Contemplar su gloria
Tema nº 3
William Brace
Vichy, 27 al 30 Sep. 2001


Quisiera compartir con vosotros la Palabra de Dios, pero también quisiera aprender de vosotros.

Como diría el pastor Wieland, a quien muchos conocéis, cuando nos adentramos en el tema de la justicia de Cristo, dado en 1888, se siente uno como un niñito en el parvulario, en el jardín de infantes, o quizá más bien en pañales, en los brazos de mamá.

No pretendo tener la respuesta a toda duda, ya que también yo mismo estoy aprendiendo, como espero que también vosotros deseéis hacer. Por desgracia, demasiados adventistas piensan que saben ya tanto, que pueden dejar de estudiar; y de hecho lo hacen. No sé si en vuestro país sucede también, pero en Estados Unidos, los sábados asisten más o menos la mitad de los miembros al servicio de culto, y solamente la mitad de esa mitad asiste a la Escuela Sabática. Y eso teniendo en cuenta que lo mejor del sábado es la Escuela Sabática, porque allí es donde se debería tener la oportunidad de expresarse con libertad para dialogar e intercambiar impresiones relacionadas con la lección. Supongo que de los aquí presentes, asistís todos a la Escuela Sabática. Y espero que no lo hagáis con ánimo de disputar, sino de ayudar.

Tengo la preocupación de que cuando estemos en nuestras iglesias no nos convirtamos en personas difíciles de tratar o de soportar, sino que los demás puedan ver en nosotros un deseo sincero de colaboración; evidentemente hasta donde se nos permita colaborar.

He oído algo que ya conocía con anterioridad, y es que en ciertas partes de Europa es difícil manifestarse interesado en el mensaje de 1888. Quiero deciros que mi corazón está con vosotros debido a la oposición que sufrís. No sucede así en Estados Unidos. Por lo menos no en esa medida. Allí hay cientos de personas que han aceptado gozosamente este mensaje, y son hermanos que tienen una posición destacada en la iglesia: ancianos, primeros ancianos, primeros/as diáconos y diaconisas, etc... También damos gracias al Señor porque hay bastantes pastores que aman este mensaje, aunque siguen siendo una minoría. Y doy gracias al Señor por haberme dado el privilegio de conocer y predicar este maravilloso mensaje hace ya unos quince años. Previamente había tenido dudas acerca de la Iglesia, y fue mediante este mensaje como pude llegar a comprender que Dios estaba obrando en mí corazón y en el corazón de la iglesia, de una forma que no había conocido antes. Así pues, os quiero animar, a todos los que sufrís incomprensión de alguna u otra forma por causa de este mensaje. Sabed que Dios está -y sufre- con vosotros. Oro para que Dios os conceda el don de manifestar a los demás cuánto los amáis, porque este mensaje tiene por objeto transformarnos y poder amar así a los que nos persiguen, ¿no se trata acaso de eso? Nadie puede decir nada en contra de la persona que ha sido transformada por este mensaje, salvo que el que acusa no diga la verdad.

Bien. Ahora abramos nuestras Biblias por un texto que ya cité anteriormente, y que nos ayudará a comprender en un sentido más profundo la enormidad y la magnitud del sacrificio de nuestro Señor Jesús. El texto está en Gálatas 3:13 (primera parte):

“Cristo nos redimió de la maldición de la ley”

Algunos cristianos leen este texto de forma muy superficial, y sacan la conclusión precipitada y errónea de que Cristo nos ha redimido de tener que obedecer la ley, que nos ha librado de la obediencia a la ley. Pero eso no es lo que el texto dice. De hecho, la cruz es la mayor expresión de la ley, es la revelación plena de la ley. Así que, si Cristo nos ha redimido de la maldición de la ley, ¿cuál es la maldición de la ley? Porque si os fijáis, no dice que nos haya redimido de la ley, sino de la maldición de la ley, y ¿cuál es la maldición de la ley? La maldición de la ley es la desobediencia a la ley.

