, resista a nuestro Señor en su obra. Sus seguidores en este mundo obrarán en conformidad con él. Debemos presentar ahora ante la gente la obra que por la fe vemos realizar a nuestro Sumo Sacerdote en el santuario celestial (Review and Herald, 21 enero 1890).
Cristo está en el santuario celestial, y está allí para hacer expiación por el pueblo... Está limpiando el santuario de los pecados del pueblo. ¿Cuál es nuestra obra? Nuestra obra consiste en estar en armonía con la obra de Cristo. Debemos obrar con él por la fe, estar unidos a él... Debe prepararse un pueblo para el gran día de Dios (Id. 28 enero 1890).
La obra intercesora de Cristo, los grandes y santos misterios de la redención, no son comprendidos ni estudiados por el pueblo que pretende tener más luz que cualquier otro pueblo sobre la faz de la tierra (Id. 4 febrero 1890).
Cristo está purificando el templo en el cielo de los pecados del pueblo, y debemos obrar en armonía con él en la tierra, purificando el templo del alma de su contaminación moral (Id. 11 febrero 1890).
El pueblo no ha entrado en el lugar santo [santísimo], donde Jesús ha entrado para hacer expiación por sus hijos. A fin de comprender las verdades para este tiempo, necesitamos el Espíritu Santo. Pero hay sequía espiritual en las iglesias (Id. 25 febrero 1890).
Está irradiando luz desde el trono de Dios. ¿Para qué? Para que haya un pueblo preparado para permanecer en pie en el día de Dios (Id. 4 marzo 1890).
Hemos estado oyendo su voz de una forma más definida, en el mensaje que se ha abierto camino en los últimos dos años, declarándonos el nombre del Padre... No hemos hecho más que captar un tenue destello de lo que es la fe (Id. 11 marzo 1890).
Habéis estado recibiendo luz del cielo en el último año y medio, a fin de que el Señor pueda conduciros a su carácter y entretejerlo en vuestra experiencia...
Si nuestros hermanos fuesen todos obreros juntamente con Dios, no dudarían de que el mensaje que nos ha enviado en los últimos dos años es del cielo...
Supongamos que borraseis el testimonio que se ha dado en estos dos últimos años proclamando la justicia de Cristo, ¿a quién podríais señalar entonces como portador de luz especial para el pueblo? (Id. 18 marzo 1890).
El mensaje de Jones y Waggoner dirigía la atención a los aspectos prácticos del ministerio sumo-sacerdotal de Cristo. Es allí donde confluían los dos grandes ríos: la verdad del santuario y la justificación por la fe. Jones vio claramente la relación. El mensaje no era solamente un llamado a la vida santa, sino que proveía además los medios para lograr ese fin:
En “la figura del verdadero” (santuario visible), la sucesión de los servicios formaba un ciclo que se completaba anualmente. Y la purificación del santuario era la consumación de ese servicio anual figurativo. Esa purificación del santuario consistía en la limpieza y eliminación del santuario “de las inmundicias de los hijos de Israel, de sus rebeliones y de todos sus pecados” que mediante el ministerio sacerdotal habían sido llevados al santuario durante el año.
La consumación de esta obra, de y para el santuario, era también la consumación de la obra para el pueblo... Así, la purificación del santuario afectaba al pueblo y lo incluía tan ciertamente como al santuario mismo...
Esa purificación del santuario era una figura del verdadero, que es la purificación del santuario -y verdadero tabernáculo que el Señor asentó y no hombre- de toda impureza de los creyentes en Jesús a causa de sus transgresiones o pecados. Y el momento de esa purificación del verdadero santuario, en palabras de Aquel que no puede equivocarse, es: “Hasta 2.300 días, y el santuario será purificado” -el santuario de Cristo- en el año 1844 de nuestra era...
Eso se efectúa en el verdadero santuario, precisamente acabando la prevaricación (o transgresión) y poniendo fin a los pecados Dan 9:24) en el perfeccionamiento de los creyentes en Jesús, de una parte; y de la otra parte, acabando la prevaricación y poniendo fin a los pecados en la destrucción de los malvados y la purificación del universo de toda mancha de pecado que jamás haya existido en él.
La consumación del misterio de Dios (Apoc 10:7) es el cumplimiento final de la obra del evangelio. Y la consumación de la obra del evangelio es, primeramente, la erradicación de todo vestigio de pecado y el traer la justicia de los siglos; es decir, Cristo plenamente formado en todo creyente: sólo Dios manifestado en la carne de cada creyente en Jesús; y en segundo lugar -y por otra parte- la consumación de la obra del evangelio significa precisamente la destrucción de todos quienes hayan dejado de recibir el evangelio (2 Tes 1:7-10), ya que no es la voluntad del Señor preservar la vida a hombres cuyo único fin sería acumular miseria sobre sí mismos...
En el servicio del santuario terrenal vemos también que para producirse la purificación, completándose así el ciclo de la obra del evangelio, debía primero alcanzar su cumplimiento en las personas que participaban en el servicio. En otras palabras: en el santuario mismo no se podía acabar la prevaricación, poner fin al pecado, expiar la iniquidad ni traer la justicia de los siglos, hasta que todo ello se hubiese cumplido previamente en cada persona que participaba del servicio del santuario. El santuario mismo no podía ser purificado antes de que lo fuera cada uno de los adoradores. El santuario no podía ser purificado mientras se continuara introduciendo en él un torrente de iniquidades, transgresiones y pecados mediante la confesión del pueblo y la intercesión de los sacerdotes.
...Ese torrente debe detenerse en su fuente en los corazones y vidas de los adoradores, antes de que el santuario mismo pueda ser purificado.
De acuerdo con lo anterior, lo primero que se efectuaba en la purificación del santuario era la purificación del pueblo...
El sacrificio, el sacerdocio y el ministerio de Cristo en el verdadero santuario, quita los pecados para siempre, hace perfectos a cuantos se allegan a él, hace “perfectos para siempre a los santificados” (Heb 10:14) (Jones, El Camino consagrado, 97-101).
El mensaje de Jones y Waggoner reconoció claramente que el perdón de los pecados es una declaración judicial que descansa enteramente en la expiación efectuada en la cruz. Tiene un fundamento objetivo. Pero comprendieron también que el término bíblico perdón significa “quitar” realmente el pecado. Así, desde el congreso de 1888, reconocieron la importante distinción entre el ministerio continuo o diario en el santuario, y el servicio anual. Distinguieron entre el perdón de los pecados y el borramiento de los mismos. Escrito poco después del encuentro en Minneapolis, el siguiente párrafo expresa la comprensión de Waggoner al respecto:
Cuando Cristo nos cubre con el manto de su propia justicia, no provee una cubierta para el pecado, sino que quita el pecado. Y eso muestra que el perdón de los pecados es más que una simple forma, más que una simple consigna en los libros de registro del cielo al efecto de que el pecado sea cancelado. El perdón de los pecados es una realidad. Es algo tangible, algo que afecta vitalmente al individuo. Realmente lo absuelve de culpabilidad, y si es absuelto de culpa, es justificado, es hecho justo: ciertamente ha experimentado un cambio radical. Es en verdad otra persona (Cristo y su justicia, 57).
