Contemplar su gloria
Tema nº 9
William Brace
Vichy, 27-30 septiembre 2001
Hoy trataremos acerca de los dos pactos. Es un tema tan y tan profundo, que es prácticamente imposible desarrollarlo en una sola sesión. Así que, si no lo termino hoy, procuraré hacerlo en la próxima reunión.
Ahora concluiremos la predicación anterior relativa a la naturaleza de Jesús. Quisiera dedicar unos minutos a señalar la importancia de este tema. Desgraciadamente algunas personas dicen: ‘Hay dos posiciones, y no sé cuál es la correcta’. Otros piensan que no habrá solución concreta acerca de este tema hasta que estemos en la eternidad. Este tipo de actitud me entristece, porque implica la idea de que el asunto no tiene ninguna importancia. ¿Habéis oído decir alguna vez a alguien: ‘Ese tema no tiene demasiada importancia para mi salvación’? Una conclusión tal refleja una fe egocéntrica e indigna: “Mi salvación” no fue la mente de Jesús. Lo que a nosotros no nos parece importante, para Dios sí puede serlo. Es algo así como aquellos que se implican y participan en un tipo de adoración “muy moderna” conocida como “movimiento de celebración”. Cuando asisto a cualquier congregación de celebración, siempre sostienen que “es bueno para mí” o “no es malo para mí”. Pero la cuestión no es si es bueno o malo para mí, sino si glorifica o deshonra a Dios. Así pues, sobre el tema de la naturaleza de Jesús, debemos preguntarnos: ¿Cuál es la voluntad de Dios? ¿Qué es lo que lo glorifica? Recordad: esas son las preguntas adecuadas, y no, ¿qué necesito yo?, ¿cuál es mi manera de pensar?, o ¿qué me conviene más?
Al asistir al culto de adoración, no importa si el pianista toca bien o mal, o si el predicador me gusta o no, mi gran objetivo debe ser adorar a Dios. Y viviendo así siempre recibiremos mucho más de lo que daremos. Nuestros servicios de adoración están actualmente amenazados de muerte, y no debido a la forma, sino debido al mensaje, ya que el auténtico mensaje del evangelio nunca puede aburrir, y sin embargo la mayoría de nuestros miembros están sumergidos en el aburrimiento y la monotonía espiritual.
1 Juan 4:1-3:
“Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios, porque muchos falsos profetas han salido por el mundo. En esto conoced el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne es de Dios; y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios; y este es el espíritu del Anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo”
En este texto podéis ver que el tema de la naturaleza de Jesucristo es algo importantísimo. Cuando oigo a personas que dicen que no importa si Jesús vino en la carne humana después de la caída de Adán, y luego leo este texto, entiendo que sí que importa: que es un tema capital. Cuando no se tiene la comprensión correcta en este punto, prestamos un servicio muy deficiente a Dios. Y de acuerdo con lo que hemos leído, participamos del espíritu del anticristo. Ahora, quiero que quede clara una cosa: hay una comprensión correcta, y una incorrecta, y yo sé que estáis deseosos de formar parte de “todo espíritu que confiesa que Jesús ha venido en carne (mortal, pecaminosa, como la nuestra)”, pero por favor, no se os ocurra ir al hermano que piensa de modo diferente y decirle que su espíritu es el del anticristo. Nadie debe juzgar a otro. En el texto hay verdaderamente una afirmación muy trascendente, y Dios desea ansiosamente que comprendamos este punto tan vital del evangelio: ¿A qué Cristo adoramos? Que vosotros y yo podamos apreciar su verdadero carácter, a fin de que podamos reflejar ese carácter y estemos listos para recibirlo cuando venga en gloria.
