LA VERDAD SOBRE LA MUERTE
(LB, 20 marzo 2022)

A un niño le llamó la atención esta escritura en una lápida:

Así como estás, así estaba yo;
así como estoy, tú pronto estarás,
así que prepárate ya, porque me seguirás”.

El niño anotó a continuación en la misma losa:

Seguirte no es de mi agrado,
sin antes saber adónde te has marchado”.

¿Qué hay después de la muerte? Esa quizá sea la segunda pregunta que todo ser humano se hace (la primera suele ser: “Si estoy vivo, ¿por qué me tengo que morir?”).

Las grandes preguntas básicas que nos hacemos los seres humanos tienen que ver con la vida y con la muerte.

Gracias a Dios hay Alguien que tiene el remedio definitivo a esas grandes preguntas, tanto por su sabiduría como por su experiencia:

Apoc 1:17-18: No temas; yo soy el primero y el último; el que vivo y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades [sepulcro].

Cristo, quien tiene vida en sí mismo, quien estuvo muerto y resucitó, tiene plena autoridad para dar respuesta. Él tiene las llaves de la vida y de la muerte.

¿Qué hay después de la muerte? ¿Cuál es la respuesta de Jesús?

Juan 6:39-40: Esta es la voluntad del Padre, el que me envió: que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero. Y esta es la voluntad del que me ha enviado: que todo aquél que ve al Hijo y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero.

Juan 6:44: Ninguno puede venir a mí si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero.

Juan 6:54: El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero.

 

La resurrección es una enseñanza fundamental de Cristo:

1 Cor 15:12: ¿Cómo dicen algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos?, porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación y vana es también vuestra fe.

Sabemos que todo lo que dice la Biblia es importante, pero ¿por qué es tan importante la doctrina de la resurrección? (hasta el punto de hacer vana nuestra fe en caso de no creer en ella):

Rom 8:8-11: Los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. Pero vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios está en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, pero el Espíritu vive a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús está en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que está en vosotros.

El poder por el que Cristo resucitó es el mismo poder por el que él nos resucitará, si es que el Espíritu de Cristo mora en nosotros. Ese mismo Espíritu de Cristo morando en nosotros es el poder que hace que NO vivamos según la carne (satisfaciendo los deseos de la carne), sino que vivamos según el Espíritu.

Heb 13:20-21: el Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del pacto eterno, os haga aptos en toda obra buena para que hagáis su voluntad, haciendo él en vosotros lo que es agradable delante de él por Jesucristo.

Ese pasaje de Hebreos 13 confirma que es el poder de Dios manifestado en la resurrección el que nos hace aptos para toda buena obra cuando Dios obra en nosotros. De ahí la importancia de la resurrección: demuestra el poder de Dios al dar vida a los muertos, y esa demostración quedó probada en el propio Cristo.

Fil 3:10-11: A fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte, si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos.

Pero la resurrección, importante como es, tiene un gran condicionante: NO es posible resucitar a un vivo. Sólo se aplica a alguien que está muerto. La verdad bíblica de la resurrección es una negación contundente de la creencia popular sobre la inmortalidad natural del alma, que no es bíblica sino perteneciente a la filosofía griega. Si las “almas” —el yo real, según la creencia popular— de todos los que “murieron” siguen en realidad vivas, si la persona no murió al morir el cuerpo, carece de sentido la enseñanza central bíblica acerca de la resurrección.

Según la Biblia, ¿quién es el único que posee la inmortalidad?

1 Tim 6:15-16: el bienaventurado y solo Soberano, Rey de reyes, y Señor de señores, el único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver.

Eze 18:20: El alma que pecare, esa morirá; el hijo no llevará el pecado del padre, ni el padre llevará el pecado del hijo; la justicia del justo será sobre él, y la impiedad del impío será sobre él.

¿Quién fue el primero que introdujo en la tierra la teoría de la inmortalidad natural del alma?

