ALUMBRADA POR SU
GLORIA
(índice)
Robert J. Wieland
ALUMBRADA POR SU
GLORIA
Robert
J. Wieland
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The Ellen G. White 1888 Materials (selección) |
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Original: Lightened by His Glory (1991)
Traducción: www.libros1888.com
Notas [entre corchetes]: www.libros1888.com
INTRODUCCIÓN
¿Por qué es tan importante?
La historia y
el contenido del mensaje de 1888 tienen un extraordinario interés para todo adventista
en el mundo entero. Ellen White dijo en repetidas ocasiones que el fracaso en
comprender y aceptar este mensaje ha retrasado grandemente el progreso de la
iglesia, y demorado el triunfo del mensaje del “evangelio eterno”.
En nuestros
días las deserciones, la apostasía, el fanatismo, las interpretaciones
proféticas divergentes y las incursiones de lo que se conoce como la “teología
reformacionista” significan una plaga para la iglesia. Como resultado, la
pérdida de laicos y pastores ha sido notable. Esos problemas tienen relación
con la confusión y desconocimiento de la historia y el mensaje de 1888.
Los que creen
el Nuevo Testamento comprenden que los judíos rechazaron y crucificaron a su
Mesías. Si la nación judía quisiera ponerse en paz con Dios, ¿no sería una
excelente idea que entendiera sobre su rechazo al Mesías y se arrepintiese de
él?
Si queremos
reconciliarnos con el Señor, ¿no sería acaso sabio que comprendiésemos nuestra
historia y aceptáramos su don del arrepentimiento? “No tenemos nada que temer
por el futuro, excepto que olvidemos la manera en la que el Señor nos ha
conducido, y su enseñanza en nuestra historia pasada” (Life Sketches 196). Naturalmente se deduce que tenemos todo
que temer si olvidamos nuestro pasado y desoímos “su enseñanza en nuestra
historia pasada”.
Es animador
recordar que Jesús prometió: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”
(Juan 8:32). A medida que nos aproximamos al final del tiempo saldrá a la luz
más y más verdad, ya que Jesús dijo: “Toda potestad me es dada en el cielo y en
la tierra”. Todo aquel que busque la verdad, puede hallar consuelo en su
promesa de que al pedirle pan no nos dará una piedra.
En especial
relación con el mensaje conmovedor de 1888, un número creciente de adventistas
del séptimo día en muchos países están descubriendo hoy que se trata
verdaderamente de lo que Ellen White describió como un “preciosísimo” mensaje.
Vibran con las buenas nuevas que contiene. Ese conocimiento ha renovado su
confianza en la conducción del Señor y en el triunfo final de su obra. Ven la
conducción del Señor en la historia de nuestra iglesia y se animan en la
confianza de que él llevará a buen puerto la embarcación del pueblo de Dios. No
son pocos los que dan testimonio de que este mensaje les ha salvado de
abandonar la iglesia sumidos en el desánimo.
El mensaje de
1888 es sobre todo gloriosas buenas nuevas de salvación solamente por fe, un
mensaje de liberación del poder controlador del pecado, un mensaje de esperanza
espiritual. Es una mejor comprensión del “evangelio eterno” en su relación con
la purificación del santuario. Se trata de una verdad que nos ha sido confiada
a los adventistas. “Es el mensaje que Dios ordenó que fuera dado al mundo” (TM 91.2; granate 92).
¿Podrán los
poderes de las tinieblas impedir que ese mensaje llegue hasta lo último de la
tierra, tal como el Señor ordenó que sucediera? La respuesta es NO. Sin
embargo, hay interrogantes, perplejidades y objeciones que asaltan a las almas
sinceras. A ellos dedicamos este volumen.
¿Por qué es tan importante el evangelio?
Una verdadera
comprensión del evangelio es precisamente lo que necesita desesperadamente este
mundo maldito por el pecado. A pesar de la pretensión de la cristiandad de
haber proclamado el evangelio durante dos mil años, la agonía y el mal en el
mundo parecen ir de mal en peor. Millones que creerían en Dios, se sienten
forzados a dudar que exista, o de que se preocupe por ellos. ¿Podría eso
significar que el evangelio no ha sido todavía predicado en su pureza?
Por
sorprendente que parezca, hay más de un evangelio:
(a) la
pura verdad que predicaron Pablo y los apóstoles: “la gracia de Cristo”, y
(b) la
falsificación del evangelio a la que Pablo llama “otro evangelio”. “No que haya
otro”, sino que se trata en realidad de una perversión del “evangelio de Cristo”.
De acuerdo con las graves palabras de Pablo, cualquier otro evangelio diferente
al de Cristo debe ser “condenado” (Gál 1:6-9).
La razón por
la que el enemigo de Cristo se especializa en pervertir el evangelio es porque
sabe que el verdadero evangelio “es poder de Dios para salvación” del alma
(Rom 1:16) lo mismo que el buen alimento lo es a la salud del cuerpo. Ahora
bien, una pequeña dosis de arsénico mezclada en él, resultaría letal. En el
juicio final verán todos que la continua agonía del mundo fue el resultado
directo de la perversión del evangelio que “Babilonia” ha proporcionado a los
hombres (Apoc 18:24).
¿Tenemos
los adventistas algo especial que hacer en la recuperación de ese evangelio en
su pureza?
Muchos hemos
asumido superficialmente que las iglesias evangélicas populares están
proclamando el evangelio al mundo, y
que nuestro cometido especial es predicar la ley. La suposición implica que si añadimos a su “evangelio” nuestra
singular comprensión de los diez mandamientos —incluyendo el sábado—, obtenemos
el “mensaje del tercer ángel”. En otras palabras: la Iglesia adventista no es
más que una iglesia más entre muchas otras, sin otra especial contribución que
aportar una lista de cosas que las personas deben aprender a hacer si desean ser salvas.
Pero la
verdad es que el Señor nos ha dado un mensaje especial de buenas nuevas que las
personas tienen que aprender a creer.
El Señor no suscitó jamás a los adventistas para que predicásemos el legalismo al
mundo. Nuestra comisión específica es recuperar y proclamar justamente las buenas
nuevas que son ya “la salvación de Dios” (Lucas 3:6), y que preparan a un
pueblo para la segunda venida de Cristo. De hecho, el mensaje de los tres
ángeles de Apocalipsis 14:6-12 es en un sentido singular “el evangelio eterno”
para los últimos días. Ha de tratarse de las mejores nuevas que el mundo haya
oído jamás.
¿Cómo encaja el mensaje de 1888 en nuestra obra especial?
“En su gran
misericordia, el Señor” envió ese mensaje, “el comienzo” del fuerte pregón
descrito en Apocalipsis 18:1-4 (TM
91-93; RH 22 noviembre 1892). Ellen
White lo reconoció frecuentemente en su verdadera identidad (ver Carta B2A 1892; MS 15, 1888, etc). Ella nunca dijo que consistiera en enfatizar lo
que los pioneros habían sostenido, ni tampoco en lo que enseñan las iglesias
protestantes evangélicas.
Identificó
asimismo el mensaje de 1888 con “aguaceros celestiales de la lluvia tardía” (Special Testimonies for Ministers and
Workers, serie A, nº 6, 19; SpTA06 19.1). Con anterioridad había
declarado que la lluvia tardía vendría, o bien como preparación para el fuerte pregón,
o bien simultáneamente con él (PE 271.2;
MS 15, 1888). Jamás identificó con
la lluvia tardía ningún otro mensaje en ninguna otra ocasión. No habría podido afirmar
que el fuerte pregón comenzase con el mensaje de 1888 a menos que la lluvia
tardía lo hubiese acompañado.
La lluvia
tardía y el fuerte pregón representan hoy para la iglesia lo que el nacimiento
del Mesías en Belén representó para los judíos. Durante décadas hemos estado
orando al Señor para que nos conceda ese don de la lluvia tardía, de la misma
forma en que los judíos oraban por la llegada del Mesías. Habían de encontrar
en él el cumplimiento de su destino. Sin embargo, “no lo recibieron”
(Juan 1:11). De igual forma, nuestra iglesia espera el cumplimiento de su
destino mediante esa lluvia tardía y fuerte pregón que comenzaron hace ya más
de cien años.
¿Qué se entiende por “fuerte pregón” y “lluvia tardía”?
Los tres
ángeles de Apocalipsis 14:6-12 proclaman un mensaje mundial, pero el
original griego da la idea de que su “volar por en medio del cielo” consiste en
algo parecido al vuelo de un helicóptero sobre las copas de los árboles. Los
150 años de historia pasada indican al observador sincero que el mensaje ha
gozado hasta aquí de una difusión mundial muy limitada.
Pero el
cuarto ángel de Apocalipsis 18 desciende “teniendo grande potencia; y la tierra
fue ALUMBRADA POR SU GLORIA”. Ese ángel irrumpe como una gran
nave espacial cuya luz envuelve a toda la tierra. Clama “con fortaleza en alta
voz”. Aquí tenemos por fin anunciada la difusión masiva y final del mensaje.
Puesto que
Dios es amor, y dado que es imparcial, el mensaje de sus buenas nuevas debe
extenderse a todo lugar antes que Cristo pueda regresar. Una mensajera inspirada
nos dice que “la marca de la bestia será presentada de alguna manera a cada
institución y a cada persona…” (3MS
451.3). De acuerdo con el carácter justo de Dios, todos deben tener igual
oportunidad de oír el mensaje de advertencia.
La “lluvia
tardía” es el derramamiento final del Espíritu Santo. Investirá de poder al
pueblo de Dios para que le sea testigo en el conflicto final. Aunque la “lluvia
temprana” de Pentecostés fue gloriosa, se nos asegura que el derramamiento
final del Espíritu Santo tendrá proporciones aun mayores.
¿Cuál es el tema más importante del mensaje de 1888?
Consiste
primariamente en una “revelación de la justicia de Cristo, el Redentor que
perdona los pecados” (RH 22 noviembre
1892). “Presentaba la justificación por la fe en el Garante… la justicia de
Cristo” (TM 91.2; granate 91-92).
Al leer los
cientos de declaraciones de apoyo de Ellen White al mensaje, desde 1888 hasta
1896 (ver Apéndice), uno se siente impresionado por la sobrecogedora convicción
de que fue “el comienzo” de la revelación final del evangelio de la justicia
por la fe. Había de ser más claro y poderoso de lo que nuestro pueblo (y el
mundo) hubiese oído con anterioridad, al menos desde los días de Pablo.
En efecto,
una de las declaraciones va tan lejos como para afirmar que fue el comienzo de
una luz que no se había comprendido desde los días de Pablo; es decir, desde
Pentecostés (Fundamentals of Christian
Education 473; RH 3 junio 1890).
En otras palabras: hasta el mismo Pablo habría tenido cosas que aprender del “mensaje
del tercer ángel en verdad”.
Hubo otros
aspectos derivados del mensaje, tales como la reforma pro-salud, la reforma en
la educación y en la organización, etc. Pero lo que alegró repetidamente el
corazón de Ellen White fue la gracia sobreabundante de la justicia por la fe.
Es fácilmente reconocible el entusiasmo que traducen sus cientos de
declaraciones de apoyo en relación con ese aspecto capital del mensaje.
¿Fue
el mensaje de 1888 una mera enfatización de la predicación de Lutero, Calvino,
Wesley, o de los evangelistas populares del siglo XIX, tales como Dwight L.
Moody y Charles Spurgeon?
El estudio
del contenido real del mensaje revela diferencias muy marcadas con el de los
reformadores protestantes del siglo XVI y el de los evangélicos del XIX, o de
los evangélicos de hoy día.
Ellen White
reconoció tales diferencias. Dijo que el mensaje de la justificación por la fe
presentado en 1888 era “el mensaje del tercer ángel en verdad” (RH 1 abril 1890). Eso representa un
problema para algunos (entre nosotros), puesto que es una idea muy extendida el
que no hay más que un tipo de justificación por la fe, que es la que enseñan las
iglesias evangélicas.
Pero una sola
pregunta desenmascara el problema: ¿Proclamaron Lutero, Calvino, Wesley y los
guardadores del domingo de aquellos días “el mensaje del tercer ángel en verdad”?
Si la respuesta es afirmativa, entonces carecemos de fundamento denominacional
y no hay razón para la existencia de nuestra iglesia. De forma lógica, la
postura generalizada de la “enfatización” así lo pretende, y ha propiciado la
confusión que ha llevado a pastores y laicos a abandonar la iglesia. Si los
evangélicos predican el verdadero evangelio de la justicia por la fe, ¿por qué
no juntarse con ellos?
Hasta donde
conocemos, Ellen White no describió jamás el mensaje como una enfatización
del evangelio enseñado ya anteriormente. De hecho, afirmó que era “la primera
vez que oía de labios humanos la presentación clara de ese tema” que ella
hubiese jamás escuchado en una predicación pública (MS 5, 1889; The Ellen G. White 1888 Materials 348).
Sin duda
había ciertos aspectos menores del mensaje que otros habían proclamado con
anterioridad, pero ella reconoció una perspectiva nueva y distinta que nunca se
había visto claramente. Como la imagen que se enfoca con mayor nitidez, “grandes
verdades que habían permanecido sin ser vistas ni oídas desde el día de
Pentecostés, brillaron a partir de la Palabra de Dios en su pureza original” (Fundamentals of Christian Education
473). Esa es la razón por la que identificó el mensaje como “el comienzo” de la
lluvia tardía y el fuerte pregón, luz que no había alumbrado hasta entonces la
tierra con su gloria.
Si
aceptamos el mensaje de la justificación por la fe de las iglesias populares
guardadoras del domingo (“cristianismo evangélico”), ¿no bastará eso como
sustituto al mensaje de 1888?
Dado que el
mensaje de 1888 es “el mensaje del tercer ángel en verdad”, es evidente la
imposibilidad de que los conceptos evangélicos puedan sustituirlo, ya que las
iglesias populares guardadoras del domingo no están proclamando el mensaje del
sello de Dios y la marca de la bestia, sino la falsificación del mismo. De
hecho, el mensaje de la genuina justificación por la fe dado en 1888 “se
manifiesta en la obediencia a todos los mandamientos de Dios” (TM 91.2; granate 92). ¡Eso debe incluir
la observancia del cuarto mandamiento! Sin embargo, las iglesias evangélicas se
han opuesto categóricamente a las verdades del sábado y del santuario durante
toda la existencia de la Iglesia adventista. Algo no encaja.
Hay verdades
fundamentales de la expiación, la cruz, el significado del amor y de la fe
genuinos, la motivación a la obediencia, que en la “justificación por la fe” de
los evangélicos están, o bien ausentes, o seriamente distorsionadas. Las mentes
más capaces y profundas entre los evangélicos están actualmente ocupadas en el
estudio del problema real de la expiación. ¿Por qué han pasado 2000 años de
historia desde que tuvo lugar el gran acontecimiento de la cruz, que según la
comprensión de ellos significaba la demostración y victoria final? Fuera de la predeterminación
calvinista son incapaces de dar respuesta al interrogante planteado por la
prolongada demora.
El antiguo
Israel fue tentado y seducido continuamente por las falsas doctrinas de sus
vecinos. Aquellas ideas paganas eran aparentemente similares. Una de ellas
consistía en la adoración a Baal. Si el Señor ha confiado el mensaje del tercer
ángel a los adventistas del séptimo día, hemos de esperar que haya tentaciones
similares a confundirlo con una falsificación del mismo. A partir de la cruz de
Cristo, de alguna forma tiene que emerger una verdad más clara que la presentada
por las iglesias guardadoras del domingo.
Hemos
estado oyendo predicaciones sobre la justificación por la fe en nuestras
iglesias, congresos y asambleas. ¿En qué difiere el mensaje de 1888 de lo que
hemos estado oyendo en todos estos años pasados?
Hay en él
muchas verdades maravillosas y frescas que en general no son hoy comprendidas.
Por ejemplo:
(1) La
revelación de la proximidad del Salvador. Es a lo que Ellen White se
refirió como “el mensaje de la justicia de Cristo”. “Justicia” no es lo mismo
que “santidad”. En Lucas 1:35 leemos que él sería “lo santo que nacerá”. Pero desarrolló
un carácter “justo” a medida que creció como hombre y llegó finalmente a la
cruz. La santidad denota el carácter de alguien que es santo en una naturaleza
impecable. Así, leemos acerca de “ángeles santos”, no acerca de “ángeles justos”
[En la condición de su naturaleza anterior a la caída tampoco solemos
referirnos a Adán y Eva como “justos”, sino como “santos”. “¿Qué es la justicia
de Dios? Es la santidad de Dios en relación con el pecado” (MS 145, 1897;
9CBA 963)].
La justicia
denota el carácter de aquel que, habiendo tomado una naturaleza humana
pecaminosa, resistió y venció al pecado. Así, la frase “Cristo nuestra justicia”
significa que Cristo “venció” y “condenó” al pecado en la misma naturaleza
caída y pecaminosa que nosotros tenemos. Vino tan cerca de nosotros hace dos
mil años, y por siempre a partir de entonces, que “condenó al pecado en la
carne” (Apoc 3:21; Rom 8:3). Dado que el Padre y el Hijo son uno, y que el
Padre estaba en Cristo en su encarnación, se presenta también al Padre como “justo”
(2 Cor 5:18-19). [“Nuestro
Padre celestial está atento a tus necesidades. ¡Cuán agradecida me siento de
que está familiarizado con todas nuestras debilidades y con todas nuestras
tentaciones! Sabe cómo compadecerse de nosotros” (ATO 137.3)].
Cristo ha
hecho del pecado algo obsoleto. No hay ya más excusa para él. Verdaderamente se
hizo uno de nosotros: plenamente Dios y plenamente hombre. “Tomó sobre su
naturaleza sin pecado nuestra naturaleza pecaminosa” (MM 237.3; granate 238),
por consiguiente, puede salvarnos a cada uno de nosotros de nuestros pecados, no en
ellos. Él conoce nuestras tentaciones, dado que fue “tentado en todo según
nuestra semejanza, pero sin pecado” (Heb 4:15).
Esas buenas nuevas
conmueven el corazón humano. Ahí radica la verdad que explica los 2000 años
transcurridos sin que haya venido Cristo, algo que las iglesias populares no
pueden explicar.
(2) El
ministerio de Cristo en el santuario, en la expiación final. Aquí es donde
la verdad sobre la naturaleza de Cristo brilla en su esplendor y trasciende a
la estéril argumentación teológica. El libro de Apocalipsis nos muestra un
pueblo que por fin constituye “las primicias” del sacrificio de Cristo, y que
está “sin mácula” ante su trono (14:5-12). La clave de su victoria radica en
vencer como él venció (3:21).
Brilla aquí
por sí misma la verdad de la naturaleza de Cristo. Su ministerio sumosacerdotal
en el lugar santísimo del santuario celestial, desde 1844, es una gran verdad
que ha de alumbrar todavía la tierra con su gloria, y concentrar la atención
sobre los temas de la conclusión del gran conflicto (Ev 165-166). La identidad de nuestra Iglesia adventista depende del
fundamento de esa verdad del santuario. Sin embargo, es tristemente conocida su
virtual desaparición de las predicaciones en nuestros días. Y nuestros hermanos
evangélicos no enseñan nada que se parezca a ese ministerio del día de la expiación.
(3) El
mensaje de 1888 une la justificación por la fe con esa obra especial de la
expiación final. Es por ello que Ellen White vio en él de forma singular y
única “el mensaje del tercer ángel en verdad”. Se alegró al reconocer la tan
esperada conexión entre ambos.
En los
primeros meses de 1890 (desde el 21 de enero hasta el 3 de junio) escribió una
serie de artículos en Review and Herald,
que demostraron cómo este mensaje es la esencia de la verdad de la purificación
del santuario.
(4) El
mensaje no consiste en una orden implacable de "preparaos, o de lo
contrario…", sino en gloriosas buenas nuevas de cómo prepararse.
Transforma los imperativos adventistas en habilitaciones evangélicas. Revela al
Salvador como al divino Médico del alma, que está “cerca, a la mano” (3MS
205.1), que es el Sanador de toda herida causada por el pecado en la mente del
hombre. Es el gran Originador de todo bálsamo sanador, el Diseñador del único
programa eficaz para afrontar la desesperada necesidad de los adictos a
cualquier cosa, desde el alcohólico hasta el comprador compulsivo. Es también
la única esperanza para la adicción de los santos de Laodicea a la tibieza
mundanal.
Era el
propósito del Cielo que los adictos del tipo que fuese hallaran salvación “entre
el remanente” (Joel 2:32), más bien que entre los programas del mundo. Los
adventistas del séptimo día fuimos llamados a ser los “principales” en exaltar
al auténtico Salvador que fue tentado en todas las cosas tal como es tentado
todo adicto sobre la tierra, pero sin
pecado. Es así como puede salvar hasta lo sumo a los que por él se allegan
a Dios.
(5) La
seguridad de la salvación es algo que deriva de la verdad de la justificación
por la fe presentada en 1888. El calvinismo afirma que Cristo murió
solamente por los elegidos. El arminianismo protesta y señala que murió por “todos
los hombres”, pero a la vez especifica que hizo solamente algo “provisional”, y
así, es posible (sólo posible) que “todos
los hombres” sean justificados si
toman la iniciativa de hacer bien cierta cosa. Si el pecador no aprovecha el
ofrecimiento, entonces la muerte de Cristo no ha significado ni significará
ningún bien para él. Tal es la idea general que ha venido sosteniendo nuestro
pueblo.
Los
mensajeros de 1888 vieron que la cruz significó mucho más que una mera provisión
en espera de la iniciativa del pecador. ¡Cristo hizo algo por cada ser humano! “Todos
los hombres” deben su vida actual al
sacrificio de Cristo. La salvación del hombre depende de la iniciativa de Dios,
y la condenación depende de la iniciativa del hombre. Cuando el pecador oye las
buenas nuevas y las cree, está respondiendo a la iniciativa de Dios, y
experimenta así la justificación por la fe.
Aquí es donde
el concepto de 1888 de la justificación por la fe pone en evidencia un tipo
sutil de legalismo no reconocido anteriormente. En la pura justificación por la
fe que presenta el Nuevo Testamento, “la jactancia… es excluida”
(Rom 3:27), pero según el punto de vista popular, el factor clave es la
iniciativa del pecador. Puede decir: [yo]
he aprovechado el ofrecimiento, [yo]
he aceptado la provisión, [yo] he
hecho la decisión que me llevará al cielo. El sacrificio de Cristo no me hizo
ningún bien, hasta que [yo] tomé
alguna determinación al respecto. Así, subyace un pensamiento egocéntrico y un poso
de legalismo subliminal.
Esa idea
conlleva una trágica carencia, ya que falla en reconocer que Cristo gustó
realmente la muerte segunda “por todos”, e hizo propiciación por los pecados “de
todo el mundo” (Heb 2:9; 1 Juan 2:2). Los pecados de “todos los
hombres” le fueron legalmente imputados en su muerte, de forma que —con
excepción del propio Cristo— nadie hasta ahora ha tenido que soportar la plena
carga de su culpabilidad (Rom 5:16-18; 2 Cor 5:19).
El resultado
es este: sea que crean o no, “todos los hombres” viven porque él murió por
ellos (2 Cor 5:14-15). La cruz
del calvario está “estampada” en cada pan. Eso significa que tanto santos
como pecadores comen su alimento diario siendo nutridos por el sacrificio de
Cristo (DTG 615.2). Él “sacó a
la luz la vida y la inmortalidad por medio del evangelio”
(2 Tim 1:10). La vida, a “todos los hombres”. La inmortalidad —además—,
a los que creen.
Puesto que
todos los hombres viven debido a que sus transgresiones le fueron imputadas a
Aquel que murió en su lugar, es correcto decir que tuvo lugar una justificación
de tipo legal en favor de todos los hombres. Algunos prefieren llamarle “justificación
corporativa” o “justificación temporal universal”: son términos que se refieren
a la misma verdad. Puesto que “todos los hombres” están bajo “condenación”
legal “en Adán” por nacimiento, Cristo viene a ser hecho el “postrer Adán”, en
quien toda la raza humana es legalmente absuelta (1 Cor 15:22; Rom 5:16-18) [ver
DTG 86.6; granate 86-87; 1MS 401.2-3; granate 402]. Tal es el
concepto neotestamentario de la expresión “en Cristo” [de forma objetiva. Esa
expresión también puede referirse a la experiencia subjetiva de identificación
con Cristo por la fe].
Eso no
significa que todos los hombres serán salvos en contra de su voluntad. Es
posible despreciar y rechazar el don que Cristo ha dado a “todos los hombres”.
Él no va a forzar a nadie. Pero los mensajeros de 1888 explicaron que cuando el
pecador oye y cree esas buenas nuevas, su experiencia
de la justificación por la fe le hace
entonces “obediente a todos los mandamientos de Dios”, incluyendo el sábado del
cuarto mandamiento. Tal es el único resultado posible cuando el pecador se
aferra de la justicia de Cristo mediante una fe inteligente, informada. No es
maravilla que Ellen White se alegrase tanto al oír el mensaje por primera vez.
Así, el
mensaje de 1888 reconoce la parte de verdad que hay en el calvinismo y en el
arminianismo, pero va más allá que cualquiera de ellos. Como bien discierne el
calvinismo, la salvación del pecador se debe enteramente a la iniciativa de
Dios. De acuerdo con el arminianismo, todos los hombres tienen igual
posibilidad de salvación. Pero lo que ninguno de los dos discierne es que Cristo
llevó los pecados de “todos los hombres”, y que murió la segunda muerte por “todos
los hombres”. Tomó la iniciativa de salvar a todos los hombres. La única razón
por la que un pecador pueda perderse es porque tome la iniciativa de despreciar y rechazar la justificación
que se le ha dado ya, que se ha puesto en sus manos (Juan 3:16-19; 12:48).
Así, el
mensaje de 1888 ve el pecado en una luz mucho más seria de lo que es común
entre muchos adventistas: no es un pasivo “no hacer nada”. El pecado es tan
terrible que significa la resistencia y rechazo continuo de la gracia salvífica
de Dios. [“Dios hará a cada uno la pregunta: ¿Qué has hecho con mi Hijo
unigénito?… Serán obligados a decir: Aborrecimos a Jesús y lo echamos fuera.
Clamamos: ¡Crucifícale! ¡Crucifícale! En lugar de él, elegimos a Barrabás” (5CBA
1081-1082)]. El pecador
no se da cuenta de lo que está haciendo, y necesita que se le haga tomar
conciencia de ello. Es en esa luz como puede apreciarse el arrepentimiento en
sus verdaderas dimensiones.
(6) El
Espíritu Santo es mucho más poderoso de lo que habíamos imaginado. Cuando
uno comprende y cree lo buenas que son las buenas nuevas, se da cuenta de que
es fácil ser salvo, y difícil perderse.
La salvación
no depende de que busquemos y hallemos a Dios (que es el elemento común a toda
religión pagana en el mundo), sino de que creamos que él nos está buscando y
nos ha encontrado. El Espíritu Santo es más fuerte que la carne (Gál 5:16-17),
y la gracia sobreabundó mucho más de lo que pueda abundar el pecado
(Rom 5:20).
(7) En otras palabras, el mensaje de 1888 eleva el amor de Dios
como Salvador muy por encima de la categoría de algo meramente provisional.
No lo presenta ante el pecador como una oferta casual de ‘lo tomas o lo dejas;
si no aprovechas la oportunidad, tanto peor para ti’. No. Cristo se presenta
como el Buen Pastor que está buscando activamente a cada oveja perdida “hasta
que la encuentra” (Luc 15:4). Es preciso hacer oír al pecador buenas nuevas tan
buenas como esas.
En los
conceptos bíblicos del mensaje de 1888 el amor de Dios queda inmensamente
clarificado. El único resultado posible es el reemplazo de las obras muertas
por un ferviente compromiso de fe, una devoción que no conoce límites. La
tibieza resulta imposible para aquel que comprende y cree el evangelio en su
pureza.
(8) La
verdad sobre los dos pactos, con su poder para cambiar los corazones. Ese
concepto singular de 1888 no es bien comprendido hoy en la iglesia, ni entre
los cristianos evangélicos. A Ellen White se le mostró que el Señor había dado
a los mensajeros de 1888 la correcta comprensión sobre los dos pactos [“Desde que hice la declaración, el
sábado pasado, de que la posición sobre los pactos, tal como ha sido presentada
por el hermano Waggoner, era verdadera, parece que muchas mentes se han sentido
aliviadas… Me llevó tiempo tomar esa posición, y estoy gozosa porque el Señor
me haya urgido a dar el testimonio que di” (Carta 30, 1890; The Ellen
G. White 1888 Materials 623). “Anteanoche se me mostró que la evidencia en
relación con los pactos era clara y convincente. Usted mismo [Uriah Smith], el
hermano Dan Jones, el hermano Porter y otros están desperdiciando sus poderes
investigadores en vano, procurando defender una posición sobre los pactos
diferente a la que ha presentado el hermano Waggoner” (Carta S59, 1890; The
Ellen G. White 1888 Materials 604; ver también 596-597)].
De nuevo, no
se trata de un puzzle teológico, sino de piedad práctica. Pablo dice que una
incorrecta comprensión de los pactos engendra “servidumbre” (Gál 4:24).
Sin darnos cuenta hemos instruido en el antiguo pacto a nuestros jóvenes y
niños durante décadas. El resultado ha sido la pérdida espiritual de muchos de
ellos. Al comparar la posición del mensaje de 1888 sobre los dos pactos, con la
posición generalmente sostenida entre nosotros, no debería sorprendernos que el
70% de nuestros jóvenes tenga una comprensión deficiente del evangelio (según
la encuesta Valuegenesis), y que
perdamos tantos de ellos.
Lo mismo que
sucede con una comprensión errónea de la justificación, la posición más
extendida sobre los dos pactos (opuesta a la presentada en 1888) abre la puerta
a un tipo de motivación egocéntrica que es la esencia del legalismo. No somos
salvos haciendo promesas a Dios, sino creyendo las promesas que él nos hace a
nosotros. El redescubrimiento de la idea de 1888 sobre los dos pactos fue la
chispa que encendió el reavivamiento actual del interés por este mensaje [ver Las Buenas Nuevas, Gálatas versículo
a versículo (E.J. Waggoner),
cap. 3 y 4].
(9) La
motivación correcta para servir a Cristo constituye la dinámica de la auténtica
justificación por la fe. La justificación legal fue efectuada en la cruz por “todos los hombres”: es un hecho
objetivo [Por contraposición a
subjetivo. Objetivo significa que tiene existencia propia en Cristo al margen
del pecador. Es independiente del pecador, está lejos de él en el tiempo y el
espacio. Es incondicional y anterior a la fe, el conocimiento, o a cualquier
otra respuesta en el hombre. Es un hecho histórico realizado por Cristo]. Ese hecho objetivo motiva al creyente a
una completa devoción a Cristo, permitiendo así que experimente la justificación por la fe, que es algo subjetivo. La motivación centrada en el
yo conlleva legalismo. Estar “bajo la gracia” es reconocer la motivación
superior impuesta por una apreciación sincera y ferviente de la gracia de Cristo.
Eso libra de la motivación inferior consistente en el temor al castigo o el
afán de recompensa (Rom 6:14-15; Heb 2:15; DTG 446.2).
Si bien es
cierto que el mensaje de 1888 constituye gloriosas buenas nuevas para los que
aprecian la cruz de Cristo, abre la posibilidad de muy malas nuevas para
aquellos que prefieren seguir inconscientes de su verdadera condición
espiritual. Estar “bajo la ley” es lo opuesto a estar “bajo la gracia”. Es por
ello que el legalismo es la verdadera esencia de toda motivación impuesta por
el miedo a perderse o por el deseo de recompensa. Pero hay un remedio: “En el
perfecto amor [ágape] no hay temor”
(1 Juan 4:18).
Por
contraste, la preocupación superficial por nuestra seguridad de ser salvos
queda en evidencia como algo pueril. El concepto de la gracia propio del
mensaje de 1888 hace posible la liberación de esa profunda raíz de egoísmo.
Capacita al creyente para que comparta una estrecha proximidad con Cristo, para
que venga a ser incorporado en él, estando su ego “con Cristo… juntamente crucificado”. Pablo se refiere
frecuentemente a los creyentes como estando en Cristo. “Hemos sido unidos con
él en una muerte semejante a la suya” (Rom 6:5) [ver 2 Cor 5:17. También Juan 15:4; 1 Juan 2:6, etc. Otras
versiones de la Biblia, en lugar de “unidos”, traducen “injertados”,
“plantados”, “incorporados”, etc.].
Todo cuanto
deje de alcanzar ese ideal constituye un tipo inmaduro de justificación por la
fe, apropiado solamente para aquella niña que en los casamientos se encarga de
llevar el ramo de flores de la novia (mientras piensa en el helado o el pastel
nupcial). La verdadera novia tiene una motivación superior: el honor y la
vindicación de su Esposo, ya que finalmente se ha “unido” o identificado con
él.
(10) Por lo tanto, la noción de 1888 de la “perfección” no se relaciona con un anhelo de
seguridad motivado por el temor, sino con una preocupación centrada en Cristo,
en el sentido de cooperar en que él reciba su recompensa. La victoria deja
entonces de estar confinada a un asunto de elucubración teológica, a un terreno
proclive a forzar las palabras de Ellen White hasta terminar en la
contradicción.
La verdadera
motivación que da estar “bajo la gracia” sería imposible para el ser humano
pecaminoso si no fuera por la revelación del sacrificio de Cristo. Pero el “gloriarse
en la cruz” es una experiencia al alcance de todo pecador que la contemple y
acepte. ¡Habrá un pueblo preparado
para la venida de Cristo!
¿Podemos
reclamar para Jones y Waggoner la “inspiración verbal”, o pretender la perfecta
exactitud de cada una de sus palabras?
No, ni
tampoco lo podemos hacer con las palabras
de la Biblia o de los escritos del Espíritu de Profecía [ver 1MS 21-26]. El valor de
un mensaje radica en la luz que contiene, en los conceptos que iluminan las
verdades del evangelio eterno al que tanto se ha perdido de vista. Nadie
pretende reclamar para Jones o Waggoner lo que la misma Ellen White jamás
reclamó para sí. Ella afirmó que eran “mensajeros delegados del Señor”, y que
tenían “credenciales del cielo” (ver Apéndice).
El mensaje
dado por Jones y Waggoner, tal como se lo encuentra en sus libros y artículos,
contiene sus propias credenciales. Conmueve hoy a las almas, porque sus
conceptos básicos son tan diferentes y refrescantes, que siguen siendo “nueva
luz”. Y no obstante, fueron solamente “el comienzo” del “fuerte pregón” que ha
de extenderse finalmente a todo lugar.
Hoy
necesitamos provisión fresca del “pan de vida”. Necesitamos recordar que cuando
Jesús alimentó a los cinco mil, dijo a sus discípulos: “Recoged los pedazos que
sobraron, para que no se pierda nada” (Juan 6:12). Puesto que fue el Señor
quien “envió” el mensaje de 1888, debemos recoger cada “pedazo” que su
providencia nos ha concedido “para que no se pierda nada”. Con seguridad es ya
tiempo de que el pueblo de Dios en todo el mundo reflexione seriamente. ¿No es
irreverente que pidamos al Señor nueva luz, mientras que criticamos y
rechazamos la que él nos envió ya con anterioridad?
El
mensaje de 1888 fue dirigido a una cultura diferente de la nuestra en la
actualidad. ¿Cómo puede ese mensaje de un siglo de antigüedad satisfacer las
necesidades de un mundo secularizado que ha dejado de creer en Dios y en la
Biblia?
El hombre
moderno se ha confinado en un refugio subterráneo con muros seculares de dos
metros de espesor. Pero el Espíritu Santo tiene un misil capaz de penetrar esas
paredes: el mensaje de amor ágape que
emana de la cruz de Cristo.
Eso no
significa que otros aspectos del mensaje adventista hayan perdido validez.
Sigue siendo cierto que la reforma pro-salud es “el brazo derecho del mensaje”
y que contribuye a deshacer prejuicios. El calor de la hermandad en la iglesia
es necesario para aliviar las necesidades sociales de las personas. La
educación que la iglesia desarrolla, provee —al menos en considerable medida—
un refugio para los niños y adolescentes. Nuestras 28 creencias fundamentales aportan
cohesión a nuestra filosofía religiosa. Pero
persuadir al moderno hombre secularizado a que se adhiera a nuestro club no es
lo mismo que alumbrar la tierra con la gloria del evangelio. Es posible que
en nuestro “club” prevalezca aún la misma orientación hacia el ego que fuera de él.
Lo que hace
falta son buenas nuevas que alumbren a un mundo entenebrecido por una
comprensión equivocada de Dios, reconciliando con él los corazones enemistados
y secularizados.
Se trata de
una comprensión del amor de Dios que trasciende los conceptos de la moderna
Babilonia. “El mensaje del tercer ángel en verdad” que se nos dio en 1888 es el
“comienzo” de ese mensaje. Es en esencia la revelación de un amor que va más
allá de la comprensión habitual. No puede bastar nada que sea menor que la
revelación de la plena “anchura, la longitud, la profundidad y la altura” de
ese amor. El “fuerte pregón” no va a ser un aterrador llamamiento que induzca
al miedo, sino “una revelación de su carácter de amor” (PVGM 342.4).
Si aclaramos
la noción del ágape a un ateo
evolucionista, pongamos por ejemplo, y le preguntamos dónde hubiese podido
originarse una idea tan radical, habrá de reconocer que solamente puede
proceder de cierta cruz en una colina solitaria conocida como el Calvario.
“El
incomparable amor de Cristo, mediante la agencia del Espíritu Santo, traerá
convicción y conversión al corazón endurecido” (The Ellen G. White 1888 Materials 1076). Afirma Ellen White en una
declaración desconocida hasta tiempos recientes: “Durante años he visto que hay
un eslabón roto que nos ha impedido alcanzar los corazones, ese eslabón se
restaura al presentar el amor y la gracia de Dios” (Remarks to Presidents 3 marzo 1891; Archivos de la Asociación
General).
Nadie puede
exaltar la cruz como nosotros, los adventistas, si humillamos nuestros
corazones para recibir la luz que el Señor nos envió. Eso es así porque ningún
otro pueblo puede comprender, tanto la naturaleza del hombre como la de Cristo,
según la comprensión que el Señor tuvo a bien otorgarnos.
El hombre
secularizado que vive en este último período de la era cristiana necesita el
mismo mensaje que el Señor envió a los paganos en el primer siglo: Cristo y este
crucificado. Los apóstoles hablaban el lenguaje de sus días, nosotros
hablaremos el de los nuestros. Pero la proclamación de esa misma Cruz sigue
desafiando el pensamiento del hombre moderno y penetra las defensas en las que
ha blindado su corazón terrenal.
El
“adventismo histórico” genera temor al juicio investigador. ¿Provee el mensaje
de 1888 una solución a ese problema?
Es cierto que
un temor tal ha ensombrecido la iglesia por décadas. Roger L. Dudley recoge esa
idea recurrente entre jóvenes estudiantes (Why
Teenagers Reject Religion, RH 1978, 9-21). Marvin Mooore, en The Refiner’s Fire (Pacific Press, 1990)
reconoce lo generalizado del problema y busca sinceramente una solución.
El apóstol
Juan afirma que allí donde hay temor, hay carencia de ágape, ya que “el perfecto amor echa fuera al temor” (1 Juan 4:18).
Habría sido imposible que ese temor sobrecogiera a nuestros jóvenes en la
década de los noventa si hubiésemos aceptado el “preciosísimo mensaje” en la
era de 1888 y a partir de entonces. Ese tipo especial de amor, el ágape, es la idea básica del mensaje.
La solución al
problema del temor es revelar al verdadero Cristo que vino “en semejanza de
carne de pecado, y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne”. La
verdad liberadora se nos presenta en estos términos: “Por cuanto los hijos
participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir
por la muerte al que tenía el imperio de la muerte, es a saber, al diablo, y
librar a los que por el temor de la muerte estaban por toda la vida sujetos a
servidumbre” (Heb 2:14-15).
¿Cómo hace el mensaje para librar de ese temor?
En todas sus
facetas, está centrado en la realidad de cuanto sucedió en la cruz. Esa “revelación”
fue algo así como los rayos del sol apreciados a través de una lupa: el inicio
de una combustión que habría de barrer de los corazones humanos el temor.
Una
contribución singular del adventismo al mensaje de la cruz es que Cristo murió
el equivalente a la muerte definitiva o segunda, una muerte en la que renunció
a toda esperanza de resurrección (DTG
701.1-2). Cuando los corazones humanos embargados por el temor ven al verdadero
Cristo en esa “revelación” del ágape,
se identifican con él de tal manera que el yo queda “con Cristo… juntamente
crucificado”, y el creyente es injertado en él, como dice Pablo. La unión es
tan estrecha como la de un marido con su esposa. “Haya, pues, en vosotros este
sentir que hubo también en Cristo Jesús” (Fil 2:5). El creyente se hace
uno con el Señor crucificado.
Al comprender
la realidad de su descenso hasta las profundidades del “infierno” a fin de
salvar nuestras almas, al ver cómo se enfrentó a esa completa aniquilación de
toda esperanza, cómo escogió caer en las tinieblas eternas —la separación
perpetua del rostro de su Padre— a fin de redimirnos a nosotros, esa unión con
él comienza a expandir nuestro corazón empequeñecido, de forma que podemos comenzar a comprender el precio que le
costó nuestra salvación. Nunca podremos copiar su sacrificio, pero podemos apreciarlo. Miramos a la grandiosa cruz
donde murió el Príncipe de gloria, y eso expulsa el temor de nuestro corazón.
La razón es
simple: puesto que ningún temor puede superar al temor del “infierno”
(perdición, destrucción, muerte), si ese temor resulta vencido al apreciar su
sacrificio —mediante la identificación con él en su cruz—, entonces todo temor
de orden inferior se disipará también.
Por ejemplo:
¿cómo podría el ladrón penitente sobre la cruz ser atormentado de nuevo por el
temor? Para toda otra persona que haya sido crucificada con Cristo se dará una
liberación similar. No existe en todo el universo un temor que pueda sobrevivir
a la unión sincera con Cristo en esa hora de su cruz. Sin embargo, hay que
repetir una vez más que solamente a la luz del “mensaje del tercer ángel en
verdad” es posible comprender las plenas dimensiones de ese sacrificio.
Tal fue el
impacto del mensaje de 1888. Recuperó la gran motivación de Pablo: “El amor [ágape]
de Cristo nos apremia, habiendo llegado a esta conclusión: que si uno murió por
todos, luego todos murieron” (2 Cor 5:14). ¿Cómo podría alguien que
se sabe “muerto” volver a tener temor de alguna cosa? ¿Cómo podría alguien que
ha pisado ya el “infierno” al estar crucificado con Cristo, estar atemorizado
de alguna otra cosa menor que el infierno?
Pero
¿no es acaso el miedo adventista al juicio investigador precisamente eso, el
miedo al infierno?
Sí:
desprovisto de la idea de 1888, está dominado por ese temor. Pero el “yo”
crucificado con Cristo no significa
el esfuerzo del humano torturándose a sí mismo en una agonizante crucifixión autoinfligida.
Siempre es “con Cristo”. El mensaje de la cruz constriñe a una vida de servicio
libre de temor, “…para que los que viven, ya no vivan para sí, mas para aquel
que murió y resucitó por ellos” (vers. 15).
Cuando Pablo declara
“con Cristo estoy juntamente crucificado”, no se está jactando de lo buen
cristiano que es, como si él mismo se estuviese clavando a la cruz,
crucificándose a sí mismo. Lo que está diciendo en realidad es:
Al
contemplar la excelsa cruz
do el Rey de gloria sucumbió,
lo que antes parecía luz,
sin vacilar hoy dejo yo
(Isaac Watts, himno nº 96)
Dice
virtualmente: ‘Mi “yo” orgulloso está crucificado con Cristo’. El yo no puede vivir y reinar más: el ágape divino aniquiló el amor al yo. Y
dado que el yo está ahora crucificado con él, el temor se ha esfumado, puesto
que todo temor tiene su origen en el amor
al yo.
El mensaje de
1888 enmarcó la doctrina del juicio investigador en su perspectiva correcta,
introduciendo una motivación centrada en Cristo, en lugar de la preocupación
por nuestra propia salvación personal. Es por ello que Ellen White unió el
mensaje de la justificación por la fe de 1888 con la verdad del juicio
investigador en esa serie especial de artículos de Review and Herald durante los primeros meses de 1890.
Pero
hay una declaración de Ellen White que siempre me ha preocupado, en El
Conflicto, 477-478. ¿Por qué escribió algo tan terrible?
Quizá no
hayamos comprendido bien la cita. Dice así:
El
profeta dice: ‘¿Pero quién es capaz de soportar el día de su advenimiento? ¿y
quién podrá estar en pie cuando él apareciere? Porque será como el fuego del
acrisolador y como el jabón de los bataneros; pues que se sentará como
acrisolador y purificador de la plata; y purificará a los hijos de Leví y los
afinará como el oro y la plata, para que presenten a Jehová ofrenda en
justicia’ (Mal 3:2-3). Los que vivan en la tierra cuando cese la intercesión de
Cristo en el santuario celestial deberán estar en pie en la presencia del Dios
santo sin mediador. Sus vestiduras deberán estar sin mácula; sus caracteres,
purificados de todo pecado por la sangre de la aspersión. Por la gracia de Dios
y sus propios y diligentes esfuerzos deberán ser vencedores en la lucha con el
mal. Mientras se prosigue el juicio investigador en el cielo, mientras que los
pecados de los creyentes arrepentidos son quitados del santuario, debe llevarse
a cabo una obra especial de purificación, de liberación del pecado, entre el
pueblo de Dios en la tierra. Esta obra está presentada con mayor claridad en
los mensajes del capítulo 14 del Apocalipsis (CS 421.2).
