Parábola de las diez vírgenes

LB, 25 octubre 2013-2022

 

 

Significado profético

 

La parábola está en Mateo 25. Aparece tras el discurso de Jesús relativo a las señales de su “venida”. Tiene por objeto nuestra preparación para ese evento.

 

Guarda paralelismo con la última parte del capítulo 24 de Mateo (CS 391.1). Allí también se cierra una puerta “como en los días de Noé”, y se produce también una tardanza (vers. 48). La “venida” para la que debemos estar preparados no es exactamente la segunda venida de Cristo a la Tierra, sino el cierre del tiempo de prueba, que viene marcado por un cambio en el ministerio de Cristo.

 

Destaca el clamor: “Viene el esposo, salid a recibirle”. Eso tuvo un cumplimiento histórico en el pasado reciente (Apocalipsis 14), y tendrá un cumplimiento pleno en el futuro (Apocalipsis 18). Así, podemos considerar la parábola como una profecía de cumplimiento doble, o quizá como un tipo.

 

Apocalipsis 18 repite el mensaje de los tres ángeles del capítulo 14 (no sólo el segundo, aunque es el que amplía de forma más evidente):

 

·       En el versículo 1 la tierra es alumbrada por la gloria del “evangelio eterno” (1er ángel).

·       Los versículos 2-3 se refieren a la caída de “Babilonia” al haber rechazado el evangelio en el contexto de la hora de su juicio (2o ángel).

·       El versículo 4 es la amonestación a salir de Babilonia, a no recibir su marca o sello, a escapar de las plagas que afectarán a quienes “adoran a la bestia y a su imagen” (3er ángel).

 

El Espíritu de profecía autoriza esa correspondencia entre el capítulo 14 y el 18 de Apocalipsis:

 

Deben combinarse los mensajes de los tres ángeles, dando su triple luz al mundo. Dice Juan en el Apocalipsis: “Vi a otro ángel descender del cielo con gran poder; y la tierra fue alumbrada con su gloria” [se cita Apocalipsis 18:2-5]. Esto representa la proclamación del último mensaje de amonestación para el mundo (MS 52, 1900; en 7CBA 996).

 

Aunque históricamente esos mensajes vinieron en sucesión cronológica, hoy son inseparables.

 

El primer cumplimiento del clamor “Ha venido el esposo, venid a recibirle” ocurrió cuando Cristo vino, no a esta tierra, sino que “vino hasta el Anciano de días” (Daniel 7:13): pasó del lugar santo al santísimo del santuario celestial para comenzar su obra de purificación (borramiento) del pecado, de juicio. El mensaje del primer ángel (CS 391.2-3) y el del segundo (CS 398.4-5) se proclamaron por primera vez entre el verano y el otoño del año 1844 respectivamente (Apocalipsis 14:6-7).

 

Ellen White fue testigo privilegiada del cumplimiento en el pasado, y también del “comienzo” del cumplimiento esperado en el futuro, aunque no se pudo consumar en sus días, y hoy sigue en el futuro. Su aportación y experiencia son especialmente valiosas a propósito de ese entonces y ahora:

 

Por tanto, también vosotros estad apercibidos; porque el Hijo del hombre ha de venir a la hora que no pensáis” Mateo 24:44. Por la noche no os acostéis sin antes haber confesado vuestros pecados. Así hacíamos en 1844, cuando esperábamos ir al encuentro del Señor. Ahora ese acontecimiento está más cercano que cuando por primera vez creímos. Estad siempre apercibidos, por la tarde, por la mañana y al mediodía, para que cuando repercuta el clamor: “¡He aquí, el esposo viene, salid a recibirle!” podáis, aun si este grito [clamor de medianoche] os despertase del sueño, ir a su encuentro con las lámparas aderezadas y encendidas (3JT 310.2).

 

El cumplimiento pleno y final tendrá lugar cuando Cristo termine su obra como intercesor en el lugar santísimo. Su “venida”, en este caso, tampoco es su regreso en gloria a la Tierra, sino el cierre irrevocable del tiempo de prueba (Apocalipsis 22:11). Está relacionado con la predicación del mensaje del tercer ángel “en verdad”, con la lluvia tardía acompañante y el fuerte pregón que le es inseparable. Terminará en el sellamiento.

 

Tuvo su comienzo en 1888, pero habiendo resultado abortado por nuestra incredulidad, queda pendiente su pleno cumplimiento hasta que toda la tierra sea “alumbrada por su gloria” (Apocalipsis 18). Esa expresión se refiere sin duda al derramamiento especial del Espíritu Santo en dimensión pentecostal una vez que hayamos recuperado los fragmentos de esa luz que el Señor nos dio en su misericordia mediante los pastores Jones y Waggoner en la era de 1888, y que hoy siguen perdidos para la mayoría confiada.

 

Observa la fecha de esta declaración. En 1897 ya se había dado el comienzo del derramamiento de la lluvia tardía, pero no pudo progresar. Observa el lamento de Ellen White por el estado del mensaje (“luz”) reducido a fragmentos, y por la falta de aprecio hacia la gracia (“misericordias”) al no aceptar la justicia por la fe (“confiemos en él”), lo que relegaría a un futuro posterior la obra final del pacto eterno (“la promesa”):

 

No debemos esperar la lluvia tardía. Está descendiendo sobre todos los que reconozcan el rocío y las lluvias de gracia que caen sobre nosotros y los aprovechen. Cuando recojamos los fragmentos de LUZ, cuando apreciemos las firmes MISERICORDIAS de Dios, quien anhela que CONFIEMOS EN ÉL, entonces se cumplirá cada PROMESA. Toda la tierra será llenada con la gloria de Dios (Carta 151, 29 de agosto de 1897, en 7CBA 995).

