Pilato y la apelación al César
La advertencia de Claudia hizo que Pilato determinara evadir la responsabilidad de condenar a un Hombre inocente que quizá fuera quien decía ser: mucho más que un hombre. El gobernador sabía que no podía liberar a Jesús sin entrar en conflicto con los judíos. Tenía que apaciguar el furor de ellos con algún tipo de castigo. "Así que tomó entonces Pilato a Jesús y lo azotó. Los soldados entretejieron una corona de espinas y la pusieron sobre su cabeza, y lo vistieron con un manto de púrpura, y le decían: -¡Salve, Rey de los judíos! –y le daban bofetadas. Entonces Pilato salió otra vez, y les dijo: -Mirad, os lo traigo fuera para que entendáis que ningún delito hallo en él. Y salió Jesús llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Pilato les dijo: -¡Este es el hombre!" (Juan 19:1-5).
Ese fue otro cobarde intento de Pilato por salvar a Jesús de la cruz, salvando a la vez su propia reputación. Confiaba en que el horrible castigo satisfaría a los enemigos de Jesús, y haría que se compadecieran de él. La intensidad del castigo de la flagelación era tal, que los judíos lo limitaban a "cuarenta azotes menos uno". Pero la ley romana no ponía restricción al número de azotes. El instrumento de tortura era un látigo con un corto mango al que estaban atadas varias cuerdas en cuyo extremo había fragmentos de hierro, plomo o hueso. Con cada azote, esos objetos con aristas vivas se clavaban parcialmente en la piel de la víctima. Para hacer más efectivo el castigo, se desnudaba al azotado de cintura hacia arriba, y se lo aseguraba a un poste o pilón haciendo que sus manos lo abrazaran, quedando atadas una a la otra en el extremo opuesto. El castigo romano por azote era tan inhumano y brutal que con cierta frecuencia provocaba la muerte de la víctima.
El castigo de la flagelación se aplicaba en ocasiones a diversas partes del cuerpo, incluyendo la cara. La profecía aporta evidencia de que tal fue el caso con Jesús: "Herirán con vara en la mejilla al juez de Israel" (Miq. 5:1). Las predicciones del profeta evangélico indican asimismo que los azotes fueron dirigidos al rostro de Jesús, tanto como a su espalda: "Di mi cuerpo a mis heridores y mis mejillas a los que me mesaban la barba; no aparté mi rostro de injurias y de esputos" (Isa. 50:6). Isaías 52:14 describe los resultados de ese trato: "Cómo se asombraron de ti muchos (pues de tal manera estaba desfigurada su apariencia, que su aspecto no parecía el de un ser humano)".
Pero a los soldados poco se les daba. Ridiculizando su regia pretensión, escenificaron una farsa burlona de su reino. Sobre el cuerpo deformado y herido de Jesús pusieron un manto real de color púrpura, y en su frente una guirnalda de crueles espinas a modo de corona. Los soldados le rindieron entonces su burlona obediencia. Lo abofetearon, le arrancaron los cabellos y lo sometieron al insulto de los insultos, escupiéndole en la cara. Cabe preguntarse si en toda la historia ha habido alguien que sufriera tales indignidades de manos humanas. Durante todo el proceso Jesús se mantuvo en serena dignidad, y se comportó con una realeza que sorprendió hasta a sus propios torturadores. Nunca antes habían presenciado una conducta tal de parte de un prisionero torturado.
Es evidente que Jesús recibió ese cruel trato dentro del pretorio o en una de sus dependencias, y no en presencia de los judíos. Una vez terminados los azotes y las burlas, Pilato "salió otra vez" a los judíos y dijo: "Mirad, os lo traigo fuera". Juan, quien estaba presente en todo el proceso, declara: "Y salió Jesús llevando la corona de espinas y el manto de púrpura" (Juan 19:4 y 5). La contemplación de la víctima herida y sufriente despertó la compasión incluso en los corazones del cruel gobernador y de los empedernidos soldados, y Pilato lo trajo ante los judíos esperando que la escena pudiera despertar en ellos siquiera un atisbo de simpatía. " ’¡Este es el hombre!’ Esa presentación exclamatoria de Jesús en burlones ropajes de coronación ante la turba, tenía la intención de despertar sus sentimientos y mostrarles cuán absurda era la acusación del sanedrín de que esa lastimera figura pudiera ser culpable de traición. Pilato fracasó completamente en su esfuerzo, y no podía soñar que estaba llamando la atención a la mayor figura de toda la historia, al Hombre de los siglos" ("Word Pictures in the New Testament", Robertson, vol. 5, p. 297).
