Contemplar su gloria
Tema nº
8
William Brace
Vichy, 27 al 30 Sep. 2001


Estoy feliz de reencontrarme con vosotros, y es mi oración que sea que conozcáis o no el tema que voy a presentar, os signifique una gran bendición espiritual, y que sea realmente como pan fresco para todos.

Hoy quisiera hablaros del Pan de Vida: de Jesús. ¿Hay acaso alguna otra cosa más interesante de la cuál hablar? -No, no hay nada tan sublime como Jesús. Y si en algo se centra el mensaje de 1888, es precisamente en Jesús. Llegamos hoy, pues, a un tema que es la base misma del mensaje de la justicia de Cristo dado en Minneapolis, en 1888. Hoy abordaremos el tema de la naturaleza de Cristo.

Sé que acerca de este punto, en la geografía adventista, muchos dicen: “prefiero no hablar del tema”. Por desgracia, para muchos es un tema polémico y no les ha aportado más que controversia. Y si alguno de vosotros albergáis este tipo de preocupaciones, quiero deciros que este tema de la naturaleza humana de Cristo no es de ninguna forma polémico. “La humanidad del Hijo de Dios es todo para nosotros”. “Necesitamos comprender, hasta donde sea posible, la naturaleza verdaderamente humana de nuestro Señor” (Mensajes Selectos vol. I, p. 286; vol. III, p. 153).

Durante décadas ha prevalecido la discusión constante en cuanto a qué tipo de naturaleza adoptó Jesús.

Quiero recordaros algo que he venido repitiendo en varias ocasiones durante estas charlas, y es que existe un principio hermenéutico -o sea, un fundamento de interpretación- que nos ayudará a comprender correctamente la naturaleza de Cristo. Y como creo que recordáis ya, ese principio es el ágape, el principio del amor. Cuando tú y yo comprendemos ese tipo de amor, sólo hay una conclusión a la que podemos llegar con sinceridad, en relación con la naturaleza de Cristo.

Recordad también que cuando hablábamos del ágape decíamos que era un amor desprovisto de egoísmo y lleno de abnegación, un amor dispuesto a condescender hasta lo más bajo.

Hay algo muy importante y digno de ser recordado. ¿Recordáis qué dice El Conflicto de los Siglos, p. 710? Lo hemos comentado anteriormente. Es una frase muy corta. E. White escribió: “El misterio de la cruz explica todos los demás misterios.” Así que el tema de la naturaleza de Cristo puede ser explicado cuando uno comprende el amor de Dios manifestado en la cruz de Cristo. Aceptad este consejo: no intentéis explicar la naturaleza de Cristo al margen de la Cruz, ya que podríais terminar en un discurso totalmente legalista.

Permitidme que os cuente una historia un poco triste. Hace ya unos años, en una reunión campestre en Boston, mi esposa y yo fuimos a la ciudad, y nos dirigimos a una librería adventista. Mi esposa entró. Yo me quedé fuera unos instantes. De pronto salió mi esposa y me dijo: “Has de entrar inmediatamente.” El motivo es que dentro de la tienda estaba sucediendo algo. Al entrar comprobé que en plena tienda había dos hombres discutiendo enérgicamente y a viva voz. Estaban exaltados y gritaban desaforadamente. Se los podía oír por todo el edificio. ¿Podéis imaginar sobre qué tema estaban discutiendo? -Pues sí, discutían sobre la naturaleza de Cristo. Estaban a medio metro el uno del otro. Sus rostros reflejaban ira. Me acerqué a ellos, y presté atención durante unos momentos a lo que decían. Conocía a ambos. Y ellos se conocían también el uno al otro. Uno era miembro del personal docente del seminario, y el otro era un laico pero profundo estudioso y conocedor de la Biblia. Se señalaban uno al otro con el dedo. Finalmente me acerqué más y les dije: “Perdonen caballeros -llamarles caballeros en esos momentos era una evidente exageración- ¿qué están haciendo?” Me miraron, y uno de ellos, que estaba especialmente irritado, se dirigió a mí, y en aquel momento pensé que me iba a decir que me ocupara de mis asuntos, pero antes que replicaran nada, les pregunté: “¿Qué creen que pensará la gente si les ve así?” Decidieron poner fin instantáneamente a la disputa. Uno de ellos tendió la mano al otro para reconciliarse. Pero el otro la rehusó, abandonando apresuradamente la tienda. Me dio la sensación de estar viendo a dos niños.