Leed el versículo 10:

“Todos los que dependen de las obras de la Ley están bajo maldición, pues escrito está: ‘Maldito sea el que no permanezca en todas las cosas escritas en el libro de la Ley, para cumplirlas’

Así que la maldición de la ley está en la desobediencia a la ley. Deducimos pues que Cristo nos ha librado de la desobediencia a la ley. No es solamente que nos ha perdonado, sino que nos libra de la desobediencia. Es decir, nos transforma en obedientes. Volvamos a leer la parte restante del versículo 13, para saber cómo hizo para redimirnos de la desobediencia a la ley:

“Haciéndose maldición por nosotros (pues está escrito: ‘Maldito todo el que es colgado en un madero’)”

Estaba presidiendo un consejo de iglesia hace muy pocos días. En las juntas de mi iglesia lo primero que hacemos antes de empezar, es estudiar la Biblia. Es algo común en los Estados Unidos, incluso en los comités de las Uniones, que algunas veces nos dediquemos a discutir y a considerar cosas absolutamente triviales, y mi preocupación principal en las juntas que presido es ir mas allá de una comprensión superficial o despreocupada del cargo que cada uno desempeña como dirigente de iglesia.

Es por eso que la primera media hora la dedicamos a estudiar la Biblia y a orar. Y como os decía, en una junta reciente hablábamos de cómo vencer el pecado, de cómo obtener la victoria sobre el pecado en nuestra vida. En la junta hay una hermana a la cual aprecio mucho. Es una mujer maravillosa, que dice que cuando hemos de confrontarnos con el problema del pecado, debemos luchar y orar lo suficiente para que algún día, quizá aún lejano, en un futuro distante, probablemente seamos capaces de vencer el pecado por el cual hemos estado orando. Estuve hablando con ella, y de la forma más amable y cariñosa que supe le dije que las buenas nuevas son mucho mejores que eso.

En relación con la victoria sobre el pecado, ¿es de esperar que nos debatamos con él durante años y años? El poder del evangelio nos dice que en un momento, en lo que tardamos en parpadear, el pecado puede desaparecer y quedar atrás por siempre. ¿Lo creéis?

Son muy malas y tristes nuevas si todo cuanto puedo decir a alguien que tiene un problema con la ira, es que la solución está en orar, orar y orar, y algún día en el futuro lejano quizá venza... Muchos adventistas confunden la justificación y la santificación. La Biblia dice que Jesús murió para liberarnos, para redimirnos de la maldición de la ley, que es la desobediencia a esa ley. Y la forma en la que lo hizo fue haciéndose él maldición por nosotros.

Volvamos a leer Gálatas 3:13, después de la primera coma:

“Haciéndose maldición por nosotros (pues está escrito: ‘Maldito todo el que es colgado en un madero’)”

Como veréis, es una cita del Antiguo Testamento, de Deuteronomio 21:22 y 23:

“Si alguien ha cometido algún crimen digno de muerte, y lo hacéis morir colgado en un madero; sin falta lo enterrarás el mismo día, porque maldito por Dios es el colgado. Así no contaminarás la tierra que Jehová, tu Dios, te da como heredad”

Así que Cristo fue hecho maldición por nosotros de forma voluntaria. Después de leer el texto de Deuteronomio podemos comprender por qué los judíos, en aquel viernes, estaban tan deseosos de que Jesús fuese crucificado. Los judíos conocían esos versículos, sabían que la persona que es colgada en un madero tiene que ser enterrada antes de la noche, porque en caso contrario toda la tierra quedaría contaminada. Y la tierra a la que se alude en esos versículos no es solamente el suelo, o zona donde ha sido crucificado el condenado, sino que se refiere al mundo entero, incluyendo animales, plantas, personas, etc.... Y desde luego, los judíos no querían resultar contaminados.

Estudiemos más en detalle el texto de Deuteronomio, y así podremos reconocer que en aquellos tiempos, cuando una persona era sentenciada a muerte por un crimen, antes de que la persona muriera podía pedir perdón a Dios y saber que era perdonada. Hoy en día sucede igual: los que son sentenciados a muerte pueden arrepentirse de sus pecados y pedir perdón antes de morir. Pero en aquel entonces había un tipo específico de muerte que causaba verdadero pánico al acusado. Eso sucedía cuando el juez decía : “Te sentencio a morir colgado de un madero”. Eso significaba que el acusado no podía ser perdonado de ninguna manera por Dios. Se consideraba al acusado, en ese caso, como habiendo cometido el pecado imperdonable y escapaba a la esfera del posible perdón.