El Espíritu de profecía señala enfáticamente el borramiento de los pecados como la culminación del ministerio del Sumo Sacerdote:
Este ministerio siguió efectuándose durante dieciocho siglos en el primer departamento del santuario. La sangre de Cristo, ofrecida en beneficio de los creyentes arrepentidos, les aseguraba perdón y aceptación cerca del Padre, pero no obstante, sus pecados permanecían inscritos en los libros de registro. Como en el servicio típico había una obra de expiación al fin del año, así también, antes de que la obra de Cristo para la redención de los hombres se complete, queda por hacer una obra de expiación para quitar el pecado del santuario...
Y así como la purificación típica de lo terrenal se efectuaba quitando los pecados con los cuales había sido contaminado [el santuario terrenal], así también la purificación real de lo celestial debe efectuarse quitando o borrando los pecados registrados en el cielo. Pero antes de que esto pueda cumplirse deben examinarse los registros para determinar quiénes son los que, por su arrepentimiento del pecado y su fe en Cristo, tienen derecho a los beneficios de la expiación cumplida por él (El Conflicto de los siglos, 473-474).
Los que vivan en la tierra cuando cese la intercesión de Cristo en el santuario celestial deberán estar en pie en la presencia del Dios santo sin mediador. Sus vestiduras deberán estar sin mácula; sus caracteres, purificados de todo pecado por la sangre de la aspersión... Mientras que los pecados de los creyentes arrepentidos son quitados del santuario, debe llevarse a cabo una obra especial de purificación, de liberación del pecado, entre el pueblo de Dios en la tierra. Esta obra está presentada con mayor claridad en los mensajes del capítulo 14 del Apocalipsis (Id. 478).
Ese es el corazón del adventismo del séptimo día. Nuestros amigos de las iglesias evangélicas no lo considerarían árido, obsoleto y sin provecho si nosotros mismos comprendiésemos su significado práctico. Eso es lo que Jones y Waggoner comenzaron a discernir.
Waggoner comprendió cabalmente que no hay manera en que el registro de nuestros pecados pueda ser borrado de los libros del cielo a menos que primeramente el pecado mismo sea borrado del corazón humano. Eso no significaba “interiorizar” la doctrina; significaba hacerla práctica tal como enfatiza El conflicto de los siglos. Sin duda alguna, la declaración de Ellen White antes expresada debió fortalecer sus convicciones. En 1902, Waggoner publicó un artículo en Review and Herald ampliando ese concepto (hay evidencia documental de que en ese momento todavía estaba enseñando la verdad del santuario, de la forma en la que la Iglesia adventista la había sustentado siempre. Ver nota al final del capítulo).
Aunque el registro total de nuestro pecado, escrito con el mismo dedo de Dios, fuera borrado, el pecado permanecería, porque está en nosotros. Si el registro de nuestro pecado estuviera grabado sobre piedra y esta se moliese reduciéndola a polvo, aun así eso no borraría nuestro pecado.
El borramiento del pecado es su borramiento de la naturaleza del ser humano (ver nota al final del capítulo). El borramiento del pecado es su borramiento de nuestras naturalezas, de manera que no tengamos más conciencia de él. “Los limpios” (Heb 10:2) -limpios por la sangre de Cristo- no tendrán “más conciencia de pecado”, porque han sido limpiados del camino de pecado. Se buscará su iniquidad y no se hallará. Se les habrá quitado para siempre, será extraña a sus nuevas naturalezas, e incluso aunque sean capaces de recordar que han cometido ciertos pecados, olvidaron el pecado en sí mismo, no pensando nunca más en cometerlo. Esa es la obra de Cristo en el verdadero santuario (30 setiembre 1902).
¿Estaba Ellen White de acuerdo con ese concepto? En 1890 escribió lo siguiente:
El perdón tiene un significado más abarcante del que muchos suponen...
El perdón de Dios no es solamente un acto judicial por el cual libra de la condenación. No es sólo el perdón por el pecado. Es también una redención del pecado. Es la efusión del amor redentor que transforma el corazón (El discurso maestro de Jesucristo, 97).
Observemos que Jones y Waggoner no enseñaron que la purificación del santuario celestial fuese algo exclusivamente limitado a la purificación de los corazones del pueblo de Dios. Reconocieron categóricamente que hay un verdadero tabernáculo en el cielo, tal como creyeron los pioneros adventistas. Las expresiones de su fe estaban en perfecta armonía con lo escrito en El conflicto de los siglos: “Mientras prosigue el juicio investigador en el cielo, mientras que los pecados de los creyentes arrepentidos son quitados del santuario, debe llevarse a cabo una obra especial de purificación, de liberación del pecado, entre el pueblo de Dios en la tierra” (p. 478). En otras palabras: la purificación de los corazones del pueblo de Dios en la tierra es un proceso paralelo y en correspondencia con la obra del Sumo Sacerdote en el cielo. Su pueblo coopera en armonía con él. La que sigue es una clara declaración de Waggoner, publicada en Inglaterra en 1900:
Nadie que lea las Escrituras puede dudar que hay un santuario en el cielo y que Cristo es allí sacerdote... Por lo tanto, se deduce que la purificación del santuario -una obra que la Biblia presenta como precediendo inmediatamente la venida del Señor- es coincidente con la completa purificación del pueblo de Dios en esta tierra, y que los prepara para la traslación al venir el Señor...
La vida [carácter] de Jesús debe ser reproducida perfectamente en sus seguidores, no meramente por un día, sino por todo el tiempo y la eternidad (The Everlasting Covenant, 365-367).
Waggoner escribía para no adventistas, explicando las bases prácticas de esa singular doctrina adventista. No existía diferencia de principio entre el perdón de los pecados en el servicio diario y el borramiento de los pecados en el anual: no más de la que había entre la calidad esencial del agua de la lluvia temprana y la de la lluvia tardía. Ambos, el perdón y el borramiento de pecados, se dan en virtud de la sangre de Jesús derramada en la cruz del Calvario.