Ese párrafo
posiblemente haya causado temor entre muchos adventistas, por no haber
discernido las buenas nuevas que contiene. En un esfuerzo por combatir ese
miedo, algunos instructores y escritores han intentado eludir su auténtica
implicación, rebajando la norma de lo que significa estar “sin mancha”, o “purificados”.
Contradicen la declaración, sugiriendo que nuestro carácter no tiene por qué alcanzar esa norma. Según ellos, todo
cuanto se necesita es la imputación legal
de una justicia externa.
Se procura
evadir el problema afirmando que un Cristo impecable tiene que continuar en su
papel de sustitución, cubriéndonos así en nuestro continuo pecar. Según eso,
tal mediación debe continuar después que “cese la intercesión de Cristo en el
santuario celestial”. Pero eso no constituye ciertamente una explicación válida
del párrafo, sino una negación del texto, que dice exactamente lo opuesto.
El mensaje de
1888 fue “el comienzo” de la respuesta a ese problema:
(a) El sacrificio de Cristo en la cruz
aseguró la justificación legal para “todos los hombres”. Es entonces cuando fue
hecho nuestro sustituto. Debido a que “el pecado de todos nosotros” le fue
imputado a él, a “todos los hombres” les fueron legalmente imputadas las vestiduras inmaculadas [el carácter sin
mancha] de Cristo. Todos los hombres han recibido su vida actual en virtud de
la muerte de Cristo en el lugar de ellos. Por lo tanto, todos los hombres han
sido “elegidos” para salvación.
Todo miedo a
perderse es desterrado por una apreciación profunda y sincera de la obra de
Cristo en la cruz. En las horas postreras de la historia de esta tierra, un
pueblo comprenderá por fin lo que eso significa. Como sumo sacerdote, Cristo
cumplirá todo aquello para lo cual murió a fin de que sea algo real, no
solamente por nosotros, sino también en nosotros si no se lo impedimos.
(b) La declaración que estamos
considerando especifica claramente que es
Cristo quien “purificará a los hijos de Leví y los afinará como el oro y la
plata”. Es “por la sangre de la aspersión” como han de ser purificados. La
purificación del santuario no es la obra del hombre, sino la obra del Sumo
Sacerdote. Se debe a su divina iniciativa. Su pueblo tiene ciertamente algo que
hacer: cooperar con él, permitirle a él que obre (Fil 2:5;
3:15; Col 3:15, etc).
(c) La purificación del santuario es la “expiación
final”, el fruto de todo lo que Cristo cumplió en su cruz. Él es el “Salvador
del mundo” (Juan 4:42; 1 Juan 4:14). No somos los salvadores de nadie, y aun
menos de nosotros mismos.
Pero
esa declaración dice que es por “sus propios y diligentes esfuerzos” por los
que “deberán ser vencedores”. Mi falta de “diligentes esfuerzos” es lo que me
llena de temor.
La frase dice:
“Por la gracia de Dios y sus propios y diligentes esfuerzos…” ¿Qué figura en
primer lugar?
Está clara la
idea de que el Sumo Sacerdote hará esa obra si
no se lo impedimos. Nuestros “propios y diligentes esfuerzos” son lo mismo
que “el amor [ágape] de Cristo nos
constriñe” que motivaba a Pablo a vivir para Cristo y no para sí. “El amor de
Cristo” imparte una nueva motivación “bajo la gracia” que sustituye a la
motivación “bajo la ley” que el temor impone. Nuestros propios diligentes
esfuerzos no son nunca la obra de nuestra propia iniciativa, sino siempre una respuesta a la iniciativa del Espíritu
Santo, el Consolador que fue enviado para que estuviese con nosotros siempre.
El concepto
de nuestras vestiduras “sin mancha” no debiera atemorizarnos más de lo que
atemoriza a una novia lo inmaculado de su vestido de boda ante la mirada del
esposo. Lo que la motiva es solamente su amor, aprecio y respeto hacia él, no
su temor a que la rechace. La razón por la que Cristo envió el mensaje de 1888
fue el suscitar en su pueblo una preocupación por Cristo como la que
caracteriza a una novia por su futuro esposo. Es una noción totalmente
diferente a la habitual preocupación pueril por nuestra propia seguridad. En
una unión tal “con Cristo” el ego cae
en la insignificancia que en toda justicia le pertenece.
¿Cómo puede una “unión” tal purificarnos del pecado?
La
liberación de la preocupación egocéntrica mediante la unión con Cristo purifica
siempre de pecado. El fruto que habría dado el mensaje de 1888 —de no haber
sido resistido— habría sido el que expone Apocalipsis 19:7-8:
Gocémonos,
alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero y su
esposa se ha preparado. Y a ella se le ha concedido vestirse de lino fino,
limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los
santos.
Ahí
encontramos los vestidos “sin mancha”. Es la “sangre” la que obró la
purificación, ya que el Esposo resulta ser el Cordero que fue inmolado.
Ninguno
de los redimidos imaginó jamás
las insondables profundidades en que se sumergió
ni la tenebrosa noche por la que el Señor pasó
hasta encontrar a su oveja perdida
Pero
finalmente hay un pueblo que aprendió a apreciar
cuán profundas fueron esas aguas en las que se sumergió, y cuán densas las
tinieblas de ese valle de sombra de muerte que el Cordero conoció. “La sangre
de la aspersión” es el elemento clave en el tan a menudo temido juicio
investigador. Cuán trágico es que su futura esposa se haya estado resistiendo
durante más de un siglo, oponiéndose al Señor en esa “obra” descrita por Ellen
White en su artículo de RH 21 de junio de 1892 [“Estamos en el día de la expiación y
debemos obrar en armonía con la obra de Cristo de purificar el santuario de los
pecados del pueblo. Que nadie que quiera ser hallado con las vestiduras de boda
resista a nuestro Señor en su obra…”]. ¡Cuán doblemente
trágico es que hayamos estado atemorizados ante el más bendito ministerio que
jamás se relizara en favor nuestro!
Imaginemos a
un amante verdadero en procura de ganar el corazón de su deseada esposa
mientras que esta, siempre preocupada por las manchas de su vestido nupcial, lo
resiste y retrasa la boda debido a su incapacidad para comprender o apreciar
cuánto la ama su futuro esposo.
¿Significa
eso que el pecado no tiene importancia? ¿Significa que no tenemos una gran obra
que hacer a fin de vencer?
El pecado importa, y mucho. Y nos queda una gran obra por
hacer. El mensaje de 1888 dice simplemente que la verdadera gloria de Dios se
revela en la luz excelsa de
No somos nosotros quienes purificamos el alma; es la fe
la que hace la obra. Una y otra vez el Señor ha intentado hacer comprender a su
pueblo la verdad de que la justicia viene por la fe, no por las obras. No es haciendo como lavamos nuestras
vestiduras, sino creyendo en esa
sangre del Cordero.
Y eso no es gracia barata. Es gracia terriblemente cara.
Sólo al final del tiempo aprende por fin el pueblo de Dios a sentir cuánto ha
costado realmente. El pecado resulta entonces vencido por siempre, porque
habiendo sido vencido el amor al yo, el conflicto de los siglos termina por
fin.
Sí, tenemos una gran obra por hacer: “Esta es la obra de
Dios, que creáis en el que él ha enviado” (Juan 6:29). Nuestra “obra”
suprema consiste en APRENDER
A CREER.
Al alma que cree le resulta imposible continuar en la
transgresión de la ley de Dios si tiene un corazón que, por más endurecido y
frío que hubiese estado anteriormente, fue enternecido ante la visión de esa “sangre”
del Cordero.
¿Cómo
puede uno aprender a “deleitarse” en la ley de Dios: los diez mandamientos?
Lo que nos
enseña a decir ¡NO! a los
deseos de la carne y a todas las adicciones compulsivas y perversiones a las
que el diablo intenta llevarnos no es el temor al castigo ni la expectativa de
recompensa, sino el contemplar esa excelsa Cruz. La gracia de Dios ha traído ya
salvación a todos los hombres, y nos enseña a pronunciar esa palabra: “No”
(Tito 2:11-12).
Como la fea
crisálida transformándose en una bella mariposa, los diez mandamientos dejan de
ser diez prohibiciones para convertirse en diez gloriosas promesas [“Cada orden
es una promesa; aceptada por la voluntad, recibida en el alma, trae consigo la
vida del Ser infinito. Transforma la naturaleza y vuelve a crear el alma a
imagen de Dios” (Ed 114)]. En efecto, el Señor nos dice que si
apreciamos lo que le costó realmente redimirnos: cómo nos sacó de tierra de
Egipto, de tierra de esclavitud, entonces nos promete que nunca robaremos,
mentiremos, cometeremos adulterio, etc. (ver 1CBA 1119) [ver Salmo 81:8-10].
Eso sucede
así porque el Espíritu Santo viene a ser en el creyente una motivación más
fuerte que los impulsos de su naturaleza pecaminosa (Gál 5:16-18; Rom
8:2).
¿Necesitamos
como iglesia las bendiciones del mensaje de 1888? “En su gran misericordia el
Señor [nos] envió” ese mensaje. ¿No sería una increíble arrogancia pretender
que no necesitamos aquello que el Señor nos envía? ¿Qué evaluación puede hacer
el Cielo de nuestra negligencia al respecto?
¿Cómo
puede el concepto de 1888 de la justificación por la fe resolver el problema de
tantos adventistas que carecen de “seguridad en la salvación”?
La verdad de
la justificación por la fe, según el mensaje de 1888, es el ingrediente
perdido, tanto en el “adventismo histórico” como en la “teología
reformacionista”. Ambos siguen en general conceptos arminianos, que hacen
depender la salvación de la propia iniciativa del pecador. [“Adventismo histórico” es como se
autodenominan quienes se aferran a los valores tradicionales adventistas,
caracterizándose por defender las “buenas y antiguas” doctrinas según una
comprensión, en muchos aspectos, anterior a (y desprovista de) la luz de 1888.
“Teología reformacionista” se refiere a las corrientes favorables a la
introducción de conceptos importados de las iglesias populares actuales, en
oposición a las verdades singularmente adventistas. Lo mismo que el adventismo
histórico, sea que retrocedan a la Reforma protestante del siglo XVI o al
evangelicalismo actual, son anteriores a (y desprovistas de) la luz de 1888.
Además, la teología reformacionista es anterior a la luz de 1844].
Eso suscita
la duda de si el creyente puede realmente tener alguna vez una verdadera
seguridad en la salvación. ¿Puede llegar a estar totalmente seguro de que su
cooperación o respuesta ha sido suficientemente completa?
Por
contraste, tal seguridad va implícita en el mensaje de 1888. En él se reconoce
que el sacrificio de Cristo compró realmente la justificación por “todos los
hombres”. Lo que perdió la raza humana “en Adán”, quedó recuperado para la raza
humana mediante el don “en Cristo”. “De tal manera amó Dios al mundo,
que ha dado a su Hijo unigénito” (Juan 3:16). Él gustó la muerte por todos
(Heb 2:9). Él es la propiciación por los pecados de los que creemos, pero “no
solamente por los nuestros, sino por los de todo el mundo”
(1 Juan 2:2). ¡Nadie está excluido!
Cristo “es el
Salvador de todos los hombres, especialmente de los que creen”
(1 Tim 4:10). Cargó y carga todavía la verdadera culpabilidad de
todos los hombres, ya que Cristo “murió por todos” (2 Cor 5:14-15).
De no haber sido así, todos estarían muertos. Se trata de una justificación
legal o judicial, efectuada —no meramente ofrecida como algo
provisional— en favor de “todos los hombres”.
Es un don, ya
que se da “gratuitamente por su
gracia” (Rom 3:23-24). Sólo cabe llamar don a aquello que ha sido efectivamente dado. La vida física de “todos los hombres”, su próxima
respiración, todo cuanto tienen, lo gozan solamente en virtud de la gracia de
Cristo. Y eso a pesar de que quizá no hayan reconocido nunca el Origen de la “gracia
de la vida” que les fue dada (1 Ped 3:7). Cristo es tan generoso y magnánimo,
que hace salir el sol sobre buenos y malos, y envía la lluvia a justos e
injustos. De igual manera, en el don incomparable de su Hijo, Dios ha rodeado
al mundo entero con una atmósfera de gracia tan real como el aire que
respiramos (CC 68.1).
Cree esas buenas nuevas y sanará tu enemistad
con Dios. Pablo aclara que no podemos estar preocupados por la seguridad de
nuestra propia salvación si miramos a la cruz: “El que no eximió a su propio
Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él
todas las cosas?” (Rom 8:32).
Me
han recomendado que desconfíe de esas buenas nuevas, ya que en ellas hay
peligro de universalismo.
Lejos de
ello. Los perdidos lo serán, no porque Dios los haya predestinado a perderse,
sino porque escogieron resistir, rechazar y despreciar su gracia; se negaron a respirarla. El concepto calvinista de la
“gracia irresistible” no es bíblico. “El pecador puede resistir a este amor,
puede rehusar ser atraído a Cristo; pero si no se resiste, será atraído a Jesús”
(CC 27.2). Ahora bien, si se resiste,
toma finalmente sobre sí mismo la plena condenación de la que Cristo le había
salvado ya (Juan 3:16-18). Por lo tanto, en definitiva, su condenación es
debida solamente a su propia iniciativa [“La suerte de los malos queda determinada por la propia
elección de ellos. Su exclusión del cielo es un acto de su propia voluntad y un
acto de justicia y misericordia por parte de Dios” (CS 531.2; granate 598)].
¿Qué
responder a los que objetan que ese mensaje debilita la obediencia y la
adhesión a una norma elevada?
Esa es
precisamente la objeción mediante la que muchos de nuestros hermanos se
opusieron en 1888. Rechazaron inicialmente este “muy precioso mensaje” debido a
su temor de que si nuestro pueblo apreciaba plenamente la forma en la que “sobreabundó
la gracia”, se daría una relajación en la observancia de la ley.
Pero Pablo
podría haber disipado sus temores: “Luego, ¿anulamos la ley por la fe? ¡De
ninguna manera! Al contrario, confirmamos la ley” (Rom 3:31). De hecho, no
hay otra forma de obedecer verdaderamente, si no es mediante esa fe genuina. El
superficial “cree solamente” o “gracia barata” del cristianismo popular no es
fe genuina. Carece absolutamente de la poderosa dinamita espiritual contenida
en la verdadera justificación por la fe.
La razón es
que el cristianismo popular cree, en general, en la inmortalidad natural del
alma. Si tal doctrina es verdadera, Cristo no pudo haber muerto
realmente en la cruz del Calvario. En consecuencia, muchos son incapaces de
apreciar las magnas dimensiones del ágape
revelado allí. Como una hilera de fichas de dominó en la que cae una pieza y
desencadena la caída sucesiva de todas las demás, hay ciertos resultados que resultan
inevitables. En consecuencia, su concepto sobre la fe queda “cojo”; y a su vez,
su fe desvitalizada resulta incapaz de “obrar” produciendo plena obediencia a
todos los mandamientos de Dios. El resultado es mundanalidad, orgullo,
autosuficiencia, y el continuo desprecio a la ley de Dios.
Tal es la
razón por la que muchos han rechazado la obediencia al cuarto mandamiento.
Implica llevar una cruz, y ellos no saben cómo aceptar su propia cruz, dado que
no entienden o aprecian verdaderamente
En la prueba
final de la “marca de la bestia” toda obediencia que sea motivada por el temor
a perderse, o bien por la expectativa de recompensa personal, se demostrará
centrada en el yo, carente de Cristo. “Por el fuego será revelada” como “madera,
heno, paja…” (1 Cor 3:12-13). Cambiando la metáfora, será como la brizna
llevada por el viento tempestuoso de los últimos días. El auténtico “mensaje
del tercer ángel en verdad” prepara a un pueblo para esa prueba de fuego y para
esa tormenta.
Pero hay
muchas personas sinceras y honradas en todas las religiones, esperando
solamente oír el mensaje del tercer ángel. Cuando oigan “en verdad” ese mensaje,
responderán gozosos.
Me
han dicho que el mensaje de 1888 enseña que la raza humana pecadora fue hecha
justa sin participación de su voluntad, que hasta los paganos y adoradores de
Satanás, asesinos y ladrones, son todos hechos justos. ¿Es cierto?
Naturalmente,
es una distorsión del mensaje. No hay tal, ni nada parecido. Pablo debió
también enfrentarse con aquellos que distorsionaban su mensaje. La exposición
del mensaje hecha por los mensajeros de 1888, y que Ellen White apoyó, es la
siguiente:
Así
como la condenación vino a todos los hombres (Rom 5:18), también la
justificación. Cristo gustó la muerte por todos. Se dio a sí mismo por todos,
se dio a cada uno. El don gratuito vino sobre todos. El hecho de que sea un don
gratuito es evidencia de que no hay excepción alguna. Si hubiese venido
solamente sobre aquellos que hubiesen tenido alguna calificación especial, no
habría sido un don gratuito. Por lo tanto, es un hecho claramente establecido
en la Biblia que el don de la justicia [justificación] y de la vida en Cristo,
ha venido sobre todo hombre en el mundo (E.J. Waggoner, ST 12 marzo 1896; Carta a los romanos 120-121).
Eso
armoniza con Juan 3:16-17; Rom 3:23-24; 5:12-18; 1 Tim 2:6; 4:10; 2 Tim 1:10;
Heb 2:9 y 1 Juan 2:2.
No
se trata aún de justificación por la fe.
Es una justificación puramente “legal”, “temporal” o “corporativa”. Hasta que
el hombre no la cree y acepta por la fe, no
experimenta la justicia. No convierte a nadie en justo antes de haberla
creído. Es la base y fundamento sobre el que descansa la justificación por la
fe [En vocabulario teológico, la primera
es llamada justificación objetiva: lo que Dios hizo por el hombre. La
segunda es la justificación subjetiva (recibida por la fe): el
resultado, o efecto —en el que cree— de haber aceptado, de haber recibido con
provecho esa justificación objetiva que ya fue realizada y que ya le fue dada
en Cristo].
Parece
claro que la Biblia enseña esa maravillosa verdad, pero ¿está Ellen White de
acuerdo con ella?
No
podía ser de otra manera, puesto que Ellen White nunca disintió de la Biblia.
Pero algunas veces leemos sus escritos con un velo de incredulidad sobre
nuestros ojos, similar al que llevaban los judíos al leer el Antiguo
Testamento, y que les impidió discernir allí la justificación por la fe.
Ellen
White reconoció repetidamente esa verdad. Por ejemplo, veamos en 3MS 221: “La obra mediadora de
Cristo comenzó en el mismo momento en que comenzó la culpabilidad, el
sufrimiento y la miseria humana, tan pronto como el hombre se convirtió en un
transgresor”. “El hombre” significa aquí lo mismo que “todo hombre”, y la obra
de Cristo en nuestro favor “comenzó” antes de que nos arrepintiésemos.
Consideremos también DTG 615.2:
A
la muerte de Cristo debemos aun esta vida terrenal. El pan que comemos [¿quiénes,
sino “todos los hombres”?] ha sido comprado por su cuerpo quebrantado. El agua
que bebemos ha sido comprada por su sangre derramada. Nadie, santo o pecador,
come su alimento diario sin ser nutrido por el cuerpo y la sangre de Cristo. La
cruz del Calvario está estampada en cada pan.
Poco
tiempo después de haber escrito esas célebres palabras, comentó de una forma
quizá aun más contundente la realidad de la justificación legal universal:
Toda
bendición ha de venir a través de un Mediador. Todo miembro de la familia
humana es dado enteramente en las manos de Cristo, y todo cuanto poseemos —sea
el don del dinero, casas, tierras, el poder de la razón o la fortaleza física,
los talentos intelectuales— en esta vida, y las bendiciones de la vida futura,
se nos dan en posesión como tesoros de Dios para ser fielmente dedicados en
beneficio del hombre. Todo don está estampado con la cruz, y lleva la imagen y
sobrescrito de Jesucristo. Todas las cosas vienen de Dios. Desde las más
insignificantes bendiciones hasta las mayores de ellas, fluyen todas por un
Canal: una mediación sobrehumana asperjada por la sangre de un valor
inconmensurable, ya que fue la vida de Dios en su Hijo (MS 36, 1890; The Ellen
G. White 1888 Materials 814).
Veamos
ahora 1MS 402.4: “[Cristo] se apoderó
del mundo sobre el que Satanás pretendía presidir como en su legítimo
territorio. En la obra admirable de dar su vida, Cristo restauró a toda la raza
humana al favor de Dios”.
Hay
más: “Jesús, el Redentor del mundo, se interpone entre Satanás y toda alma …
Los pecados de cada uno que haya vivido sobre la tierra fueron puestos sobre
Cristo, testificando del hecho de que nadie tiene por qué ser vencido en el
conflicto con Satanás” (RH 23 mayo
1899). “La sangre propiciatoria de Cristo impidió que el pecador recibiese el
pleno castigo de su culpa” (CS 612.2;
granate 687). Ellen White afirmó que los que vinieron de Jerusalén a Antioquía
para oponerse a Pablo rehusaban creer que Cristo murió por “el mundo entero”,
justificando así legalmente a “todos los hombres” (Sketches From the Life of Paul 121).
“Todos
los hombres” morirían al instante si debieran llevar la verdadera culpabilidad
de sus pecados. Tal habría sido la suerte de Adán y Eva en el jardín del Edén,
de no haber existido un “Cordero que fue inmolado desde la creación del mundo”
(Apoc 13:8). Eso es lo que Pablo quiere decir al declarar que “vino a
todos los hombres la justificación que da vida” (Rom 5:18). Ellen White
así lo creía.
¿Puede ser alguien justificado sin obediencia?
Ningún
pecador puede ser justificado por la fe
sin arrepentimiento y obediencia subsiguiente; ni puede tampoco retener la
experiencia de la justificación por la
fe sin la constante cooperación con el Espíritu Santo, que se materializa en
obediencia.
Si
el incrédulo elige rechazar lo que Cristo hizo ya por él y lo expulsa de sí, está
pidiendo la plena carga de culpabilidad nuevamente sobre él, haciéndose
merecedor de la segunda muerte. Pero es totalmente innecesario, excepto por su
obstinada incredulidad.
Esa
es la idea de 1888 sobre la justificación por la fe. Exalta la ley de Dios como
ninguna otra cosa podría hacer. Escribiendo bajo la bendición del mensaje de
1888, la sierva del Señor aclaró el problema de las “condiciones”:
Se
suscitará la pregunta, ¿Cómo sucede eso? ¿Es mediante condiciones como
recibimos la salvación? Jamás venimos a Cristo mediante condiciones. Y si
venimos a Cristo, entonces, ¿cuál es la condición? La condición es que mediante
una fe viviente nos aferremos enteramente a los méritos de la sangre de un
Salvador crucificado y resucitado. Cuando hacemos tal cosa, obramos las obras
de justicia. Pero cuando Dios llama e invita al pecador en nuestro mundo, no
hay ahí condición alguna. Es atraído por la invitación de Cristo y no consiste
en que “tendrás que responder a fin de venir a Dios”. El pecador viene, y al
venir y ver a Cristo levantado sobre esa cruz del Calvario que Dios impresiona
en su mente, hay un amor que va más allá de todo lo que jamás imaginó. Y
entonces, ¿qué? Al contemplar ese amor, le dice que es un pecador. Bien, ahora,
¿qué es el pecado? Tiene que llegar por fin a este punto, para comprenderlo. No
hay otra definición dada en nuestro mundo, excepto que pecado es transgresión
de la ley; por lo tanto, descubre lo que es el pecado. Y hay arrepentimiento
hacia Dios. Y ¿qué sigue entonces? Fe hacia nuestro Señor y Salvador Jesucristo,
que puede pronunciar perdón sobre el transgresor. Cristo está atrayendo a todo
el que no ha sobrepasado los límites. Lo está atrayendo hoy a sí mismo (MS 9, 1890; The Ellen G. White
1888 Materials 537).
¿Hay conflicto entre los apóstoles Santiago y Pablo a propósito
de la justificación por la fe? ¿Debilita Santiago la presentación del evangelio
hecha por Pablo?
Desde
luego, Santiago (2:17-25) no tiene la menor intención de contradecir a Pablo.
Su enseñanza consiste en que hay dos tipos de “fe”: la fe viva, y la muerta.
Hay igualmente dos tipos de personas: los vivos, y los muertos. Estos últimos
no obran, así como tampoco la fe muerta.
El
tipo de fe que tienen los diablos cuando “creen y tiemblan”, es la fe muerta
que no aprecia el ágape de Cristo y
que no produce obras de justicia. Pablo habla de la fe viviente que aprecia la
Cruz, y nos motiva a la obediencia voluntaria y gozosa (Rom 13:10; Gál 5:5-6;
2 Cor 5:14-6:1).
Los
judíos dijeron a Jesús: “¿Qué haremos para que obremos las obras de Dios?
Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios: que creáis en el que él ha
enviado” (Juan 6:28-29). Esas palabras deberían estar escritas en letras
de oro, y mantenidas constantemente ante la vista de todo cristiano que lucha.
Queda resuelta la aparente paradoja. Las obras son necesarias; sin embargo la
fe es totalmente suficiente, ya que la fe hace la obra…
El
problema es que muchos tienen una falsa concepción de la fe… La fe y la
desobediencia son incompatibles. No importa la mucha fe que profese tener el
transgresor de la ley: el hecho de que quebranta la ley demuestra que no tiene
fe… Que nadie desprecie la fe como si fuera de poca importancia (E.J. Waggoner,
Bible Echo 1 agosto 1890).
¿No dice Santiago que la fe sola no puede salvar a un hombre, y
que la fe sin obras es muerta? [Responde
Waggoner]
Examinemos
sus palabras. Demasiados las han pervertido en un legalismo mortal… Si la fe
sin las obras es muerta, [es porque] la ausencia de obras revela la ausencia de
fe; lo que está muerto no posee existencia. Si un hombre tiene fe, las obras
aparecerán necesariamente… (Id.)
Entonces, ¿qué hay de Santiago 2:14, que dice: “¿De qué sirve
que alguien diga que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso podrá esa fe salvarle?”
[Responde Waggoner]
La
respuesta es, por supuesto, que no podrá. ¿Por qué no? Porque no la tiene [esa
fe que dice tener]. ¿De qué aprovecha si un hombre dice que tiene fe, pero su
malvado curso de acción demuestra que no tiene ninguna fe? ¿Despreciaremos el
poder de la fe por el hecho de que no hace nada por aquel que hace una falsa
profesión de ella?… La fe no tiene poder para salvar a quien carece de ella (Id.)
Aunque
Santiago no contradice a Pablo, algunos han pretendido que así sea. Pero la
perspectiva, en una y otra epístola, es diferente. Santiago no centra la
discusión en la Cruz ni en la sangre de Cristo. Necesitamos toda la Revelación,
pero por algún motivo el Espíritu Santo consideró oportuno proporcionarnos 14
cartas de Pablo en el Nuevo Testamento, y solamente una de Santiago.
¿Qué
hace en la práctica el mensaje de 1888 por quien lo acepta?
Produjo un
reavivamiento y reforma entre los miembros laicos que lo oyeron inmediatamente
después de la asamblea de Minneapolis de 1888 (ver A. V. Olson, Trough Crisis to Victory 56-81). La
reforma habría sido completa de no haber sido por la oposición de los
dirigentes de la Asociación General y Review and Herald (Ellen White, RH 11 y 18 marzo 1890).
El mensaje
trae hoy alegría y esperanza a miles de corazones que lo oyen y creen.
¿Cómo
se relaciona la temperancia y la reforma pro-salud con el mensaje de 1888?
El mensaje de
1888 recupera la verdadera motivación para la temperancia y reforma pro-salud,
al relacionar la justificación por la fe con la purificación del santuario
celestial.
A pesar de
estar viviendo en el Día de
Las iglesias evangélicas
anteriores a la revocación nacional de 1933 [enmienda constitucional que puso fin a la prohibición de
bebidas alcohólicas en Estados Unidos] enseñaban la
prohibición bíblica del consumo de alcohol, pero hoy han abandonado en gran
medida esas convicciones de antaño, en favor del así llamado “consumo moderado
de alcohol”.
¿Por
qué han perdido los evangélicos su celo antialcohólico?
Carecen de la
motivación que les habría proporcionado la comprensión de la verdad del Día de
la Expiación. También nosotros podemos evocar esas prohibiciones bíblicas: “No
bebas”, “Di ¡no!”, etc., pero en ausencia de esa gran motivación basada en la
verdad del santuario, resultará ser igualmente ineficaz entre nosotros,
especialmente en el caso de los jóvenes. Hay en la actualidad un alarmante
incremento en la bebida “social” en ciertos círculos adventistas, sobre todo en
nuestras grandes instituciones.
La singular
verdad del santuario constituye el eje del que irradia la reforma pro-salud y
temperancia adventista. La negligencia de esa verdad y el problema de la bebida
han corrido paralelos.
¿Por
qué es tan importante la justicia por la fe en el marco del Día de la
Expiación?
Dice Ellen
White que “la correcta comprensión del ministerio del santuario celestial es el
fundamento de nuestra fe” (Ev 165).
Ese es “el pilar central que sustenta la estructura de nuestra posición en el
tiempo actual” (Carta 126, 1897; 4MR
244). “El pueblo de Dios debería comprender claramente el asunto del santuario
y del juicio investigador. Todos necesitan conocer por sí mismos el ministerio
y la obra de su gran Sumo Sacerdote. De otro modo, les será imposible ejercitar
la fe tan esencial en nuestros tiempos" (CS 479.1; granate 542). Esa “fe” es la única rienda eficaz contra
la intemperancia. El temor a la enfermedad o a los accidentes, incluso hasta la
muerte o el infierno mismos, no son motivaciones que proporcionen el poder
necesario. Podemos seguir inculcando la temperancia por la fuerza del temor,
pero eso no guardará a nuestros jóvenes en el día de la tentación:
Podemos
explayarnos en el castigo de cada pecado y en los horrores del castigo
infligido a los culpables, pero eso no enternecerá ni subyugará el alma (MS 55, 1890; The Ellen G.
White 1888 Materials 844).
¿Bebían
alcohol los israelitas de antaño?
Aunque es muy
cierto que Dios ha prohibido siempre el alcohol, su pueblo tenía un problema
con él en los tiempos antiguos (ver, por ejemplo, Gén 9:20-21;
1 Sam 25:36-38; Rut 3:7; 2 Sam 13:28, etc.) La Biblia
prohíbe también el materialismo y la mundanalidad, sin embargo, entre ellos existían
ambos. Ahora bien, en el día de la expiación, el pueblo de Israel no probaba ni
una gota de alcohol (Lev 16:29-30; 23:27-32).
Es cierto que
la intemperancia y el “consumo moderado” de bebidas alcohólicas, y hasta el
consumo de drogas, “abundan” hoy incluso en la iglesia. Pero nada puede
solucionar ese problema, excepto la revelación de la gracia que “sobreabundó”;
esa gracia que ministra el gran Sumo Sacerdote en su obra final de expiación desde
el lugar santísimo del santuario celestial.
En estos “tiempos
peligrosos” de los últimos días debe existir una mejor motivación que el
interés en uno mismo —o incluso en nosotros mismos—, y consiste en el interés
por el honor y vindicación de Aquel que se dio a sí mismo por nosotros.
Refiriéndose una vez más al mensaje de 1888, Ellen White lo relacionó con las
verdades del Día de la Expiación:
Estamos
en el día de la expiación y hemos de obrar en armonía con la obra de Cristo
purificando el santuario de los pecados del pueblo… Debemos presentar ahora
ante la gente [nuestra juventud incluida] la obra que por la fe vemos cumplir a
nuestro gran Sumo Sacerdote en el santuario celestial (RH 21 enero 1890).
¿Cuál
es la motivación verdaderamente efectiva para la temperancia y reforma
pro-salud?
La verdadera
razón para llevar a la práctica la reforma pro-salud no es que podamos
disfrutar de unos pocos años más de vida dedicados a la comodidad y el lujo,
sino el que podamos tener mentes claras para comprender la obra de Cristo como
Sumo Sacerdote en la expiación final. La salud extra de la que disfrutamos
tiene el objeto de poder servir a Dios y a nuestro prójimo eficazmente; no
tiene por fin nuestra propia diversión y beneficio. Es una respuesta sincera a
su amor, más bien que un interés egocéntrico del tipo ‘¿cómo me puedo
beneficiar yo de eso?’
El número
especial sobre la temperancia de la Adventist
Review del 25 de febrero de 1982 incluía una breve mención de la
purificación del santuario como la razón principal del mensaje adventista de
salud y temperancia. Sería maravilloso que se abundara en ello, de forma que
nuestra prensa oficial prestase atención a esa verdad.
¿Qué es pecado? ¿Podemos definirlo como una relación rota?
“Relación” es
un término ambiguo y neutro. Una relación puede ser tanto buena, como mala. Esa
palabra [relación] no aparece en la Escritura. El pecado es allí definido como
transgresión de la ley, u odio hacia ella (anomia
según 1 Juan 3:4). El pecado es más que una relación rota: es
rebelión contra Dios.
La diferencia
se hace patente en la cruz de Cristo. Cuando el Salvador padeció en las
tinieblas, experimentó una clara “relación rota”, puesto que clamó: “Dios mío,
Dios mío ¿por qué me has desamparado?” Sin embargo, esa relación rota no
implica que Cristo pecase. En su total soledad, tinieblas, olvido y ánimo
abatido, escogió no pecar, puesto que escogió creer que “Dios es ágape” (1 Juan 4:8). Por lo tanto, el ágape puede soportar una relación rota
sin pecar. Eso demuestra que una “relación rota” no puede ser una definición válida
de pecado.
La Biblia
expresa la verdadera definición de lo que es el pecado y la fe más claramente
de lo que el término “relación” puede hacer. La confusión que ese término
genera puede ser la causa de la inseguridad de muchos. Arnold Wallenkampf hace
los siguientes comentarios al respecto:
La
palabra relación es manoseada a
menudo en las conversaciones de hoy en día. Se la utiliza también en el área de
la religión, sugiriendo una conexión salvadora con Dios. Pero la relación no es
una panacea. Una persona o una organización —de hecho, casi cualquier cosa—
mantiene cierta relación con cosas o personas… los tres viajeros que vieron al
infortunado hombre que había sido asaltado y golpeado en el camino a Jericó
(Lucas 10:25-37), mantuvieron una relación con él. Por lo tanto, la palabra relación no es adecuada para describir
la conexión salvadora de una persona con Dios.
Una
relación con Dios, por sí sola, no garantiza la salvación. Satanás mismo
mantiene una relación con Dios. La salvación resulta sólo de una relación amigable, o de profundo compañerismo con
Dios. Fue sólo la relación amigable
del samaritano hacia el viajero sufriente lo que salvó a este último de la
muerte (‘Lo que todo adventista debería saber sobre 1888’ 85).
La
idea de Cristo muriendo por “todos los hombres” suscita la cuestión de cuándo
se inscriben nuestros nombres en el libro de la vida
En los
escritos de Ellen White hay muchas referencias a aquellos cuyos nombres figuran
en el libro de la vida, pero rara vez alude a cuándo se los inscribe. Dos citas
permiten deducirlo, aun sin definir ese punto con exactitud: (a) “Cuando nos
convertimos en hijos de Dios, nuestros nombres se inscriben en el libro de la
vida del Cordero, y allí permanecen hasta el tiempo del juicio investigador” (7CBA 998). (b) “Mediante el
arrepentimiento de sus pecados, la fe en Cristo y la obediencia a la perfecta ley
de Dios, se le imputa al pecador la justicia de Cristo; él llega a ser su
justicia, y su nombre es registrado en el libro de la vida del Cordero” (3TI
410.2).
¿Cuándo
puede arrepentirse un pecador y venir a ser “hijo de Dios”?
En algunos
casos, a muy tierna edad. En el vientre de su madre (Elisabet), el niño Juan el
Bautista respondió al Espíritu Santo
(Lucas 1:41 y 44). El profeta Jeremías fue llamado, santificado y ordenado
para el oficio de profeta antes de nacer (Jer 1:5). En cierto sentido,
Cristo fue ya el “Salvador de todos los hombres” incluso antes que estos
respondieran. Es gracias a su amor, por lo que “todos los hombres” son
candidatos a la vida eterna en virtud de su sacrificio.
Su sacrificio
proporcionó realmente vida a todos los hombres (Rom 5:18). Tiene que haber
un paralelismo entre el libro de la vida y el don de la vida. Dios “quiere que
todos los hombres sean salvos y que vengan al conocimiento de la verdad”
(1 Tim 2:4). Puesto que Cristo escogió gustar “la muerte por todos”
(Heb 2:9), concedió la vida a “todo hombre”, que es lo opuesto a la muerte
que él gustó por todos.
Ciertamente
el Señor desea que el nombre de cada uno esté en el libro de la vida y que
permanezca allí a menos que por prefer las tinieblas antes que la luz anule la “elección”
para vida eterna que Dios hizo ya en su favor (Juan 3:16-19).
En la
oscuridad de nuestra mente no nos apercibimos de su elección llena de gracia a
favor de nuestra salvación, hasta el momento en que le prestamos atención,
creemos y respondemos. En ese momento, en lo que a nosotros respecta, se
inscriben nuestros nombres en el libro.
¿A qué edad puede inscribirse el nombre de un niño en el libro
de la vida?
Jamás debemos
trazar un círculo que deje a un niño fuera de la seguridad de la elección de
Dios para vida eterna. En El Deseado
leemos que Cristo “no rechazaba la flor más sencilla arrancada por la mano de
un niño, que se la ofrecía con amor. Aceptaba las ofrendas de los niños,
bendecía a los donantes e inscribía sus nombres en el libro de la vida”
(p. 517). Niñitos de no más de dos o tres años son capaces de arrancar una
flor y ofrecérnosla con amor.
En
Hebreos 7:9 Pablo expresa una idea aparentemente extraña, que puede
ayudarnos a comprender mejor el asunto. Dice que Leví pagó los diezmos en
Abraham “porque Leví aún estaba en los lomos de su padre cuando Melquisedec le
salió al encuentro”. Dicho en otras palabras: Dios apuntó en su “libro” que
Leví pagó el diezmo antes incluso de haber sido concebido. “Dios… llama las
cosas que [aún] no son como si fuesen” (Rom 4:17).
También es
útil la ilustración de los tutores del niño heredero, en Gálatas 4:1. Hasta
los propios siervos supervisan estrictamente al hijo del señor, hasta que este
alcanza la edad apropiada. En esa fase temprana el niño no se apercibe de quién
es realmente. Y sin embargo, es ya el verdadero señor del estado. Su padre lo
ha “inscrito” como tal, antes incluso de que él pueda darse cuenta.
¿Cuál es la importancia de esa verdad en la ganancia de almas?
Nunca diremos
a nadie que el plan de Dios es excluirlo del cielo. El plan de la salvación no
requiere de nadie que dé el primer paso, ya que es Dios quien dio ya ese primer
paso “en Cristo”. Juan 3:16 nos dice que la parte del pecador es responder
en fe sincera y profunda, “porque con el corazón se cree para justicia”
(Rom 10:10).
Hacer saber
al pecador que Dios lo ha predestinado a la vida eterna forma parte de las
buenas nuevas, ya que Dios no ha predestinado a nadie para que se pierda. En su
mente infinita considera ya al pecador como un candidato al cielo, y si este
aprecia ese gran don, responde y vence, es el deseo de Dios que su nombre sea retenido en el libro de la vida. El
pecador debe comprender que mediante su continua resistencia a la gracia de
Dios está tomando la iniciativa de hacer que su nombre sea borrado.
Cuando
un paciente se cura de una enfermedad, no precisa más la medicina. ¿No tiene
hoy nuestro pueblo una comprensión mucho mejor de la justicia por la fe que en
décadas pasadas? ¿No debería silenciarse el mensaje de 1888?
Hace unos
cien años, Ellen White dijo de ese mensaje: “No hay ni siquiera uno entre cien
que comprenda por sí mismo la verdad bíblica sobre este tema [la justificación
por la fe] tan necesario para nuestro bien presente y futuro” (RH 3 septiembre 1889; citado en el libro
de A. G. Daniells, Christ Our
Righteousness 87).
¿Goza hoy
nuestro pueblo de una comprensión significativamente mejor al respecto?
Daniells dijo en sus días (1926) que la respuesta es ‘No’, dado que el “mensaje
[de 1888] no ha sido nunca recibido, proclamado ni se le ha dado libre
circulación de la manera en que debió serlo” (Daniells, Christ Our Righteousness 47). En ocasiones fueron importados
conceptos evangélicos, etiquetándolos como “el mensaje de 1888”. Pero los
elementos básicos del auténtico mensaje estaban ausentes. Hay abundante
evidencia documental de ese hecho. ¿Cuándo se puede decir que en nuestro siglo
de historia fuesen recobradas y promulgadas las verdades de 1888?
La Adventist Review del 6 de enero de 1991
exponía el resultado de un escrutinio reciente, según el cual el setenta por
ciento de nuestros jóvenes no comprende el evangelio. El escrutinio entiende
por “evangelio” los conceptos evangélicos básicos, tal como los sostienen las
iglesias no adventistas.
No resultaría
difícil demostrar que un porcentaje aun mucho mayor ignora las verdades
singulares de la justificación por la fe a las que se refería Ellen White.
Difícilmente
habría afirmado que “ni siquiera uno entre cien” comprendía en su día el
concepto popular de la justificación por la fe tal como lo enseñaban Moody o
Spurgeon, ambos predicadores evangélicos muy conocidos del siglo XIX, ya que
multitudes oían y leían los sermones de estos. Evidentemente se refería al
mensaje de 1888.
Cuando se
presentan esos conceptos hoy a nuestras congregaciones, muchos, jóvenes y
adultos, dan frecuente testimonio de no haberlos oído nunca con anterioridad,
incluso tras haber pertenecido a la iglesia durante años o hasta décadas.
No tenemos
hoy entre nosotros a un profeta que nos pueda dar una declaración inspirada
sobre ese porcentaje, tal como sucedió hace un siglo. Sea que la cifra hoy
fuese mejor o peor que ese “ni siquiera uno entre cien”, un hecho es patente:
si fuese radicalmente mejor, la iglesia no podría permanecer tibia, ya que
comprender y creer esa gloriosa verdad hace imposible la tibieza.
¿En
qué punto la justificación se hace nuestra, en tanto en cuanto experiencia
vivida?
La respuesta
bíblica es: en el punto en que comenzamos a creer lo maravillosas que son las
buenas nuevas. Es decir, en el punto en el que nuestro corazón comienza a
apreciar lo que le costó al Hijo de Dios redimirnos. Tal es la fe que revela el
Nuevo Testamento, y la auténtica justificación tiene lugar mediante esa fe.
De acuerdo
con Gálatas 5:6 una fe tal comienza a obrar inmediatamente, y esa
experiencia subjetiva es la llamada justificación por la fe. Waggoner expone
que nuestro problema es la incredulidad, lo opuesto a la fe:
Respecto
a la cuestión de si eres de Cristo, lo puedes comprobar tú mismo. Has visto lo
que él entregó por ti. Ahora la pregunta es: ¿Te has entregado tú a él? Si lo
has hecho, puedes estar seguro de que te ha aceptado. Si no eres suyo es
solamente porque has rehusado entregarle aquello que él compró. Le estás
defraudando…
Referente
a tu creencia en sus palabras, pero dudando de si te acepta o no —debido que no
sientes el testimonio en tu corazón— permíteme que insista en que no crees… (Cristo y su
justicia 64; 1890).
Observa que
la justificación objetiva tuvo ya lugar en la cruz en favor de “todos los
hombres”. Nuestros pecados le fueron “imputados” a Cristo
(2 Cor 5:19). Pero esa justificación objetiva no produce un cambio en
el corazón. Cuando el pecador la aprecia y cree, se hace realidad en el terreno
subjetivo, o al menos comienza a hacerlo, y continúa y se profundiza a lo largo
de toda la vida.
Todavía
estoy tratando de entender lo que Dios requiere antes de que la justificación
sea hecha nuestra por experiencia.
La respuesta
bíblica, una vez más, se puede resumir en una palabra: fe. Eso fue todo lo que
pidió de Abraham (Gén 15:6). La palabra hebrea “creer” es la raíz de nuestra
expresión “Amén”.
Ellen White
responde en términos similares. El Señor nos pide algo: “Si acudimos a Cristo,
¿cuál es entonces la condición?… La fe viviente” (MS 9, 1890; The Ellen G. White 1888 Materials 537).
Véase, por
ejemplo, el original hebreo de Jeremías 11:5 en la respuesta que dio el
profeta al “pacto” que el Señor le declaró. Jeremías no hizo promesa alguna,
tal como hicieron los israelitas en Sinaí. Pronunció simplemente la palabra “Amén”.