Gén 3:4-5: Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal.

 

La Biblia habla de dos muertes

 SEGUNDA MUERTE:

Apoc 2:11: El vencedor no sufrirá daño de la segunda muerte.

Apoc 20:6: Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene poder sobre estos.

A la luz de esos dos textos podemos llegar a estas conclusiones:

·       Si existe una segunda muerte, tiene que existir una primera muerte.

·       La segunda muerte es lo que se debe evitar a toda costa.

·       Si la segunda muerte —el gran daño— no tiene potestad sobre los que participan de la primera resurrección, se sobreentiende que sí la tiene sobre los que participan de la segunda resurrección, que será para condenación.

·       La primera muerte está relacionada con la primera resurrección, que es bienaventurada: “bienaventurado y santo…”.

·       Por consiguiente, la primera muerte no es algo que hayamos de temer.

 PRIMERA MUERTE:

Leemos a propósito de la muerte de la hija de Jairo (un príncipe de la sinagoga):

Luc 8:52-53: Todos lloraban y hacían lamentación por ella. Pero él [Jesús] dijo: —No lloréis; no está muerta, sino que duerme. Y se burlaban de él, porque sabían que estaba muerta.

Respecto a la muerte de Lázaro, leemos:

Juan 11:11-14: —Nuestro amigo Lázaro duerme, pero voy a despertarlo. Dijeron entonces sus discípulos: —Señor, si duerme, sanará. Jesús decía esto de la muerte de Lázaro, pero ellos pensaron que hablaba del reposar del sueño. Entonces Jesús les dijo claramente: —Lázaro ha muerto

vers. 17: Llegó, pues, Jesús y halló que hacía ya cuatro días que Lázaro estaba en el sepulcro.

vers. 24: [Marta respondió:] —Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día final.

Esa es la primera muerte: la única que conocemos. Cristo, la Biblia, se suele referir a ella como un “sueño”, como estar dormido.

En contraste, nadie ha muerto todavía la segunda muerte con la excepción de Cristo, quien sufrió la experiencia de esa muerte bajo la condenación de nuestros pecados, si bien resucitó posteriormente debido a que él personalmente jamás cometió pecado. En ese sentido, la Biblia presenta a Cristo como “el primogénito de los muertos” (Col 1:18 y Apoc 1:5).

Cristo fue el primero, y hasta hoy el único en haber conocido los horrores de la muerte segunda, con su conciencia de separación permanente de Dios y con su desgarradora vivencia de la condenación del pecado que lleva a la extinción definitiva de la vida. Ese fue el precio que pagó gustoso el Salvador para que tú y yo tengamos vida eterna, que es la dádiva de su propia vida. Sólo si despreciaras el don de Cristo, su inmenso sacrificio en tu favor, su sangre derramada y su ministerio intercesor, conocerás por experiencia en qué consiste la muerte segunda (junto a todos los que resuciten en la segunda resurrección).

 

La muerte —primera— según la ciencia:

·       La ciencia sólo ha podido definir la muerte que conocemos (la primera) en términos negativos: es la ausencia de vida.

·       Entonces, ¿qué es la vida? —Se define como la cualidad de algo / alguien que no está muerto.

·       Es ciertamente una propuesta / definición más bien pobre y circular, que evidencia la limitación del conocimiento humano.

·       Pero nos es útil esa definición científica de la vida y la muerte, porque lo que sucede en la muerte —objeto de nuestro estudio— es el proceso inverso a lo que sucedió cuando Dios dio la vida al ser humano por primera vez. Así, sabiendo cómo comenzó la vida, podemos saber qué sucede cuando termina.

·       Una célula viva y una que acaba de morir tienen los mismos componentes hasta donde la ciencia ha podido encontrar; idénticos componentes químicos, las mismas enzimas; todo igual, excepto por una “pequeña” diferencia: está muerta.

