iCOR

LB, 11 febrero 2016

 

 

Rev-Adv-Sem-Oración.jpgRecientemente hemos recibido en nuestra iglesia la revista titulada: ‘Semana de oración’. El subtítulo es: ‘iCOR (Church of Refuge), una iglesia para todos’...

¿Qué será, eso de iCOR? Debe ser algo importante, puesto que su icono aparece destacado en la portada de la revista, y se ha decidido organizar una semana de oración en torno a iCOR. Dada la impresión negativa que tuve al leer los artículos de la precedente semana de oración (con excepción del escrito por Ted Wilson), he querido leer los de la presente antes de recomendar la revista y asignar los temas en la iglesia en la que sirvo como anciano.

Hasta el final de este artículo no voy a investigar lo que hay detrás de iCOR. Esta primera parte consiste en mi valoración de los artículos de la revista, que voy a tratar como un todo, como si hubiese sido escrita por un solo autor.

En cuanto a la idea general, parece no haber duda: se trata de lograr “una iglesia para todos”. Eso es consistente con el mensaje de los tres ángeles, que comienza así: “Vi otro ángel volar por en medio del cielo, que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los que moran en la tierra, y a toda nación y tribu y lengua y pueblo”.

No he encontrado —ni buscado— algo que me parezca erróneo. Es admirable el nivel de calidad literaria y de conocimiento en cada materia expuesta por los respectivos autores. Es encomiable su seriedad y rigor, la evidente ilusión con que cada uno ha abordado su temática. Y es de agradecer también el lenguaje dinámico con que está expresado. El tono es sin duda positivo e informativo.

Otra cosa es que pueda sentirme perplejo por el enfoque general, o por aquello que esperaba ver y no he encontrado. En ese sentido no puedo ser tan optimista. Lo que he leído me ha parecido útil y me ha parecido verdad, pero ¿se trata de la verdad presente?, ¿de la verdad que es relevante y a apropiada para el tiempo en que vivimos?

Cuando me pregunto en qué se diferencia todo lo que he leído, de lo que habría podido encontrar en una publicación homóloga producida por la iglesia luterana, presbiteriana, bautista o católica, o cualquier otra desconocedora del evangelio eterno en el contexto del tiempo del fin, ajena a la comprensión del conflicto de los siglos, mi entusiasmo decae.

En la página 15 leo: “El propósito de la existencia de nuestra iglesia parece claro: ‘Ha sido organizada para servir’”, citando La Educación, de Ellen White, 242.

Parece buena señal que casi todos los artículos incluyan citas del Espíritu de profecía. La conclusión lógica es que se quieran incorporar igualmente sus conceptos y su visión. Es bueno tener los escritos de Ellen White como una referencia inspirada. Es el autor(a) más citado en la revista. Posiblemente obedezca a una directiva o recomendación, lo que sería mérito de los organizadores más bien que de los autores de cada artículo.

Volviendo a esa declaración de la página 15: “Servir”. Por supuesto.

El problema es que “servir” puede tener un significado muy general. Los políticos y los banqueros tienen por objetivo servir, y también los gobiernos. Cáritas y Cruz Roja tienen el objetivo de servir. Greenpeace y los ecologistas lo tienen. Los hospitales, los médicos, lo tenemos. Todas las iglesias del mundo lo tienen, incluyendo los Salones del Reino y las Diócesis. Está bien que nos impliquemos en la ayuda social y en la beneficencia. Tal cosa es inseparable de nuestro cometido cristiano, que cabe resumir en términos de ser como Cristo. Como se lee en la página 15: “Ser un seguidor de Jesús no sólo es aceptar sus enseñanzas, también es actuar como él”. En realidad, a menos que nuestra religión fuese una teoría y no una experiencia, aceptar sus enseñanzas conlleva actuar como él.

Ahora bien: ¿Cuál era la misión, el propósito asignado a Noé, a Elías o a Juan bautista? ¿Cuál fue el propósito por el que Dios suscitó el movimiento remanente adventista? ¿Era la procura del bienestar temporal de los desfavorecidos por la sociedad de su tiempo? ¿Habría de ser ese el foco principal de la misión de Noé, de Elías o de Juan Bautista? ¿Ha de ser ese el foco principal de nuestra misión, en la última parte de la historia de este mundo y del pecado, cuando está a punto de terminar el ministerio de Jesús en el lugar santísimo para perdón y borramiento de los pecados, cuando está a punto de producirse el sellamiento y de terminar el tiempo de prueba? ¿No tendrá el pueblo remanente que ha sido llamado a preparar el camino para la segunda venida de Jesús alguna misión particular que lo diferencie del resto de instituciones cuyo sentido general es igualmente “servir”?

Es cierto que Jesús pasó tanto tiempo en la labor social como en la predicación, pero observa: no se quedó en esta tierra hasta hoy, aliviando las necesidades de los pobres, porque él sabía que la solución definitiva al problema del pecado no es devolver la vista al ciego o hacer andar al paralítico; ni siquiera alimentar a la multitud, como tampoco defender la ecología o la igualdad, sino crear nuevos corazones que sean idóneos para habitar por la eternidad en el nuevo cielo y la nueva tierra que él fue a preparar.

Esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia (2 Pedro 3:13).

Así pues, Jesús, en cumplimiento de su misión, ascendió para mediar en el santuario verdadero, dedicado a poner fin al pecado y a la muerte. Mientras tanto delegó en nosotros —su iglesia— que aliviemos a los necesitados. Pero sólo podemos hacer tal cosa cuando estamos motivados por el amor (1 Corintios 13:3). Es posible “repartir toda mi hacienda para dar de comer a los pobres” —y hasta sufrir el martirio— sin provecho, cuando falta la motivación del amor. Y sólo podemos tener ese preciado artículo cuando estamos conectados con la Fuente del amor. Por lo tanto, hemos de remitirnos al lugar santísimo del santuario celestial, donde media nuestro gran Sumo Sacerdote, para poder recibirlo:

No puede el hombre recibir algo, si no le fuere dado del cielo (Juan 3:27).