Jesucristo te amó a ti, específicamente a ti, de tal manera, que experimentó voluntariamente esa sentencia de muerte, y fue colgado de un madero, siendo hecho pecado y maldición como si hubiera sido él quien hubiese cometido el pecado. De tal forma se identificó Jesús con tu pecado, que murió -por así decirlo- la muerte que es el resultado de cometer el pecado imperdonable. Jamás nadie podrá exagerar la profundidad del dolor y la humillación a la cual Jesucristo tuvo que someterse para nuestra redención. Esto te da un valor infinito, comparable al del Hijo de Dios. Dios no puede imaginar vivir la eternidad sin ti. Queridos hermanos, como adventistas debemos ver la cruz en el centro de cada mensaje. Esta es la verdad central, alrededor de la cual se agrupan todas las demás verdades. Así que,  sea que estéis presentando el sábado, o sea que presentéis el mensaje de la reforma pro-salud, o el mensaje de la segunda venida; sea cual fuere la doctrina adventista que presentéis, estad muy seguros de que el centro, el núcleo, sea precisamente el mensaje y significado de la cruz en el Calvario. Si no lo hacíais hasta hoy, os ruego que recapacitéis con seriedad, porque nadie puede presentar ninguna doctrina o creencia pretendiendo ser la verdad, si no lo hace a la luz de la cruz. Si la cruz no está en todos vuestros temas o creencias, tened por seguro que lo que presentáis es legalismo. Y recordad que hay un principio, una regla universal, según la cual sólo podemos dar aquello que nosotros mismos somos. ¿Sabéis por qué hay tantos tibios laodicenses en la iglesia? Porque fueron traídos a la iglesia por laodicenses tibios. Y lo último que necesitamos son miles y miles más de tibios laodicenses. Así que os animo a que, ya sea que habléis, ya sea que testifiquéis, ya sea que prediquéis, presentéis por encima de todo a Jesús; digáis lo que digáis, sean palabras o sea doctrina. Porque si habláis del sábado y Cristo -el Señor del sábado- no es el centro, ya sabéis... es legalismo puro. La hermana White dijo que el problema de nuestros dirigentes antes de 1888, era que presentaban la ley, la ley y la ley, y la frescura espiritual del pueblo se secó como los montes de Gilboa. No es que debieran abstenerse de predicar la ley, sino que debían de predicar a Cristo en la ley. Porque como hemos dicho ya, la cruz es la manifestación plena de la ley. Si una persona quiere saber en qué consiste la ley, ha de ir al Calvario.

El mensaje encomendado a los adventistas está en Apocalipsis 14:6:

“En medio del cielo vi volar otro ángel que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los habitantes de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo”

El versículo nos habla de predicar el evangelio eterno. Cuando predicamos, seamos laicos, dirigentes o pastores, debemos recordar que la palabra “predicar”, en griego, es similar a la palabra “evangelio”. Así que debemos compartir las buenas nuevas, y jamás serán buenas nuevas si no contienen realmente las buenas nuevas o evangelio. Y sinceramente creo que a nuestros sermones les falta llegar a ese punto. Os invito a no dejar de orar, para que llegue pronto el día en el que nuestras predicaciones rebosen del evangelio, que es Cristo crucificado.

El evangelio eterno es el centro mismo de nuestro mensaje adventista, y este mensaje encuentra su punto culminante en Apocalipsis 14:7:

“Decía a gran voz: ‘¡Temed a Dios y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado. Adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas!’”

Hermanos, ¿cómo daremos honra y gloria a Dios? Estoy seguro de que todos dais buenas respuestas, pero quiero llevar vuestra atención a algo diferente. En nuestras reuniones evangelísticas, cuando decimos que debemos dar la honra y la gloria a Dios, solemos dirigir las mentes de las personas a 1ª de Corintios 10:31. ¿Podéis decirme el contenido del texto sin leerlo?

“Si, pues, coméis o bebéis o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios”

Típicamente, en el evangelismo clásico adventista, cuando llegamos al mensaje de la reforma pro-salud, leemos el versículo citado y lo relacionamos con la forma de dar gloria a Dios, ya que el mensaje de la reforma pro-salud es el brazo derecho del mensaje del tercer ángel. Pero hermanos, la primera de las maneras o formas por las cuales damos gloria a Dios, es creyéndolo, ¿no os parece? El mensaje de Apocalipsis 14:7 es un llamado a creer, a creer lo que él dice. Procuraré hablar más, si puedo, de este punto, a fin de comprender el mensaje de la hora del juicio, el juicio investigador en el lugar santísimo, que tiene como propósito terminar con el problema del pecado en el contexto de la gran controversia.