·       ¿Cuál es esa diferencia? —“Algo” que ningún científico ha sido capaz de explicar.

·       Es posible congelar la vida y que persista tras la descongelación, pero una vez termina la vida, se acabó para siempre.

·       La respiración, científicamente hablando, consiste en intercambio de oxígeno, que forma parte del metabolismo y marca la diferencia entre la vida y la muerte.

·       La célula muerta se diferencia de la viva en que no tiene metabolismo. Tiene todos los componentes, pero carece de metabolismo, ese proceso físico-químico que, una vez se detiene, ningún ser humano lo puede volver a poner en marcha. Cesó la vida. Murió.

·       El científico puede reunir todos los componentes, pero no puede hacer que se dé el metabolismo, con el intercambio de oxígeno a nivel celular. No puede producir vida.

 

La muerte según la Biblia

Lo que define la vida es la presencia del espíritu, aire, viento, soplo, aliento, respiración: eso que Dios infundió en la nariz de Adán según leemos en la Biblia: “Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Gén 2:7).

Génesis 2:7 dice literalmente que Dios infló o sopló [nafákj] viento, respiración, aliento [neshamá] en la nariz de Adán.

Lo que en Génesis 2:7 se describe como neshamá hablando de la vida, es equivalente a lo que en Génesis 7:22 se describe como rúakj hablando de la muerte: “Todo lo que tenía aliento [neshamá] de espíritu [rúakj] de vida en sus narices, todo lo que había en la tierra, murió”.

El “espíritu” y el “soplo” aparecen en la Biblia identificados: “El espíritu [rúakj] de Dios me hizo, y el soplo [neshamá] del Omnipotente me dio vida” (Job 33:3).

Así dice Jehová Dios, Creador de los cielos, y el que los despliega; el que extiende la tierra y sus productos; el que da aliento [neshamá] al pueblo que mora sobre ella, y espíritu [rúakj] a los que por ella andan” (Isa 42:5).

El “espíritu”, en el sentido de “aliento” o “soplo de vida”, no sólo define la vida del ser humano. La Biblia atribuye a la vida animal un proceso idéntico (Gén 6:17; 7:15 y 22).

Esa respiración, aliento, soplo de vida, espíritu, es algo que sólo Dios puede dar. Él es el único poseedor de la vida, el “Yo soy”: el que “es” por sí mismo, en un sentido en el que nadie más “es”.

La Biblia no nos da mucha información al respecto, pero la que nos da es clara y está llena de significado.

Gén 2:7: Formó, pues, Jehová Dios al hombre del polvo de la tierra, y alentó en su nariz soplo [neshamá] de vida; y fue el hombre en alma [nefesh] viviente.

¿Dice que el hombre tuvo un alma? —No. Dice que fue un alma (un ser, una persona).

Dos elementos aportados por Dios, y un resultante: la persona o alma viviente: él, ella, tú, yo, que somos una reproducción de esa vida que Dios creo en Adán. El alma no es una parte de la persona, sino que es la persona, el todo resultante. El alma es la vida, somos tú y yo.

El polvo de la tierra es el material o substancia, algo que por sí mismo no tiene vida.

Cuando Dios le infundió el “aliento de vida” —ese “algo” que da vida a lo que antes carecía de ella— vino a ser un alma viviente, un ser viviente, una persona.

Sólo Dios puede crear el polvo de la tierra, y sólo él puede insuflar el soplo de vida. Ciertamente no está a nuestro alcance saber lo que no nos ha sido revelado. Se cuenta que un periodista preguntó a Einstein si podía explicarle la teoría de la relatividad de forma que él la comprendiera. La respuesta del sabio fue: “Puedo explicársela, pero no sé si la va a entender. Hacer una tortilla no es difícil, pero imagínese tener que explicar cómo hacer una tortilla a alguien que no sabe lo que es el fuego, un huevo ni una sartén”. Nuestra ignorancia respecto a la vida, que tiene que ver con el propio Dios eterno, no es menor a la que está caricaturizada en esa anécdota.