Según mi comprensión de las Escrituras, podía estar de acuerdo con el punto de vista de uno de ellos. Pero al margen de qué posición defendieran, los dos estaban equivocados al 100%. ¿Triste verdad? Pues dejadme que os diga que estas confrontaciones suceden a menudo en las Escuelas Sabáticas y en otras reuniones.

Lo que sucede en consecuencia es que las personas que tienen cargos de responsabilidad, juntamente con los dirigentes, al ver estos panoramas, concluyen: “Esto causa discusiones; es un tema polémico.” Entonces no quieren saber nada del tema en sí, ni de los que comprenden la importancia que tiene.

Os animo a no repetir jamás una escena como esa. Si sois siervos de Jesús, jamás os envolveréis en disputas. Vayamos ahora a la Biblia, y prestemos atención reverente a una de las más maravillosas lecciones de las Escrituras. Pero antes de leer quiero daros mi testimonio personal.

Cuando descubrí a Cristo por primera vez en el mensaje de 1888 –hará unos quince años– fue este tema precisamente el que conmovió mi corazón como ningún otro. Recuerdo cómo me hizo derramar lágrimas, y lo inspirador que fue para mí. Contemplé a Jesús como a Aquel que es “todo él deseable”, el “señalado entre diez mil”, aunque eso significó para mí una humillación. Viví un arrepentimiento mucho más profundo del que había experimentado hasta entonces. Conocer así a Jesús, subyugó de tal manera mi corazón que este tema que quizá vayáis a oír por primera o por enésima vez, cuando yo lo oí por primera vez, quebrantó mi corazón de gozo. Es mi deseo que conmueva también el vuestro.

El primer capítulo de Mateo nos habla de la encarnación de Jesús, y no olvidemos que la cruz está también comprendida en la encarnación. Podríamos decir que la cruz y la encarnación son una y la misma cosa, constituyendo una la culminación de la otra.

Quizá como adventistas no celebramos la Navidad, pero cada año por esas fechas, cuando pienso en la encarnación de Jesús, me emociono. Y es que una y otra vez me maravilla cómo es que Dios pudo venir a ser hecho hombre. Podemos apreciar que el ágape fue lo que lo motivó a descender al nivel de la creación, al nivel de la criatura. Y es que él se deleita en acercarse a sus criaturas tanto como le es posible.

Una de las expresiones favoritas de los mensajeros de 1888, Jones y Waggoner, y también de la hermana White cuando iban a predicar a varios lugares, fue: “Sentimos la necesidad de presentar a Cristo, no como el Salvador que está alejado, sino cercano, a la mano” (EGW, Review and Herald, 5 Marzo 1889). Y queridos amigos y hermanos, las gratas Buenas Nuevas es que vosotros y yo tenemos a un Salvador a nuestro alcance, Uno que ha sido hecho en todo como nosotros, pero sin pecado.

Mateo 1:21-23:

Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Todo esto aconteció para que se cumpliera lo que dijo el Señor por medio del profeta: ‘Una virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Emmanuel’ (que significa: ‘Dios con nosotros’)”

La Escritura no dice: “Dios aparte de nosotros”, ni tampoco: “Dios contra nosotros”, sino que el énfasis está en “Dios con nosotros”. En Cristo mora corporalmente la plenitud de la Deidad, y Dios desea morar con sus criaturas por encima de toda cosa. Nos ha creado para tener una comunión eterna con él, para estar en eterna compañía con él. Dios se ha acercado y relacionado con nosotros mediante profetas y escritores inspirados, mediante hombres y mujeres consagrados, a fin de quitar de este mundo el problema del pecado, pero sobretodo trata y erradica el problema del pecado mediante su Hijo. Así pues, estudiemos cómo trata Jesús el problema del pecado.

Romanos 8:3 y 4:

Lo que era imposible para la Ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado, y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne, para que la justicia de la Ley se cumpliera en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu”