Por desgracia hay muchos adventistas que no creen en el mensaje del juicio que comenzó en 1844. ¿Recordáis a la hermana de la que os he hablado antes, la que estaba conmigo en la junta de iglesia? En esa iglesia estoy actualmente dando estudios bíblicos los sábados por la tarde. Acuden aproximadamente unas veinticinco personas, entre ellas dirigentes de la iglesia. Llegué a esa iglesia este verano, y justamente después de que asumiera las responsabilidades como pastor, vino un hermano y me dijo: “pastor, he dejado de creer en el mensaje de 1844 del juicio investigador. He leído el libro de Conradi, y ya me ha quedado claro”. ¿Conocéis a Conradi? Es muy conocido en Alemania. Conradi pertenece a la generación de los primeros adventistas. Era muy respetado. Era uno de los dirigentes más prominentes de la iglesia, pero cayó en la incredulidad en relación al mensaje de 1844. También dejó de creer en el don profético manifestado en la hermana E. White. Escribió un libro rechazando el ministerio sumo sacerdotal de Cristo en el lugar santísimo del santuario celestial desde 1844. Ese libro ha causado un efecto devastador en la iglesia en Europa. Muchos adventistas americanos tememos que Conradi siga vivo en Europa, aunque personalmente murió hace ya muchos años.

A fin de que podamos hoy comprender el ministerio de Jesús en el contexto del mensaje de 1844, a fin de comprender  la “omega”, o fin de la obra de Jesús, debemos comprender su “alfa”, o principio. Así que os quiero llevar hoy a contemplar la primera obra de Jesús.

Vayamos al origen del pecado, al “alfa” de la apostasía.

Isaías 14:12-14:

“¡Cómo caíste del cielo, Lucero, hijo de la mañana! Derribado fuiste a tierra, tú que debilitabas a las naciones. Tú que decías en tu corazón: ‘Subiré al cielo. En lo alto, junto a las estrellas de Dios levantaré mi trono y en el monte del testimonio me sentaré, en los extremos del norte; sobre las alturas de las nubes subiré y seré semejante al Altísimo”

Como solemos decir, el problema de Lucifer era un problema de “altura”: el grave problema del yo. Todos sabéis que en Ezequiel 28 se encuentra el texto paralelo al de Isaías que acabamos de leer. A fin de comprender la forma en la que Dios trata el pecado en el tiempo del fin (“omega”), hemos de ver de qué manera trató  Dios al pecado en el principio (“alfa”).

Ezequiel 28:12-19:

“Tú eras el sello de la perfección, lleno de sabiduría, y de acabada hermosura. En Edén, en el huerto de Dios, estuviste. De toda piedra preciosa era tu vestidura: de cornerina, topacio, jaspe, crisólito, berilo y ónice; de zafiro, carbunclo, esmeralda y oro. ¡Los primores de tus tamboriles y flautas fueron preparados para ti en el día de tu creación! Tú, querubín grande, protector, yo te puse en el santo monte de Dios. Allí estuviste, y en medio de las piedras de fuego te paseabas. Perfecto eras en todos tus caminos desde el día en que fuiste creado hasta que se halló en ti maldad. A causa de tu intenso trato comercial, te llenaste de iniquidad y pecaste, por lo cual yo te eché del monte de Dios y te arrojé de entre las piedras del fuego, querubín protector. Se enalteció tu corazón a causa de tu hermosura, corrompiste tu sabiduría a causa de tu esplendor; yo te arrojaré por tierra, y delante de los reyes te pondré por espectáculo. Con tus muchas maldades y con la iniquidad de tus tratos profanaste tu santuario; yo, pues, saqué fuego de en medio de ti, el cual te consumió, y te puse en ceniza sobre la tierra ante los ojos de todos los que te miran. Todos los que te conocieron de entre los pueblos se quedarán atónitos por causa tuya; serás objeto de espanto, y para siempre dejarás de ser”

Este es un modelo de la forma en la que Dios trata el pecado en su origen. Quizá alguno se preguntará: ¿Por qué creó Dios a Lucifer? ¿Acaso no sabía Dios que iba a pecar?