 

El clamor “Ha llegado el esposo, salid a recibirle”, que sorprende a las diez vírgenes durmiendo, es conocido como el “clamor de medianoche”. Observa los dos momentos de su cumplimiento (el pasado y el futuro). En ambos casos ocurre en la “medianoche”, viniendo como ladrón:

 

La luz de su gloria —su carácter— ha de brillar en sus seguidores. Así ellos han de glorificar a Dios, han de iluminar el camino a la casa del Esposo, a la ciudad de Dios, a la cena de bodas del Cordero. La venida del esposo ocurrió [pasado] a medianoche, es decir en la hora más oscura (PVGM 341.2).

De la misma manera, la venida de Cristo ha de acontecer en el período más oscuro … las tinieblas de la medianoche … para el pueblo de Dios será [futuro] una noche de prueba… (Id.).

 

Tampoco esta segunda “venida” de Cristo es exactamente su regreso en gloria a la Tierra. Mateo 24:43, Lucas 12:38 y Marcos 13:35-37 se refieren a lo mismo: la necesidad de estar velando, preparados, a fin de no resultar sorprendidos por un acontecimiento tan silencioso como crucial:

 

Jesús nos ha dejado esta palabra: “Velad, pues, porque no sabéis cuándo vendrá el Señor de la casa; si al anochecer, a la medianoche, al canto del gallo o a la mañana; para que cuando venga de repente no os halle durmiendo. Y lo que a vosotros digo, a todos lo digo: Velad”. Marcos 13:35-37. Estamos esperando y velando con la mira puesta en el regreso del Maestro, que traerá el amanecer, no sea que viniendo de repente nos encuentre durmiendo. ¿A qué tiempo se refiere aquí? No a la manifestación de Cristo en las nubes del cielo para encontrar un pueblo dormido. No; sino cuando regrese de su ministerio en el lugar santísimo del santuario celestial, cuando deponga sus atuendos sacerdotales y se revista de atavíos de venganza, y cuando se promulgue el decreto que dice: “El que es injusto, sea injusto todavía; y el que es justo, practique la justicia todavía; y el que es santo, santifíquese todavía”. Apocalipsis 22:11 (2TI 172.1).

 

Así, la primera venida (“clamor de medianoche”: “ha venido el esposo, salid a recibirle”) tuvo lugar al inicio del ministerio sumosacerdotal de Cristo en el lugar santísimo (1844). La segunda “venida” tendrá lugar cuando termine dicho ministerio. Ambos son eventos de “medianoche”: tomó, y tomará por sorpresa a quienes descuiden la preparación, como ilustra la parábola de las diez vírgenes, en la que todas dormían, y cinco de ellas no estaban preparadas para aquel despertar.

 

En ambas ocasiones tiene lugar el cierre de una puerta (“como en los días de Noé”). En el evento que estamos esperando en el futuro, es claro el significado de esa puerta que se cierra: es el cierre del tiempo de prueba. Pero también en la era de 1844 —primer cumplimiento— tuvo lugar el cierre de una puerta:

 

La proclama “¡Viene el Esposo!”, en el verano de 1844, indujo a miles de personas a esperar el inmediato advenimiento del Señor. En el tiempo señalado vino el Esposo, no a la Tierra, como el pueblo lo esperaba, sino al Anciano de días en el cielo, a las bodas, [es decir] a recibir su reino. “Las jóvenes que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas. Y se cerró la puerta (CES 102.2).

 

¿Cuál fue el significado del cierre de esa puerta?

 

Entonces Jesús se levantó, cerró la puerta del lugar santo, abrió la que da al santísimo y pasó detrás del segundo velo, donde está ahora al lado del arca y adonde llega la fe de Israel ahora. Vi que Jesús había cerrado la puerta del lugar santo, y nadie podía abrirla; y que había abierto la puerta que da acceso al lugar santísimo, y nadie puede cerrarla. Apocalipsis 3:7-8 (PE 42.1-2).

 

En ese período de tiempo correspondiente a la iglesia de Filadelfia tuvo también lugar un cierre del tiempo de prueba. Para comprender en qué sentido se cerró esa puerta, será útil recordar el caso de la nación judía. Con el martirio de Esteban se cerró la puerta del tiempo de prueba para la nación judía como pueblo de Dios, pero no para cada individuo en él.

 

Se me mostró lo que había ocurrido en el cielo al terminar en 1844 los períodos proféticos. Cuando Jesús concluyó su ministerio en el lugar santo y cerró la puerta de ese departamento, densas tinieblas envolvieron a quienes habían oído y rechazado el mensaje de su advenimiento y lo habían perdido de vista a él (PE 250.3).

 

Las iglesias protestantes siguen hoy como si el Señor no hubiese cerrado esa puerta. Presentan un perdón sin regeneración. Rechazaron —y siguen rechazando— el ministerio de Cristo para purificación y borramiento del pecado en el creyente, en preparación para la segunda venida. Tras haberlo “oído”, habían “rechazado el mensaje de su advenimiento y lo habían perdido de vista a él”. ¡Habían perdido de vista a Cristo! Hoy lo miran tal como estuvo en la Tierra hace dos mil años, pero no donde él está ahora. Viven ancladas en el pasado y no necesitan la segunda venida de Cristo, ya que siguen albergando la filosofía griego-pagana de la inmortalidad natural del alma. Rechazan el juicio investigador por no ser compatible con su versión del evangelio, que es distinta a la del apóstol Pablo, quien habló del “día en que Dios juzgará [futuro] por medio de Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio” (Romanos 2:16).