Son los que por fe siguen a Jesús en su gran obra de expiación, quienes reciben los beneficios de su mediación por ellos (CS 425.3, granate 483).

Se espera que sigamos al Cordero por dondequiera que va. Ahora va por el lugar santísimo del santuario celestial, en su misión de prepararnos para el fin del tiempo de prueba, para el sellamiento y para su venida. Cristo no ofreció ni ofrece salvación en este mundo, sino de este mundo; la bendita esperanza se centra en el mundo venidero.

Es posible que mirando los árboles que tenemos cerca —y actuando por mimetismo respecto a las iglesias que tenemos cerca— podamos estar dejando de ver el bosque, el panorama más general del conflicto de los siglos en el que se encuadra, lo sepamos o no, cada una de las acciones que emprendemos y de las decisiones que tomamos, individualmente y como iglesia.

¿Podría nuestra Iglesia querer enfocarse en la acción humanitaria, en detrimento de la adoración a Dios según los términos que establece su Palabra, que según expresa el triple mensaje angélico está en marcado contraste con la que es propia del mundo cristiano a nuestro alrededor? ¿Quién es el verdadero centro de nuestra devoción: Dios o el hombre? ¿Tenemos nuestra mente puesta en la expectativa de la resolución del conflicto de los siglos y de la vida eterna en el futuro, o la tenemos en el bienestar presente, sea el nuestro, o el de la sociedad que nos rodea? Es bueno recordar cuáles son las raíces anti-Dios y anti-Cristo del humanismo. Y vale la pena recordar que la iglesia emergente se puede explicar en términos de amalgama moderna / antigua de humanismo (moderno) y misticismo (antiguo). Debemos estar alerta (1 Juan 4:1) ante cualquier movimiento que pretenda ignorar la enseñanza fundamental adventista del santuario: la justificación por la fe en el marco del tiempo del fin, eso que Ellen White llamó “el mensaje del tercer ángel en verdad”.

No abunda la verdad distintiva en nuestras publicaciones oficiales recientes. En un ambiente de apostasía generalizada —me refiero al cristianismo en general— la verdad se ha convertido inevitablemente en algo divisivo. Para la sociedad y para la iglesia popular, ser divisivo parece haberse convertido en el único pecado, en el pecado de los pecados. De hecho, se ha convertido en el pecado imperdonable, ya que atenta contra la filosofía central de la iglesia emergente: el bienestar aquí y ahora. La Verdad, Aquel que es la verdad, el que se negó a sí mismo, despierta la ira del mundo al atacar al ídolo, al dios ajeno de la iglesia emergente: la autoestima (otra forma de referirse al “yo”). ¿Hemos decidido amortiguar o suprimir la verdad a fin de subsistir en una sociedad como esa? Si es así, ¿tenemos alguna razón de existir como iglesia separada? En relación con el intento de unión de las iglesias protestantes, Ellen White escribió:

Para asegurar tal unión, debe necesariamente evitarse toda discusión de asuntos en los cuales no todos están de acuerdo, por importantes que sean desde el punto de vista bíblico (CS 439.1, granate 497).

Es así como el enemigo ha procurado dificultar la obra misionera haciéndonos aparecer como alborotadores e insolidarios en nuestros esfuerzos por conocer, aceptar, vivir y defender la verdad tal cual es en Jesús. Pero mientras dure el pecado y el conflicto, la verdad será predicada, y la verdad será divisiva tal como lo fue en los días de Jesús, de los apóstoles y de nuestros pioneros en el movimiento adventista.

Ay de vosotros, cuando todos los hombres dijeren bien de vosotros, porque así hacían sus padres a los falsos profetas (Lucas 6:26).

Todos los que quieran vivir piamente en Cristo Jesús padecerán persecución (2 Timoteo 3:12).

En ese sentido es reconfortante leer en la revista (p. 14):

“Su objetivo principal no debe ser el atraer, entretener o divertir a la gente. Tampoco el de unir, huir de la crítica o cumplir ciertas expectativas humanas. Eso debería ser siempre secundario y consecuente con la visión que proponemos como cristianos y adventistas”.

¡Gracias a Dios por esa claridad de ideas y de prioridades!

Pero no es sólo el estado del cristianismo popular el que ha hecho difícil la presentación de la verdad. La introducción entre nosotros de elementos extraños al adventismo, importados del evangelicalismo o del catolicismo, ha convertido en difícil la presentación de la verdad también desde los púlpitos de nuestras propias iglesias.

Y quizá no sea ese el peligro mayor. Es posible que la supresión de “1844” (purificación del santuario en la expiación final) tenga un efecto más demoledor para nuestra misión —y más difícil de detectar— que la introducción de falsas doctrinas per se. ¿Qué podría tener un efecto más destructivo para una iglesia, si no es anular la doctrina fundamental que le es peculiar, la que le da la razón principal de existir como iglesia separada de las que conforman la Babilonia espiritual?

El pasaje bíblico que más que ninguno había sido el fundamento y el pilar central de la fe adventista era la declaración: ‘Hasta dos mil y trescientas tardes y mañanas; entonces será purificado el Santuario’ (Dan 8:14) (CS 405.1, granate 461).

Entonces” comenzó en 1844.

Hoy es fácil estar de acuerdo con las 28 doctrinas, pero la exposición clara de casi cualquier aspecto de la doctrina adventista de la forma en que la expresaron Ellen White o los pioneros —Jones y Waggoner incluidos— resulta hoy chocante y polémica para muchos, hasta el punto de haber servido de pretexto para poder etiquetar de conflictivos a quienes las defienden, y mediante esa falsa acusación mantenerlos en silencio a fin de “preservar la unidad”. La historia sagrada provee un sinfín de ejemplos de conducta similar (uno recuerda enseguida 1 Reyes 18:17-18).