Así pues, la combinación del polvo de la tierra más el soplo o aliento de vida resultó en un alma viviente. Esa es LA FÓRMULA DE LA VIDA.

LA MUERTE es el proceso inverso al de la aparición de la vida. El polvo de la tierra, al producirse la muerte, ¿dónde va, y en qué estado final queda? Regresa a la tierra y queda finalmente en el estado en que estaba antes de formar parte del ser vivo.

El espíritu, soplo, aliento o hálito de vida, al producirse la muerte, ¿dónde va y en qué estado queda? “Vuelve a Dios, quien lo dio” (Ecl 12:7). Nada en la Escritura nos indica que vuelva en un estado diferente al que tenía antes de dar vida a aquel polvo de la tierra. La Biblia no enseña que el hálito de vida conserve la identidad de la persona que dejó de vivir, como no lo conserva tampoco el polvo de la tierra en que se descompone (ver Nota 1 al final).

Así, lo que en hebreo se escribe rúakj (Gén 7:22) o neshamá (Gén 2:7): el soplo, viento, aire, aliento, respiración (en griego pneuma), es lo que hace que el polvo de la tierra se convierta en un ser vivo, una persona, un alma, una vida.

Lo que en hebreo se escribe nefesh (en griego psujé), es el ser, la persona, el alma, el resultante de la combinación de los dos elementos citados. Eres tú. Es lo que tú eres. No es lo que tú tienes. No tienes un ser viviente, sino que eres un ser viviente. No tienes un alma, sino que eres un alma (antropomórficamente hablando).

El alma viviente es el ser, la persona: un todo. Aunque fue formada a partir de dos elementos, la persona no es dos elementos ni tres, sino un todo inseparable.

El ser humano es complejo y tiene muchas facetas: vida espiritual, intelectual, emocional, física; también personal, familiar, social, etc. En correspondencia, hay numerosos textos bíblicos que abordan esas facetas usando vocabulario que puede coincidir con el empleado al referirse a nuestra creación: “espíritu”, “alma”, “cuerpo”, etc. Pero se debe recordar que la Biblia debió ser dada en el lenguaje de los hombres. Todo lo que es humano es imperfecto. Diferentes significados se expresan con la misma palabra: no hay una palabra para cada idea distinta. La Biblia fue dada con propósitos prácticos. El tema de esos textos referidos a nuestra experiencia actual no es la realidad antropomórfica de la creación de la vida humana, sino consideraciones relativas a nuestra vida espiritual en el presente. Esas palabras coincidentes se emplean con frecuencia al señalar la necesidad de que nuestra entrega a Cristo sea completa, entera, total. Por ejemplo:

1 Tes 5:23: Todo vuestro espíritu, alma y cuerpo sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo. Es una afirmación equivalente a esta:

 Mat 22:37: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente (“fuerza” en Deut 6:5).

En ninguno de esos casos es la intención del texto demostrar que estamos compuestos de espíritu, alma y cuerpo; o bien de corazón, alma y mente, etc. En ambos textos citados y en muchos más, la palabra clave es “todo”: es nuestro ser entero —incluyendo todas sus facetas— lo que se espera que entreguemos a Cristo (ver comentario sobre Mateo 10:28 en la Nota 2 al final).

No es posible estudiar la muerte sin referirnos a la mención que hace la Biblia del motivo de su existencia:

Gén 2:16-17: Mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto comerás; mas del árbol de ciencia del bien y del mal no comerás de él; porque el día que de él comieres, morirás.

Morirás”. Al morir, ¿qué queda? —El polvo de la tierra. ¿Dónde queda el alma, la vida, la persona (nefesh, psujé)? —Se extingue. Deja de existir. ¿Dónde queda la luz cuando se interrumpe la corriente que atraviesa la lámpara? ¿Dónde queda la música una vez que el pianista se retira del instrumento? —No “queda” en ninguna parte. Se extingue. Deja de ser. Así sucede con la vida, con la persona, con la psique [psujé en griego], con el “alma”.