¿Os han hecho esta pregunta alguna vez? Sí, ¿verdad? Y, ¿qué habéis respondido? Recordad que la pregunta no es: ¿por qué no lo destruyó?, sino: ¿por qué lo creó?

Estoy seguro de que vuestras respuestas son muy buenas, pero permitid que comparta algo con vosotros que quizá os ayude, porque pienso que son preguntas muy importantes. Recordad la pregunta: si Dios sabía que Lucifer iba a pecar, ¿por qué lo creó?

Debemos aprender del carácter de Dios. Vayamos a Filipenses 2. A fin de comprender cómo terminará lo que llamamos el gran conflicto, hemos de comprender cómo comenzó. Veamos pues cómo reaccionó Dios ante el pecado, en su origen.

Versículos 5 y 6:

“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús: Él, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse”

Jesús era igual a Dios, y para ser como Dios no le robó nada a éste, porque sabemos que Jesús es  miembro de la Deidad, tan eterno como los demás. (En la versión Reina Valera de 1909, el versículo 6 dice así : “El cual, siendo en forma de Dios, no tuvo por usurpación ser igual a Dios”). La Biblia nos dice que “en Jesucristo habita corporalmente la plenitud de la Deidad” (Col. 2:9).

Lo anterior significa esto: que Cristo fuera igual al Padre no era consecuencia de una cesión, préstamo o robo. Si  Satanás  es lo opuesto a  Jesús, ¿qué conclusión sacamos? Si Jesús no consideró una usurpación el ser igual al Padre, ¿qué creéis que había en la mente de Satanás? Justo lo contrario, ¿no os parece? Satanás trató de usurpar el lugar de Dios; o sea, quiso ser igual a Dios, y aún más: quiso estar por encima de Dios.

Un profesor de seminario, el Dr. Carlton Jonson, de origen noruego, un auténtico superdotado, pero que posee también un gran corazón, compartía con nosotros en clase uno de los pensamientos que él consideraba más profundos, que se encuentra en el libro Patriarcas y Profetas de E. White, que dice que Lucifer deseó ser mayor que Dios. Yo me pregunto, ¿cómo puede un ser creado pretender ser igual, o incluso mayor que su Creador? Parece una auténtica locura ¿verdad?

Pues quiero que recordéis que éste es el pecado mayor, es el pecado de pecados, y este pecado va a manifestarse en las últimas horas de la historia. Será el pecado de rechazar el reconocimiento de que nuestra existencia la debemos a nuestro increíblemente maravilloso Padre Celestial.

¿Por qué creó Dios a Lucifer? Cuando lo creó, debió decirle algo así: “Lucifer, yo soy tu Creador”. ¿Sabéis de algún lugar en el que esté registrada esta afirmación de Dios a Lucifer? -No. No que sepamos. ¿Pudo Dios decirle eso a Lucifer? Para comprender esta cuestión, necesitamos comprender el carácter de Dios.

[Alguien entre los presentes: “Lo creó por amor. Dios es ágape. Todo lo que él hace, da fe de su carácter. El conocimiento que Dios tiene de todas las cosas no determina las decisiones de los seres a quienes dotó de libre albedrío. Precisamente, si al conocer de la futura rebelión de Lucifer hubiese desistido de crearlo, eso no habría hablado de su amor, ni de su imparcialidad. La misma explicación se aplica al caso de todos los seres humanos que finalmente se perderán”]

En el contexto del ministerio sumo sacerdotal de Jesús en el lugar santísimo, comprender y conocer el carácter de Dios es importantísimo. Ahora, respondiendo a la pregunta tal como yo lo comprendo, cuando Dios convocó a Lucifer para hablar con él, le explicó quién era Jesús y la posición que tenía en el cielo, porque el problema de Lucifer era que miraba a Jesús y no veía diferencia entre ambos. Es decir, se veía igual a él. Así que Dios, no solamente le explicó a Lucifer que él era su Creador, sino que trató de demostrárselo, porque Dios sabe que una simple declaración, o sea, decir “yo soy tu Creador”, puede significar muy poco. Esto podría traer confusión a la mente de Lucifer, y era necesario que Lucifer creyera que Dios era su Creador mediante evidencias. Dios nunca nos pide que creamos sin darnos antes evidencias. Y la mayor evidencia de que Dios era el Creador de Lucifer, era estando Cristo junto a él.