 

Esa actitud no significa una diferencia menor, de matiz. Quien eleva las oraciones con el espíritu del lugar santo —perdón— y no del santísimo —purificación—, está elevándolas al lugar en el que Cristo ya no está. Inevitablemente, es otro espíritu (no santo) quien responde a esas oraciones.

 

Quienes no tienen ahora la mentalidad del lugar santísimo —lo mismo que las vírgenes fatuas—, no poseen el aceite: el verdadero Espíritu Santo. En lugar del Espíritu Santo, las anima un espíritu impuro que es capaz de producir un gran entusiasmo y un crecimiento numérico gigantesco de la membresía, pero ninguna reforma y regeneración espiritual como las necesarias para resistir en la crisis de la marca de la bestia, y para subsistir sin intercesor en el tiempo de angustia.

 

Desde la gran apostasía del cristianismo en el siglo III-IV, esas iglesias protestantes habían venido siendo el pueblo de Dios. Pero al rechazar de forma final el mensaje de los tres ángeles en la crisis de 1844, dejaron de serlo. La profecía declaró su caída espiritual irreversible (Jeremías 51:6-9 y 45; Apocalipsis 14:8 y 18:2), constituyéndose en Babilonia (las hijas). Para ellas se cerró la puerta como pueblo de Dios. Lo mismo que el pueblo judío y que Babilonia la madre, esas iglesias jamás verán ni aceptarán la luz que rechazaron como pueblo.

 

Pero dado que Cristo también ministra el perdón desde el lugar santísimo, la puerta de la aceptación sigue abierta para ellos como para todos (de forma individual) siempre que salgan de Babilonia y se incorporen a la comunidad del mensaje del tercer ángel, a la iglesia remanente. Sólo se cerrará la puerta de la misericordia para cada individuo, cuando se cierre para todos al concluir la obra mediadora de Cristo en el lugar santísimo: es el cierre segundo y definitivo (Apocalipsis 22:11), la venida del Esposo.

 

 

Contexto bíblico general

 

Hay muchas bodas en la Biblia, de principio a fin:

                                                                                                      

·       En Génesis: Adán y Eva (antes que entrara el pecado).

·       En Apocalipsis: Jesús —postrer Adán— y su esposa: las bodas del Cordero.

El lenguaje nupcial está muy presente en la Biblia:

 

·       La parábola de los invitados a las bodas que estaban demasiado ocupados: Mateo 22:2-14.

·        “No beberé más de este fruto de la vid hasta aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre (Mateo 26:29).

 

En Mateo 26:29 Cristo se expresa en lenguaje nupcial. En la boda judía típica (hasta hoy), el novio ofrece vino a la novia. Si esta lo toma, significa que acepta el matrimonio. En ese caso, tras haberlo bebido, ponen la copa en el suelo y la rompen pisándola, en señal de que nadie más ha de probar ese vino. Es un asunto entre ellos dos.

 

En la cruz, la copa —el cuerpo— de Cristo fue quebrantada al llevar nuestros pecados. Él hace ahora ayuno del zumo de la uva hasta beberlo de nuevo exclusivamente con su “esposa”. Nos invita así: “Bebed de ella todos, porque esto es mi sangre del nuevo pacto que por muchos es derramada para perdón de los pecados. Os digo que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid hasta aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre” (Mateo 26:27-29).

 

·        “Si me fuere y os aparejare lugar, vendré otra vez y os tomaré a mí mismo (Juan 14:3).

 

Una vez que estaba “aparejado” el lugar, el novio “tomaba” a la novia y la llevaba a una cámara o habitación, típicamente de noche. El novio iba al encuentro de su prometida para traerla a su casa. La procesión nupcial iba seguidamente desde la casa paterna de la novia a la del novio, donde se ofrecía una fiesta a los huéspedes invitados.

 

Imagina un grupo de invitados que está esperando en las cercanías de la casa paterna de la novia. Entre ellos están las diez vírgenes esperando que aparezca el esposo a fin de alumbrar el final del camino hacia la casa de la novia, y seguidamente hacia la del esposo, donde tendrá lugar la boda y posteriormente la cena. Al no aparecer el esposo cuando se lo espera, se produce una demora. Típicamente no se sabía exactamente cuándo vendría. La demora era habitual, como hoy (no sólo en Oriente).

 

 

Los protagonistas

 

Vino a mí uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete postreras plagas y habló conmigo, diciendo: Ven acá, yo te mostraré la esposa, mujer del Cordero. Y me llevó en Espíritu a un grande y alto monte, y me mostró la grande ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo de Dios (Apocalipsis 21:9-10).

 

Aunque en la Biblia se identifica en general a la esposa con la iglesia (Jeremías 3:14 y 20; 6:2; Isaías 54:5; Oseas 2:19; 2 Corintios 11:2, etc), en Apocalipsis (y la parábola de las diez vírgenes de Mateo 25 es apocalíptica, o relativa al tiempo del fin), lo que está representado por “la esposa” no es sólo el conjunto de creyentes del presente —lo que podemos llamar iglesia militante— sino que incluye a los que vencieron por la sangre del Cordero en toda época.

 

La esposa del Cordero de Apocalipsis incluye a los finalmente salvos, a su iglesia triunfante de toda época. Sólo ella se identifica con la Nueva Jerusalén en el momento en “que descendía del cielo de Dios”. Me refiero especialmente a Apocalipsis 19 y sucesivos capítulos. El caso de las siete iglesias de Asia menor es distinto: aun estando en Apocalipsis, los mensajes a las siete iglesias de los primeros capítulos no tienen un carácter escatológico —relativo al último tiempo—, sino histórico, por lo tanto se refieren a la iglesia militante correspondiente a cada uno de esos siete períodos.

