Nota de Libros 1888 sobre el arrepentimiento
corporativo
Ofrecemos íntegramente
‘Lo que todo adventista debería saber sobre 1888’ (Arnold V. Wallenkampf),
teniendo presente que ese libro está agotado y fuera de producción desde hace
muchos años, y que es de difícil acceso en muchos lugares. Lo publicó la
Asociación Casa Editora Sudamericana en 1989 (original publicado por Review
& Herald un año antes). La presente no es, pues, una traducción realizada
por www.libros1888.com, sino la publicada oficialmente en 1989.
Aún sin coincidir
necesariamente con cada una de las opiniones del autor, lo consideramos una
magnífica fuente de información, y lo recomendamos sin dudar por su gran valor
documental. No obstante, la evidencia inspirada y también la evidencia actual
nos obligan a señalar nuestro desacuerdo con una de las tesis del libro.
El autor parece concluir
(en el capítulo 8) que el pecado cometido en Minneapolis no fue un pecado de
carácter corporativo, por la sencilla razón de que "el concepto de pecado
colectivo y su consiguiente culpa colectiva es extraño al trato de Dios con el
hombre" (p. 53 en el original). Debido a que “en todas estas ocasiones
probablemente hubo individuos que no renunciaron a su fidelidad a Dios” (p.
50), el autor sostiene que tampoco tuvieron carácter corporativo la apostasía
de Israel en el Sinaí, el rechazo por parte de Israel del gobierno de Dios y el
pedido de un rey durante la época de Samuel, la apostasía de Israel en tiempos
de Elías, la negativa de Judá bajo el reinado de Sedequías, ni el rechazo y la
crucifixión de Jesús por parte de la nación judía. Es la opinión del autor que
en este último evento fueron sólo “algunos judíos, bajo la conducción de
sacerdotes y gobernantes, [quienes] escogieron crucificar a Cristo", lo
que le lleva a la conclusión de que, en realidad, el pecado corporativo no
existe. Según eso, el pecado cometido en Minneapolis no pudo ser corporativo,
puesto que no existe tal cosa como pecado corporativo.
Pero todos los pecados
citados —y también el rechazo al comienzo del derramamiento del Espíritu Santo
en 1888— son casos claros de pecado corporativo, pecado que la Biblia reconoce
sin ninguna ambigüedad (ver, por ejemplo, Lev 4:13; Mat 23:30-35, etc). La
evidencia incontestable de que fueron pecados corporativos es que Dios trató
esos pecados de forma corporativa. Fue todo el pueblo de Israel de aquella
generación el que no entró en Canaán, fue toda la nación judía la que fue
desechada como pueblo especial de Dios, y ciertamente es nuestra generación la
que ha permanecido en el desierto esperando que se cumplan las expectativas del
derramamiento de la lluvia tardía y la venida de Cristo por más de cien años.
En apoyo de su tesis, el
autor recuerda que “es inevitable que los hijos sufran las consecuencias de la
maldad de sus padres, pero no son castigados por la culpa de sus padres, a no
ser que participen de los pecados de estos” (PP 278.4). Pero ahí está el
verdadero problema: “a no ser que participen...” Lo cierto es que hay una sola
forma en la que podemos no participar: mediante el arrepentimiento
(corporativo).
“A menos que
individualmente nos arrepintamos ante Dios de la transgresión de su ley, y
ejerzamos fe en nuestro Señor Jesucristo, a quien el mundo ha rechazado,
estaremos bajo la plena condenación merecida por aquellos que eligieron a
Barrabás en lugar de Jesús. El mundo entero está acusado hoy del rechazo y
asesinato deliberados del Hijo de Dios” (TM 38.1).
“Sobre todos recae la
culpabilidad de la crucifixión del Hijo de Dios” (DTG
694.2).
No obstante, en honor a
la verdad, la postura tomada por A. Wallenkampf no le impide reconocer: “Sí:
como miembros de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en la actualidad somos
responsables por la continua representación errónea del congreso de la Asociación
General de 1888 y de sus resultados”... “si no
presentamos con franqueza la historia del congreso de la Asociación General de
1888 y sus consecuencias, perpetuamos como denominación el pecado cometido en
Minneapolis en 1888. Al hacerlo, nos unimos a nuestros antepasados espirituales
y virtualmente crucificamos a Cristo nuevamente en la persona del Espíritu
Santo. Si pretendemos que posiblemente el rechazo inicial de ‘algunos’ más
tarde se transformó en la aceptación general y entusiasta del glorioso mensaje
de la justificación por la fe por la iglesia en general, indudablemente estamos
pintando un panorama de nuestra iglesia demasiado color de rosa: la iglesia de
Laodicea”.
Wallenkampf reconoce
asimismo que “nos incumbe como pueblo confesar que durante mucho tiempo nos
hemos disculpado por el rechazo virtual del mensaje de 1888 de la mayoría de
los delegados al congreso de Minneapolis en 1888” (p. 74-75). “Nuestra
presentación defectuosa de lo que realmente ocurrió en Minneapolis en 1888 y
nuestra visión denominacional de que el congreso de Minneapolis de 1888 marcó
una gran victoria en nuestra historia, han modelado sin lugar
a dudas nuestra forma de pensar y nuestros conceptos denominacionales.
