Contemplar su gloria
Tema nº 7
William Brace
Vichy, 27 al 30 septiembre 2001
Números 13:1-3 y 26-33:
“Después movió el pueblo de Haseroth, y asentaron el campo en el desierto de Parán. Y Jehová habló a Moisés, diciendo: Envía tú hombres que reconozcan la tierra de Canaán, la cual yo doy a los hijos de Israel: de cada tribu de sus padres enviaréis un varón, cada uno príncipe entre ellos”.
“Y volvieron de reconocer la tierra al cabo de cuarenta días. Y anduvieron y volvieron a Moisés y a Aarón, y a toda la congregación de los hijos de Israel, en el desierto de Parán, en Cades, y diéronles la respuesta, y a toda la congregación, y les mostraron el fruto de la tierra. Y le contaron, y dijeron: Nosotros llegamos a la tierra a la cual nos enviaste, la que ciertamente fluye leche y miel; y este es el fruto de ella. Mas el pueblo que habita aquella tierra es fuerte, y las ciudades muy grandes y fuertes; y también vimos allí los hijos de Anac. Amalec habita la tierra del mediodía; y el Hetheo, y el Jebuseo, y el Amorrheo, habitan en el monte; y el cananeo habita junto a la mar, y a la ribera del Jordán. Entonces Caleb hizo callar el pueblo delante de Moisés, y dijo: Subamos luego, y poseámosla; que más podremos que ella. Mas los varones que subieron con él, dijeron: No podremos subir contra aquel pueblo; porque es más fuerte que nosotros. Y vituperaron entre los hijos de Israel la tierra que habían reconocido, diciendo: La tierra por donde pasamos para reconocerla, es tierra que traga a sus moradores; y todo el pueblo que vimos en medio de ella, son hombres de gran estatura”
Jesús enseñaba y predicaba a la vez. Me gustaría hacer hoy lo mismo, aunque mucho temo que sepamos más de predicar que de enseñar. Hemos leído un capítulo conocido del libro de Números. Sabemos que los hijos de Israel, después de salir de Egipto, atravesaron el Mar Rojo y fueron librados de los egipcios. Después de esa gran liberación estallaron en cánticos de alabanza y gratitud a Dios por haber sido liberados. Estaban tan felices y agradecidos a Dios que María, hermana de Moisés, los dirigió en un gran canto de alabanza y victoria. Pero poco tiempo después surgió un problema: necesitaban agua, y comenzaron a murmurar.
Alguien dijo que “si los hijos de Israel hubiesen continuado cantando, habrían entrado en la tierra prometida. Pero en lugar de cantar, murmuraron”. Esta es una buena lección para nosotros. Quizá una de las razones por las que aún no estamos en la tierra prometida, es porque murmuramos y criticamos más de lo que cantamos y adoramos.
No sé como será en vuestro país, pero en el mío hay mucha murmuración y crítica, y yo me incluyo. Deseo que Dios permita que podamos aprender una lección importante del pueblo de Israel, un pueblo que todavía no pudo gozarse en la tierra prometida. Israel pasó por el monte Sinaí y llegó a un lugar donde se esperaba que el pueblo entrara a poseer la tierra prometida. Ellos estaban en una situación que no es distinta de aquella en la que nos encontramos tú y yo: la expectativa del retorno de Jesús y de entrar en la Canaán celestial.
Por aquel entonces Moisés eligió a doce personas que la Biblia llama espías o mensajeros, para ir a explorar el país. La Biblia nos dice también que Moisés eligió a una persona importante de cada tribu, y los instruyó para que fuesen a la tierra prometida y trajeran un informe explicando si era buena o mala tierra, si había abundancia, si habían bosques... qué clase de gente habitaba allí. Así que efectivamente, fueron los doce mensajeros a la tierra prometida. Fueron al norte, sur, este y oeste. Y a los cuarenta días regresaron con su informe. Y como hemos leído -y podéis recordar-, fue un informe muy interesante. Dijeron: ‘Sí, es una tierra maravillosa, fluye leche y miel, es grandiosa y formidable, sus frutos increíbles, ved aquí este racimo gigantesco. Es una tierra abundante. Es todo lo que uno puede soñar. Dios ha puesto ante nosotros la tierra que prometió a nuestro padre Abraham’.