Elías fue acusado de turbar a Israel, Jeremías lo fue de traidor, y Pablo de profanador del templo. Desde entonces hasta ahora, los que quisieron ser leales a la verdad fueron denunciados como sediciosos, herejes o cismáticos.

...quien quiera obedecer a todos los preceptos divinos tendrá que arrostrar censuras y castigos como un malhechor (CS 451.3, granate 512).

¿Se caracterizaron la obra y enseñanza de Cristo por procurar mantener la unidad al precio de suprimir la verdad?

Estas cosas dijo en la sinagoga, enseñando en Capernaum. Y muchos de sus discípulos oyéndolo, dijeron: Dura es esta palabra: ¿quién la puede oír?...

Desde esto, muchos de sus discípulos volvieron atrás y ya no andaban con él. Dijo entonces Jesús a los doce: ¿Queréis vosotros iros también? (Juan 6:59-67).

Parece que hacer crecer la iglesia en número —o preservar su unidad— no eran las grandes prioridades para el Hijo de Dios, el fundador de la iglesia.

De hecho, no sólo en los púlpitos, sino incluso en las conversaciones casuales a la salida de las iglesias se suele evitar cualquier asunto de carácter doctrinal o teológico. Expresar una opinión sobre cualquier tema bíblico puede fácilmente acabar en desavenencia, y cuando no es así, puede servir para que recibamos o pongamos a alguien una etiqueta que no querríamos para nosotros mismos. Esa atmósfera no es ciertamente la ideal para motivarnos al estudio y al intercambio del conocimiento bíblico.

La iglesia emergente interpreta tendenciosamente que esa desunión es el resultado de prestar atención a las doctrinas, a las que en consecuencia desprecia. Pero:

No debemos restar prominencia a las verdades especiales que nos han separado del mundo y han hecho de nosotros lo que somos, porque están llenas de asuntos de interés eterno (TM 470.1).

El lamentable estado actual no es el resultado de un estudio excesivo de la doctrina, sino precisamente de lo contrario: de su descuido. ¿Retrocederemos ante la posibilidad de que dicho estudio suscite discusión? Si hemos de seguir siendo el pueblo comprometido con la verdad, hemos de estar preparados para esto:

Una mente se opondrá a otra mente, unos planes a otros planes, los principios de origen celestial a los principios de Satanás. La verdad en sus diferentes aspectos estará en conflicto con el error en sus formas siempre cambiantes y crecientes mediante las que, si fuere posible, se engañará a los mismos escogidos (TM 407.1).

Como alguien afirmó: ‘No necesitamos la paz del cementerio’. Sería interminable la lista de motivos por los que uno puede ser acusado de conflictivo:

1. Por expresar fe en el relato literal de la Creación en Génesis, que equivale a tener fe en la inspiración de la Biblia.

2. Por expresar fe en la inspiración de todos los escritos de Ellen White y considerarla profetisa / mensajera del Señor. Por citar sus escritos como poseyendo autoridad doctrinal.

3. Por aludir a la muerte de Cristo en términos de “expiación”, como siendo un hecho central y necesario en nuestra salvación y en la vindicación de Dios ante el universo en el conflicto de los siglos. También por incluir el ministerio de Cristo en el lugar santísimo como formando parte de la “expiación”.

4. Por recordar que el Jesús verdadero no salva en el pecado, sino del pecado (Mateo 1:21).

5. Por recordar que el pueblo de Dios se debe mantener separado de Babilonia espiritual, si bien acercándose a los pecadores que la conforman para llamarlos a salir de ella; eso que resume esta declaración de Ellen White:

La iglesia que sostiene la palabra de Dios está irreconciliablemente separada de Roma. En su día los protestantes estuvieron de ese modo apartados de la gran iglesia apóstata, pero se han ido acercando cada vez más a ella y siguen en el camino de la reconciliación con la Iglesia de Roma. Roma nunca cambia. Sus principios no han cambiado en lo más mínimo. Nada ha disminuido en su brecha con los protestantes; son estos quienes han dado todos los pasos. Pero ¿qué dice eso acerca del protestantismo de hoy? Es el rechazo a la verdad de la Biblia lo que lleva a los hombres a avanzar hacia la infidelidad. La iglesia que acorta distancias con el papado es una iglesia descarriada.

Las almas como la de Lutero, Cranmer, Ridley, Hooper, y los cientos de hombres nobles que fueron mártires por causa de la verdad, son los auténticos protestantes. Se mantuvieron como fieles centinelas de la verdad, declarando que el protestantismo es incapaz de unirse con el romanismo, y que ha de mantenerse tan separado de los principios del papado como lo están el este y el oeste (ST 19 febrero 1894).

6. Por señalar que la “justificación por la fe”, según la Biblia, no se limita a una declaración legal tal como pretende el falso evangelio de aceptación mayoritaria, sino que incluye el nuevo nacimiento, el gran cambio y un carácter a semejanza del de Cristo. Como expresa El Camino a Cristo: “El arrepentimiento precede al perdón” (cap. 3). Y teniendo en cuenta que “el arrepentimiento comprende tristeza por el pecado y abandono del mismo” (Id.), se deduce que “a fin de obtener la justicia de Cristo, es necesario que el pecador sepa lo que es ese arrepentimiento que efectúa un cambio radical en la mente, en el espíritu y en la acción”, y “Cristo únicamente perdona al arrepentido, pero primero hace que se arrepienta aquel a quien perdona”. “Habiéndonos hecho justos por medio de la justicia imputada de Cristo, Dios nos declara justos y nos trata como a tales” (1 MS, 457-461). Es decir: ser justificado por la fe incluye ser hecho justo por la fe.