 

Así pues, la esposa (en Mateo 25 y en Apocalipsis) es la Nueva Jerusalén, la gloriosa capital del reino del Señor, patria espiritual y futura sede de los creyentes que vencieron por la sangre del Cordero en todo tiempo. A la luz del juicio investigador previo a la segunda venida de Jesús, ha quedado determinado quiénes, de entre la iglesia militante de toda época, forman parte realmente de la iglesia triunfante, única que queda identificada con la Nueva Jerusalén.

 

Se trata, por lo tanto, de la iglesia formada por los redimidos de todas las épocas: la iglesia triunfante en toda la historia. En ella no hay imperfección ni defecto. Es una “iglesia gloriosa, no teniendo mancha, ni arruga, ni otra cosa semejante” (Efesios 5:27). Es “hermosa como la luna, esclarecida como el sol, imponente como ejército con banderas tremolantes” (Cantares 6:10). Refleja perfectamente el carácter del Esposo, y es la única iglesia que puede unirse con él por la eternidad. En las “bodas”, Cristo no se une solamente con los creyentes que vivimos desde 1844. Nosotros somos los invitados a asistir por la fe al desarrollo de ese acontecimiento, somos la iglesia militante del presente, pero el Esposo no se está uniendo solamente en matrimonio con la iglesia militante del presente, sino con la iglesia de Cristo a todo lo largo de la historia, la mayor parte de la cual duerme hoy en los sepulcros —reposa en el Señor— mientras se desarrollan las bodas en el cielo y nosotros las seguimos por la fe desde la tierra en calidad de invitados.

 

Leemos en CS 422.2:

 

Salta pues a la vista que la Esposa representa la ciudad santa, y las vírgenes que van al encuentro del Esposo representan a la iglesia. En el Apocalipsis, el pueblo de Dios lo constituyen los invitados a la cena de las bodas (Apoc 19:9). Si son los invitados, no pueden representar también a la esposa.

 

Interesante como es esa declaración, deja con la duda de si somos los invitados o la esposa. Mi forma de comprender esa declaración es la siguiente:

 

Salta pues a la vista que la Esposa representa la ciudad santa [Nueva Jerusalén, sede de la iglesia triunfante de toda época], y las vírgenes que van al encuentro del Esposo representan a la iglesia [militante del presente: los invitados]. En el Apocalipsis, el pueblo de Dios [iglesia militante del presente] lo constituyen los invitados a la cena de las bodas (Apoc 19:9). Si son los invitados, no pueden representar también a la esposa [Nueva Jerusalén, sede de la iglesia triunfante de toda época].

 

Así, “la esposa” del Cordero está constituida por la iglesia triunfante de todos los tiempos: la única que habitará la Nueva Jerusalén; mientras que “los invitados” somos la iglesia militante del presente: los que asistimos por fe a las bodas —en sentido amplio— que se están realizando en el cielo. Se trata de los actos previos a la investidura de Cristo con la dignidad de Rey, que es propiamente la boda.

 

La venida del Esposo presentada aquí, se verifica antes de la boda. La boda representa el acto de ser investido Cristo de la dignidad de Rey” (CS 422.2).

 

Así, las diez vírgenes, los invitados, somos tú y yo y el resto de creyentes —vivos— de la actual iglesia, junto a quienes conocieron y siguieron por la fe el proceso de purificación y juicio investigador desde 1844, que culminará en la coronación de Cristo (la unión matrimonial en la que él recibe a su esposa: la boda propiamente dicha). No asistimos de forma presencial, pues estamos en la tierra mientras dichas bodas suceden en el cielo. Hemos de aguardar a nuestro Señor hasta que regrese de las bodas (Lucas 12:36). Posteriormente asistiremos presencialmente a la cena de bodas tras su segunda venida a la tierra.

 

Después de recibir el reino, vendrá en su gloria como Rey de reyes y Señor de señores para redimir a los suyos, que “se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob”, en su reino (Mateo 8:11; Lucas 22:30), para participar de la cena de las bodas del Cordero (CS 422.2).


Mientras que “la esposa” está representada —en la Nueva Jerusalén— como el conjunto de creyentes que vencieron a lo largo de toda la historia junto “con Abraham, Isaac y Jacob”, en contraste, los invitados, las diez vírgenes, representan a la iglesia del tiempo del fin, la que vive antes de la segunda venida, sin especial distinción de trigo y cizaña: la iglesia bienaventurada (Apocalipsis 14:13) que ha vivido en la fe del tercer ángel, la que es testigo (no presencial) del proceso de configuración y unión íntima de su iglesia universal en todo tiempo, representada en la Nueva Jerusalén.

 

Nosotros, todos nosotros, lo mismo que las diez vírgenes de la parábola de Mateo 25, estamos más dormidos de lo que debiéramos, pero entre los adormecidos, unos poseen la debida reserva de “aceite”, mientras que otros carecen de ella.

 

En la iglesia militante del presente todos hemos sido invitados a las bodas, pero no todos vamos a honrar esa invitación. Unos, representados por las vírgenes “apercibidas”, entrarán con el Esposo a las bodas y se cerrará la puerta (Mateo 25:10). Otros —que también fueron invitados— llegarán sin aceite y oirán las fatídicas palabras: “No os conozco” (vers. 11-12).

 

En la iglesia que precede a la segunda venida de Cristo —la militante— no todos venceremos, no todos habremos adquirido el tipo de carácter representado por las vírgenes que contaban con la debida reserva de aceite (el Espíritu Santo). Una parte de nosotros, la representada por las vírgenes prudentes, formará parte de la iglesia triunfante y habitará la Nueva Jerusalén (siendo así también parte de la esposa de Apocalipsis), pero por ahora somos sólo los invitados, los “amigos del Esposo” (Juan 3:29; Marcos 2:19).