Podéis imaginar al pueblo de Israel loco de alegría, después de oír esta descripción tan fantástica de la tierra prometida. Algo así como lo que nosotros manifestaremos al pasar por la experiencia de Apocalipsis capítulos 21 y 22. Israel estaba ciertamente feliz y exultante. Pero de las alturas de la alegría desbordante, cayeron hasta lo más bajo en el desánimo, cuando oyeron que en aquella tierra estaban los “hijos de Anac” (gigantes). Esos habitantes eran mucho mayores que ellos en estatura, hasta el punto de que los israelitas se sentían “como langostas a su lado”. No exageraban. Había gigantes. Los espías dijeron: “son terribles”. A medida que el pueblo oía el informe, la pequeña fe que tenían se evaporaba y desaparecía. Comenzaron a murmurar, diciendo: ‘Dios nos ha sacado de Egipto para destruirnos’. Tomaron una decisión. Dijeron: ‘Volvamos a Egipto; busquemos nuevos dirigentes y volvamos allí. Al menos teníamos alimentos para comer. Es verdad que allí éramos esclavos; pero es mejor la esclavitud que esto’. Se produjo un motín. Como sabéis, dos de los doce espías -Caleb y Josué- dijeron´: ‘¡No hagáis eso! Es verdad que hay gigantes, pero nuestro Dios es mucho más poderoso que ellos, y él nos librará’.
Cuando uno presta atención a esta historia, suele preguntarse: ‘¿Cómo podían tener tan poca fe los hijos de Israel? Habían presenciado enormes milagros y acontecimientos, vivieron la experiencia del Mar Rojo, Dios les había conducido milagro tras milagro, recibieron el maná de forma sobrenatural, oyeron la voz de Dios en el monte Sinaí, vieron cómo el monte humeaba y temblaba, y aunque fuera de lejos, notaron la presencia de Dios, su manifestación. Y sin embargo, cuando llega la prueba, ¡qué poca fe manifestaron!’ Queridos amigos, uno de los problemas del pueblo de Israel, era el mismo que tenemos hoy: dejamos de mirar a Cristo y decimos, “los gigantes del pecado son demasiado grandes”.
Olvidamos frecuentemente que Dios es mucho mayor que cualquier “gigante”.
Recordemos Romanos 5:20: “...donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia”. No dice que donde hay pecado, hay gracia; sino que donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia. Es decir, la gracia abundó mucho más que el pecado.
Dios es capaz de introducirnos en la tierra prometida hoy. ¿Lo creéis así?
Lo que impidió que los hijos de Israel entraran en la tierra prometida, fue su incredulidad. Y una sola cosa impide el que tú y yo estemos hoy en la tierra prometida: nuestra incredulidad.
La Biblia nos dice, volviendo a la historia de Números, que todos los que tenían más de veinte años perecieron a causa de la incredulidad. Me pregunto: ¿Cuántas generaciones tendrán que pasar aún, antes que Dios tenga un grupo de gente, un pueblo, que realmente esté dispuesto a creer?
Uno de los problemas que tenía el antiguo pueblo de Israel es que eran “cortos de vista”, por así decirlo. La intención de Dios era que la belleza de la tierra prometida, con su abundancia de leche y miel, con sus frutos maravillosos, los llevara a contemplar el carácter de Dios, y fueran así transformados a su imagen. Era imposible que los hijos de Israel poseyeran la tierra prometida con aquellos caracteres que tenían. Lo mismo ocurre hoy en cuanto a nosotros y el cielo. Nos gusta mucho hablar de las glorias del cielo, de las magníficas mansiones, calles de oro y puertas de perla, es decir, los frutos abundantes de la tierra. Pero olvidamos un elemento muy importante: que la gente injusta nunca podrá vivir en un lugar tal. E. White dice: “Transpórtese repentinamente al cielo a esos hombres y mujeres que están satisfechos con su condición de enanos e inválidos en las cosas divinas, y hágaseles considerar por un instante el alto y santo estado de perfección que reina siempre allí, donde toda alma rebosa de amor, donde todo rostro resplandece de gozo... ¿Podrían dichas personas, me pregunto, alternar con la muchedumbre celestial, participar en sus cantos y soportar la pura, excelsa y arrobadora gloria que emana de Dios y del Cordero? ¡Oh no!... Los que han educado su mente en el deleite de los ejercicios espirituales, son los que pueden ser trasladados sin que los abrume la pureza y la gloria trascendental del cielo... No te engañes. Dios no puede ser burlado. Nada que no sea la santidad te preparará para el cielo... Esta tierra es el único lugar donde debemos adquirir el carácter celestial” (Maranatha, p. 44).