En nuestro testimonio cristiano, estaréis de acuerdo conmigo en que es más fácil predicar, que vivir lo que se predica. Lo que hacemos y lo que decimos, a veces, es muy diferente. Podemos profesar ser cristianos, pero seamos sinceros: hemos de reconocer que en demasiadas ocasiones ni siquiera vivimos a la poca altura de lo que predicamos. Y una de las mayores barreras que tiene el evangelio hoy es encontrarse a creyentes predicando acerca del sábado, por ejemplo, y en cambio ni esos mismos creyentes entienden el verdadero significado espiritual del sábado. Todo eso destruye nuestro testimonio.

¿Habéis oído la historia de Ghandi? Un reportero le preguntó: “Habiendo estado durante tanto tiempo rodeado de cristianos, ¿cómo no se ha convertido al cristianismo?” ¿Recordáis la respuesta de Ghandi? La respuesta fue: “No me he hecho cristiano debido a los cristianos”.

Hermanos y hermanas, los adventistas hemos sido llamados por Dios para vivir lo que predicamos. Si creéis en el mensaje de 1888, Dios nos llama a vivirlo.

Vayamos con nuestras Biblias a Daniel 8. Uno de los personajes principales de este capítulo es el “cuerno pequeño”. ¿Quién está representado por este cuerno pequeño? ¿Cuál es la esencia de lo que dice este cuerno pequeño? Podéis leer todo el capítulo 8 y veréis que su problema es el engrandecimiento del “yo”. El cuerno pequeño, el hombre de pecado, no es simplemente una organización que tiene su sede en Europa, como hemos comprendido habitualmente. Es cierto que es eso, pero es mucho más. No hemos de olvidar que el cuerno pequeño es el principio de la exaltación del “yo”, y si no permanecemos en Cristo, ese cuerno pequeño está en cada uno de nosotros, y su objetivo es destruir. Durante 6000 años aproximadamente, Dios ha estado ocupado y dedicado en contrarrestar ese poder del cuerno pequeño. Ese cuerno, en las horas finales de la historia, crece y se engrandece como nunca antes, pero algo destruye su poder, ¿qué es?

Daniel 8:13 y 14:

“Entonces oí hablar a un santo; y otro de los santos preguntó a aquel que hablaba: ‘¿Hasta cuándo durará la visión del continuo, la prevaricación asoladora y la entrega del santuario y el ejército para ser pisoteados?’ Y él dijo: ‘Hasta dos mil trescientas tardes y mañanas; luego el santuario será purificado”

La respuesta es el ministerio sumo sacerdotal de Cristo en la purificación del santuario, purificando nuestros corazones; o sea, cuando vosotros y yo permitimos a Dios -mediante el evangelio- el transformarnos a su imagen. Eso es lo único que destruye el poder del cuerno pequeño u hombre de pecado.

Vosotros y yo tenemos la última palabra en la gran controversia, porque cuando permitimos que el evangelio nos cambie, destruye rápidamente el poder de ese cuerno pequeño. Éste es uno de los grandes propósitos del mensaje del santuario.

Cuando nosotros decimos “sí” a Dios a cada paso de nuestra vida, y decimos “sí” porque nos conmueve el evangelio, porque hemos visto la grandeza de las buenas nuevas y no queremos saber nada de nadie excepto de Jesús, si le decimos: “Jesús, nunca tengo bastante de ti; aún quiero más”, cuando nosotros vivamos así, motivados a vivir solamente para él, cuando Dios tenga un pueblo que viva así, entonces terminará todo. ¿Queréis ser uno de ellos? ¿Queréis vindicar el carácter de Cristo y de nuestro Padre celestial ante todo el universo?

Dios está ansioso. Repito, Dios está ansioso de verse reflejado en su pueblo, ver que de la forma en la que Dios los ama, se aman entre ellos, en la familia, en la junta, en la Asociación, Unión y División, entre los ancianos, entre los diáconos, etc. Dios quiere ver que amamos a nuestro peor enemigo, no importa lo que nos haga. Cuando nos amemos así, demostraremos que nos ha quedado claro lo que sucedió en el Calvario, porque la esencia del Calvario es el amor a los enemigos. Querido amigo, esta es la norma a la que Dios nos llama a ti y a mí. Oremos para que Dios nos dé la voluntad y la decisión para ser convertidos en ese tipo de personas.

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