Carta al pastor Baker I

Apéndice A, de ‘The Word Was Made Flesh’

Ralph Larson

 

[N. del T.: La traducción al castellano del fragmento de la carta a Baker que se encuentra en el Comentario Bíblico Adventista es inexacta en puntos clave. La presente es mi traducción del original].

El estudiante que haya seguido hasta aquí la revisión de los materiales presentados en este libro [análisis de cien años de cristología adventista publicada oficialmente entre los años 1852 y 1952, que demuestra que Cristo tomando la naturaleza caída de Adán después del pecado fue la única postura defendida por el adventismo en las publicaciones oficiales, literatura de Ellen White incluida] habrá observado el sorprendente efecto en la historia de la Iglesia Adventista de una sola carta que en 1895 escribió Ellen White desde Australia al pastor Baker, que residía en Tasmania. Ciertas interpretaciones de algunas líneas de esa carta, esta en particular:

Ni por un momento hubo en él una propensión malvada,

han sido empleadas a modo de palanca para despojar a la Iglesia Adventista de una posición cristológica firmemente establecida, cambiándola por otra totalmente diferente. Expresado de otra forma: se ha creado una empresa gigantesca a partir de un capital increíblemente minúsculo.

En vista de lo anterior, animamos al estudiante a que examine atentamente la propia carta a Baker (este apéndice A), junto a la interpretación alternativa que sugerimos (apéndice B), en el contexto del material histórico aportado en la sección tercera de este libro, a fin de que pueda decidir por sí mismo si la carta se ha interpretado de acuerdo al propósito e intención de quien la escribió.

El pastor W.L.H. Baker, como ya hemos visto, estuvo asociado a la obra publicadora en Pacific Press, California, de 1882 a 1887, año en el que aceptó un llamado para implicarse en la recién fundada obra publicadora en Australia. Tras un tiempo al servicio de la casa publicadora (carecemos de información que permita conocer la duración del mismo), se dedicó a la obra pastoral y evangelística en Tasmania.

Aparentemente le resultó algo dificultosa la transición desde las actividades más intelectuales, como escribir y publicar, a la predicación pública y la enseñanza casa por casa, y a finales de 1895 (quizá a principios de 1896), Ellen White le escribió una carta de consejo y ánimo.

En este apéndice presentamos la carta tal como la publicó White Estate (puntos suspensivos incluidos), en 13 Manuscript Releases, 13-29 (4 agosto 1983). Diez de sus trece páginas, y casi la totalidad de la undécima (excepto por un pequeño fragmento) están dedicadas a consejo profesional práctico: precioso material que todo ministro del evangelio puede estudiar con provecho.

Dos de sus páginas y parte de una tercera están dedicadas a lo que podríamos llamar consejo cristológico. Insertaremos comentarios inmediatamente antes de las secciones que se refieren a esas páginas (numeradas del 4 al 6 en el manuscrito).

 

 

Querido hermano y hermana Baker:

Me encontraba conversando con usted en la noche. Tenía un mensaje para usted, y se lo estaba presentando. Usted se encontraba abatido y desanimado. Yo le dije: El Señor me ha ordenado que hable al hermano y señora Baker. Está usted valorando su trabajo como si fuera poco menos que un fracaso, pero si un alma se aferra a la verdad y persevera hasta el fin, su obra no se puede considerar un fracaso. Puede alegrarse si [logró que] una madre cambiara de la deslealtad a la obediencia. La madre que camina en el conocimiento del Señor instruirá a sus hijos a que sigan en sus pasos. La promesa es para los padres, para las madres y para sus hijos (Hechos 2:39). Esos hijos queridos recibieron de Adán una herencia de desobediencia, culpa y muerte. El Señor dio al mundo a Jesucristo, y su obra tenía que restaurar para el mundo la imagen moral de Dios en el hombre, y reformar el carácter.

La verdad se debe proclamar en todo lugar, y los agentes humanos han de ser obreros juntamente con Cristo, levantando un muro de seguridad alrededor de los hijos y cortando hasta donde sea posible la fuerte corriente del mal. Los padres que estén cabalmente convertidos procurarán la salvación de sus hijos, enseñándoles a ser hijos e hijas de Dios. Al desempeñar sabiamente esta obra, están siendo colaboradores con Dios...