Apocalipsis 21:1, 14, 18 y 19:
“Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva: porque el primer cielo y la primera tierra se fueron, y el mar ya no es... Y el muro de la ciudad tenía doce fundamentos, y en ellos los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero... Y el material de su muro era de jaspe: mas la ciudad era de oro puro, semejante al vidrio limpio. Y los fundamentos del muro de la ciudad estaban adornados de toda piedra preciosa. El primer fundamento era jaspe; el segundo, zafiro; el tercero, calcedonia; el cuarto, esmeralda”
¿Podemos imaginar la belleza de esta ciudad? Pues bien, Satanás ha preparado una falsificación de esta ciudad, y esa falsificación se llama Babilonia. Una de las peores cosas que nos puede suceder como iglesia es que demos la espalda a lo que Dios nos tiene preparado, y que nos sintamos, en cambio, felices al contemplar Babilonia y al convivir con ella. Uno de los grandes peligros para la Iglesia Adventista hasta el día de hoy, es el de dar la espalda a la tierra prometida y al tipo de carácter que Dios quiere que tengamos, y que armoniza con la belleza de la ciudad. La descripción de la ciudad en Apocalipsis 21, es la descripción paralela al tipo de carácter que tendrán los que han de habitar allí. La belleza de la ciudad y la belleza del carácter de sus habitantes van al unísono.
El grave peligro que nos rodea, como adventistas, es que no sigamos aferrados al principio de la revelación progresiva. Recordad aquella visión de E. White cuando estaba reunida con los hermanos pioneros: Vio un camino, y se le dijo “sigue la luz”, y es necesario que la verdad sea revelada en mayor y mayor plenitud. Cada generación necesita ver las verdades con mayor gloria y plenitud que la anterior. Me preocupa ver a muchos hermanos adventistas regresando a los postulados teológicos de la reforma del siglo XV.
Una y otra vez repetiré que el mensaje de 1888 no tiene nada que ver con Billy Graham o el mundo evangélico. El evangelio que Dios ha dado a la Iglesia Adventista, el evangelio que Dios nos ha encomendado predicar y ciertamente experimentar, tiene muchísima mayor amplitud y grandeza que cualquier predicación de ningún telepredicador famoso. Y no estoy aquí para criticar a nadie, pero es lamentable que algunos adventistas perciben que el evangelio que presentamos consiste en lo mismo que Billy Graham presenta, pero con la particularidad de que nosotros le añadimos la ley y el sábado. Sin embargo, el evangelio que Dios nos ha pedido que vivamos y prediquemos es el único verdadero, el que convierte, el que nos transforma en justos y obedientes a la ley, el que nos ha de presentar sin falta alguna ante el trono de su gracia. Es el evangelio eterno, que tiene por objetivo, no prepararnos para morir en paz, sino prepararnos para la traslación sin ver muerte. Recordad: no tiene por objeto la resurrección, sino la traslación.
La vocación plena del pueblo adventista tiene por objetivo la vindicación total del carácter de Dios en su cuerpo, que es su iglesia.
Busquemos en la Biblia un texto que nos habla de la elevada norma del carácter de Dios. ¿Cómo puedo yo tener alguna vez ese tipo de carácter? ¿Es acaso con un mensaje viejo, con un mensaje muerto? ¡Imposible! El evangelio, en la luz maravillosa del lugar santísimo del santuario celestial, os dará ese tipo de carácter que tanto deseamos. Recordad que en cada mandamiento de Dios hay una promesa. Sus mandatos son habilitaciones. Así que, si Dios requiere una norma elevada, es porque él nos proporciona absolutamente todo lo necesario para que la alcancemos.