Pablo quiere decirnos que Jesús vino a ser hecho como nosotros en sustancia, a fin de que nosotros podamos ser hechos como él en carácter. Hemos leído que vino “en semejanza de carne de pecado.” ¿Sabéis qué significa en el original griego la palabra “semejanza”? El significado es identidad: que es idéntico, que es homogéneo (griego: omóioma). Cristo vino a ser hecho en carne de pecado, que no es lo mismo que decir que él tenía carne de pecado, o naturaleza pecaminosa. Recordad, no decimos que él tenía naturaleza pecaminosa, sino que sobre su naturaleza divina e impecable tomó sobre sí nuestra naturaleza pecaminosa, porque ciertamente venía a redimir a la naturaleza pecaminosa. Y el original griego utiliza una palabra que quizá ya conozcáis: sarx. Se traduce por “carne”, pero no en el sentido de carne de animal para comer (o vianda), sino en el sentido de la naturaleza misma de la carne. Es por eso que Pablo dijo en 1ª de Corintios 15:50 “que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios”. Así pues, repetimos: Jesús, sobre su naturaleza impecable, tomó nuestra naturaleza pecaminosa (así lo afirmó E. White en Carta 67, 1902), y haciendo esto “condenó al pecado en la carne, para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu”.

Este es un maravilloso mensaje que nos habla de la posibilidad de victoria sobre el pecado, y me dice que podemos llegar a tener “la mente de Cristo” (1 Cor. 2:16). Y os recalco una y otra vez: nunca la obtenemos por lo que “hacemos”, sino por lo que él hizo y continúa haciendo en nuestra mente y nuestro corazón. En el Nuevo Testamento se repite constantemente la idea de la identidad de Jesús con la naturaleza del hombre pecador, de su identidad con nuestra naturaleza pecaminosa. ¿Recordáis lo que decían los escribas y fariseos de Jesús? “Este a los pecadores recibe, y con ellos come” (Luc. 15:2). Jesús no había venido a llamar a justos al arrepentimiento. Él dijo que había venido a llamar a pecadores (vers. 7), y no podía llamar a los escribas y fariseos si ellos insistían en mantenerse alejados de él, aunque él estaba ciertamente “cercano, a la mano”. Jesús se acercaba a los pecadores porque eso le causaba deleite, y aún hoy siente el mismo placer en acercarse a los pecadores. No es que esté conforme con sus pecados: ni los excusa ni los aprueba, pero está junto al pecador para que éste pueda comprobar cuán cercano esta Cristo de él. Es su Salvador. El pecador no lo merece, pero aún así Cristo es su Salvador y “ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros” (Hech. 17:27), con la finalidad de llamarnos desde cerca para que abandonemos nuestros pecados.

E. White nos explica en su libro El ministerio de curación, que el método de Jesús es el único que tiene éxito para llegar a los pecadores y dar curación al alma. Cristo habitó entre pecadores a fin de hacerles bien, participó de sus necesidades y así ganó su confianza para poder decirles luego: “sígueme”. Este sigue hoy siendo el único método eficaz.

Si comprendéis el tema de la naturaleza de Cristo, comprenderéis el asunto del arrepentimiento corporativo: ambos temas guardan una estrecha relación, aunque todo comienza por entender primeramente el concepto del amor ágape.

Hebreos 2:14:

Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo”

Vemos una vez más el énfasis que pone la Escritura en el aspecto de la identidad. Haría falta mucha ceguera espiritual para no reconocer que esa declaración clave implica una identidad. Dice el texto: “por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo”. El significado es que participó de lo mismo que sus hijos.

He podido escuchar a un predicador adventista bien conocido que no simpatiza en absoluto con el concepto de que Cristo tomó sobre sí nuestra naturaleza humana pecaminosa. Este querido hermano sugiere que la traducción no es correcta, que el original griego no dice eso. Pero verdaderamente la traducción es correcta; el original quiere decir exactamente lo que está traducido. El énfasis, en el original griego, está en la frase “él participó de lo mismo”, es decir: Cristo participó de la misma carne y sangre que sus hijos. Recordad: el amor ágape llevó a Cristo a identificarse con sus seres creados en la condición caída de estos. Se acercó a sus criaturas caídas tanto como era posible hacerlo.

Existen otras maneras de concebir a Cristo, que lo mantienen tan alejado del ser humano como sea posible, mientras que yo ciertamente necesito a un Salvador que se acerque a mí, y no a uno alejado, en cuyo caso no podría tener esperanza. Por lo general, el que rechaza este punto de vista acerca de la humanidad de Jesús, rechaza también el concepto de la victoria sobre todo pecado en esta vida, y con esta naturaleza pecaminosa que tenemos.

Veamos ahora las razones por las cuales Cristo vino a ser hecho como nosotros, pero sin pecado.