Mi hermano, mi hermana: pueden ayudar a los padres a educar y enseñar a sus familias. Muéstrenles en llamados fervientes que pueden ejemplificar ante el mundo el poder y la influencia de una familia bien estructurada y disciplinada. Una influencia cristiana cabal en el hogar demostrará al mundo que mediante el ejemplo santificado de los padres y la instrucción religiosa, es posible hacer el mayor bien.

El Señor no les juzgará por la medida de éxito que acompañe a sus esfuerzos. Se me mandó que les dijera que su fe debe mantenerse viva y firme, y en constante progreso. Cuando comprueben que quienes tienen oído no quieren oír, y que los que tienen inteligencia no quieren comprender, después de haber hecho lo mejor que pueden, vayan hacia otras regiones más allá y dejen a Dios los resultados. Pero no permitan que su fe decaiga.

Se podrían hacer ciertas mejoras en sus presentaciones. Cultive el fervor y la positividad cuando se dirige a la gente. El tema de su presentación puede ser excelente, precisamente aquello que las personas necesitan, pero hará bien en añadir positividad a sus ruegos persuasivos...

Se necesita un decidido esfuerzo personal a fin de alcanzar a las personas en sus casas. Presente un llano “Así dice el Señor” con autoridad, y exalte la sabiduría de Dios en su palabra escrita. Lleve a las personas a tomar una decisión; mantenga siempre ante ellas la voz de la Biblia. Hágales saber que conoce el tema del que habla y testifique de lo que es verdad, pues Dios lo ha hablado. Sea su predicación corta y al punto, y en el debido momento haga un llamado a tomar una decisión. No presente la verdad de una manera formalista, sino permita que el Espíritu de Dios vitalice el corazón. Pronuncie las palabras con tal certeza, que los que escuchan puedan saber que la verdad es para usted una realidad. Sus modales pueden ser educados, y sus palabras pueden tener un carácter tal, que sean un eco de las de Pedro: “No os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad” [2 Ped 1:16]. Es su privilegio declarar el mensaje de la verdad de Dios con esa misma seguridad. Los que creen en la verdad eterna y sagrada deben implicar toda su alma en sus esfuerzos. Debiéramos conmovernos hasta lo profundo cuando vemos cumplirse la profecía en las escenas finales de la historia en esta tierra. No debiéramos permanecer apáticos e impasibles cuando nuestra visión se adentra más y más en las glorias de la eternidad, la venida de Cristo con poder y grande gloria y las escenas del gran día del juicio. “Vi a los muertos”, dice Juan, “de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras” [Apoc 20:12].

Tras una corta predicación, mantenga la frescura, de forma que pueda hacer una lectura bíblica en relación con los puntos presentados. Vaya directo a los corazones de sus oyentes, animándoles a que le hagan saber sus dificultades, de forma que pueda explicarles las Escrituras que no comprenden. Deseche toda apariencia de apatía, y procure que la gente comprenda que en esos asuntos solemnes está en juego la vida y la muerte, dependiendo de si son recibidos o rechazados. Cuando presente verdad probatoria, pregunte frecuentemente quién quiere recibirla, puesto que acaban de escuchar palabras de Dios que señalan su deber de consagrar sus corazones y sus mentes, junto con todos sus afectos, a Jesucristo. “El que conmigo no recoge, desparrama” [Mateo 12:30]. Cuando el Señor despliega ante nosotros las conmovedoras escenas que han de tener lugar en el último gran conflicto, ¿podemos contemplarlas sin entusiasmo, ardor y celo, sabiendo que hay ángeles celestiales a nuestro lado?

Acérquese a la gente. Cuando pueda, visite a las familias. No espere a que las personas vayan en busca del pastor. Mantenga la confianza y seguridad en la fe, de forma que haga ver que no se basa en fábulas, sino en un firme “Así dice el Señor”.