Es todo cuanto el Señor ha requerido de cualquiera en cualquier época. Una
verdadera respuesta de fe conlleva una dinámica que incluye todas las obras y
la cooperación que hacen al creyente enteramente obediente a todos los
mandamientos de Dios.
¿Afecta
la justificación por la fe solamente a los pecados pasados?
Una mera
confesión de los pecados pasados no constituye una verdadera confesión en consonancia
con lo escrito en 1 Juan 1:9. No comprendemos verdaderamente lo que son
nuestros pecados, en lo que a confesarlos respecta, hasta que reconocemos que
son en realidad algo más profundo de lo que habíamos supuesto superficialmente.
La Biblia ve a toda la raza humana “en Adán”. Eso describe nuestra relación
corporativa. De no haber tenido un Salvador, habríamos sido culpables de
cometer los mismos pecados que todo el mundo de forma corporativa. Ninguno de
nosotros es de forma innata mejor que otros.
Leemos en
Romanos 3:23: “Por cuanto todos pecaron”. Nuestra verdadera culpa deriva
de lo que habríamos hecho en caso de haber tenido la plena oportunidad para
hacerlo, tal como la que haya disfrutado otro ser humano cualquiera. “Los
libros del cielo registran los pecados que se hubieran cometido si hubiese
habido oportunidad” (5CBA 1061).
Según el
mensaje de 1888, la verdadera justificación por la fe es una realidad en
continua progresión. Los pecados no están solamente en el pasado; en el
presente hay todavía pecado no reconocido: enemistad del corazón contra la
justicia, en necesidad de posterior reconocimiento y confesión inteligentes.
La
culpabilidad personal de la que nos apercibimos concierne a los pecados que
sabemos haber cometido personalmente. Pero esa es sólo la punta del iceberg de
la realidad, y nos muestra lo que habría sido el resto si no fuera por la gracia de Cristo.
No se trata
de confesar de manera que nunca más tengamos que confrontar nuestro “pasado”.
Nuestra verdadera culpabilidad actual tampoco debe ser ignorada, de manera que
se levante contra nosotros en el juicio. Según la declaración inspirada que
hemos citado, los libros del cielo registran los pecados que yo habría cometido en el caso de haber
tenido la “oportunidad”. ¡Eso debe incluir la crucifixión del Hijo de Dios! Por
lo tanto, el verdadero arrepentimiento y confesión deben tenerlo presente.
Eso nos lleva
a Zacarías 12:10-13:1:
Derramaré
sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén espíritu de gracia y
de oración. Me mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán sobre mí como se
llora por unigénito… En aquel día habrá un gran llanto en Jerusalén… La familia
de la casa de David, y sus mujeres aparte… En aquel tiempo habrá un manantial
abierto para la casa de David y para los habitantes de Jerusalén, para lavar el
pecado y la injusticia.
Ellen White
aplicó en diversas ocasiones este pasaje a la obra de sellamiento que ha de
tener lugar antes que termine el tiempo de prueba (DTG 267; ST 28 enero
1903).
Durante años
hemos comprendido erróneamente la verdad de 1888 de la justificación por la fe.
Como resultado hemos luchado contra la idea de culpabilidad corporativa y del
arrepentimiento corporativo que le corresponde [el Israel literal de hoy es una
muestra de esa continua resistencia]. Ha existido hambre de la justicia por la
fe que purifica realmente al pueblo de Dios.
El Señor
quiere concedernos una conciencia real de ese hecho. Y entonces habrá ese
manantial abierto para el pecado y la inmundicia. Ojalá ese día venga pronto.
¿No hay peligro en hacer demasiado buenas las buenas
nuevas?
El evangelio
son ciertamente buenas nuevas. No consisten en que el Señor nos salve en nuestros pecados, sino de nuestros pecados. Tal es su oficio de
Salvador, y tiene el poder para hacerlo. El problema es nuestra reticencia a
abandonar el pecado.
Si él nos
permitiese revolcarnos en el pecado mientras que acariciamos una vana
esperanza, no habría ahí buenas nuevas de ninguna clase. Él libra del pecado, y
puede así preparar a un pueblo para su segunda venida.
No podemos
negar que “de tal manera amó Dios al
mundo, que ha dado [no prestado]
a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en él [no a quien hace algo
de la forma correcta] no perezca, sino que tenga vida eterna”. Su amor es
activo; él es el Buen Pastor a la búsqueda de la oveja perdida. Hay que
resistir su gracia a fin de perderse.
Son
auténticas buenas nuevas. Son buenas porque la gracia de Dios imparte al
corazón del creyente el deseo de
abandonar el pecado. Entonces el creyente es movido a la plena obediencia. Dice
Jesús:
Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os haré
descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y
humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es
fácil y mi carga ligera (Mat 11:28-30).
Dura cosa te es dar coces contra el aguijón (Hechos 26:14).
Me
han dicho que el mensaje de 1888 interpreta algunos textos de forma opuesta a
la habitual.
Sí, es
posible. El evangelio en su pureza contraría a menudo la tibieza de la iglesia.
La comprensión habitual que nos ha caracterizado como pueblo, especialmente a
la juventud, es que ser un buen cristiano constituye algo realmente difícil,
y que por el contrario es muy fácil perderse. Jesús dice lo opuesto,
como puede comprobar todo el que quiera recibir sus palabras de vida.
Hay aquí otro
ejemplo de texto que se suele comprender “al revés”:
La carne
desea contra el Espíritu, y el Espíritu contra la carne. Los dos se oponen
entre sí, para que no hagáis lo que quisierais (Gál 5:17)
Muchos hemos
entendido que no podemos hacer las cosas buenas
que querríamos hacer. El mensaje de 1888 lo ve al revés. Si creemos lo buenas
que son las buenas nuevas, el Espíritu Santo demuestra ser más fuerte que la
carne, y puesto que lucha contra la carne, esta pierde, y no podemos hacer las
cosas malas que esa carne nos invita
a hacer. En otras palabras, se trata de un comentario de Romanos 1:16,
donde leemos que el evangelio “es poder de Dios para salvación a todo aquel que
cree” (nuestra palabra “dinamita” deriva del término griego traducido como “poder”).
La luz
predomina sobre las tinieblas; el amor es más fuerte que el odio; la gracia
puede más que el pecado; y el Espíritu Santo es más poderoso que la carne. La
posición de 1888 es correcta, ya que leemos en el versículo 16 de
Gálatas 5: “Vivid según el Espíritu y no satisfaréis los deseos malos de
la carne” (Ver también Rom 8:1-16).
Es
cierto que la Biblia afirma que las buenas nuevas son realmente buenas, pero
¿acaso no destacó Ellen White los aspectos “difíciles” de las buenas nuevas?
Ellen White
no pretendió jamás contradecir la Biblia, y ciertamente nunca se opuso a las
palabras del Señor Jesucristo. De ninguna forma negó el concepto de 1888 sobre
la justificación por la fe. Sin embargo, es muy posible que al leerla
proyectemos en sus escritos nuestras propias ideas arminianas acariciadas
durante años. Podemos ciertamente leerla de la forma en la que los judíos leían
el Antiguo Testamento: con un velo en el corazón (2 Cor 3:14-16).
Cuando ella
habló de “retener la justificación”, el contexto demuestra siempre que se
refería a la justificación por la fe.
Cualquiera que voluntariamente continúa en el pecado, niega con ello su
experiencia de justificación por la fe. Si continúa en pecado, está
teniendo “por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado”
(Heb 10:29), está despreciando la gracia de Dios y retoma la plenitud de
la condenación sobre sí. Pero Ellen White fue en todo caso entusiasta defensora
del hecho de que el sacrificio de Cristo afecta a todo el mundo.
Eso tiene que
significar que no hay anotada en los libros del cielo ninguna deuda legal en contra nuestra a menos que
rechacemos esa justificación efectuada ya en favor nuestro, y que según Romanos
5:18 “la justificación de vida” “vino a todos los hombres”. Cristo anuló la
sentencia condenatoria, clavándola en la cruz (Col 2:13-14).
Es posible
tomar palabras, frases, citas, declaraciones de Ellen White, y encadenarlas de
manera que dé la impresión de que ella negó lo que Jesús dijo a propósito de lo
“fácil” de su yugo y lo “ligera” de su carga. Pero atendiendo a su contexto
veremos que jamás fue su intención el contradecir al Señor Jesús por cuya
sangre se sabía comprada. Observemos su enseñanza:
No
deduzcamos, sin embargo, que el sendero ascendente es difícil y la ruta que
desciende es fácil. A todo lo largo del camino que conduce a la muerte hay
penas y castigos, hay pesares y chascos, hay advertencias para que no se
continúe. El amor de Dios es tal que los desatentos y los obstinados no pueden
destruirse fácilmente. Es verdad que el sendero de Satanás parece atractivo,
pero es todo engaño; en el camino del mal hay remordimiento amargo y dolorosa
congoja … “El camino de los transgresores es duro”, pero las sendas de la
sabiduría son “caminos deleitosos, y todas sus veredas paz” … A lo largo del
áspero camino que conduce a la vida eterna hay también manantiales de gozo para
refrescar a los fatigados (DMJ
117-119).
Si
eso es cierto, la buena nueva resulta ser una excelente nueva, pero ¿cómo hace
el Espíritu Santo para enfrentarse con éxito a la carne?
El Espíritu
Santo viene como Consolador (parakletos).
Su nombre significa ‘llamado para permanecer a nuestro lado y no abandonarnos
jamás’ (para = paralelo, kletos = llamado). No nos abandonará a
menos que lo desechemos (Juan 14:16-18; 16:7-13).
Podemos
encontrar un ejemplo de su modo de obrar en Isaías 30:21: “Entonces tus
oídos oirán a tus espaldas palabra que diga: Este es el camino, andad por él;
ya sea que echéis a la mano derecha, ya sea que torzáis a la mano izquierda”.
Al considerar nuestra vida pasada comprobamos que siempre que cometimos errores
es porque desoímos esa “palabra”.
Nuestra parte
es darle oído, prestarle atención, responderle, permitir que nos guíe. Cuando
nos convence de pecado, nuestra parte es decirle: ‘Gracias, Señor. Lo acepto y
me someto gustoso a ti’. Si nuestra respuesta no es positiva, le estamos
resistiendo, y esa es la única manera en la que podemos perdernos.
El pecado
implica la continua resistencia hacia el Espíritu Santo, darle la espalda,
escoger nuestro camino en lugar del suyo. El mensaje de 1888 revela que Dios
está mucho más deseoso de nuestra salvación de lo que habíamos pensado. La
purificación del santuario corresponde al gran Sumo Sacerdote. Es su obra; no
la nuestra. Sin embargo, debemos cooperar con él, permitir que la lleve a cabo.
¿Podría
saber más acerca de esa nueva luz a propósito de que sea más fácil salvarse que
perderse?
En 2
Corintios Pablo expone esa gran verdad. El apóstol derramó su vida en ilimitado
servicio por Cristo, sufriendo “en trabajos… en azotes… en cárceles… tres veces
he sido azotado con varas; una vez, apedreado; tres veces he padecido
naufragio…” (11:23-28). ¿Por qué no retirarse y dejar esas cargas a los hombres
jóvenes?
A Pablo le
resultaba imposible cesar en la lucha. Ante la acusación de desequilibrio
mental, su defensa fue: “El amor [ágape]
de Cristo nos constriñe” (5:14).
Pablo no
estaba hecho de un material superior, pero vio
algo que aún no hemos visto: el verdadero significado de la cruz de Cristo.
El aprecio a
las magnas dimensiones del ágape, tal
como lo revela la cruz, restaura la motivación perdida para servir al Señor.
Toda motivación centrada en el yo; toda motivación basada en el temor al
castigo, o bien en la esperanza de recompensa, resulta ser pueril, propia de la
niñita que lleva las flores en la ceremonia de la boda mientras piensa en el
pastel que le espera después. En ese sentido cabe decir que está “bajo la ley”
(Rom 6:14). La novia ha descubierto una motivación superior para acudir a
su cita matrimonial: su interés va dirigido hacia el novio, y no tiene tiempo
para pensar en el pastel y el helado. Está “bajo la gracia”, bajo una nueva
motivación impuesta por un aprecio profundo, sincero y maduro, centrado en el
carácter, valor y persona del novio.
Eso, desde
luego, es muy distinto a decir que Pablo fue forzado en contra de su voluntad.
Hubiese podido elegir despreciar la cruz y pisotear al Redentor crucificado.
Pero escogió creer el evangelio. Explicó
así cómo ese amor vino a serle tan poderosa motivación:
Pensando
esto: que si uno murió por todos, luego todos son muertos [si no hubiese muerto
por todos, todos estarían muertos]; y por todos murió, para que los que viven,
ya no vivan para sí, mas para aquel que murió y resucitó por ellos
(2 Cor 5:14-15).
¿Qué significan esos versículos en lenguaje actual?
El amor de
Cristo es una motivación tan poderosa, que al creyente en el evangelio le
resulta imposible seguir viviendo para sí. Se siente ahora motivado a vivir por
Cristo. El poder de ese amor ágape es
la razón que hace fácil la salvación y difícil la perdición, a condición de que
el corazón crea las buenas nuevas.
¿No
dice Mateo 7:14 que salvarse es realmente difícil, en contradicción con el
mensaje de 1888?
Leemos: “Estrecha
es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos la hallan”.
El término
griego traducido por “angosto” es thlibo,
que significa estrecho; ajustado; contenido entre dos vertientes, como en una
garganta formada por dos montañas. Es fácil atravesar un paso estrecho, siempre
que uno se deshaga previamente del equipaje. “Nuestro” equipaje es el amor al
yo.
Sí,
pero dejar mi equipaje es precisamente lo que encuentro tan difícil. No es
fácil rendir el yo.
Eso es muy
cierto a menos que hayamos visto la cruz
de Cristo. Ve al Getsemaní, arrodíllate al lado de Jesús mientras él
transpira gotas de sangre en la agonía de su tentación, y óyele “ofreciéndole
ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas”, óyele orando: “Padre mío, si es
posible, pase de mí este vaso; empero no como yo quiero, sino como tú”
(Mat 26:39). Cuando tu corazón se une con el suyo por la fe, encontrarás
muy fácil abandonar tu equipaje de egoísmo, ya que estarás incorporado en
Cristo. Serás uno con él, apreciando lo que debió entregar para salvarte.
Si hacemos tan buenas las Buenas Nuevas, ¿no hay peligro
de que el resultado sea continuar en pecado?
No, porque el
evangelio “es poder de Dios para salvación” (Rom 1:16). ¡Ninguna otra cosa puede salvarnos del
pecado! El pecador no resulta conmovido por las malas nuevas o por el
temor, sino por la revelación del amor de Dios [“No es el temor al castigo o la esperanza de la
recompensa eterna, lo que induce a los discípulos de Cristo a seguirle.
Contemplan el amor incomparable del Salvador, revelado en su peregrinación en
la tierra desde el pesebre de Belén hasta la cruz del Calvario, y la visión del
Salvador atrae, enternece y subyuga el alma” (DTG 446.2)]. Es “su bondad [la que] te guía
al arrepentimiento” (Rom 2:4). Solamente una tergiversación intencionada
puede hacer que el evangelio se comprenda equivocadamente.
De alguna forma tengo siempre la impresión de que Dios
está presto a juzgarme y condenarme. ¿Puede el mensaje de 1888 proporcionarme
alguna luz que me haga ver el final de ese túnel?
La gran “maquinaria”
celestial está especialmente dedicada a la salvación de los pecadores, no a su
condenación (Juan 3:17). Muchos se sorprenden al conocer que el Padre ha
rehusado juzgar a nadie, y que ha dado todo el juicio al Hijo (Juan 5:22).
El texto dice que declina toda obra de juicio por haberla puesto en manos de
Cristo, debido a que es el Hijo del hombre. Así, puedes estar seguro de que el
Padre jamás te condenará.
La misma
seguridad puedes tener de que Cristo tampoco va a condenarte. Él dijo que
rehusaba juzgar a nadie en el sentido de condenarlo. El único juicio que
pronunciará es el de vindicación, de absolución, para aquellos que aprecian su
cruz: “Al que oye mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo; porque no he
venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo” (Juan 12:47).
Por
consiguiente, todo aquel que sea finalmente condenado, lo será por su propio
juicio incriminatorio, en razón de no haber creído al evangelio: “El que me
rechaza y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he
hablado, ella le juzgará en el último día” (vers. 48).
La “ira” de
la que el Señor quiere salvarnos, no es la “ira de Dios”. La traducción
interlineal de F. Lacueva sobre Rom 5:9, es: “Seremos salvos mediante él
[Cristo] de la ira”. En el día del juicio final Dios quiere ahorrarnos la
terrible experiencia de nuestra propia ira, de aborrecernos a nosotros mismos
por haber desperdiciado una vida en la búsqueda egoísta de nuestros intereses,
por las oportunidades rechazadas y por habernos entregado a una rebelión
enteramente injustificada contra su gracia.
Está
bien concluir que la salvación es fácil si uno cree las buenas nuevas. Pero mi
problema es que me resulta difícil creer.
Esa es una
cuestión muy sincera y muy práctica. Hemos de admitir que lo que nos resulta
más difícil “hacer”, es precisamente creer. Todos hemos nacido, hemos
sido criados, educados, nutridos y condicionados en la incredulidad. Cada
mañana amanecemos como incrédulos, y hemos de ejercer nuevamente el don de la
elección, humillando nuestros corazones y escogiendo creer.
Mil veces
cada día tenemos nuevamente que elegir creer en lo que dice el Señor. “Cada día
muero”, dijo Pablo (1 Cor 15:31). Los hijos de Israel “no pudieron
entrar” en la tierra prometida debido a la incredulidad (Heb 3:12-19;
4:6), y ese sigue siendo aún hoy nuestro problema.
Nuestra
batalla es siempre “la buena batalla de la fe” (1 Tim 6:12). En otras
palabras, consiste en aprender a creer.
¿Cómo puedo aprender a creer?
Una escritora
inspirada nos ha dicho que jamás podemos perecer si aprendemos a orar cierta
oración muy concreta y simple. La encontramos en Marcos 9, donde el angustiado
padre de un niño endemoniado clamaba a Jesús: “Si puedes algo, ayúdanos
teniendo misericordia de nosotros” (vers. 22). Jesús le dio la vuelta a ese “si”
condicional, y le dijo al padre: “Si puedes creer, al que cree todo es posible”.
Parecería que
Jesús estaba casi provocándole, haciéndole entrever una bendición que quedaba
más allá de su alcance, como tan a menudo sentimos también nosotros. El hombre
reconoció sinceramente su dificultad para creer. Entonces rompió en lágrimas
echándose a los pies de Jesús, y oró así: “Creo, ayuda mi incredulidad” (vers.
23-24). Refiriéndose a ese episodio, en la página 396 de El Deseado, leemos: “Nunca pereceremos mientras hagamos esto, nunca”.
Dios “repartió
una medida de fe” a cada uno (Rom 12:3). En otras palabras: el Señor ha
concedido a cada uno de nosotros la capacidad de creer. La palabra “medida” es metron, algo así como un vaso graduado
para cuantificar el volumen de un líquido. Significa que Dios “repartió a cada
uno” la capacidad de creer. Nadie podrá recriminarle en el juicio por haberle
negado esa “medida”.
Para poder
creer, hay que oír primero las buenas nuevas. No podemos originar la fe a
partir de nosotros mismos, sino a partir de una comprensión del amor de Dios.
Nadie posee en sí mismo el mecanismo de inicio. No podemos obrar nuestra propia
expiación, sólo la revelación de Cristo puede hacerlo.
Hasta la propia
fe es un don de Dios (Efe 2:8). “¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual
no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin
haber quien les predique? … ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la
paz, de los que anuncian buenas nuevas! … Así que la fe viene del oír; y el
oír, por medio de la palabra de Dios” (Rom 10:14-17).
En el momento
en que oyes el más tenue inicio de esas buenas nuevas, toma la determinación de
creerlas inmediatamente. Jamás dejes para más tarde responder a ese silbo
apacible.
El
que sea fácil la salvación ¿significa que no tenemos ninguna batalla que
luchar?
Tenemos una
terrible batalla por luchar, pero no está en el terreno en donde habíamos
supuesto que tendría que estar —el de la obediencia y las obras que no vemos la
forma de realizar. La auténtica batalla tiene que ver con la incredulidad que
tan profundamente arraiga en nosotros. Se trata de la que Pablo llama “la buena
batalla de la fe” (1 Tim 6:12).
¡Peléala!
Ábrete camino a través de ese laberinto de tinieblas hasta la luz que brilla
más allá. Si eso te toma tiempo, será tiempo bien empleado. Aunque signifique
horas, o hasta días de oración y ayuno, saldrás victorioso. Vale la pena luchar
esa batalla. Si la rehúyes tendrás que enfrentar continuamente la convicción de
tu pecado de incredulidad.
¡Necesito
auxilio en esa batalla!
En la Biblia
encontrarás la ayuda que precisas. David tuvo que luchar una y otra vez esa
misma batalla. Lee sus Salmos. Elige creer, incluso cuando todo parece estar en
tinieblas, y podrás decir con él: “Oh Jehová, ciertamente yo soy tu siervo,
siervo tuyo soy, hijo de tu sierva; tú sueltas mis ligaduras”
(Sal 116:16). Tus pies estarán entonces afirmados sobre la sólida Roca, y
tu corazón entonará un cántico nuevo (40:1-4).
Pero toda esa
“batalla” no significa que sea más difícil ser salvo que perderse, o más fácil
perderse que ser salvo. Los ángeles del cielo están de tu parte; el Espíritu
Santo contiende contra tu carne; Cristo es el Buen Pastor que te está buscando
y procura llevarte a su Refugio seguro. Tienes constantes evidencias de su
gracia. Todo ello hace que tu salvación sea fácil si eliges creer.
Pero si
eligieras lo contrario habrás de hacer frente a una agotadora lucha por
asfixiar la convicción del Espíritu Santo. Habrás de acallar su constante
súplica por evitar que crucifiques nuevamente a Cristo, y eso resulta duro —difícil— para todo corazón
sincero.
Necesitas
comprender la verdad de que Dios el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son tus
amigos, no tus enemigos. Incluso si pasaste tu vida en las tinieblas, comienza
ya a agradecer al Señor por la luz que eres todavía incapaz de ver, por las
bendiciones que aún no puedes apreciar. Si Dios “llama las cosas que no son
como si fueran”, es tiempo de que tú comiences a hacer lo mismo y creas a su
palabra. La luz te está alumbrando ya, puesto que Cristo es “la luz verdadera,
que alumbra a todo hombre que viene a este mundo” (Juan 1:9).
En el libro
de Bunyan El Progreso del Peregrino,
vemos a Cristiano en su camino hacia la ciudad celestial. Evangelista, señalando
a la distancia, le pregunta “¿Ves allá a lo lejos aquella puerta?” Cristiano
responde: “No la veo”. Evangelista vuelve a preguntarle: “¿Ves allí aquella
tenue luz?” Cristiano responde sabiamente, en nombre de todos nosotros, nacidos
como fuimos en la incredulidad: “Creo
verla”. Evangelista le dice entonces: “Mantenla siempre ante tus ojos y
llegarás a la puerta”.
Si te cuesta
divisar aquella luz, con seguridad habrá una zona en la que la oscuridad no sea
tan densa como en el resto. “Mantenla siempre ante tus ojos” y llegarás a ver
la luz.
Si
Dios es nuestro amigo, ¿qué responderemos a la pregunta: ‘mata Dios’? ¿Cómo ver
esa cuestión?
No es un tema
agradable de tratar. ¡Tampoco agrada a Dios! No ha de ser el centro de nuestra
predicación, y trataremos de evitarlo en lo posible. Desde luego, podemos estar
seguros de que nuestro Padre celestial no es un cruel tirano peor que Nerón,
Hitler o Stalin, alguien sádico y vengativo hacia los desafortunados que hayan
descuidado su preparación para entrar en la Nueva Jerusalén.
Pero tampoco
nos entregaremos a tortuosos intentos de interpretar o contradecir la clara
enseñanza de las Escrituras a propósito de que el Señor, en ciertas ocasiones,
ha destruido a personas de forma ejecutiva y sumaria. Las tales estaban en
abierta e irreversible rebelión contra el plan de la salvación, y eran una
maldición para ellas mismas y para los demás.
El carácter
de Dios es el ágape. Lo ha sido
siempre, y siempre lo será. Pero eso no significa que no exista sentencia
ejecutiva divinamente pronunciada sobre los malvados que no se hayan
arrepentido finalmente. Ha de llegar un tiempo en el que les retire el don de
la vida que despreciaron. La Biblia nos habla de Dios efectuando aquello que
deseó evitar.
En un juicio
tal, Dios no actuará aisladamente. Será ratificado por el universo entero
(Apoc 16:5-7). El dejar de sostener a los malvados es para él una “extraña
obra” (Isa 28:21). Sin embargo, no deja de ser una revelación más de su
amor, ya que en nada beneficiaría el perpetuar la existencia de personas que
viviesen solamente para cosechar miseria e infelicidad.
Los
mensajeros de 1888 destacaron el carácter de amor de Dios, incluso al referirse
a la suerte final de los perdidos:
Por
otra parte, la consumación de la obra del evangelio significa precisamente la
destrucción de todos quienes hayan dejado de recibir el evangelio (2 Tes
1:7-10), ya que no es la voluntad del Señor preservar la vida a hombres cuyo
único fin sería acumular miseria sobre sí mismos (A.T. Jones, El Camino consagrado a la perfección cristiana 100).
El incrédulo
que rechaza al Salvador, “ya ha sido condenado, porque no ha creído en
el nombre del unigénito Hijo de Dios” (Juan 3:18). Está viviendo ya bajo la
sentencia de juicio [obsérvese que la causa de la condenación NO es la naturaleza
caída con la que uno nace, ni TAMPOCO el pecado de Adán supuestamente pasando de
generación en generación, sino una decisión rebelde de la voluntad
individual que desprecia el don de la salvación en Cristo. Ver Marcos 16:16].
Cuando Dios
se ve obligado a retirar ese subsidio vital que los perdidos despreciaron de
forma repetida y final, estos tienen que perecer. De hecho, enfrentarse a Dios
en el juicio significará la autodestrucción para aquellos impenitentes, “porque
nuestro Dios es un fuego consumidor” para el pecado (Heb 12:29). Por lo
tanto, los que se aferraron al pecado tal como hace la viña al árbol que le da
soporte, tienen que perecer junto con el pecado.
¿Nos proporciona Ellen White alguna ayuda al respecto?
Aunque no
podemos citarlos todos, reproducimos algunos fragmentos en los que puede
apreciarse su posición en armonía con lo expuesto anteriormente:
“Todo
lo que el hombre siembre, eso también segará” (Gál 6:7). Dios no destruye a
ningún hombre. Cada hombre que sea destruido se destruirá a sí mismo. Cuando
una persona rechaza las amonestaciones de la conciencia, siembra las semillas
de la incredulidad, y estas producen una segura cosecha (NEV 28.4).
Dios
no asume nunca para con el pecador la actitud de un verdugo que ejecuta la sentencia
contra la transgresión; sino que abandona a su propia suerte a los que rechazan
su misericordia, para que recojan los frutos de lo que sembraron sus propias
manos (CS 34.1; granate 40).
Dios
ha declarado que el pecado debe ser destruido por ser un mal ruinoso para el
universo. Los que se adhieren al pecado perecerán cuando este sea destruido (PVGM 94.2).
¿Cómo tendrá
lugar esa “cosecha”, esa destrucción? Ellen White no se contradice. Lo que
sigue da la clave para resolver aparentes contradicciones, y demuestra la
perfecta armonía que caracteriza sus numerosas declaraciones:
Cristo
dice: “Todos los que me aborrecen, aman la muerte”. Dios les da la existencia
por un tiempo para que desarrollen su carácter y revelen sus principios.
Logrado esto, reciben los resultados de su propia elección. Por una vida de
rebelión, Satanás y todos los que se unen con él se colocan de tal manera en desarmonía
con Dios que la misma presencia de él es para ellos un fuego consumidor. La
gloria de Aquel que es amor los destruye (DTG
712.4).
¿Destruye,
pues, Dios finalmente a los malvados en el día final?
Pablo declara
que “la paga del pecado es muerte” (Rom 6:23). Una traducción alternativa
sería: “El pecado paga su propio salario: la muerte” [“La muerte viene por el pecado. ‘El pecado entró en
el mundo por un hombre y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos
los hombres, por cuanto todos pecaron’ (Rom 5:12). La muerte sigue al pecado
allá donde esté. No es simplemente que el pecado traiga la muerte en su
estela: la trae en su seno. El pecado y la muerte son inseparables;
el uno es parte del otro. Es imposible abrir la puerta lo suficiente como para
que pase sólo el pecado, dejando afuera la muerte. Por pequeña que sea la
rendija, si es lo suficiente como para que pase el pecado, la muerte entra con
él” (E.J. Waggoner, El Pacto eterno 100)]. Si uno
muere de cáncer de pulmón tras haber fumado durante años, ¿podríamos decir que
Dios lo destruyó? En cierto sentido sí, puesto que son las leyes de Dios las
que el fumador transgredió. Pero ciertamente, se ha destruido a sí mismo según
la mejor comprensión del pensamiento humano.
En este tema
están fuera de lugar la controversia y los anatemas. Hay que ser cuidadosos con
dividir congregaciones y desanimar a los hermanos. Podemos encontrar diez
lugares en la Escritura que dicen que Dios endureció el corazón de Faraón, y
otros diez que dicen que fue él quien endureció su propio corazón (Éxodo 8:15
y 32 y 9:12, etc.).
Si damos
lugar al odio o el resentimiento a propósito de ese u otros puntos
controvertidos, podemos terminar autodestruyéndonos, ya que “todo aquel que
aborrece a su hermano es homicida” (1 Juan 3:15).
¿Cómo
encaja el arrepentimiento en la justificación?
La bondad de
Dios está llevando ya al arrepentimiento a toda alma humana
(Rom 2:4). Se trata de un maravilloso don de Dios (Hechos 5:31).
Puesto que es el pecado lo que trae la infelicidad, miseria y vanos pesares,
apartarse de ese pecado lleva indefectiblemente a la felicidad.
El hijo de
Dios confiesa todo su pecado conocido, y disfruta hoy de la alegría de la
salvación por la fe; pero mañana reconoce un nivel más profundo de pecado que
hoy le era desconocido. Eso es la evidencia de que ha venido el Consolador, cuya
primera función es convencer de pecado (Juan 16:8). ¡Bendita obra! Si no
nos señalase el pecado que hay en nosotros, habríamos de perecer finalmente con
él. Mientras dura este gran día de la expiación, el Espíritu Santo avanza en
esa obra.
“Donde el
pecado abundó, sobreabundó la gracia”… Entonces, cuando el Señor, mediante su
ley, nos ha dado el conocimiento del pecado, en ese mismo momento la gracia es
mucho más abundante que el conocimiento del pecado. Por lo tanto, no hay lugar
para el desánimo ante la visión de los pecados, ¿no os parece?… ¡Es el
Consolador quien reprueba! Por lo tanto, ¿qué es lo que obtendremos del
reproche de nuestro pecado? [Congregación: ‘Consuelo’] (A.T. Jones, General Conference Bulletin,
27 febrero 1893, nº 18).
Y el proceso
continúa durante toda la vida. En todo momento puntual hay un nivel de “y tú no
conoces que eres…” en la experiencia del corazón. “En cada paso que demos en la
vida cristiana, se ahondará nuestro arrepentimiento” (PVGM 125.1). Esa es la obra que avanza en la tierra paralelamente
con la purificación del santuario en el cielo.
A
primera vista se diría que esa no es una obra maravillosa, sino más bien una
agonía sin fin…
Descubrir el
destino final de una vida desperdiciada en el egoísmo y el pecado no tiene por
fin el quedar abrumado y desanimado. Cuanto más cerca de Cristo vayamos, mayor
arrepentimiento experimentaremos, pero Cristo también experimentó
arrepentimiento en favor nuestro. El arrepentimiento se hace realidad, y
significa verdadera paz y felicidad para el alma.
Vemos los
pecados de los demás como los nuestros propios, de no ser por la gracia de
Dios. Puesto que Cristo no pecó, sino que experimentó el arrepentimiento en
favor de los pecados del mundo, el suyo tuvo necesariamente que tratarse de un
arrepentimiento CORPORATIVO [esto es, identificado con el “cuerpo” de la raza humana.
InCORPOrando a su confesión pecados que no son propios o personales, de ahí el
término CORPOrativo. Para una mayor comprensión del arrepentimiento
corporativo, ver “Sé pues celoso y arrepiéntete, pueblo
mío”, del mismo autor] (ver Ellen
White, General Conference Bulletin
1901, 36). Jamás habremos confesado realmente nuestros pecados hasta
reconocer que nuestra verdadera culpabilidad consiste en el pecado del mundo,
del que únicamente nos libra la gracia de Cristo. Jamás podemos decir que
seamos por naturaleza mejores que cualquiera de nuestros semejantes. Toda
bondad que en nosotros pueda haber, es entera y únicamente la que Cristo nos da.
¿Qué
significa el perdón?
Para
apreciarlo en su verdadera dimensión debemos comprender su finalidad y alcance.
Una comprensión superficial de nuestro pecado no puede resultar más que en un
perdón superficial, lo que a su vez producirá solamente una felicidad
igualmente superficial. No nos valdrá en la hora de nuestra gran necesidad.
La palabra
griega empleada para perdón significa quitar el pecado ahora. Quien ha sido
verdaderamente perdonado, odiará el pecado que se le perdonó. En inglés, la
palabra perdón (forgiveness) da la
idea de “cesión” (give for), o
transferencia en favor de Alguien que cargó con el pecado y su castigo.
Permitamos,
pues, que el Espíritu Santo avance en su obra. No le impidamos o resistamos.
Recibe el nombre de Consolador debido a que el reconocimiento de nuestro pecado
constituye ciertamente buenas nuevas consoladoras: significa que hay esperanza
para nosotros.
Si estuvieses
afecto de un cáncer del que no tuvieses conocimiento, quedarías condenado por
el mismo. Pero si un médico competente te informa con veracidad, de manera que
el tumor pueda serte inmediatamente extirpado a fin de salvarte la vida, ¿acaso
no se trataría de buenas nuevas?
Recuerda que
cuando el Consolador te convence de pecado es para que puedas aprender a
comprender las necesidades del corazón de los demás. Está pronto a llegar el
día en el que nuestras oraciones estarán centradas en los demás, incluso
centradas en Cristo, más bien que centradas en mí o en nosotros. Habrá llegado
por fin el día en que oraremos verdaderamente ‘en nombre de Jesús’.
Admitiendo
que sea fácil ser salvo, ¿no es acaso fácil perder entonces nuestra salvación?
Me resulta difícil ser constante en un programa devocional.
La
justificación siempre tiene lugar “por
la fe”, nunca por las obras. Por lo tanto, la justificación por la fe no es “difícil
de retener”, como algunos piensan, a menos que resulte difícil creer.
Y la
santificación tiene lugar “por la fe” tanto como la justificación. Algunos
niegan tal cosa, pero el mismo Jesús lo reveló en pasajes como el de
Hechos 26:18: “Para que reciban, por la fe que es en mí, remisión de
pecados y suerte entre los santificados”.
De manera que
el problema vuelve al terreno de la fe. “Por lo tanto, de la manera que
recibisteis al Señor Jesucristo, andad así en él” (Col 2:6). ¿Cómo lo
recibimos? —Por la fe. ¿Cómo, pues, hemos de andar en él, en lo sucesivo? —Evidentemente,
por la fe.
He
oído que, si bien Cristo pone en marcha el proceso de despegue, nosotros
debemos continuar volando por nosotros mismos, manteniendo una velocidad de
crucero que impida la caída del avión.
Los
legalistas que había entre los Gálatas evidentemente creían que solamente la
justificación inicial tenía lugar por la fe, debiendo después mantener la vida
cristiana a base de buenas obras. Pablo les dijo sin rodeos: “¿Recibisteis el
Espíritu por las obras de la ley, o por el oír de la fe? ¿Tan necios sois? ¿Habiendo
comenzado por el Espíritu, ahora os perfeccionáis por la carne?” (Gál 3:2-3).
Nuestra
salvación no depende de que tomemos firmemente la mano de Dios, sino de que
creamos que él está tomando la nuestra (Isa 41:10 y 13).
Sé
que tengo que ‘estudiar la Biblia, orar y dar testimonio’ a fin de retener la
salvación. Esas son precisamente las cosas que encuentro difícil hacer.
Es bueno leer
la Biblia, orar y dar testimonio, pero la práctica de esas cosas a modo de
obras, no es la manera de retener la salvación. Si es cierto que Dios toma la
iniciativa en nuestra salvación, es igualmente cierto que él mantiene esa misma
iniciativa en lo sucesivo.
Dicho de otro
modo: una vez comienzas la vida cristiana, el Señor no desaparece tal como hace
el vendedor de un vehículo después de consumarse la compra. Luchar por nosotros
mismos nos produce desánimo y nos endurece el corazón.
El Buen
Pastor sigue tomando la iniciativa en la búsqueda de su oveja perdida. Llama
aún a la puerta del corazón. Y “el que comenzó en vosotros la buena obra, la
perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Fil 1:6). Jamás hemos de pensar
que nuestro divino Amigo se haya vuelto indiferente hacia nosotros.
¿Cómo mantuvo
Cristo, en su humanidad, la proximidad con su Padre? Él fue humano. Sus días
tenían las mismas 24 horas que tienen los nuestros. Estuvo atareado, como lo
podamos estar nosotros, y necesitaba dormir tanto como nosotros. Nos
proporciona una sorprendente revelación a propósito de su vida devocional: era el Padre quien mantenía la iniciativa.
Refiriéndose a su vida de oración y estudio de la Biblia, dice Jesús en la
profecía:
Jehová el
Señor me dio lengua de sabios, para saber hablar palabras al cansado; despertará
mañana tras mañana, despertará mi oído para que escuche como los sabios
(Isa 50:4).
Su Padre le
despertaba, mañana tras mañana, para que pudiese oír y aprender [“En las primeras horas del nuevo día, Dios lo despertaba de su
sueño, y su alma y sus labios eran ungidos con gracia para que pudiese impartir
a los demás” (PVGM 105.1)]. El Señor promete alimento nutritivo para todos aquellos que “tienen
hambre y sed de justicia” (Mat 5:6). Puesto que no hay más que un solo tipo de
justicia (la que es por la fe), lo que el Señor está virtualmente diciendo es
que una vida de más y más hambre de justicia por la fe, es una vida bienaventurada. Estás deseoso de saber
más y más, y nunca satisfecho con lo que aprendiste ayer; no más de lo que sacian
tu hambre de hoy los alimentos que comiste ayer.
No comemos
nuestro alimento cotidiano porque la Biblia nos diga que así tenemos que
hacerlo ni porque Ellen White nos lo diga. Comemos porque tenemos hambre. En
ese sentido, el mendigo hambriento en un país pobre está en mucho mejor
condición que el millonario enfermo que perdió totalmente el apetito.
Los ministros
del evangelio tenemos aquí un problema especial. Nos solemos conformar
fácilmente con aquello que aprendimos en las universidades y seminarios, o con
lo que aprendimos preparando el sermón hace una semana.
La Biblia
expone ante nosotros un Padre celestial, un Salvador y un Espíritu Santo llenos
de ferviente amor, deseosos de comunicarse con nosotros. Nos invitan
continuamente a acudir a su “cena”, ahora bien, si no tenemos hambre, no
querremos ir.
¿Cómo
obtener esa hambre y sed?
El Señor las
da a quienes oyen y creen las buenas nuevas. Querrás más y más, como cuando
pruebas algo delicioso al paladar. No tendrás que castigarte con la alarma del
despertador, ni tampoco habrás de forzarte a leer o a orar, ni a ninguna otra “obra”.
No nos
resulta difícil convertir un programa devocional en “obras”. Charles Wesley
escribió muy sabiamente el himno que lleva por título: “Jesus, Lover of my
soul”, incluso aunque la Iglesia de Inglaterra se escandalizó por ese concepto.
El Señor es el Amante divino de tu alma [Juan 13:1; Oseas 11:3-4]. Es imposible
evitar ese amor. Nunca te dejará; te persigue, te busca, te llama. Cada gota de
su sangre derramada por ti en el Calvario, lo firma con letras carmesí.
Pero
observemos cómo respondía Jesús a la iniciativa cotidiana de su Padre, quien le
despertaba “mañana tras mañana” para enseñarle:
El
Señor, el Eterno, me abrió el oído, y no fui rebelde ni me volví atrás
(Isa 50:5).
¡Cuán a
menudo hemos sido rebeldes y hemos desoído su llamar a nuestra puerta, en las
mañanas! A veces ha sido porque nos quedamos la noche anterior viendo aquel
programa de televisión, de tal manera que nos privamos del debido descanso y
nos hacemos insensibles a sus llamados. ¡Esa es una de las razones por las que
la Escritura declara que el día comienza con la salida del sol!
El propósito
del mensaje de la justicia de Cristo dado en 1888 es precisamente despertar en
nuestras almas esa hambre y sed. El evangelio es el pan de vida, y una vez lo pruebas,
desearás siempre “comer” de él sin que nada te haya de forzar a hacerlo:
¡buenas nuevas de gran gozo! Es extraordinario estar siempre hambriento y
sediento de ellas. Los entretenimientos y diversiones mundanos, los deportes,
la televisión, los propósitos vanos, la posesión y la compra compulsivas, todos
ellos pierden su encanto falaz cuando “gustas” el evangelio en su pureza.
Muchos dan hoy testimonio de que su alma experimentó esa hambre al oír o leer
las verdades del mensaje de 1888.
¿Y
si lo intentamos, pero no llegamos a sentir ese “hambre”?
Lo anterior
no significa que nunca haya un lugar para la “alimentación forzosa”. Una
persona gravemente enferma puede requerir temporalmente el aporte de nutrientes
por vía intravenosa. Pero esa, desde luego, no es la forma más sana de vivir. Y
nunca podemos esperar obtener salud mediante el consumo de cápsulas y pastillas
en sustitución del alimento saludable. Cinco o diez minutos de lectura forzada
y apresurada de la Biblia, junto a alguna oración esporádica y casual, no
constituyen el alimento espiritual adecuado.
Cuando
enfermas, ¿no te tomas un día sin ir al trabajo o a la escuela, a fin de
mantenerte en cama y recuperarte? ¿Por qué no dedicar un día entero al ayuno y
oración? No buscas al Señor como si estuviese tratando de esconderse de ti,
sino tomándote el tiempo para apreciar la forma en que él te está buscando.
Eso es a lo
que se refiere Isaías, al rogar: “Buscad a Jehová mientras puede ser hallado,
llamadle en tanto que está cercano” (55:6). No está escondiéndose de ti, sino
que “está cercano” (el término hebreo que se ha traducido por “buscad”,
significa averiguar, prestar atención. Puedes ver un ejemplo de su uso en
1 Sam 28:7).
Cree
confiadamente que el Señor cumplirá la promesa que te hace. Él dice ser “galardonador
de los que le buscan” (Heb 11:6). Una vez más, tu parte consiste en creerlo.
Tengo
un problema con el mensaje del tercer ángel de Apocalipsis 14:9-11. Se
supone que habría de consistir en buenas nuevas de “justicia por la fe”, pero a
mí me da la impresión de ser nuevas aterradoras
Sí, parece haber un aterrador “fuego y
azufre” impregnando el mensaje del tercer ángel de Apocalipsis 14:9-11.
Muchos jóvenes creer ver allí un cuadro desgarrador de pecadores sin esperanza
retorciéndose día y noche en el tormento. Para empeorar las cosas, los “santos
ángeles” y Jesús mismo parecen
alegrarse al presenciar esa agonía humana sin precedentes.
¿Cuál es la
ofensa principal de esa gente agonizante, según Ellen White? Da la impresión de
que es simplemente haber confundido un día de adoración por otro. ¿Puede ser
eso así? Esto es lo que dice el mensaje del tercer ángel:
Si alguno
adora a la bestia y a su imagen, y recibe la marca en su frente o en su mano,
él también beberá del vino del furor de Dios, que ha sido vertido puro en el
cáliz de su ira; y será atormentado con fuego y azufre delante de los santos
ángeles y en presencia del Cordero; y el humo de su tormento sube por los
siglos de los siglos. Y no tienen reposo de día ni de noche los que adoran a la
bestia y a su imagen, ni nadie que reciba la marca de su nombre.
En apariencia
eso llega a muchas personas como un llamamiento por la vía del miedo. No hay ni
una palabra ahí a propósito de la gracia, ninguna mención de la cruz o del amor
de Dios; hasta la misma compasión parece estar ausente, ya que el “furor de
Dios” se vierte puro, sin mezcla de misericordia.
Y todo ese
enojo celestial parece estar causado por la simple cuestión de la observancia
de… ¡un día, en lugar de otro!
El problema
más grave que la juventud tiene con ese texto, es la impresión que se llevan de
los “ángeles santos” y Jesús, presidiendo lo que perciben como una sesión de
tortura. Aunque podamos rechazar tal impresión con piadosa indignación, sigue
habiendo gente que ve de esa forma el pasaje bíblico referido.