Declara la Biblia de Cambridge que "¡Aquí está el hombre!" no era una expresión "de desprecio, sino de compasión. Pilato apeló a su humanidad, creyendo que hasta el más implacable de ellos resultara saciado, o al menos que el más compasivo controlara al resto. Nadie podía pensar que ese Hombre fuera peligroso, ni que mereciera mayor castigo. Cuando comprobó el fracaso de su apelación, la compasión de Pilato se transformó en amargura". La contemplación de Jesús, con su vestimenta y corona burlescos, y lo desfigurado de su rostro y figura debido al trato inhumano recibido, habría bastado para despertar la compasión, de haber quedado una partícula de ella entre los judíos. La implicación de Pilato era que ya había ido mucho más allá de la ley en el cruel trato dispensado al prisionero con el único objetivo de darles satisfacción. Con ello esperaba haber ganado su consideración, y que no demandaran mayor castigo para Aquel a quien había declarado inocente en cuatro ocasiones. Pero las apelaciones de Pilato cayeron en oídos sordos, y obtuvo por única respuesta un tremendo clamor exigiendo la muerte por crucifixión. "Cuando lo vieron los principales sacerdotes y los guardias, dieron voces diciendo: -¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo! Pilato les dijo: -Tomadlo vosotros y crucificadlo, porque yo no hallo delito en él" (Juan 19:6).
Resurge la acusación religiosa
El desafío de Pilato a los judíos a que tomaran la justicia por su mano y crucificaran a su prisionero, tuvo el efecto de reavivar la acusación religiosa por la que habían sentenciado a muerte a Jesús. "Los judíos le respondieron: -Nosotros tenemos una ley, y según nuestra ley debe morir, porque se hizo a sí mismo Hijo de Dios. Cuando Pilato oyó esto, tuvo más miedo" (Juan 19:7 y 8). La declaración repetida por Pilato de que Jesús era inocente de todos los delitos criminales y políticos de los que se le acusaba, hizo que los judíos recurrieran en su desesperación a evocar de nuevo la acusación de blasfemia, tipificada en la ley judía como un delito de traición y penada con la muerte. Ese recurso implicaba el reconocimiento de la falsedad del resto de acusaciones que no habían prosperado, y hacía patente que se trataba en esencia de un asunto religioso.
La afirmación de que Jesús debía morir porque había declarado ser el Hijo de Dios llenó a Pilato de un miedo supersticioso, y tuvo el efecto opuesto al que los judíos pretendían. Había muchas leyendas en la mitología griega relativas a visitas de los hijos de los dioses a la tierra en forma humana, de forma que sería imposible distinguirlos del común de los seres mortales. Ofender o maltratar a esos seres divinos en forma humana sería obviamente el error de los errores, pues provocaría seguramente la ira de los dioses. Hechos 14:11-15 ejemplifica esa creencia. Los milagros de Pablo y Bernabé llevaron al pueblo de Listra a la conclusión de que "¡Dioses con la semejanza de hombres han descendido a nosotros!" Sin duda el sueño de Claudia acudió vívidamente a la mente de Pilato, y se convenció más que nunca de que Jesús era lo que decía ser.
A fin de aplacar sus temores y de obtener en lo posible más explicaciones de parte de Jesús en cuanto a su origen y misión, Pilato hizo traer a Jesús al pretorio una vez más, bajo el pretexto de investigar las nuevas acusaciones habidas contra él. Pilato "entró otra vez en el pretorio, y dijo a Jesús: -¿De dónde eres tú? Pero Jesús no le respondió. Entonces le dijo Pilato: -¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para crucificarte y autoridad para soltarte? Respondió Jesús: -Ninguna autoridad tendrías contra mí si no te fuera dada de arriba; por tanto, el que a ti me ha entregado, mayor pecado tiene" (Juan 19:9-11).
Jesús y Pilato
Jesús permaneció en silencio ante la pregunta de Pilato relativa a su origen. Pilato sabía que Jesús era de Galilea, y que se había criado en Nazaret. No era esa la información que le interesaba. Su pregunta iba dirigida a saber si era cierta su pretensión de ser Hijo de Dios. Quizá Jesús guardó silencio debido a que Pilato nunca habría entendido explicación alguna al respecto, y en todo caso poco habría tenido que ver su respuesta con el caso objeto de juicio.
