Romanos 7: Yo, por mí mismo
Ralph Larson

 

Romanos 8:3 es uno de los textos favoritos de Ellen White y sus contemporáneos, en sus discusiones acerca de la naturaleza de Cristo en relación estrecha con su obra salvadora:

Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne (Romanos 8:3).

En la expresión “en semejanza de carne de pecado” comprendieron que Cristo vino a esta tierra en la naturaleza del hombre caído. “Condenó el pecado en la carne” significaba que Cristo se enfrentó al enemigo y lo venció allí donde este se había hecho fuerte: en la carne pecaminosa humana. De ese modo Cristo aclaró a todos que mediante el poder de Dios, el hombre en carne de pecado puede vivir sin pecar.

Por consiguiente, comprendieron Romanos 7 en la luz de esas dos grandes realidades. Dado que los calvinistas ofrecían una explicación totalmente distinta de Romanos 7, aportamos esta información a efectos de comparar ambas posiciones.

Ese asunto concernía al apóstol Pablo. Era tan profunda su preocupación hacia aquellos por quienes trabajaba, y se identificaba él mismo hasta tal punto con los intereses de ellos, que pudo escribir:

Si la comida le es a mi hermano ocasión de caer, no comeré carne jamás, para no poner tropiezo a mi hermano (1 Corintios 8:13).

En Filipenses 4:1 se expresa el ardiente afecto de Pablo hacia sus conversos:

Hermanos míos amados y deseados, gozo y corona mía, estad así firmes en el Señor, amados (Filipenses 4:1).

Su naturaleza sensible resultó herida en lo profundo por el distanciamiento temporal de los corintios a quienes había llevado a Cristo, y una vez quedaron aclarados los malentendidos entre ellos, su alegría no tuvo límite (ver 2 Corintios 7).

Pero la carga que más pesaba en su corazón tenía que ver con los judíos, Israel, el pueblo escogido, el árbol que Dios mismo había plantado. Tan a menudo como fue a predicar a los gentiles, regresó a los judíos, esperando, orando y rogando por la salvación de ellos.

Verdad digo en Cristo, no miento, y mi conciencia me da testimonio en el Espíritu Santo, que tengo gran tristeza y continuo dolor en mi corazón. Porque deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis hermanos, los que son mis parientes según la carne (Romanos 9:1-3).

El libro de Romanos en el que se escribieron esas palabras conmovedoras refleja sus esfuerzos fervientes en favor de los judíos. En el capítulo séptimo encontramos un clásico ejemplo de la simpatía, empatía y devoción por el pueblo judío que también expresa en 1 Corintios 9:20 y 22:

Me he hecho a los judíos como judío, para ganar a los judíos; a los que están sujetos a la ley (aunque yo no esté sujeto a la ley) como sujeto a la ley, para ganar a los que están sujetos a la ley. Me he hecho débil a los débiles, para ganar a los débiles; a todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos.

El capítulo séptimo de Romanos ha venido siendo objeto de análisis por parte de autores cristianos desde que Pablo lo escribió. Encontramos ahí la descripción gráfica de un hombre en serias dificultades, agobiado, un hombre que parece condenado a una vida espiritual de fracaso y derrota. Se lo presenta como estando atrapado en una tensión entre sus propias tendencias y deseos pecaminosos, y los justos requerimientos de la santa ley de Dios. El capítulo habla en términos conmovedores de tentaciones sufridas pero no vencidas; de metas inalcanzadas; de propósitos incumplidos; de ideales sostenidos pero no cumplidos; de una victoria deseada pero no alcanzada; de un conflicto amargo que termina uniformemente en la derrota. Y ese hombre desafortunado se identifica con el pronombre personal “yo”. Como substantivo, objetivo o posesivo, ese pronombre en primera persona de singular aparece 46 veces en los versículos 7-25 en referencia a la situación angustiosa de ese hombre derrotado y nacido para perder.

¿Quién es esa persona, ese hombre? ¿Quién es el “yo” de Romanos 7?

Procedamos con cautela. La conclusión a la que lleguemos tendrá profundas implicaciones teológicas. Nuestra comprensión de la propia naturaleza de la salvación puede depender de nuestra respuesta a esa cuestión. El capítulo es claramente un sujeto de estudio. Nos aporta detalles tan específicos, que sentimos que ha de llevar a una conclusión definida. Pero ¿cuál es esa conclusión? ¿Quién es ese hombre de Romanos 7 que ansía lo que no puede alcanzar, y que vive en una frustración y derrota ininterrumpidas?