Para quienes
ven luz en el mensaje de 1888 de la gracia sobreabundante, se añade un problema
más: ¿cómo pudo Ellen White identificar esa aparente
escena de terror, con el evangelio? Para ella, “el mensaje del tercer ángel en
verdad” es “muy precioso” (RH 1
abril, 1890). Por temor a enfrentar ese desafío, muchos pastores han dejado de
presentar el “mensaje del tercer ángel”.
¿Cómo
se relaciona ese mensaje del tercer ángel con el evangelio de la justicia por
la fe?
¿Podemos
encontrar ayuda en la propia Biblia?
Obviamente,
significa mucho más de lo que hemos asumido superficialmente. Así debe ser, pues
Ellen White afirmó:
No
hay sino pocos, de entre aquellos que pretenden creerlo, que comprendan el
mensaje del tercer ángel, y sin embargo, es el mensaje para este tiempo… Dijo
mi guía: “Hay mucha luz que tiene todavía que brillar a partir de la ley de
Dios y el evangelio de justicia. Este mensaje, comprendido en su verdadero
carácter y proclamado en el Espíritu, llenará la tierra con su gloria” (MS 15, 1888; The Ellen G. White 1888
Materials 165-166).
¿No
parece como si Dios se hubiese “extralimitado” en ese pasaje?
Consideremos
más de cerca el lenguaje original. Nos da una impresión muy diferente a la de
un Dios airado. Algunos términos griegos han sido traducidos de tal manera que
sugieren ese carácter implacable. Sin embargo, debidamente comprendidos, nos
proporcionan buenas nuevas:
a. El “furor de
Dios” es thymos, una palabra que
denota celo o pasión, más que furor. Por ejemplo, thymos se emplea en el mensaje del segundo ángel para describir el “furor
de su fornicación” (de Babilonia). ¿Solemos imaginar la fornicación como una
explosión de furor? No: la asimilamos más bien a la indulgencia de una pasión
incontrolada.
La versión ‘Dios habla hoy’ traduce así el versículo 8: “¡Cayó, cayó la gran
Babilonia, la que emborrachó a todas las naciones con el vino de su pasión
inmoral!” Babilonia ha emborrachado a las naciones con la pasión incontrolada
de su adulterio espiritual. El tercer ángel “siguió” luego a esa nueva
expansión de la maldad, diciendo que Dios no puede dejar de reaccionar en
consecuencia con el celo de su justa indignación. Cristo murió para redimir a
los habitantes del mundo, y resulta que Babilonia está arruinando al mundo. Eso
presenta a Dios en una luz deferente.
b. El cáliz de
su “ira” es orge, palabra de la que
deriva “orgía”. Una vez más, la noción no es tanto “ira” como pérdida o
abandono de freno o restricción. No es que Dios albergue el más mínimo
resentimiento contra esos desdichados pecadores. Él experimenta una reacción
divina, amante y totalmente justa ante la maldad del pecado que produce dolor y
muerte en ese mundo que él hizo perfecto. Su respuesta última de carácter
judicial ante el pecado es tanto un acto del amor ágape de Dios, como lo fue el sacrificio de Cristo por el pecado.
La divina respuesta tiene que brotar por fin libre de restricción, dado que los
malvados tomaron su decisión final en favor del pecado y sus trágicas
consecuencias. La decisión divina los sorprende procurando destruir a su
pueblo, la expresión corporativa de la Esposa de Cristo.
c. La
descripción de los perdidos siendo atormentados “delante de los santos ángeles
y en presencia del Cordero” es enopion
(delante de) en el original griego, compuesto de en y ops: literalmente, a
la vista de sus ojos. La idea no es que el cielo se goce de alguna manera en
ver su tormento, tal como hacían los inquisidores ante la contemplación de un auto da fe. El “tormento” de los que
reciben la marca de la bestia es totalmente
autoinfligido.
En Apocalipsis 6:16 se presenta a los impíos procurando esconderse “del
rostro del que está sentado sobre el trono”. En el capítulo 14, la aparición de
ese rostro ‘a la vista de sus ojos’ es lo que ocasiona el “tormento”. No es un
miedo al dolor y el castigo como el que siente el esclavo ante la expectativa
del látigo de su amo, sino la aguda condenación de sentir por fin la plena
realidad de su culpabilidad, en contraste con la total justicia del Cordero a
quien han despreciado y ultrajado.
Ellen White comenta cómo ver el rostro de Jesús y oír su voz
significará tormento para los impíos:
Los
impíos piden ser sepultados bajo las rocas de las montañas, antes que ver la
cara de Aquel a quien han despreciado y rechazado.
Conocen
esa voz que penetra hasta el oído de los muertos. ¡Cuántas veces sus tiernas y
quejumbrosas modulaciones no los han llamado al arrepentimiento! ¡Cuántas veces
no ha sido oída en las conmovedoras exhortaciones de un amigo, de un hermano,
de un Redentor! Para los que rechazaron su gracia, ninguna otra podría estar
tan llena de condenación ni tan cargada de acusaciones, como esa voz que tan a
menudo exhortó con estas palabras: “Volveos, volveos de vuestros caminos malos,
pues ¿por qué moriréis?”… Esa voz despierta recuerdos que ellos quisieran
borrar, de avisos despreciados, de invitaciones rechazadas, de privilegios
desdeñados… En vano procuran esconderse de la divina majestad cuya presencia
sobrepuja el resplandor del sol (CS 625.3-4
y 648.1; granate 700 y 725).
Correctamente
comprendido, “el mensaje del tercer ángel en verdad” invita al pecador a que se
arrepienta para permanecer en pie ‘a la vista de sus ojos’, “delante de los
santos ángeles y en presencia del Cordero” sin temor, vergüenza ni culpa. Tal
es la medida última de su gracia. Una iglesia mundial, y el mundo mismo, están
esperando oír este mensaje en su plenitud.
He
oído decir que no importa lo que uno crea sobre la naturaleza de Cristo. ¿Es
así?
Permitiremos
que uno de los mensajeros de 1888 responda a esa cuestión. Waggoner señala la
importancia capital de que veamos a Cristo tal como él es realmente. Así
comienza el primer libro que publicó tras la asamblea de Minneapolis, mostrando
la prominencia de ese componente del mensaje:
En
el primer versículo del tercer capítulo de Hebreos leemos una exhortación que
comprende todo mandato dado al cristiano. Es esta: “Por lo tanto, hermanos
santos, participantes del llamado celestial, considerad al Apóstol y Sumo
Sacerdote de la fe que profesamos, a Jesús”. Hacer esto tal como indica la
Biblia, considerar a Cristo continua e inteligentemente tal como él es, lo
transformará a uno en un cristiano perfecto, puesto que “contemplando somos transformados”
(E.J. Waggoner, Cristo y su justicia 5).
¿Cuál
fue la posición de los mensajeros de 1888 sobre la naturaleza humana de Cristo?
Ambos
comprendieron que Cristo tomó sobre su naturaleza sin pecado nuestra naturaleza
caída, pecaminosa [también Ellen White empleó esa terminología: “A
pesar de la humillación que implicaba tomar sobre sí nuestra naturaleza caída,
la voz del cielo lo declaró Hijo del Eterno” DTG 86.6; granate 87). “En
él no había engaño ni pecado; siempre fue puro e incontaminado. Sin embargo,
tomó sobre sí nuestra naturaleza pecaminosa” (Desde el corazón 38; RH
22 agosto 1907). “Él tomó sobre su naturaleza sin pecado nuestra naturaleza
pecaminosa, para saber cómo socorrer a los que son tentados” (MM 237.3;
granate 238)]. Siendo así,
pudo ser tentado en todo como lo somos nosotros. Pudo vencer a Satanás,
condenar al pecado en la carne, y puede “venir en auxilio” para salvarnos
cuando somos tentados. Sin embargo, no pecó (Heb 2:14-18 y 4:15). Nunca se
puso en duda la plena divinidad de Cristo. Ese no fue un tema sometido a
discusión.
¿Por
qué fue esa comprensión tan esencial para el mensaje?
Era tan
esencial porque el mensaje presentaba a Cristo como al “Salvador que está
cercano, a la mano; no alejado”, tal como Ellen White declaró [“Sentimos la necesidad de presentar a Cristo como un Salvador
que no está lejos, sino cerca, a la mano” (3MS 205.1)]. Su idea del
evangelio constituía buenas nuevas gloriosas de un Salvador poderoso para
salvar del pecado y para preparar un
pueblo para la venida del Señor.
Su enseñanza
implica que si Cristo hubiese tomado solamente la naturaleza humana impecable
que tenía Adán antes de la caída, habría podido ser el Salvador de Adán, pero
nosotros, sus hijos e hijas caídos, careceríamos de la seguridad de que él
puede salvarnos del pecado.
Por el
contrario, comprendiendo claramente que Cristo tomó una naturaleza humana
idéntica a la nuestra, y que fue tentado en todo como lo somos nosotros —pero
sin pecar— podemos esperar la victoria “así como yo [Cristo] he vencido”. El
pecado deja de ser el monstruo todopoderoso que (como muchos parecen creer)
venía “demostrando” que Dios estaba equivocado. Ese es un asunto de importancia
capital en el conflicto de los siglos.
Tanto Jones
como Waggoner comprendieron que la gran controversia no puede resolverse
simplemente mediante el pago de una deuda en términos penales por parte de
Cristo, y sustituyendo desde el punto de vista legal nuestro continuo pecar. Su
pueblo ha de vencer como él venció.
¿Cómo
respondieron los mensajeros de
Waggoner
respondió así a la cuestión:
No
os hagáis una idea equivocada. No vayáis a pensar que vosotros y yo llegaremos
alguna vez a ser tan buenos como para poder vivir independientemente del Señor.
No soñéis con que este cuerpo sea convertido. Si así lo hacéis, caeréis en
grave quebranto y pecado abyecto… Cuando el hombre alberga la idea de que su
carne es impecable y que todos sus impulsos vienen de Dios, está confundiendo
su carne pecaminosa con el Espíritu de Dios. Está sustituyendo a Dios por él
mismo; está poniéndose en el lugar de él, lo que constituye la esencia misma
del papado (E.J. Waggoner, General
Conference Bulletin 1901, 146).
Este
cuerpo mortal, pecaminoso, contenderá por el dominio por tanto tiempo como
estemos en este mundo, hasta que venga Cristo y haga incorruptible esto
corruptible, e inmortal esto mortal. Pero Cristo tiene poder sobre toda carne,
y así lo demostró cuando vino en semejanza de carne de pecado y condenó al
pecado en la carne. Así, cuando vivimos conscientemente por la fe de Cristo,
cuando él está en nosotros mediante su propia vida, viviendo en nosotros,
reprime el pecado y venimos a ser dueños; la carne deja entonces de ser la
dueña (Id., 223).
¿Cómo vino esta visión de la naturaleza de Cristo a
traducirse en algo cotidiano, en piedad práctica?
Proporcionó
al pecador esperanza de que la gran controversia entre Cristo y Satanás podría
llegar a su fin, que el pecado está verdaderamente ‘condenado en la carne’, que
el pueblo de Dios puede vencer, que el Señor puede tener un pueblo que le honre
en estos últimos días. La postura católica y protestante prevalente afirma que
por tanto tiempo como el ser humano siga teniendo una naturaleza pecaminosa, no
puede vencer verdaderamente el pecado. Pero por otra parte se nos amonesta
continuamente a no pecar. De esa forma se somete al alma a una tensión continua
que conduce invariablemente al desánimo y al temor de que no alcancemos nunca
la medida, o bien a la presunción de que es imposible vencer, y por lo tanto,
que es aceptable seguir pecando.
La
comprensión de 1888 presenta a Cristo luchando nuestra batalla cuerpo a cuerpo.
No lo presenta “exento” del combate real, tal como pretende insistentemente la
proposición contraria. La comprensión de 1888 fue la que causó un gozo tan
singular en Ellen White, tras oírla por vez primera.
Jones la
expresó en estos términos:
Veis,
pues, que la conversión no pone carne nueva en el antiguo espíritu, sino un Espíritu
nuevo en la vieja carne. No se trata de traer carne nueva a la antigua mente,
sino una mente nueva a la antigua carne. La liberación y la victoria no se
ganan eliminando la naturaleza humana, sino recibiendo la naturaleza divina [2
Ped 1:4] para dominar y subyugar a la humana. No se obtienen al quitar
la carne de pecado, sino al enviar el Espíritu
sin pecado, que conquista y condena al pecado en la carne.
La
Escritura no dice: ‘Haya pues en vosotros esta carne que hubo también en
Cristo’, sino que dice: “Haya pues en vosotros este sentir [mente] que hubo también en Cristo Jesús”
(Fil 2:5).
La
Escritura no dice: ‘Transformaos por la renovación de vuestra carne’, sino: “Transformaos por la
renovación de vuestra mente”
(Rom 12:2). Seremos finalmente trasladados
por la renovación de nuestra carne, pero [ahora y aquí] debemos ser transformados por la renovación de nuestra
mente (Lecciones sobre la fe 52).
Algunos
dicen que la naturaleza de Cristo no formaba parte de las presentaciones en la
sesión de
Hay evidencia
inequívoca de que sí formaba parte:
a. Waggoner
presentó esa comprensión en sus artículos en Signs of the Times, a partir del 21 de enero de 1889.
Posteriormente fueron publicados casi sin modificaciones en el libro Christ and His Righteousness (Pacific
Press, 1890) [en castellano: Cristo y su justicia]. A duras penas tuvo el tiempo de regresar de Minneapolis a
Oakland, California, para tener a punto el artículo del 21 de enero listo para
ser publicado, a menos que lo escribiese en el período de la asamblea de
Minneapolis o inmediatamente después. L.E. Froom refiere que en su entrevista
con la viuda de Waggoner, esta le informó de que ella misma había tomado a mano
sus presentaciones en Minneapolis, las había transcrito, y constituyeron la
base de esos artículos (Froom, Movement
of Destiny 200-201).
b. En 1887
Waggoner, en respuesta al libro de G.I. Butler titulado La ley en Gálatas, escribió El evangelio en Gálatas [es una obra diferente al libro titulado Las Buenas Nuevas, estudios en Gálatas, publicado
posteriormente]. No lo publicó sino hasta poco antes de la Asamblea de 1888,
proporcionando a cada delegado un ejemplar del mismo. En su escrito articula
claramente esa comprensión de la naturaleza humana de Cristo (p. 75-79).
El hecho de que W. C. White no incluyese en sus notas a mano, en Minneapolis,
ninguna mención al respecto no prueba lo contrario, pues esas notas distan
mucho de ser un informe completo.
c. La pregunta
se contesta realmente sola, ya que tanto Jones como Waggoner continuaron
enseñando esa comprensión durante la década siguiente a 1888. Las continuas
declaraciones de apoyo, por parte de Ellen White, se extienden hasta 1896 e
incluso hasta 1897.
¿Reconoce
Desde la
Asamblea de Palmdale, en 1976, la Asociación General ha reconocido que ambas
posiciones sobre la naturaleza de Cristo son aceptables en la iglesia. Al
respecto hay miembros de la Asociación General a favor de una y de otra
posición. Algunos se oponen enérgicamente a la posición de 1888; otros la
proclaman abiertamente. Nadie puede negar la libertad de otro para exponer su
comprensión sobre el tema.
Así pues, la
Asociación General otorga libertad a quienes aceptan la comprensión del mensaje
de 1888, en la confianza de que el Espíritu Santo resolverá las diferencias a
medida que avanzamos juntos en este tiempo tan cercano al fin. Hay ciertas
evidencias de que esa unidad ha comenzado a fraguarse. [La postura que Jones y Waggoner enseñaron respecto a
la naturaleza humana que Cristo tomó era la que históricamente había enseñado
el adventismo de forma unánime, si bien expresada con mayor claridad por parte
de los mensajeros de 1888. Sólo alrededor de 1950 comenzó una parte del
adventismo a adoptar la postura opuesta, afín a la del catolicismo y del
protestantismo caído. Más información al respecto, en el libro ‘Bifurcación’].
¿Fue
Cristo tentado desde el interior tal como lo somos nosotros? ¿O fue solamente
tentado desde el exterior tal como Adán en el Edén?
Las
Escrituras dicen que fue “tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin
pecado” (Heb 4:15). ¿Cómo somos tentados? —Del interior y del exterior.
Jesús dio frecuentes indicaciones de haber sido tentado del interior, lo mismo
que nosotros (Juan 5:30; 6:38; Mat 26:39). La negación del yo era
para él una necesidad. Afirmó que a fin de cumplir la voluntad de su Padre,
tenía que negar la suya propia. Así es como llevó la cruz durante toda su vida
en la tierra.
Por el
contrario, Adán, en su estado inmaculado, no fue tentado de esa manera. No
conoció esa lucha interior para negar el yo, puesto que en su inocencia estaba
en armonía natural con Dios. No tenía necesidad de llevar ninguna cruz. Fue
tentado solamente “desde el exterior” [Ver
Gén 2:17. Solamente en aquel árbol podían ser Adán y Eva tentados por Satanás].
En 1894, Ellen
White publicó un librito titulado Cristo,
tentado como nosotros. En la página 11 dice específicamente que nuestras
tentaciones más fuertes vienen del interior, y que Cristo fue tentado también
de ese modo. La confusión se produce si dejamos de distinguir entre tentación y
pecado. Cristo demostró que es posible no pecar a pesar de ser tentado.
Algunos dicen que 1 Juan 4:2-3 no tiene nada que ver con
el tema de la naturaleza de Cristo, sino que se refiere al gnosticismo de los
días de los apóstoles. ¿Cómo comprendieron los mensajeros de 1888 la
advertencia de Juan?
Echemos un
vistazo al texto:
En
esto conoced el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha
venido en carne, procede de Dios; y todo espíritu que no confiesa que
Jesucristo ha venido en carne, no procede de Dios; y este es el espíritu del
anticristo, el cual habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo.
Tanto Jones
como Waggoner comprendieron que esa advertencia se aplica a la doctrina
católica romana sobre la naturaleza de Cristo, así como a la enseñanza
equivalente protestante popular de que Cristo tomó solamente la naturaleza (o
carne) impecable de Adán, tal como existía antes de la entrada del pecado.
El dogma de
la inmaculada concepción de María declara que cuando María fue concebida en la
matriz de su madre, tuvo lugar un milagro que la hizo exenta de heredar
la naturaleza o carne caída, pecaminosa, que es común a la raza humana. Así, en
su caso resultó rota la cadena de la herencia, de manera que no viniese
a ser “de la simiente de David según la carne” [Rom 1:3]. De esa manera, la
virgen pudo pasar a su Hijo una naturaleza o carne impecable, singular,
diferente a la del resto de la humanidad. El predicador católico Fulton Sheen
explica que es necesario “desolidarizar” a María de la raza humana, de tal
manera que Cristo pueda a su vez ser separado de nosotros.
A la luz de
1 Juan 4:1-3, ¿hace eso pensar en algo?
¿Por
qué es tan importante esa doctrina para el catolicismo romano?
Hemos visto
que ese dogma significa que el Hijo de María, Jesús, también queda “exento” de
la herencia genética de todo el género humano, y toma solamente una naturaleza
(o carne) impecable. La idea que subyace está enraizada en la doctrina del “pecado
original”, que declara que si una persona posee naturaleza pecaminosa, le es
imposible dejar de pecar.
Bastará un
poco de reflexión para ver que el fin de esa idea es simplemente justificar el
pecado. Si hay verdaderamente una gran controversia que se está desarrollando
entre Cristo y Satanás, ese dogma es un voto en favor del enemigo de Cristo. Y
eso es precisamente lo que Juan dice: es la insignia del anticristo. Descubre
la esencia del argumento en la gran controversia entre Cristo y Satanás, en la
que el “cuerno pequeño” de Daniel 7 y 8 tiene un protagonismo tan marcado. La
acusación primaria de Satanás consiste en que los seres humanos que poseen por
naturaleza carne pecaminosa, no pueden obedecer realmente la ley de Dios (DTG 15.3; granate 15-16) [“Después de la caída
del hombre, Satanás declaró que los seres humanos habían demostrado ser
incapaces de guardar la ley de Dios, y procuró arrastrar consigo al universo en
esa creencia. Las palabras de Satanás parecían ser verdaderas, y Cristo vino
para desenmascarar al engañador” (1MS 295.1). “Satanás declaró que para
los hijos e hijas de Adán era imposible guardar la ley de Dios, y acusó así a
Dios de falta de sabiduría y amor” (ST 16 enero 1896)].
Una breve
reflexión mostrará igualmente que ese es precisamente el tema central en la
gran controversia.
¿Qué
dijeron Jones y Waggoner específicamente sobre 1 Juan 4:2-3? [Responde
Jones]
Según la opinión de la Iglesia católica y el dogma de la
inmaculada concepción, la naturaleza de María fue tan diferente a la del resto
de la humanidad, tanto más sublime y gloriosa que la del resto de las
naturalezas, [que estaba] infinitamente más allá de toda semejanza o relación
reales con la humanidad…
De ello se deduce necesariamente… que en su naturaleza humana, el
Señor Jesús es muy diferente de la humanidad… infinitamente más allá de toda
posible semejanza o relación con nosotros tal como estamos en este mundo…
Pero… las Escrituras dicen que “no está lejos de cada uno de nosotros” (Hechos 17:27)…
el Señor Jesús… tomó nuestra naturaleza en la carne y la sangre, en la precisa
manera en la que esta existe… Habiendo visto cómo el papado coloca a Cristo tan
alejado del hombre como le sea posible, será bueno comprobar cuán cercano al
hombre está realmente [cita Hebreos 2, 4]…
Negar
eso, negar que Jesucristo vino, no simplemente en carne, sino en la carne, en
la única carne que existe en este mundo, carne pecaminosa; negar eso es negar a
Cristo [cita 1 Juan 4:1-3]… por lo tanto, ese es el espíritu del
anticristo.
Ese artículo
se publicó en Review and Herald en
1894, bajo el título La inmaculada
concepción de la bendita virgen María (p. 11-12). Las declaraciones de
Ellen White de apoyo más entusiasta y categórico hacia el mensaje de Jones
tuvieron lugar precisamente en 1894, 1895 y 1896 (ver, como ejemplo, The Ellen G. White 1888 Materials
1240-1255). Ellen White apoyó de una forma asidua y específica las
presentaciones de Jones, Waggoner y Prescott sobre la naturaleza de Cristo.
Es imposible
negar que la posición católica sobre la naturaleza de Cristo contradice la
Escritura, y que es la piedra angular de la gran apostasía. Waggoner estuvo en
completo acuerdo con Jones:
¿Fue
Cristo, aquello santo que naciera de la Virgen María, nacido en carne
pecaminosa? ¿Nunca habéis oído la doctrina católico-romana de la inmaculada
concepción? ¿Sabéis en qué consiste? Algunos de vosotros habéis supuesto quizá
que significa que Cristo nació impecable. El dogma católico no dice eso en
absoluto. La doctrina consiste en que María, la madre de Jesús, nació
impecable. ¿Por qué? Aparentemente para
magnificar a Jesús; pero en realidad es la obra del diablo al establecer un
abismo entre Jesús —el Salvador de los hombres— y los hombres que vino a
salvar, de tal manera que uno y otro no pudiesen comunicarse (General Conference Bulletin 1901, 404-406).
¿Hay
relación entre ese dogma católico y la posición popular de las iglesias
evangélicas?
Tanto Jones
como Waggoner respondieron afirmativamente: hay relación entre la posición
popular protestante y la del romanismo, en cuanto a la comprensión de la
naturaleza humana de Cristo.
La de ellos
no fue una posición extrema o irrazonable. Todos sabemos cómo la doctrina
sostenida por los protestantes a propósito del falso día de reposo es una
herencia directa de la Iglesia católica romana (así como del paganismo). Lo
mismo sucede con la tan extendida doctrina de la inmortalidad natural del alma.
No es de extrañar que la comprensión popular de los evangélicos sobre la
justicia por la fe esté también infiltrada por el concepto católico romano.
En respuesta
a esa cuestión, Waggoner comentó lo siguiente:
Cada
uno de nosotros está en necesidad de establecer si está fuera de la iglesia de
Roma o no… ¿No veis que la idea de que la carne de Jesús no fue como la nuestra
(puesto que sabemos que la nuestra es pecaminosa) implica necesariamente el
concepto de la inmaculada concepción de la virgen María?…
Es
realmente extraño que nos cueste tanto venir al más sencillo ABC del evangelio
(Id.).
Si 1 Juan
4:1-3 tiene relación con el dogma católico-romano, debe asimismo aplicarse a
toda enseñanza que pretenda negar que Cristo tomó en su encarnación la carne
caída y pecaminosa que es común a la humanidad (el término empleado para
referirse a “carne” es sarx, que en
el Nuevo Testamento se refiere a la carne caída y pecaminosa que posee todo ser
humano).
Algunos de nuestros predicadores prominentes ridiculizan
la enseñanza de 1888 sobre la naturaleza de Cristo, afirmando que eso nos
convierte en el hazme-reír de las iglesias evangélicas. ¿Por qué apoyó Ellen
White ese mensaje, si es merecedor de tal ridículo?
Muchas veces
el ridículo es más difícil de sobrellevar que la persecución física declarada.
El apóstol Pedro se creyó suficientemente fuerte como para soportar la
oposición, sin embargo cedió rápidamente y negó a su Señor al ser expuesto al
ridículo por una muchacha. Pero el ridículo no puede anular la verdad.
La
comprensión de 1888 sobre la naturaleza de Cristo puede ser ridiculizada por
los evangélicos, pero también lo es la verdad del sábado y la del santuario,
que es “el fundamento de nuestra fe”. Seríamos muy poco sabios si abandonáramos
una verdad por la mera razón de que algunos opositores la ridiculizan.
Tan pronto
como Ellen White oyó el mensaje de 1888 de la naturaleza de Cristo, se puso
firme y valientemente de parte de lo que reconoció como la verdad. Tanto ella
misma como A.G. Daniels escribieron que en Minneapolis tuvo que mantenerse “casi
sola”. Si bien nos urge a ser “cuidadosos, extremadamente cuidadosos” en cómo
nos referimos a la naturaleza humana de Cristo, dio su aprobación inequívoca a
las presentaciones de Jones y Waggoner.
En este, como
en todos los demás temas, la cuestión importante es: ¿qué dice la Biblia?
¿Fue
la comprensión de Jones y Waggoner sobre la naturaleza de Cristo algo nuevo que
ellos descubrieron?
Según Ellen
White, la encontraron en la Biblia. Ignoramos si lo leyeron de otros autores de
épocas anteriores o no. Pero Harry Johnson, un teólogo metodista de
Estos son
algunos de los citados por Johnson: Gregorio de Nyssa (330-395 AC), Félix de
Urgel (f. 792), Antoinette Bourignon (1616-1680), Peter Poiret (1646-1719),
Christian Fende, Johann Konrad Dippel (1673-1734), Gottfried Menken
(1768-1831), Hermann Friedrich Kohlburgge (1803-1875), Edward Irving
(1792-1834), Erksine of Linlathen (1788-1870), Johan Christian Konrad von
Hofmann (1810-1917) y Karl Barth. Hay uno más que no cita Johnson: J. Garnier,
autor de una obra en dos volúmenes titulada The
True Christ and the False Christ (Londres: George Allen, 1900). Garnier
expuso las implicaciones teológicas de la teoría de la naturaleza impecable, y
demostró que constituye el cumplimiento de la advertencia del apóstol en 1 Juan
4.
Mezgebe A.
Berthe, un estudiante del Seminario Teológico de
Todos esos eruditos
distaron mucho de articular claramente ese concepto neotestamentario en su
plenitud, como distaron de comprender plenamente las profecías de Daniel y
Apocalipsis, pero hicieron declaraciones que van en la dirección de esa verdad.
En
la actualidad ¿rechazan todos los evangélicos, sin excepción, la comprensión de
que Cristo tomó nuestra carne caída, pecaminosa?
No,
ciertamente. El hecho es que algunos teólogos prominentes están aproximándose
más y más a la comprensión de Jones y Waggoner, simplemente como resultado de
una mayor profundización en el estudio de la Biblia. Dice Harry Johnson:
Se
está comenzando a tomar en serio la humanidad de Jesús. Coincidimos plenamente
con lo señalado por D. M. Baillie: “Se puede afirmar con certeza que la
práctica totalidad de los teólogos y estudiosos toman hoy la humanidad de
nuestro Señor con más seriedad de lo que nunca antes hicieran los teólogos
cristianos” (The Humanity of the Saviour, 201).
Teólogos evangélicos
están comenzando a reconocer también que la inmortalidad natural del alma no es
una verdad bíblica.
Baillie
emplea casi la misma terminología que utilizó Waggoner en 1895 para señalar la
incongruencia de la teoría de la naturaleza impecable, afirmando que la
iglesia, en los tiempos pasados,
…estaba
continuamente perseguida por un docetismo que convertía la naturaleza [humana]
de Cristo en muy diferente a la nuestra, y que la explicaba ciertamente en gran
medida en términos de simulación, de
algo que ‘se parece’, más bien que de
una realidad (Id., original sin cursivas).
Waggoner
declaró, refiriéndose a la comprensión habitual de Romanos 8:3:
Es
común la idea de que eso significa que Cristo simuló la carne pecaminosa; que no tomó sobre sí la auténtica carne
de pecado, sino que solamente lo aparentó. Pero la Escritura no enseña tal cosa
(Carta a los Romanos 156; original sin cursiva).
¿Qué factores han llevado a esos eruditos modernos a aproximarse
a esa comprensión?
La respuesta
ha de ser esta: el estudio de la Biblia. Con respecto a la naturaleza humana de
Cristo, la Biblia es tan clara como con respecto al sábado del séptimo día. De
hecho, todo cuanto uno tiene que hacer es permitir que pasajes como los
siguientes hablen por ellos mismos sin necesidad de comentarios ni rodeos:
Juan 5:30 y 6:38; Rom 8:3-4 y 15:3; Mat 26:39; Efe 2:14-15;
Col 1:21-22; Heb 2:9-18 y 4:15; Apoc 3:21, etc.
Algunos de
esos modernos teólogos que han llegado virtualmente a una comprensión similar a
la presentada por nuestros mensajeros de 1888, son: Andrew Bandstra, Oliva A.
Blanchette, Dietrich Bonhoeffer, Vincent P. Branick, C.E.B. Cranfield, Oscar
Cullman, James D.G. Dunn, Francis T. Fallon, Victor Paul Furnish, David G.
George, Florence Morgan Gillman, Roy A. Harrisville, Jean Hering, Morna D.
Hooker, Ernst Kasemann, Richard J. Lucien, Reinhold Niebuhr, Anders Nygren,
Alfred Plummer, H. Ridderbos, John A.T. Robinson, Martin H. Scharlemann, J.
Schneider, J. Weiss, Charles A. Scott, Robin Scroggs, Robert H. Smith, David
Somerville, James S. Stewart, y Harold Weis (ver Berhe, op. cit.).
¿Significa
eso que los que figuran en esa impresionante lista de teólogos están enseñando
claramente el mensaje de 1888?
No. Hay que
decir que no todos esos eruditos sostienen consistentemente la posición de los
mensajeros de 1888. Se puede apreciar que están frecuentemente debatiéndose con
la idea. Pero Berhe ha recopilado declaraciones de ellos que muestran
claramente cómo la honestidad les ha llevado a veces a reconocer esa verdad.
Hay otros conceptos del mensaje de 1888 que evidentemente muy pocos, si es que
alguno, ha llegado a comprender.
¿Están
las iglesias evangélicas aceptando la posición de esos teólogos a propósito de
la naturaleza de Cristo?
En general
las iglesias evangélicas no enseñan lo que esos teólogos están en camino de
reconocer. Si la comprensión de 1888 merece ser objeto de ridículo,
significaría que los teólogos antes nombrados merecen lo mismo. Pero está claro
que la dirección en la que muchos de ellos se están moviendo es hacia una
comprensión similar a aquella que “en su gran misericordia el Señor [nos] envió”
hace un siglo [TM 91.2].
No hay razón
alguna para condenar esa comprensión, basándose en el temor a nuestros hermanos
guardadores del domingo. Si tenemos el valor para predicar ese mensaje de la
justicia de Cristo, muchos evangélicos lo comprenderán y aceptarán con gozo,
facilitando así que reconozcan la verdad del sábado. Quizá los adventistas del séptimo
día hayamos sufrido un retraso terrible en ese punto, respecto a los más
perspicaces estudiosos de la Biblia en nuestra era.
Hay
ciertamente una acuciante y extendida necesidad del “mensaje del tercer ángel
en verdad”. ¿Acaso no bendecirá el Espíritu Santo su proclamación?
Respecto
al concepto de 1888 sobre la naturaleza de Cristo, dado que existe una
oposición enérgica al mismo, ¿no puede producir división?
Las claras declaraciones
bíblicas, los comentarios de Ellen White y las palabras mismas de los
mensajeros de 1888 no son causantes de división. La contención y división
proceden de quienes se oponen y condenan lo que tan claramente constituye el
corazón del verdadero mensaje de 1888.
Otros se
sienten con el derecho a mantener sus propios puntos de vista y merecen toda
libertad religiosa para proclamarlos de la forma que crean más conveniente. No
intentamos silenciarlos; tenemos confianza en que como resultado del diálogo
franco y abierto basado en una información completa y fidedigna, la iglesia
pueda llegar a la verdad.
Si ese “preciosísimo
mensaje” de 1888 constituye en realidad un error y Ellen White pecó de una
cándida insensatez al apoyarlo de la forma en que lo hizo, que los que a él se
oponen presenten con claridad las razones para rechazarlo. Pero no debieran
silenciar el mensaje sin haber presentado clara evidencia bíblica en contra.
¿Es
la naturaleza de Cristo una cuestión menor que debiera dejarse de lado en aras
de la unidad de la iglesia?
El Nuevo
Testamento presenta la naturaleza de Cristo como algo tremendamente importante,
como es fácil comprobar al leer Mat 1:23; Luc 1:35; Juan 5:30 y
6:38; Mat 26:39; Rom 1:3 y 8:3-4; Efe 2:15; Col 1:21-22;
Heb 2:9-18 y 4:15; 1 Juan 4:1-3, etc.
Ellen White declaró
que “la humanidad del Hijo de Dios lo es todo para nosotros” (YI 13 octubre 1898). Los mensajeros de
1888 la consideraron como la piedra angular de su mensaje.
¿No
es una falta de respeto hacia Cristo, afirmar que fue tentado como nosotros?
¡Somos tentados a hacer cosas terribles!
La Biblia
dice que fue tentado como nosotros “en todo” (Heb 4:15). Podemos saber,
por ejemplo, que fue tentado a consumir drogas, ya que nadie puede haber sido
tentado más intensamente que él a aliviar su sufrimiento en la cruz; sin
embargo, rehusó la droga que se le ofrecía (Mat 27:34). La tentación no es
en sí misma pecado. El pecado tiene lugar al ceder a la tentación, y
Cristo no cedió jamás.
Si existe
algún pecado que los hombres sean tentados a cometer, al que Cristo no hubiese
sido tentado, en ese respecto el pecador puede sentir que no tiene Salvador,
pues “como él mismo padeció al ser tentado, es poderoso para socorrer a los que
son tentados” (Heb 2:18). “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo
pecado” (2 Cor 5:21). En la cruz se cumplió en su plenitud esa
terrible realidad. Comprendió el summum de la maldad del pecado del hombre.
Dirigiéndose
a un joven que era tentado como lo son los jóvenes, Ellen White escribió: “Le
presento al gran Ejemplo... Él hizo frente y resistió a las tentaciones de
Satanás tanto como cualquiera de los hijos de la humanidad… Tenía la fortaleza
de su virilidad. Una vez, Jesús tuvo la edad que usted tiene ahora. Jesús pasó
por las circunstancias por las que usted pasa ahora. Tuvo los pensamientos que usted
tiene en este período de su vida, y él no puede pasarlo por alto a usted en
este período crítico… Está familiarizado con sus tentaciones” (NEV 59.4). ¿Qué sentido podría tener la
frase “hizo frente y resistió a las tentaciones…” si no fue realmente tentado
como nosotros?
¿Es
posible observar algún progreso hacia la unidad?
Estamos
demasiado cercanos a los árboles como para poder apreciar claramente el bosque.
Más importante que el juicio de un hombre cualquiera es la seguridad bíblica de
que, a medida que nos aproximamos al tiempo del fin, el pueblo de Dios se
unirá. La verdad unifica; el error divide. Día tras día, sin cesar, el
conocimiento de la verdad está trayendo convicción a los corazones por doquier
en toda la iglesia.
Es animador
saber que en el desarrollo final de la gran controversia entre Cristo y
Satanás, la verdad emergerá plenamente triunfante. Por lo tanto, tenemos todas
las razones para confiar.
¿Cómo
se relaciona el concepto neotestamentario de “en Cristo” con la humanidad de
nuestro Salvador?
Debido a que “en
Adán todos mueren” (1 Cor 15:22), Cristo debió tomar la naturaleza
caída de Adán a fin de ser cualificado como “postrer Adán”. De haber tomado la
naturaleza impecable que tuvo Adán antes de la caída no habría podido ser
nuestro auténtico Sustituto ni tampoco hubiese podido morir a fin de
redimirnos.
A fin de
salvar a los caídos hijos e hijas de Adán tuvo que hacer una inmersión en el
seno corporativo de la humanidad caída, tomar la naturaleza y mortalidad de ella
sobre sí, vivir entonces la vida impecable que la ley exige, someterse a ser
hecho “pecado por nosotros” y morir la muerte que la ley quebrantada requiere. ¡Tiene
que haber una razón por la que Jesús se refería continuamente a sí mismo como
el Hijo del hombre! Había de participar de la “carne y la sangre”, de la
naturaleza de “los hijos” de Adán (2 Cor 5:21; Heb 2:9-14).
De igual
forma en que “todos los hombres” están legalmente incluidos en un hombre: “Adán”,
también están todos en un Hombre: Cristo. Su vida y su muerte son
corporativamente nuestras en beneficio de la raza humana. Nuestro pecado “lo
hizo” el suyo, a fin de que nosotros pudiésemos ser “hechos” justicia de Dios
en él [2 Cor 5:21]. Esa unión se hace efectiva mediante un cambio del corazón y
la vida, cuando creemos.
Por lo tanto,
la justificación por la fe tal como la presenta la Biblia, está estrechamente
relacionada con la humanidad de Cristo. Dejar de apreciar tal cosa es distorsionar
el evangelio mismo.
1.
Capítulo 4
Cuestiones sobre la
historia del mensaje de 1888
(índice)
¿Pertenece
el “mensaje de 1888” a la época de los carros de bueyes y de las lámparas de
carburo?
Aquella
oscura sesión de la Asociación General de hace un siglo sería hoy absolutamente
desconocida —el número de delegados no llegaba al centenar— de no ser por un
acontecimiento inolvidable. Ellen White lo resume así:
En
su gran misericordia el Señor envió un preciosísimo mensaje a su pueblo por
medio de los pastores Waggoner y Jones. Este mensaje tenía que presentar en
forma más destacada ante el mundo al sublime Salvador, el sacrificio por los
pecados del mundo entero. Presentaba la justificación por la fe en el Garante;
invitaba a la gente a recibir la justicia de Cristo, que se manifiesta en la
obediencia a todos los mandamientos de Dios (TM 91.2; granate 91-92)
Ese mensaje
era “el comienzo” de la tan prometida lluvia tardía y del fuerte pregón de
Apocalipsis 18 (Special Testimonies for Ministers
and Workers, serie A, nº 6, 19; RH 22 noviembre 1892; Letter
B2A 1892). Nunca se ha dado una repetición de esas bendiciones escatológicas,
ya que en tal caso se habría desencadenado la rápida sucesión de los eventos
del fin.
El
Pentecostés constituyó el principio de la “lluvia temprana” que regó las almas
de incontables miles desde los días de los apóstoles. Pero las declaraciones
citadas señalan al mensaje de 1888 como constituyendo el comienzo de la
manifestación final de lo que tuvo su inicio en Pentecostés. Ciertamente, un
hecho solemne.
La historia
relativa a cómo vino el mensaje, cómo fue recibido (o rechazado) y cuál es su
contenido, fascinará a todo adventista hasta que se complete la comisión
evangélica. Ha venido a significar un acontecimiento épico de importancia sin
parangón, algo similar a la venida del Mesías a los judíos hace 2000 años. Estos
nunca han vuelto, desde entonces, a ser los mismos. Y tampoco la Iglesia adventista
desde 1888. El Espíritu Santo no permitirá que esa historia quede enterrada.
He
oído decir que el mensaje de 1888 en realidad se desconoce, ya que nadie
registró los mensajes de Jones y Waggoner en la asamblea de Minneapolis.
¿Pudiera ser en vano todo ese interés en torno al mensaje de 1888?
Hay evidencia
de que el mensaje fue registrado. Se trata del mensaje que Ellen White continuó
apoyando de forma entusiasta, desde 1888 hasta 1896 e incluso 1897. Jamás
limitó sus recomendaciones a lo que fue brevemente presentado en Minneapolis.
Por lo tanto, el auténtico mensaje no ha “desaparecido”.
Se cuentan
por cientos las declaraciones de apoyo de Ellen White, que es posible encontrar
en el libro de 1821 páginas (en cuatro tomos) publicado por The White Estate: The Ellen G. White 1888 Materials [traducido al español]. Ellen
White nunca sugirió que Jones y Waggoner se hubiesen desviado entre 1886 y
1896. Numerosos artículos de Review and
Herald y Signs of the Times
contienen igualmente ese mensaje en su continuidad y progreso. Suponer que Dios
nos otorgó una bendición tan inmensa, para permitir que se perdiese después
hasta el punto de que nos resulte irrecuperable, constituye un insulto al
carácter de Dios.
Hay
opiniones encontradas acerca de cómo fue recibido el mensaje hace un siglo.
Algunos dicen que fue aceptado, otros que fue rechazado. ¿Es posible conocer
los hechos?
Los hechos
son argumentos incontestables que los seres humanos razonables y sinceros no
negarán. Los hechos concernientes a 1888 pueden clasificarse en tres áreas: la
historia de cuanto sucedió, el contenido del mensaje mismo, y el testimonio de Ellen
White.
Puesto que
los adventistas del séptimo día creemos que el Señor dotó a Ellen White con el
don profético, su análisis de lo sucedido merece un crédito superior al de las
opiniones de aquellos en quienes no existía la manifestación de ese don
especial. No es suficiente la sabiduría común de sus contemporáneos.
En
innumerables ocasiones declaró enfáticamente que el mensaje fue rechazado, no
por la iglesia en pleno, sino por los dirigentes de sus días. Podemos encontrar
algunos ejemplos en 1MS 276.1 y TM 63-81 y 89-98.
Con respecto
al propio contenido del mensaje, su análisis objetivo demuestra que no ha sido
todavía recuperado. Abundaremos en ello a medida que consideremos las
cuestiones sucesivas.
¿Por
qué es tan importante el tema de 1888? ¿No podemos avanzar, olvidando el
pasado?
Los judíos no
pueden ignorar la historia de Jesucristo, y avanzar como si nada hubiera
sucedido. Perdieron algo cuando rechazaron a Cristo, y nosotros también al
rechazar el mensaje de 1888. Lo que perdimos fue “el mensaje del tercer ángel
en verdad” (RH 1 abril 1890). Cuando
José y María perdieron al niño Jesús en una distracción hallándose de regreso
de la Pascua en Jerusalén, tuvieron que volver en su búsqueda.
No solamente
hemos de recuperar lo que perdimos. Además tenemos que aprender la lección a
fin de no repetir otra vez el mismo error. Jorge Santayana dijo que “la nación
que desconoce su historia está condenada a repetirla” (Saturday Evening Post, 27 setiembre 1958). Ken Burns, renombrado
investigador de temas relacionados con la guerra civil en Estados Unidos, dijo:
“El gran pecado de arrogancia del presente consiste en olvidar las lecciones
del pasado” (American Heritage,
setiembre-octubre 1990). Alemania no puede ignorar olímpicamente el Holocausto
y continuar como si nada hubiera ocurrido.
El Dios del
cielo honró a la Iglesia adventista del séptimo día encomendándonos la custodia
del mensaje de Apocalipsis 18. Ese mensaje tenía que haber alumbrado la tierra
con su gloria y ser el mensaje final del evangelio. Es doloroso para los judíos
recapacitar sobre Jesús de Nazaret, para la nación Germánica es doloroso pensar
en el Holocausto, y para nosotros es también doloroso considerar 1888. Sin
embargo, es inexcusable.
Si elegimos
abandonar el papel que el Cielo nos asignó como pueblo, entonces podemos
olvidar 1888 y proseguir descuidadamente nuestro propio camino, procurando
mantener nuestro estatus quo. Pero si
queremos desempeñar el papel que el Cielo nos asignó para las horas finales de
la historia de la tierra, entonces es imprescindible que recuperemos lo que
perdimos.
¿Cuáles
son los hechos respecto a si el mensaje fue aceptado o rechazado en 1888?
Escritores
sinceros han pretendido que fue aceptado, y que se lo ha venido proclamando
clara y poderosamente desde entonces. Si eso es así, hay ciertas cuestiones
embarazosas que exigen respuesta:
Si el mensaje
fue “el comienzo” del fuerte pregón de Apocalipsis 18, entonces algo no ha
funcionado, pues aquí estamos un siglo después, cuando sabemos que el fuerte pregón
tenía que propagarse “como fuego en el rastrojo” (RH 15 diciembre 1885). Miles de personas, musulmanes e hindúes
incluidos, siguen en la total ignorancia respecto a una comprensión inteligente
del “mensaje del tercer ángel en verdad”. Tampoco en el mundo cristiano ha
tenido un impacto significativo.