7. Por hablar de cualquier hecho relacionado con 1888, y muy especialmente por señalar que nuestra Iglesia tiene aún su gran asignatura pendiente: recuperar, conocer, aceptar y vivir el mensaje que Dios nos dio a través de los pastores Jones y Waggoner. Ese mensaje que Ellen White calificó de “preciosísimo”, hoy lo perciben muchos como ‘peligrosísimo’. ¿No hay algo bien extraño en eso?

El mensaje que Dios envió a su pueblo “mediante los pastores Waggoner y Jones”, y que está disponible en su literatura (oficialmente ignorada / denostada / silenciada) es nada menos que:

El mensaje que Dios ordenó que fuera dado al mundo. Es el mensaje del tercer ángel, que ha de ser proclamado en alta voz y acompañado por el abundante derramamiento de su Espíritu (TM 91.2).

8. Por recordar que Dios ha hecho depender el momento de su venida de la preparación de su “esposa” (la iglesia) para el matrimonio, como resume esta declaración:

Cuando el carácter de Cristo sea perfectamente reproducido en su pueblo, entonces vendrá él para reclamarlos como suyos. Todo cristiano tiene la oportunidad no sólo de esperar, sino de apresurar la venida de nuestro Señor Jesucristo (PVGM 47.5).

9. Por expresar fe en la interpretación profética histórica de Daniel y Apocalipsis que defendieron nuestros pioneros, y de la que se apartaron las iglesias caídas que la habían sostenido igualmente de forma unánime en el tiempo de la Reforma. Eso tiene una importancia vital, pues enmarca el evangelio, la justificación por la fe, en el contexto del mensaje de los tres ángeles, de la hora de su juicio. Es algo que nadie en el mundo comprende ni predica, a excepción de la Iglesia adventista. Y “si la sal perdiere su sabor, ¿con qué será salada?”, ¿con la ayuda de la comunidad ecuménica?

10. Por señalar que Cristo fue “tentado en todo según nuestra semejanza”, y que es precisamente debido a que “padeció siendo tentado”, por lo que “es poderoso para socorrer a los que son tentados” (Hebreos 4:15 y 2:18). Por recordar que Jesús “fue hecho de la simiente de David según la carne” (Romanos 1:3), lo que significa que “Él tomó sobre su naturaleza sin pecado nuestra naturaleza pecaminosa para saber cómo socorrer a los que son tentados” (MM 237.3, granate 238). Por recordar que, en consecuencia, Cristo sentará con él en su trono precisamente al “que venciere... como yo he vencido” (Apocalipsis 3:21).

La escasez de verdad bíblica vital en nuestra literatura oficial hace brillar de forma especial estas declaraciones que leo en la revista:

“Jesús nos regaló su muerte como expiación y su vida como inspiración” (p. 4).

Es refrescante la fe expresada en el relato literal de Génesis en las páginas 9 y 10:

“A pesar de estar rodeado por toda la creación de Dios y de contar con su presencia en el jardín, Adán necesitaba algo más. Elena White lo describe de la siguiente manera...”

Gracias también por haber elegido al Espíritu de profecía para la única cita que contiene ese artículo (otros cuatro autores hacen eso mismo, lo que parece indicar cuál es su saludable prioridad).

“El Espíritu Santo está trabajando y terminará la obra que ha empezado” (p. 14).

Lo anterior señala una obra que, aun siendo continua, termina en victoria. Es algo muy distinto al esquema circular de derrota repetitiva y fatalista propio del evangelio popular.

“Invitar a las personas a reconciliarse con Dios” (p. 22).

En la página 23 se señala sin ambigüedad cuál es el auténtico problema (para el mundo y para cada uno de nosotros) que hace necesaria dicha reconciliación:

“Los pecados escarlata” (citando Isaías 1:18).

Sigo leyendo en la misma página:

“Mediante la crucifixión de Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo a sí mismo”.

¡Qué gran verdad, y qué profunda verdad!, para nosotros y también para el mundo.

“La razón humana es incapaz de hallar esa sabiduría [el conocimiento salvífico de Dios]. Sin la revelación divina es imposible que ese conocimiento esté al alcance de los hombres. Él, y no la filosofía o la retórica, hace posible nuestra reconciliación”.

Qué bueno es insistir en que la sabiduría no es algo inherente al hombre ni está en el hombre; que sólo por revelación divina la podemos recibir. Es mediante el “Escrito está”, y no mediante la introspección mística como conocemos a Dios y nos relacionamos con él.

“El Señor es omnipotente. Y su plan implica no sólo redimirnos, sino también transformarnos. En su infinito amor, Dios quiere que volvamos a reflejar su imagen y semejanza en todos los ámbitos de la vida”.

No es sólo que Dios quiera eso, sino que ha empeñado su omnipotencia en hacerlo posible, si nuestra voluntad accede a estar de acuerdo con la suya. Dios logrará en su iglesia (Efesios 3:21) la demostración final del perfecto amor, justicia y misericordia del carácter de Dios, quien será juzgado y vindicado en su pueblo ante el universo (Efesios 3:10), y acallará así por siempre las acusaciones y argumentos de Satanás, que resultarán entonces destruidos junto a él mismo “debajo de vuestros pies” (Romanos 16:20).

“...su nombre debía ser Jesús, ‘porque él salvará a su pueblo de sus pecados’ (Mateo 1:21)”.

¡Amén!

“Así que Jesús no sólo nos quita la culpabilidad del pecado, sino también sus efectos destructivos”.

Nos quita sus efectos destructivos, quitando su causa: el pecado.

Volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades y echará a lo profundo del mar todos nuestros pecados (Miqueas 7:19).