El diablo, quien es mentiroso y padre de mentira (Juan 8:44), contradijo a Dios.

Dios había dicho: “moriréis”. Significa que no viviréis.

El diablo dijo: “no moriréis”. Significa que seguiréis viviendo.

¿A quién cree la mayor parte del mundo “cristiano” hoy? —A Satanás. Cree que el hombre está compuesto de dos entidades independientes, y que la auténtica y real es el “alma”, siendo el cuerpo sólo una especie de prisión temporal. El mundo cree que esa alma es inmortal. Pero esa no es la enseñanza de la Biblia, sino filosofía griega.

¿Cuál es la solución de Dios al problema de la muerte? —La resurrección en Cristo (o la traslación). Impregna toda la Biblia, especialmente el nuevo testamento.

Juan 11:25: Jesús le dice: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá”.

¿Cuál es la “solución” que propone la mayoría del mundo cristiano al problema de la muerte? —“No moriréis; el alma es inmortal”. Esa es una reedición de la primera gran mentira en la historia de nuestro mundo. Es la teoría de la “inmortalidad natural del alma”, que no surge de la Biblia sino del ideario de quien tentó a Eva (con éxito) en el Edén.

 

Problemas de la creencia en la inmortalidad natural del alma

·       Está emparentada con el panteísmo por cuanto atribuye al ser humano la posesión inherente de la vida, algo que pertenece exclusivamente a Dios. Según esa doctrina, el hombre tendría una parte “divina” que sobrevive a la disolución del cuerpo, ya que su “yo” real tendría vida por sí mismo.

·       Convierte en deseable la muerte, por cuanto en ella queda liberada el “alma” (erróneamente entendida como una entidad separada del cuerpo, consciente, pensante, inteligente). En contraste, la Biblia afirma que la muerte será “el último enemigo que será deshecho” (1 Cor 15:26; Apoc 20:14).

·       Hace de la creencia en el infierno eterno una necesidad, ya que los perdidos (su “alma”) siguen existiendo por siempre, debiendo ser atormentados por las llamas abrasadoras por las edades eternas. Eso atenta contra Dios, al menos en dos formas: (1) Lo muestra como impotente para hacer desaparecer el mal: según esa doctrina, Dios no puede quitar el mal, sólo lo puede segregar. Y (2) Lo representa erróneamente como inmisericorde y desprovisto de amor.

·       Es incompatible con la enseñanza bíblica de la resurrección (Juan 6:40, 44 y 54) y con la enseñanza bíblica sobre el juicio venidero (Heb 9:27 y Apoc 22:12). La resurrección y el juicio venidero están resumidos en estas palabras de Jesús:

Juan 5:28-29: Vendrá hora, cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron bien saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron mal, a resurrección de condenación.

·       La pretensión de que el ser humano tiene un alma inmortal convierte en razonable el espiritismo. Si las “almas” de nuestros seres queridos fallecidos viven y conocen, es lógico que se interesen por nosotros. El espiritismo sólo tiene que añadir el detalle de la comunicación entre ellos y nosotros.

·       Hace innecesario el sacrificio de Cristo. Él murió para darnos vida eterna. ¿Para qué lo hizo, si es que nosotros —nuestra alma— posee de forma inherente vida eterna de todas formas?

·       Incapacita para apreciar la profundidad del don de Cristo al morir por nosotros, ya que según esa doctrina, Cristo no tuvo que enfrentarse a la muerte que es la paga del pecado —muerte segunda—, sino que simplemente, al “morir”, su alma debió ir tres días a disfrutar del paraíso: no parece un gran sacrificio.

·       No es difícil ver cómo esa doctrina tiene su origen en el enemigo de Cristo y de su cruz.