Pero el servicio típico del santuario terrenal enseñaba claramente que era posible para el pecador perdonado rechazar el perdón, de forma que el pecado volviera a regir en su vida. Y el pecado puede estar silente y arraigado mucho más profundamente de lo que percibimos, de tal modo que pruebas o tentaciones más intensas terminen en la ruina. El mejor ejemplo: la prueba de la marca de la bestia. Por lo tanto, debe producirse finalmente un sellamiento del que no haya posible marcha atrás. Eso es equivalente al borramiento de los pecados en preparación para la venida de Jesús.
Como vimos en el capítulo anterior, nadie pretenderá haber recibido ese sello, el borramiento de pecados, ni tampoco será consciente de ello. Cuanto más se acerca el creyente a Cristo, más pecador e indigno se siente. Pero a pesar de ello, el Sumo Sacerdote lleva a término su propósito en aquellos que no resisten su obra.
Waggoner continuó explicando la doctrina a los no-adventistas en Inglaterra, en estos términos:
No tenemos tiempo ni espacio aquí para entrar en detalles, pero baste decir que de la comparación de Daniel 9:24-26 con Esdras 7 se desprende que los días mencionados en la profecía comenzaron en el año 457 AC, de manera que alcanzan hasta 1844 DC... Pero alguien preguntará: ¿Qué relación tiene 1844 con la sangre de Cristo?, y puesto que su sangre no es más eficaz en un tiempo dado que en otro cualquiera, ¿cómo puede decirse que en un determinado momento el santuario será purificado? ¿Acaso la sangre de Cristo no ha estado continuamente purificando el santuario viviente, la iglesia? La respuesta es que existe una cosa llamada “el tiempo del fin”. El pecado debe tener un fin, y un día la obra de purificación será completa... Es un hecho incontrovertible que desde la mitad del último siglo ha brillado nueva luz, y se ha revelado como nunca antes luz en relación con los mandamientos de Dios y la fe de Jesús, y se está proclamando con un fuerte pregón el mensaje: “¡He aquí vuestro Dios!” (Isa 40:9) (Present Truth, 23 mayo 1901, 324).
En ocasiones la enseñanza de un hombre se refleja más claramente en aquellos que la han comprendido y aceptado, que en sus propias palabras. Observemos la forma en la que W.W. Prescott lo expresó, aproximadamente en la misma época:
No es lo mismo el perdón de los pecados que el borramiento del pecado. Hay diferencia entre la predicación del evangelio para el perdón de los pecados y la predicación del evangelio para el borramiento del pecado. Siempre, y hoy también, hay abundante provisión para el perdón de los pecados. Pero en nuestra generación se hace provisión para el borramiento del pecado. El borramiento del pecado es lo que preparará el camino para la venida del Señor, y dicho borramiento del pecado es el ministerio de nuestro Sumo Sacerdote en el lugar santísimo del santuario celestial. Eso es determinante para el pueblo de Dios de hoy en su ministerio, en su mensaje y en su experiencia, si reconocen... o... experimentan la significación del cambio... Lo anterior debe ser presentado claramente en el mensaje del tercer ángel; y junto a él viene, naturalmente, la más clara revelación del ministerio del evangelio para este tiempo: el borramiento del pecado en esta generación, preparando así el camino al Señor" (General Conference Bulletin, 1903, 53-54).
Prescott aprendió este singular concepto de Jones, quien lo enseñó en estos términos, en 1893:
Entonces, cuando nosotros como pueblo, como cuerpo, como iglesia, hayamos recibido la bendición de Abraham, entonces, ¿qué viene?... el derramamiento del Espíritu. Así sucede en la persona. Cuando la persona cree en Jesucristo y obtiene la justicia que es por la fe, entonces recibe el Espíritu Santo, que es la circuncisión del corazón. Y cuando todo el pueblo -como iglesia- recibe la justicia de la fe, la bendición de Abraham, entonces, ¿qué impedirá que la iglesia reciba el Espíritu de Dios? [Congregación: ‘Nada’] Ahí es donde estamos... ¿Qué impide el derramamiento del Espíritu Santo? [Congregación: ‘La incredulidad’] (General Conference Bulletin 1893, 383).
¿Sostuvo claramente Ellen White esa comprensión del significado de la purificación del santuario? En el mismo principio de la historia del adventismo del séptimo día hizo ciertas declaraciones que quizá resulten más sorprendentes para nosotros hoy de lo que lo fueron para su generación. Apreciar su significado profundo es para nosotros, todavía hoy, una asignatura pendiente. Está describiendo aquí el cambio del ministerio de Cristo, del primero al segundo departamento del santuario celestial, en 1844.
Allí contemplé a Jesús, el gran Sumo Sacerdote, de pie delante del Padre... Los que se levantaron con Jesús elevaban su fe hacia él en el lugar santísimo [esto es, lo seguían por la fe], y rogaban: “Padre mío, danos tu Espíritu”. Entonces Jesús soplaba sobre ellos el Espíritu Santo. En ese aliento había luz, poder y mucho amor, gozo y paz (Primeros Escritos, 55).
Si es cierto que “ha caído Babilonia la grande”, entonces es obvio que la única fuente posible de ese verdadero amor debe ser el ministerio de Cristo en el lugar santísimo. Y aquellos profesos cristianos que han rehusado seguirlo por la fe, deben estar en consecuencia destituidos del verdadero Espíritu Santo. Así es como continúa expresándose:
Me di vuelta para mirar a la compañía que seguía postrada delante del trono [es decir, rogando todavía a Cristo en el primer departamento, o lugar santo] y no sabía que Jesús la había dejado. Satanás parecía estar al lado del trono, procurando llevar adelante la obra de Dios. Vi a la compañía alzar las miradas hacia el trono, y orar: ‘Padre, danos tu Espíritu’. Satanás soplaba entonces sobre ella una influencia impía; en ella había luz y mucho poder, pero nada de dulce amor, gozo ni paz (Id. 55-56).
¿Quieren decir esas palabras lo que realmente dicen? Si es así, tenemos ante nosotros la terrible realidad de lo que el astuto enemigo de toda verdad está perpetrando en los profesos cristianos de nuestra generación: el engaño más sagaz y terrible de sus miles de años de experiencia. Y la única salvaguarda posible para no caer en la seducción, es una comprensión correcta de la purificación del santuario y del ministerio de Cristo.
También en Primeros Escritos la sierva del Señor desenmascara la naturaleza e implicaciones de la enseñanza popular -pero falsa- sobre la justificación por la fe, derivada de no comprender el verdadero ministerio de Cristo en el lugar santísimo:
Vi que así como los judíos crucificaron a Jesús, las iglesias nominales han crucificado estos mensajes y por lo tanto no tienen conocimiento del camino que lleva al santísimo, ni pueden ser beneficiados por la intercesión que Jesús realiza allí. Como los judíos, que ofrecieron sus sacrificios inútiles, ofrecen ellos sus oraciones inútiles al departamento que Jesús abandonó; y Satanás, a quien agrada el engaño, asume un carácter religioso y atrae hacia sí la atención de esos cristianos profesos, obrando con su poder, sus señales y prodigios mentirosos, para sujetarlos en su lazo... También viene como ángel de luz y difunde su influencia sobre la tierra por medio de falsas reformas. Las iglesias se alegran, y consideran que Dios está obrando en su favor de una manera maravillosa, cuando se trata de los efectos de otro espíritu...