A lo largo de los siglos escritores cristianos han propuesto dos sugerencias principales:

1. El hombre de Romanos 7 es el ser humano irregenerado, no convertido; aquel cuyo corazón está en su estado natural de rebelión contra Dios y su santa ley. Dado que no hay razón para creer que Pablo estuviera nunca en esa condición de rebeldía, se ha sugerido que Pablo estaba simplemente identificándose con el irregenerado y rebelde a fin de establecer una comunicación, tal como hacen hoy los predicadores.

2. El hombre de Romanos 7 es Pablo mismo en su experiencia como convertido y regenerado tras haber conocido a Cristo. En consecuencia, demostraría que en esta vida la victoria sobre la tentación y el pecado no está al alcance del cristiano. Si Pablo no podía dejar de pecar ni siquiera mediante el poder de Cristo, es evidente que ningún otro puede dejar de pecar.

El problema que surge al considerar esas dos alternativas es que ninguna de ellas es fácilmente defendible. Ninguna de las dos resiste el análisis.

Si nos inclinamos por la primera opción, la de que el hombre de Romanos 7 es el pecador no convertido, rebelde e irregenerado, tenemos dificultades para responder a preguntas como estas:

·       ¿Acaso el pecador irregenerado confiesa que la ley es santa, justa y buena? (vers. 12).

·       ¿Reconoce que la ley es espiritual, pero “yo soy carnal”? (vers. 14).

·       ¿Afirma el pecador irregenerado que no es él quien efectúa el mal? (vers. 17).

·       ¿Anhela el hombre irregenerado obrar el bien? (vers. 18).

·       ¿Dice el hombre irregenerado: “No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago”? (vers. 19).

·       ¿Dice el hombre irregenerado: “Según el hombre interior me deleito en la ley de Dios”? (vers. 22).

Se hace difícil responder afirmativamente a cualquiera de esas preguntas. En nuestra experiencia humana no vemos a personas irregeneradas alabando la santa ley de Dios. Más bien suelen maldecirla. Tampoco suelen admitir que la ley de Dios sea espiritual pero ellos carnales. Tienden a defender su condición más bien que lamentarla. No aborrecen el mal que efectúan sino que más bien lo aman. No desean efectuar el bien, sino el mal. Y ciertamente no se deleitan en la ley de Dios según el hombre interior (vers. 22). Detestan la ley. Se sienten condenados por ella y la temen. Aquellos entre nosotros que habíamos vivido en una condición irregenerada comprendemos que las palabras de Pablo no describen adecuadamente nuestra experiencia del pasado.

Así, siendo difícil defender la primera opción consistente en que el hombre de Romanos 7 no está regenerado o convertido y vive en rebeldía contra Dios, nos disponemos a considerar la segunda opción, la de que el hombre de Romanos 7 es el cristiano convertido y regenerado que constata que incluso estando en Cristo es incapaz de dejar de pecar.

Aparecen rápidamente los problemas. ¿Cómo podemos responder a estas preguntas?

·       ¿Cómo pudo Pablo afirmar “yo soy carnal”, y en la misma discusión afirmar que “los designios de la carne son enemistad contra Dios”? (Romanos 8:7).

·       ¿Por qué diría Pablo que estaba “vendido al pecado” (vers. 14), y en el mismo discurso declara: “Libertados del pecado”? (Romanos 6:8).

·       ¿Por qué afirmaría Pablo que era incapaz de dejar de efectuar el mal que aborrece (vers. 15-23), declarando en la misma discusión: “Para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu”? (Romanos 8:4).

·       ¿Por qué se describe Pablo como estando “cautivo a la ley del pecado” (vers. 23), pero dice en la misma discusión: “Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación”? (Romanos 6:22).

Y trasladando el asunto del terreno abstracto a la vida real, ¿hemos de creer que Pablo quería dejar de blasfemar pero no podía?, ¿que quería dejar de robar pero no lo lograba?, ¿qué quería dejar de adulterar pero se le hacía imposible?, ¿o incluso que intentaba dejar de imaginarse a sí mismo haciendo esas cosas, pero no podía evitarlo? Si ese fuera el caso, ¿cómo pudo escribir lo que leemos en 2 Corintios 10:5?