E. White nos dice que es el esfuerzo capital de Satanás, o sea, uno de sus mayores esfuerzos, el evitar que veamos la belleza de Jesús, porque él sabe que cuanto menos contemplemos a nuestro Salvador tal como él es, menos poder habrá en nuestras vidas para vencer el pecado. Y aunque digamos que creemos en Cristo, Satanás triunfa, ya que no hay poder en nuestras vidas para reflejar su carácter. Satanás está entonces contento: podemos seguir guardando el sábado, podemos devolver el diezmo, e incluso podemos abstenernos de comer carne, queso, azúcar... es decir, podemos hacer lo correcto en “las formas”, pero todas estas cosas pueden ser puro legalismo. No necesariamente, puesto que también es posible vivir así porque uno quiera glorificar verdaderamente a Cristo, y eso está muy bien. Pero dejar a un lado un tema tan solemne como ese nos mantendrá en nuestros pecados y evitará que conozcamos al Cristo verdadero. Así pues, nadie debe sentirse feliz diciendo: ‘No entiendo el tema, y como no lo entiendo, no me interesa’. Que nadie se conforme con una comprensión deficiente del núcleo central del evangelio.
1 Juan 3:1 y 2:
“Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no lo conoció a él. Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es”
La promesa aquí, es que aquellos que estén vivos cuando Cristo venga, serán como él en carácter, en toda forma imaginable por causa del evangelio.
Apocalipsis 19:7-9:
“Gocémonos, alegrémonos y démosle gloria, porque han llegado las bodas del Cordero y su esposa se ha preparado. Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente (pues el lino fino significa las acciones justas de los santos). El ángel me dijo: ‘Escribe: Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero’. Y me dijo: ‘Estas son palabras verdaderas de Dios’”
Todo esto me dice que Jesús va a tener una esposa que será como él en carácter, ya que él no se va a casar con cualquiera que sea distinto y piense de forma diferente a la suya. Jesús se casará con una esposa que piense como él, que tenga su mente, que haya vencido como él venció -por la fe-, y que haya pasado por la crucifixión del “yo”. Cristo dice de los tales, que “menospreciaron sus vidas hasta la muerte” (Apoc. 12:11).
Así, es mi oración para cada uno de vosotros, que podamos apreciar este maravilloso tema, y que este mensaje transforme nuestras vidas y que seamos más amantes, más amables y más fieles a la verdad.
Ahora nos adentramos en otro tema: los pactos. Estoy seguro de que habéis oído hablar de los pactos. Sinceramente, me siento incapaz de desarrollar este tema en una sola predicación. Para el cristiano común, incluso para el adventista común, la idea misma de los pactos suele evocar el aburrimiento. Durante muchos años en mi camino como cristiano y adventista, no comprendí los pactos. Asistí a las clases de un profesor famoso en el seminario, y cierto día dijo a la clase: “la semana próxima estudiaremos el tema de los pactos”, y yo me emocioné, porque en relación a este tema yo estaba aún en “Babilonia”, ya que estaba en la más completa confusión -que es lo que significa Babilonia-. Así que me dije: “por fin podré salir de esa horrible confusión en cuanto a los pactos”. Así, a la semana siguiente, en las clases me senté en primera fila. Allí estaba con mi bolígrafo y papel listos para tomar notas. Me sentía feliz pensando que por fin iba a comprender el tema de los pactos. Estuvimos durante toda la semana estudiando, y al final de aquella semana... ¡seguía en Babilonia! Pero el Señor nos dice: “salid de Babilonia”, aunque yo no encontraba la forma. Me sentía chasqueado y confuso como nunca antes. Y no fue hasta que conocí el mensaje de 1888 cuando finalmente cobró sentido para mí el asunto de los pactos.
El no comprender correctamente el tema de los pactos tal y como fue presentado en 1888, nos dejará sin defensa alguna a la hora de contrastar opiniones con nuestros hermanos evangélicos.
Hay teólogos adventistas que predican por televisión, y que participan en debates televisivos con representantes de la comunidad evangélica en relación a la ley y el sábado; y para ser sincero con vosotros, pienso que debido a la interpretación típica y clásica del tema de los pactos de nuestros hermanos, verdaderamente los he visto en grandes apuros, y finalmente barridos por los opositores.
Hoy quisiera compartir con vosotros algo que realmente tocó mi corazón en cuanto a los pactos. Mantened vuestras Biblias abiertas en la epístola a los Gálatas, y permitidme haceros una pregunta: ¿Cuantos de vosotros tenéis el libro, “Las Buenas Nuevas: Gálatas, versículo a versículo”, de E.J. Waggoner? Os pregunto esto, porque os pido que hagáis todo lo posible por obtenerlo y estudiarlo cuanto antes. Debo confesaros que antes de leer este libro, encontraba la epístola a los Gálatas bastante aburrida. Pero gracias a Dios que al comprender el asunto de los pactos tal como está explicado por Waggoner en ese libro, vi nueva luz en esa epístola y ahora me parece fascinante.