Quitadle esas vestimentas viles. Y a él dijo: Mira que he hecho pasar tu pecado de ti, y te he hecho vestir de ropas de gala (Zacarías 3:4).

Cristo no llevó “nuestros pecados en su cuerpo, sobre el madero” para que nosotros sigamos llevándolos, sino para que “siendo muertos a los pecados, vivamos a la justicia” (1 Pedro 2:24). Él nos dice: “Ni yo tampoco te condeno: vete y no peques más”. Vale la pena recordar aquí que “todos sus mandatos son habilitaciones” (PVGM 268.1).

Es inspirador el breve pero intenso artículo que empieza en la página 18, recordando la experiencia de adoración de María Magdalena, esa que Jesús exaltó y puso como ejemplo para todos sus seguidores en todas las épocas, hasta el punto de que allá donde se predicara el evangelio, sería acompañado por ese grato perfume de la devoción de María por Cristo.

La experiencia de María es lo opuesto a la tibieza laodicense. Nosotros somos incapaces de una devoción como la de María, debido a que pensamos que no se nos ha perdonado tanto: no nos creemos tan malos, no nos creemos tan pobres, miserables, desnudos, ciegos y cuitados como ella. Pero el Testigo fiel nos evalúa de otra manera. Ojalá conozcamos pronto una experiencia como la de María y tengamos una devoción como la suya (Zacarías 12:10-11; 13:1 y 6). Los publicanos y las rameras se han demostrado repetidamente capaces de ir por delante de nosotros al reino de los cielos.

Se debe observar que la acción de María no se puede definir como “servicio” en términos de solidaridad con el prójimo ni de acción social. Eso se aplica más bien a Marta, quien no “escogió la buena parte”. La obra social benéfica: repartir entre los pobres el precio de aquel perfume, fue especialmente la opción de Judas, o al menos fue el argumento que empleó para despreciar la devoción de María. Cuando el Espíritu Santo pensó por ella, la impulsó a elegir a Dios, a Jesús, como centro y objeto de su adoración, y no a defender la inclusividad, la ecología o la igualdad.

El artículo nos habla del silencio (también de las lágrimas), como un vehículo —a veces el único posible— de nuestra comunicación con Dios. Eso hace recordar el momento indescriptible en que Cristo, mirando a sus redimidos —el objeto “del trabajo de su alma”—, “callará de amor” (Sofonías 3:17). Ahí tenemos el silencio y el canto más sublimes que este universo haya de conocer. ¡Qué glorioso espectáculo ha de ser ese, cuando contemplemos por fin el gozo de nuestro Señor!

No quisiera ver en la repetida alusión al silencio —al principio del artículo— una referencia al “silencio” de las disciplinas místicas de la iglesia emergente. Su artículo en nada lo sugiere, aunque Oakwood University (que aparece al pie de la misma página 18) pueda despertar dudas al respecto, dada su implicación en la “formación espiritual” mística. En el enlace siguiente, un estudiante que se graduó en esa universidad explica cómo era obligatoria la asignatura de formación espiritual para todos los estudiantes desde el primer año:

https://youtu.be/pu3cZHQHy2o

Como toda lectura interesante, la revista no sólo proporciona respuestas y perspectivas nuevas, sino que también propicia preguntas. Estas son algunas que me han surgido:

Los pastores de mi pueblo han perdido la razón. Ya no buscan la sabiduría del Señor. Por lo tanto, fracasan completamente y sus rebaños andan dispersos (Jeremías 10:21, NTV).

El anterior es el versículo con el que comienza un artículo en la página 13. Su autora encuentra en él “la descripción de la realidad que vive nuestra generación en el siglo XXI”.

Los pastores de mi pueblo han perdido la razón”: ¿Se refiere a la realidad de las iglesias caídas, o a la realidad de la Iglesia adventista? En su contexto histórico, Jeremías lo refiere claramente al pueblo remanente de Dios.

En la página 10 se habla del impacto que tendría nuestra iglesia en la sociedad si en lugar de conocernos “por lo que no comemos, por nuestra forma de vestir o por la música que escuchamos”, se nos conociera “por ser personas que viven una vida basada en la hospitalidad, la compasión, la aceptación y la unidad”.

Me surge esta duda: ¿Son conceptos mutuamente excluyentes? ¿Son opuestas? A fin de que pueda darse lo segundo, ¿es preciso renunciar a lo primero? ¿Es necesario presentarlas a modo de disyuntiva? Pero más importante:

¿Podría una iglesia orientada a vivir “una vida basada en la hospitalidad, la compasión, la aceptación y la unidad” errar trágicamente en su misión? La respuesta ha de ser afirmativa, pues existe un buen ejemplo de ello: la Iglesia de Roma. Otro buen ejemplo es la Comunidad Ecuménica, resultado del naufragio espiritual de la Iglesia de Roma y de la desintegración y fracaso del protestantismo. Es desafortunado que tomemos por modelo ese monstruo hegeliano de un nuevo “orden” a partir del caos en el que Roma sigue dirigiendo.

Nunca debiera presentarse lo que somos o lo que hacemos en términos de propaganda denominacional. La Iglesia no predica a la Iglesia, sino a Cristo:

No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo el Señor (2 Corintios 4:5).

No es posible encontrar en el registro sagrado de la iglesia apostólica una sola acción encaminada a que la sociedad conociese o reconociese a la incipiente comunidad cristiana. Esta se dejaba guiar por el Espíritu Santo, y en consecuencia, le pasaba como al propio Espíritu Santo: “No hablará de sí mismo” (Juan 16:13). La iglesia cristiana primitiva no hablaba de sí misma, sino que estaba dedicada enteramente a dar a conocer a Cristo.