Destruyendo especulaciones y todo razonamiento altivo que se levanta contra el conocimiento de Dios, y poniendo todo pensamiento en cautiverio a la obediencia de Cristo” (2 Corintios 10:5, LBLA).

Si ampliamos el contexto y tomamos en cuenta todos los escritos de Pablo, nos impresiona la ausencia de derrota y la nota de victoria que los impregna. Las limitaciones de espacio impiden presentar aquí las innumerables declaraciones de victoria por parte de Pablo, pero citaremos algunos pasajes representativos:

Todo lo puedo en Cristo que me fortalece (Filipenses 4:13).

Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas (2 Corintios 5:17).

Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí (Gálatas 2:20).

Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros (Efesios 3:20).

Renovaos en el espíritu de vuestra mente y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad (Efesios 4:23-24).

Ver también 1 Corintios 10:13; 2 Corintios 10:4-5; Gálatas 5:16 y 20-25; Efesios 5:25 y 27; Efesios 6:10-17; Filipenses 2:13, etc.

Vemos, pues, que la segunda opción, la que pretende que el hombre de Romanos 7 es el cristiano convertido y regenerado —el propio Pablo— es igualmente difícil de defender. ¿No hay otra posibilidad?

Afortunadamente la hay. No estamos limitados a esas dos opciones. Hay una tercera comprensión que han sostenido teólogos de la Reforma tales como Arminio y Wesley, y por testigos tan tempranos como Ireneo, Tertuliano, Orígenes, Cipóleo, Crisóstomo, Basilio el Grande, Teodoreto, Cirilo de Alejandría, Macario, Juan Damasceno, Teofilacto, Ambrosio, Jerónimo, Clemente de Alejandría, Vigilio, Procopio de Gaza, Bernardo de Claraval, León Magno, Gregorio Nacianceno, Gregorio de Niza y el temprano Agustín (Bangs, Carl. Arminius. A Study in the Dutch Reformation, pp. 19 1-2. Ver también los Escritos de Jacobo Arminio, traducido por James Nichols y W. R. Bagnall, vol 2, pp. 553-574).

Lo que es más importante: este tercer punto de vista cuenta con el firme respaldo de las propias palabras de Pablo según fueron escritas en el original griego.

¿En qué consiste esta tercera opción? En que el hombre de Romanos 7 no representa, ni al irregenerado que vive en rebeldía contra Dios, ni al cristiano convertido y regenerado, sino al hombre que vive “bajo la ley”, al judío que quiere hacer la voluntad de Dios pero que no acepta a Cristo: precisamente el tipo de persona que había sido Pablo antes de su experiencia en el camino a Damasco. Pablo puede referirse a ese hombre en términos de “yo” con exactitud, por estar describiendo la experiencia que él mismo vivió antes de conocer a Cristo. Si bien no está describiendo su propia experiencia posteriormente, empatiza y se identifica con ese hombre en su situación angustiosa, en el sentido indicado por 1 Corintios 9:20.

A los judíos me hice como judío, para ganar a los judíos; a los que están bajo la ley, como bajo la ley (aunque yo no estoy bajo la ley) para ganar a los que están bajo la ley (LBLA).

Haremos bien en recordar que en la comprensión de Pablo hay tres categorías: los que están sin ley (Romanos 2:12); los que están bajo la ley (1 Corintios 9:20; Romanos 6:15; Gálatas 4:4-5; 5:18, etc); y los que están bajo la gracia (o en la ley: 1 Corintios 9:21; Romanos 2:12).

Los que están sin ley son los paganos, irregenerados y en rebeldía contra Dios; los que están bajo la ley son los judíos que profesaban estar cumpliendo la voluntad del Señor mientras rechazaban a Cristo; y los que están bajo la gracia son los que han aceptado a Cristo, sea que procedan de los paganos o de los judíos. [N. del T.: en realidad, estar “bajo la ley” no pertenece exclusivamente a los judíos, sino a todos los que están condenados por la ley por no estar andando en la ley mediante Cristo].

Encontramos esta tercera posición mucho menos vulnerable que las dos anteriores. No presenta problemas con la caracterización ni con la descripción. Cualquiera que procure hacer la voluntad de Dios al margen de Cristo, está abocado a esa experiencia que describe Pablo. No hay necesidad de esforzarse por armonizar declaraciones aparentemente discrepantes o contradictorias, tanto en el contexto inmediato de Romanos como en el más amplio del conjunto de escritos de Pablo.