Pilato recordó a Jesús que la autoridad suprema que ostentaba demandaba de él la cortesía de una respuesta, y que tenía mucho a ganar si le honraba contestando a su pregunta; lo opuesto significaba incurrir en la culpabilidad de desprecio al tribunal. Jesús recordó entonces a Pilato que su autoridad estaba sujeta a un poder superior, y que toda autoridad gubernamental le era delegada al ser humano desde lo alto. Le hizo asimismo saber que, si bien él sería responsable de su suerte en aquella pantomima de procedimiento judicial, recaería sobre los judíos una culpabilidad aún mayor por haberlo entregado en sus manos, y por reclamar su sangre. Ese fue el juicio de la humanidad. En razón de su mayor luz, los judíos cargarían con mayor responsabilidad. Pilato recibió con cierto alivio la declaración de Jesús de que eran los judíos los principales ofensores en el crimen cometido contra la equidad, y se afirmó en su determinación de liberarlo. La situación se hacía desesperante por momentos, ya que tanto la paciencia de Pilato como la de los judíos estaban alcanzando su punto de agotamiento. Había que hacer algo, y había que hacerlo sin tardar.
"Desde entonces procuraba Pilato soltarlo, pero los judíos daban voces diciendo: -Si a este sueltas, no eres amigo de César; todo el que se hace rey, a César se opone. Entonces Pilato, oyendo esto, llevó fuera a Jesús, y se sentó en el tribunal, en el lugar llamado El Enlosado, en hebreo, Gábata" (Juan 19:12 y 13). Pilato se sentía muy disgustado consigo mismo, y ciertamente con la turba. Había decidido poner fin a la discusión e imponer su dictamen. Iba a dejar de ser un juguete en manos de los judíos, y estaba a punto de ordenar a los guardas del pretorio que dispersaran la turba, cuando los judíos, intuyendo lo que estaba a punto de suceder, presentaron su último y demoledor argumento, que incluía la amenaza de una apelación al César.
"Una vez más los judíos recurrieron a su táctica, y pasaron de la acusación religiosa a la política, entretejiendo en ella los propios intereses políticos de Pilato. Lo conocían bien; sabían que no era su compromiso con la justicia, sino sus presentimientos personales los que le llevaban a procurar la liberación de Jesús. Presentaron su ataque en el campo del sentimiento personal, emplazándolo ante otro sentimiento de signo contrario y de mayor intensidad. El inexplicable interés de Pilato por liberar a Jesús, y el desdeño manifestado hacia sus acusadores cederían ante el temor a ver amenazada su propia posición, y quizá hasta su propia vida... Es posible que ni siquiera los judíos conocieran plenamente la eficacia del arma que estaban empleando. Sejano, el patrón de Pilato (ejecutado con posterioridad el año 31 de nuestra era) estaba perdiendo su ascendiente sobre Tiberio, aún sin que pudiera decirse que había caído totalmente. Bajo el mandato de Pilato, los judíos habían estado ya a punto de protagonizar una revuelta en tres ocasiones, por lo tanto su prestigio se resentiría fácilmente ante el emperador, quien se jactaba con cierta razón por el buen gobierno de las provincias. Y sobre todo, la terrible Lex Magestatis se venía aplicando por aquel tiempo de tal forma, que ser perseguido bajo ella significaba una muerte poco menos que segura" (The Cambridge Bible).
La amenaza implícita de los judíos de elevar el caso hasta César, no era de ninguna forma disparatada. Sabían que una importante delegación compareciendo en Roma, con la queja de que Pilato había rehusado ejecutar a alguien que pretendía ser rey, y que por consiguiente era culpable de traición, tendría mucho peso ante el receloso Tiberio. Habían apelado al emperador en dos o tres ocasiones con anterioridad, obteniendo lo que demandaban para vergüenza de Pilato.
Pilato sabía que una apelación como esa le costaría el puesto y quizá también la vida, de forma que la amenaza tuvo el efecto buscado en el indeciso gobernante. Comenzó su vacilación. El combate había tomado ahora un matiz diferente. Ya no basculaba tanto entre la justicia y la conveniencia, sino más bien entre la justicia y la posición; y Pilato tenía más apego a la posición que a la justicia. Era la hora de su decisión, y estaba en juego su posición y quizá también su vida. O bien él, o bien Jesús tenía que ser sacrificado, y decidió salvarse a sí mismo a expensas de Aquel a quien ya en cinco ocasiones había declarado inocente.
No le sirvió de gran cosa, pues poco tiempo después otra queja de los judíos hizo que el gobernador de Siria emitiera una orden de comparecencia de Pilato ante Tiberio a fin de responder por graves responsabilidades que resultaron en la pérdida de su puesto, y según el historiador Eusebio, "agotado por sus desventuras" terminó en el suicidio. Se cumplía así la repetida enseñanza de Jesús: "El que halle su vida, la perderá; y el que pierda su vida por causa de mí, la hallará" (Mat. 10:39).