Gálatas 4:21-27:
“Decidme, los que queréis estar bajo la Ley: ¿no habéis oído la Ley?, pues está escrito que Abraham tuvo dos hijos: uno de la esclava y otro de la libre. Pero el de la esclava nació según la carne; pero el de la libre, en virtud de la promesa. Lo cual es una alegoría, pues estas mujeres son los dos pactos; el uno proviene del monte Sinaí, el cual da hijos para esclavitud; este es Agar, pues Agar es el monte Sinaí, en Arabia, y corresponde a la Jerusalén actual, ya que esta, junto con sus hijos, está en esclavitud. Pero la Jerusalén de arriba, la cual es madre de todos nosotros, es libre, pues está escrito: ‘¡Regocíjate, estéril, tú que no das a luz; grita de júbilo y clama, tú que no tienes dolores de parto!, porque más son los hijos de la abandonada que los de la que tiene marido’”
Hemos leído aquí que el apóstol Pablo se refiere a los dos pactos: uno es un pacto de “obras”, y el otro, un pacto de “fe”. Se utiliza la ilustración de Abraham. ¿Podéis imaginaros en el cielo junto a Abraham? Imaginad que estáis junto a él, y le preguntáis, ¿te diste cuenta de lo que hiciste?, ¿sabes que por tu incredulidad el mundo se ha sumergido en innumerables guerras (conflicto entre judíos y árabes)? Sabemos de sobras que no lo hizo intencionadamente. De hecho, nosotros hemos cometido ciertamente pecados iguales o mayores que ese.
La elección que hizo Abraham de allegarse a Agar y engendrar a Ismael por la sugerencia de Sara, es una representación del pacto de las “obras”. Sara, que fue la madre de Isaac -el hijo de la promesa- es una representación del pacto de la “fe”. Después de estudiar este tema, he descubierto que la palabra “pacto” en la Biblia en inglés aparece en unas 275 ocasiones. Y cada vez que aparece esa palabra, nunca se menciona como “nuestro pacto”. Es decir, cuando hay un pacto, es el pacto de Dios, y tiene que ver con lo que él hace. Y quiero especificar algo: no es que Dios “hace”, y luego nosotros “hacemos”, no; es solamente lo que Dios hace: es el pacto del Señor, es su pacto. En la Biblia está escrito: “estableceré mi pacto contigo” (Gén. 6:18). Jamás se trata de nuestro pacto. Este es un concepto extremadamente importante. Hay más de un pacto mencionado en la Biblia. Hay un pacto entre superiores e inferiores (leed en 1 Sam. 11:1): en este versículo la persona de menor clase se compromete ante su superior según cierta alianza.
Hay otro tipo de pacto en la Biblia, que significa un acuerdo al cual llegan dos personas del mismo estatus: es un pacto entre iguales.
Hay otro tipo de pacto al cual nos referiremos hoy, y es un pacto que podríamos calificar como unilateral, en el cual el superior se compromete a sí mismo, se obliga a sí mismo, o promete al inferior alguna cosa. Un ejemplo clásico para esto lo encontramos en Génesis 15. Seguramente estáis ya familiarizados con este pacto: es el pacto de Dios a Abraham. Establezcamos claramente el hecho de que el pacto sobre el cual queremos poner toda nuestra atención, es equivalente a una promesa. Repito: pacto es igual a promesa. No es la típica imagen de dos personas poniéndose de acuerdo en algo.
No sirve la ilustración de una persona poniéndose de acuerdo con el banco en la manera de pedir y pagar un crédito. Nosotros pedimos dinero al banco, y el banco nos adelanta ese dinero. Por lo tanto, el banco se ha comprometido a cumplir su parte al darnos ese dinero, y nosotros nos comprometemos también a pagar todos los plazos: se realiza, por decirlo así, un pacto entre ambas partes. Pero si fallamos en cumplir nuestra parte y no pagamos, se procede al embargo de bienes. ¿Sucede así en vuestro país? Estoy seguro de que sí.