 

Sabemos que otra parte de la iglesia militante del presente no tendrá su reserva de aceite: la representada por las vírgenes insensatas. Esa parte, aun estando aparentemente integrada en la iglesia del presente —militante— y formando parte de los invitados, no formará parte de la esposa ni puede estar representada en la Nueva Jerusalén. Esa diferencia no viene dada por una decisión arbitraria de parte de Dios, sino que depende de la decisión de cada uno (2 Corintios 6:1).    


Para comprender la diferencia entre la esposa y los invitados (las diez vírgenes), podríamos decir que en este último grupo, el de los invitados, “no están todos los que son, ni son todos los que están”. “No están todos los que son”, ya que no están incluidos todos los creyentes de la iglesia a lo largo de toda la historia sagrada. “Ni son todos los que están”, ya que una parte, la representada por las vírgenes insensatas, no formará parte de la “esposa” que según Apocalipsis se une al Cordero finalmente.

 

En contraste, en la Nueva Jerusalén —“la esposa del Cordero”— están representados todos y cada uno de los creyentes de todas las épocas que fueron tenidos por dignos de la vida eterna, incluyendo a los presentes. Cristo, el Esposo, recibe entonces a la novia, a la esposa del Cordero, representada en la Nueva Jerusalén como capital de su reino, en el momento en que recibe del “Anciano de Días” “el dominio, la gloria y el reino” (Daniel 7:14). Leemos en Apocalipsis 21:2-3:

 

Yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios.

 

Es evidente que la ciudad santa no es un conjunto de calles y casas, sino “los hombres”, “ellos”, “su pueblo” triunfante.

 

Así, mientras en el lugar santísimo del santuario celestial se está decidiendo quién formará parte de la esposa mediante un proceso de juicio (para todos, comenzando por los muertos) y de purificación / borramiento del pecado (para los vivos de la iglesia militante); nosotros somos invitados a seguir por la fe ese proceso. Somos las vírgenes encargadas de iluminar con las lámparas el camino a la casa del Esposo. Tristemente, sólo una parte de esta iglesia militante podrá realizar esa fascinante labor. La otra parte carecerá del “aceite” necesario en el fatídico momento culminante en el que ya no se podrá adquirir el aceite.

 

 

Escatología

 

Hemos visto que las bodas tienen lugar en el cielo mientras la iglesia del tiempo del fin está aún en la Tierra. Por lo tanto, los invitados no asistimos a ellas presencialmente, sino sólo por la fe. Hemos de esperar a que nuestro Señor regrese de las bodas, en cuyo momento asistiremos presencialmente a la cena nupcial (en el cielo).

 

Sed semejantes a hombres que esperan cuando su señor ha de volver de las bodas; para que cuando viniere y llamare, le abran. Bienaventurados aquellos siervos a los cuales cuando el Señor viniere, hallare velando (Lucas 12:36-37).

 

Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque son venidas las bodas del Cordero, y su esposa se ha aparejado. Y le fue dado que se vista de lino fino, limpio y brillante: porque el lino fino son las justificaciones de los santos. Y él me dice: Escribe: Bienaventurados los que son llamados a la cena del Cordero (Apoc 19:7-9).

 

Durante, y al final del juicio investigador tienen lugar las bodas (en el cielo, aunque las seguimos desde la tierra). Luego, cuando venga el Señor, tendrá lugar la cena del Cordero en el cielo, a la que asistiremos presencialmente.

 

Observa la relación de Apocalipsis 14:7 con Apocalipsis 19:7:

 

Apocalipsis 14:7: “dadle gloria / Apocalipsis 19:7: “démosle gloria

 

En griego se emplea en ambos casos la misma palabra para “gloria”: dóxa.

 

Ese paralelismo entre las dos primeras partes de los dos versículos comparados, lógicamente ha de tener su correspondencia o paralelismo en sus segundas partes:

 

Apoc 14:7: “la hora de su juicio ha llegado” / Apoc 19:7: “han llegado las bodas del Cordero

 

Hay una correspondencia entre “la hora de su juicio” y las “bodas del Cordero”. Son dos hechos conectados entre sí, aunque el juicio precede inmediatamente a las bodas si consideramos en sentido restrictivo su acto culminante, tal como hemos visto en CS 422.2.

 

¿Qué relación tiene un “juicio” con una “boda”? Aparentemente son conceptos dispares, pero el hecho es que en muchos países es un juzgado quien valida o certifica el matrimonio. Mediante el borramiento del pecado que Jesús oficia desde el segundo departamento del santuario celestial en el juicio investigador, resulta definida la verdadera iglesia de Dios que fue purificada del pecado. Mientras va quedando definida su iglesia de toda época que en su mayoría duerme en los sepulcros, la parte “viva” de esa iglesia, su iglesia contemporánea, es invitada a experimentar una comunión íntima con su Señor, esa misma unión íntima que tras la resurrección conocerá la plenitud de la esposa representada en la Nueva Jerusalén.

 

 

Dos clases

 

Las diez vírgenes —todas ellas— representan a la iglesia actual (realmente, desde 1844) en su estado presente. Las diez han recibido la invitación a la fiesta de bodas. No sólo han sido invitadas, sino que han aceptado la invitación. Quienes están representados por las cinco vírgenes fatuas no son ateos ni incrédulos. Tienen la Palabra (lámparas) y esperan al Esposo. Además, son sinceros:

 

La clase representada por las vírgenes fatuas no está formada de hipócritas (PVGM 338.1).