 

El consejo cristológico

La siguientes dos páginas y pico contienen el consejo cristológico que Ellen White dio a Baker. Ellen White expresó estas preocupaciones:

1. El peligro de dar a entender que Cristo pudiera haber pecado. Es claramente su preocupación principal. En diez diferentes afirmaciones recalca con firmeza que Cristo no pecó jamás. No ahorra elocuencia en descartar completamente la posibilidad de que se hubiera dado ni un solo pecado en la experiencia de Cristo:

Ni por un momento hubo en él una propensión malvada.

Jamás, de modo alguno...

Deje la más leve impresión...

Que cediera de algún modo...

No vacilaron ni por un momento...

“No tiene nada en mí”...

Nada que respondiera a la tentación...

Ni en una sola ocasión hubo una respuesta a...

Ni una sola vez dio Cristo un paso en el terreno de Satanás...

Ni por un momento; nunca, de ninguna manera; nada; ni en una sola ocasión, ni por un momento... ¿Por qué? ¿Por qué se esforzaría con tanta diligencia el consejo inspirado en convencer a Baker respecto a ese punto? ¿Es razonable asumir que se proporciona consejo inspirado allí donde es necesario?

2. El peligro relacionado de hacer a Cristo “totalmente humano, como uno de nosotros(original sin cursivas). Para sustentar la distinción aludió a dos grandes contrastes entre Cristo y nosotros:

a/ Su nacimiento milagroso como Hijo de Dios.

b/ Su vida inmaculada sin pecado.

Ahora bien, con respecto a su naturaleza, no la puso en contraste con la nuestra, sino que la comparó:

Tomó sobre sí la naturaleza humana y fue tentado en todos los puntos como lo es la naturaleza humana.

Cuando se vio en forma de hombre, se humilló a sí mismo a fin de poder comprender la fuerza de todas las tentaciones que asaltan al hombre.

No puso en contraste sus tentaciones con las nuestras, sino que las comparó:

Fue tentado en todos los puntos tal como lo es el hombre.

Tentado en todos los puntos tal como nosotros.

Así, permitiendo que sea Ellen White quien hable por ella misma en su consejo cristológico, observamos cómo señala dos grandes diferencias entre Cristo y nosotros: (a) su nacimiento milagroso y (b) su vida sin pecado. Señala asimismo dos grandes similitudes entre Cristo y nosotros: (a) sus tentaciones y (b) su naturaleza humana. A continuación presenta, como es habitual en ella, la que es su conclusión lógica: que el secreto de su victoria puede igualmente ser el de la nuestra:

“Escrito está” fue su arma de resistencia, y esa es la espada del Espíritu que debe blandir todo ser humano.

Obsérvese que en un Cristo “totalmente humano, como uno de nosotros, no queda lugar para la naturaleza divina.

(En el original de las páginas que siguen no hay cursivas).

Sea cuidadoso, extremadamente cuidadoso en cómo aborda la naturaleza humana de Cristo. No lo presente ante la gente como un hombre con las propensiones del pecado. Es el segundo Adán. El primer Adán fue creado como un ser puro, sin pecado, sin una mancha de pecado sobre sí; era a imagen de Dios. Podía caer, y cayó mediante la transgresión. Debido al pecado, su posteridad nació con propensiones inherentes de desobediencia. Pero Jesucristo era el unigénito Hijo de Dios. Tomó sobre sí mismo naturaleza humana, y fue tentado en todos los puntos tal como es tentada la naturaleza humana. Pudo haber pecado; pudo haber caído, pero ni por un momento hubo en él una propensión malvada. Fue asaltado por tentaciones en el desierto, como fue asaltado Adán por tentaciones en el Edén.

Hermano Baker, evite cualquier cuestión en relación con la humanidad de Cristo que sea susceptible de ser malinterpretada. La verdad discurre cerca de la senda de la presunción. Al tratar la humanidad de Cristo, pondere exhaustivamente cada aserto a fin de evitar que sus palabras sean interpretadas como diciendo más de lo que implican, y de ese modo pierda o disminuya las claras percepciones de la humanidad de Cristo combinada con su divinidad. Su nacimiento fue un milagro de Dios, ya que, dijo el ángel: “Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin. Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? pues no conozco varón. Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios” [Lucas 1:32-35].