 

El estado de los muertos

·       No saben nada (Ecl 9:5-6).

·       No tienen memoria de Dios ni lo alaban (Sal 6:5; 115:17).

·       Cesan sus pensamientos (Sal 146:3-4).

·       No volverán a sus casas (Job 7:9-10).

 

Lecciones del Antiguo Testamento

Observa la relación que tiene la adoración a los ídolos, la ofrenda a los demonios y la supuesta comunicación con los muertos:

Deut 18:10-12: No sea hallado en ti quien haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego, ni quien practique adivinación, ni agorero, ni sortílego, ni hechicero, ni encantador, ni adivino, ni mago, ni quien consulte a los muertos. Porque es abominación para con Jehová cualquiera que hace estas cosas.

Deut 32:16-17: Le despertaron a celos con los dioses ajenos; Lo provocaron a ira con abominaciones. Sacrificaron a los demonios, y no a Dios; a dioses que no habían conocido.

Sal 106:36-38: Sirvieron a sus ídolos, los cuales fueron causa de su ruina. Sacrificaron sus hijos y sus hijas a los demonios, y derramaron la sangre inocente, la sangre de sus hijos y de sus hijas, que ofrecieron en sacrificio a los ídolos de Canaán.

Ve la relación entre la brujería, la idolatría y la supuesta comunicación con los muertos. Las tres cosas están relacionadas con “los demonios”. Esa es la razón por la que Dios aborrece tales prácticas.

Quien pretende estar comunicándose con los muertos, en realidad se está comunicando con los demonios. Los demonios aparentan ser benefactores de los humanos, mientras que su objetivo real es la destrucción de estos y el descrédito de Dios.

Es el privilegio de todo hijo de Dios consultar confiadamente a su Padre celestial en nombre de Jesús, y no tener nada que ver con los demonios que se hacen pasar por “almas” de familiares o amigos que fallecieron, los cuales en realidad “descansan”, “nada saben”, “cesaron sus pensamientos” y no pueden “volver a sus habitaciones”.

Juan 11:25-26: Dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente.

 

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Nota 1

El aliento de vida, hálito de vida o espíritu, ¿lleva consigo la identidad de la persona cuando regresa a Dios en ocasión de la muerte primera?

Algunos en el adventismo sostienen esa posición. Personalmente no la comparto.

Su argumento se basa principalmente en algunos textos en los que se empleó el artículo determinado en relación con el momento de la muerte. Esteban dijo: “Señor, recibe mi espíritu” (Hechos 7:59). Cuando Jesús resucitó a la hija de Jairó, “su espíritu volvió, y resucitó” (Lucas 8:55). El Señor dijo al morir: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Luc 23:46).

Según los defensores de esa teoría, el empleo del artículo posesivo indicaría que no se trata del simple soplo o aliento de vida tal como Dios lo infundió en Adán y este lo transmitió a su posteridad, sino de un espíritu de vida particular y específico de cada persona, que incluye la impronta del carácter que desarrolló en su vida.

Pero el uso del pronombre personal antes de espíritu (autos pneuma o ego pneuma) en los textos citados parece un mero asunto de preferencia literaria, dado que hay otros lugares en los que no se emplea el posesivo personal; por ejemplo, en los pasajes paralelos de Mateo y Juan: “Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu” (Mat 27:50). “Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu” (Juan 19:30).

Parece tener alguna verosimilitud una cita de Ellen White:

Nuestra identidad personal quedará conservada en la resurrección, aunque no sean las mismas partículas de materia ni la misma sustancia material que fue a la tumba. Las maravillosas obras de Dios son un misterio para el hombre. El espíritu, el carácter del hombre, vuelve a Dios, para ser preservado allí” (6 CBA 1093).