Pues bien, olvidad esa ilustración del pacto. El pacto bíblico no tiene nada que ver con la ilustración mencionada del banco. La hemos puesto como ejemplo de lo que NO es el pacto eterno, el pacto de la salvación. Mantened esto en vuestra mente. Es muy importante.
Otro punto que quiero aclarar es que el pacto no es un asunto de cronología, sino de condición. Recordad muy bien esto, porque uno de los motivos por los que los adventistas se encuentran en apuros, es porque piensan que los pactos son una cuestión de tiempo cronológico en la historia. Pensar así hace imposible el defender la observancia de los diez mandamientos y el sábado en la era cristiana. Es una trampa muy peligrosa, ya que muchos dicen que el antiguo pacto forma parte del Antiguo Testamento, y el nuevo pacto tiene que ver con el Nuevo Testamento. Nosotros, como adventistas, no podemos estar de acuerdo con eso. Aunque muchos han reinventado una solución diciendo: “de Adán al Sinaí estaba vigente el nuevo pacto. Luego fue dada la ley en el Sinaí y entraron en el antiguo pacto, y así estuvieron hasta la cruz, y a partir de allí, vuelve otra vez el nuevo pacto.” Hablan del pacto de Abraham, el pacto de Noé, etc, etc... ligándolos siempre al tiempo, a la cronología histórica. Pero el gran problema es que muchos adventistas están hoy bajo el antiguo pacto, porque verdaderamente se nos han enseñado los conceptos del antiguo pacto, e inconscientemente esos conceptos han sido presentados como si fueran el nuevo pacto, mientras que en realidad son el antiguo. Muchos de nuestros jóvenes están desanimados porque involuntariamente se les ha educado en los conceptos del antiguo pacto. Esos conceptos están impregnados a veces en las lecciones de Escuela Sabática, e incluso en los himnos del himnario adventista.
Vayamos ahora al Antiguo Testamento, y veamos allí las glorias del nuevo pacto, o pacto eterno. ¿Sabéis?, el nuevo pacto o pacto eterno, es lo mismo que el Evangelio Eterno. El pacto en el que Dios se implica con nosotros, es una promesa.
¿Sabríais identificar en la Biblia dónde está ese pacto eterno, nuevo pacto o primer pacto? ¿Dónde aparece por primera vez ese pacto?
Apocalipsis 13:8:
“...Cordero que fue muerto desde la creación del mundo”
Jesús fue el Cordero inmolado desde el principio del mundo. En el cielo mismo, el Padre y el Hijo entraron en un pacto. El pacto consistía en que si el hombre pecaba, Jesús sería el instrumento para hacer la expiación o reconciliación. Así pues, el pacto eterno tuvo lugar en el cielo; pero aquí en la tierra -quizá voy a sorprenderos , lo encontramos en Génesis 1, y no tiene mucho que ver con la raza humana.
Génesis 1:20-23:
“Dijo Dios: ‘Produzcan las aguas seres vivientes, y aves que vuelen sobre la tierra, en el firmamento de los cielos’. Y creó Dios los grandes monstruos marinos y todo ser viviente que se mueve, que las aguas produjeron según su especie, y toda ave alada según su especie. Y vio Dios que era bueno. Y los bendijo Dios, diciendo: ‘Fructificad y multiplicaos, llenad las aguas en los mares y multiplíquense las aves en la tierra’. Y fue la tarde y la mañana del quinto día”
¿Por qué digo que en estos versículos aparece ya el pacto eterno? Hemos leído en el versículo 22: “fructificad y multiplicaos”. Aquí hay una orden dada a unos animales, y toda orden de Dios es una promesa.
Es interesante: el primer pacto, la primera promesa, la primera orden, es dada a los peces del mar y a las aves. Luego vemos que en el sexto día, Dios repite este pacto: dice lo mismo a los animales terrestres, y luego ved los versículos 27 y 28:
“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Los bendijo Dios y les dijo: ‘Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra y sometedla; ejerced potestad sobre los peces del mar, las aves de los cielos y todas las bestias que se mueven sobre la tierra”
Dios dijo a Adán y Eva: fructificad y multiplicaos, y vemos que esa orden, esa promesa, se cumplió. Vosotros mismos sois un testimonio viviente de eso. En cierto sentido, Dios dio a Adán y Eva un pacto, justo en el mismo momento en que los creó, ya que en cada orden hay una promesa, y Dios nunca se vuelve atrás de sus promesas, porque en la promesa o pacto, hay vida. “Todas las promesas son en él ‘sí’, y en él ‘amén’, por medio de nosotros, para la gloria de Dios” (2 Cor. 1:20).