Esas palabras no van dirigidas a ningún ser humano, excepto al Hijo del Dios infinito. Jamás, de modo alguno, deje la más leve impresión en las mentes humanas, de que en Cristo descansara una mancha o inclinación a la corrupción, o de que cediera de algún modo a la corrupción. Fue tentado en todos los puntos tal como es tentado el hombre, sin embargo, se lo llama el santo ser. El que Cristo pudiera ser tentado en todos los puntos tal como lo somos nosotros y sin embargo no tuviera pecado, es un misterio que no se ha explicado a los mortales. La encarnación de Cristo ha sido siempre un misterio, y lo seguirá siendo por siempre. Las cosas reveladas son para nosotros y para nuestros hijos, pero que ningún ser humano se aventure en el terreno de hacer a Cristo totalmente humano, como uno de nosotros; ya que eso no puede ser. No es necesario que sepamos el momento exacto en el que la humanidad se unió con la divinidad. Debemos mantener los pies sobre la roca, Jesucristo, como Dios revelado en la humanidad.

Percibo que hay peligro en abordar temas relativos a la humanidad del Hijo del Dios infinito. Al verse en forma de hombre, se humilló a sí mismo a fin de poder comprender la fuerza de todas las tentaciones que asedian al hombre.

El primer Adán cayó; el segundo Adán se aferró a Dios y a su palabra en las circunstancias más probatorias, y su fe en la bondad, gracia y amor de su Padre no vacilaron ni por un momento. “Escrito está” fue su arma de resistencia, y esa es la espada del Espíritu que debe blandir todo ser humano. “No hablaré mucho con vosotros: porque viene el príncipe de este mundo; mas no tiene nada en mí” [Juan 14:30] -nada que respondiera a la tentación. En sus multiformes tentaciones, ni en una sola ocasión hubo una respuesta. Ni una sola vez dio Cristo un paso en el terreno de Satanás para concederle alguna ventaja. Satanás no encontró en él nada que le animara en sus avances.

Como instructores necesitamos comprender que el objeto y enseñanza de nuestro Señor fue simplificar en todas sus enseñanzas la naturaleza y necesidad de la excelencia moral del carácter que Dios, mediante su Hijo, ha hecho provisión para que los agentes humanos puedan obtener a fin de poder ser colaboradores de Jesucristo. Esto es lo que Dios requiere, y con ese objetivo debieran obrar los ministros del evangelio, tanto en la educación del pueblo como en el ministerio de la palabra.

Hay muchas cuestiones a las que se presta atención, que no son necesarias para la perfección de la fe. No tenemos tiempo para su estudio. Muchos asuntos van más allá del alcance de la comprensión finita. Debemos recibir verdades que superan el alcance de nuestra razón, y no nos corresponde explicarlas. La revelación nos las presenta para que las recibamos incondicionalmente como Palabra del Dios infinito. Si bien es cierto que todo investigador ingenioso debe escudriñar la verdad tal cual es en Jesús, hay asuntos que aún no se han explicado, declaraciones que las mentes humanas no pueden comprender ni razonar sin arriesgarse a caer en cálculos y explicaciones humanas que no van a tener sabor de vida para vida.

Pero toda verdad que sea esencial llevar a nuestra vida práctica, que concierna a la salvación del alma, está expuesta de forma clara y positiva. La pregunta que el doctor de la ley hizo a Cristo, se la devolvió para que la respondiera él mismo, pues Cristo sabía que el doctor de la ley había comprendido. Le dijo: “¿Qué está escrito en la ley? ¿cómo lees?” [Lucas 10:26]. Ante la respuesta totalmente bíblica que dio el doctor de la ley, Cristo le dijo: “Bien has respondido: haz esto, y vivirás”. A la pregunta: “¿Quién es mi prójimo?”, Cristo respondió con la parábola del buen samaritano.