 

Si bien las diez vírgenes se durmieron, quedan establecidos dos grupos, ya que el relato sigue así:

 

Cinco de ellas eran prudentes y cinco insensatas (Mateo 25:2).

 

Declaración problemática humanamente hablando, ya que la Biblia excluye algo que suele tranquilizarnos: una zona intermedia o indeterminada. Aunque nosotros somos incapaces de discernir, pues sólo Dios puede hacerlo (2 Timoteo 2:19; Mateo 13:24-30), llegará el tiempo en que Dios permitirá que se haga evidente en cuál de los dos grupos está cada uno por propia elección personal.

 

Entonces os volveréis y discerniréis la diferencia entre el justo y el malo, entre el que sirve a Dios y el que no le sirve (Malaquías 3:18).

 

Todos invitados, todos aceptando la invitación, todos con sus lámparas, todos sinceros, pero el contraste entre los dos grupos no puede ser mayor.

 

El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama (Lucas 11:23).

 

Jesús se refirió en otras ocasiones a esa misma diferencia entre el prudente y el insensato en estos términos:

 

A cualquiera, pues, que me oye estas palabras y las pone en práctica, lo compararé a un hombre prudente que edificó su casa sobre la roca… Pero a cualquiera que me oye estas palabras y no las practica, lo compararé a un hombre insensato que edificó su casa sobre la arena (Mateo 7:24-26).

 

Se cuenta que en cierta boda multitudinaria, a un niño se le dio el encargo de preguntar a cada invitado si venía de parte del novio o de la novia para efectos de ubicación. El niño se dirigió a cada uno de los invitados cuaderno y lápiz en mano, con la pregunta: ‘¿Usted, de parte de quién está?, ¿del novio, o de la novia?’ Jocoso como pueda parecer, lo cierto es que sólo hay dos clases de vírgenes: unas son prudentes, y las otras insensatas, y sólo las prudentes están realmente “de parte” del Novio. ¿De qué grupo estamos formando parte tú y yo?

 

 

Demora

 

Vengo pronto (Apocalipsis 3:11; 22:7 y 12).

 

Jesús lo afirmó hace ya más de dos mil años. Dos mil años puede parecer mucho, pero ciertamente no es mucho para Dios (2 Pedro 3:8). Y para cada uno de nosotros, individualmente, es siempre “pronto”: como máximo, el tiempo que dura una vida, que según el Salmo 62:9 es como “un soplo”. Por otra parte, en comparación con la eternidad, cualquier lapso de tiempo en la historia de este mundo es “pronto”, aun si el regreso de Cristo se demorara un siglo más, lo que ciertamente no queremos ni esperamos.

 

¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente…? Bienaventurado aquel siervo… Pero si aquel siervo malo dice en su corazón: ‘Mi señor tarda en venir’… (Mateo 24:45-51).

 

Jesús dijo claramente que existía el peligro de que alguien pensara “en su corazón” (sin verbalizarlo necesariamente) que su venida se tardaba. Eso tendría como resultado que el Señor vendría para él de forma inesperada y repentina, “a la hora que no sabe”, y ciertamente ese no sería un encuentro feliz. Mediante la demora, el Señor suele probar la solidez de nuestra fe, de nuestro compromiso con él.

 

Hay en la Biblia otros casos de demora:

 

Al ver el pueblo que Moisés tardaba en descender del monte, se acercaron a Aarón y le dijeron: —Levántate, haznos dioses que vayan delante de nosotros, porque a Moisés, ese hombre que nos sacó de la tierra de Egipto, no sabemos qué le haya acontecido (Éxodo 32:1).

 

Ante aquella demora, el pueblo de Israel comenzó a adoptar la adoración propia de las religiones falsas de las que había sido apartado, la falsa adoración propia de los pueblos paganos que lo rodeaban. La demora lo probó, y fue “hallado falto”. Perdió la paciencia cuando perdió la fe.

 

Saúl permanecía aún en Gilgal, y todo el pueblo iba tras él temblando. Esperó siete días, conforme al plazo que Samuel había fijado, pero Samuel no llegaba a Gilgal y el pueblo se desbandaba. Entonces dijo Saúl: —Traedme el holocausto y las ofrendas de paz. Y ofreció el holocausto (1 Samuel 13:1-14).

 

Sólo un sacerdote levita debía ofrecer el holocausto. Tan pronto como Saúl acabó de ofrecerlo apareció Samuel, quien le anunció que había sido desechado por Dios como rey de Israel por aquella impaciencia / incredulidad / apostasía. No había superado la prueba de la demora, y habría de ser relevado. Su falta de paciencia demostró su falta de fe, y sin fe es imposible agradar a Dios.

 

Sabed ante todo que en los últimos días vendrán burladores, andando según sus propias pasiones y diciendo: “¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación (2 Pedro 3:3-4).

 

Es posible encontrar burladores también dentro de la iglesia. El Señor nos advierte así contra la pasividad negligente y autocomplaciente:

 

Cuando digan: “Paz y seguridad”, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer encinta, y no escaparán. Pero vosotros, hermanos, no estáis en tinieblas para que aquel día os sorprenda como ladrón (1 Tesalonicenses 5:3-4).

 

Se espera que vivamos en un estado de expectación, de alerta. La tardanza es sólo aparente. Desesperar debido a la demora es antagónico respecto a la auténtica fe:

 

Aunque la visión tarda en cumplirse, se cumplirá a su tiempo, no fallará. Aunque tarde, espérala, porque sin duda vendrá, no tardará. Aquel cuya alma no es recta se enorgullece; mas el justo por su fe vivirá (Habacuc 2:3-4).