En el año
1893 Ellen White afirmó que si el mensaje se hubiera aceptado, la comisión
evangélica podría haberse completado (General
Conference Bulletin 1893, nº 19, 419; GCDB 28 febrero 1893) [“El Señor dispuso
que el mensaje de advertencia e instrucción dado por el Espíritu a su pueblo se
esparciera por doquier. Pero la influencia que surgió a partir de la
resistencia a la luz y la verdad en Minneapolis tendió a dejar sin efecto la
luz que Dios había dado a su pueblo mediante los Testimonios. Great
Controversy vol. IV (El Conflicto de los siglos) no ha tenido la
circulación que debiera, a causa de que algunos de los que ocupan puestos de
responsabilidad estaban leudados con el espíritu que prevaleció en Minneapolis,
un espíritu que ofuscó el discernimiento del pueblo de Dios… No es la oposición
del mundo lo que hemos de temer, sino que son los elementos que obran entre
nosotros mismos los que han obstaculizado el mensaje… Si cada soldado de Cristo
hubiera cumplido su deber, si cada centinela en los muros de Sión hubiera dado
a la trompeta un sonido certero, el mundo habría podido oír ya antes de ahora
el mensaje de advertencia. Pero la obra lleva años de retraso. ¿Qué informe se
podrá dar a Dios por retardar de ese modo la obra?”]. Algunos
consideran que Ellen White fue ingenua al considerar esa posibilidad antes de
la era de la televisión, los aviones y las computadoras. Pero no deben olvidar
que el “evangelio… es poder de Dios para salvación”. Muchos israelitas
incrédulos debieron dudar que David pudiera abatir a Goliat con unas piedras y
una honda, y sin embargo lo hizo. Muchos debieron también dudar que Gedeón y
sus trescientos pudieran derrotar a los Madianitas, pero así ocurrió.
La pregunta
que encabeza esta sección puede responderse de forma clara y concisa:
(1) La
historia. La investigación histórica demuestra que la mayoría de los
delegados de
En 1926 el
expresidente A.G. Daniells declaró que hasta entonces el mensaje no había sido
nunca verdaderamente recibido ni proclamado (el haber tomado prestados los
conceptos evangélicos, desde aquella época, no ha llenado el vacío). En 1988,
el Dr. Arnold Walenkampf (Instituto de Investigación Bíblica) publicó Lo que todo adventista debería saber
sobre 1888, donde declara llanamente que los dirigentes rechazaron el
mensaje e “insultaron” al Espíritu Santo. La revista Ministry publicó en febrero de 1988 un artículo del mismo tenor,
escrito por el Dr. Robert Olson (White Estate).
El año en que
se celebró el centenario de 1888 supuso un reconocimiento general de ese
aspecto. Ningún teólogo responsable se atrevería hoy a mantener la postura de
los autores de las décadas pasadas, quienes creían que el mensaje había sido
aceptado.
Sin embargo,
eso no equivale a decir que el mensaje fue completamente rechazado. Unos pocos
en Minneapolis lo creyeron, y desde entonces siempre ha habido unos pocos que
lo han apreciado. Pero el testimonio de Ellen White es consistente en el
sentido de que “muchos” lo rechazaron y “pocos” lo aceptaron. Y los “muchos”
fueron los que dirigían el ministerio en la denominación. De ahí nuestros
largos años de vagar por el desierto, como el antiguo Israel antes de entrar en
la tierra prometida.
(2) La
teología. Los libros, manuscritos y artículos aparecidos subsiguientemente
a 1888, escritos por aquellos delegados que rechazaron el mensaje, pueden ser examinados
de forma objetiva. Si bien todos ellos profesaban creer “la doctrina de la
justicia por la fe”, el contenido teológico de sus escritos demuestra que no
proclamaron los elementos distintivos de ese “preciosísimo mensaje” que “el
Señor envió”.
Por ejemplo,
es bien patente que el principal opositor, Uriah Smith, mantuvo su oposición
hasta su muerte en 1903. Sin embargo, insistía en que él siempre había creído
en la justificación por la fe. Muchos estuvieron de acuerdo con él en su
oposición. Sus escritos desde 1888 hasta 1903 demuestran que nunca aceptó el
mensaje. Cuando se suscitó una controversia en 1906-1907 en relación con los
dos pactos, la mayoría de los dirigentes de nuestra Casa Editora y Asociación
General optaron por defender la posición mantenida por los opositores al
mensaje de 1888. Incidentes como ese dan fe de una oposición que no cesó.
Dijo Ellen
White que incluso en el caso de que los hermanos que se oponían se arrepintieran
de haber rechazado el mensaje (lo que pocos de ellos hicieron por completo), no
podrían ya jamás recuperar lo que perdieron (Carta 77, 9 enero
1893; The Ellen G. White 1888 Materials 125) [“El encuentro en Minneapolis fue la oportunidad de
oro para que todos los presentes humillaran los corazones ante Dios y dieran la
bienvenida a Cristo como al gran Instructor, pero la posición que algunos
tomaron en aquel congreso significó su ruina. Desde entonces no han visto con
claridad, y nunca lo harán”]. Tal pérdida
se hace evidente al leer sus escritos posteriores. Hacia el cambio de siglo
virtualmente nadie estaba proclamando el mensaje, con excepción de los tres que
originalmente lo hicieron: Jones, Waggoner y Ellen White.
(3) El
testimonio de Ellen White. En muchísimos lugares, quizá en cientos de
ellos, Ellen White declara que el mensaje de 1888 que “en su gran misericordia
el Señor envió”, fue “rechazado en gran medida” por nuestros hermanos, y ese
rechazo continuaba en 1901. El que sigue es uno de los innumerables ejemplos:
Una
y otra vez traje mi testimonio a los congregados [Minneapolis, 1888] de forma
clara y enérgica, pero ese testimonio no fue recibido. Cuando regresé a Battle
Creek… ni uno siquiera… tuvo el valor de ponerse de mi parte y ayudar a que el
pastor Butler comprendiera que él, lo mismo que otros, habían tomado posiciones
equivocadas… El prejuicio del pastor Butler fue aun mayor tras haber oído los
diversos informes procedentes de nuestros hermanos ministeriales reunidos en
esa asamblea de Minneapolis (Carta U3,
1889; The Ellen G. White 1888 Materials 251).
Durante
casi dos años hemos estado urgiendo a la gente a que venga y acepte la luz y la
verdad respecto a la justicia de Cristo, pero no saben si venir y aferrarse a
esa preciosa verdad o no… Nuestros hombres jóvenes miran a los mayores, y al
ver que no aceptan el mensaje sino que lo tratan como si fuera irrelevante, los
que ignoran las Escrituras resultan influenciados a rechazar la luz. Esos
hombres que rehúsan recibir la verdad se interponen entre el pueblo y la luz (RH 11 y 18 marzo 1892).
Debiéramos
ser los últimos entre todos los hombres en ceder, en el grado que sea, al
espíritu de persecución contra aquellos que están llevando el mensaje de Dios
al mundo. Esa es la característica más terriblemente anticristiana que se ha
manifestado entre nosotros desde la reunión de Minneapolis (Carta 25b 1892; The Ellen G. White
1888 Materials 1013).
¿Quién,
de entre aquellos que desempeñaron una parte en el encuentro de Minneapolis, ha
venido a la luz y recibido los ricos tesoros de la verdad que el Señor envió
del cielo?… ¿Quién ha hecho plena confesión de su celo equivocado, de su
ceguera, celos y conjeturas impías, de su desafío a la verdad? Ni uno… (Carta B2A 1892; The Ellen G. White
1888 Materials 1068).
En
Minneapolis… fue resistida la luz que ha de alumbrar toda la tierra con su
gloria, y en gran medida ha sido mantenida lejos del mundo por el proceder de
nuestros propios hermanos (1MS 276.1;
1896).
Aunque hubo
breves reavivamientos por el ministerio combinado de Ellen White, Jones y
Waggoner durante 1889 y 1890, predominó finalmente la oposición procedente de
Battle Creek. La última de las declaraciones citadas (escrita en 1896), es
concluyente.
Pero eso no
significa que la iglesia se encuentre en un estado desesperado de apostasía. Es
posible el arrepentimiento, puesto que el Señor Jesucristo nos llama al mismo
(Apoc 3:19). El Israel moderno necesita reconsiderar el significado de su
historia y aprender sus lecciones, como los antiguos israelitas tras décadas de
vagar por el desierto hubieron de hacerlo antes de entrar en la tierra
prometida. Hemos llegado al tiempo en el que ha de tener lugar un “Deuteronomio”
antitípico.
Se
hace difícil aceptar que los dirigentes adventistas de hace un siglo pudieran manifestar
una actitud comparable a la de los judíos hacia Cristo. ¡Parece increíble!
Las
siguientes son solamente unas pocas, entre las muchas declaraciones similares
que Ellen White hizo:
Los
que resistieron al Espíritu de Dios en Minneapolis [1888] esperaron la ocasión para
volver a transitar otra vez el mismo terreno, ya que el espíritu fue el mismo…
Todo el universo celestial fue testigo del trato ignominioso dado a Jesucristo,
representado por el Espíritu Santo. Si hubiera estado ante ellos, lo hubieran
tratado en una manera similar a como los judíos trataron a Cristo (Series A, No 6, p. 20, 16 enero 1896; The
Ellen G. White 1888 Materials 1478). Ver declaraciones similares en MSS
9, 15, 1888; Through Crisis to Victory 292, 297 y 300; MS 13,
1889; RH 4 y 11 marzo, y 26 agosto 1890; 11 y 18 abril 1893; TM
64-65 y 75-80. Ver también The Ellen G. White 1888 Materials 529-530. En
una ocasión comparó el rechazo del mensaje de 1888 a la rebelión de Coré,
Dathán y Abiram (Id., 600).
Si
rechazáis a los mensajeros designados por Cristo, rechazáis a Cristo (TM 97.1) [original: “mensajeros delegados” de Cristo].
¿Hay
peligro de que exponer la verdad de esa historia pueda debilitar la confianza
en los dirigentes de la iglesia?
De cualquier
forma, es inevitable que la iglesia —y también el mundo— termine por conocer la
plena verdad. Dijo Abraham Lincoln: “Podéis engañar a algunos todo el tiempo;
también podéis engañar a todos por algún tiempo; pero no podréis engañar a
todos durante todo el tiempo”. Antes o después será conocida la verdad de esa
historia [para una revisión histórica del
mismo autor, ver ‘1888 Rexaminado’. Ron Duffield ha publicado una
revisión más reciente y exhaustiva: ‘El retorno de la lluvia
tardía’]. La
historia del pueblo judío ciertamente no se ha podido ocultar al mundo.
Si los
dirigentes reconocen la verdad de nuestra historia, nada impedirá que el pueblo
deposite en ellos su confianza, pues nadie supone que los seres humanos hayan
de ser inerrantes o infalibles. El arrepentimiento es todavía posible, y la
iglesia apoyaría una actitud de sincero arrepentimiento. Lo que puede minar la
confianza es que los dirigentes intenten negar los hechos históricos obvios,
intenten negar su responsabilidad, y rechacen el llamamiento de Cristo al
arrepentimiento.
La Biblia relata
íntegramente la cruda historia del pueblo de Dios sin ningún tipo de
encubrimiento de los errores en sus dirigentes. Reconocer nuestras
equivocaciones de hace un siglo no tiene por qué desacreditar en absoluto a
nuestros dirigentes actuales. Eso iluminaría los rincones ocultos de nuestra
comprensión de por qué el tiempo se ha demorado tanto, cuando la venida del
Señor se esperaba ya hace un siglo. “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará
libres”, dijo Jesús a los judíos de sus días. Sus palabras se aplican
igualmente a nuestro dilema actual de tratar de explicar por qué el Señor no ha
intervenido para poner fin a las agonías inacabables de este planeta. Su
vindicación y honor están en juego.
Se
hace difícil creer que los dirigentes de la iglesia rechazaran el comienzo del
derramamiento de la lluvia tardía tras haber orado durante décadas por el
mismo. ¿Cómo pudieron hacer tal cosa?
Por la misma
razón por la que los judíos rechazaron a su Mesías, al que sin embargo habían
esperado desde hacía unos mil años. Ellen White declara que consistió en el
mismo pecado de incredulidad.
Tal
incredulidad es el fenómeno secular. Hizo que los dirigentes judíos fallaran en
reconocerlo cuando era un bebé en aquel humilde pesebre de Belén, mientras que
los pastores y sabios de Oriente sí lo reconocieron. Durante su ministerio en
circunstancias de privación, los orgullosos judíos no creerían, ya que la fe
requiere siempre humildad del corazón.
Ellen White
declaró que nuestro auténtico problema en 1888 y años sucesivos fue ese
misterioso pecado de la incredulidad, el orgulloso amor al yo:
Si a los rayos de luz que brillaron en Minneapolis se les
permitiera ejercer su poder de convicción sobre aquellos que tomaron posición
contra la luz… podrían tener una rica experiencia; pero el yo dijo: “No”. El yo
no estuvo dispuesto a ser herido, sino que luchó por la supremacía… El yo y la
pasión desarrollaron características detestables (Carta O19, 1892; The Ellen G. White 1888 Materials 1030).
Más tarde añadió
que ese increíble “yo” fue lo que procuró “derribar la enseñanza del Espíritu
Santo” (TM 70.1; 1896). Nosotros
compartimos hoy la misma humanidad que ellos tenían. No somos mejores que
ellos. Nos las hemos de ver con ese mismo problema, y tropezaremos una y otra
vez a menos que aprendamos la lección.
Se nos dice
que la auténtica obra de la justificación por la fe consiste en abatir en el
polvo la gloria del hombre, y hacer por él lo que este no puede hacer (RH 16 setiembre 1902) [ver también TM 456.3]. Esa es la
acción de la fe sobre el corazón humano.
Al
contemplar la gloriosa cruz do murió el Príncipe de gloria
Reputo mis ganancias por pérdida y aborrezco mi orgullo
En contraste,
la incredulidad alimenta el orgullo personal, profesional y denominacional (Hab
2:4). Así sucedió en 1888.
¿Estamos cometiendo hoy el mismo error que hace un siglo?
Dado que
nuestra naturaleza humana es la misma que la de nuestros predecesores, nos
resulta imposible escapar a la comisión del mismo error a menos que hayamos
aprendido la lección del pasado. Para los judíos de hoy en día es imposible no
cometer el mismo error de sus antepasados —quienes rechazaron a Cristo— a
menos que reconozcan y aprendan la lección de su historia. La naturaleza
humana sigue siendo la misma a través de las diversas generaciones, y
desplegará de forma inevitable sus características a menos que se experimente
un sincero arrepentimiento.
Durante
décadas, el mundo adventista del séptimo día ha desconocido la plena verdad
sobre nuestra historia de 1888, debido a que tal período ha sido
sistemáticamente esquivado o tergiversado. La visión popular errónea sobre el
mismo reviste dos aspectos:
(a)
La falsa suposición de que el mensaje de 1888 fue recibido, y en consecuencia
hoy es nuestra segura posesión. Ese ha sido un error muy popular, ya que
significa minimizar el pecado de aquellos que lo rechazaron, minimizando a su
vez el pecado de nuestra persistencia en el rechazo.
(b)
La falsa pretensión de que el mensaje consistió en una enfatización de las
enseñanzas de los reformadores del siglo XVI y también de los evangélicos de
nuestros días. Tal cosa ha fomentado la mentalidad de ‘ser ricos, y estar
enriquecidos... y no tener necesidad de nada’. El orgullo goza de gran popularidad.
Esos dos
errores tan extendidos harían inevitable repetir un rechazo similar en el caso
de que la providencia divina permitiese que el mensaje fuese recuperado y
presentado nuevamente en su frescura, frustrando el necesario arrepentimiento.
Sin embargo,
Cristo murió por la redención de su iglesia. Su gracia obra en los corazones
humanos y los purifica del amor al yo, e imparte una sinceridad que hará que la
verdad sea reconocida y confesada al ser presentada.
Dado que la
verdad sobre nuestra historia de
La oposición
se levantará sin duda, incluso en formas insospechadas. Tiene que haber un
zarandeo. Pero en la batalla final entre la verdad y el error Dios tendrá un
pueblo para quien sólo la verdad prevalecerá. De otra manera el plan de la
salvación se frustraría y el mundo mismo quedaría condenado.
Jesús
dijo: “Por sus frutos los conoceréis”. ¿Qué fruto produjo el mensaje de 1888 en
los años que siguieron inmediatamente a la asamblea de Minneapolis?
Ellen White
se refirió en estos términos al fruto que produjo el mensaje en aquellos
tempranos días a pesar de la oposición oficial:
Vi que el poder de Dios asistía al mensaje allí donde se lo
presentaba. Os resultaría imposible convencer a los de South Lancaster de que
no era un mensaje de luz el que recibieron. Las personas confesaron sus pecados
y se apropiaron de la justicia de Cristo. Dios ha puesto su mano en esta obra…
La bendición de Dios nos cubrió [Jones, Waggoner y ella misma, en Chicago]
mientras llevábamos a los hombres al Cordero de Dios que quita el pecado del
mundo… ¿Por cuánto tiempo se mantendrán alejados del mensaje de Dios los que
están a la cabeza de la obra? (RH 18 marzo 1890).
Ahora, a pesar de que ha habido un esfuerzo determinado por dejar
sin efecto el mensaje que Dios ha enviado, sus frutos han demostrado que venía
de la fuente de la luz y verdad. De quienes han acariciado el prejuicio y la
incredulidad, los que en lugar de cooperar en el avance de la obra que el Señor
quería que hiciesen se han interpuesto para impedir el camino en contra de toda
evidencia, no se puede suponer que tengan un discernimiento espiritual claro
tras haber cerrado por tanto tiempo sus ojos a la luz que Dios envió a su
pueblo (Carta O-19, 1892; The
Ellen G. White 1888 Materials 1024).
El testimonio universal de los que se han pronunciado, ha sido que
ese mensaje de luz y verdad venido a nuestro pueblo es exactamente la verdad
para este tiempo, y allí donde ellos [Jones y Waggoner] visitan las iglesias,
viene con seguridad la luz, el consuelo y la bendición de Dios (MS 10, 1889; The Ellen G. White 1888
Materials 447).
Tras el encuentro de Minneapolis, cuán maravillosamente vino el
Espíritu de Dios. Los hombres confesaron que habían robado a Dios al retener
diezmos y ofrendas. Se convirtieron muchas almas. Fueron traídos miles de
dólares a la tesorería. Aquellos cuyos corazones estaban rebosantes del amor de
Dios refirieron ricas experiencias (MS
22, 1890; The Ellen G. White 1888 Materials 577).
Nótese bien
la fecha de esas declaraciones: 1889, 1890. Esos maravillosos reavivamientos cesaron
cuando la oposición asfixió la obra del Espíritu Santo.
He
leído informes según los cuales Jones y/o Waggoner eran descorteses, incisivos
y poco cristianos, lo que provocaba la oposición a la que tuvieron que
enfrentarse. Si eso es así, los hermanos que rechazaron el mensaje no
cometieron un pecado tan grave; y lo que es más, ¿no estaremos nosotros hoy
igualmente excusados si rechazamos el mensaje?
Hay ciertos hechos
que responden a esa pregunta:
(a)
Como profetisa inspirada, Ellen White habla del “pecado” de los hermanos que lo
rechazaron, del pecado que “cometieron en lo que tuvo lugar en Minneapolis” (Carta O-19, 1892; The Ellen G. White 1888 Materials
1031). Difícilmente hubiese podido decir tal cosa si ella hubiese
considerado que los dos mensajeros eran de alguna forma responsables del
rechazo.
(b)
Ellen White se refirió a Waggoner en 1888 como a “un caballero cristiano” (MS 15, 1888; The Ellen G. White 1888 Materials
164).
(c)
De Jones dijo que presentó su mensaje con “luz, con gracia y poder” (Carta, 9 enero 1893; The Ellen G. White 1888 Materials
1126). En sus mensajes y en la forma de darlos, “la gente… vio la
verdad, bondad, misericordia y amor de Dios como nunca antes los habían visto”
(RH 12 febrero 1889). Dijo, además,
que “presentó el mensaje con belleza y encanto, cautivando los corazones de
todos aquellos que no los habían cerrado mediante el prejuicio” (Id., 27 mayo 1890; The Ellen G. White 1888 Materials
673). Cuando, en cierto momento de la crisis le fue necesario
mencionar la oposición de sus hermanos, “el hermano Jones habló con mucha
llaneza, pero con ternura” (Carta
W84, 1890; The Ellen G. White 1888 Materials 642).
Los sermones que dieron en las sesiones de la Asociación General de 1893 y 1895 fueron
registrados taquigráficamente en los correspondientes Bulletin, y están hoy al alcance de todos. Según Ellen White, sólo
una mente con “prejuicios” puede encontrar allí rastros de rudeza o
descortesía.
(d)
Jones y Waggoner gozaron de algo singular que en toda la historia
denominacional no se conoce que poseyera ningún otro pastor: “credenciales
celestiales” (RH 18 marzo 1890; MS 9, 1890; The Ellen G. White 1888 Materials
545).
¿No
hay constancia de la rudeza y descortesía de Jones?
Unos cuarenta
años después de lo sucedido, un crítico informó que en una ocasión durante el
encuentro de Minneapolis, Jones habló irrespetuosamente a Uriah Smith. Nadie
sabe a ciencia cierta ni siquiera si la respuesta supuestamente dura consistió
hasta cierto punto en tomarse la licencia de replicar en clave de humor. Ellen
White no mencionó el episodio en su diario, lo que sugiere que lo consideró un
asunto menor. Hay evidencia abundante de que en general la actitud de Jones en
aquellos años fue la propia de un cristiano sincero, humilde y de corazón
bondadoso.
Por supuesto,
ambos “mensajeros” eran hombres falibles, “solamente hombres” —dice Ellen White—
como lo somos todos nosotros. Debemos guardarnos cuidadosamente de levantar
falso testimonio contra ellos en un esfuerzo por desacreditar su mensaje y
ministerio.
Es
un hecho bien conocido que tanto Jones como Waggoner se desviaron finalmente
del camino. ¿Indica eso que hay algo equivocado en su mensaje?
Es cierto que
comenzaron a extraviar sus pasos hacia el cambio de siglo. Por entonces Jones
comenzó a desarrollar raíces de amargura, lo que motivó reprensiones por parte
de Ellen White. Finalmente perdió su confianza en la dirección de la Asociación
General y cedió a un espíritu reprobable. Waggoner perdió la fe en el mensaje
del santuario y vivió una tragedia familiar.
Debemos tener
presente que las declaraciones de apoyo a su mensaje y ministerio, por parte de
Ellen White, duraron desde 1888 hasta 1896. Ella insistió en que es un error
culpar al mensaje que llevaron de sus posteriores desvaríos.
Ellen White
dijo específicamente que si erraban finalmente su camino, aquellos que se les
oponían (con sentimientos de “enemistad” según palabras de ella misma)
señalarían esa tragedia como una excusa para rechazar su mensaje, y “triunfarían”
de ese modo. Pero al hacer así estarían “entrando en un engaño fatal” (Carta O-19; Carta S24, 1892; The Ellen G. White 1888 Materials 1044). Un
“engaño” tal es lo último que necesitamos hoy.
Debemos señalar,
no obstante, que ni Jones ni Waggoner abandonaron su fe en Cristo ni su amor
por la verdad del sábado. En el ambiente eclesiástico de nuestros días, muy
probablemente habrían permanecido ambos en la membresía.
¿Por
qué perdieron su poder espiritual Jones y Waggoner?
La razón que
da Ellen White es que sus opositores los trataron tan injusta e incluso “cruelmente”,
que casi los forzaron a tropezar:
Las
sospechas y los celos, las conjeturas maliciosas, la resistencia al Espíritu de
Dios que suplicaba, fueron similares a las que tuvieron que enfrentar los
reformadores. Similares al trato que la iglesia [metodista] dio a la familia de
mis padres y a ocho de nosotros… El curso de acción seguido en Minneapolis fue
de crueldad hacia el Espíritu de Dios (MS
30, 1889; The Ellen G. White 1888 Materials 360).
No
es la inspiración del cielo la que hace que uno sea suspicaz y esté al acecho
de la oportunidad para lanzarse ávidamente a fin de probar que aquellos
hermanos que difieren de nosotros en algunas interpretaciones de las Escrituras
no son sanos en la fe. Hay peligro de que ese curso de acción produzca
precisamente el resultado que se perseguía; y en gran medida la culpabilidad
pesará sobre los que están al acecho del mal…
La
oposición en nuestras propias filas ha impuesto una obra extenuante y
probatoria a las almas de los mensajeros del Señor [Jones y Waggoner] (General Conference Bulletin 1893,
419-421; GCDB Vol. 5, nº 19, 28 febrero 1893).
Aceptando
que fueron maltratados, ¿constituye eso una excusa para su posterior desviación?
No. El pecado
no es excusable en nadie. Pero lo que ellos debieron enfrentar fue —en palabras
de Ellen White— una continua “persecución… anticristiana” (GCDB Vol. 5, nº 7, 7 y 8 febrero 1893, 184; The
Ellen G. White 1888 Materials 1013).
Por supuesto,
ni siquiera sufrir la persecución es una excusa para el pecado. Pero su prueba
fue incomparablemente más severa, desde el punto de vista espiritual, que la sufrida por Martín Lutero al ser perseguido por
el papa, los cardenales y los obispos. Lutero podía gozarse en sus
persecuciones, ya que identificó al papado como el “cuerno pequeño” de Daniel 7
y también la “bestia” de Apocalipsis 13. Pero Jones y Waggoner no conocieron
ese consuelo. Ellos sabían que la suya era la auténtica iglesia “remanente” de
la profecía. Ninguna octava iglesia habría de suceder a Laodicea. Y sabían que
el prospecto de la profecía para el futuro no es la derrota, sino la victoria.
El terrible
rechazo del “comienzo” de la lluvia tardía y el fuerte pregón fue algo que no
pudieron asumir. Eso estaba totalmente fuera del plan de Dios para la
resolución final del gran conflicto. El cielo quedó estupefacto, ya que ni
siquiera los ángeles podían prever esa reacción descomunal contra el Espíritu
Santo hasta el extremo de la “crueldad” y del “insulto”, en la asamblea de la
Asociación General.
Se esperaba
que una tan amarga oposición contra él hubiese finalizado al término de los
1260 años de persecución. Según testimonio de Ellen White, esa fue la primera
vez en que la dirección de la Iglesia adventista del séptimo día se colocaba
decididamente en contra de la sobreabundante gracia de Cristo, repetía el
pecado de los judíos de antaño, y de paso rechazaba incluso el propio
ministerio de Ellen White.
¿No
eran Jones y Waggoner hombres firmes, que debieran haber resistido en la
prueba?
No es
sorprendente que sucedieran contratiempos, puesto que Jones y Waggoner eran
hombres tan frágiles como cualquiera de nosotros. Esa pudo ser una de las
razones por las que el Señor los llamó a su obra especial, puesto que a él no
le resulta fácil servirse de los “fuertes”. A Pablo se le dijo: “Mi potencia en
la flaqueza se perfecciona” (2 Cor 12:9). Ellos no eran profetas,
como lo fue Ellen White, sino simplemente hombres. Una mujer fue capaz de
resistir la prueba, a pesar de que tuvo que sufrir asimismo en gran manera.
La
comprensión de ellos no era solamente finita, sino restringida por una aparente
falta de información profética o bíblica que pudiese explicar lo que estaba
sucediendo. Fue otro Gran Chasco, más misterioso aun que el de 1844. No
pudieron comprender ni les era posible concebir otro siglo de violenta y
agónica historia humana. Según una expresión típica de Ellen White, “perdieron
el rumbo” [curiosamente empleó esa misma expresión (lose
their bearings) para referirse a lo que estaba sucediendo en la dirección
de la obra, en Battle Creek (The Ellen G. White 1888 Materials 1498), y
para advertir de lo que sucedería a quienes rechazaran el mensaje y mensajeros
de Minneapolis (Id. 1.651)].
Antes de
condenarlos haríamos bien en preguntarnos si nosotros hubiésemos sido capaces
de resistir más airosamente esa amarga experiencia. La prueba más dolorosa que
un leal adventista del séptimo día puede sufrir es la oposición persistente y
determinada de parte de los dirigentes de su iglesia. Sin embargo, la gracia de
Dios siempre fue y es suficiente.
Esa prueba
fue en esencia la misma que debió soportar José cuando sus diez hermanos se
opusieron a él, y la que David tuvo que soportar de manos del rey Saúl. También
la que Jeremías padeció ante los reyes Joachim, Sedequías y los sacerdotes y “profetas”
de sus días. Jones y Waggoner debieron haber resistido, pero por desgracia,
fallaron.
Otra razón
puede ser que la luz que ellos tenían era solamente “el comienzo” del
derramamiento final del Espíritu Santo. Ese comienzo no fue lo bastante como
para permitirles superar una prueba espiritual que ningún siervo de Dios había
sido llamado previamente a sufrir. Una tal “persecución anticristiana” orquestada
por los dirigentes de la iglesia en pleno día de la expiación antitípico carece
de precedentes en la historia sagrada. Tanto el cielo como el infierno debieron
maravillarse por el éxito logrado por Satanás (ver 1MS 275-276).
Es solemne el
pensamiento de que “el Eterno, cuyo nombre es Celoso, es un Dios celoso” (Éxodo
34:14). En estos últimos días del gran conflicto concederá perchas en donde colgar sus dudas a todo aquel que las
desee encontrar (CS 517.3; granate 582).
¡Se trata de una generosidad peculiar! Es como si ese misterioso “celo” divino
permitiese que inventemos toda clase de piedras de tropiezo o excusas para
rechazar su verdadera lluvia tardía, y aceptar a cambio una falsificación.
Hay
un progreso maravilloso en la iglesia mundial, con bautismos multitudinarios y
soberbias instituciones. ¿No es eso evidencia suficiente de que es innecesario
el arrepentimiento? [particularmente
el arrepentimiento como pueblo-iglesia-denominación]
Durante
décadas nos hemos felicitado como iglesia por un progreso tal. Se lo ha citado
una y otra vez como evidencia de que no necesitamos recuperar el mensaje de
1888, o bien como evidencia de que ya lo poseemos.
Pero hay
otras denominaciones que están haciendo “progresos” mucho más espectaculares.
La Iglesia católica incrementa su membresía en mayor medida que nosotros (y
multiplicando sorprendentes instituciones); también ciertos grupos protestantes,
especialmente pentecostales. Hasta los mormones y testigos de Jehová hacen
progresos. Y el islam avanza a pasos agigantados.
El poder de
la iglesia no radica en su despliegue estadístico o financiero. Nunca fuimos
llamados a acumular estadísticas e instituciones con el objeto de impresionar
al mundo, sino a fin de proclamar un mensaje que preparase a un pueblo para la
venida del Señor. Si pudiésemos lograr que se bautizara cada una de las almas
que hay en el mundo, convirtiéndolas en el tibio miembro de iglesia que somos
la mayoría de nosotros, eso no adelantaría el regreso del Señor.
La prueba de
nuestro verdadero progreso está en nuestro crecimiento espiritual. La tierra ha
de ser alumbrada por un mensaje de buenas nuevas realmente poderosas. Debe
haber una preparación a fin de enfrentar los asuntos finales: la marca de la
bestia y el fin del tiempo de prueba. El Cielo es más capaz de evaluar con
precisión nuestro progreso, de lo que nosotros lo somos.
Tenemos una
clara indicación en el mensaje a Laodicea: la sorprendente revelación de que,
de entre las siete iglesias de la historia, somos aquella que es rematadamente
desgraciada, miserable, pobre, ciega y desnuda. Todo ello mientras pensamos que
somos ricos y que nos hemos enriquecido.
Dado
que Jones y Waggoner extraviaron finalmente el camino, ¿no es peligroso que
leamos sus escritos?
Nunca debemos
dar a sus escritos la consideración de inspirados o canónicos. Sólo la Biblia
posee ese doble honor.
Sin embargo, Ellen
White dijo que ellos habían descubierto “precioso oro” en “las minas de la
verdad”. No es nuestra misión predicar a Jones y Waggoner, como tampoco a Ellen
White. Predicamos la Biblia, pero queremos aceptar toda la luz que el Señor ha
tenido a bien enviarnos.
“En su gran
misericordia el Señor envió un preciosísimo mensaje a su pueblo por medio de
los pastores Waggoner y Jones”. El Espíritu Santo les dio una comprensión
profunda de verdades bíblicas que nuestro pueblo no había discernido con
anterioridad. Han transcurrido más de cien años de continuo escrutinio y
frecuente oposición sin que ningún teólogo responsable haya podido señalar
ningún aspecto importante de ese mensaje, desde 1888 hasta 1896, que carezca de
un claro apoyo bíblico.
¿En
qué momento dejan de ser dignos de confianza sus escritos?
Los estudios
de Waggoner sobre Hebreos dados en la sesión de la Asociación General de 1897
contienen innumerables exposiciones profundas y útiles, pero comenzó allí a
introducir ciertas ideas confusas afines al panteísmo. De igual manera, la
edición original de The Glad Tidings
(1900) contiene alguna de esas ideas, por más que en 1901 el autor negó creer o
enseñar el panteísmo. Cuando Pacific Press lo volvió a publicar en 1972, esas
pocas declaraciones confusas se eliminaron, preservando su mensaje de justicia
por la fe en plena armonía con sus escritos precedentes [esta es su traducción al
español: ‘Las Buenas Nuevas:
Gálatas versículo a versículo’].
Según los
registros de que disponemos, Jones jamás expresó ideas panteístas o pan-enteístas.
Pero hacia el año 1904 comenzó a perder la confianza en la dirección de
En sus
últimos escritos ambos pusieron en duda la posibilidad del arrepentimiento
denominacional, lo que fue el factor determinante de su fracaso. Así es también
como todo movimiento o ministerio que dude de tal posibilidad está condenado al
fracaso.
Ni Jones ni
Waggoner repudiaron nunca el mensaje de 1888; ninguno de ellos abandonó el
sábado ni perdió su amor por Cristo o por la Biblia. Como dijo Ellen White, el
error contenido en sus escritos posteriores no puede anular la verdad de los precedentes.
No podemos dejar de aplicar el sentido común. No dejamos de leer los salmos debido
a los errores y fallos de David.
¿Cuál
es la diferencia entre Cristo morando por la fe en el corazón del creyente, y
Cristo morando en el corazón de toda persona?
Hay una
marcada diferencia entre la verdad de Juan 1:9, según la cual Cristo es “la luz
verdadera que alumbra a todo hombre que viene a este mundo” y la doctrina pan-enteísta
que pretende que Cristo mora personalmente en el corazón de “todo hombre” ya antes
de que este ejerza la fe y se convierta. Esa idea no formó parte del mensaje de
1888-1896 que Ellen White apoyó.
Algunos
acusan al mensaje de 1888 de inducir al panteísmo. Pero no hubo tal panteísmo
en el mensaje que Ellen White apoyó, y nada hay en él que lleve al panteísmo.
Pablo se
refiere frecuentemente a Cristo morando en el corazón, pero se trata del
corazón del creyente, no del incrédulo (2 Cor 13:5). Pablo nunca dijo
que el Hijo de Dios estuviera en él anteriormente a su conversión; lo que dijo
es que Dios lo escogió desde el seno de su madre (Gál 1:15-16).
El “revelar a
su Hijo en mí” fue algo que tuvo lugar tras su conversión. Y esa revelación no
consistió en una revelación de algo que estuviera ya en su corazón previamente y
que hubiera pasado desapercibido. La noción errada característica del
movimiento New Age es en realidad un
concepto prestado del hinduismo, según el cual Dios está en cada hombre,
esperando solamente ser descubierto. Cristo entró en el corazón de Pablo a fin
de morar allí, cuando se convirtió.
Eso no niega que
Se cita un
texto en supuesto apoyo a la idea de la Nueva Era: “El reino de Dios ya está
entre vosotros” (Luc 17:20-21). Jesús informó a los judíos de que el tan
ansiado reino venidero de Dios estaba ya allí, manifestado en medio de ellos,
sin que lo hubiesen reconocido. No dijo que Dios morase en ellos en tanto que
incrédulos [“Se afirma en ‘The Living Temple’ {de J.H. Kellogg} que Dios está en la flor, en la hoja, en el
pecador. Pero Dios no vive en el pecador. La Palabra declara que Dios habita
solamente en los corazones de quienes lo aman y practican la justicia. Dios no
habita en el corazón del pecador; es el enemigo quien habita allí” (1SAT
343.1)].
Tiene que
haber ciertamente “un poder que obre desde el interior, una vida nueva de lo
alto… Ese poder es Cristo. Únicamente su gracia puede vivificar las facultades
muertas del alma” (CC 18). Pero esa
obra del Espíritu Santo en el corazón produce conversión y santificación.
1.
Capítulo 5
Cuestiones relativas a
los dos pactos
(índice)
Siempre he tenido dudas al respecto. ¿Cuál es la diferencia
entre el antiguo y el nuevo pacto?
Se trata de
un elemento clave del mensaje de 1888, y es un tema controvertido. Expresado de
forma simple, esta es la posición de Jones y Waggoner que tan diferente fue de
la comprensión común:
El nuevo
pacto es “el pacto eterno” renovado. Es la promesa de salvación que Dios nos
hace; no nuestra promesa de obedecerle. El Señor hizo tal promesa (del nuevo
pacto) a Abraham y a sus descendientes (Génesis 12:1-3; 13:14-17; 15:5;
22:16-18).
La promesa
incluía: (a) la tierra como posesión eterna, (b) la vida eterna, única forma en
la que pudiese disfrutar de esa posesión eterna, (c) la justicia por la fe
junto a todas las bendiciones que conlleva. En resumen, Dios prometió
virtualmente a Abraham “el cielo”. La respuesta de Abraham fue esta: “Creyó”.
El Señor no le exigió nada más, y le contó su fe por justicia (Gén 15:6). Ese es en esencia el contenido del nuevo
pacto.
El pacto
antiguo es lo inverso del anterior. Cuatrocientos treinta años después, los
descendientes de Abraham fueron convocados al pie del Sinaí en su camino hacia
la tierra prometida. Dios les renovó su promesa por medio de Moisés. Pero ellos
no tuvieron la fe de Abraham. En lugar de responder de la forma en que lo hizo
su predecesor, manifestaron orgullo y autosuficiencia, haciendo la vana
promesa: “Todo lo que Jehová ha dicho, haremos” (Éxodo 19:8). Esa promesa hecha por el pueblo, es la
esencia del pacto antiguo, o viejo pacto.
El Señor no
podía abandonar a su pueblo en el Sinaí. Si su pueblo no podía seguirle, él
estaría dispuesto a rebajarse a su nivel y “esperarlos”. Así, en el capítulo
siguiente de Éxodo vemos cómo descendió al monte Sinaí con truenos, rayos,
terremoto y fuego, y pronunció los Diez Mandamientos escribiéndolos en tablas
de piedra. Instituyó entonces todo el sistema levítico.
Dado que
Abraham creyó, el Señor no necesitó hacer todo eso con él; pudo escribir su ley
en el corazón de su siervo.
En cualquier
caso el Señor desplegó un ministerio lleno de gracia en favor de los israelitas
incrédulos, “de manera que la ley ha sido nuestro guía [pedagogo] hacia Cristo,
a fin de que fuésemos justificados por la fe” como lo fue Abraham
(Gál 3:24). Según la profunda comprensión paulina fue necesario ese largo
rodeo de siglos para llevar al pueblo a la fe que Abraham ejerció.
En
resumen, ¿cuál es la diferencia entre la noción de 1888 de los dos pactos, y la
idea común actual?
La idea común
es que los dos pactos representan dos dispensaciones en el plan de Dios. El
pacto antiguo habría sido la norma hasta el tiempo de Cristo, momento en el que
entraría en acción el nuevo [la teología del
mundo evangélico sobre “el pacto” se basa en el mismo concepto
dispensacionalista que siguen albergando muchos adventistas “históricos”. Es la
visión dispensacionalista que permite a los evangélicos despreciar la ley,
particularmente el sábado, que según ellos habría quedado abolido en la dispensación
del nuevo pacto, o Nuevo Testamento. Esa concepción cronológica secuencial, que
es un pilar básico en el evangelicalismo, está en agudo contraste con el
concepto bíblico de los pactos que los mensajeros de 1888 presentaron, que no depende
de épocas históricas, sino de la disposición espiritual del creyente. Eso
demuestra la falacia de pretender hemos ya recuperamos el mensaje de 1888 al
albergar la teología de los evangélicos].
Pero los
mensajeros de 1888 vieron verdad más profunda: los dos pactos no son cuestión
de tiempo, sino de condición. Hubo personas del Antiguo Testamento que vivieron
bajo el nuevo pacto, pues tuvieron fe en Cristo como Abraham. Y hay cristianos
viviendo aún hoy bajo el viejo pacto, pues carecen de la fe de Abraham.
¿Dónde
podemos encontrar una exposición clara de la comprensión de 1888 de los dos
pactos?
En los
capítulos 3 y 4 de ‘Las Buenas
Nuevas’ (E.J.
Waggoner, 1900; reimpreso por Pacific Press, 1972). El capítulo 32 de Patriarcas
y profetas, de Ellen White, sustenta la posición de Waggoner. El libro ‘Grace on Trial’ (R.J. Wieland) dedica un
capítulo a ese tema [Ver también ‘El pacto eterno’, de E.J. Waggoner].
¿Comentó Ellen White sobre el libro ‘Las Buenas Nuevas’, de
Waggoner?
No sabemos que
comentara nada sobre el libro como tal (Waggoner comenta versículo a versículo
la epístola a los Gálatas). Sin embargo hizo numerosos comentarios entusiastas
a propósito de los ‘Estudios sobre los Gálatas’ que Waggoner escribió
doce años antes. Su comprensión de la justicia por la fe y los dos pactos en
Gálatas no varió durante esos años.
Leroy Froom
nos informa de que la viuda de Waggoner anotó a mano las predicaciones de su
marido en Minneapolis. Estas fueron transcritas y publicadas en forma de
artículos, en The Signs of the Times
(1889), el libro ‘Cristo y su
justicia’ (1890), y ‘Las Buenas Nuevas’ (1900; ver Movement of
Destiny 189-201).
¿Qué
comentarios específicos hizo Ellen White acerca de la comprensión de 1888 sobre
los dos pactos?
Apoyó sin
reservas la posición de Waggoner sobre los dos pactos:
Me
complace mucho saber que el profesor Prescott está dando las mismas lecciones
en sus clases a los estudiantes, que las dadas por el hermano [E.J.] Waggoner.
Está presentando los pactos...
Desde que hice la afirmación, el sábado pasado, de que la posición sobre los
pactos que ha venido enseñando el hermano Waggoner era verdadera, parece
haberse producido un alivio en muchas mentes.
Me inclino a pensar que el hermano Prescott recibe el testimonio, aunque no
estaba presente cuando hice esta declaración. Creí que era tiempo de tomar
posición, y estoy feliz porque el Señor me urgiera a dar el testimonio que di (Carta 30, 1890; The Ellen G.
White 1888 Materials 623).
Anteanoche
el Señor abrió muchas cosas ante mi mente. Me fue revelado claramente que su
influencia [se dirige a Uriah Smith] ha sido la misma que en Minneapolis…
Ha fortalecido las manos y las mentes de hombres como Larson, Porter, Dan
Jones, Eldridge, Morrison y Nicola, así como un gran número de ellos. Todos lo
citan a usted, y el enemigo de la justicia lo contempla complacido…
Mediante su influencia está haciendo lo que otros hombres han hecho antes que
usted: cerrar la puerta de su propia alma, de forma que si Dios enviara luz del
cielo, ni un solo rayo penetraría en su alma debido a haber cerrado la puerta
para que no se pueda acceder allí…
No se esfuerce tanto en realizar la obra de Satanás. Tal obra se hizo en
Minneapolis. Satanás triunfó. Aquí [Battle Creek] se ha hecho esa misma obra.
Anteanoche me fue mostrado que las evidencias a favor de los pactos son claras
y convincentes. Usted mismo, Dan Jones, el hermano Porter y otros, están
malgastando sus facultades investigadoras en vano, en su intento por exponer
una posición sobre los pactos opuesta a la presentada por el hermano Waggoner.
Tras haber recibido la verdadera luz que brilla, no debió imitar o caminar
según el mismo tipo de interpretación y falsa representación de las Escrituras
que caracterizó a los judíos…
Ellos manejaron esas cosas de la manera que les permitiese oscurecer y desviar
las mentes.
El asunto del pacto es una cuestión clara, y será recibido por toda mente
sincera, libre de prejuicios; pero fui llevada allí donde el Señor me dio una
comprensión sobre ese tema. Usted ha vuelto la espalda a la luz por temor a
tener que aceptar el asunto de la ley en Gálatas (Carta a Uriah Smith, 59, 1890; The Ellen G. White 1888 Materials
599-604).
¿Por
qué razón el Comentario Bíblico Adventista, así como el Diccionario, toman la
posición de quienes se opusieron al mensaje de 1888 hace más de un siglo?