Hebreos 2:15-18:

Y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre. Ciertamente no socorrió a los ángeles, sino que socorrió a la descendencia de Abraham. Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados”

Primeramente, Pablo nos dice aquí la razón por la cual Cristo se hizo como nosotros: para redimir a la carne pecaminosa, Jesús debía tomarla sobre sí. En segundo lugar, nos dice que ha venido a socorrernos. Veámoslo también en Hebreos 4:14-16:

Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús, el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. No tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”

La primera vez que vine a Europa, fue en 1989, estaba muy emocionado. Uno de mis estudios es la historia, especialmente la historia de Europa. Así que mi primer viaje a Europa fue inolvidable. Estuve allí unas dos semanas y media. La emoción era indescriptible.

No obstante, la emoción se truncó de repente unos dos o tres días antes de acabar mis vacaciones. Fui a Ginebra, y desde allí llamé a mi casa, y pregunté por mis hermanos de iglesia. Me anunciaron algo muy triste: dos de mis queridos miembros de iglesia habían perdido a su hijo en un terrible accidente. Una especie de abeja muy peligrosa picó al hijo de este matrimonio. Algunas personas son alérgicas al veneno que tienen estos insectos, y después de haber sido picados, se les produce un grave problema en las vías respiratorias, y eso les provoca una asfixia mortal. El niño falleció unos diez minutos después de haber sido picado. Podéis imaginar lo destrozada que estaba la familia. Después de oír la noticia, tuve deseos irreprimibles de ir rápidamente para estar con ellos y tratar de consolarlos. Cuando finalmente pude llegar a Estados Unidos fui sin demora a su casa, y cuando los vi, los abracé e intenté consolarles como pude, traté de animarlos lo mejor que supe. Pero recuerdo muy vívidamente algo que sucedió. Parecían estar apreciando mi compañía y los esfuerzos que hacía para animarlos, cuando de pronto alguien llamó a la puerta. Entró una vecina y comenzó a hablarles, y cuando oí cómo les hablaba, comprendí que sus palabras y su compañía eran mucho más eficaces y consoladoras que las mías. Pude contemplar los lazos que los identificaban y los unían. No cabía duda alguna de que el ministerio de aquella vecina estaba siendo mucho más eficaz que el mío. ¿Sabéis por qué? Aquella vecina también había perdido a su hijo en un desgraciado accidente. Conocía por experiencia propia el valle de sombra de muerte que aquellos padres estaban recorriendo.

La razón por la que tenemos un Sumo Sacerdote tan lleno de compasión y tan eficaz, es porque él ha sido tentado en todo punto como nosotros, pero sin haber cedido al pecado.

Permitid que os diga algo que toca mi corazón. ¿Recordáis la historia de aquella mujer sorprendida en adulterio, que fue llevada temblorosa ante Jesús? Ella no esperaba otra cosa excepto ser condenada, tanto por los hombres que la arrestaron como por Jesús, y sabía quizá que todo terminaría en su propio terrible apedreamiento. La Escritura, en Juan 8:6, dice que los escribas y fariseos “querían tentar a Jesús para poder acusarle”. Pero Jesús, cuando vio a esa mujer, le dijo: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más” (vers. 11).

¿Por qué Jesús pudo ser tan compasivo con esta mujer, cuando las otras personas manifestaron únicamente su propia justicia? La respuesta es sencilla: Jesús sabía que sin el sostén y el apoyo de su Padre Celestial, él mismo podía haber caído en el mismo pecado que esa mujer. Jesús se puso en el lugar de esa mujer, y de alguna manera se vio a sí mismo en su situación. Supo que de no ser por el poder y la gracia de Dios, caería como ella cayó. Si adquirimos esa manera de pensar hacia los demás pecadores, eso nos transformará en eficaces ganadores de almas. En realidad esto tiene mucho que ver con el concepto del arrepentimiento corporativo. No nos podemos desvincular jamás del pecador, puesto que formamos parte de un mismo cuerpo, cuya cabeza es Cristo. Si uno goza, todos se gozan con él; si uno peca, todo el cuerpo queda afectado por ese pecado. Nunca podemos decir: “¡Oh, yo no tuve nada que ver con su alegría o con su dolor!”, ni podemos decir con verdad: “Yo nunca habría caído en un pecado así”.

Esta es una profunda y maravillosa verdad. Jesús conoce la experiencia por la que estás atravesando. No está alejado de ti, sino cercano, a la mano. Él es tu gran Sumo Sacerdote, y ha ganado merecidamente esta distinción, ya que se hizo hombre como tú y fue tentado en todo como tú, aunque sin pecado.