Vi que Dios tiene hijos sinceros entre los adventistas nominales [creyentes en la segunda venida de Cristo, que no comprendían la verdad del santuario] y las iglesias caídas, y antes que sean derramadas las plagas, los ministros y la gente serán invitados a salir de esas iglesias y recibirán gustosamente la verdad. Satanás lo sabe; y antes que se dé el fuerte pregón del tercer ángel, despierta excitación en aquellas organizaciones religiosas, a fin de que los que rechazaron la verdad piensen que Dios los acompaña. Satanás espera engañar a los sinceros e inducirlos a creer que Dios sigue obrando en favor de las iglesias. Pero la luz resplandecerá, y todos los que tengan corazón sincero dejarán a las iglesias caídas, y se decidirán por el residuo" (p. 260-261).
¿A qué se refiere la expresión “de otro espíritu”? Sin duda alguna se trata de una falsificación sabiamente diseñada para que parezca ser genuina, y si es posible engañar hasta a los sinceros. ¡La marca de la bestia no será un engaño burdo y evidente! Incluirá una sutil falsificación de la justificación por la fe.
La preparación para la venida de Cristo incluye aprender a conocerle tan íntimamente, que el engaño no sea posible. Esto nos sugiere la intimidad matrimonial, y el amor que hace posible una relación tal. Lo que sigue son pensamientos expresados por Jones entre 1890 y 1900. Si bien publicados por primera vez como artículos de Review and Herald en los últimos años de la década, representan convicciones que sostuvo desde mucho tiempo antes. Fueron consustanciales al mensaje de 1888:
Cuando Jesús venga, será para tomar a su pueblo consigo. Para presentarse a sí mismo una iglesia gloriosa “que no tuviese mancha ni arruga, ni cosa semejante; sino que fuese santa y sin mancha” (Efe 5:27). Es para verse a sí mismo perfectamente reflejado en todos sus santos.
Y antes de que venga, su pueblo debe estar en esa condición. Antes de que venga debemos haber sido llevados a ese estado de perfección, a la plena imagen de Jesús (Efe 4:7-8 y 11-13). Y ese estado de perfección, ese desarrollo en todo creyente de la completa imagen de Jesús, eso es la consumación del misterio de Dios, que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria (Col 1:27) Esa consumación halla su cumplimiento en la purificación del santuario...
La purificación del santuario consiste precisamente en el borramiento de los pecados, en acabar la transgresión en nuestras vidas (Dan 9:29), en poner fin a todo pecado en nuestro carácter, en la venida de la justicia misma de Dios que es por la fe en Jesús...
Por lo tanto, ahora, como nunca antes, debemos arrepentirnos y convertirnos, para que nuestros pecados sean borrados, para que se les pueda poner fin por completo en nuestras vidas y para traer la justicia de los siglos; y eso con el fin de que sea nuestra la plenitud del derramamiento del Espíritu Santo, en este tiempo del refrigerio de la lluvia tardía (El Camino consagrado, 105-106).
Veamos esos conceptos en las predicaciones de Jones, en la sesión de 1893, predicaciones que Ellen White dijo que se debían volver a publicar (Carta 230, 1908):
“Aquellos que resistan todas las pruebas han oído el testimonio del Testigo fiel y verdadero, y recibirán la lluvia tardía a fin de poder ser trasladados” [se estaba refiriendo aquí a la cita de Joyas de los Testimonios, vol. I, 66]. Hermanos, ¿no encontráis gran ánimo en el pensamiento de que sea para eso; que la lluvia tardía nos va a preparar para la traslación?... Y cuando viene y nos habla a ti y a mí, es porque quiere trasladarnos, pero no puede trasladar el pecado, ¿comprendéis? Así, el único propósito que tiene al mostrarnos la profundidad y alcance del pecado, es para poder salvarnos de él y trasladarnos (General Conference Bulletin 1893, 205).
Últimamente me he preguntado si será intencionadamente que las palabras están expresadas de este modo: que el misterio de Dios debe ser consumado [es así como traduce Apocalipsis 10:7 la versión King James ], en lugar de simplemente será consumado. Digo esto porque debió ser ya consumado hace tiempo... ¿En qué consiste? En esto: “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Id. 150).
Si estáis de alguna forma conectados a este mundo en espíritu, en mente, en pensamiento, en gustos, en inclinaciones... aun por el espesor de un cabello, una conexión con el mundo tan insignificante como esa os robará la eficacia que debe asistir a ese llamado que debe advertir al mundo contra ese poder maligno mundanal [la bestia y su imagen], de manera que puedan ser totalmente separados de él (Id. 123).
Hermanos, él es una gloriosa salvación para quienes están libres de iniquidad. Permitámosle que nos limpie de iniquidad ahora, a fin de que cuando su gloria aparezca no seamos consumidos, sino cambiados en su misma gloriosa semejanza. Eso es lo que él desea para nosotros (Id. 115).
Hermanos, estamos viviendo en el tiempo más glorioso que este mundo jamás haya visto. ¡Consagrémonos a Dios como conviene a quienes vivimos en el más sublime de los momentos!... Os digo, hermanos, que el poder de Dios va a actuar en seguida. ¡Ojalá podamos rendir todo a él para que él pueda obrar! (Id. 111-112).
Es una situación solemne. Nos lleva al punto de una consagración tal como la que jamás imaginamos anteriormente; a una consagración tal, y a una devoción que nos permita sostenernos en la presencia de Dios con el pensamiento solemne de que “tiempo es de hacer, oh Jehová, han disipado tu ley” (Sal 119:126)...
Hermanos, tenemos también esa estremecedora amonestación que conmueve todo pensamiento, que nos ha llegado de Australia... “Se va a producir algo grande y decisivo, y rápidamente. Si hay el más mínimo retraso, el carácter de Dios y su trono se verán comprometidos”. Hermanos, por nuestra desidia y actitud indiferente estamos trayendo oprobio al trono de Dios (Id. 73).