Hay una cuestión, pero tal como acabamos de sugerir, tiene una respuesta satisfactoria al examinar el texto de Pablo en el lenguaje original en que lo escribió.

Esta es la cuestión:

La descripción gráfica que hace Pablo del que quiere hacer la voluntad de Dios sin que le resulte posible lograrlo, encuentra su clímax en Romanos 7:24:

¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? (Romanos 7:24).

En respuesta a esa pregunta, dice en la primera parte del versículo 25:

Gracias doy a Dios por Jesucristo Señor nuestro.

La segunda parte del versículo presenta un pensamiento que demanda reflexión:

Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado.

Esta segunda parte es la conclusión natural de toda la línea de pensamiento que ha venido expresando Pablo. El problema es la relación que guarda esa segunda parte con la frase que la precede en el mismo versículo:

Gracias doy a Dios por Jesucristo Señor nuestro.

Quienes creen que el hombre de Romanos 7 es el cristiano regenerado, ven en esas palabras su mejor evidencia. Creen encontrar en ellas la demostración de que Pablo está describiendo su propia experiencia como cristiano: capaz para servir a la ley de Dios solamente con su mente, pero incapaz de dejar de pecar en la experiencia de su vida real.

Por otro lado, quienes creen que el hombre de Romanos 7 es el que procura hacer la voluntad de Dios mientras que rechaza a Cristo, ven la frase “gracias doy a Dios por Jesucristo Señor nuestro” como siendo un paréntesis intercalado, como una explosión de alabanza que interrumpe la línea de pensamiento a la que vuelve inmediatamente.

¿Es posible saber cuál de esas dos comprensiones es la correcta? —Sí, lo es. El examen de unas pocas palabras en el lenguaje original dará una respuesta satisfactoria a esa cuestión. Este es el texto objeto de consideración, la última parte del versículo 25:

Así que yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado.

Comencemos con el sujeto de la frase, las dos primeras palabras: “yo mismo”. Esas dos palabras no alcanzan a expresar el pleno significado del lenguaje original del que se tradujeron. Las dos palabras en griego son ego autos. La primera palabra, ego, significa simplemente yo. ¿Qué hay respecto a autos? Tiene un significado considerablemente mayor que la palabra mismo. Observemos las definiciones dadas en diversos léxicos griego-inglés:

·       Mismo (autos): sitúa enfáticamente la palabra a la que modifica aparte de cualquier otra cosa, la pone en contraste y la destaca. —Gingrich.

·       Mismo (autos): distingue una persona o cosa, o la contrasta con otra. —Thayer.

·       Uno mismo (autos): por uno mismo, solo. —Lidell y Scott.

·       Uno mismo (autos): por iniciativa propia, solo. —Greenfield.

Ego autos, por consiguiente, no se puede traducir jamás en el sentido de un esfuerzo o acción compartida, o de una relación cooperativa entre dos personas. Significa de forma enfática yo solo. En el contexto de Romanos 7 significa yo sin Cristo. Pablo está diciendo:

Yo por mí mismo, sin Cristo, con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado.

Eso armoniza perfectamente con la comprensión de que en todo ese capítulo se está describiendo la experiencia de quien, sin ser rebelde contra Dios, está procurando cumplir su voluntad divina mientras que rechaza a Cristo. Arndt y Gingric, en una definición que emplea como ejemplo el pasaje de Romanos 7:25, dan como verdadero significado de ego autos:

Abandonado a mis propios recursos sólo puedo servir a la ley de Dios como un esclavo, en mi mente. (original sin cursivas).

Autos es una palabra que ha pasado al lenguaje español en una variedad de formas que reflejan su verdadero significado:

·       Automóvil: vehículo que se propulsa por sí mismo.

·       Automático: dispositivo que actúa por sí mismo.

·       Autosugestión: sugestión producida independientemente de toda influencia externa.

·       Autógrafo: que está escrito de mano de su propio autor.

·       Autobiografía: historia de la vida del propio escritor.

Por consiguiente, la expresión ego autos (yo solo, yo por mí mismo) jamás se puede aplicar a la experiencia que describen estos pasajes:

·       Gálatas 2:20: “Con Cristo”, “Cristo vive en mí”.

·       Filipenses 4:13: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”.

·       Efesios 3:20: “El poder que actúa en nosotros”.