Algunos de
los publicadores pueden haber estado sinceramente desinformados en cuanto a la
comprensión de 1888 que Ellen White apoyó. Hay asimismo evidencia de que
algunos estaban en decidida oposición con la posición del mensaje de 1888.
[Gracias a Dios, algunos autores del Comentario Bíblico
Adventista comprendieron la naturaleza del nuevo pacto, o pacto eterno
renovado. Por ejemplo, en el comentario sobre Gálatas 3:20, leemos: “Por lo
tanto, el vers. 20 podría ser parafraseado de esta manera: ‘Ahora bien, un
mediador implica un convenio entre dos partes; pero la promesa del pacto fue
unilateral: dependía sólo de Dios y, por lo tanto, no requería mediador’.
El antiguo pacto (ver com. Eze 16:60) tenía la forma de un contrato entre Dios
y el pueblo escogido, y a Moisés como mediador (Éxo 19:3-8; 20:19-21; 21:1;
24:3-8; ver com. Gál 3: 15, 19); pero el pacto nuevo o eterno, concedido
por Dios a Abrahán, sencillamente estaba bajo la forma de una promesa.
En el antiguo pacto había un convenio de parte del pueblo de obedecer, mientras
que en el nuevo pacto sólo es necesario aceptar la promesa por fe, y la
obediencia sigue en forma natural (Gén 26: 5)].
¿Está
el siguiente comentario de Ellen White en desacuerdo con la posición de
Waggoner sobre los dos pactos?
Este
es el voto que el pueblo de Dios ha de hacer en estos últimos días. Que Dios
los acepte depende de un fiel cumplimiento de los términos de su convenio con
él. Dios incluye en su pacto a todos los que le obedecen (1CBA 1117; RH 23
junio 1904).
Algunos
opinan que eso no armoniza con las exposiciones de Waggoner. Pareciera estar
alentando la experiencia del antiguo pacto (“obedece y vivirás”) que Pablo
declara que “engendró servidumbre” (Gál 4:24). Aparenta tomar la posición
de quienes rechazaron la comprensión de Waggoner acerca del nuevo pacto, como
Uriah Smith, Dan T. Jones, G.I. Butler, R.C. Porter, R.M. Kilgore y otros (ver ‘1888 Rexaminado’ 47-52). Aparenta tal cosa. Sin embargo, su
exposición en ‘Patriarcas y Profetas’ [capítulo 32] sustenta claramente la posición de Waggoner.
Algunas de
sus declaraciones sobre la naturaleza de Cristo, tomadas de forma superficial, aparentan
también ser contradictorias y apoyar la posición popular de que Cristo tomó
solamente la naturaleza impecable de Adán anterior a su caída. Pero analizadas
en su contexto, esas declaraciones aparentemente contradictorias resultan no
serlo.
Hay otras
declaraciones suyas sobre los dos pactos que son de una claridad manifiesta, y
que no se prestan a una interpretación incorrecta o equívoca. La declaración
citada queda aclarada mediante una lectura contextual cuidadosa. ¿Podría
contradecir Ellen White lo que ella misma escribió 14 años antes? Difícilmente.
Sus escritos
más claros sobre los dos pactos se encuentran en PP 340-343 (granate 386-390),
apreciándose allí plena armonía con la posición de Waggoner. Así pues,
disponiendo de tres declaraciones claras e inequívocas en apoyo de la posición
de Waggoner, ¿cómo debemos comprender esta declaración hecha en 1904, que aparenta contradecir las anteriores?
(a) Obsérvese el contexto de la
declaración de 1904. Cuando en Isaías 56:4 el Señor dice “mi pacto”, se
está refiriendo claramente al pacto que él hizo con Abraham: el “nuevo pacto” o
pacto eterno. Cuando Dios hace un pacto, se trata siempre de una promesa, y
tiene carácter unilateral. Nunca nos pide que le hagamos promesas recíprocas,
pues sabe que no podemos cumplirlas. No podemos tratar con Dios en términos de
igualdad. Ellen White continúa diciendo: “Es el pacto al que hace referencia la
siguiente Escritura” (Éxodo 19:1-8). Se refiere evidentemente al pacto del
Señor, no a la promesa del pueblo. En 1904 Ellen White escribió:
Vosotros
visteis lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os
he traído a mí. Ahora, pues, si dais oído a mi voz [con veracidad, de forma
ferviente y sincera] y guardáis mi pacto…
(b) El único pacto que el Señor puede
aquí mencionar es su pacto, su promesa a Abraham (el pacto eterno) [Se trata del mismo pacto abrahámico que Dios había
querido renovarles a los israelitas antes que salieran de Egipto (ver Éxodo
6:2-9): una gran promesa de parte de Dios: SU pacto]. Es pues
evidente que en el monte Sinaí el Señor estaba proponiendo renovarles el nuevo pacto de la justicia por la fe que
diera ya a Abraham, y no instituir un viejo
pacto de legalismo.
(c) La palabra hebrea traducida como “obedecer”
significa en realidad “prestar oído”, “prestar atención” (shamea). La palabra hebrea traducida “guardar” está relacionada con
la anterior (shamar). No es el
término habitual para referirse a “obedecer” en el sentido de “hacer” o cumplir
[en hebreo “asa”]. El
significado primario de shamar es “prestar atención, apreciar, cuidar,
cultivar”. Por ejemplo, en Génesis 2:15 leemos que Dios puso al hombre en
el huerto de Edén “para que lo cultivara y lo guardara” (shamar). No se esperaba que “obedeciera” al huerto, sino que lo cuidara. Shamar implica la bella noción de apreciar, cultivar.
(d) Así, lo que el Señor dijo a Israel,
fue virtualmente: 'Ahora pues, si dais oído a mi voz con verdad, sinceridad y
fervor, y cuidáis o apreciáis el pacto (promesa) que hice a
vuestro padre Abraham… traeré sobre vosotros todas estas bendiciones y seréis
un reino de sacerdotes, etc'. Todo verdadero descendiente de Abraham habría de reeditar
la fe sincera del patriarca. Nunca fue la voluntad del Señor instituir un
sistema de salvación por obras. Tampoco fue la intención de Ellen White
transformar un texto de justicia por la fe en uno de legalismo.
(e) En su escrito, “voto” ha de
significar “compromiso”. Dios deseaba de su pueblo la misma respuesta que
obtuvo de Abraham: la elección de creer al Señor y de cooperar con él. La
respuesta de Abraham no incluyó la vana promesa que hizo Israel 430 años más
tarde. Él entregó su corazón al
Señor, ejerciendo fe en el Salvador que vendría. Esa elección de creer y entregar
el corazón es a lo que Ellen White se refiere con el término “voto”.
(f) El contexto del artículo de Ellen
White de 1904 es evidente: “Cristo apela a los miembros de su iglesia a que cultiven la verdadera y genuina
esperanza del evangelio”. Obsérvese el uso (involuntario) del concepto hebreo
de shamea: cultivar o cuidar, que
encontramos en Éxodo 19.
Es
disparatado pensar que la profetisa inspirada pudiera estar intentando
contradecir lo que escribió en CC 47.
En esa página leemos su descripción del trágico resultado de vivir bajo el
viejo pacto, de hacer promesas a Dios que él nunca nos pidió que hiciésemos, y
que nos llevan a la esclavitud:
Vuestras
promesas y resoluciones son tan frágiles como telarañas [original: “cuerdas de arena”]. No podéis gobernar vuestros pensamientos, impulsos y afectos.
El conocimiento de vuestras promesas no cumplidas y de vuestros votos
quebrantados debilita la confianza que tuvisteis en vuestra propia sinceridad,
y os induce a sentir que Dios no puede aceptaros; mas no necesitáis desesperar.
¿Es
cierto que el ágape es un elemento prominente del mensaje de 1888? ¿O bien es
algo que los entusiastas de nuestros días le han añadido?
Waggoner se
refirió en estos términos al ágape:
“El propósito
de este mandamiento es el amor nacido de corazón limpio, de buena conciencia y
fe no fingida” (1 Tim 1:5). Algunas versiones
traducen “caridad” en lugar de “amor”. En 1 Juan 5:3 leemos: “Este es el
amor de Dios, que guardemos sus mandamientos”. El mismo Pablo dice: “El
cumplimiento de la ley es el amor” (Rom 13:10). Ambos textos emplean la misma
palabra (ágape) que en 1
Tim 1:5…
Dios imputa a los creyentes la justicia de Cristo, que fue hecho en semejanza
de carne de pecado, a fin de que “la justicia de la ley” pueda cumplirse en sus
vidas. Y es así como Cristo es el fin [finalidad] de la ley (Bible Echo 15 febrero 1892; ‘Lecciones sobre la fe’ 37-40).
¡Qué
gloria maravillosa hay en la cruz! Toda la gloria del cielo está en ese objeto
despreciado. No en la imagen de la cruz, sino en la cruz misma…
Allá
donde fuere, contaré la historia de la cruz;
En ninguna otra cosa me gloriaré, excepto en la cruz;
Ese será mi tema constante, por el tiempo y la eternidad:
que el Señor gustó la muerte por mí, sobre la cruz
(The Glad Tidings,
143-144)
Escribiendo
bajo la bendición especial del mensaje de 1888, Ellen White declaró:
Desde
la asamblea de la Asociación General de 1888 Satanás ha obrado con poder
especial mediante elementos no consagrados para debilitar la confianza del pueblo
de Dios en la voz que ha estado llamando durante todos estos años…
Esta
es una gran verdad central a tener siempre ante la mente… Cristo y este
crucificado… El alma paralizada por el pecado puede ser dotada de vida
solamente mediante la obra llevada a cabo sobre la cruz por el Autor de la
salvación. El amor de Cristo constriñe al hombre a que se una con él en sus
labores y sacrificio. La revelación del amor divino despierta en ellos un
sentido de su obligación descuidada de ser portadores de luz al mundo y los
inspira con un espíritu misionero. Esta verdad ilumina la mente y santifica el
alma. Barrerá la incredulidad e inspirará la fe. Es la gran verdad que hay que
mantener siempre ante las mentes de los hombres. Sin embargo, cuán débilmente
se comprende el amor de Dios; y en la enseñanza de la palabra no causa más que
una débil impresión (MS 31, 1890; The Ellen G. White 1888 Materials 805-806).
¿Existe
una cosa tal como pecado del que seamos inconscientes? ¿Habla de él el mensaje
de 1888?
El pecado más
horrible que jamás se cometió fue un pecado inconsciente. Jesús oró así en
favor de quienes lo crucificaban: “Padre, perdónalos, porque no saben lo
que hacen” (Luc 23:34).
“No saber” lo
que uno hace es ser inconsciente de ello. Y culpar a los judíos o a los romanos
de ese crimen es el colmo de la inconsciencia, puesto que todos compartimos esa
culpabilidad. Sin embargo, la raza humana sigue siendo inconsciente de ese
pecado. [“A menos que individualmente nos arrepintamos ante
Dios de la transgresión de su ley y ejerzamos fe en nuestro Señor Jesucristo, a
quien el mundo ha rechazado, estaremos bajo la plena condenación merecida por
aquellos que eligieron a Barrabás en lugar de Jesús. El mundo entero está
acusado hoy del rechazo y asesinato deliberados del Hijo de Dios” (TM 38.1); “Esa oración de Cristo por sus
enemigos abarcaba al mundo. Abarcaba a todo pecador que hubiera vivido desde el
principio del mundo o fuese a vivir hasta el fin del tiempo. Sobre todos recae
la culpabilidad de la crucifixión del Hijo de Dios” (DTG 694.2)].
El orgullo
laodicense es un pecado de carácter igualmente inconsciente, ya que el Testigo
Fiel y verdadero declara: “Y no conoces…” (Apoc 3:17). Cuando el
rey Ezequías enfermó de muerte, no era consciente del mal que albergaba su
corazón. Tras haber sido sanado de su enfermedad, ese mal afloró a la
superficie. “Dios lo dejó, para probarlo, para que se conociera todo lo que
había en su corazón” (2 Crón 32:31).
David oró una
plegaria muy superior a la del rey Ezequías: “Escudríñame, oh Dios, y conoce mi
corazón; pruébame, y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de
perversidad…” (Sal 139:23-24). “Los errores, ¿quién los entenderá? Líbrame
de los que me son ocultos” (Sal 19:12).
Sí: los
mensajeros de 1888 hablaron del pecado inconsciente en necesidad de ser traído
a la conciencia por el ministerio del Espíritu Santo en el Día de la Expiación.
¿En qué parte del mensaje mismo encontramos tal
referencia?
Cuando
se os señala el pecado, decid: ‘Prefiero a Cristo que al pecado’, y dejadlo ir.
[Congregación: ‘Amén’]… Por lo tanto… ¿por qué habríamos de desanimarnos a la
vista de nuestros pecados? Algunos de los hermanos han hecho precisamente eso
mismo. Vinieron aquí en libertad; pero el Espíritu de Dios trajo algo que nunca
habían visto. El Espíritu de Dios profundizó más que nunca, y reveló cosas que previamente
desconocían. Entonces, en lugar de agradecer al Señor que sucediera así, y
permitir que fuese desechada toda la iniquidad… comenzaron a desanimarse…
Si
el Señor nos ha hecho ver pecados en los que jamás pensamos anteriormente, eso
no hace más que mostrar que está avanzando en profundidad para alcanzar
finalmente el fondo. Cuando haya encontrado la última cosa impura o sucia que
no esté en armonía con su voluntad, y la traiga y nos la muestre, si decimos “prefiero
al Señor antes que a eso”, entonces la obra está completa y el sello del Dios
vivo puede ser fijado en un carácter tal… Permitámosle avanzar, hermanos;
permitámosle que lleve a cabo esa obra de escrutinio (A.T. Jones, General Conference
Bulletin 1893 nº 17, 404).
Siempre había pensado que, si confesamos nuestros
pecados, nuestros corazones son totalmente purificados y no puede quedar ningún
resto de pecado desconocido.
“Si confesamos
nuestros pecados, Dios es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y
limpiarnos de todo mal” (1 Juan 1:9). Muy cierto. Observemos, no
obstante, que no puede perdonar y limpiar pecados que no hayamos confesado de
forma concreta e inteligente. El pecado no resulta mágicamente eliminado al
oprimir el pulsador “perdona mis pecados”.
La confesión
ha de ser específica y consciente. “El que peque en alguna de estas cosas,
confesará aquello en que pecó” (Lev 5:5). “La verdadera confesión
es siempre de un carácter específico y reconoce pecados particulares” (CC 38.2). Ahora, ¿cómo podemos confesar
inteligentemente y con sinceridad pecados de los que no somos conscientes?
Por ejemplo, ceder
a motivaciones egoístas es ciertamente pecado. Uno puede comportarse y orar hoy
con total sinceridad en la confianza de haber obrado sin egoísmo… para darse
cuenta mañana de que sus actos o palabras estaban impregnados de egoísmo
pecaminoso.
Eso no
significa que ayer no estuviese convertido; pero si resistimos y rechazamos esa
nueva convicción de pecado que el Espíritu Santo nos trae y rehusamos
arrepentirnos, entonces ciertamente perdemos ese estado de conversión del que
antes gozamos. No hay forma de malinterpretar tanto la Escritura como el
Espíritu de Profecía mediante la suposición de que el arrepentimiento implique
otra cosa distinta que una experiencia de continua profundización a lo largo de
toda una vida. En caso contrario venimos a resultar atrapados en una terrible
situación de arrogante justicia propia.
¿Habla
Ellen White de esa noción de pecado desconocido en necesidad de ser llevado a
nuestro conocimiento?
Sí, en muchas
ocasiones. Sólo es posible dar aquí algunos ejemplos:
Los
que realmente desean glorificar a Dios agradecerán que todos los ídolos y
pecados queden expuestos, a fin de poder ver estos males y desecharlos (4TI 347.3).
Cada
uno posee rasgos de carácter todavía ignorados, y que deben ser puestos en
evidencia por la prueba. Dios permite que aquellos que confían en sí mismos
sean gravemente tentados a fin de que puedan comprender su incapacidad. (7TI 201.3).
Si
tenemos defectos de carácter de los que no somos conscientes, [el Señor] nos
disciplina haciendo que esos defectos vengan a nuestro conocimiento para que
podamos vencerlos… Pero no se reveló nada que no estuviese en vosotros (RH 6 agosto 1889).
La
ley de Dios es la prueba de nuestras acciones. Sus ojos ven todo acto,
escudriñan cada rincón de la mente, detectan todo engaño y toda hipocresía (AFC 289.1; 292).
La
obra de restauración nunca puede ser completa a menos que se llegue hasta las
raíces del mal. Vez tras vez han sido recortadas las ramas, pero ha sido dejada
la raíz de amargura para que resurja y contamine a muchos. Pero debe llegarse
hasta la profundidad misma del mal oculto, los sentidos morales deben ser
juzgados y juzgados otra vez a la luz de la presencia divina (5CBA
1125).
Muchos…
se hallan en circunstancias que parecen exponer todo el mal de su naturaleza.
Se revelan entonces defectos cuya existencia no sospechaban… Su providencia [de
Dios] los coloca en diferentes situaciones y variadas circunstancias para que
descubran en su carácter los defectos que permanecían ocultos a su conocimiento
(MC 373.2).
¿No
es una idea desalentadora?
Nada de lo
que el Espíritu Santo traiga a nuestro conocimiento puede ser causa de
desconsuelo, ¡él es el Consolador!
Si uno padece
un cáncer que amenaza su vida, ¿habría de desanimarse cuando el médico lo
diagnostica certeramente y le aplica el tratamiento adecuado para salvar su
vida?
¿Cuál
es la importancia de vencer el pecado no conocido? ¿Acaso no lo cubre Jesús,
nuestro sustituto? ¿No cubre su manto de justicia las deformidades de nuestro
carácter?
El asunto no
es la salvación de nuestras pobres almas, sino la vindicación y el honor de
Cristo. Podemos vivir en la tranquilidad de la inconsciencia de nuestro pecado
no conocido, pero este trae oprobio a Cristo de todas formas. Hasta puede
producir perplejidad en otras personas que se aperciben de la falta de
cristianismo que nosotros mismos somos incapaces de ver. Los jóvenes resultan
con mucha frecuencia desanimados por las inconsistencias pecaminosas de sus
mayores faltos de discernimiento.
Es cierto que
si morimos antes que el Espíritu Santo haya traído a nuestro conocimiento el
pecado del que no somos conscientes, podemos confiar en que nuestro Sustituto
nos “cubre”. Martín Lutero murió bebiendo cerveza y desconociendo lo pecaminoso
que era su antisemitismo, que alentó más tarde los horrores del nazismo. Pero
su caso en el juicio no será tan difícil como el nuestro si pecamos
voluntariamente ante una luz mucho mayor de la que él tuvo.
Si el
Espíritu Santo ha traído a nuestro conocimiento pecado del que no sabíamos con
anterioridad y resistimos su ministerio rehusando arrepentirnos, podemos
convertir nuestra salvación en algo realmente imposible. Tal es el punto
central del ministerio sumo sacerdotal del día de la expiación. Ellen White
relacionó esa obra del Espíritu Santo que escruta hasta lo profundo para
revelar el pecado desconocido, con el ministerio de Cristo en el día de la expiación:
Estamos
en el día de la expiación y debemos obrar en armonía con la obra de Cristo de
purificar el santuario de los pecados del pueblo. Que nadie que desee ser
hallado vistiendo el traje de bodas resista a nuestro Señor en su obra (RH 21 enero 1890; ver también 28 enero,
4, 11, 18 y 25 de febrero, 4, 11, y 18 de marzo, etc., del mismo año).
La
purificación del santuario celestial incluye una obra paralela en los corazones
del pueblo de Dios en la tierra (CS 421.1
y 607.3; granate 478 y 680-681). Su propósito es el de preparar a un pueblo
para la traslación. Su pueblo debe finalmente encontrarse con el Señor cara a
cara sin pasar por la muerte (1 Tes 4:15-17).
Pero “nuestro
Dios es un fuego consumidor” (Heb 12:29). Si todavía hay pecado enterrado
en nuestro corazón cuando comparezcamos ante su presencia, ese fuego lo “consumirá”,
y habremos de ser destruidos con él. ¡Es por ello por lo que el amante Espíritu
Santo se esfuerza en traerlo hoy a nuestra atención!
¿Ilustra
nuestra historia de 1888 el problema del pecado oculto en los corazones de los
adventistas?
Ellen White
dijo en numerosas ocasiones que el pecado de quienes rechazaron el mensaje de
1888 fue de la misma naturaleza que el pecado de los judíos, quienes rechazaron
a Cristo (por ejemplo, MS 2,
1890; TM 64; RH 11 abril 1893 y un largo etcétera). De sus contemporáneos que
rechazaron el mensaje, dijo que “no sabían” de qué espíritu eran (MS 24, 1892).
De no ser por
la particular gracia de Dios, no somos por naturaleza mejores que ellos. De
igual manera en que participamos del pecado de haber crucificado a Cristo
(excepto que recibamos su perdón), participamos también de la culpabilidad de
nuestros hermanos de hace más de cien años. Necesitamos el arrepentimiento
tanto como ellos.
El
arrepentimiento corporativo consiste en el arrepentimiento individual
por los pecados que habríamos cometido efectivamente, de no ser por la gracia de Dios. El Dr. Arnold Wallenkampf afirma
que lo que llevó a nuestros hermanos en
Hoy también,
nada que no sea la elección de ser crucificados con Cristo nos salvará del
pecado de seguir esa dinámica de grupo en los diversos desafíos que hemos de
confrontar. No hay ninguna forma en la que podamos seguir a Cristo, excepto
estando crucificados con él.
¿Qué
diferencia hay entre confesión corporativa y arrepentimiento corporativo?
El “arrepentimiento
corporativo” está a miles de kilómetros de distancia de lo que un comité pueda
hacer o decidir, o de la mera promoción de un lema plasmado en un tríptico a
modo de estrategia para crear un estado de opinión en las “masas”. Eso nunca
será eficaz, ya que hay muchos que debido a un sentido superficial y arraigado
de la “fidelidad” se embarcarían irreflexivamente en cualquiera sea el nuevo
programa propuesto, según la dinámica de grupo que le lleva a uno al deseo de
no desentonar y seguir la corriente. Una “confesión corporativa” no lograría
nada. Cuanto más nos aproximamos al tiempo del fin, menos satisfecho puede
estar el Señor con una obra superficial.
La palabra “corporativo”
no tiene nada que ver con la organización en el sentido de jerarquía o
representación. El arrepentimiento es un don del Espíritu Santo, no un sufragio
de votos. La obra del arrepentimiento es siempre individual y personal.
La palabra “corporativo” es simplemente la manera de referirse al modo en el
que cada “miembro del cuerpo” se relaciona con la Cabeza y con cada uno de los
demás (1 Cor 12 y Efe 4) [la iglesia como CUERPO de Cristo, de ahí la palabra CORPOrativo].
El
arrepentimiento corporativo consiste en arrepentirnos personalmente por
los pecados de los demás como si fueran los nuestros, sintiendo el dolor y la
culpa de otros miembros del cuerpo, sabiendo que esos serían nuestros propios
pecados de no ser por la gracia de Cristo [para guardarnos del pecado].
Es así como
el “mensaje de la justicia de Cristo” se hace relevante. Su justicia nos ha de
ser imputada al cien por cien, ya que no poseemos ni un uno por ciento de ella.
De no ser por la gracia de Cristo compartiríamos la culpa corporativa del mundo
entero. Ninguno de nosotros es de forma innata mejor que los demás. Como dijo
Lutero, todos estamos hechos del mismo “material”. Todo león es por naturaleza
un potencial devorador de hombres, aunque pocos hayan tenido la oportunidad
real de devorar a un ser humano. Podemos afirmar que los leones comparten una
naturaleza corporativa potencialmente devoradora de hombres.
El Señor
Jesús amonesta al “ángel de la iglesia de Laodicea” a que sea celoso y se
arrepienta (Apoc 3:14 y 19). Aunque un arrepentimiento como ese es siempre
personal, lo es también del “cuerpo”, y por lo tanto, “corporativo”.
El
arrepentimiento de la antigua Nínive ante la predicación de Jonás es un ejemplo
de arrepentimiento nacional liderado
por el rey y sus nobles (Jonás 3:5-9). Un arrepentimiento de la iglesia
como cuerpo, sería hoy un arrepentimiento denominacional.
El Señor otorgará ese don, y su honor requiere que haya un pueblo de dirigentes
y laicos que responda (Zac 12:10-13:1) [No se trata de laicos tomando la delantera a pastores, y aun
menos excluyéndolos: Joel 2:15-17; Mal 3:3; Zac 12:10 y 13].
¿Cómo
puede un arrepentimiento tal extenderse al cuerpo de la iglesia?
¿Es la
Iglesia adventista del séptimo día la verdadera iglesia remanente de
Apocalipsis 12:17? ¿Es el “Israel” de hoy? —No dudamos que lo es.
Los
descendientes de Abraham habían de constituir la “iglesia remanente” de su
tiempo. Estaban llamados a ser el vehículo por el que Dios evangelizara al
mundo. El Señor contaba por entonces con verdaderos seguidores en todas las
naciones, lo mismo que hoy hay creyentes verdaderos en cualquier lugar
(incluyendo el Islam, el Budismo y el Hinduismo).
¿Por qué
eligió Dios entonces a Abraham y a sus descendientes como su “cuerpo” visible
en la tierra? Esta es la razón: “Por medio de ti serán benditas todas las
familias de la tierra” (Gén 12:3). La historia de sus descendientes vino a ser
en gran medida un auténtico desastre, pero al final del tiempo tiene que
suceder algo que nunca antes ha sucedido: la purificación del santuario
celestial. Ese gran propósito de Dios tiene que hallar cumplimiento en su
pueblo. Es la razón por la que esta iglesia existe.
La Escritura
exige la existencia de una iglesia o denominación visible que constituya el “cuerpo”
de Cristo en la tierra. No una mixtura dispersa y desorganizada. Un estómago
por aquí, un ojo por allá y un oído quién sabe dónde, no constituyen un “cuerpo”.
Un cuerpo es un organismo coordinado y unido, sujeto a la cabeza.
¿Se
dará algún día un arrepentimiento tal en el cuerpo de la iglesia?
Algunos
críticos y disidentes dicen: ‘No. Imposible’. Otros vienen a decir lo mismo,
pero por diferente razón: no creen que sea necesario. Sin embargo, Jesús llama precisamente a un
arrepentimiento tal. Y su palabra no puede volver a él vacía. Conviene que
recordemos que hay alguien que se opone firmemente al arrepentimiento
denominacional, y que cree que es imposible. ¿Su nombre? —Satanás.
La sabiduría
humana no basta para dar respuesta a la cuestión, pero la Biblia nos asegura
que Dios otorgará a su “cuerpo” (pueblo) un arrepentimiento tal, lo que
expondrá la falsedad de Satanás:
Derramaré
sobre la casa de David [dirigentes], y sobre los habitantes de Jerusalén [resto
de miembros], espíritu de oración. Me mirarán a mí, a quien traspasaron, y
llorarán sobre mí como se llora por unigénito. Se afligirán sobre mí como quien
se aflige por primogénito. En aquel día habrá un gran llanto en Jerusalén… En
aquel tiempo habrá un manantial abierto para la casa de David y para los
habitantes de Jerusalén, para lavar el pecado y la inmundicia
(Zac 12:10-13:1).
Apocalipsis
describe a la iglesia como venciendo al fin (3:20-21; 19:6-9). Ellen White
expresó en numerosas ocasiones su firme confianza en que la Iglesia adventista
del séptimo día se arrepentirá finalmente, poniéndose en armonía con el plan de
Dios (3JT 251-255, 289 y 345; 2MS 449-451 y 458-459; TM 49-50, 57 y 58 y 410; MM 241-242, etc.).
Dudar de lo
anterior equivale a ponerse del lado del gran enemigo, ya que Satanás está
determinado a que la iglesia remanente no conozca jamás un arrepentimiento tal.
¿Qué
puede hacer el Señor para despertar a su pueblo de la tibieza, complacencia y
mundanalidad?
La historia y
el mensaje de 1888 son a la Iglesia adventista del séptimo día lo que el
Calvario y el Nuevo Testamento son para los judíos. Muchos judíos son como
nosotros: están mucho más ocupados en sus vidas personales de hoy que en lo que
sucedió hace dos mil años en su historia, de la misma forma en que nos sucede a
nosotros con nuestra historia de hace más de cien años.
Pero el
mensaje de 1888 fue el “comienzo” de la lluvia tardía y el fuerte pregón de
Apocalipsis 18 tan ciertamente como que Jesús de Nazaret fue el Mesías de los judíos.
El propósito del Señor era hacer de la nación judía su pueblo de evangelistas
para el mundo de sus días. En 1888, el propósito del Señor era impregnar a cada
congregación adventista del séptimo día con la calidez del genuino amor ágape, para hacerlos los primeros “en
cuanto a levantar a Cristo ante el mundo” [Ev 141].
El testimonio
inspirado nos dice que tropezamos “como los judíos”. Ellen White presenta la
cruda verdad. Los subproductos resultantes de ese rechazo a la verdad son la
tibieza letal, el legalismo, el espíritu crítico, la confusión y la desunión
que es posible constatar por todas partes. El maravilloso mensaje de la
sobreabundante gracia de Cristo ha sido “en gran medida” mantenido alejado de
nuestro pueblo y del propio mundo (1MS
276.1).
Los que son
dados a la crítica y los legalistas suelen dedicarse a deplorar la forma en la
que “el pecado abundó” en la iglesia, pero lo que es más importante es la forma
en la que “tanto más sobreabundó la gracia”. El Señor puede hacer con nosotros
lo que deseó hacer por los judíos: conceder el don del arrepentimiento. Y en
este tiempo de la purificación del santuario su pueblo debe vencer allí donde
los judíos fracasaron.
¿Aceptan nuestros teólogos y dirigentes de
Si estamos
dubitativos y perplejos haremos bien en preguntar eso al Señor. Él nos invita a
que así lo hagamos: “Venid y razonemos, dice el Eterno” (Isa 1:18). Con
seguridad él no despreciará la plegaria sincera y ferviente de su pueblo. Dijo
David: “[El Señor] se inclinó a mí, y oyó mi clamor” (Sal 40:1).
Sabemos que
en ocasiones el Señor comisiona a algunos para que digan ciertas cosas que no
coinciden con el deseo de los dirigentes oficiales. Hablando en el contexto de
1888, Ellen White se refirió a la experiencia de los apóstoles, y dijo:
“Un
ángel del Señor, abriendo de noche las puertas de la cárcel y sacándolos, dijo:
Id, y puestos de pie en el templo, anunciad al pueblo todas las palabras de
esta vida”. Vemos aquí que los hombres que tienen autoridad no siempre han de
ser obedecidos, aun cuando profesen ser maestros de la doctrina bíblica. Hay
muchas personas hoy en día que se sienten agraviadas e indignadas de que alguna
voz se levante para presentar ideas que difieran de las suyas con respecto a
puntos definidos de creencias religiosas…
Pero
vemos que el Dios del cielo a veces comisiona a los hombres a enseñar aquello
que es considerado como contrario a las doctrinas establecidas… el Espíritu
Santo, de vez en cuando, revelará la verdad por medio de sus propios agentes
escogidos; y ningún hombre, ni siquiera un sacerdote o gobernante, tiene el
derecho de decir: Vosotros no daréis publicidad a vuestras opiniones, porque yo
no creo en ellas. Ese pasmoso “yo” puede intentar derribar la enseñanza del
Espíritu Santo. Los hombres pueden por un tiempo intentar aplastarla y matarla;
pero esto no convertirá el error en verdad o la verdad en error (TM 69.2-70.1; granate 69-70).
Nótese la
expresión “de vez en cuando”. Un verdadero seguidor de Cristo respetará la
autoridad divinamente instituida. David se guardó de levantar su mano contra el
rey Saúl, “el ungido del Señor”, incluso sabiendo que Saúl era un apóstata
declarado. Elías fue leal y respetuoso con el rey Acab, lo que no le impidió
ser franco con él. Jeremías respetó a los reyes Joacim y Sedecías a pesar de la
apostasía de ellos, y procuró ayudarles con toda lealtad.
Ante la
prueba, Jesús habló con consideración y franqueza al oficial que le abofeteó, y
Pablo incluso se disculpó ante el sumo sacerdote. Ese “de vez en cuando” debe
humillar a todo aquel que imagine que el Señor le ha encomendado una obra
especial. Como hizo Gedeón, debe poner una y otra vez el vellón de lana, para
asegurarse de no estar corriendo por delante del ángel. Una persona reflexiva e
informada será extremadamente cuidadosa y constante en la oración, antes de dar
publicidad a algo que no coincide con la opinión de los dirigentes.
Ahora bien,
ese “de vez en cuando” ha tenido una aplicación definida en la historia
adventista:
Aun
los adventistas del séptimo día están en peligro de cerrar sus ojos a la verdad
tal como es en Jesús, porque contradice algo que han dado por sentado como
verdad, pero que, según lo enseña el Espíritu Santo, no es verdad…
Los
hombres finitos deben cuidarse de tratar de controlar a sus semejantes, tomando
el lugar asignado al Espíritu Santo. No sientan los hombres que es su
prerrogativa dar al mundo lo que ellos piensan que es la verdad, e impedir que
se le dé algo contrario a sus ideas…
Es
una ofensa para Dios que los hombres conserven vivo el espíritu que se
desenfrenó en Minneapolis (Id., 70-76;
30 mayo 1896).
El Señor está
dirigiendo a un pueblo; no meramente a unos pocos individuos. A las personas
inclinadas al celo exagerado les resulta fácil imaginar que el Señor las ha
comisionado a decir algo, pero puede no ser cierto. Jeremías advirtió en contra
de los que corrían sin que el Señor los hubiese enviado (23:21-32). No
obstante, nuestra historia nos advierte que no debemos seguir ciegamente a los
dirigentes, en oposición a la clara dirección del Espíritu Santo. Escribió Ellen
White:
Con
frecuencia algunos de nuestros hermanos dirigentes se han colocado del lado
equivocado; y si Dios mandase un mensaje y aguardase a que estos hermanos más
antiguos preparasen su progreso, nunca llegaría a la gente (OE 318.3).
Si
el Señor les conserva la vida y alimentan el mismo espíritu que señaló su
conducta antes y después de la reunión de Minneapolis, llenarán también la
medida de aquellos a quienes Cristo condenó cuando estaba en la tierra.
Los peligros de los últimos días están sobre nosotros. Satanás controla toda
mente que no se halla en forma decidida bajo el gobierno del Espíritu de Dios.
Algunos han estado cultivando odio contra los hombres a quienes Dios ha
comisionado para presentar un mensaje especial al mundo. Comenzaron esta obra
satánica en Minneapolis. Más tarde, cuando vieron y sintieron la demostración
del Espíritu Santo que testificaba que el mensaje era de Dios, lo odiaron aun
más, porque era un testimonio contra ellos. No quisieron humillar sus corazones
para arrepentirse, para dar gloria a Dios y reivindicar la justicia.
Continuaron con el mismo espíritu, llenos de envidia, de celos y de malas
sospechas, como los judíos. Abrieron sus corazones al enemigo de Dios y del
hombre. Sin embargo, estos hombres han estado ocupando puestos de confianza y
han estado modelando la obra a su propia semejanza hasta el punto en que les
fue posible (TM 79-80).
Es muy
razonable preguntarse si acaso no podríamos hoy estar repitiendo una vez más la
historia de 1888. La evidencia pesa a favor de que la triste historia tenga que repetirse, a menos que se dé el
arrepentimiento denominacional. Es un axioma aceptado, el que una nación
que desconoce su historia está condenada a repetirla. Lo mismo se aplica a una
iglesia. Pero los dirigentes pueden cambiar. Es posible aprender las lecciones.
Estamos
sellando día tras día nuestro destino eterno por nuestra forma de reaccionar a
la dirección del Espíritu Santo. Conociendo nuestra historia, si elegimos
repetirla, nos declararemos con seguridad indignos de la vida eterna. Dios
perdonó a la nación judía por crucificar a Cristo. Pero no la perdonó cuando
repitió ese pecado al rechazar a los apóstoles y apedrear a Esteban.
La pregunta
importante es: ¿Está llamando Cristo a los dirigentes de la iglesia al
arrepentimiento? La respuesta se encuentra en Apocalipsis 3:19, donde el
llamamiento a arrepentirse se dirige “al ángel de la iglesia de Laodicea” (vers.
14). Si ese llamado es válido, las personas dispuestas en “la casa de David y
los moradores de Jerusalén” lo reconocerán y lo afrontarán con valentía.
Hay evidencias
que indican cierto progreso en la aceptación de los elementos esenciales del
mensaje de 1888 entre los dirigentes. Un expresidente de la Asociación General
sustentó firmemente los conceptos de 1888 sobre la justificación, en su
presentación en una semana de oración, en noviembre de 1988. El capítulo 5 del
libro del Dr. Wallencampf sobre la justificación (Review and Herald) también
toma la misma posición. Y su libro sobre la historia de 1888 está en armonía
con los escritos de Ellen White sobre el particular. Son todos ellos signos por
demás animadores.
Cuando un
glaciar inmenso se desplaza una distancia tan exigua como cuatro o cinco
centímetros, es posible que se desencadene la avalancha.
Hace
unos años la iglesia celebró el centenario de 1888. Ahora que ha pasado,
¿morirán de forma natural esos eventos? ¿No podemos olvidar 1888 y proyectarnos
hacia el futuro?
El centenario
de 1888 se caracterizó por un notable progreso hacia la realidad. Hoy en día se
reconoce casi unánimemente, no solamente que el mensaje de 1888 fue el comienzo
de la lluvia tardía y el fuerte pregón, sino también que los dirigentes se
colocaron del lado equivocado. Tal reconocimiento significa una extraordinaria
y nueva inflexión en la historia del adventismo del séptimo día.
Se ha dicho
que es virtualmente imposible alcanzar la unidad denominacional sobre los temas
relacionados con 1888. Pero la rapidez en la que el aspecto histórico se ha
resuelto, fraguando en una visión que parecía imposible hace unos pocos años,
para desembocar en un reconocimiento virtualmente unánime de los hechos, anima
a creer que los aspectos restantes, todavía objeto de desacuerdo, pueden
igualmente resolverse en un plazo mucho más breve del que imaginamos.
Queda un
asunto capital por dilucidar: ¿Cuál fue
el auténtico mensaje de 1888? El Espíritu Santo no nos permitirá evadir el
deber de recuperarlo.
¿Se
encuentra el mensaje en vías de recuperación?
No debería
tomar demasiado tiempo dilucidar de forma objetiva en qué consistió el mensaje.
Los escritos publicados de Jones y Waggoner son fácilmente asequibles. Es
imposible equivocar su significado.
Una parte
cada vez mayor de la membresía ha captado ya una vislumbre de lo que constituye
el mensaje, bien sea leyendo reediciones de las obras de los mensajeros de 1888
o mediante seminarios y conferencias al respecto.
El testimonio
casi universal de quienes asistieron a tales encuentros indica que el mensaje
llega como algo refrescantemente nuevo. Son habituales expresiones como: ‘Nunca
había oído con anterioridad una presentación tan clara del evangelio’. ‘¿Por
qué nadie nos habló antes de eso?’, etc.
Hace un siglo,
Ellen White declaró que “no hay ni uno entre cien que comprenda por sí mismo la
verdad bíblica sobre este tema [la idea de 1888 sobre la justificación por la
fe]… La gente no tiene una fe inteligente” (RH
3 setiembre 1889). “Nuestras iglesias están muriendo por falta de enseñanza
sobre el tema de la justicia por la fe en Cristo, y de verdades relacionadas” (RH 25 marzo 1890). Cuando se comprende
la realidad del mensaje de 1888 resulta claro que las declaraciones de Ellen
White de 1889 siguen siendo hoy verdad actual. Muy pocos han comprendido el
mensaje.
Pero hay
buenas nuevas animadoras. Cuando se humilla el orgullo denominacional resulta
renovada la confianza en la misión y cumplimiento del cometido adventista del
séptimo día.
Asistimos
en todos los niveles de la iglesia a un reavivamiento del “adventismo histórico”.
¿Consiste en eso el mensaje de 1888?
El mensaje de
1888 no es un mero reavivamiento del “adventismo histórico” ni es un nuevo tipo
de legalismo. Los que rechazaron el mensaje en Minneapolis hace más de cien
años pertenecían todos al “adventismo histórico”. Si pudiésemos resucitar a
nuestros predicadores más dinámicos de hace sesenta o setenta años (quienes
eran igualmente “adventistas históricos”), su predicación fenecería en medio de
la atmósfera inmisericorde que caracteriza estos últimos días. Fue su
predicación la que preparó el terreno para nuestra situación actual de
confusión y pluralismo, ya que estaban en gran medida desprovistos de los
conceptos singulares de buenas nuevas propios del mensaje de 1888.
La razón es
que en esa misma medida carecían de información fidedigna sobre las realidades
del mensaje de 1888. En los años subsiguientes a la muerte de Ellen White
(1915), debido a que Waggoner y Jones claudicaron, se extendió en la iglesia un
profundo prejuicio contra su mensaje. Los conceptos prevalentes sobre el
evangelio, en las décadas que siguieron, estuvieron condicionados por el
entusiasmo que produjo el movimiento conocido como “La Vida Victoriosa”, que
infiltró el adventismo en los años veinte y treinta. Nuestros dirigentes
denominacionales de aquella época abrazaron públicamente esas ideas evangélicas
originadas en la Escuela Dominical “Times”, asumiendo equivocadamente que coincidía
con el mensaje de 1888.
La “Vida Victoriosa” suena bien. ¿En qué consistía?
El tema era
la victoria sobre el pecado. Eso inspiraba confianza en que el mensaje
prepararía a un pueblo para la venida del Señor. Fue una doctrina especialmente
atractiva, en aquella era posterior a la primera guerra mundial (años 1920).
Pero el “cómo” lograr esa victoria exhibía un doloroso vacío.
Sinceramente
desinformados en cuanto al contenido de las auténticas verdades del mensaje de
1888, nuestros hermanos dirigentes de aquella época fueron incapaces de
distinguir entre el artículo genuino y su falsificación. La cuestión que
demanda ahora nuestra atención es si en algún momento con posterioridad a esos
años (década de los años 30) recuperamos los ingredientes espirituales perdidos
del mensaje de 1888.
“La Vida
Victoriosa” era el mismo mensaje proclamado por los evangélicos en la primera y
segunda décadas del siglo pasado. Su propósito era desarrollar la confianza en
que uno está salvo, sin consideración alguna hacia la obediencia a todos los
mandamientos de Dios. Su espíritu era manifiestamente ecuménico. Compartía los
conceptos esenciales del movimiento devocional conocido como “la vida interior”,
que ha florecido en tiempos recientes en la Iglesia católica.
La pérdida
más trágica suele ser precisamente aquella que pasa más desapercibida. Tal es
el objeto del llamado de Cristo a Laodicea: “Y tú no sabes” que se ha perdido
algo precioso (Apoc 3:15-18). Ezequiel refiere el hecho dramático de que
los sacerdotes que servían en el templo de Salomón en los días de Sedequías no
supieron cuándo se retiró del templo la presencia del Señor (capítulos 8-10).
El mensaje de
los tres ángeles, desprovisto del mensaje del cuarto ángel, no puede alumbrar
la tierra con la gloria de Dios. Cuando la historia demanda una respuesta a las
generosas providencias de Dios, tal como sucedió en 1888, y el pueblo reacciona
negativamente, la fermentación resultante resulta en innumerables males. Así lo
atestiguan miles de años de historia. También lo atestigua la tragedia de más
de cien años de nuestra historia reciente.
¿Tienen
las publicaciones de 1888 la intención de competir con los libros y revistas
denominacionales?
No. Alentamos
sin cesar a las personas a permanecer bien informadas mediante la lectura de la
Revista Adventista y nuestra literatura denominacional, así como otra
literatura publicada por adventistas del séptimo día leales, quienes ofrecen
información que no está disponible en las publicaciones oficiales. Nosotros
exponemos un mensaje que no se encuentra allí, procurando llenar un vacío que
no se ha cubierto.
¿Resulta
el mensaje de 1888 atractivo para los que son dados al fanatismo, el legalismo
y la crítica?
Los que más
se interesan por el mensaje no son “teólogos”, ni aquellos inclinados a
encontrar la causa que sea para “protestar”. Es cierto que algunos fanáticos
tratan de capitalizar el tema e infiltrar en él un legalismo refinado. Pocos
reconocerán abiertamente rechazar el mensaje de 1888 [quienes lo rechazaron en Minneapolis afirmaban creer
y aceptar la “justificación por la fe”].
Personas
dadas a la crítica y necesitadas de amor sacan partido de hechos innegables en
nuestra historia a fin de condenar a los dirigentes. Pero no están interesados
ciertamente en la gracia sobreabundante del mensaje de 1888 ni aprecian su
significado.
De hecho, los
que se tienen por “ultraconservadores” repudian (incluso con grandilocuencia)
elementos esenciales del mensaje. En cierta ocasión vinieron “unos de parte de
Jacobo” para turbar a los Gálatas con su legalismo “cristiano” (Gál 2:12).
Aquellos cuyos corazones reciben con gozo el mensaje de 1888 son miembros laicos
humildes, deseosos de encontrarle significado al adventismo, así como pastores
y dirigentes que buscan la bendición del Espíritu Santo.