 

 

Más símbolos

 

¿Qué representan las lámparas? —La Palabra.

 

Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino (Salmo 119:105).

 

El mandamiento es lámpara, la enseñanza es luz (Proverbios 6:23).

 

Pero leer la Biblia sin la asistencia del Espíritu Santo hará poco bien. Es como una lámpara sin aceite: buena como pisapapeles, pero inoperante para alumbrar. Los críticos de la Biblia y el propio diablo la conocen hasta donde es posible conocerla sin la asistencia del Espíritu Santo que la inspiró.

 

El hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura; y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente (1 Corintios 2:14).

 

El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha. Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida (Juan 6:63).

 

¿Qué está representado por el aceite? —El Espíritu Santo.

 

Samuel tomó el cuerno de aceite y ungió al joven en presencia de sus hermanos. Entonces el Espíritu del Señor vino con poder sobre David, y desde ese día estuvo con él (1 Samuel 16:13).

 

Los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados del Espíritu Santo (1 Pedro 1:21).

 

Es vital que tengamos nuestra reserva de aceite: nuestra propia relación personal con Jesús. Él mismo dijo que rogaría al Padre, quien nos enviaría al Espíritu Santo (Juan 14:16). Lo podemos tener ahora “sin dinero y sin precio” (Isaías 55:1).

 

 

Sin reserva de aceite

 

Lo que hizo la diferencia es que unas vírgenes estaban preparadas para la previsible demora, mientras que las otras no lo estaban. Si es importante la reserva de combustible al viajar en un vehículo terrestre a motor, ¿qué diremos al tratarse de un viaje en avión?

 

Las cinco vírgenes prudentes hicieron provisión de reserva, del Espíritu. ¿Cómo?:

 

Todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia, porque es niño. El alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal (Hebreos 5:13-14).

 

Se olvida aquello que no se ejercita, y aquello que no se comparte. Por un tiempo todas las vírgenes tienen una apariencia similar:

 

·       Todas fueron llamadas.

·       Todas ellas eran vírgenes: profesaban una doctrina pura.

·       Todas salieron a recibir al esposo.

·       Todas tenían lámparas: conocimiento de las Escrituras.

Pero:

 

Sin el Espíritu de Dios, un conocimiento de su Palabra no tiene valor. La teoría de la verdad, cuando no va acompañada del Espíritu Santo, no puede avivar el alma o santificar el corazón. Uno puede estar familiarizado con los mandamientos y las promesas de la Biblia, pero a menos que el Espíritu de Dios grabe la verdad, el carácter no será transformado. Sin la iluminación del Espíritu, los hombres no podrán distinguir la verdad del error, y caerán bajo las tentaciones maestras de Satanás (PVGM 337.3).

 

Es posible “conocer” las Escrituras y carecer de una actitud cristiana, de un carácter cristiano, igual que es posible “guardar” el sábado sin tener en el corazón al Señor del sábado.

 

 

Vigilia y sueño

 

Tardándose el esposo, cabecearon todas y se durmieron (Mateo 25:5).

 

Las demoras suelen tentar al sueño. En la parábola se durmieron las diez vírgenes. Los hijos de Dios estamos frecuentemente dormidos en ocasiones en las que debiéramos estar alerta. ¿Les sucedió eso a los apóstoles? En el monte de la transfiguración,

 

Pedro y sus compañeros estaban rendidos de sueño, pero cuando se despabilaron, vieron su gloria y a los dos personajes que estaban con él (Lucas 9:32).

 

En Getsemaní Jesús dijo a sus discípulos que aquel era un momento crítico, que debían velar y orar para que no entraran en tentación. Por tres veces les pidió que despertaran y lo acompañaran en la oración. Tras el fracaso de ellos, les hizo una suave reprensión, mostrando su comprensión al añadir a modo de disculpa:

 

El espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil (Mateo 26:41).

 

¿Cuándo dijo eso? —En un momento en que la “iglesia” estaba dormida.

 

Sed sobrios y velad, porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar (1 Pedro 5:8).

 

Jesús, refiriéndose al día y la hora de su venida, dijo:

 

Velad, pues, porque no sabéis cuándo vendrá el señor de la casa; si al anochecer, a la medianoche, al canto del gallo o a la mañana; para que cuando venga de repente no os halle durmiendo. Y lo que a vosotros digo, a todos lo digo: ¡Velad! (Marcos 13:35-36).

 

¿Qué hacemos cuando dormimos? —Soñamos. Soñamos siempre cuando dormimos, aunque luego sólo recordemos algunas partes, o ninguna parte. El sueño es una introspección personal y aislada de lo que nos rodea. No trasciende a los demás. Es una pura fabulación, una ensoñación. No se mueve en el terreno de la realidad ni de lo lógico o razonable.

 

Cuando la iglesia “sueña” —duerme—, no capta la realidad de su propia situación ni se ocupa de la realidad que la rodea; en lugar de ser un medio, se convierte en un fin en sí misma. Para efectos de lo que interesa al reino de Dios, vive en una ensoñación que es irreal, estéril y dañina. Le parece haberse acercado positivamente al mundo, pero es el tipo de acercamiento que la aleja de la necesidad urgente del mundo y de los planes de Dios. Por otra parte, a nivel individual muchas tentaciones comienzan “soñando” con lo ilícito.

 

No améis al mundo ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él, porque nada de lo que hay en el mundo —los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida— proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre (1 Juan 2:15-17).