Pero Ellen White utilizó con frecuencia “espíritu” como sinónimo de “carácter” —no necesariamente como “soplo de vida”— en contextos sin relación con la creación o resurrección. Por ejemplo:

Los cristianos deben educar y ejercitar sus afectos y modales de acuerdo con el patrón de la vida, el espíritu, el carácter del Instructor divino” (RH 18 julio 1893).

Entre ellos debía encontrarse el espíritu, el carácter que se debe desarrollar al ponerse bajo el control del gobierno divino” (RH 19 diciembre 1893).

El espíritu, el carácter que habéis manifestado no ha seguido el patrón que yo os he dado en mi vida y carácter cuando estuve sobre la tierra” (RH 16 octubre 1894).

En relación con los posesivos, en la misma cita del principio, Ellen White continúa así:

En la resurrección cada hombre tendrá su propio carácter. A su debido tiempo Dios llamará a los muertos dándoles de nuevo el aliento de vida” (6 CBA 1093).

Si estaba procurando enseñar allí esa nueva comprensión, ¡qué ocasión desperdiciada de haber escrito “su” (en inglés, “his” “her” o “their”) aliento de vida, en lugar de “el” aliento de vida!

Si es que la identidad hubiese de estar ligada a uno de los componentes de los que resulta la vida, tendría mayor lógica atribuirla al cuerpo, al sustrato material, ya que es en el cerebro, en sus circuitos o asociaciones neuronales, donde radica el “yo”, lo distintivo de cada persona, su carácter. Esa es la razón por la que cuidamos el cuerpo (no para vivir más años ni para tener menos enfermedades). Pero el carácter particular de una persona no está realmente en el polvo de la tierra que la compone físicamente ni tampoco en el soplo o espíritu que le dio vida, sino en el resultante: en su ser, en su vida, en su alma, en su psique, eso que deja de existir en el momento de la muerte.

En todo caso la identidad personal no se pierde; pero no porque regrese a Dios junto al (o en el) aliento de vida en el momento de la muerte, sino porque Dios, en los libros del cielo tiene un registro permanente y exacto (un “daguerrotipo”, MSV 350.5) del carácter de cada persona en vida de ella. No hay necesidad alguna de que “suba” algo que lleve información que está ya en el cielo. Son innumerables las veces en las que Ellen White se refirió al “ángel anotador” o a los libros de registro.

Génesis, el libro donde se nos da la explicación fundacional de cómo produjo Dios la vida en esta tierra, no nos presenta el “espíritu”, el “soplo de vida” (Gén 2:7: neshamá; Gén 7:22: neshamá, rúakj) con una connotación moral o personal. Ese mismo espíritu o soplo de vida es el que dio vida a los animales (ver Gén 6:17; 7:15 y 22). El relato sugiere más bien una significación física: ¡la vida! La vida de los justos, de los malvados y de los animales por igual.

Ecl 3:19: Lo mismo les sucede a los hijos de los hombres que a las bestias: como mueren las unas, así mueren los otros, y todos tienen un mismo aliento de vida.

Mi postura no consiste en combatir esa idea por considerarla equivocada. Simplemente creo que no hay evidencia suficiente para sostenerla ni para demostrarla, y tampoco veo necesidad o utilidad alguna de lo que pretende. Junto a eso, le veo ciertos problemas.

La idea de que al morir haya un componente inmaterial de la vida humana que incorpora la identidad individual y que queda preservado, sobreviviendo al cuerpo y subiendo al cielo, se acerca peligrosamente a la doctrina de la inmortalidad natural del alma. Es similar a esa doctrina, requiriendo sólo un pequeño ajuste en la nomenclatura: hay que decir “espíritu” allí donde los defensores de la inmortalidad natural dicen “alma”. Cierto, negando la posibilidad de vida consciente y de toda posible comunicación con los vivos, pero con el potencial de producir confusión en quienes sostienen esa doctrina de la inmortalidad natural del alma, y dándoles pie a afirmarse en su creencia equivocada.

Cristo aseguró:

Juan 5:28: Vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz.