Sería bueno explicar qué sentido se le da a “aceptación y unidad”. Podría tratarse de “aceptación” del pecado, aprobando la falta de arrepentimiento en aras a preservar la autoestima del pecador. Esa preservación es piedra angular en la ideología (seeker friendly o seeker-sensitive) emergente, que es capaz de ofrecer casi cualquier cosa —no sólo música rock y teatro— a fin de hacer crecer la iglesia en número, pero que significa luchar contra el Espíritu Santo cuya misión es consolar mientras convence de pecado, de justicia y de juicio. Podría tratarse de la “unidad” ecuménica en la que queda sacrificada la verdad (de hecho, Aquel que es la Verdad). Evidentemente, también podría (y debería) tratarse de lo contrario. Se agradecería una desambiguación al respecto.

Cuesta entender que lo pretendido por iCOR sea realmente enfatizar la integración social, la filantropía, la hospitalidad y la compasión como el gran objetivo. ¿No han hecho nada hasta ahora ADRA y Dorcas? ¿No existen nuestras misiones y nuestros misioneros? La Iglesia adventista se ha caracterizado desde sus orígenes por su especial implicación en la labor social y misionera. Incluso en términos absolutos, probablemente sólo sea superada cuantitativamente por la Iglesia católica, muchísimo más rica en recursos materiales. Eso hace inevitable cuestionarse si potenciar la labor benéfica y social es el objetivo real del nuevo enfoque.

El siguiente párrafo hace pensar en el gusto por lo moderno y por lo antiguo:

“Puede que necesitemos nuevos términos que rescaten el significado y la importancia de ideas antiguas que, con el paso del tiempo, han perdido el valor profundo que una vez tuvieron”.

Me pregunto cuáles son esas “ideas antiguas”, y por qué no se las puede identificar o nombrar claramente en la revista. ¿Se trata de las ideas antiguas de los patriarcas, de los discípulos, de nuestros pioneros en la fe adventista? ¿O se trata quizá de las ideas antiguas de los Padres del desierto o de los místicos de la Edad Media? ¿Por qué no clarificar eso en la revista? Parece difícil encontrar los “nuevos términos” sin explicar cuáles son las ideas antiguas en necesidad de ser rescatadas. ¿Son secretas?

Pero mi gran pregunta, la que no me había hecho hasta ahora, es esta: 

iCOR.jpg¿Qué significa en realidad iCOR, ese logo repetido en el encabezamiento de cada artículo, y nombrado tan a menudo?

Sin duda es una pregunta que se hará cualquiera que lea o incluso hojee la revista. Esperaba que tras haber terminado de leer el último artículo sabría el significado detrás de las siglas, sus antecedentes, orígenes, circunstancias, las personalidades implicadas, etc. Aparece en diversos lugares de la revista como siendo una “iglesia” (por toda explicación). ¿Cuál es esa iglesia? ¿En qué consiste ese “refugio”? ¿Es iCOR uno de esos “nuevos términos” que ya habríamos encontrado? ¿Es simplemente un lema?

Hoy en día hay pocas preguntas para las que Google no tenga respuestas. Acabo de hacer una búsqueda de iCOR (Church of Refuge. No confundir con City of Refuge, que no es adventista), lo que ha listado inmediatamente unas cuantas iglesias afiliadas a lo representado por esas siglas. La mayoría de ellas no se identifican explícitamente como adventistas, si bien contienen referencias al sábado, así como citas de Ellen White. En cada una de ellas es posible consultar sus propósitos y valores: su ideario. He planteado así mi búsqueda:

Dado que “nuestra obra consiste en proclamar al mundo los mensajes del primer ángel, el segundo y el tercero” (7TI 107.2). Dado que “la correcta comprensión del ministerio del santuario celestial es el fundamento de nuestra fe” (Ev 165.1), y que “el pueblo de Dios debería comprender claramente el asunto del santuario y del juicio investigador”; dado que “todos necesitan conocer por sí mismos el ministerio y la obra de su gran Sumo Sacerdote”; dado que “el santuario en el cielo es el centro mismo de la obra de Cristo en favor de los hombres”; dado que “el pueblo de Dios ha de tener ahora sus ojos fijos en el santuario celestial, donde se está realizando el servicio final de nuestro gran Sumo Sacerdote en la obra del juicio: donde él está intercediendo por su pueblo” (Id.); dado que “el pueblo de Dios debería comprender claramente el asunto del santuario y del juicio investigador, [que] todos necesitan conocer por sí mismos el ministerio y la obra de su gran Sumo Sacerdote” y que “de otro modo, les será imposible ejercitar la fe tan esencial en nuestros tiempos” (CS 479.1; granate, 542), mi pregunta ha sido esta:

¿Qué lugar ocupa el santuario en las páginas de las iglesias iCOR consultadas?

Antes de responder será bueno recordar que Babilonia cayó “al negarse las iglesias a aceptar el mensaje del primer ángel”. Es entonces cuando “rechazaron la luz del cielo y perdieron el favor de Dios” (PE 237.1). No es preciso recordar que el mensaje del primer ángel es el evangelio eterno en el contexto de la hora de su juicio: el Día de la expiación en el segundo departamento del santuario, “1844”. En contraste con la caída Babilonia, “los amados del Señor, que estaban oprimidos, aceptaron el mensaje: ‘Ha caído Babilonia’, y salieron de las iglesias” (Id.).

Eso significa que a una iglesia que se dice cristiana, pero que rechaza el mensaje del santuario (la hora de su juicio: “1844”) después de haberlo conocido, se le aplica el mensaje del segundo ángel y viene a ser una iglesia caída.

Pues bien, he buscado y rebuscado cualquier posible referencia al mensaje de los tres ángeles, al santuario o a la hora de su juicio en todas las iglesias afiliadas a iCOR que he encontrado, y el resultado de mi búsqueda ha sido este:

NADA

Uno queda perplejo, y piensa que quizá, aun sin nombrarla de forma explícita, las iglesias iCOR consideren en términos más generales la importancia de la preparación para la venida de Jesús, eso que está en Amós 4:12 y que resume el mensaje de Dios a su pueblo:

Prepárate para venir al encuentro de tu Dios, oh Israel.