Cristo reveló a sus oyentes su deficiencia en cumplir la ley de Dios. El amor a uno mismo era supremo para ellos. Cristo había pronunciado esos mismos principios a Moisés desde la columna de nube: “Amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todo tu poder. Guardad cuidadosamente los mandamientos de Jehová vuestro Dios, y sus testimonios, y sus estatutos, que te ha mandado. Y tendremos justicia cuando cuidáremos de poner por obra todos estos mandamientos delante de Jehová nuestro Dios, como él nos ha mandado” [Deut 6:5, 17 y 25].

Esto se corresponde con la instrucción dada a la multitud, en respuesta a la pregunta del doctor de la ley “¿qué haré para poseer la vida eterna?” Ante una pregunta semejante planteada por el joven rico, se le dio la misma respuesta: “¿Qué bien haré para tener la vida eterna?” [Mat 19:16]. Y él le respondió... “si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos”. Al citar los preceptos de Jehová demostró que se refería a los diez santos preceptos.

El joven rico manifestó haberlos guardado todos ellos, y preguntó: “¿Qué más me falta?” Jesús le señaló entonces los deberes que había descuidado, pero que la ley de Dios especificaba claramente: amar a Dios de forma suprema y a su prójimo como a sí mismo. “Jesús le dijo: —Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme. Al oír el joven esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones”. Aquel hombre amaba a sus posesiones más que a Dios, más que servir a Dios, y más que a las almas de sus semejantes. Las riquezas eran su ídolo.

Por lo tanto, nadie diga que no hay condiciones para la salvación. Decididamente las hay, y a todos incumbe la ardua labor de escudriñar e investigar diligentemente la verdad a partir de la Palabra de Dios. Es a riesgo de nuestras almas como debemos conocer las condiciones prescritas por Aquel que dio su propia vida para salvarnos de la ruina. Si nos dejamos llevar por la corriente del mundo y recibimos los dichos de los hombres, ciertamente nos perderemos. Por nuestro apego egoísta a la comodidad y por nuestra indolencia ponemos en peligro nuestras almas y las de otros. Debemos procurar fervientemente saber qué dice el Señor.

Las aserciones humanas, incluso de parte de sacerdotes y gobernantes, no me serán de ayuda. He de saber cuáles son las condiciones que me son impuestas, a fin de poder cooperar con Dios en la salvación de mi propia alma. Si sigo las ideas y opiniones incluso de los maestros en doctrina, a menos que armonicen con la voz de Dios, no podré satisfacer las demandas que Dios me hace como su agente humano. “¿Qué está escrito en la ley? ¿cómo lees?”, es la pregunta formulada por el mayor de los maestros.

La opinión popular de lo que dijeron los Padres no va a serme de ayuda. Dios me asigna la tarea de saber y comprender cuál es su voluntad para mí individualmente. Mediante cuidadoso estudio y oración he de procurar conocer por mí mismo el verdadero significado de las Escrituras. Debiéramos dar gracias a Dios cada día por no haber sido abandonados a las tradiciones humanas y a las aserciones de manufactura humana. No podemos estar seguros confiando en ninguna otra palabra distinta del “Escrito está”. No podemos seguir la corriente; no podemos edificar nuestra fe sobre teoría humana alguna, no sea que caigamos en condenación, tal como sucedió a los judíos. Cristo dijo de ellos: Enseñáis “doctrinas y mandamientos de hombres” [Mat 15:9]. Y esa afirmación se nos presenta con llaneza y claridad en estos últimos días.

En la observancia del domingo los mandamientos de los hombres vienen a ser supremos. La autoridad humana y la pretensión eclesiástica se elevan al nivel de la palabra de Dios, ante la cual todos deben inclinarse. Si hiciéramos eso seríamos colaboradores del hombre de pecado, quien procuró cambiar los tiempos y las leyes, y quien se exaltó por encima de Dios y de todo lo que está escrito en la palabra de Dios.