En todo pacto hay una bendición, porque en cada pacto hay una promesa, y cuando Dios promete algo, está bendiciendo junto con la promesa. Dios cumple todas sus promesas y bendiciones en Cristo Jesús, ya que en él hay vida.
¿Recordáis cuando Isaac bendijo a Jacob en lugar de Esaú? Gén. 27:18-19, 24, 25-27, 35 y 38. Isaac le dijo a Esaú que no podía retirar la bendición que había dado a Jacob, porque Isaac comprendió el pacto o la promesa, y estaba actuando como representante de Dios. Cuando Dios da una promesa, nunca puede ser retirada o anulada. Dios se da a sí mismo, por lo tanto podéis fiaros. Es un concepto muy importante: Dios se ofrece como garantía para el cumplimiento de esa promesa o pacto. Este aspecto aparece ciertamente en Génesis 3:15: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; esta te herirá en la cabeza, y tú la herirás en el talón”. Dios da la promesa, y junto a ella, se da a sí mismo en la persona de su Hijo, el Mesías o Simiente que redimirá a la raza humana. Dios se implica totalmente en sus promesas. Este es otro ejemplo del amor ágape.
Este pacto fue repetido también a Noé.
Génesis 9:12-17:
“Asimismo dijo Dios: ‘Esta es la señal del pacto que yo establezco a perpetuidad con vosotros y con todo ser viviente que está con vosotros: Mi arco he puesto en las nubes, el cual será señal de mi pacto con la tierra. Y sucederá que cuando haga venir nubes sobre la tierra, se dejará ver mi arco en las nubes. Y entonces me acordaré de mi pacto con vosotros y todo ser viviente de toda especie; y no habrá más diluvio de aguas para destruir todo ser vivo. Estará el arco en las nubes; lo veré y me acordaré del pacto perpetuo entre Dios y todo ser viviente, con todo lo que tiene vida sobre la tierra’. Dijo, pues, Dios a Noé: ‘Esta es la señal del pacto que he establecido entre mí y todo lo que tiene vida sobre la tierra’”
La buena nueva es aquí que cuando Dios dio su promesa o pacto, no solamente la dio a Noé y a sus descendientes, sino que la dio también a los pájaros y a todo tipo de animales. No es preciso señalar que los animales son incapaces de prometer algo a cambio.
Comprended este concepto: el asunto del nuevo pacto no tiene que ver con el factor tiempo, sino con la condición o estado de la mente. Y como sabéis, es Dios el que proporciona esa condición en nuestra mente. Lo único que Dios espera de nosotros es que recibamos la promesa o pacto: que creamos su palabra.
Génesis 12:1-3:
“Jehová había dicho a Abram: ‘Vete de tu tierra, de tu parentela y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Haré de ti una nación grande, te bendeciré, engrandeceré tu nombre y serás bendición. Bendeciré a los que te bendigan, y a los que te maldigan maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra’”
En estos versículos Dios promete a Abraham siete cosas. Cuando estéis tranquilos en vuestros hogares, las podéis contar. Dios prometió a Abraham el cielo. Las parejas de jóvenes, cuando se enamoran, se prometen uno al otro muchas cosas, si bien cumplir todas esas promesas suele resultar imposible. Pero en estos versículos vemos que Dios hace muchas promesas a Abraham: el cielo mismo. Dos preguntas para terminar: ¿Creyó Abraham la promesa? ¿Cumplió Dios la promesa? -Sí, ciertamente.
No es tan difícil permanecer en la condición del nuevo pacto: Dios promete; tú y yo creemos, y la promesa se cumple. Con este concepto en la mente concluimos el tema, y en la próxima reunión lo desarrollaremos más ampliamente. Que Dios os bendiga.