Podemos pues descubrir que tenemos un Sumo Sacerdote que nos ama y comprende mucho más profunda y personalmente de lo que habíamos imaginado. Sabe exactamente qué significa ser tentado intensamente. Podríamos decir que de alguna manera él tomó sobre sí mismo todo nuestro penoso equipaje, todo lo que teníamos y éramos.

Gálatas 4:4 y 5:

Cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo la Ley, a fin de que recibiéramos la adopción de hijos”

Ahora relacionad este texto con el de Romanos 3:19:

Sabemos que todo lo que la Ley dice, lo dice a los que están bajo la Ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios”

Queridos amigos, el texto de Gálatas nos dice que estando nosotros bajo la ley, él nació bajo esa ley para redimirnos. Él estuvo en la misma situación en la que nos encontrábamos nosotros; tomó toda la carga, todo el equipaje, se hizo súbdito a la ley.

¿Recordáis la historia de Jacob, aquel sueño que tuvo en el que vio una escalera que iba del cielo a la tierra.? ¿Recordáis que en el sueño los ángeles subían y bajaban apresuradamente por aquella escalera?

Génesis 28:12:

Y tuvo un sueño: Vio una escalera que estaba apoyada en tierra, y su extremo tocaba en el cielo. Ángeles de Dios subían y descendían por ella”

¿Sabéis quién es esa escalera ? Juan 1:51:

De cierto, de cierto os digo: ‘Desde ahora veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre”

Pregunto: ¿De qué serviría una escalera que no tocara al suelo, que estuviera colgando en el aire por encima vuestro? ¿Cómo podría ayudaros a subir, una escalera así? No podéis subir por ella; es necesario que la escalera toque y se asiente bien en el suelo para poder ascender por ella hasta el cielo. Y es significativo que el gran Dios del cielo nos amó tanto, que estuvo dispuesto a venir y a descender hasta el mismísimo polvo y tierra, el polvo y la tierra de los cuales tú y yo estamos hechos, según Génesis 2:7: “Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra...” Todo esto me dice que el Señor, el gran Dios, descendió a tal grado de humillación por ti y por mí, que eso se vuelve para nosotros algo inimaginable, pero digno de contemplación y de estudio por la eternidad. Este es el verdadero amor; lo demás no es nada en comparación con eso. Cuando pienso en esto, me siento compungido, y me dan ganas de llorar. Oh, Señor, ¡me has amado tanto como para llegar a este grado en la humillación!

Romanos 1:3:

...su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne”

Se nos dice aquí que Jesús fue hecho de la simiente de David según la carne. Eso nos recuerda la singular promesa que se nos da en Génesis 3:15:

Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; esta te herirá en la cabeza, y tú la herirás en el talón”

Aquí está la promesa de que el Mesías vendría, y nacería de mujer. No una mujer impecable, como la religión popular enseña hoy, sino que nació de una mujer con una naturaleza pecaminosa como la tuya y la mía, aunque ciertamente era una mujer bondadosa y ejemplar. Necesitamos recordar que si pensamos que Jesús no está cerca, sino alejado, entonces jamás podría haber condenado al pecado en la carne, y nunca podríamos imaginar siquiera que la justicia de la ley pudiera ser cumplida en nosotros.

Juan 5:30:

No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo, y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del Padre, que me envió”

Jesús tenía un combate constante, una lucha con la naturaleza pecaminosa que tomó sobre sí, una batalla con la carne. En el versículo leído vemos cómo él tenía una voluntad humana en necesidad de ser sometida a la del Padre. Él tenía un “yo”. Leamos Juan 6:38:

He descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió”

Durante toda su vida Jesús mantuvo su voluntad en constante sujeción a la de su Padre. Ni siquiera por un momento dejó de someterla a Dios Padre. Pero verdaderamente, fue tan tentado desde su interior como del exterior, tal como lo somos nosotros, porque como hemos dicho, vino y tomó nuestra naturaleza sobre sí mismo. Nunca dudéis que su vida fue de una lucha constante. Observad el clímax de esa lucha en el huerto del Getsemaní.

Lucas 22:41-44:

Se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra, y puesto de rodillas oró, diciendo: ‘Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya’. Entonces se le apareció un ángel del cielo para fortalecerlo. Lleno de angustia oraba más intensamente, y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra”

Su lucha era terrible e intensa. Su naturaleza, su “yo”, combatía de tal manera para no ir a la cruz, que Lucas dice por inspiración que sudó sangre. Finalmente, dijo victorioso: “...no se haga mi voluntad, sino la tuya.” Que Dios os bendiga.

 

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