 

Como iglesia necesitamos un despertar, tal como lo tuvieron Jacobo, Pedro y Juan en el monte de la transfiguración. Así se refirió Isaías a ese problema del sueño, esta vez en los dirigentes:

 

Sus guardianes son ciegos, todos ellos ignorantes; todos ellos son perros mudos, que no pueden ladrar; soñolientos y perezosos, aman el dormir (Isaías 56:10).

 

Los cristianos debemos velar, no sólo por nuestras almas, sino también por las de los demás. Somos “guardianes” de nuestros hermanos.

 

 

Paciencia

 

‘Vigilia’ y ‘estado de alerta’ no son sinónimos de impaciencia. Dios nos llama a ser pacientes en la espera:

 

En vuestra paciencia poseeréis vuestras almas (Lucas 21:19).

 

Aquí está la paciencia de los santos; aquí están los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús (Apocalipsis 14:12).

 

En “los santos”, la paciencia —perseverancia— es inseparable de la obediencia y de la fe.

 

 

El momento aceptable

 

¿No te sucedió nunca que evitas repostar en una gasolinera a tu alcance confiado en encontrar otra más adelante, para comprobar con preocupación que se agota la reserva y nunca llega la esperada siguiente gasolinera?

 

No descuidemos la ocasión de cavar profundamente en la Palabra de Dios, de cultivar una relación íntima con el Señor AHORA. Cuando el Espíritu Santo nos trae convicción de pecado, no pensemos que podemos diferir la obra de arrepentiros en previsión de encontrar una nueva estación más adelante. Recordemos a las vírgenes insensatas.

 

He aquí vienen días, dice el Señor Jehová, en los cuales enviaré hambre a la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír palabra de Jehová. E irán errantes de mar a mar: desde el norte hasta el oriente discurrirán buscando palabra de Jehová, y no la hallarán (Amós 8:11-12).

 

Hablando de ese mismo tiempo —finalizado ya el tiempo de prueba—, leemos:

 

[si] estuvieran en medio de ella Noé, Daniel y Job, vivo yo, dice Jehová, el Señor, que no librarían a hijo ni a hija. Solamente ellos, por su justicia, librarían sus propias vidas (Ezequiel 14:20).

 

El carácter es intransferible. Ningún hombre puede creer por otro. Ningún hombre puede recibir el Espíritu por otro. Nadie puede impartir a otro el carácter que es el fruto de la obra del Espíritu (PVGM 339.1).

 

Cuando el Espíritu de Dios se retire de la tierra no habrá forma de lograr un carácter a semejanza del de Jesús. Sólo las vírgenes que tenían ardiendo sus lámparas entraron a las bodas. A las que no tenían reserva de aceite les resultó imposible encontrar almacenes abiertos por la noche. Se había pasado el tiempo aceptable. Busquémoslo ahora “entre tanto que el día dura: la noche viene, cuando nadie puede obrar” (Juan 9:4).

 

 

Excusas de los invitados

 

¿A quiénes se invita típicamente a las bodas? —A amigos y familiares. ¿Quiénes son los amigos de Jesús?:

 

Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando (Juan 15:14).

 

¿Quiénes son sus familiares?

 

Todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre (Mateo 12:50).

 

Las buenas nuevas: Dios te tiene por amigo y por familiar. Jesús nos llamó “amigos”. Al tomar nuestra humanidad y al tomarnos a cada uno, se hizo nuestro pariente más próximo. A precio de sangre, Dios ha comprado para ti un carácter perfecto en su Hijo Jesús, simbolizado en su manto de justicia. Lo ha hecho a fin de que acudas vestido como digno invitado de tal boda. Ha pagado tu deuda mediante su muerte en la cruz. Te ha dado la lámpara. Te ha dado el aceite. Te ha invitado a las bodas. Te espera. ¿Podría haber una excusa válida para deshonrar su invitación?

 

Entonces Jesús le dijo: Un hombre hizo una gran cena y convidó a muchos. A la hora de la cena envió a su siervo a decir a los convidados: “Venid, que ya todo está preparado”. Pero todos a una comenzaron a excusarse. El primero dijo: “He comprado una hacienda y necesito ir a verla. Te ruego que me excuses” (Lucas 14:16-18).

 

El segundo se acababa de comprar unos bueyes, y el tercero se acababa de casar. Algunas bodas de este siglo nos pueden alejar de las “bodas del Cordero”: la boda de los siglos. Ambos invitados fueron desechados por el señor, quien ordenó a sus siervos que llamaran en su lugar a “los pobres, los mancos, y cojos, y ciegos”.

 

Dijo el siervo: “Señor, se ha hecho como mandaste y aún hay lugar (vers. 22).

 

¡Las cinco vírgenes insensatas no fueron dejadas fuera por falta de sitio!

 

Dijo el señor al siervo: “Ve por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar para que se llene mi casa” (vers. 23).

 

Esa es nuestra labor: cooperar en que se llene de invitados la fiesta de bodas del Cordero, alumbrar el camino de otros invitados a esa boda sublime.

 

Gocémonos, alegrémonos y démosle gloria, porque han llegado las bodas del Cordero y su esposa se ha preparado. Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente (pues el lino fino significa las acciones justas de los santos). El ángel me dijo: “Escribe: Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero (Apocalipsis 19:7-9).

 

·       Puesto que no sabemos cuándo ha de venir el Esposo, velemos en todo tiempo.

·       Nuestra misión es iluminar el camino a la casa del Esposo.

·       No es suficiente con tener la lámpara.

·       No es suficiente con formar parte de la multitud de los que esperan al Esposo.

·       Necesitamos recibir de él con provecho el valioso aceite de su Espíritu.

 

El Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga: y el que quiere, tome del agua de la vida de balde (Apocalipsis 22:17).

 

 

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