·       Romanos 8:11: “Su Espíritu que mora en vosotros”.

Esas expresiones que Pablo emplea en referencia a la experiencia del cristiano, son exactamente lo opuesto a ego autos, ya que hacen referencia a los recursos que Cristo otorga al creyente, mientras que ego autos significa dejado a mí mismo, abandonado a mis propios recursos, yo solo. Los cuatro textos citados hablan de cooperación, de la vida y esfuerzo del cristiano con Cristo. En contraste, ego autos habla de una vida y de un esfuerzo individual y solitario.

El sentido intensamente reflexivo de autos: el sujeto, y ningún otro, es el referido en algunas escrituras en las que se ha empleado el débil mismo.

·       El mismo David dijo” (Marcos 12:36).

·       Jesús mismo se acercó” (Lucas 24:15).

·       Jesús mismo se puso en medio de ellos” (Lucas 24:36, NVI).

·       El Padre mismo os ama” (Juan 16:27).

·       Que ellos mismos también esperan” (Hechos 24:15, YLT).

·       Juzgad vosotros mismos” (1 Corintios 11:13).

La acción es siempre individual, puesta de relieve al excluir la asistencia de otros. Así, cuando Pablo dice ego autos en Romanos 7:25, significa:

Yo, por mis propios recursos, yo sin Cristo, yo solo, con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado.

Es claro como el mediodía que esa no es la experiencia del hombre regenerado, del cristiano que se mueve y actúa en la esfera del reino espiritual en, con y mediante el poder de Cristo.

Prestemos ahora atención a otra expresión en el versículo 25: a las dos palabras “así que”:

Así que yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado.

Así que” se ha traducido de las dos palabras griegas ara oun. La primera palabra, ara, significa simplemente “así que”, “por lo tanto”, “por consiguiente”, “en consecuencia”, “en conclusión”, etc. ¿Qué significa oun? Por desgracia, la mayor parte de traducciones de la Biblia no se tomaron la molestia de traducir esa palabra. Eso pudiera deberse a que el uso predominante de esa palabra es idéntico al de ara: “así que”, “por lo tanto”, etc. Los traductores probablemente pensaron que habría sido redundante escribir: “así que por lo tanto” o “por consiguiente en consecuencia”. Bastaba con expresarlo una sola vez.

Pero vayamos al original griego. Pablo empleó las dos palabras, como es fácil comprobar en cualquier reproducción de un manuscrito original. No escribió simplemente ara, sino ara oun. ¿Cabe suponer que Pablo olvidó que había escrito ara, de forma que añadió por error oun?, ¿o bien que quiso decir realmente “por consiguiente en consecuencia”? Ninguna de esas dos suposiciones parece razonable. ¿Qué debemos pensar entonces?

Al consultar los léxicos descubrimos que citan una segunda acepción principal de la palabra oun, y todos concuerdan en su significado:

·       Reanudar un discurso tras una digresión. —Donnegan.

·       Reasumir un tema interrumpido. —Follet.

·       Cuando un discurso ha quedado interrumpido por una cláusula parentética, oun sirve para retomar el hilo. —Lidell y Scott.

·       Regresar a un tema tras una interrupción. —Arndt y Gingrich.

·       Retomar un pensamiento o tema interrumpido por un asunto sobrevenido. —Thayer.

·       [Oun se emplea] cuando una frase quedó interrumpida por un paréntesis o por la inserción de una cláusula, y vuelve a recuperarse. —Robinson.

·       Para señalar que se vuelve al discurso tras una interrupción debida a un paréntesis. —Moulton.

Así, vemos que nuestra comprensión de Romanos 7 se habría facilitado enormemente si los traductores no hubieran ignorado el término oun. Ahora estamos en situación de poder reconocer que Pablo está desarrollando una línea de pensamiento que comienza en Romanos 7:7. En ese largo discurso describe con elocuente precisión las frustraciones y derrotas del hombre que está “bajo la ley”. Se trata de alguien que no es, ni un rebelde en contra de Dios, ni tampoco un cristiano nacido de nuevo, sino alguien que está procurando cumplir la voluntad de Dios mientras rehúsa la ayuda que sólo Cristo puede proveer. Ese es precisamente el tipo de hombre que había sido Pablo, y armoniza con su posterior espíritu de celo misionero que le llevó a decir:

A los judíos me hice como judío, para ganar a los judíos; a los que están bajo la ley, como bajo la ley (aunque yo no estoy bajo la ley) para ganar a los que están bajo la ley (1 Corintios 9:20, LBLA).

