Contemplar su gloria
Tema nº 10
William Brace
Vichy, 27 al 30 septiembre 2001
Si Jesús estuviera aquí, seríamos capaces de estar días enteros escuchándole. Nos deleitaríamos tanto, que el tiempo no tendría importancia para nosotros. Nunca nos cansaríamos de oírlo.
Volvamos al tema de los pactos. Quiero recordaros que al tratar de estos asuntos no estamos sino explorando la superficie de un gran océano cuya profundidad es insondable. En estas predicaciones más o menos genéricas, en las que no podemos profundizar demasiado, mi intención es la de estimularos a estudiar individualmente. La promesa bíblica es que aquellos que están sedientos y hambrientos de justicia, serán saciados. Espero que estas reuniones os motiven a un estudio personal más profundo.
Dijimos anteriormente que cuando se trata del pacto de Dios, estábamos hablando de la promesa de Dios de darse a sí mismo, y eso –decíamos- equivale al evangelio. Dios nunca nos pide que le prometamos a él nada. Nuestra vida, la vida de la raza humana reflejada a lo largo de todas las Escrituras, nos demuestra que el asunto de no prometer nada a Dios es algo realmente difícil para nosotros. Da la sensación de que vivir sin prometerle nada a Dios haya de ser algo demasiado fácil.
Éxodo 19:1-6:
“Al mes tercero de la salida de los hijos de Israel de la tierra de Egipto, en aquel día vinieron al desierto de Sinaí. Porque partieron de Rephidim, y llegaron al desierto de Sinaí, y asentaron en el desierto; y acampó allí Israel delante del monte. Y Moisés subió a Dios; y Jehová lo llamó desde el monte, diciendo: Así dirás a la casa de Jacob, y denunciarás a los hijos de Israel: Vosotros visteis lo que hice a los Egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a mí. Ahora pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros seréis mi reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel”
Ese momento histórico es muy, muy importante. Hemos leído la maravillosa promesa que Dios da, consistente en que él haría de Israel un reino de sacerdotes y gente santa. Dios dijo: “si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, seréis mi especial tesoro...” Vemos, en los versículos 7 y 8, la respuesta del pueblo de Israel:
“Entonces vino Moisés, y llamó a los ancianos del pueblo, y propuso en presencia de ellos todas estas palabras que Jehová le había mandado. Y todo el pueblo respondió a una y dijeron: Todo lo que Jehová ha dicho haremos. Y Moisés refirió las palabras del pueblo a Jehová”
Ahora voy ha hacer una afirmación que quizá os cueste algo de creer y aceptar. No he encontrado ni un sólo pasaje bíblico en el que Dios instruya a los hijos de Israel -ni a nadie- a que le obedezca. Repito: no he encontrado ningún pasaje bíblico en el que Dios nos pida que le obedezcamos. Difícil de creer, ¿verdad? Seguramente estéis pensando que mi afirmación carece de sentido... Seguramente estaréis buscando y encontrando ya algún texto bíblico para hacerme ver lo equivocado que estoy. ¿No es así? Sé que pensáis que ese tipo de textos que exhortan a la obediencia están por todas partes en la Biblia. ¿Alguien tiene una concordancia? -Por mucho que busquéis, no lo encontraréis. Os diré por qué. Dios nunca dijo: “obedecedme”, si no que dijo muy frecuentemente: “dad oído a mi voz”, “obedeced mi voz”, etc. ¿Por qué dice Dios “obedeced mi voz”, y no “obedecedme”? La palabra hebrea que se traduce “obedecer” es, shamar, y significa escuchar, dar oído, prestar atención, o simplemente oír. La Biblia dice, “si diereis oído a mi voz”. Es la voz de Dios la que nos habla palabras, y en la palabra de Dios hay vida. La misma palabra tiene vida. “Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el espíritu de su boca” “Porque él dijo, y fue hecho; Él mandó, y existió” (Sal. 33:6, 9). Se nos dice aquí que todo fue creado por la palabra, y Jesús es esa palabra o Verbo. “En el principio era el verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios” (Juan. 1:1). Y Jesús nos trae la vida. “En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres” (vers. 4). Lo que Dios nos quiere decir, y lo que les quiso decir a los hijos de Israel, es esto: “si prestáis atención o escucháis mi palabra, y la creéis, tendréis vida, y en esa vida obtendréis la bendición de tenerme a mí”.
Y en Éxodo 19 se nos dice: “si shamar mi pacto”, es decir, en el sentido amplio de la palabra: “si amáis esa palabra, si la cultiváis, si la apreciáis, si la guardáis...” Y sólo guardamos algo que consideramos de muchísimo valor, es decir: “si guardáis aquello que amáis -mi pacto- por el gran valor que tiene para vosotros, seréis mi especial tesoro”. Después de oír esto, los hijos de Israel dijeron: “todo lo que Dios ha dicho, nosotros lo haremos”, y entraron así en la experiencia del antiguo pacto, porque Dios no les estaba pidiendo que prometieran nada a cambio. Dios sabe hoy, lo mismo que entonces, que todas nuestras promesas “son como telarañas”. Nuestras intenciones pueden ser muy nobles, pero son deficientes y conducen a la esclavitud. Nuestra respuesta y la respuesta de Israel, debiera ser: “todo lo que Dios ha prometido, él lo hará”.