Apocalipsis 4:1-4:
“Después de estas cosas miré, y he aquí una puerta abierta en el cielo: y la primera voz que oí, era como de trompeta que hablaba conmigo, diciendo: Sube acá, y yo te mostraré las cosas que han de ser después de éstas. Y luego yo fui en Espíritu: y he aquí, un trono que estaba puesto en el cielo, y sobre el trono estaba uno sentado. Y el que estaba sentado era al parecer semejante a una piedra de jaspe y de sardio: y un arco celeste había alrededor del trono, semejante en el aspecto a la esmeralda. Y alrededor del trono había veinticuatro sillas: y vi sobre las veinticuatro sillas veinticuatro ancianos sentados, vestidos de ropas blancas; y tenían sobre sus cabezas coronas de oro”
Juan describe la apariencia de cierto Ser como la de una piedra de jaspe, y es la misma descripción que aparece en el fundamento mismo de la Nueva Jerusalén (Apoc. 21:19). Los habitantes de esta ciudad tendrán el mismo carácter que su Padre celestial. Pero la Biblia describe en Apocalipsis 4, como hemos leído, un arco iris. ¿Habéis visto el arco iris? Es maravilloso contemplarlo. Pues bien, el arco iris de Apocalipsis no es el que solemos ver normalmente, sino que es un arco iris de color esmeralda. ¿Qué color tiene la esmeralda? -Verde. Se trata de un arco iris de color verde. Esto nos revela algo importante en cuanto al carácter de Dios. Recordad ese color, del que hablaremos más adelante.
Pienso que esta norma tan elevada que Dios ha puesto para la traslación, con todo lo que implica, el mensaje evangélico protestante no lo puede alcanzar (dicho con todos mis respetos). Ni bautistas, ni metodistas, ni pentecostales pueden alcanzar la norma del mensaje de la traslación. Solamente el mensaje de la Iglesia Adventista del Séptimo Día puede hacerlo. Y creo de todo corazón que eso se alcanza al obtener la plena comprensión del mensaje de 1888, porque justamente ese mensaje fue el que Dios nos dio para obtener la victoria y vencer todo pecado, preparándonos así para la segunda venida de Jesús. Espero que comprendáis que ese es el propósito de este mensaje. Este mensaje es el método por el cual Dios quiere poner fin al pecado en el universo, comenzando primeramente por nuestro corazón. La única cuestión es: ¿Deseamos que Dios quite el pecado de nuestro corazón? ¿Queremos realmente ser uno con Dios? Ese es precisamente el punto principal en el mensaje del Día de la expiación. La palabra expiación, en inglés, viene a significar algo así como, “de una sola mente, de un mismo sentir”, lleva la idea de “reconciliación”, es decir: que no exista nada que se interponga entre nosotros y nuestro Creador. E. White dice: “¡Ojalá escudriñaseis vuestros corazones como si contaseis con la ayuda de una vela encendida, para descubrir y romper hasta los hilos más finos que os unen a los hábitos mundanales que apartan de Dios la mente! Rogad a Dios que os muestre cada práctica que aleje de él vuestros pensamientos y afectos” (MS, vol. II, p. 367).
Números 15:37-41:
“Y Jehová habló a Moisés, diciendo: Habla a los hijos de Israel, y diles que se hagan pezuelos (franjas) en los remates de sus vestidos, por sus generaciones; y pongan en cada pezuelo de los remates un cordón de cárdeno: Y serviros ha de pezuelo, para que cuando lo viereis, os acordéis de todos los mandamientos de Jehová, para ponerlos por obra; y no miréis en pos de vuestro corazón y de vuestros ojos, en pos de los cuales fornicáis: Para que os acordéis, y hagáis todos mis mandamientos, y seáis santos a vuestro Dios. Yo Jehová vuestro Dios, que os saqué de la tierra de Egipto, para ser vuestro Dios: Yo Jehová vuestro Dios”
Dios instruyó a los hijos de Israel para que se cosieran franjas en sus vestidos. Estas franjas eran recordatorios de color azul (cárdeno), y cada vez que mirasen aquellas cintas azules en sus vestidos, recordarían el amor de Dios, los mandamientos de Dios, para guardarlos.
Mateo 22:36-39:
“Maestro, ¿cuál es el mandamiento grande en la ley? Y Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y de toda tu mente. Este es el primero y el grande mandamiento. Y el segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”
Se nos muestra aquí el amor ágape, libre de egoísmo. Cada vez que los hijos de Israel mirasen aquellas franjas de color azul en sus vestidos, tendrían que recordar la ley de amor de Dios, o sea, amor a Dios y al prójimo, tal cual está expresado en los Diez Mandamientos. Sus vidas estarían rodeadas del amor de Dios, de la ley de Dios. Os quiero recordar que cada vez que vosotros y yo miramos al cielo y vemos ese color azul maravilloso, eso nos ha de llevar a pensar en el amor de Dios que nos rodea por todas partes, como el azul del cielo abarca todo lo que vemos. Incluso en la naturaleza, podemos ver recordatorios constantes que Dios nos pone de su gran amor.