Esa profunda motivación por el honor de Cristo era parte del precioso mensaje. Cuanto más cerca está de la cruz de Cristo, menos le preocupa a uno su propia seguridad. En lugar de eso, habrá un vivo interés por la triunfante culminación del gran conflicto entre Cristo y Satanás. Waggoner compartía la misma idea:
“Para que seas justificado en tus dichos, y venzas cuando de ti se juzgare” (Rom 3:4). Satanás acusa actualmente a Dios de injusticia e indiferencia, e incluso de crueldad. Miles de personas se han hecho eco de la acusación. Pero el juicio declarará la justicia de Dios. Tanto su carácter como el del hombre son puestos a prueba. En el juicio, todo acto, tanto de Dios como del hombre, arrancando desde la misma creación, será visto por todos claramente en su verdadero significado. Y cuando todo sea visto en esa perfecta luz, Dios será absuelto de todo mal proceder, incluso por sus mismos enemigos (Signs of the Times, 9 enero 1896).
Ese es el mensaje del primer ángel. El honor de Dios está verdaderamente en juego en el carácter de su pueblo. Y ninguna motivación que no sea la preocupación por su honor y la integridad de su trono puede hacer que su pueblo venza el egoísmo y el pecado. La fe del Nuevo Testamento no reconoce otra motivación que la expresada por el poderoso primer ángel.
La segunda venida de Cristo es la validación última del mensaje adventista del séptimo día. El nombre que llevamos expresa nuestra confianza en ella. Si Cristo nunca fuera a regresar, no habría habido razón alguna de nuestra existencia como pueblo. Incluso dando por cierto su retorno, pero retrasándolo por décadas o hasta siglos, tampoco tendríamos razón de existir, ya que hemos manifestado repetidamente que su venida está cerca, porque él lo ha dicho. No es nuestro honor, sino el suyo el que está en juego. ¿Será quizá que nos hallamos ante un Salvador poco digno de confianza?
¿Puede su pueblo acercar o retrasar su venida? Está muy extendida la idea de que la voluntad soberana de Dios ha predeterminado exactamente la fecha de su venida de forma irrevocable, de la forma en que se programa la alarma de un reloj. Al llegar el tiempo señalado, se descorre la cortina de la historia y el Señor viene. Todo cuanto tenemos que desempeñar es el papel de esperar y estar atentos, manteniendo fija la atención en las señales de los tiempos mientras sacamos lo mejor posible de ambos mundos. Esa visión tan común de la segunda venida de Cristo es estrictamente egocéntrica y no puede llevar a otra cosa que no sea a la tibieza que nunca termina. Cristo dice que su venida está a las puertas. ¿Podemos creer su palabra?
El mensaje introdujo una nueva y distinta noción refrescante. Era un reavivamiento de ese amor profundo por Cristo, sentido en el corazón: el que motivó a los protagonistas del clamor de media noche de 1844. Los estudiantes de South Lancaster participaron de ese espíritu en las reuniones que siguieron a la Asamblea de 1888. “La mayoría de los estudiantes fueron llevados por la corriente celestial, y se dieron testimonios vivientes que no fueron superados ni siquiera por los que tuvieron lugar en 1844, antes del chasco” (Review and Herald, 4 marzo 1890). Deseamos, con un espíritu tal, que el Señor venga pronto. Ellen White dice:
Cuando el fruto fuere producido, luego se mete la hoz, porque la siega es llegada” (Marcos 4:29). Cristo espera con un deseo anhelante la manifestación de sí mismo en su iglesia. Cuando el carácter de Cristo sea perfectamente reproducido en su pueblo, entonces vendrá él para reclamarlos como suyos. Todo cristiano tiene la oportunidad no sólo de esperar, sino de apresurar la venida de nuestro Señor Jesucristo (Palabras de vida del gran Maestro, 47).
NOTA: Hay ciertos factores dignos de consideración a propósito de la relación de Waggoner con la doctrina histórica adventista del santuario y su purificación:
· Frecuentemente se ha presentado la acusación de que Waggoner se equivocó al relacionar la purificación del santuario celestial con la purificación de los corazones del pueblo de Dios en la tierra, interiorizando así una verdad objetiva. No es cierto que Waggoner (o Jones) limitaran la purificación del santuario a la obra de Dios en los corazones del pueblo de Dios. Waggoner se refirió a la purificación objetiva del santuario celestial como “coincidente con” la obra de limpieza del corazón (ver The Everlasting Covenant, 366-367). Esa no pudo ser una postura equivocada, ya que Ellen White también relacionó definidamente la purificación del santuario celestial con la de los corazones de su pueblo, como se ha documentado en diferentes citas del presente capítulo. El concepto de interiorizar, prestado de la noción católico-romana de lo místico, no tiene nada que ver con la enseñanza bíblica de “el misterio de Dios será consumado” (Apoc 10:7), que es “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Col 1:27). Interiorizar una doctrina tal requeriría degradarla hasta una preocupación meramente egocéntrica, que es lo opuesto a los criterios defendidos por Jones y Waggoner.
· La última carta de Waggoner, fechada el 28 de mayo de 1916, se cita frecuentemente con el fin de desprestigiar sus enseñanzas en relación con la purificación del santuario. En 1916 dijo que virtualmente había abandonado la posición adventista ortodoxa sobre el santuario veinticinco años antes, lo que nos llevaría a 1891. Pero quien pretende probar demasiado, acaba por no probar nada. Se debe considerar lo siguiente:
a) No hay una sola frase en los escritos de Waggoner, entre 1891 y 1902, que indique que hubiese abandonado o despreciado la doctrina del santuario.
b) Entre 1891 y 1896 encontramos numerosas declaraciones de apoyo de la pluma de Ellen White, en relación con el mensaje de Waggoner. No hay la más leve insinuación de que se estuviera apartando de la fe en esta doctrina vital. Conociendo su cuidado ferviente, resulta impensable que alguien que ejerció el don profético fuera incapaz de discernir un alejamiento tan radical del mensaje.
c) Dar valor notarial a esa declaración de 1916, que probablemente nunca tuvo la ocasión de revisar (un ataque al corazón, que acabó en su fallecimiento, le impidió enviar la carta a su destinatario, el pastor M.C. Wilcox), nos conduce a problemas graves. Lo anterior requeriría que considerásemos a Waggoner como siendo hipócrita y falso desde 1891 hasta 1902, ya que la evidencia documental prueba que enseñó la doctrina del santuario pública y manifiestamente durante ese período (ver, por ejemplo, la edición inglesa de Present Truth, del 23 de mayo de 1901). ¿No sería eso ir demasiado lejos, en vista de las declaraciones de apoyo de Ellen White y del impacto global de la obra de su vida en los días de su juventud?