Los que van a oír su voz cuando venga no parecen ser identidades esperando a bajar del cielo junto con su particular soplo de vida, sino que “están en los sepulcros”. Están vivos para Dios en virtud de la resurrección, pero aún están en los sepulcros cuando él regresa.

Mat 22:31-32: Respecto a la resurrección de los muertos, ¿no habéis leído lo que os fue dicho por Dios, cuando dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? Dios no es Dios de muertos, sino de vivos.

 

 

Nota 2

¿Enseña la Biblia que el alma existe como entidad separada e independiente del cuerpo?

 

Mateo 10:28: No temáis a los que matan el cuerpo, mas al alma no pueden matar; temed antes a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno.

Para algunos, ese texto demuestra que el cuerpo y el alma son dos entidades separadas e independientes. Eso demostraría que el alma es una entidad separada que pervive indefinidamente después de abandonar el cuerpo en ocasión de la muerte.

Quienes albergan la doctrina del alma inmortal no solamente enseñan que sobreviven las almas de los justos, sino también las de los injustos. Su enseñanza consiste en que a pesar de que el cuerpo sea destruido, no sucede así con el alma. Pero el texto afirma de forma explícita que se “puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno”. En otras palabras: se puede dar muerte al alma. El de Mateo 10:28 es el último texto que debiera emplear el defensor de la teoría de la inmortalidad natural del alma para sustentarla.

Pero el objetor pretenderá que al menos el texto afirma que el cuerpo es una cosa y el alma otra distinta, y que a esta última se la debe considerar como una entidad separada e independiente. La palabra que se ha traducido “alma” es psujé en griego. Es cierto que en las ocasiones en que aparece la palabra “alma” en la versión Reina Valera de 1909, 1960 y 1995 (también en King James), se ha traducido del griego psujé. Pero es igualmente cierto que hay casi otras tantas ocasiones en que psujé se ha traducido como “vida”. Los traductores —quienes no eran inspirados— creían en la existencia de un alma inmortal, y variaron la traducción de un mismo término griego (psujé) de acuerdo con su mejor comprensión, e inevitablemente a través de la óptica de su teología. No está en cuestión su honestidad, pero sí su consistencia.

Obsérva las siguientes palabras de Cristo:

Todo el que quiera salvar su vida [psujé], la perderá; y todo el que pierda su vida [psujé] por causa de mí, la hallará. ¿De qué le servirá al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma [psujé]? ¿O qué dará el hombre a cambio de su alma [psujé]? (Mat 16:25-26).

Evidentemente no pudieron traducir psujé en el versículo 25 como “alma” sin crear un dilema teológico de primer orden. En el versículo 26, “si pierde su psujé” evidentemente significa la perdición en el juicio final cuando el fuego devore a los perdidos. ¡Pero el versículo 25 afirma que es posible para un hombre perder su psujé por causa de Cristo! Los traductores resolvieron el dilema y salvaron su doctrina del alma inmortal traduciendo psujé como “vida” en el versículo 25, pero como “alma” en el 26. Otras traducciones más consistentes de la Biblia —en ese respecto—, como la Nueva Versión Internacional y la Nueva Reina Valera del 2000 (también Revised Standard Version y American Standard Version), traducen psujé como “vida”, tanto en el versículo 25 como en el 26.

Volviendo a Mateo 10:28:

No temáis a los que matan el cuerpo, mas al alma [psujé] no pueden matar; temed antes a aquel que puede destruir el alma [psujé] y el cuerpo en el infierno”.

Si en lugar de “alma” se traduce “vida”, como es más apropiado hacer, desaparece toda semblanza de justificación de la doctrina de la inmortalidad del alma. Ciertamente el texto viene a ser uno de los más claros respecto a la verdad de que está por llegar el día en que resultará “destruida” la vida de los malvados, y si eso no significa aniquilación total, no sé qué palabras podrían expresarla mejor.

 

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