Y esto es lo que he encontrado:

NADA

Nada que se parezca o recuerde al mensaje de los tres ángeles o al mensaje del cuarto ángel, al mensaje del santuario o al de la segunda venida. Nada... ¿Podría ser sólo un olvido, aunque replicado en las diferentes páginas web?

De ser así, ES UN GRANDÍSIMO OLVIDO. Es haber perdido el norte de forma patética.

Así, es tiempo de ir llegando a conclusiones, y van siendo francamente dolorosas.

Expresado de forma algebraica:

IA - 1844 = iCOR

Iglesia adventista (menos) purificación del santuario (igual a) iCOR.

O, dicho de forma más pintoresca (y muy benigna):

iCOR = Iglesia bautista del séptimo día + alguna cita de EGW

Ese parece ser el inquietante significado de iCOR. Hay algún otro hallazgo interesante (aunque nada sorprendente), como por ejemplo el vínculo de iCOR con One Project, que se puede apreciar aquí:

http://www.ted-adventist.org/images/PDF/CORe_newsletter_8.pdf

https://the1project.org/gatherings/utrecht-2015

http://youth.adventistchurch.org.uk/uploaded_assets/150515

Y he encontrado una información demoledora que confirma mis peores temores. En una ficha que recoge el valor nº 6 de iCOR (aquí CORe), en su última página, entre las fuentes recomendadas para “educar” a nuestros jóvenes en la oración, están listados libros de:

      Bill Hybels (pastor interdenominacional de la mega-iglesia emergente Willow Creek).  

      Philip Yancey (uno de los teólogos más valorados actualmente en el mundo protestante, el más apreciado por Billy Graham, autor de no menos de 27 libros, apologeta del evangelio popular basado en el dogma agustiniano del pecado original y defensor de emergentes y místicos antiguos y contemporáneos).       

      Richard Foster (cuáquero místico que ha introducido en el protestantismo la “formación espiritual” medieval inspirada en Ignacio de Loyola y en las religiones místicas orientales).

 

Esa sección de la lista recomendada a nuestros jóvenes no sólo se hace acreedora del mensaje del segundo ángel, sino también del cuarto, puesto que incluye la habitación de demonios, la guarida de todo espíritu inmundo y el albergue de toda ave sucia y aborrecible.

De Philip Yancey se recomienda el libro: Prayer: Does it Make Any Difference?

Ese libro, a su vez, incluye un apéndice que enumera una gran variedad de fuentes recomendadas. Entre ellas figura una larga lista de libros que promueven el misticismo, la oración contemplativa, la lectio divina, guías de oración católico-romanas y similares. Incluye la recomendación a un libro que “provee dirección a diferentes personalidades, según el Myers-Briggs Type Indicator Test” *. Una sección que trata de colecciones de oraciones, dirige al lector a la colección católico-romana: Christian Prayer: Liturgy of the Hours (que, como era de esperar, incluye oraciones a María).

* El test Myers-Briggs Type Indicator (MBTI) está basado en la teoría de los tipos psicológicos del filósofo suizo Carl G. Jung (1875-1961), ateo/anti-cristiano que practicó el ocultismo, la necromancia y el espiritismo, siendo guiado por un espíritu a quien él llamaba Philemon, que al principio creyó ser una parte de su propia psique.

Esta es una parte de la entrevista que Publisher’s Weekly hizo a Philip Yancey en 2006:

PW: “¿Qué autores han influenciado más su concepto sobre la oración?”

Philip Yancey: “Para ser sincero, no acude a mi mente ningún protestante; la mayor parte de lo que he aprendido sobre la oración viene de los católicos. Un libro que descubrí tiene por autor a Mark Phibido. Su título es: Arm Chair Mystic. Por supuesto, si se quiere profundizar más, está Thomas Merton” *.

* Thomas Merton, un monje trapense tan budista como católico. Junto a Thomas Keating es uno de los principales responsables de la introducción del misticismo oriental/medieval en el catolicismo/cristianismo actual.

En el punto 2 de la última página se hace una alusión al modelo concéntrico “purpose driven” acuñado por el telepredicador Rick Warren en su libro de título parecido (Porpose Driven Church), proponiéndolo como modelo para la juventud adventista iCOR.

Rick Warren es el líder de la mega-iglesia emergente Saddleback. Recientemente ha manifestado públicamente que el Papa Francisco es Papa de todos los cristianos en el mundo. Constato con estupefacción que en el momento de escribir estas líneas es posible comprar su libro en castellano (Una iglesia con propósito, 13,51 €), en publicacionesadventistas.es. Uno no puede por menos que preguntarse cuánto falta para que podamos acceder a las encíclicas papales desde nuestra casa publicadora (esas encíclicas están igualmente repletas de consejos enfocados a la filantropía, a la preservación de las buenas relaciones sociales y entre creyentes de diferentes denominaciones, a la defensa de la ecología, de la igualdad, etc).

Lo anterior se puede ver en los siguientes enlaces:

http://www.churchofrefuge.eu/images/Media/Materiale/EN/A%20prayer%20strategy%20for%20CORe%20churches.pdf

http://www.nowtheendbegins.com/rick-warren-says-pope-francis-pope-christians-worldwide-videos/

 

La recomendación de El Camino a Cristo (EGW), junto a las anteriores, es sorprendente. Se puede ver como una burla, como una coartada o como un cebo. ¿No es eso mezclar lo precioso con lo vil? En todo caso demuestra una ceguera descomunal: El Camino a Cristo, de Ellen White, presenta el evangelio puro, el que contiene la Biblia, el que clarificaron Jones y Waggoner, el opuesto al que enseña Philip Yancey y a la “formación espiritual” de Richard Foster, que es una falsificación mística/espiritista de la auténtica justificación por la fe.