Pablo se identifica a sí mismo con ese hombre cuitado como si esa fuera su propia situación; situación que anteriormente había sido realmente la suya. Continuando la descripción, en los versículos 22 y 23 afirma:

Porque según el hombre interior me deleito en la ley de Dios;
pero veo otra ley en mis miembros que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros
.

En ese punto álgido la intensidad de su sentimiento, combinada con su conocimiento personal de la frustración de ese hombre desgraciado, le hizo explotar en una exclamación en forma de pregunta / respuesta: un paréntesis que interrumpe momentáneamente el hilo de su discurso:

(¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro).

Entonces, dándose cuenta de que quedó interrumpida la exposición de su idea, advierte al lector del hecho y de su intención de retomar su línea de pensamiento, mediante el empleo de la palabra oun. “Oun” tiene la función de informar de su regreso al discurso que quedó interrumpido. Con ese fin emplea las dos palabras que debieran aclarar más allá de toda duda que ahora reanuda el discurso y continúa hablando de la misma persona que está procurando —sin lograrlo— cumplir la voluntad de Dios sin Cristo. Lo hace mediante las dos palabras ego autos: yo solo, abandonado a mis propios recursos.

Esta sería una traducción fiel de la última parte del versículo 25:

Así pues (volviendo a mi línea de pensamiento, que quedó interrumpida), yo solo, con la mente sirvo a la ley de Dios, pero con la carne a la ley del pecado.

La traducción de Moffat del Nuevo Testamento indica en estos términos el sentido que tiene ego autos:

Así, dejado a mí mismo, sirvo a la ley de Dios con mi mente, pero con mi carne sirvo a la ley del pecado.

Y a fin de evitar que al lector moderno le pase inadvertido el sentido pleno de oun, en su traducción coloca el versículo citado antes de la interrupción, en lugar de después de ella (James Moffat, The New Testament, A New Translation, p. 387).

El estudioso querrá comparar el texto con otros ejemplos bíblicos que emplean oun para indicar que se retoma la línea de pensamiento que quedó interrumpida. Estos son algunos de ellos (la interrupción se incluye entre paréntesis, y se identifica en negrita la palabra traducida a partir de oun):

Vino, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, junto a la heredad que Jacob dio a su hijo José.

(Y estaba allí el pozo de Jacob).

Entonces [oun] Jesús, cansado del camino, se sentó así junto al pozo. Era como la hora sexta (Juan 4:5-6).

***

El día siguiente, la gente que estaba al otro lado del mar vio que no había habido allí más que una sola barca, y que Jesús no había entrado en ella con sus discípulos, sino que estos se habían ido solos.

(Pero otras barcas habían arribado de Tiberias junto al lugar donde habían comido el pan después de haber dado gracias el Señor).

Cuando vio, pues [oun], la gente que Jesús no estaba allí ni sus discípulos, entraron en las barcas y fueron a Capernaum buscando a Jesús (Juan 6:22-24).

***

Y él fue por toda la región contigua al Jordán, predicando el bautismo del arrepentimiento para perdón de pecados,

(como está escrito en el libro de las palabras del profeta Isaías, que dice: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor; enderezad sus sendas. Todo valle se rellenará, y se bajará todo monte y collado; los caminos torcidos serán enderezados, y los caminos ásperos allanados; y verá toda carne la salvación de Dios).

Y [oun] decía a las multitudes que salían para ser bautizadas por él: ¡Oh generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? (Lucas 3:3-7).

***

Jesús le dijo: Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de Abraham. Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.

(Oyendo ellos estas cosas, prosiguió Jesús y dijo una parábola, por cuanto estaba cerca de Jerusalén, y ellos pensaban que el reino de Dios se manifestaría inmediatamente).

Dijo, pues [oun]: Un hombre noble se fue a un país lejano, para recibir un reino y volver (Lucas 19:9-12).

***

En cuanto a lo sacrificado a los ídolos, sabemos que todos tenemos conocimiento. El conocimiento envanece, pero el amor edifica. Y si alguno se imagina que sabe algo, aún no sabe nada como debe saberlo.

(Pero si alguno ama a Dios, es conocido por él).

Acerca, pues [oun], de las viandas que se sacrifican a los ídolos, sabemos que un ídolo nada es en el mundo, y que no hay más que un Dios (1 Corintios 8:1-4).