1 Pedro 1:6 y 7:
“En lo cual vosotros os alegráis, estando al presente un poco de tiempo afligidos en diversas tentaciones, si es necesario, para que la prueba de vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual perece, bien que sea probado con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra, cuando Jesucristo fuere manifestado”
Pedro, en estos versículos, compara la fe con el oro. ¿Hay oro en el cielo? ¿Dónde está el oro en el cielo? ¿Podéis responder?
Vayamos a Apocalipsis 21:21. Leemos que “la calle de la ciudad era de oro puro, transparente como vidrio”. Sugiero que los que caminen por aquella calle, deberán reflejar un carácter acorde con el color y el material de la calle. El oro es considerado como el más precioso de los metales. Nadie podrá transitar por esa calle de oro sin tener un carácter de esa misma cualidad.
Nos hemos estado refiriendo a la antigua Babilonia (recordad la cabeza de oro de aquella estatua de Daniel 2), como la representación falsa de Satanás de la Nueva Jerusalén.
Nueva York, y lo sucedido allí el pasado 11 de septiembre, es una pura reminiscencia de lo sucedido a la antigua Babilonia. Si puedo ampliaré este punto en algún otro tema. Creo que lo que sucedió en Nueva York tiene relevancia profética.
Hay dos colores: el azul, representando la ley de amor y el carácter de Dios, y también el color amarillo del oro que representa la fe. ¿Qué sucede cuando mezclamos el azul y el amarillo? ¿Qué color aparece? -El verde. La mezcla del amarillo y el azul da como resultado el verde. Y el color del arco iris que está alrededor del trono es verde esmeralda. Allí está representado el carácter de Dios y su justicia, y cuando nosotros lo observamos y contemplamos en la misma naturaleza, podemos ver en todos los lugares verde. Un reflejo de la fe pura y el amor. ¿Qué nos quiere enseñar Dios en la naturaleza repleta de colores azul y verde? El evangelio, los cielos que revelan la gloria de Dios. Cada día, al salir a la calle, al mirar por la ventana, nos rodea el color azul del cielo y el verde de la naturaleza. Cuando somos tentados al desánimo, y cuando el diablo nos tiente con la mentira de que jamás podremos llegar al cielo, abramos nuestros ojos al cielo, a las montañas, a los árboles, a la creación, y recordemos que Dios ha puesto la naturaleza como un infatigable predicador sin palabras, que nos dice que donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia. Hay esperanza, nunca dudéis. La elevada norma que Dios ha puesto ante nosotros, la suple él mismo con la justicia de Cristo, la cual nos imputa, y actúa en nosotros. Esa ropa de justicia, es adecuada para cada uno de nosotros.
“Los cielos cuentan la gloria de Dios, y la expansión denuncia la obra de sus manos... no hay dicho, ni palabras, ni es oída su voz... La ley de Jehová es perfecta, que vuelve el alma: el testimonio de Jehová, fiel, que hace sabio al pequeño. Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón... Oh Jehová, roca mía, y Redentor mío” (Sal. 21).
En Boston tenemos un centro comercial donde venden cosas caras. Algunas veces he visitado este centro comercial, y veo esa ropa de tanta calidad, esas camisas, trajes, calcetines, zapatos, etc. Pero hay algo curioso, y es que hay cierto tipo de prendas que son de talla única y se adaptan a todos los tamaños. Son elásticas y sirven para todos. Así que, sea que seáis delgados, gruesos, bajos o altos, ese tipo de prenda os quedará bien.
Cuando tú y yo vemos nuestro propio pecado, la promesa es que Jesús va a quitar ese pecado, y el vestido de su justicia se adapta a cualquier talla, a cualquier persona, a cualquier pecador.
Nunca permitáis que el diablo os desanime haciéndoos creer que el traje de justicia no es para vosotros.
La Buenas Nuevas, por el contrario, son que Cristo os quita vuestra antigua ropa de injusticia, y os viste con una ropa que se adapta perfectamente a vosotros para que estéis preparados para las bodas del Cordero. Recordad, no obstante, que eso solamente sucede si en verdad lo deseáis. Dios está esperando una generación de personas que muestren por su fe que realmente están deseosas de ser trasladadas al cielo. Ojalá que esa generación nos incluya a ti y a mí. No por causa nuestra, sino por un Esposo que ha estado esperando durante tanto tiempo, y que está ansioso e impaciente para que llegue este gran día. Ojalá que avancemos en la fe, para que esa tierra prometida sea la nuestra, para gloria de Jesús. ¡Amén!