La lógica obliga a la conclusión de que Waggoner estaba equivocado en su carta de 1916, más bien que ser un hipócrita consumado durante los años en que Ellen White lo apoyó de forma tan entusiasta. En 1916 era un hombre preso de la amargura, derrotado y confundido. Los años de soledad y oposición que tuvo que soportar por parte de sus hermanos acabaron pasándole una gran factura. Debido a que su mensaje fue rechazado “en gran medida” por sus hermanos (Mensajes Selectos, vol. I, 276), Waggoner nunca pudo ir más allá de ese comienzo de la lluvia tardía y fuerte pregón. No logró jamás satisfacer la sed de su alma con una mejor comprensión del significado de la doctrina adventista de la purificación del santuario.
Lo que debió decir en 1916, es que en una fecha tan temprana como 1891 comenzó a sentirse tentado a dudar de la doctrina. Pero es injusto decir que cedió a esa tentación, siendo que enseñó públicamente la doctrina. Su forma de ser, franca y abierta, evoca todo lo opuesto a una conducta deshonesta.
Nota:
1. En otras declaraciones hechas el 1901 deja claro que no se está refiriendo a erradicar la naturaleza pecaminosa. En la Asamblea de la Asociación de 1901 manifestó lo siguiente: “No vayamos a sacar la conclusión errónea. Nadie piense que vosotros o yo llegaremos a ser alguna vez tan buenos como para poder vivir independientemente del Señor; que nadie espere que este cuerpo se convierta. Si alguien lo hace, se encontrará en gran dificultad y en abierto pecado. No creáis que podéis cambiar la corrupción en incorrupción. Esto corruptible será hecho incorruptible en la venida del Señor, no antes. Hasta que el Señor venga, esto mortal no será revestido de inmortalidad. Cuando el hombre concibe la idea de que su carne es impecable y de que todos sus impulsos son de Dios, está en realidad confundiendo su carne pecaminosa con el Espíritu de Dios (Bulletin, 146).
Guía abreviada del mensaje de 1888
Importancia de su comprensión
(índice)
Hay una inquietud creciente que asalta a muchos: ‘¿Es tan importante el mensaje de 1888 como para que le dedique mi tiempo?’
-Sí; lo es. Es aquello por lo que está clamando el hambriento corazón de todo el que espera la segunda venida en el mundo entero. ¿Cuál es la razón por la que impacta tan intensamente?: Ese mensaje fue “el comienzo” de una explosión rebosante del Espíritu, sin precedentes desde los días de Pentecostés. Fue el inicio de “los aguaceros de la lluvia tardía provenientes del cielo”. Era el refrigerio de las buenas nuevas que ansiaban por doquier los corazones enfermos de sequía.
“La tierra” iba a ser “alumbrada de su gloria”. Efectivamente, una luz debe alumbrar el Islam, el hinduismo, el catolicismo, el protestantismo y el paganismo. “Otra voz del cielo” debe abrirse paso hasta cada alma humana: “Salid de ella [Babilonia], pueblo mío”, dando cumplimiento a la tan esperada profecía de Apocalipsis 18. Nuestro emblema debería incluir un “poderoso” cuarto ángel, junto a los tres habituales en las fachadas de iglesias y escuelas.
¿Es tan importante el mensaje? Desde que los apóstoles del primer siglo revolucionaron “todo el mundo” (Hechos 17:6), ningún mensaje ha cumplido una obra tal, si bien el “clamor de media noche” de 1844 le estuvo cerca. El Señor tenía la determinación de preparar a un pueblo allí mismo para enfrentar los últimos acontecimientos de la historia. La orden del día no era prepararse para la muerte, sino prepararse para la traslación.
Más de cien años después, lo menos que cabe decir es que resulta inquietante.
Pero el mensaje del Señor no consistía en una aterradora exigencia: “¡Haced lo imposible!” No era un viaje hacia el “hágalo usted mismo” motivado por el temor, sino que era una experiencia de fe. Como el rocío al descender sobre los campos sedientos, el mensaje fue una refrescante lluvia de gracia que “sobreabundó” mucho más que todo el abundante pecado que el diablo pueda inventar. Cautivaba el corazón. Comenzó a propagarse el resplandor de una gozosa esperanza, al apreciar el carácter de Dios de una forma distinta. Ellen White lo describió como si al doblar una esquina se encontrase uno cara a cara con Jesús sonriéndole, no frunciendo el ceño: “Un Salvador cercano, al alcance de la mano; no alejado”, que nos tomara por la mano y dijese: “¡Ven! ¡Vamos al cielo!” Las buenas nuevas de la Biblia encendieron una luz maravillosa en los corazones desanimados. ¡Fue sorprendente! Los adolescentes eran ganados al evangelio. Dios no estaba procurando impedirle a uno la entrada al cielo, sino preparándolo para ir allí. Cada oscura página de la Biblia comenzó a iluminarse con la luz de las buenas nuevas.
¿No debiéramos haber recibido un mensaje tal con alegría desbordante? -Ciertamente. También las nuevas de los pastores sobre el nacimiento del Mesías en Belén deberían haber hecho venir a los sacerdotes en masa desde Jerusalem, para darle la bienvenida. Pero lo mismo que a ellos, “nos” sucedió algo extraño. Excepción hecha de una pequeña minoría de oyentes, el mensaje tuvo la misma acogida por “nuestra” parte hace cien años, que la que tuvo Jesús por parte de los judíos hace dos milenios. Una pluma inspirada escribió que de haberse hallado Cristo físicamente allí, lo “habríamos” tratado tal como hicieron los judíos.
¿En qué consistió el mensaje propiamente dicho?
¿Fue meramente la enseñanza habitual evangélica que hemos oído durante toda la vida? ‘Jesús me ama; lo sé. Debemos procurar ser buenos. Pecamos, y Jesús nos perdona, ¿por qué reinventar la rueda?’ Algunos de nuestros propios teólogos han pensado sinceramente que el mensaje de 1888 no era sino un renovado énfasis en las enseñanzas de la Reforma del siglo XVI, o de las de los grupos evangélicos de nuestros días.