***

Pues en primer lugar, cuando os reunís como iglesia, oigo que hay entre vosotros divisiones; y en parte lo creo.

(Porque es preciso que entre vosotros haya disensiones, para que se hagan manifiestos entre vosotros los que son aprobados).

Cuando, pues [oun], os reunís vosotros, esto no es comer la cena del Señor (1 Corintios 11:18-20).

***

A partir de estos ejemplos podemos ver que cuenta con sólido respaldo bíblico esa opinión unánime de los expertos en lengua griega que prepararon los léxicos, consistente en que oun indica que se retoma la línea de pensamiento tras una interrupción en la narrativa.

Hemos visto que muchos autores cristianos, líderes de la Reforma, y Arminio y Wesley, sostuvieron esta tercera comprensión de Romanos 7 consistente en que el desafortunado hombre que Pablo identifica con pronombre personal en primera persona, es aquel que se esfuerza en hacer la voluntad de Dios, pero rehúsa aceptar a Cristo tal como él mismo había hecho en el pasado. También Ellen White sostuvo esa postura. El que sigue es un ejemplo típico de su uso del pasaje de Romanos 7:

El pecado no mató a la ley, sino que mató la mente carnal en Pablo. “Ahora estamos libres de la ley —declara él—, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra”. Romanos 7:6. “¿Luego lo que es bueno, vino a ser muerte para mí? En ninguna manera; sino que el pecado para mostrarse pecado, produjo en mí la muerte por medio de lo que es bueno, a fin de que por el mandamiento el pecado llegase a ser sobremanera pecaminoso”. Romanos 7:13. “De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno”. Romanos 7:12. Pablo llama la atención de sus oyentes a la ley quebrantada y les muestra en qué son culpables. Los instruye como un maestro instruye a sus alumnos, y les muestra el camino de retorno a su lealtad a Dios.

En la transgresión de la ley no hay seguridad, reposo ni justificación. El hombre no puede esperar permanecer inocente delante de Dios y en paz con él mediante los méritos de Cristo, mientras continúe en pecado. Debe cesar de transgredir y llegar a ser leal y fiel (1MS 250).

Cuando Arminio estaba defendiendo su comprensión de la justificación y santificación a la luz de Romanos7, alguien le preguntó: “Si para el cristiano el pecado no es una necesidad, ¿por qué razón pecan los cristianos?” Su reflexiva respuesta consistió en que los cristianos pecan debido a que no hacen uso del poder que Dios ha puesto a su alcance (Escritos de Jacobo Arminio, vol. 3, p. 312-320). En consecuencia, nunca se debe responsabilizar a Dios por el pecado, como si se debiera a una deficiencia de su parte en concederles la gracia y fortaleza necesarias. Encontramos que también los escritos de Ellen White armonizan con esa comprensión:

Nuestro Padre celestial mide y pesa cada prueba antes de permitir que le sobrevenga al creyente. Considera las circunstancias y la fortaleza del que va a soportar la prueba de Dios, y nunca permite que las tentaciones sean mayores que la capacidad de resistencia. Si el alma se ve sobrepasada y la persona es vencida, nunca debe ponerse esto a la cuenta de Dios, como que no proporcionó la fuerza de su gracia, sino que ello va a la cuenta del tentado, que no fue vigilante ni se dedicó a la oración, ni se apropió por la fe de las provisiones que Dios había atesorado en abundancia para él. Cristo nunca le ha fallado a un creyente en su hora de conflicto. El creyente debe reclamar la promesa y hacer frente al enemigo en el nombre del Señor, y no conocerá nada que se parezca al fracaso (2 MCP 490; Ms 6, 1889).

Ego autos, por consiguiente, yo solo, yo por mí mismo, definitivamente no es el secreto para el éxito. La expresión ego autos no puede describir aquello que se efectúa mediante el poder que Dios provee. El creyente que deja de reconocer su necesidad de la gracia perdonadora y capacitadora de Cristo está condenado a la frustración y derrota. Ese es el mensaje de Romanos 7. Es un mensaje de advertencia, que toca el clarín a través de las edades haciéndonos saber que jamás se nos debiera encontrar en la situación de ego autos: yo por mí mismo.

 

Bibliografía

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Traducción: www.libros1888.com

Original: The Word Was Made Flesh (Ralph Larson, 1986), apéndice D