Todos los que tengan el celo del Dios viviente deben ser colaboradores de Dios para reparar la brecha que el hombre de pecado ha abierto en la ley, y edificar el fundamento de muchas generaciones. “Somos colaboradores de Dios” [1 Cor 3:9]. Los tales se guardarán de pisotear la ley de Dios, y por precepto y ejemplo harán que los pies de muchos otros se aparten del camino de la desobediencia. Guardarán el sábado de contaminarlo; llamarán al sábado: delicia, santo del Señor, honorable; y honrarán a Dios, no siguiendo sus propios caminos ni buscando su propio placer o hablando sus propias palabras. “Entonces te deleitarás en Jehová. Yo te haré subir sobre las alturas de la tierra y te daré a comer la heredad de tu padre Jacob. La boca de Jehová lo ha hablado” [Isa 58:14].

Estamos viviendo en un tiempo peligroso y necesitamos esa gracia que nos hará valientes en la batalla para poner en fuga a los ejércitos enemigos. Querido hermano, necesita más fe, más osadía y decisión en sus labores. Necesita mayor impulso y menor timidez. A menos que avance con determinación estará siempre abocado al chasco. No debe desfallecer ni desanimarse. Necesita estudiar la situación en todo lugar. Lea menos y haga un mayor servicio real. Póngase en acción y practique la verdad que conoce. Nuestra guerra es agresiva. Sus esfuerzos son poco decididos; necesita mayor fuerza en sus labores, de otra manera lo chasquearán los resultados. Hay momentos en los que debe cargar contra el enemigo. Tiene que estudiar métodos y formas para alcanzar a la gente. Vaya directamente a ellos y hábleles. Estudie con tacto cómo puede alcanzarlos, y esté determinado a no decaer ni desanimarse.

Que Dios le ayude a depositar diariamente su alma desvalida en Jesucristo. Presente la verdad sin vacilaciones, no de forma dubitativa; preséntela con valentía y seguridad, y hágalo con el Espíritu Santo reposando sobre usted. Que la gente comprenda que usted tiene un mensaje que significa vida, vida eterna para quienes lo aceptan. Si algún tema debiera entusiasmar el alma, es la proclamación del último mensaje de misericordia a un mundo que perece. Pero si rechazan ese mensaje, tendrá para ellos sabor de muerte para muerte. Por lo tanto, se impone obrar con diligencia para que sus labores no sean en vano. Ojalá pueda darse cuenta de eso y lleve la verdad a la conciencia con el poder de Dios. Cobren fuerza sus palabras y haga ver a las mentes educadas que la verdad es esencial. Le ruego que haga de su obra un tema de ferviente oración a fin de que reciba la aprobación de Dios, y de que usted pueda ser un obrero de éxito en la viña del Señor.

Sus ideas son demasiado estrechas, demasiado acotadas; necesita expandirlas y ampliarlas. No eduque su mente para ver a lo lejos, no dando así la importancia debida para atraer inmediatamente la atención a los temas en que se ocupa. Lleve a sus oyentes junto a usted. Puede cambiar su forma de trabajar; puede poner energía e interés profundo en el tema del que se ocupa. Puede permitir que el Espíritu Santo obre en el hombre. Puede usted llevar responsabilidades que está inclinado a eludir...

Cuando se emplea a un obrero en alguna rama de la viña del Señor, se le asigna su obra como fiel colaborador de Dios para trabajar en esa viña. No ha de esperar que mentes humanas le digan lo que debe hacer en cada respecto, sino que debe trazar su plan de acción allí donde sea necesario. Dios le ha dado poder intelectual a fin de que se sirva de él. Se deben estudiar cuidadosamente los deseos de los creyentes y las necesidades de los incrédulos, y sus labores deben ir enfocadas a esas necesidades. Pregunte a Dios, no a ser humano alguno, qué es lo que debe hacer. Es usted siervo del Dios viviente, no del hombre que sea. No puede desempeñar inteligentemente la obra de Dios siendo una sombra de los pensamientos y directivas de otro hombre. Usted se debe a Dios...

Cuando el pastor va en busca de la oveja perdida no debe tener un interés meramente casual, sino un anhelo ferviente por las almas. Eso exige el más profundo escudriñamiento del corazón y la más ferviente búsqueda de Dios en oración a fin de conocerle, así como el poder de su gracia. “Para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús” [Efe 2:7].