Pero tras la superficie se esconde algo bien diferente. Ellen White comprendió que el mensaje de 1888 fue mucho más allá que la comprensión de las iglesias populares guardadoras del domingo. Era “el mensaje del tercer ángel en verdad”, “nueva luz”, “un mensaje que es verdad actual para este tiempo”, “luz del cielo”, “la luz que ha de alumbrar la tierra con su gloria”. No era solamente que Jesús perdona el pecado; además, él nos salva del poder y esclavitud del pecado, ahora mismo. Hay esperanza hasta para los esclavos de las adicciones. Era el mensaje del más profundo evangelio que el mundo moderno haya oído, ya que se basó en la verdad de la purificación del santuario. He aquí algunas de las ideas prominentes que el mensaje de 1888 recupera:
1. Un enfoque refrescante de la justicia por la fe
La idea predominante hace cien años (y también ahora) era que la justificación por la fe es solamente perdón por los pecados pasados: una maniobra legal por parte de Dios, que lo libra a uno de la culpa, pero que deja al pecador que cree en situación neutra. No hay progreso real en cuanto a vencer el pecado, hasta no tener lugar la santificación. Pero el mensaje de 1888 vio mucho más. Lo que llenó de gozo el corazón de Ellen White cuando oyó el mensaje, es que la justificación hace al creyente obediente a todos los mandamientos de Dios [Testimonios para los ministros, 91-92]. Obra lo que muchos creen que es exclusivo de la santificación. ¡No hace falta esperar a la santificación para saber lo que es guardar esos mandamientos! En la genuina justificación por la fe, el corazón es reconciliado con Dios; no se trata meramente de un acto judicial que declara la absolución de los pecados pasados. Esa mejor comprensión significa que uno disfruta ya de la victoria sobre el pecado, ya que es imposible que el corazón sea reconciliado con Dios sin serlo al mismo tiempo con su santa ley. Esa poderosa verdad de piedad práctica descansa sobre el firme fundamento de otra verdad no menos refrescante:
2. Una nueva perspectiva de la cruz de Cristo
Comenzó en 1882, en una experiencia en la que el joven E.J. Waggoner tuvo una vislumbre de la cruz como centro y sustancia del mensaje del tercer ángel [ver prefacio de El pacto eterno, de E.J. Waggoner]. Cuando Cristo dio su sangre por los pecados del mundo, redimió a la raza humana perdida. Nadie está exento de una implicación íntima, ya que de otro modo no habría sido cierto “que [Cristo] por gracia de Dios gustase la muerte por todos” (Heb 2:9). En otras palabras: Cristo murió la segunda muerte de toda persona, que es su castigo final por el pecado.
Y realizó todo ello antes de que tuviéramos la mínima oportunidad de decir sí o no. Jesús se implicó a sí mismo con el alma de todo ser humano hasta el nivel más profundo, hasta esa fuente oculta de su miedo íntimo y personal a la muerte eterna. El sacrificio de Cristo lo libra de ese temor, que lo tenía esclavizado “por toda la vida” (vers. 14-15). El pecador puede resistirlo y rechazarlo para su propia perdición, ya que Cristo no fuerza a nadie a ser salvo.
Dice Isaías: “Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros”. Pablo declara que “es Salvador de todos los hombres, mayormente de los que creen”. Y Juan añade que “él es la propiciación por nuestros pecados: y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (Isa 53:6; 1 Tim 4:10; 1 Juan 2:2).
¿Acaso Cristo no hace nada por nosotros hasta que iniciamos el proceso y lo elegimos como nuestro Salvador personal? ¿Es solamente un Salvador posible, con un gran “si” condicional? ¿Es que el pecador debe hacer primeramente algo, como creer, u obedecer los mandamientos, a fin de convertir a Cristo en su Salvador? ¿Funcionamos acaso como co-salvadores, ayudando a salvarnos a nosotros mismos? El mensaje de 1888 niega tal cosa. El sacrificio de Cristo es más que simplemente provisional. Es efectivo en tanto en cuanto compró nuestra vida actual y todo cuanto poseemos y somos. Más aún: compró la salvación eterna en favor nuestro y nos la dio en el don de sí mismo (El Deseado de todas las gentes, 615), si bien podemos rechazarla a pesar de lo que Cristo cumplió ya.
La parálisis espiritual de la tibieza se origina en lo más hondo de nosotros, cuando concebimos a Cristo como un banco que no hace nada hasta que ingresamos previamente un depósito. Lo convertimos en alguien impersonal, distante. En ese esquema nos corresponde a nosotros dar el primer paso. De esa forma hacemos depender nuestra salvación de nuestra propia iniciativa. Sin embargo, la realidad es que Cristo hizo ya el depósito de vida eterna con todas sus bendiciones, ingresándolos inmerecidamente en nuestra cuenta bancaria. Son ya nuestros “en él”. Hagamos efectivo el cheque y reconozcamos la bendición por la fe. Una fe como esa, “obra por el amor” y produce en sí misma obediencia interna y externa a Aquel que lo dio todo por nosotros. Todo lo anterior está incluido en la experiencia de la justificación por la fe.
La consecuencia es que la única razón por la que alguien puede finalmente perderse, es por haber resistido y rechazado lo que Cristo realizó ya en su favor. Por la incredulidad puede malograr deliberadamente el don que Dios puso en sus manos. Esa incredulidad es el pecado de los pecados, y es el pecado universal del mundo. En otras palabras: todo el que se salve finalmente, lo será debido a la iniciativa de Dios. Si se pierde, se deberá a su propia iniciativa. ¡Se trata de dejar de resistir su gracia! (Las buenas nuevas, Gálatas versículo a versículo, 15-16; El Camino a Cristo, 27).
¿Por qué es tan importante comprender eso? Porque el temor como motivación carece de poder para preparar a un pueblo para el regreso de Cristo. Puede despertar temporalmente a algunos de letargo, pero nada más. Hay una motivación superior que Ellen White describió:
Se nos señala la brevedad del tiempo para estimularnos a buscar la justicia y convertir a Cristo en nuestro amigo. Pero este no es el gran motivo. Tiene sabor a egoísmo. ¿Es necesario que se nos señalen los terrores del día de Dios para compelernos por el miedo a obrar correctamente? Esto no debería ser así. Jesús es atractivo. Está lleno de amor, misericordia y compasión (A fin de conocerle, 323).
No es el temor al castigo o la esperanza de la recompensa eterna lo que induce a los discípulos de Cristo a seguirle. Contemplan el amor incomparable del Salvador, revelado en su peregrinación en la tierra desde el pesebre de Belén hasta la cruz del Calvario, y la visión del Salvador atrae, enternece y subyuga el alma (El Deseado de todas las gentes, 446).
3. Más buenas nuevas
El sacrificio de Cristo revirtió para todos los hombres la “condenación” que pesaba sobre todos nosotros “en Adán”. Literalmente, salvó al mundo de un suicidio prematuro que el pecado nos habría deparado. La cruz del Calvario está estampada en cada pan. “Nadie, santo o pecador, come su alimento diario sin ser nutrido por el cuerpo y la sangre de Cristo” (El Deseado de todas las gentes, 615). Cuando esta gran verdad se clarifica, aparece por doquier en la Biblia:
Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo... y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo (Juan 6:33 y 51).
Pero el delito de Adán no puede compararse con el don que hemos recibido de Dios... El pecado de un solo hombre no puede compararse con el don de Dios, pues por aquel solo pecado vino la condenación, pero por el don de Dios los hombres son declarados libres de sus muchos pecados... Y así como el delito de Adán puso bajo condenación a todos los hombres, el acto justo de Jesucristo ha traído a todos los hombres una vida libre de condenación (Rom 5:15-18, DHH).