Una gran
proporción de jóvenes suspira por conocer al Cristo que está “cercano, a la
mano”, capaz de salvar del pecado, no
en el pecado. El enemigo de la
justicia procuró traer el fanatismo hace un siglo, pero Ellen White comparó los
reavivamientos de
Desgraciadamente,
tras la asamblea de la Asociación General de 1893 apareció la confusión. Cuando
el pueblo se dio cuenta finalmente de la dureza de la oposición al mensaje,
quedaron perplejos y confusos, sin saber qué hacer. Solamente entonces comenzó
a darse cierto fanatismo. El apoyo franco de parte de
¿Acepta
el “Comité para el estudio del mensaje de 1888” donaciones en competencia con
la obra denominacional regular?
No. De
ninguna forma es nuestra intención debilitar el soporte a nuestra obra
denominacional. Insistimos explícitamente en que no aceptamos diezmos, y
urgimos a los miembros a que apoyen en todo respecto a la iglesia según las
líneas regulares. La obra mundial de proclamar el mensaje del tercer ángel en
verdad alumbrando toda la tierra con la gloria del mensaje final está más allá
de la capacidad de un segmento —sea cual sea— de la iglesia.
En sus días Ellen
White dio apoyo a lo que hoy llamaríamos “ministerios de sostén propio” leales
no controlados por la Asociación. Uno de ellos fue Madison School. Ella estaba
al corriente de la oposición “oficial” al proyecto, oposición que manifestó no
estar inspirada por el Espíritu Santo. Los obreros de Madison “no debían ser
abandonados a tener que luchar con la incomprensión y la falta de ayuda”. “Que
nadie pronuncie palabras que tiendan a restarle mérito a su obra”. “Nunca,
nunca se digan palabras que aumenten la pesadez de la carga”.
A un
dirigente inclinado a ponerles impedimentos, le dirigió estas palabras: “Es su
privilegio… y el de aquellos con amplia influencia en la obra hacer comprender
a esos hermanos que cuentan con su confianza y ánimo en la obra que están
valientemente llevando a cabo” (SpTB11, 21). “Seamos cuidadosos,
hermanos, no vaya a ser que estemos contrarrestando e impidiendo el progreso de
otros y dilatando de ese modo el avance del mensaje del evangelio. Se ha obrado
así, y ese es el motivo por el que me veo ahora compelida a hablar con esta
llaneza… El Señor no pone límites a sus obreros en ciertas líneas, tal como los
hombres están inclinados a hacer… Se han retirado medios [financieros]… debido
a que [la obra] no estaba bajo el control de la Asociación” (citado en The Value of Organization, de C.C.
Crisler, secretario personal de Ellen White, Elmshaven Press, 1914; SpTB11,
31).
¿Se
opuso Ellen White a los ministerios “irregulares”? ¿Los apoyó?
Contrariamente
a los deseos de ciertos dirigentes de la Asociación, afirmó: “Se debe animar a
los hermanos Sutherland y Magan a que soliciten medios para el soporte de su
obra” (Special Testimonies, Series B,
nº 11, 10, 17, 19-21 y 36; SpM 422). “Muchos debieran estar en la obra,
en las llamadas ‘líneas irregulares’. Si un centenar de obreros abandonasen las
‘líneas regulares’ para dedicarse a la obra sacrificada… serían ganadas almas
para el Señor” (Carta J 109, 1901; SpM
195).
¿Deberían
confinarse todas las publicaciones a Review and Herald, Pacific Press, etc?
Si bien
apoyando firmemente la organización de la iglesia según la estableció el Señor,
Crisler aportó numerosas declaraciones de Ellen White en apoyo a ministerios
independientes que el Señor, de forma inesperada, motiva a que algunos pongan
en marcha. Nos informa que Ellen White escribió en estos términos “a un
presidente de la Asociación del Sur, que percibía la obra misionera de sostén
propio como siendo irregular”:
Cristo
acepta y está en comunión con los más humildes. No acepta a los hombres debido
a sus capacidades o elocuencia, sino porque ellos buscan su rostro deseosos de
su ayuda. Su Espíritu motiva el corazón y pone toda facultad en acción
decidida. En estos hombres que no albergan pretensiones, el Señor ve el más
precioso material, que resistirá la tormenta y la tempestad, el calor y la
presión. Dios no ve como el hombre. Él no juzga por las apariencias: Escudriña
el corazón y juzga con justicia…
¿Quién
le envió a un campo en el que se había hecho una buena obra, para que muestre
su celo haciéndola añicos? ¿En eso consiste el trabajar en líneas regulares? Si
es así, ha llegado el tiempo de que trabajemos en las irregulares…
Hay
hombres que se consagrarán y consumirán en la ganancia de almas. En obediencia
a la gran comisión muchos irán a trabajar por el Maestro. Bajo la ministración
de los ángeles, hombres comunes serán motivados por el Espíritu de Dios e irán
a advertir a la gente en las avenidas y en los caminos. Se los debe fortalecer
y animar, y disponerlos para la labor tan pronto como sea posible, a fin de que
el éxito pueda coronar sus esfuerzos. Están en armonía con instrumentos
invisibles, celestiales. Son obreros juntamente con Dios, y sus hermanos
debieran estrechar con ellos los lazos y orar por ellos mientras que estos
trabajan en el nombre de Cristo…
Nadie
tiene autorización para obstaculizar a esos obreros. Se los debiera tratar con
el máximo respeto. Nadie debiera dirigirles una palabra provocadora mientras
siembran la semilla del evangelio en los terrenos difíciles.
Cristo
asistirá a tales obreros humildes. Los ángeles del cielo responderán a los
esfuerzos hechos con sacrificio. Jesús motivará los corazones mediante el poder
del Espíritu Santo. Dios obrará milagros en la conversión de los pecadores. Los
obreros se llenarán de gozo al ver las almas convertidas. Se ganarán hombres y
mujeres a la membresía de la iglesia … Sus oraciones perseverantes traerán
almas a la cruz…
Hermano ________, debiera haber muchos en la obra según líneas que en su juicio
usted califica de “irregulares”. ¿Piensa que sus críticas son el fruto del
Espíritu Santo? (p. 12-14; SpM 194-195).
Ellen White
pudo haber publicado en Review and Herald o en Pacific Press El Camino
a Cristo. Sin embargo, en 1892 recurrió a una publicadora no adventista
para editarlo.
Pero
en esas citas Ellen White se está refiriendo a la obra evangelística de sostén
propio en favor de los no adventistas
Era el plan
de Dios que el mensaje de la justicia de Cristo se llevase a la iglesia y al
mundo (TM 91-93; 1MS 276.1). El reavivamiento, la reforma
y el arrepentimiento son esenciales para la iglesia, antes de que la luz del cuarto ángel pueda iluminar efectivamente
toda la tierra.
Por lo tanto,
en la providencia de Dios el mensaje de la gracia sobreabundante que Ellen
White calificó como “el comienzo” de la lluvia tardía debe ir primeramente a la
iglesia. Una obra tal es el más puro evangelismo ganador de almas.
Mientras
tanto, el mensaje recupera a miembros de iglesia que habían caído en el
desánimo y se habían alejado, así como a no adventistas. Los responsables de
las iglesias pueden gozarse con los nuevos conversos, los miembros recuperados
y la afluencia incrementada de recursos materiales de la que gozará la
tesorería de iglesia como consecuencia del reavivamiento producido por el
mensaje de 1888.
Crisler citó
otra carta que Ellen White dirigió “a un dirigente de la Asociación General” en
1901:
Cuan
a menudo se suscitan las mismas viejas dificultades en relación con causar
problemas a las “líneas regulares”… ¿Cuántos años más tendrán que pasar antes
de que nuestros hermanos desarrollen una percepción clara y certera, que llame
mal al mal y bien al bien? ¿Cuándo dejarán los hombres de depender de la misma
rutina que ha dejado tanta obra pendiente de realizar, que ha dejado tantos
campos sin trabajar? ¿No es la actual presentación suficiente para que los
hombres vean que es necesario un reavivamiento, y que es esencial una reforma?
Si no es así, de nada sirve que repita las mismas cosas una y otra vez… Si
podemos salirnos de las líneas regulares hacia algo que esté en el orden de
Dios aunque sea irregular, podrá disminuir algo de la obra irregular que se ha
desviado de los principios bíblicos.
Los
principios de Dios son los únicos que podemos seguir con seguridad. El
fariseísmo estaba lleno de líneas regulares, pero tan pervertidos estaban los
principios de justicia, que Dios declaró: “Así se retiró el derecho y se alejó
la justicia; porque la verdad tropezó en la plaza y la equidad no pudo venir.
La verdad fue detenida y el que se apartó del mal fue apresado” ¡Cuán ciertas
han resultado ser esas palabras!…
Es
tan difícil hoy romper con las líneas regulares, como lo fue en los días de
Cristo (p. 15-16; 20MR 142-143).
¿Es
posible que el Espíritu Santo haya tocado corazones de hombres, mujeres y
jóvenes para que apoyen y proclamen el mensaje de 1888 de la justicia de
Cristo?
No nos
atreveríamos a afirmar que sea imposible que el Espíritu Santo haga eso.
Tampoco sostendrá nadie la arrogante y orgullosa pretensión de ser guiado por
el Espíritu Santo. “El que piensa estar firme, mire no caiga”. En los días
finales de la historia de la tierra todo hijo de Dios debe andar humildemente
con el Señor, buscando su conducción a cada paso.
Clarence
Crisler resume el consejo de Ellen White en “una carta dirigida al presidente
de la Asociación General en 1901”, diciendo:
Se
establece el principio de que cuando las agencias señaladas en la iglesia dejan
de hacer una obra que de alguna forma debiera hacerse, está en armonía con la
voluntad de Dios que tal obra sea desempeñada por individuos impresionados por
el Espíritu Santo a tal efecto (p. 16).
Los
principios son eternos. La aplicación de los principios depende de las
circunstancias. Sabemos con seguridad que el Espíritu Santo está hoy activo y
opera mediante diversas agencias a fin de traer el reavivamiento, reforma y
arrepentimiento a la Iglesia adventista del séptimo día, preparándola para que alumbre
toda la tierra.
Corresponde a
todo miembro de iglesia corroborar que está cooperando con el Espíritu Santo y
que no se opone a él tal como hicieron nuestros dirigentes hace más de cien
años. A principios de siglo estuvieron inclinados nuevamente a hacer eso mismo
cuando Ellen White escribió sus fervientes llamamientos en relación con el
fracaso de las “líneas regulares”.
Debemos
asimismo dar oído al consejo que —según refiere Clarence Crisler— dio Ellen
White al advertir contra “movimientos violentos… e independencia de espíritu”
(p. 17). El Señor no motiva a uno o dos solamente, sino a toda una iglesia
mundial.
La obra de “Elías”
para hoy no estará limitada a uno o dos individuos actuando a su antojo y que
no buscan el consejo de otros obreros responsables. Todos los que quieran ponerse
a la obra deben consultar con aquellos que tienen una comprensión inteligente
de lo que es necesario llevar a cabo. Nunca fue tan imprescindible como ahora
desconfiar del yo y procurar fervientemente consejo una y otra vez a fin de
conocer con seguridad cuál es el deber de cada uno. “Todos vosotros sois
hermanos”, dice el Señor.
¿Hay
tal necesidad del mensaje de 1888 como para asumir la oposición que suscita?
El mundo está
en una condición espantosa. Cualquier periódico o informativo nos lo recordará.
Los terribles problemas que afligen a África, América Central y del Sur,
Oriente Medio, Rusia, Asia, India, Estados Unidos, etc., son el resultado de
una gran hambre por oír la palabra del Señor, el puro evangelio de Cristo como “mensaje
del tercer ángel en verdad”.
Aunque entre
sus dirigentes y resto de miembros haya muchos devotos, la Iglesia católica romana
no está presentando el mensaje en su pureza. Tampoco lo hacen las iglesias protestantes
y evangélicas, por más sinceras y consagradas que sean.
Asimismo, la
comprensión previa a 1888 —o ajena a 1888— del “mensaje del tercer ángel”
adolece de la claridad necesaria para alumbrar la tierra con la gloria del
cuarto ángel de Apocalipsis 18. Seríamos desleales a nuestro deber, indignos de
las bendiciones de la gracia de Dios, si no hiciésemos todo lo que esté a
nuestro alcance para apoyar el mensaje que la inspiración señaló como el “comienzo”
de esa luz del cuarto ángel.
El Señor
encomendó ese mensaje a la Iglesia adventista del séptimo día hace más de cien
años, y “encargó” que se lo llevara al mundo. Nuestra necesidad actual es la de
un reavivamiento, reforma y arrepentimiento en el seno de la iglesia, a fin de
que estemos en disposición de proclamar claramente el mensaje al propio mundo.
La proclamación del evangelio es siempre una obra constructiva, de edificación,
gozosa, que trae unidad y que tiene una influencia sanadora.
Las
“28 creencias de los adventistas del séptimo día”, votadas en una sesión de la
Asociación General como nuestro virtual “credo”, no dicen nada acerca del
mensaje de 1888. No se definen en cuanto a la naturaleza humana de Cristo, ni
en cuanto a la justicia por la fe en el marco del tiempo del fin. ¿Qué lugar
tiene entonces el mensaje de 1888?
Algunos han
concluido que, puesto que el mensaje de 1888 es causante de controversia y no
ha sido nunca aceptado por la dirección oficial de la iglesia, no debería
presentárselo a la iglesia ni al mundo.
Por
descontado, es muy cierto —y así lo reconocen hoy los dirigentes— que el
mensaje no fue aceptado por la dirección de la iglesia hace un siglo. Podemos
añadir que en ningún momento subsiguiente se lo ha aceptado. En particular,
tres de sus elementos más esenciales han sido calificados de asuntos
controvertidos, hasta el punto de haber llegado a imponer silencio al respecto:
(1) la naturaleza humana de Cristo; (2) la naturaleza del pecado; (3) la
justicia por la fe en el marco del tiempo del fin (An Appeal for Unity, 1989, General Conference, 5).
¿No hay que
predicar nada que no esté especificado de forma explícita en “Las 28 creencias”?
Nada encontramos allí sobre la oración. ¿Jamás debiéramos predicar sobre ella?
Alguien podrá
aducir que es permisible predicar sobre la oración aunque no sea ninguna de las
28 creencias, debido a que no causa ninguna controversia, y a que Ellen White
la presentó en el capítulo “¿Puede el hombre comunicarse con la Divinidad?” de El Camino a Cristo. ¡Pero Ellen White
escribió posiblemente mucho más sobre 1888 (1821 páginas) que sobre la oración!
Declaró que Dios “ordenó” expresamente que el mensaje de 1888 “fuera dado al
mundo” (TM 91.2; granate 92).
La
experiencia de unos cuantos años demuestra que cuando se permite la
presentación del auténtico mensaje de 1888, la controversia virtualmente desaparece.
Una convicción sobria y solemne de que el mensaje es verdad bíblica se arraiga
en las congregaciones que acuden a ver y oír la presentación del mismo. La
oposición se desvanece.
Pero incluso
en las raras ocasiones en las que algunos pretendan oponerse al mensaje suscitando
de ese modo la controversia, se nos dice que de acuerdo con la providencia de
Dios tal cosa no debe tomarse por excusa para silenciar el mensaje. Hablando
precisamente en el contexto del mensaje de 1888, Ellen White escribió:
El
hecho de que no haya controversia ni agitación entre el pueblo de Dios no debe
ser considerado como prueba concluyente de que se está reteniendo la sana
doctrina. Hay razones para temer que no se esté discerniendo claramente entre
la verdad y el error. Cuando no se levanten nuevas preguntas por la
investigación de las Escrituras, cuando no se presente ninguna diferencia de
opinión por la cual los hombres se pondrían a escudriñar la Biblia por sí
mismos para asegurarse de que poseen la verdad, serán muchos los que hoy, como
en los tiempos antiguos, se aferrarán a la tradición y adorarán lo que no
conocen…
Nuestros
hermanos deben estar dispuestos a estudiar con sinceridad todo punto de
controversia… Nunca debemos permitir que se manifieste en nosotros el espíritu
que alistó a los sacerdotes y príncipes contra el Redentor del mundo. Ellos se
quejaban de que él perturbaba al pueblo y deseaban que lo hubiese dejado en
paz, porque causaba perplejidad y disensión (OE 313.1 y 315.4—316.3; granate 316-317).
Los hermanos
de la Asociación General y de Review and Herald de hace un siglo rechazaron el
mensaje porque pensaron que no estaba incluido en lo que ellos consideraban que
debían ser sus “creencias fundamentales”. Ellen White los reprendió, afirmando
que el mensaje de 1888 es “el mensaje del tercer ángel en verdad” (RH 1 abril 1890). Si ese mensaje es lo
que ella declaró: el “comienzo” del fuerte pregón de Apocalipsis 18, en toda
lógica debe aún hoy formar parte de las “28 creencias fundamentales” en verdad.
¿Por qué afirman que la Iglesia adventista del séptimo día nunca
se convertirá en Babilonia?
La Iglesia adventista
del séptimo día triunfará, se arrepentirá y rehusará aceptar la marca de la
bestia, puesto que el honor y la vindicación de Cristo requieren que su “cuerpo”
le responda positivamente. Y Apocalipsis declara que su “esposa” se habrá por
fin “preparado” para que efectivamente tengan lugar las “bodas del Cordero”
(19:6-7).
Es cierto que
el pueblo organizado de Dios ha fracasado repetidamente en toda la historia
pasada. Los judíos fueron finalmente rechazados como pueblo, la iglesia
cristiana a lo largo de la historia se ha caracterizado por la apostasía, y la
iglesia actual tiene serios problemas que afrontar. Pero eso no es indicativo
de que tenga que fracasar al fin.
El asunto
importante no es la salvación de nuestras pobres almas, sino el honor y la
vindicación del Hijo de Dios, quien dio su sangre por la salvación de la
iglesia. No murió en vano, sino que verá el fruto del trabajo de su alma y será
saciado.
Eso no
equivale a pretender que todo miembro de iglesia o que todo dirigente vaya
automáticamente a triunfar. Habrá un gran zarandeo y vendrán juicios de Dios.
Allí donde hoy vemos campos de rico grano, el juicio revelará la existencia de
paja (5TI 76-77). ¡Pero también habrá
grano auténtico!
En la
Escritura y en los escritos de Ellen White hay evidencia abundante de que los
que serán finalmente zarandeados y abandonen la iglesia serán los desleales. La
evidencia inspirada no indica que los leales corran tal suerte (Isa 17:6-7). [Ver, por ejemplo: “El Señor obrará de tal manera que
los desconformes se separarán de los fieles” (MSV 207.3; 198); Isa 49:17
y 19. Ver ‘De militante a triunfante: el
zarandeo’].
Lo que
explica la diferencia es la purificación del santuario; algo que no se ha dado
jamás en toda la historia del pasado. Eso incluye la impartición al pueblo de
Dios de una nueva motivación que no ha aceptado plenamente la iglesia
corporativa en la historia precedente: la preocupación por Cristo, como
una verdadera esposa se preocupa por su marido. No se tratará de una mera
preocupación egocéntrica.
Es muy cierto
que le sería imposible vencer sin esa motivación refrescantemente diferente. De
ahí la necesidad de una “expiación final”, una reconciliación final con Cristo.
Y eso implica el mensaje de 1888 de la justicia de Cristo. De otra forma no
puede prevalecer esa motivación verdaderamente centrada en Cristo. La mera
preocupación por la seguridad personal no preparará jamás a un pueblo para
enfrentar la prueba de la marca de la bestia.
¿Cómo
pueden nuestros dirigentes de hoy arrepentirse por algo que protagonizaron los
dirigentes de hace más de cien años?
Es preciso
recordar que el arrepentimiento es un don que el Señor concede; no es algo que
parta de nuestra iniciativa (Hechos 5:31). Nuestro Señor llama al
arrepentimiento “al ángel de la iglesia en Laodicea” (Apoc 3:19). Cuando
ejercemos la fe, sus mandatos vienen a ser habilitaciones. Por lo tanto, tiene
que haber una forma en la que responder a su llamamiento.
El
arrepentimiento sincero es un don del Espíritu Santo. Debemos permitirle que
lleve a su pueblo a esa experiencia de la forma que él ha designado. Es
importante que dejemos de obstaculizarlo y le permitamos impartir el don. Un
obstáculo notable es la tan extendida duda en cuanto a que vaya a traer ese
don.
El corazón
del pueblo de Dios es básicamente sincero; cuando conozca la verdad,
responderá. La publicación de los cuatro volúmenes The
Ellen G. White 1888 Materials es un paso
en la buena dirección. Por fin se permite a Ellen White hablar sin trabas ni
obstáculos. Los sinceros reconocimientos de la verdad sobre la historia de
1888, en el artículo de Robert Olson (Ministry,
febrero 1988) significan la primera vez en décadas en que eso se ha publicado
de forma franca y abierta. El Señor obrará. Nos encontramos verdaderamente ante
los acontecimientos finales de la gran confrontación.
¿Es
posible que seres humanos pecaminosos como nosotros podamos jugar una parte en
la vindicación de Cristo en la crisis final?
Podemos
ciertamente deshonrarlo:
Revelad
a Cristo como él es… Su gloria es disminuida por sus seguidores profesos,
porque prefieren las cosas terrenas, son desobedientes, desagradecidos e
impíos. Cuán vergonzosamente se mantiene a Jesús en la retaguardia. Su
misericordia, su paciencia y su amor incomparable quedan velados, y su honor es
anublado por la perversidad de sus seguidores profesos (AFC 344.1; 347).
Si el pueblo
de Dios puede deshonrarlo, ¿no se deduce acaso que puede honrarlo recibiendo su
don del arrepentimiento? [Honrar, o dar gloria
a Dios es nuestra misión, especificada en Apocalipsis 14:7. “Nuestra obra
consiste en vindicar el honor de la ley de Dios” (2MS 33.3) “Todo el
Cielo está esperando oír cómo vindicamos la ley de Dios” (RH 16 abril
1901). “Deben cerrar filas… y con renovada energía vindicar la verdad y el
honor de Cristo” (RH 25 octubre 1881). “Dios tiene un pueblo distinto,
una iglesia en la tierra, que no es inferior a otro alguno, sino superior a
todos en su capacidad de enseñar la verdad y vindicar la ley de Dios” (CPI
433.1). “Estamos procurando vindicar la ley de Dios. Necesitamos la energía del
Espíritu Santo para asistir nuestros esfuerzos” (GW92, 467.2), etc.].
Entonces
vendrá el fin. Dios vindicará su ley [no sólo la vindicó] y librará a su
pueblo… cuando la gran controversia termine. Entonces, habiendo sido completado
el plan de la redención, el carácter de Dios quedará revelado a todos los seres
creados… Entonces el exterminio del pecado vindicará el amor de Dios y
rehabilitará su honor delante de un universo de seres que se deleitarán en
hacer su voluntad y en cuyo corazón estará su ley (DTG 712.3-713.2).
Si bien la
cruz vindicó efectivamente la ley de Dios y reveló su carácter, dicha
vindicación y revelación no será completa hasta el final de la controversia.
La Biblia
deja claro que finalmente el pueblo de Dios compartirá con Cristo el privilegio
de vencer a Satanás en la gran controversia:
Ellos
le han vencido [a Satanás] por la sangre del Cordero y de la palabra del
testimonio de ellos (Apoc 12:11).
En
unión con él, en quien también hemos tenido suerte, habiendo sido predestinados
conforme al propósito del que efectúa todas las cosas según el designio de su
voluntad, a fin de que seamos para alabanza de su gloria (Efe 1:11-12).
Para
que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la
iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales
(Efe 3:10).
¿Cómo puede hacer eso la iglesia?
Hay una
respuesta:
La
iglesia dotada con la justicia de Cristo es su depositaria; en ella han de
mostrarse en su dimensión plena y final las riquezas de su misericordia, su
amor y gracia… Cristo ve en la pureza y perfección inmaculadas de su pueblo la
recompensa de todos sus sufrimientos, su humillación, su amor y la corona de su
gloria (General Conference Bulletin, 27
febrero 1893, 409; TM 18.2).
La
iglesia es la depositaria de las riquezas de la gracia de Cristo; mediante la
iglesia se dará a conocer finalmente la manifestación plena y final del amor de
Dios, incluso a los principados y potestades en los lugares celestiales (YI 13 julio 1893).
Aunque la
cruz fue una manifestación perfecta del amor de Dios, resta aún algo para que
tal manifestación sea “plena y final”. Aun siendo completa en la cruz, de
acuerdo con 1 Juan 4:12, su amor debe ser “perfeccionado en nosotros” de alguna
forma trascendente.
El
Señor ha enviado a nuestro mundo un mensaje de advertencia: los mensajes de los
tres ángeles. Todo el cielo está esperando ver cómo vindicamos la ley de Dios,
declarándola santa, justa y buena. ¿Dónde están los que han de realizar esta
obra? (RH
16 abril 1901).
¿Qué
significado tiene “vindicar su ley”?
“Cristo
representó ese carácter [de Dios] al vivir su ley, vindicándola de esa manera”
(RH 23 enero 1900). Su pueblo tiene
también un importante papel a cumplir. El pueblo de Dios no es como el
hormiguero que cabalga sobre un tronco de árbol flotando en un río, sin nada
que hacer excepto dejarse arrastrar por la corriente. Dios ha honrado a su
pueblo con una responsabilidad.
El
Salvador vino para glorificar al Padre demostrando su amor; así el Espíritu iba
a glorificar a Cristo revelando su gracia al mundo. La misma imagen de Dios se
ha de reproducir en la humanidad. El honor de Dios, el honor de Cristo, están
comprometidos en la perfección del carácter de su pueblo (DTG 625.2).
Satanás
está de pie para burlarse de Cristo y de sus ángeles, y para insultarlos
diciendo: “¡Los tengo! ¡Los tengo! He preparado mis engaños para ellos. Tu
sangre nada vale aquí. Tu intercesión, tu poder y tus obras maravillosas pueden
cesar porque los tengo. ¡Son míos!” (2TI
129.2).
Obsérvese que
Satanás tilda de “inútil” el sacrificio de Cristo cuando el pueblo de Dios
fracasa en demostrar su eficacia. “La obra de Cristo y la de todos los que
llevan su nombre consiste en refutar las acusaciones de Satanás” (ED 137.6; granate 154). “Si fuesen
reconocidos indignos de perdón [sus hijos] y hubiesen de perder la vida a causa
de sus propios defectos de carácter, entonces el santo nombre de Dios sería
vituperado” (CS 604.2; granate 677).
“El oprobio
que ocasiona el pecado del discípulo recae sobre Cristo. Hace triunfar a
Satanás” (DTG 751.2). “Nuestro Señor
queda avergonzado por aquellos que aseveran servirle, pero representan
falsamente su carácter” (Id, 406.2).
Si podemos vituperar “el santo nombre de Dios”, ¿acaso no podremos honrarlo?
Supongamos
que todo el pueblo de Dios fracasara en la crisis final. ¿No haría eso “triunfar
a Satanás”?
La
iglesia debe llevar, en su nombre, a una perfección gloriosa la obra que él ha
comenzado (5CBA 1119).
El
Señor Jesucristo vino para luchar contra Satanás, quien había usurpado los
reinos del mundo. El conflicto no ha terminado todavía, y a medida que nos
acercamos a la terminación del tiempo, la batalla crece en intensidad… Cristo
será representado en la persona de los que acepten la verdad y que identifiquen
sus intereses con los de su Señor [como lo hace una esposa con su marido] (Id, 1080-1081; ver también ST 7 setiembre 1891).
Antes que la
embarcación llegue al puerto seguro es de esperar que vengan tempestades. Pero
el Capitán está al timón. No permitirá que su barco quede encomendado a
aquellos que no harían más que destruirlo. Nos llegan buenas nuevas del cielo. Creámoslas.
Apéndice
Selección
de citas del libro
'The
Ellen G. White 1888 Materials'
(índice)
Las citas reproducidas
aquí contienen declaraciones de Ellen White en apoyo al mensaje presentado por
Jones y Waggoner. Hay muchas más a lo largo de los cuatro volúmenes del libro,
así como en artículos de Review and Herald. Al leer ese material, uno tiene la
sensación de estar ante un fenómeno que la resulta ya bien familiar y conocido,
una vivencia del déjà vu. Como iglesia estamos volviendo a repetir
esos hechos una vez más, apenas un siglo después. El mismo criticismo
injustificado hacia Jones, Waggoner y su mensaje ha sido un rasgo destacado en
nuestra actual literatura denominacional. En su día, a Ellen White se le
desgarraba el corazón al ver cómo repetíamos la historia del pueblo judío. ¿Qué
diría hoy, viéndonos repetirla de nuevo?
(La
cifra entre paréntesis indica la página del libro en donde se encuentra la cita)
El Dr. Waggoner ha abierto ante
vosotros una luz preciosa; no luz nueva, sino antigua luz que muchas mentes
habían perdido de vista, y que brilla ahora en rayos nítidos (175).
…esos hombres a quienes Dios ha
señalado para hacer una obra especial en su causa (186).
Hemos tenido que esforzarnos, orar
y obrar a fin de lograr que el hermano Jones pueda ser oído en Battle Creek
(189).
El hermano A.T. Jones se dirigió
al pueblo; también lo hizo el hermano E.J. Waggoner, y la gente oyó muchas
cosas preciosas que habrían de serles para ánimo y fortalecimiento de su fe
(205-206).
El Señor ha suscitado a hombres y
les ha dado un mensaje solemne que llevar a su pueblo (210).
El pastor E.J. Waggoner tuvo el
privilegio… de presentar sus puntos de vista sobre la justificación por la fe y
la justicia de Cristo en relación con la ley. No se trataba de luz nueva, sino
de antigua luz situada en su justo lugar en el mensaje del tercer ángel (211).
Oí la exposición de preciosas
verdades a las que pude responder con todo mi corazón… me sentí infinitamente
agradecida a Dios, ya que comprendí que era el mensaje para este tiempo (217).
…manifestado un espíritu
cristiano, tal como el que el pastor E.J. Waggoner demostró en toda la
exposición de sus puntos de vista (219).
…hombres que, tanto ellos como yo,
teníamos razones para respetar (228).
[El Señor] ha dado a esos hombres
[A.T. Jones y E.J. Waggoner] una obra que hacer y un mensaje que llevar, que es
verdad actual para hoy… el mensaje mismo que sé que es verdad presente para el
pueblo de Dios en este tiempo (274).
[Dios] tiene gran luz para
nosotros en este tiempo (276).
Dios hizo a estos hombres
mensajeros para proporcionar luz y verdad al pueblo (279).
El pastor A.T. Jones ha obrado
fielmente instruyendo a los reunidos en la asamblea y partiendo para ellos el
Pan de vida… el plan de la salvación tan clara y llanamente definido (280).
El plan de la salvación… ha sido
expuesto con tal claridad que hasta un niño puede entenderlo (218).
Si el mensaje que ha sido aquí
predicado no es verdad para este tiempo, entonces no sé cómo podemos determinar
lo que es verdad (286).
El pastor Jones y yo misma
cubrimos las horas de predicación, y el Señor impartió su gracia en rica medida
a los predicadores (288).
Pienso que el pastor A.T. Jones
debiera asistir a nuestras grandes reuniones campestres y dar a nuestro pueblo,
así como a los de fuera, el precioso tema de la fe y la justicia de Cristo
(291).
El hermano Jones ha instruido
pacientemente al pueblo (291).
…se ha efectuado una obra a fin de
anular las labores del pastor A.T. Jones y mi propia obra (298).
…aguas claras de las corrientes
del Líbano (305).
…la forma en que mis hermanos
trataron a los siervos que el Señor les envió con mensajes de verdad (317).
El hermano A.T. Jones habló sobre
el tema de la justificación por la fe, y muchos lo recibieron como luz y verdad
(317).
…desprecio hacia sus hermanos, a
quienes el Señor había enviado con un mensaje para ellos (322).
…han pensado y dicho peores cosas
del hermano Jones y Waggoner (323).
…fue resistido aquello que era luz
del cielo (334).
Usted coloca al pastor Jones en
una falsa posición, tal como… otros hicieron en Minneapolis (336).
Se me ha preguntado: ¿Qué piensa
de esa luz que estos hombres están presentando? —Pues que la he estado
presentando en los últimos 45 años: los encantos incomparables de Cristo…
Cuando el hermano Waggoner trajo esas ideas a Minneapolis, fue la primera vez
que oía claramente esa enseñanza a partir de labios humanos, con excepción de
conversaciones que había mantenido con mi marido… Y cuando otro la presentó,
cada fibra de mi corazón dijo ‘Amén’ (349).
…sus propias versiones incorrectas
del asunto, que eran desfavorables al pastor A.T. Jones, E.J. Waggoner, W.C.
White y a mí misma (352).
…el hermano Jones esperará una
invitación suya. Usted debe hacer su parte en relación con este asunto, y
despejar el camino ante él (355)
…emplearon todos sus poderes para
buscar algunos defectos en los mensajeros y en el mensaje, y contristaron al
Espíritu de Dios (368).
…no fue nada agradable disputar
cada palmo de terreno en busca de privilegios y ventajas, a fin de presentar la
verdad ante el pueblo (379).
El Señor está hablando mediante
sus mensajeros delegados (398).
Podéis encerraros en el orgullo y
seguir rechazando a Cristo en la persona de sus mensajeros (398).
Errar es ciertamente humano, y
hasta los más sabios cometen a menudo equivocaciones, pero es de nobles
confesar el error y no encerrar el corazón en el prejuicio. Intentar
convenceros a vosotros mismos y a los demás de haber procedido con justicia...
rechazáis a Cristo al rechazar el mensaje que él envía; al obrar así os
colocáis a vosotros mismos bajo el control del príncipe de las tinieblas.
Vuestro discernimiento espiritual se ha embotado. Dios ha enviado mensajes de
luz a su pueblo, que habrían sido como bálsamo sanador si se hubiesen recibido;
pero no hicisteis tal cosa; como los habitantes de Nazaret, os aprestasteis a
rechazar la luz, exaltasteis vuestra propia opinión y juicio como más válidos
que el juicio de aquellos a quienes Dios ha hecho canales de luz. Ese curso de
acción os ha llevado a una situación en la que vuestra fe es confusa. El dulce
y subyugador amor de Dios no ha caracterizado vuestras labores. Habéis
presentado frías teorías de doctrina que no producen fruto (399-400).
Dios os ha enviado un mensaje que
desea que recibáis, un mensaje de luz, esperanza y ánimo para el pueblo de Dios
(404).
Ante los ojos de Dios es un grave
pecado que los hombres se interpongan entre el pueblo y el mensaje que él
quisiera hacerles llegar (406).
…volverán a recorrer el mismo
terreno de rechazo al mensaje de misericordia, tal como hicieron los judíos en
el tiempo de Cristo (406).
…la obra especial que él está
haciendo en este tiempo a fin de despertar una iglesia tibia y adormecida (414).
…el mensaje que el Señor envía… la
luz del cielo (415).
El Señor ha estado llamando a su
pueblo con advertencias, reproches y consejos; pero sus oídos han sido sordos a
las palabras de Jesús. Algunos han dicho: “Si este mensaje que el hermano A.T.
Jones ha estado dando a la iglesia es la verdad, ¿por qué los hermanos Smith y
Butler no lo han recibido?” (416).
Si el pastor Smith o el pastor
Butler rechazaran el mensaje de verdad que el Señor ha enviado a su pueblo en
este tiempo, su incredulidad ¿convertirá el mensaje en un error? No … hombres
que han ocupado puestos en la dirección se sienten libres para despreciar el
mensaje y al mensajero (418-419).
…casi me rompe el corazón ver a
aquellos que… rechazan la verdad para este tiempo… Algunos que debieron haber
sido los primeros en captar la inspiración celestial de verdad, han estado
frontalmente opuestos al mensaje de Dios. Han estado haciendo todo cuanto
estuvo a su alcance a fin de manifestar desprecio hacia ambos, el mensaje y el
mensajero, y Jesús no ha podido efectuar muchas obras poderosas debido a su
incredulidad. No obstante, la verdad avanzará dejando de lado a aquellos que la
desprecian y rechazan. Aunque aparentemente retardada, no puede ser extinguida.
Cuando el mensaje de Dios encuentra oposición, él lo dota con fortaleza
adicional a fin de que ejerza una influencia aun mayor. Dotado de energía vital
procedente del cielo se abrirá camino a través de las más espesas barreras,
disipará las tinieblas, refutará el error, ganará victorias y triunfará sobre
todo obstáculo (420).
…sus agentes escogidos (422).
…su mensaje y mensajeros (423).
…a quienes Dios está usando (443).
El pastor Jones presentó la
evidencia bíblica de la justificación por la fe (463).
Asistí a la reunión de las ocho en
la sala lateral del tabernáculo,
dirigida por el pastor Jones. Hubo una gran asistencia y presentó el tema de la
justificación por la fe con claridad y llaneza, con una sencillez tal que nadie
necesita quedar en tinieblas a menos que en él se halle un corazón
decididamente incrédulo que resista la obra del Espíritu de Dios (465).
Temo que muchos abandonen este
encuentro con una gran necesidad de las bendiciones mismas que es su privilegio
recibir precisamente ahora, y a pesar de la preciosísima luz otorgada a
propósito de la importancia de la santificación mediante la verdad (467).
Nunca debe juzgarse a nadie con
precipitación… Algunos están entregados a la crítica y a pronunciar juicios,
tanto hacia el mensaje como hacia el mensajero enviados por Dios (499).
Aquellos que no aceptan el mensaje
que el Señor envía, pronto procederán enérgicamente en su contra. Ven evidencia
suficiente como para dirigir la mente en la buena dirección, pero son demasiado
orgullosos para someterse. No están dispuestos a reconocer que es correcto
aquello que habían declarado ser todo un error (499).
La luz que Dios está dando a su
pueblo puede ser despreciada, rehusada, rechazada, pero sólo al precio de un
gran peligro para las almas de los hombres. Hermanos, Dios está obrando en
nuestro favor, y me siento profundamente preocupada porque no se considere con
indiferencia un sólo rayo de luz. Es necesario apreciar y cultivar la
comunicación de Dios al hombre. Si no apreciamos la luz del cielo, eso
significará nuestra condenación; nuestra posición será similar a la de los judíos
al rechazar al Señor de la vida y de la gloria (512).
Presencié las gesticulaciones, los
comentarios sarcásticos en relación con los mensajeros y el mensaje —esa
doctrina que difería con sus ideas sobre la verdad; y se me ha indicado que hubo
un testigo en cada habitación tan ciertamente como lo hubo en la fiesta del
palacio de Belsasar (517).
¿Por qué seguís ese curso de
acción, dejando de asistir a reuniones en donde se investigan puntos de la
verdad? Si tenéis una posición, presentadla claramente (528).
Si tenéis verdad, decidla; si
vuestros hermanos tienen verdad, sed humildes y sinceros ante Dios y decid que
es verdad (528).
Si las ideas presentadas ante la
asamblea pastoral son erróneas, salid al frente como auténticos hombres y
presentad con sencillez la evidencia bíblica que os impide ver el tema como
ellos lo ven. Ese es vuestro deber… No os mantengáis en la posición que ocupáis
como dirigentes en la Escuela Sabática, resistiendo la luz o las posiciones e
ideas presentadas por hombres que yo sé que son agentes que el Señor está
empleando. Contrarrestáis hasta donde os es posible sus palabras y no venís
vosotros mismos a la luz como deben ir los cristianos a la Palabra para
investigarla juntos con corazones humildes; no escudriñéis la Biblia para poner
en ella vuestras ideas, sino para extraerlas de ella. Tal es vuestro deber
(529).
Venid y aprended precisamente las
ideas avanzadas (531).
Sé que ha habido esfuerzos —una
influencia contraria— para asfixiar la luz, la luz que Dios ha procurado
fervientemente traer ante nosotros en relación con la justicia de Cristo; pero
si es que Dios ha hablado por mi medio, es la verdad, hermanos (537).
Podéis cerrar la puerta de vuestro
corazón a fin de que la luz que Dios os ha enviado en el último año y medio (aproximadamente)
no tenga su influencia y efecto sobre vuestra vida, ni alcance a vuestra
experiencia religiosa. Por eso es por lo que Dios envía a sus mensajeros (538).
Nuestros hombres jóvenes miran a
los de mayor edad, que siguen inamovibles y para nada cambiarán a fin de
aceptar una nueva luz que venga; se mofarán y ridiculizarán lo que esos hombres
dicen y hacen como si fuese algo intrascendente. ¿Quién es responsable por esa
burla, por ese desprecio, os pregunto? ¿Quién la protagoniza? Los mismos que se
han interpuesto en la luz que Dios ha dado, haciendo que no llegue al pueblo
que debió recibirla (540-541).
Si os habéis interpuesto entre el
pueblo y la luz, apartaos del camino; de lo contrario, Dios os apartará (541).
…a fin de poder estar lado a lado
con los mensajeros de Dios que yo sabía que lo eran, que sabía que tenían un
mensaje para su pueblo. Di mi mensaje junto a ellos en armonía con el mismo
mensaje que estaban llevando (542).
He viajado de lugar en lugar
asistiendo a reuniones en donde se predicaba el mensaje de la justicia de
Cristo. Consideré un privilegio estar junto a mis hermanos [Jones y Waggoner]…
Vi que el poder de Dios asistía al mensaje… Dios ha puesto su mano para hacer
esta obra… El Señor reveló su gloria y sentimos la profunda influencia de su
Espíritu. El mensaje llevó en todo lugar a la confesión del pecado y a la
expulsión de la iniquidad… ¿Por cuánto tiempo los que están a la cabeza de la
obra se mantendrán alejados del mensaje de Dios?… Debemos retirar nuestras
manos del arca de Dios… Suponed que borráis el testimonio que se ha estado
dando durante los últimos dos años [escrito
en 1890] proclamando la justicia de
Cristo. ¿A quién podríais entonces señalar como trayendo luz especial para el
pueblo? Este mensaje, tal como ha sido presentado, debe llegar a toda iglesia…
Queremos ver quién ha presentado al mundo las credenciales del cielo (545).
Hay luz que se está derramando
sobre nosotros; por meses hemos estado rogando que el pueblo venga y acepte la
luz, y no saben si hacerlo o no (556).
Sé positivamente que Dios ha dado
preciosa verdad en el momento oportuno a los hermanos Jones y Waggoner.
¿Significa que los considero infalibles? ¿Quiero decir con ello que es
imposible que hagan una declaración o tengan una idea que no pueda ser cuestionada
o que sea errónea? No, no hay tal cosa. No digo eso de ningún hombre en el
mundo. Sin embargo, afirmo que Dios ha enviado luz, y sed cuidadosos en el
trato que le dais (566).
Afirmamos que Dios nos ha dado luz
en el momento oportuno. Y ahora debiéramos recibir la verdad de Dios —recibirla
como algo de origen celestial (567).
No deis la espalda al mensaje que
Dios envía, como hicisteis en Minneapolis (571).
No tenemos duda alguna de que el
Señor estuvo con el pastor Waggoner cuando predicó ayer. No nos queda ninguna
duda. No tengo duda ninguna de que el poder de Dios estuvo en gran medida sobre
nosotros, y ayer por la tarde en la reunión de la asamblea pastoral para mí
todo fue luz en el Señor (607).
Si nos colocamos en una posición
en la que no vamos a reconocer la luz que Dios envía o sus mensajes a nosotros,
estamos en peligro de pecar contra el Espíritu Santo. Por lo tanto, ¿nos
volveremos y procuraremos encontrar alguna pequeña cosa que se haya hecho, a
fin de colgar allí nuestras dudas y comenzar a cuestionar? El asunto es: ¿ha
enviado Dios la luz?, ¿ha suscitado Dios a esos hombres para proclamar la
verdad? Afirmo que sí, que Dios ha enviado a alguien para que nos la traiga.
Dios me ha permitido tener luz en cuanto a lo que es su Espíritu, por lo tanto,
lo acepto y no me atreveré a levantar más mi mano contra esas personas, ya que
sería levantarla contra Jesucristo, quien debe ser reconocido en sus mensajeros
(608).
Quisiera que cada uno de vosotros seáis
cuidadosos en cuanto a qué posición tomáis; si os rodeáis de nubes de
incredulidad debido a que veis imperfecciones, veis una palabra o una pequeñez,
quizá, que pueda haberse producido y los juzgáis por ello (608-609).
Estoy gozosa —sí, estoy tan
agradecida— de que algunos estén comenzando a ver que hay luz para nosotros
(612).
Os digo ahora que Dios no será
burlado. Dios es un Dios celoso, y cuando manifiesta su poder de la forma en
que lo ha hecho, manifestar incredulidad está muy cerca del pecado contra el
Espíritu Santo. Las manifestaciones del poder de Dios no han tenido efecto alguno
para hacer cambiar y despertar a las personas de su posición de duda e
incredulidad. ¡Dios nos ayude a escapar a las trampas del diablo! Si es que
alguna vez hubo personas que necesiten ser retiradas, son aquellas que tomaron
la posición equivocada en Minneapolis en aquella ocasión [sermón dado en marzo de 1890]. Es muy cierto lo escrito sobre que nada podemos hacer contra la
verdad, sino sólo a favor de ella. La preciosa verdad de Dios triunfará; lleva
en ella misma el triunfo y no caerá por tierra, sino que serán algunos los que
caerán, como sucedió en los días de Cristo. Él tuvo que hacer nuevos odres para
poder contener el buen vino del reino. Lo mismo hará aquí.