El registro de nuestra acción religiosa no debe ser anodino y común, sino una experiencia marcada por la gracia y por la operación decidida del poder de Dios en nuestros esfuerzos. Le juego que lea Efesios 3:7-21. Léalo cuidadosamente y en oración puesto que es para usted, para mí y para todo pastor en cada Unión, haya sido o no ordenado formalmente para la obra.

Tenga presente que ningún ser humano puede especificar cuál es la obra precisa, ni delimitar la labor de quien está al servicio de Dios. Nadie puede determinar los días o las semanas que debe uno permanecer en cierta localidad antes de trasladarse a otra. Las circunstancias deben modelar las labores del ministro de Dios, y si busca a Dios comprenderá que su obra abarca toda rama de la viña del Señor, tanto la que está cercana como la alejada. El obrero no debe restringir su obra a una medida específica. No debe tener límites circunscritos, sino extender sus labores allí donde la necesidad lo requiera. Dios obra a su lado; de él debe procurar sabiduría y consejo a cada paso, y no depender del consejo humano.

La obra ha sido grandemente impedida en muchos campos debido a que los obreros piden consejo a quienes no están trabajando en aquel lugar, a quienes no ven ni sienten la demanda, no pudiendo por consiguiente comprender la situación tan bien como el que está sobre el terreno.

Hermano Baker, sus labores deben mejorar a fin de ser exitosas...

Para todos es grande, muy grande, el peligro del autoengaño. Hay ciertas circunstancias que Satanás empleará astutamente y con solapada ingeniosidad para estorbar la obra de Dios. Se introducirá cierta influencia que no proviene del trono de Dios. Se fomentan tendencias innatas y cultivadas que Satanás encuentra la ocasión de avivar y fortalecer. Si el que las posee no las discierne, se desarrollará una debilidad. El que no siga fielmente la Luz de vida, tropezará y no sabrá dónde tropezó.

Los hombres deben mantener sus propias almas en el amor de Dios; de otra forma fracasarán en enseñar a otros esas preciosas lecciones y demostrarán su incapacidad e impotencia para formar un carácter a semejanza del divino. La formación y el talento no darán al hombre la suficiencia para desempeñar una posición de responsabilidad como obrero sabio a menos que posea el equilibrio proporcionado de un carácter simétrico y haga de Jesús su guía divino, no confiando en su supuesta inteligencia o talentos. Los hombres no deben cambiar jamás su Guía divino por otro humano, por otro que forme parte él mismo del gran tejido de la humanidad, y por lo tanto que sea finito y falible como ellos.

En el carácter humano encontramos a menudo contrastes marcados de luz y oscuridad. La única seguridad para los hombres y mujeres a quienes Dios ha concedido razón, consiste en subyugar la ambición terrenal y sentir la necesidad -tal como sucedió a María- de escoger la buena parte que nunca les será quitada; sentarse a los pies de Jesús y aprender de él la mansedumbre y humildad del corazón; morir al yo a fin de que sus vidas puedan quedar ocultas con Cristo en Dios.

Todos necesitamos y hemos de tener una religión pura, no prestada de otro, sino de Jesucristo, fuente de toda gracia celestial. Entonces debemos honrar a Dios mirándolo a él, confiando en él, y manteniendo en el corazón la verdad pura e incontaminada, teniendo esa fe que obra por el amor y purifica el alma. La verdad, cuando se la pone en práctica, es una guía. Cristo es verdad. Debemos someternos al Único que es la verdad, y quien puede dar paz y seguridad al corazón turbado. A cada miembro de la familia humana, confiado, jactancioso o desesperado, Dios, quien escudriña los corazones, declara: “Conozco tus obras”. Dios dice: “Yo lo conozco”. Puede haber hipocresía de una parte o engaño de la otra. Dios sabe y discierne.

Mis queridos hermano y señora Baker a quienes amo en el Señor: el Señor les guiará si confían sólo en él.

-Carta 8, 1895 (a W.L.H. Baker y esposa)      
Publicada
Washington D.C.        
12 febrero 1975

 

Traducción: www.libros1888.com