¡Una poderosa motivación!
El resultado práctico de creer esas buenas nuevas es que al experimentar la justificación por la fe se produce ya en nosotros un cambio de corazón. Estábamos alejados de Dios, en enemistad con él; ahora lo vemos como a un Amigo. Dicho de otra forma: “Hemos ahora recibido la reconciliación” (Rom 5:7-11), o “hemos llegado a tener paz con Dios” (Id. versión DDH), somos reconciliados con él, recibimos la expiación. ¡Hemos sido redimidos de la muerte eterna! Es como si alguien, estando en un pelotón de fusilamiento, fuese liberado en el último instante. Como dice Pablo: “Presentaos a Dios como vivos de los muertos”. Cuando fluye esa “paz con Dios”, el fatigado corazón se ve libre de la carga. De ahora en adelante no nos parecerá difícil ningún sacrificio hecho para Aquel que sabemos que nos salvó ya de la destrucción misma.
Un amor tal nos mueve a vivir para él, haciendo fácil ser salvo, y difícil perderse. Esa noción rebosante de buenas nuevas, es parte esencial del mensaje de 1888 de la justicia de Cristo (Mat 11:28-30; Hechos 26:14; Lecciones sobre la fe, 9-11, 91-93, 168-170).
¿Parece demasiado bueno para ser cierto? Ellen White amaba profundamente esas buenas nuevas. Su ilustración predilecta era la proclamación de emancipación de los esclavos en la que, bajo el mandato de Abraham Lincoln –el 1º de enero de 1863–, se declaró legalmente libres a todos los esclavos de los territorios confederados. Sin embargo, ninguno de ellos experimentó la libertad hasta que oyó las buenas nuevas, las creyó y obró en consecuencia. Ellen White comprendió que ese mensaje del evangelio significaría el fin de la omnipresente tibieza. El gozo que le produjo, le impedía conciliar el sueño en la noche. (El ministerio de curación, 59; The Ellen G. White 1888 Materials, 217 y 349).
4. Una bendición adicional
Observándola ahora con más detenimiento, la justificación por la fe resulta ser mucho más que una declaración legal de absolución. Siendo que hace obediente a todos los mandamientos de Dios al pecador que cree, la bendición incluye el cuarto mandamiento (el sábado) (Christ and His Righteousness, 51-67; Jones, Review and Herald, 10 noviembre 1896 y 17 enero 1899). El sello de Dios es el secreto para vencer las innumerables adicciones de las que la raza humana pecadora está plagada. Para todo aquel que cree realmente el evangelio, resulta imposible continuar viviendo en pecado, que es transgresión de la ley de Dios [Waggoner, Signs of the Times, 1 mayo 1893]. Muchos sinceros guardadores del domingo se decidirán gozosos a guardar el sábado del séptimo día cuando lo vean en su relación con la justificación por la fe y la purificación del santuario que comenzó en 1844. Se nos señaló que la verdad del sábado no trae convicción a los corazones a menos que se la presente relacionada con la purificación del santuario (ver serie de artículos de Ellen White en Review and Herald, desde enero a abril de 1890; Testimonies vol. I, 337).
5. Pero existe un problema
Todo lo anterior deja todavía una percha donde colgar las dudas, hasta que podamos comprender qué es la fe realmente. ¿Es acaso un deseo egoísta de recompensa celestial, combinado con el afán por escapar al infierno? Todos admitimos que el deseo de poseer una magnífica mansión en esta tierra implica una motivación egocéntrica. Pero cuando uno se hace cristiano, ¿acaso eleva simplemente ese deseo de vivir en la opulencia y el bienestar terrenales, a la expectativa de ocupar una posición todavía mejor en el cielo? De ser así, la motivación sigue estando basada en el propio interés. El interés propio no es capaz de suscitar más que una devoción mesurada, cuya mejor expresión cabe definir en una triste palabra: tibieza (Lecciones sobre la fe, 7-34; El Camino consagrado, 104).
El mensaje de 1888 trajo a la luz una motivación nueva de orden superior: el vivo deseo de honrar y vindicar a Cristo, como ilustra el sentimiento de una novia hacia su prometido. Va más allá de sus propios deseos egoístas. La fe viene a ser una apreciación profunda y sincera del gran amor revelado en la cruz, independiente de nuestro anhelo de recompensa o temor al infierno. Trasciende a toda motivación centrada en el yo.
Una tal “fe... obra por el amor”. No hay límite para las buenas obras, durante toda una vida y por la eternidad.
6. Nuevas aun mejores
Todos nosotros estamos espiritualmente enfermos, y necesitamos un médico para nuestra alma. Jesús tuvo que someterse a una disciplina especial, a fin de cualificarse para ser nuestro gran sumo sacerdote -o psiquiatra divino-:
Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por la muerte [la segunda muerte] al que tenía el imperio de la muerte, es a saber, al diablo, y librar a los que por el temor de la muerte estaban por toda la vida sujetos a servidumbre... por lo cual, debía ser en todo semejante a los hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel Pontífice en lo que es para con Dios, para expiar los pecados del pueblo. Porque en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados... Porque no tenemos un Pontífice que no se pueda compadecer de nuestras flaquezas; mas tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado (Heb 2:14-18; 4:15).
El término traducido “destruir”, significa “paralizar”. Cierto: Satanás no está muerto todavía, pero cuando creemos esas buenas nuevas, queda paralizado.
7. Cristo como sumo sacerdote vino tan cerca de nosotros al tomar nuestra naturaleza humana, que conoce plenamente la fuerza de todas nuestras tentaciones
Resistió “hasta la sangre, combatiendo contra el pecado”. Sea cual fuere nuestra tentación, no importa lo bajo que hayamos caído en el pecado, por más terrible que parezca nuestra desesperación, por mucho que nos haya embargado el sentimiento de culpa, “puede también salvar eternamente a los que por medio de él se acercan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder por ellos”. Está ocupado en el lugar santísimo del santuario celestial 24 horas al día, y no se duerme jamás (Heb 12:4; 7:25).
Es como si uno fuese el único paciente de ese médico, recibiendo atención plena durante todo el tiempo. ¡Imaginemos ser el único paciente de un hospital, contando con todo el equipo de médicos y enfermeras a nuestra entera disposición! Eso es lo que nos sucede en la unidad de cuidados intensivos de Cristo. Creamos lo maravillosas que son las buenas nuevas, y nuestra vida cambiará desde lo más profundo.
Este capítulo es solamente un breve resumen de las refrescantes buenas nuevas de ese “preciosísimo mensaje”. Los capítulos del libro las exponen con mayor detalle.