Ahora he visto cómo obra el enemigo… Esparce las semillas de incredulidad por
doquier… y mina la confianza del pueblo en las mismas verdades que Dios quiere
enviar a su pueblo. He dicho una vez tras otra a mis hermanos aquí, que Dios me
ha mostrado que suscitó hombres aquí para llevar la verdad a su pueblo, y que
se trata de la verdad (614).
Ayer E.J. Waggoner pronunció un
discurso poderoso. Muchos que estuvieron presentes han hablado conmigo, y su
testimonio fue unánime de que Dios habló por su medio (617).
El pastor Waggoner habló con mucha
humildad (625).
Waggoner habló bien (628).
Envié un mensaje al hermano [Dan]
Jones [secretario de la Asociación General] para que invitase al pastor
Waggoner a hablar. Pareció haber una cierta resistencia, pero finalmente se lo
invitó, y dio un preciosísimo discurso sobre el mensaje a la iglesia Laodicense:
exactamente lo que se necesitaba (629).
Ese espíritu no lleva la marca
divina, sino la del poder y sutileza del enemigo de Dios y del hombre [referido a Dan Jones, en relación con su cuestionar
los Testimonios y el mensaje dado en Minneapolis].
Afirmo que proviene de abajo y no está en armonía con el Espíritu de Dios o con
el mensaje que él ha dado a sus siervos para el tiempo presente (630-631).
Toda mente que se incline a la
incredulidad y a las habladurías de unos y otros, y que actúe en contra de la
luz y las evidencias que se han presentado desde el encuentro de Minneapolis,
os digo hermanos, temo en gran manera que termine por caer (638).
El hermano Jones habló con gran
llaneza y también con cortesía, en relación con las habladurías de aquellos que
no se dirigieron en amor fraternal a la persona objeto de los comentarios, para
preguntarle si tales informes eran ciertos (642).
Dios ha suscitado sus mensajeros
para hacer su obra para este tiempo. Algunos se han retirado del mensaje de la
justicia de Cristo para criticar a los hombres y sus imperfecciones, debido a
que no presentan el mensaje de verdad con toda la gracia y refinamiento
deseados. Muestran demasiado celo, son demasiado fervientes, son demasiado
positivos… Cristo ha tomado nota de todos los comentarios incisivos, orgullosos
y despectivos pronunciados contra sus siervos, como siendo contra él mismo… La
luz que ha de alumbrar la tierra con su gloria será llamada luz falsa por
aquellos que rehúsan caminar en su gloria creciente… Se han enviado mensajes al
pueblo de Dios, que llevan las credenciales divinas… presentados ante nosotros
con belleza y amabilidad, para deleitar a todos aquellos cuyos corazones no
estuviesen cerrados por el prejuicio (673).
Si Underwood persiste en su actitud
de oposición, con sus sentimientos bélicos contra A.T. Jones y E.J. Waggoner,
mantenedlo en el Este; no le permitáis disponer de un amplio territorio en el
que difundir y sembrar por doquier la semilla de la envidia, los celos y la
rebelión (688).
El resultado de esa oposición ha
sido un estudio más ferviente y decidido de este asunto, motivando a una más
profunda investigación del tema y encontrando una serie de argumentos que el propio
mensajero no sabía que fuesen tan sólidos, tan plenos, tan exactos en cuanto a
este tema de la justificación por la fe y la justicia de Cristo como nuestra
única esperanza (703).
Los hombres que debieron haber
permanecido en la luz, cuyas voces debieran haberse oído en sentido positivo,
ejercieron su influencia del lado equivocado con el fin de oponerse a aquello
que venía de Dios y resistir ese mensaje que el Señor envía (703).
De sus labios no ha brotado ninguna
confesión, y me he visto obligada a enfrentar su influencia en Minneapolis y a
partir de entonces en todo lugar en el que haya estado; y ahora está a punto de
terminar el año 1890. ¿Caerá sobre la Roca y será quebrantado? ¿Evadirá el
asunto como ha venido haciendo? Los pastores Miller presentaron ambos su caso
como una evidencia de que debían resistir al Espíritu Santo, al mensaje y al
mensajero. El hermano Rupert tiene una obra de confesión [por hacer]… el hermano
Smith ha sido su piedra de tropiezo y la piedra de tropiezo de muchos otros
(733).
Usted respondió a mi carta de
llamamiento escribiéndome una carta en la que acusaba al pastor Jones de
socavar los pilares de nuestra fe. ¿Era eso cierto?… Cristo llamaba solicitando
entrar, pero no se le hizo ningún sitio… y la luz de su gloria, tan cercana,
fue retirada (734).
El Dios de Israel ha abierto las
ventanas del cielo y enviado al mundo abundantes provisiones de luz, pero esa
luz ha sido rechazada (746).
“¿Qué señal nos muestras?”… las
mismas palabras que se me repiten desde el encuentro de Minneapolis… Ahora no
siento inclinación a conversar con los hombres que ocupan puestos de
responsabilidad… me siento más libre hablando a los no creyentes, que hablando
a los que ostentan puestos de responsabilidad, y que tan grande luz han tenido
(798-799).
Desde la Asamblea de la Asociación
de 1888 Satanás ha estado obrando con poder especial mediante elementos no
consagrados a fin de debilitar la confianza del pueblo de Dios en la voz que ha
estado llamándoles durante todos estos años (803).
En ese encuentro [Minneapolis, 1888]
se ha presentado luz preciosísima… He oído muchos testimonios en todas las
partes de la obra: “Hallé luz, preciosa luz”. “Mi Biblia es un Libro nuevo”
(828).
Habrá quienes resistirán la luz,
así como a quienes Dios ha hecho sus canales para comunicar la luz… Los
centinelas no han estado a la altura de la misericordiosa providencia de Dios,
y tanto el auténtico mensaje proveniente del cielo como los mensajeros son
objeto de burla (831).
El enemigo tomó posesión de las
mentes, y su juicio se volvió inservible; sus decisiones fueron malvadas,
puesto que no tenían la mente de Cristo. Hicieron injusticia continuada a las
personas de las que hablaban, y tuvieron un efecto desmoralizador en la
asamblea (837).
El Señor tiene hombres oportunos
por medio de los cuales está obrando. A partir de este encuentro habrá cambios
decididos en nuestras iglesias. Se hace profesión de fe, pero hay una marcada
carencia de la fe que obra por el amor y purifica el alma (838).
Se me ha advertido una y otra vez
en cuanto a cuál será el resultado de esa guerra que mantenéis persistentemente
contra la verdad (842).
Me sorprendió su afirmación de que
no había albergado sentimientos contrarios al pastor Waggoner y al pastor A.T.
Jones. Quizá usted piense de esa manera, pero para mí es un misterio cómo llega
a pensar así. Los sentimientos que usted mismo y el pastor Butler acariciaron
fueron no sólo de desprecio hacia el mensaje, sino también hacia los
mensajeros. Pero la ceguera de pensamiento se ha establecido como una barrera
contra la luz que el Señor dispuso que viniera a su pueblo (846).
[El pastor Prescott] confesó
entonces que en el encuentro de Minneapolis y a partir de entonces no había
albergado sentimientos correctos. Pidió el perdón de todos, y especialmente el
de los hermanos Waggoner y Jones. Creo que el hermano Jones no estaba presente.
Tomó entonces el brazo del hermano Smith, y ambos pasaron al frente. El hermano
Smith dio pues el primer paso, pero aunque el hermano Prescott había preparado
el camino, no aprovechó la oportunidad. Todo cuanto dijo fue: “El asunto me
afecta; me concierne” (862).
Oh, cómo clamaba mi espíritu por
los hombres que al resistir la luz que Dios ha dado durante los últimos dos
años han cerrado el camino a fin de que el Espíritu de Dios no pudiera acceder
a sus corazones. Oigo una voz diciéndoles: “Todavía sois incrédulos. Separaos,
o bien cerrad las filas viniendo a alistaros y uniros de todo corazón con la
obra” (867).
Hablé basándome en el capítulo 15
de Juan… a continuación el pastor Waggoner habló del bautismo… E.J. Waggoner
administró la sagrada ordenanza a nueve almas fervorosas que sintieron que era
su deber ser bautizadas, y la iglesia las recibió (874).
En sus puestos de responsabilidad
en Minneapolis [en la Asamblea de la Asociación, el pastor Smith y el hermano
Rupert]… tomaron la verdad con ligereza, y también a quienes se alistaron con
ella (875).
El pastor Waggoner reclamó y urgió
mucho a que me dirigiera nuevamente a la asamblea pastoral (889).
En el temor y amor de Dios digo a
aquellos ante quienes comparezco hoy que hay para nosotros luz acrecentada, y
que con la recepción de esa luz vienen grandes bendiciones. Cuando veo a mis
hermanos encendidos de ira contra los mensajes y los mensajeros de Dios, pienso
en escenas similares en la vida de Cristo y de la Reforma. La recepción dada a
los siervos de Dios en épocas pasadas es la misma que se da hoy a los portadores
a quienes Dios está enviando preciosos rayos de luz. Los dirigentes del pueblo
siguen hoy el mismo curso de acción que siguieron los judíos. Critican y
cuestionan vez tras vez, y rehúsan admitir la evidencia, tratando la luz que
les es enviada de la misma manera en que los judíos trataron la luz que Jesús
les trajo (911).
Ignorar el Espíritu de Dios,
acusarlo de ser el espíritu del diablo, colocó [a los judíos] en una
posición en la que Dios no tenía poder para alcanzar sus corazones.
Algunos en Battle Creek llegarán sin duda a ese punto si no cambian su curso de
acción… Están transitando el camino de la culpabilidad de la que no puede haber
perdón ni en este siglo ni en el venidero… En este, nuestro día, hay hombres
que se han colocado a sí mismos en donde son totalmente incapaces de cumplir
las condiciones para el arrepentimiento y la confesión; por lo tanto, no pueden
hallar gracia ni perdón…
El Señor ha estado llamando a su pueblo… Pero el mensaje y los mensajeros no
han sido recibidos sino despreciados…
Los hombres cometieron pecado al rechazar los mensajes dados en Minneapolis.
Cometieron un pecado mucho mayor aun al retener durante años el mismo odio
contra los mensajeros de Dios, mediante el rechazo de la verdad que el Espíritu
Santo ha estado urgiendo a aceptar (912-913).
¡Cuál es el dolor de mi corazón,
debido al espíritu que ha caracterizado las juntas y comités! ¡Qué espíritu se
ha introducido en ellas! Las ideas y opiniones de uno afectan a otro, y ha
habido una gran cantidad de crítica e ironía. En vuestras reuniones ha habido
un Vigilante que ha tomado nota de todo. Esas armas envilecen al que las
emplea, pero no le proporcionan victorias. Las cosas sagradas se han degradado
al nivel de lo común. Vuestra ironía y agudo criticismo, propio de los
infieles, satisfacen al diablo y no al Señor. El Espíritu de Dios no ha controlado
vuestros consejos. Ha habido falsos informes acerca de los mensajeros y de los
mensajes. ¿Cómo os atrevéis a hacer eso? (941).
Hay una acusación satánica contra
los hombres que debieran ser respetados, hombres a quienes Dios está usando
(947).
No quisiera repetir ahora ante
vosotros las evidencias, en los últimos dos años [fechado 1890], de la
acción de Dios mediante sus siervos escogidos; os es manifiesta la evidencia
actual de que es Dios quien obra (954).
Sea cuidadoso en cuanto a tomar
posición contra el pastor Waggoner. ¿No tiene acaso la mayor evidencia posible
de que el Señor ha estado comunicando luz por medio de él? Yo sí la tengo…
(977).
El Señor ha suscitado mensajeros y
los ha dotado con su Espíritu… Que nadie se aventure a interponerse entre el
pueblo y el mensaje del cielo (992).
Usted es demasiado agudo y severo
hacia sus hermanos más jóvenes en edad, pero a los cuales el Señor está usando
de forma manifiesta para dar luz a su pueblo (1004).
El Señor Jesús es deshonrado
cuando los hermanos de una misma fe se acusan y menoscaban la influencia de uno
de los mensajeros delegados del Señor. Los enemigos de la verdad sacarán el
máximo provecho del más pequeño detalle con el que puedan suscitar suspicacias
hacia los hombres mediante los cuales Dios está dando luz al pueblo. Poner el
obstáculo que sea en el camino de esa luz hacia el pueblo será registrado como
un grave pecado a la vista de Dios… Que la influencia llena de gracia que Dios
le ha dado para salvar almas de la ruina no sea empleada para debilitar la
influencia de otros a quienes el Señor está usando (1009).
Usted pensó que podía hallar
inconsistencias en A.T. Jones y E.J. Waggoner… En la intensidad de sus
sentimientos pueden cometer equivocaciones; sus expresiones pueden en ocasiones
ser más enérgicas de lo que sería bueno para impresionar favorablemente las
mentes. Pero… no conozco pecados mayores… que los de albergar celos y odio
contra… un hermano que presenta un punto de vista que no armoniza exactamente
con su comprensión de las Escrituras. El yo se pone en pie, aparece un espíritu
determinado e impetuoso. Se coloca al hermano en una posición que menoscaba su
influencia… ¿Sobre quién redundará el mal? Sobre el Hijo del Dios infinito
(1011).
Sus hermanos no son basura
inservible, no merecen ser tomados a la ligera, como han hecho algunos en los
últimos años. Los libros del cielo contienen registros severos que se examinarán
respecto a la manera en que algunos han tratado aquello que compró la sangre de
Cristo (1012).
Deberíamos ser los últimos de la
tierra en permitirnos en el menor grado el espíritu de persecución hacia
aquellos que están llevando el mensaje de Dios al mundo. Ese es el rasgo más
terrible y anticristiano que se ha manifestado entre nosotros desde el
encuentro de Minneapolis. Algún día se lo verá en su verdadero significado, con
todo el peso de horror que de él ha resultado (1013).
Hemos esperado que venga del cielo
un ángel a alumbrar toda la tierra con su gloria… Pero ese poderoso ángel no
trae un mensaje suave y agradable, sino palabras calculadas para agitar
profundamente los corazones de los hombres (1015)
Algunos pueden decir: “No odio a
mi hermano; no soy tan malo como para hacer eso”. Pero ¡qué poco conocen sus
propios corazones! Pueden creer que tienen celo por Dios en sus sentimientos
contra su hermano, y si las ideas de este parecen de alguna manera estar en
conflicto con las suyas, afloran a la superficie sentimientos que nada tienen
que ver con el amor. No muestran disposición alguna a armonizar con él. Sea que
estén o no en abierta enemistad con su hermano, este puede estar llevando un
mensaje de Dios al pueblo: precisamente la luz que necesita para este tiempo
(1022).
¿Soportará el mensajero de Dios la
presión ejercida contra él? Si es así, es porque el Señor le ordena resistir en
su fortaleza y vindicar la verdad enviada por Dios (1023).
Cuando la verdad es presentada por
alguien que está él mismo santificado por ella, tiene una frescura, una fuerza
y poder, que traen convicción al oyente. La verdad, con su poder sobre el
corazón, es preciosa, y la verdad dirigida al intelecto resulta clara. Ambas
son necesarias: la palabra y el testimonio interior del Espíritu (1024).
Ha habido un esfuerzo determinado
por anular el mensaje que Dios ha enviado (1024).
Si los mensajeros del Señor, tras
haberse mantenido en favor de la verdad por un tiempo, cayeran bajo la
tentación y deshonrasen a Aquel que les ha asignado su obra, ¿probaría eso que
el mensaje no era verdadero? No, ya que la Biblia es verdadera (1025).
Pregunto: ¿Qué significa la
contención y la disputa entre nosotros? ¿Qué significa ese espíritu áspero,
implacable, que se ve en nuestras iglesias e instituciones, y que es tan
anticristiano? Tengo profundo dolor de corazón debido a que he visto la rapidez
con la que se critica una palabra o una acción de los pastores Jones o
Waggoner. Cuán rápidamente pasan muchas mentes por alto todo el bien que ha
venido mediante ellos en los pocos años pasados, y no ven evidencia de que Dios
está obrando mediante esos instrumentos (1026).
El Señor ha dado evidencia
abundante en mensajes de luz y salvación. No es posible darles más tiernos
llamados ni mejores oportunidades a fin de que hagan lo que debieron hacer en
Minneapolis. La luz se ha estado retirando de algunos y desde entonces han
estado caminando a la luz de la lumbre de su propia manufactura (1030).
La ligereza de algunos, las
palabras desmedidas de otros, la forma de tratar al mensajero y al mensaje mientras
se encontraban en sus lugares privados, el espíritu que se puso en acción desde
lo bajo, todo ha quedado registrado en los libros del cielo (1031).
Los hombres, en su ceguera, han
causado un grave daño obrando contra los mensajeros y los mensajes que Dios ha
enviado, de forma que temo que sea un gran error recompensarles concediéndoles
posiciones de confianza como si fuesen hombres en los que se pudiera confiar
(1034).
[Carta a A.T. Jones, fechada 1892]
Evite toda expresión que tenga apariencia de extremismo, ya que aquellos que
están esperando una oportunidad echarán mano de toda palabra expresada con
fuerza para justificarse en sus sentimientos de llamarle extremista (1038).
Por tanto, que los escogidos de
Dios no sean hallados en oposición hacia los mensajeros y mensajes que él
envía… no contra los hermanos, no contra los ungidos del Señor (1038).
Algunos han hecho confesión… Otros
no la han hecho, ya que eran demasiado orgullosos como para eso, y no han
venido a la luz. En la reunión estuvieron motivados por otro espíritu y no
conocieron que Dios había enviado a esos hombres jóvenes, a los pastores Jones
y Waggoner para que les llevasen un mensaje especial, mensaje que ellos
trataron con ridículo y desprecio, no reparando en que las inteligencias
celestiales estaban observándolos y registrando sus palabras en los libros del
cielo (1043).
El pueblo de Dios ha tenido una
oportunidad de ver cuál es la obra que esos agentes están haciendo, y no
obstante, aquellos que se oponen a los puntos de verdad que ellos están
trayendo manifestarán, si se les presenta la ocasión, que no están en armonía
con ellos, y llegarán a decir: Tened cuidado con lo que están enseñando, pues
llevan las cosas al extremo; no son hombres rectos (1044).
Es muy posible que el pastor Jones
o Waggoner puedan ser vencidos por las tentaciones del enemigo; pero si
sucediera así, eso no probaría que ellos no hubiesen tenido un mensaje de Dios,
o que la obra que hicieron fuese una equivocación. Si eso ocurriera, cuántos no
tomarían esa posición, entrando en un engaño fatal a causa de no estar bajo el
control del Espíritu de Dios. Caminan a la luz de su propia lumbre y son
incapaces de distinguir entre el fuego que ellos mismos han encendido y la luz
que Dios ha dado, y caminan en la ceguera como hicieron los judíos.
Sé que esa es precisamente la posición que muchos tomarían si alguno de esos
hombres cayera, y oro porque esos hombres sobre los que Dios ha puesto la
responsabilidad de una obra solemne puedan dar un sonido certero a la trompeta
y honren a Dios a cada paso, y que su camino pueda ser siempre cada vez más
luminoso hasta el final del tiempo (1045).
Cuanto más cerca de Cristo
caminemos, quien es el centro de todo amor y luz, mayor será nuestro aprecio
por sus portadores de luz… No puede amar a Dios y dejar de amar a sus hermanos
(1049).
Hemos de orar, no solamente para
que sean enviados obreros al gran campo de la cosecha, sino para que tengamos
una clara comprensión de la verdad, de tal manera que cuando vengan los
mensajeros de la verdad podamos aceptar el mensaje y respetar al mensajero
(1050).
Ambos, mensaje y mensajero, han
sido puestos en duda por aquellos que debieran haber sido los primeros en
discernir y actuar de acuerdo con la palabra de Dios (1051).
Guardaos de ridiculizar al mensaje
o al mensajero (1052).
El verdadero cristiano temerá
tomarse a la ligera el mensaje de Dios, no vaya a ser que ponga una piedra de
tropiezo en el camino de un alma (1052).
El mensaje que nos ha sido dado
por A.T. Jones y E.J. Waggoner es el mensaje de Dios a la iglesia de Laodicea
(1052).
Las muchas y confusas ideas en
relación con la justicia de Cristo y la justificación por la fe, son el
resultado de la posición que usted ha tomado hacia el hombre y el mensaje
enviados por Dios [carta a U. Smith,
fechada 1892] (1053).
¿Por qué prestar tanta atención a
lo que a vosotros os parece objetable en el mensajero, mientras que barréis
todas las evidencias que Dios ha dado a fin de que la mente se establezca respecto
a la verdad? (1060).
Ninguno de los que se alistaron
para servir a Dios estará libre de tentación. Satanás dirá: “No te embarques en
ninguna obra peculiar. No trabajes como un esclavo a menos que se te pague bien
por ello” (1064).
Tú [Frank Belden, sobrino de Ellen White]
te uniste con aquellos que resistieron al Espíritu de Dios. Tuviste toda la
evidencia necesaria para saber que el Señor estaba obrando mediante los
hermanos Jones y Waggoner, pero no recibiste la luz… que esos hombres tenían un
mensaje de Dios, y tú tomaste a la ligera tanto el mensaje como a los
mensajeros (1066).
Nunca antes había visto entre
nuestro pueblo una tal autocomplacencia y falta de disposición a aceptar y
reconocer la luz, como la manifestada en Minneapolis. Se me ha mostrado que
ninguno de la compañía que acarició el espíritu manifestado en aquel encuentro
tendría ya nunca más luz clara para discernir lo precioso de la verdad que se
les envió desde el cielo hasta que humillaran su orgullo y confesaran que no
habían actuado según el Espíritu de Dios… Actuaron según el mismo espíritu que
inspiró a Coré, Dathán y Abiram… [El
ángel del Señor dijo] “El pueblo está actuando según
la rebelión de Coré, Dathán y Abiram… No es a ti [Ellen White] a quien
están despreciando, sino a los mensajeros y al mensaje que envié a mi pueblo.
Han mostrado su desdén hacia la palabra del Señor” (1067-1068).
Dios esperaba que los centinelas
se levantaran y con voces unidas proclamasen un mensaje decidido… Entonces la
clara y poderosa luz de ese otro ángel que desciende del cielo teniendo gran
poder habría alumbrado toda la tierra con su gloria. Llevamos años de retraso… el
mismo mensaje que Dios dispuso que se abriese camino desde el encuentro de
Minneapolis… mensajeros celestiales se han apesadumbrado impacientes por la
demora… mensaje de verdad que los ángeles del cielo procuraron comunicar
mediante agentes humanos: la justificación por la fe, la justicia de Cristo
(1070-1071).
El fuerte pregón del tercer ángel ya
ha comenzado en la revelación de la justicia de Cristo [escrito 22 noviembre 1892]
(1073).
Me ha apenado tanto que no haya
podido reconocer la voz de Jesús, el verdadero Pastor. El Señor ha manifestado
la demostración de la verdad ante sus ojos; sin embargo no discernió, y su
corazón no fue subyugado por los impulsos del Espíritu Santo de Dios (1084).
Dios puede elegir instrumentos que
nosotros no aceptamos debido a que no coinciden exactamente con nuestras ideas…
Entonces comienza la disección del carácter (1091).
Satanás es el acusador de los
hermanos y se siente exultante cuando logra que actúe la levadura del desafecto
en los corazones humanos. Cuando consigue dividir a los hermanos tiene un
júbilo infernal. Pienso que si mis hermanos pudieran ver, como yo he visto,
cuánto mal se hace al hablar mal de nuestros hermanos, habría un cambio total
en la manera en que cada uno trata al otro. No os comprendéis a vosotros
mismos, interpretáis mal palabras y hechos, y los medís de acuerdo con vuestro
punto de vista finito. Vuestra imaginación os extravía. Vuestros sentimientos,
vuestras lenguas, que no están santificadas, son empleadas en un servicio y
obra que es cualquier cosa menos santa y cristiana.
¿Por qué cuestionar y buscar faltas en los demás? ¿Por qué malinterpretar y
retorcer las palabras y acciones de vuestros hermanos? ¿No tenéis otra obra
mejor que hacer, que la de desanimar uno al otro e intentar apartar la luz de
vuestros hermanos? (1095).
Había esperado que la luz que ha
estado brillando en rayos claros y nítidos desde el encuentro de Minneapolis
hubiese inundado su alma (1106).
Entonces vio en la Review los artículos del hermano A.T.
Jones relativos la imagen de la bestia, y luego el del pastor Smith presentando
la posición opuesta. Quedó perplejo y perturbado. Había recibido mucha luz y
consuelo al leer artículos de los hermanos Jones y Waggoner; pero he aquí uno
de los obreros veteranos, uno que había escrito muchos de nuestros libros de
referencia y a quien él había creído instruido por Dios, y que parecía estar en
conflicto con el hermano Jones (1119).
No debemos pisotear el mensaje ni
los mensajeros por los que Dios enviará luz a su pueblo (1121).
Los que se opusieron a los
hermanos Jones y Waggoner no manifestaron disposición a reunirse con ellos como
hermanos, y con la Biblia en la mano considerar en oración y con un espíritu
cristiano los puntos de diferencia (1122).
El hermano Jones ha estado dando
el mensaje para este tiempo: alimento a su debido tiempo para el hambriento
rebaño de Dios (1122).
El hermano Jones se esfuerza por
despertar al profeso pueblo de Dios de su sueño mortal… Al instante se levanta
el hermano Gage, se pertrecha para la batalla y ante la congregación, en el tabernáculo, toma una posición antagónica
respecto al hermano Jones. ¿Hizo eso según la voluntad de Dios? ¿Acaso el
Espíritu del Señor salió del hermano Jones para inspirar al hermano Gage a
hacer su obra? (1122-1123).
La asamblea en Minneapolis fue la
oportunidad de oro para todos los presentes, para humillar el corazón ante Dios
y dar la bienvenida a Jesús como al gran Instructor; pero la posición que
algunos tomaron en ese encuentro significó su ruina. Desde entonces no han
vuelto nunca más a ver claramente ni lo volverán a hacer, ya que albergan
persistentemente el espíritu que prevaleció allí: un espíritu impío, dado a la
crítica, denunciatorio. Sin embargo, desde ese encuentro se ha dado generosa
evidencia y luz abundante a fin de que todos puedan comprender lo que es la
verdad. Los que fueron entonces engañados habrían podido volver a la luz. Se
podrían haber gozado en la verdad tal como es en Jesús de no ser por el orgullo
de sus propios corazones rebeldes. En el juicio se les preguntará: “¿Quién
requirió eso de vuestra mano, que os levantaseis contra el mensaje y los
mensajeros que Yo envié a mi pueblo con luz, gracia y poder? ¿Por qué habéis
levantado vuestras almas contra Dios? ¿Por qué bloqueasteis el camino con
vuestro propio espíritu perverso? Y posteriormente, cuando se acumuló más y más
evidencia, ¿por qué no humillasteis vuestros corazones ante Dios y os
arrepentisteis de vuestro rechazo al mensaje de gracia que él os envió?” (1126).
El poder de toda mente… debe
emplearse, no para obstruir el camino ante los mensajes que Dios envía a su
pueblo (1127).
[Esos hermanos] pudieron
haber sido instrumentos de Dios para hacer avanzar la obra con poder; pero su
influencia se ejerció para contrarrestar el mensaje del Señor, para dar la
impresión de que la obra era cuestionable. Será necesario arrepentirse de cada
jota y tilde al respecto (1128).
La oposición en nuestras propias
filas ha impuesto a los mensajeros del Señor una obra extenuante y probatoria,
ya que han tenido que hacer frente a dificultades y obstáculos que no debieron
existir (1128).
La influencia que se gestó a
partir de la resistencia a la luz y la verdad en Minneapolis tendió a dejar sin
efecto la luz que Dios había dado a su pueblo mediante los Testimonios (1129).
En las bendiciones que desde
entonces han acompañado a la presentación de la verdad, la justificación por la
fe y la justicia imputada de Cristo, no han discernido evidencia adicional de
Dios en cuanto a dónde y cómo está él, y la forma en que ha estado obrando
(1136).
Se me ha mostrado que el pastor
Butler, el pastor Smith y usted mismo [Van Horn] están en una posición similar.
Si bien no se ha opuesto abiertamente a la obra que el Señor mismo ha estado
haciendo, se ha mantenido alejado de aquellos con quienes debió estar
estrechamente relacionado. Si hubiese estado andando en la luz, habría bebido
de la copa llena del vino de la verdad que ha sido llevada a sus labios; pero
no; usted ha estado sólo parcialmente en armonía con la obra que los hermanos
Jones y Waggoner han estado haciendo bajo la mano de Dios para traer a la
iglesia la comprensión de su verdadero estado, y para llevarla a la cena
preparada para ella (1137).
No habrá razón alguna que puedan
presentar [los pastores Van Horn y U. Smith, fechado 1893] ante el gran trono blanco, cuando el Señor les dirija la
pregunta: “¿Por qué no unisteis vuestros intereses con los de los mensajeros
que yo envié? ¿Por qué no aceptasteis el mensaje que envié por medio de mis
siervos? ¿Por qué acechasteis a esos hombres con el fin de encontrar algo para
cuestionar y dudar, cuando debierais haber aceptado el mensaje que llevaba el
sello del Altísimo?” (1138).
¿No pueden discernir quién lleva
el mensaje para este tiempo al pueblo? (1139).
¿Cree usted, mi hermano, que si el
Señor ha suscitado hombres para dar al mundo un mensaje a fin de preparar al
pueblo que esté en pie en el gran día de Dios, cree que alguien puede mediante
su influencia detener la obra y cerrar la boca a los mensajeros? –No (1140).
¿Proviene de Dios la obra que se
ha estado haciendo desde el encuentro de Minneapolis? Si no es así, entonces
proviene de otro espíritu… Sé que el Señor está en esta obra y nadie puede
silenciar al mensajero que Dios envía, o reprimir el mensaje. El Señor se hará
oír mediante sus agencias humanas. Y si algún hombre rehúsa aceptar la luz y
andar en ella, esa luz no volverá a brillar en él (1141).
Vio los artículos del pastor Jones
sobre la formación de la imagen [de
la bestia] y fue grandemente bendecido al
leerlos. Entonces vino el artículo del pastor Smith oponiéndose al pastor
Jones. Eso lo puso en una situación de prueba justamente antes de la semana de
oración (1143).
No debemos despreciar el mensaje
del Señor ni a sus mensajeros (1146).
Mi hermano, no me agrada que tenga
esos sentimientos hacia los hermanos Waggoner, Jones y Prescott. Si estos
hubiesen tenido la cooperación de nuestros hermanos en el ministerio actuando
concertadamente, la obra estaría avanzada en años respecto a su estado actual.
No agrada al Señor que usted retenga los sentimientos que tiene en esos asuntos
[carta a Kellogg, 1893]
Esos hombres están obrando de acuerdo con sus líneas de trabajo, y deben
atender los deberes asignados, que implican una responsabilidad inmensa (1147).
El curso de acción que se ha
emprendido hacia el pastor Jones ha sido una ofensa a Dios (1156).
Poseemos toda evidencia de que el
Señor está empleando al pastor Jones, al pastor Waggoner y al profesor
Prescott; y con esa evidencia ante nosotros hiere mi corazón que cualquiera de
mis hermanos en la fe muestre impaciencia y amargura contra ellos, y rehúse
armonizar con ellos en amor y unidad (1156).
Los hermanos Prescott, Jones y
Waggoner son falibles. Usted es igualmente falible. Pueden equivocarse en
ciertos puntos. También usted puede hacerlo (1158).
Se ha llamado excitación a lo que
era luz del cielo… Hemos de ser muy cuidadosos en no contristar al Espíritu
Santo de Dios al declarar que la ministración de su Espíritu Santo es una
especie de fanatismo (1210).
He tenido un miedo terrible de que
aquellos que sintieron los brillantes rayos del Sol de justicia… lleguen a la
conclusión de que las bendiciones celestiales enviadas por Dios son un engaño
(1212).
Me siento realmente apenada por
los hermanos Prescott y Jones. Me he sentido muy ansiosa con respecto a ambos,
pero especialmente en relación con el hermano Jones, cuya fe es tan ardiente, y
que no manifiesta la cautela que debería en sus afirmaciones mediante la pluma
o la voz. Oré para que estos queridos hermanos estuviesen tan completamente
escondidos en Jesucristo como para no dar un solo paso equivocado. Hoy tengo
más confianza en ellos de la que tuve en el pasado [fechada 1894], y creo
plenamente que Dios será su ayudador, su consuelo y su esperanza (1240).
Guarde el corazón con toda
diligencia, no sea que debido a un mal impulso contristemos y agraviemos a uno
de los mensajeros escogidos del Señor. “No toquéis, dijo, a mis ungidos, ni
hagáis mal a mis profetas” (1241).
Los hermanos Jones y Prescott son
los mensajeros escogidos del Señor, amados de Dios. Han cooperado con Dios en
la obra para este tiempo… Estos hermanos son embajadores de Dios. Han captado
prestamente los brillantes rayos del Sol de justicia y han respondido
impartiendo a otros la luz celestial (1241-1242).
Que toda alma que haya recibido la
teoría de la verdad preste ahora atención a cómo trata a los mensajeros de
Dios. Que nadie sea hallado obrando en el bando de Satanás, como un acusador de
los hermanos (1242).
Los que proclamen la verdad en
amor y en demostración del Espíritu, corren el peligro de ser considerados como
presuntuosos y confiados de sí mismos. Solamente Dios puede guardar a su pueblo
de la trampa de poner la confianza en el yo, y de dejar de sentir su
dependencia hacia él en todo momento. Hay hombres y mujeres que exaltarán al
mensajero por encima del mensaje, que alabarán y exaltarán al mensajero,
olvidando que es Dios quien obra maravillosamente por su intermedio para gloria
del propio nombre del Señor. Deben alabar a Dios porque muchas almas están
recibiendo, mediante el agente humano, instrucción que los está haciendo sabios
para salvación. Deben dar gloria a Dios al ver mediante la interpretación de la
palabra por los labios del mensajero, cosas maravillosas procedentes de los
oráculos divinos (1244).
Algunos preguntarán por qué es
posible que esos mensajeros que nos alimentan con el pan del cielo cometan una
equivocación… Hombres que han sido escogidos por Dios para hacer una obra
especial han sido puestos en peligro debido a que la gente ha mirado al hombre
en lugar de mirar a Dios. Cuando el pastor Butler fue presidente de la
Asociación General, los pastores colocaron al pastor Butler, al pastor Smith y
a algunos otros allí donde solamente Dios debía estar. Los hermanos cometieron
errores graves, y el Señor envió mensajes de verdad para corregir sus errores y
para llevarlos a caminos seguros. Pero a pesar de los reproches que se han dado
al pueblo, siguen poniendo su confianza en el hombre, y exaltan y glorifican al
agente humano, y ese error grave se repite una y otra vez (1244-1245).
El Señor tiene hombres escogidos
para llevar luz y mensajes de gran importancia al pueblo en estos últimos días
(1245).
En la presentación del mensaje
actual tuvimos que contender por cada centímetro de terreno, y algunos no se
han reconciliado con la providencia de Dios al seleccionar a los hombres que él
escogió justamente para llevar ese mensaje especial. Preguntan: ¿Cómo es que no
ha escogido a hombres que llevan tiempo en la obra? La razón es que él sabía
que esos hombres de dilatada experiencia no desempeñarían la obra según los
caminos y designios divinos. Dios ha escogido precisamente a los hombres que él
quiso, y tenemos razones para agradecerle que los tales hayan desempeñado la
obra con fidelidad, y que hayan sido los portavoces de Dios (1245).
Gracias a Dios, [Jones y Waggoner]
oyeron su voz y la obedecieron al punto. En esos asuntos las iglesias tienen la
mayor evidencia de que esos hombres son escogidos del Señor. Él les ha dado un
mensaje y ha obrado mediante ellos debido a que oyeron la voz del consejo
celestial y la obedecieron (1246).
¿Acaso los hombres [de responsabilidad en Review and Herald] que fueron de esa manera advertidos, han sido prontos para andar
en el camino que les fue marcado, como lo han sido estos dos hermanos? No; no
lo han sido (1246).
Que los que han sido negligentes
en recibir la luz y la verdad no intenten aprovecharse de la equivocación de
sus hermanos y los señalen con el dedo, y pronuncien palabras vanas debido a
que los escogidos de Dios han sido demasiado ardientes en sus ideas y han
llevado ciertas cosas de una forma demasiado enérgica. Necesitamos elementos
ardientes como esos, puesto que nuestra obra no es una obra pasiva, sino
agresiva. Que los hombres que no han recibido las corrientes del pozo de Belén
que les fue presentada, consideren cuánto se ha perdido al no ocupar su sitio
ni hacer su parte en la precisa obra que Dios quería que hicieran. Si esos
hombres de experiencia que han dejado de hacer su parte se hubiesen mantenido
en los caminos que Dios determinó y no hubieran seguido el consejo de los
hombres sino el de Dios, se habrían conectado con los hombres que fueron
escogidos para dar el mensaje que el pueblo necesitaba en estos últimos días.
Dios habría obrado a través de ellos, y la obra habría avanzado mucho más rápida
y sólidamente de lo que lo ha hecho. Hubieran podido hacer una obra
preciosísima, de no haber acariciado un espíritu que no plugo a Dios y que
cerró sus corazones a la obra del Espíritu Santo. Entraron en tentación y no se
rindieron a la evidencia, sino que empezaron a cuestionar, a buscar faltas y a
oponerse. Tal fue su actitud, y debido a su incredulidad Dios no pudo
emplearlos para la gloria de su nombre. Contristaron al Espíritu de Dios una y
otra vez. Si hubieran andado en obediencia a la luz que se les envió del cielo,
su experiencia en la elevación y avance del mensaje del tercer ángel habría
sido de gran valor en ayudar a completar la obra para este tiempo; pero
rehusaron ocupar la posición para la que eran adecuados y dejaron de hacer la
obra para la cual Dios los había cualificado, entregándose a la crítica y pensando
que podían discernir muchos defectos en los hombres que Dios estaba empleando.
Los agentes elegidos por Dios deberían haber conocido el gozo de obrar unidos
con los hombres que se distanciaron de ellos, cuestionando, criticando y
oponiéndoseles. Si hubiese habido unión entre esos hermanos, tal como Cristo
encomendó en las lecciones que dio a sus discípulos, se habrían evitado ciertos
errores y equivocaciones que han tenido lugar. Pero si los hombres que debieron
haber empleado su experiencia en llevar adelante la obra han trabajado para
obstruirla y se han producido equivocaciones que no habrían ocurrido de haber
permanecido en el lugar que debían, ¿a quién tendrá Dios por responsables por
esos errores posteriores? A los mismos hombres que debieron obtener luz y que
debieron unirse con los fieles centinelas en estos últimos días de peligro [Carta a Haskell, fechada 1894] (1247-1248).
…hombres que han llevado el
mensaje de Dios (1248).
…el Señor… les ha dado su mensaje
(1248).
…hombres a los que Dios ha dado el
mensaje de verdad para dar al mundo en este tiempo (1249).
…hermanos que han estado haciendo
su obra (1249).
…mensaje que Dios ha dado (1249).
Aquellos que están satisfechos con
una forma de piedad exclaman: “Sed cuidadosos, no vayáis a los extremos” (1251).
Se ha tratado sin respeto a los
hombres mismos a quienes Dios ha confiado un mensaje para su pueblo (1299).
…los hombres que han traído este
mensaje del evangelio (1300).
Usted ha albergado odio hacia el
mensaje que los mensajeros escogidos [del Señor] han proclamado (1300).
…siervos delegados de Dios (1309).
Sin embargo, muchos han oído la
verdad pronunciada en demostración del Espíritu, y no solamente han rehusado
aceptar el mensaje, sino que han odiado la luz (1336).
El Señor, en su gran misericordia,
envió un mensaje preciosísimo a su pueblo mediante los pastores Waggoner y
Jones (1336).
Esa es precisamente la obra que el
Señor quiere que el mensaje que él ha dado a sus siervos opere en el corazón y
mente de todo agente humano (1339).
Dios dio a sus mensajeros
precisamente lo que el pueblo necesitaba (1339).
¿Por cuánto tiempo odiareis y
despreciareis a los mensajeros de la justicia de Dios? Dios les ha dado su
mensaje. Llevan la palabra del Señor (1341).
…a los que el Señor reconoció como
siervos suyos (1341).
Verá que esos hombres contra los
que usted ha hablado han sido como señales en el mundo, como testigos de Dios
(1342).
Mensajeros delegados de Cristo
(1342).
¿Por qué alberga tal amargura
contra los pastores E.J. Waggoner y A.T. Jones? (1353).
Dios ha dado al hermano Jones y al
hermano Waggoner un mensaje para el pueblo. Usted no cree que Dios los haya
sustentado, pero él les ha dado luz preciosa y su mensaje ha alimentado al
pueblo de Dios. Cuando usted rechaza el mensaje llevado por estos hombres,
rechaza a Cristo, el Dador del mensaje (1353).
Han elegido despreciar tanto al
mensajero como al mensaje, desde el tiempo en que a los pastores Jones y
Waggoner se les encomendó una obra especial para estos últimos días (1395).
Por la luz que Dios me ha dado
estoy segura de que los hombres, algunos de ellos que son los principales
promotores en los consejos de Battle Creek, necesitan primero confesar a Dios
su rechazo a los mensajeros y al mensaje que él ha enviado (1410).
Se ha ignorado la justicia de
Cristo por la fe (1436).
Esos hombres han odiado al
mensajero y a los mensajes que Dios les ha dado para proclamar (1473).
Algunos se sintieron incómodos con
este derramamiento, y se pusieron de manifiesto sus propias disposiciones
naturales. Dijeron: ‘No es más que excitación; no es el Espíritu Santo ni los
aguaceros celestiales de la lluvia tardía’. Hubo corazones llenos de
incredulidad, que no bebieron del Espíritu Santo, sino que desarrollaron
amargura en su alma…
Los que resistieron al Espíritu de Dios en Minneapolis estuvieron esperando una
oportunidad para recorrer el mismo camino otra vez…
Dijeron con su corazón, su alma y con sus palabras que esa manifestación del
Espíritu Santo era fanatismo y engaño. Se mantuvieron como una roca, por encima
y alrededor de la cual fluían las olas de la misericordia, pero sus endurecidos
e impíos corazones las rechazaron, resistiendo a la obra del Espíritu Santo…
todo el universo celestial fue testigo del trato afrentoso que se dio a
Jesucristo, representado por el Espíritu Santo. Si Cristo hubiera estado ante
ellos, lo habrían tratado de forma similar a como lo hicieron los judíos
(1478-1479).
El Espíritu del Señor ha estado
sobre sus mensajeros, a los que ha enviado con luz, preciosa luz (1485).
Aquí radica el secreto de los
movimientos hechos para oponerse a los hombres que Dios ha enviado con un
mensaje de bendición para su pueblo. Se les ha odiado, se ha despreciado el
mensaje tan ciertamente como Cristo mismo fue odiado y despreciado en su primera
venida. Hombres en posiciones de responsabilidad han mostrado los atributos
mismos de Satanás (1525).
Hombres finitos han estado
guerreando contra Dios, la verdad y los mensajeros escogidos del Señor,
oponiéndose a ellos por todos los medios que se han atrevido a usar (1526).
…los mismos hombres que Dios ha
usado para presentar luz y verdad que su pueblo necesitaba (1526).
A Battle Creek han venido hombres
acompañados por el Espíritu Santo; pero a menos que batallasen por cada
centímetro de terreno una y otra vez en procura de mantener métodos correctos,
resultaron finalmente desbordados (1535).
Algunos han tratado al Espíritu
como a un huésped indeseado, rehusando recibir el rico don, rehusando
reconocerlo, dándole la espalda y condenándolo como fanatismo… Se resistió la
luz que ha de alumbrar toda la tierra con su gloria, y por la acción de nuestros
propios hermanos ha sido en gran medida mantenida alejada del mundo (1575).
Han ridiculizado, burlado y
escarnecido a los siervos de Dios que les han traído un mensaje celestial de
misericordia (1642).
Hombres que hacen profesión de
piedad han despreciado a Cristo en la persona de sus mensajeros. Como los judíos,
rechazan el mensaje de Dios…
Durante los últimos pocos años se ha hecho un trabajo serio… La luz del Sol de
justicia ha estado brillando en todo lugar, y algunos la han recibido y
mantenido con perseverancia. La obra se ha efectuado según los cauces de Cristo
(1651).
Usted aborreció los mensajes
enviados del cielo. Manifestó contra Cristo un prejuicio de las mismas
características, y más ofensivo para Dios, que el de la nación judía (1656).
Rehusó aceptar la verdad del
mensaje enviado del cielo (1656).
Sus suposiciones en relación con
la posición y la obra de los pastores A.T. Jones y E.J. Waggoner eran
incorrectas [carta a Henry,
fechada 1898] (1759).
El Señor ha suscitado al hermano
Jones y al hermano Waggoner para proclamar un mensaje al mundo a fin de
preparar a un pueblo para que esté en pie en el día de Dios (1814).