En vista del siniestro descubrimiento, la fórmula se complica así:

iCOR = IA – 1844 + ME

iCOR = Iglesia adventista (menos) santuario (más) misticismo emergente

Es una fórmula peligrosa, ya que la Iglesia adventista va desapareciendo en la medida en que desaparece la verdad del santuario, y doblemente al acoger el misticismo.

Será bueno recordar aquí otra fórmula:

ESPIRITUALIDAD (menos) VERDAD (igual a) ESPIRITISMO

Es deseable que la Iglesia renueve su liturgia, haciéndose más abierta y comunicativa. Es necesario que se proyecte más y más en la sociedad, pero debiera tomar como base y modelo la Biblia y el Espíritu de profecía; no los vaivenes de la sociedad secular, y aun menos el curso descendente del cristianismo caído o el misticismo medieval. El objetivo último de la iglesia queda resumido en el mensaje de los tres (cuatro) ángeles de Apocalipsis 14 y 18. Nadie debiera trazar por nosotros la hoja de ruta que el Señor delineó ya mediante su sierva Ellen White, de igual forma en que hizo para el pueblo de Israel en su peregrinaje a Canaán a través de su siervo Moisés. Ambos murieron poco tiempo antes de entrar en Canaán, ambos fueron fieles a “toda su casa” (Hebreos 3:5), y en ambos casos sus indicaciones han de seguir siendo la guía para llevarnos a la tierra prometida.

La necesidad sentida de renovación en la Iglesia es una dolorosa reacción ante la percepción de apatía, tibieza y parálisis en muchas de nuestras congregaciones. Es la cruda realidad de una iglesia que en cierto sentido se aborrece a sí misma hasta el punto de suspirar por un cambio profundo que, de no producirse, amenaza su propia subsistencia.

Necesitamos ciertamente renovación, impulso, sabiduría y ánimo, pero eso sólo nos vendrá mediante el arrepentimiento. Así lo afirma Aquel que no se equivoca (Apocalipsis 3:14-21). Nada en el mundo que nos rodea puede darnos lo que desesperadamente necesitamos. No hay sustituto válido para el derramamiento del Espíritu Santo en la lluvia tardía. Es urgente que recapacitemos y recuperemos esa “luz que ha de alumbrar a toda la tierra con su gloria”, esa luz que en gran medida “fue resistida” en 1888, y que no era el evangelicalismo genérico como se ha pretendido hacer creer (Desmond Ford, George Knight), sino el mensaje de la justicia de Cristo en el contexto del tiempo del fin: un mensaje paralelo y consistente con la verdad singular adventista de la purificación del santuario, un mensaje que se manifiesta en la obediencia a todos los mandamientos de Dios, un mensaje donde encuentran perfecto acomodo la victoria sobre el pecado, el sellamiento, el fin del tiempo de prueba y la subsistencia del remanente libre de pecado —aún en naturaleza pecaminosa— cuando Jesús haya salido del santuario y haya cesado en su obra de mediación por el pecado. Un mensaje absolutamente incompatible con el falso evangelio de Babilonia, pero el único mensaje que puede vindicar a Dios en el conflicto de los siglos.

iCOR representa exactamente el camino opuesto, el regreso a Egipto, y digo eso con consternación. Es difícil de asumir que las cosas hayan podido llegar hasta ese punto. No se puede aceptar la posibilidad de que el pueblo de Dios remanente se ponga del lado del enemigo en el conflicto de los siglos, ante el universo expectante. ¿Dónde quedaría el honor de Dios? Vista la proporción de esa apostasía (no encuentro otra palabra), es inevitable desear de todo corazón que el propio Señor tome pronto las riendas en sus manos, y que nos dé sabiduría, ánimo y firmeza que no dependan del brazo humano: nos van a hacer mucha falta.

Al lado de este iceberg, la amenaza de la crisis mística / panteísta de los días de Kellogg parece como un cubito de hielo en un vaso de agua. Se queda uno sin palabras, y con la inquietante impresión de que de forma solapada —o más bien insidiosa y taimada— hasta ahora, y más descarada últimamente, alguien muy astuto e inteligente está procurando descarriar a la juventud adventista, y pretende que el pueblo remanente se convierta en “una iglesia SIN propósito”. Laodicea dormía, mientras alguien que no nos quiere estaba bien despierto. ¿Ocuparán su puesto los centinelas? ¿Qué nos espera ahora?

Con toda seguridad hay muchos implicados en iCOR que actúan de buena fe, no sabiendo lo que esconde ni cuál es su propósito real. Sugiero que cooperes en que esos queridos hermanos tengan una oportunidad de conocer qué hay detrás de iCOR, y puedan decidir en consecuencia. A quienes saben lo que están haciendo y están promoviendo iCOR conocedores de lo que significa, les pido que recapaciten y sepan que Dios los ama, que aún están a tiempo de arrepentirse, de abandonar el bando perdedor, el de quien perdió la guerra en el cielo y la perderá también en la tierra, y dediquen sus talentos a vindicar la verdad de Dios en el gran conflicto de los siglos. Él los necesita y los acogerá si vuelven a él.

Termino compartiendo dos consejos que he recibido de alguien cuya sabiduría nunca ha dejado de sorprenderme:

      “Nos tenemos que significar más”

      “No podemos quedarnos durmiendo en la bodega del barco, ni tampoco bajarnos de él”

 

Vendrá el enemigo como río, mas el Espíritu de Jehová levantará bandera contra él. Y vendrá el Redentor a Sion, y a los que se volvieren de la iniquidad en Jacob, dice Jehová (Isaías 59:19-20).

 

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