En el tiempo del Éxodo Dios tuvo que condescender, y vemos aquí de nuevo el concepto del ágape de Dios, al cual no le importa descender para encontrar a sus hijos. Durante cientos de años intentó enseñarles el concepto del nuevo pacto, el pacto eterno, el pacto de la promesa, el pacto de la fe. Pero Israel, la mayor parte del tiempo no lo entendió ni vivió a esa altura.
Esdras 9. En estos tiempos, Israel se encontraba en una situación terrible: se estaban casando con paganos, transgredían el Sábado, etc. Y ahora ved la réplica de Israel a Dios: “Mas ahora, ¿qué diremos, oh Dios nuestro, después de esto? Porque nosotros hemos dejado tus mandamientos, los cuales prescribiste por mano de tus siervos los profetas, diciendo: La tierra a la cual entráis para poseerla, tierra inmunda es a causa de la inmundicia de los pueblos de aquellas regiones, por las abominaciones de que la han henchido de uno a otro extremo con su inmundicia. Ahora pues, no daréis vuestras hijas a los hijos de ellos, ni sus hijas tomaréis para vuestros hijos, ni procuraréis su paz ni su bien para siempre; para que seáis corroborados, y comáis el bien de la tierra, y la dejéis por heredad a vuestros hijos para siempre” (vers. 10-12). Israel admitía su problema. Admitían su pecado, pero ved la solución que ellos mismos proponían al problema, pensando que era la adecuada: “Ahora pues, hagamos pacto con nuestro Dios, que echaremos todas las mujeres y los nacidos de ellas, según el consejo del Señor, y de los que temen el mandamiento de nuestro Dios: y hágase conforme a la ley” (10:3). En el libro de Nehemías vuelve a estar la promesa hecha por el pueblo de Israel, quien dijo de nuevo: ‘Señor, tienes razón, hemos permitido que nuestros hijos e hijas se casen con paganos, hemos menospreciado el Sábado, hemos pecado y sabemos que está mal, así que te prometemos que a partir de ahora ya nunca más cometeremos esos errores’. ¿Sabéis lo que pasó? En los capítulos 12 y 13 se nos explica que hay dos pecados que horrorizaban a Nehemías: seguían transgrediendo el Sábado, y continuaban casándose con paganos. Israel creyó estar rindiendo gran homenaje a Dios al hacerle maravillosas promesas de obediencia, pero no podían cumplir esas promesas porque -como hemos dicho- nuestras promesas son tan débiles como telas de araña, o como cuerdas de arena (Nota: esta última es la expresión literal que E. White eligió en El Camino a Cristo, para ilustrar la inconsistencia de nuestras promesas).
Queridos amigos, os animo a no entrar nunca en ese tipo de tratos con Dios. Por lo que más queráis, no le digáis a Dios que a partir de ahora asistiréis a todas las reuniones, que vais a orar más, que vais a estudiar más la Biblia levantándoos antes por la mañana y dedicándole tiempo. No. No hagáis ese tipo de promesas a Dios. Él no quiere eso, porque sabe que el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil. En cambio, hay una forma en la que puede cumplirse todo lo anterior: “Porque si aquel primero fuera sin falta, cierto no se hubiera procurado lugar de segundo. Porque reprendiéndolos dice: He aquí vienen días, dice el Señor, y consumaré para con la casa de Israel y para con la casa de Judá un nuevo pacto; No como el pacto que hice con sus padres el día que los tomé por la mano para sacarlos de la tierra de Egipto: Porque ellos no permanecieron en mi pacto, y yo los menosprecié, dice el Señor. Por lo cual este es el pacto que ordenaré a la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: Daré mis leyes en el alma de ellos, y sobre el corazón de ellos las escribiré; y seré a ellos por Dios, y ellos me serán a mí por pueblo” (Heb. 8:7-10). Recordad que en la promesa del nuevo pacto, o pacto eterno, es Dios quien os va a dar un nuevo corazón si vosotros lo deseáis y aceptáis. Nunca penséis que es vuestra misión el hacerle promesas a Dios. El nuevo pacto siempre ha existido, puesto que es el pacto eterno, es el pacto de la fe, esa fe que tuvo Abraham cuando Dios le prometió que tendría una descendencia tan numerosa como las estrellas del cielo, y ¿qué respondió Abraham a esa promesa? Dijo Amén, ¡Creo, Señor!, y eso le fue contado por justicia. Esas son las buenas nuevas del pacto. Dios está deseoso de tener una generación, un pueblo, que tome seriamente las promesas de Dios, que las crea al pie de la letra. Espero que vosotros y yo formemos parte de esa generación. No por nosotros mismos, sino por él y para él. Dios ha esperado demasiado tiempo ya para que se produzcan esas bodas del Cordero. Está esperando que su Esposa le diga: Amén.
Aquí concluimos el asunto de los pactos. Quisiera, cambiando de tema, aportar algunas ideas acerca de unos puntos que me han planteado unos hermanos.
El primero de ellos es el de cómo creó Dios a Lucifer, sabiendo que éste se iba a rebelar posteriormente. Creo que Dios lo hizo así porque siendo el Señor quien era y continúa siendo, no podía hacer de otra forma que crear a su imagen a un ser que gozase de libertad, ya que el amor lleva implícita la libertad. Y para Dios, que ama esa libertad, no hay nada más importante en todo el universo que respetar esa libertad. Y siendo quien era Dios, no podía haber obrado de otra forma. Quizá penséis que “mejor que no hubiese creado a un ser tal”, pero entonces Dios hubiese tenido que crear algo así como robots, ya que si no crea a Lucifer hubiese creado algún otro ser, pero siempre con la capacidad de ejercer la libertad. Y como dije, crear con amor-libertad conlleva un riesgo, y si no hubiese sido Luzbel, quizá otro hubiese elegido rebelarse libremente.
Ahora abordaremos otro punto que se me ha planteado en relación a lo sucedido el 11 de Septiembre y unas citas del Espíritu de Profecía. Quiero aclarar que yo no estuve allí el día del atentado.
Verdaderamente lo sucedido ese día es algo muy próximo a lo que Ellen White describió en una visión. Seguramente lo habréis leído ya. Esta visión está en el libro Eventos de los últimos días, y está tomada del libro Joyas de los Testimonios, Tomo 3. En Estados Unidos la cita ha ido circulando por las iglesias. ¿Tenéis traducidos a vuestro idioma esos libros? Es asombroso el parecido que tienen las citas, con lo que sucedió en la realidad.
Un pastor amigo me dijo que leyó esas citas en la iglesia, la semana siguiente a la tragedia, y un hermano muy destacado en la congregación le dijo que ya no volvería más a la iglesia porque se sintió dolido al escuchar todo lo relatado allí. Así que, ¿qué hacer con esos pasajes?
¡Son tan parecidos a la realidad! Incluso las secuencias del tiempo corresponden verdaderamente a los últimos días.
Hay cosas descritas en esas citas que me llaman la atención. Primeramente, E. White describe un fuego que sería muy difícil de apagar, y ciertamente el fuego producido por las explosiones está tardando mucho tiempo en apagarse del todo (al iniciar mi viaje, aún no se había apagado).
La segunda cosa que me llama la atención es que E. White hace una afirmación en la misma cita, y es en referencia a un episodio de guerra: escribió que las profecías de Daniel 11 estaban a punto de encontrar su cumplimiento. Esta última cita corresponde a la segunda sección de la visión. (3 JT, p. 280-283. La cita está reproducida al completo aquí ) Yo me pregunto: si América responde a ese ataque, ¿quién puede asegurar que no vuelva a haber nuevamente una respuesta contra América? ¿Quién sabe cómo acabará todo esto? Pero una cosa es segura: los acontecimientos dependerán de que Dios vea que tiene, o no tiene una Esposa preparada para recibirle cuando venga en las nubes. Digo esto porque deseo que recordéis que hace ya unos cien años hubo otra crisis en Estados Unidos, y el Congreso estuvo a punto de aprobar una ley dominical nacional. Sabemos que esa ley no fue finalmente aprobada, y la razón fue que, contra todo pronóstico, la Esposa no estaba preparada. No sé si la Esposa está ahora preparada, o no lo está. Alguien me dijo, en relación con la condición de la iglesia, que Dios se ha reservado a siete mil que no han doblado su rodilla ante Baal. Estamos viviendo en tiempos asombrosos. No recuerdo ningún otro tiempo en toda mi vida tan singular como este. Y soy ya algo viejo...
Si estuvieseis hoy en Estados Unidos veríais que es un tiempo diferente a todos los demás. La situación me trae a la memoria aquel pasaje bíblico de Lucas 21:25 y 26: “Entonces habrá señales en el sol, y en la luna, y en las estrellas; y en la tierra angustia de gentes por la confusión del sonido de la mar y de las ondas: secándose los hombres a causa del temor y expectación de las cosas que sobrevendrán a la redondez de la tierra: porque las virtudes de los cielos serán conmovidas”. Es bastante parecido a la situación actual, pero recordad: no hemos de mirar al mundo para saber lo que va a suceder, sino que el lugar adecuado a donde mirar es al Lugar Santísimo, donde Cristo está purificando a una iglesia. El estado externo de la iglesia manifiesta si permanece en armonía con lo que se realiza en el interior del Lugar Santísimo.
Quiero decir algo muy breve antes de terminar, en relación con la problemática y dudas que algunos manifestáis acerca de la relación de nuestra iglesia con alguna tendencia ecuménica protestante-católica. Por lo que conocemos en las profecías, pienso que debiéramos huir de cualquier movimiento ecuménico, como si se tratase de la lepra. Os animo a orar por vuestros dirigentes para que Dios nos de sabiduría y no nos comprometamos en nada ilícito, en estas importantísimas horas de la historia. Por favor, orad por los dirigentes de vuestras iglesias, ellos lo necesitan y vosotros también. Que Dios os guarde. ¡Amén!