Ha ayudado a que nos sintamos seguros en nuestra actitud laodicense: ‘Soy rico,
y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad’, mientras que el
testimonio del Testigo Fiel es bien distinto: ‘Eres un desventurado, miserable,
pobre, ciego y desnudo’ (Apoc 3:17)” (p. 77).
¿Quién puede atreverse a
poner en duda las palabras del Testigo fiel? Nuestro corazón dice Amén. El
autor no tuvo la oportunidad de leer ‘Sé pues celoso y arrepiéntete, pueblo mío’, que sin duda le hubiera ayudado a tener una mejor
comprensión del carácter corporativo del pecado cometido al rechazar el
preciosísimo mensaje que, en su gran misericordia, el Señor nos envió mediante
los pastores Jones y Waggoner a fin de prepararnos para su segunda venida. El
hecho de que la estemos esperando aún no nos sitúa en una postura en la que
podamos jactarnos de haber aceptado ya aquello que entonces rechazamos.
Recomendamos encarecidamente al lector complementar la lectura de este volumen,
con la de ‘Sé pues celoso y arrepiéntete, pueblo mío’. Para una descripción más
breve del concepto de arrepentimiento corporativo, se puede consultar el
documento: Arrepentimiento corporativo.
LB
Lo que todo adventista debería saber sobre 1888
(Arnold
V. Wallenkampf)
Introducción
Para
muchos adventistas el año 1888 es casi tan importante como 1844, por supuesto
por otra razón. Para otros adventistas, todo lo que rodea a 1888 es un
misterio. ¿Qué ocurrió? ¿Qué no ocurrió? ¿Fue una línea divisoria para la
iglesia? ¿Fue el comienzo del “fuerte pregón” de Apocalipsis 18? ¿Cometió la
iglesia un pecado corporativo ese año?
Arnold
V. Wallenkampf proporciona una visión panorámica de los acontecimientos y los
problemas relacionados con el congreso de la Asociación General realizado en
Minneapolis, Minnesota, en 1888. Pero este libro ofrece más que una mirada
fascinante a la historia de nuestra iglesia. Presenta grandes preocupaciones
espirituales que siguen teniendo vigencia para la salvación de los cristianos
actuales.
El Dr.
Wallenkampf culminó una vida de servicio en la enseñanza en colegios y
universidades adventiatas como director asociado del Biblical Research Institut
(Instituto de investigación bíblica) de
Prefacio
Todavía
subsiste el debate acerca de cómo fue recibido el mensaje de la justificación
por la fe en Cristo dado en el Congreso de la Asociación General de 1888.
Algunos prefieren creer que el mensaje, claramente proclamado en Minneapolis
por E.J. Waggoner y A.T. Jones y apoyado por Elena de White, fue rechazado
por los delegados. Otros creen que fue aceptado por la mayoría de los delegados
y que inició un gran reavivamiento que determinó una verdadera bendición para
la iglesia remanente.
En
este librito consideraremos brevemente el contexto inmediato, lo que ocurrió
en el congreso, y sus resultados. Luego seguirá la evaluación que hizo A.G.
Daniells de ese congreso y sus secuelas, y nuestro deber actual.
La
última parte del libro presenta un desafío personal a todos los que
actualmente somos miembros de la iglesia, para quienes también fue dirigido el
mensaje de la justificación por la fe en Cristo, allá en 1888.
La
presentación está basada en declaraciones de Elena de White, tanto de ese
tiempo como de cuando lo miraba retrospectivamente. Contiene abundantes citas
directas de su pluma. De este modo el lector tendrá acceso a las palabras
exactas de ella; no será necesario confiar en paráfrasis o resúmenes de sus
puntos de vista.
El
autor espera que este breve tomo arroje luz adicional sobre lo que ocurrió en
ese tan discutido congreso de la Asociación General, y que esa luz estimule a
cada lector a una dedicación completa a Dios y a su verdad, bajo la conducción
del Espíritu Santo.
1. De Jesús a los
montes de Gilboa
En las
décadas de 1830 y 1840 los seguidores de Guillermo Miller tuvieron sus ojos
fijos en Jesús. Lo veían en su inminente y gloriosa segunda venida como Señor
de señores y Rey de reyes, y venía para llevarlos consigo a las mansiones
celestiales que había preparado para los suyos.
El
pequeño grupo de creyentes adventistas que se nucleó en la surgiente Iglesia
Adventista del Séptimo Día después del chasco en el otoño de 1844 también
mantuvo sus ojos fijos en Jesús. Esos creyentes hablan tenido una experiencia
real con el Señor; tenían la certeza de la salvación por la gracia mediante la
fe en él, y llevaban esta herencia consigo desde las diversas iglesias
evangélicas de las que procedían. Como resultado de esta confianza, gozaban de
paz y de la bienaventurada esperanza, y esperaban con ansias el retorno de
Jesús. Lo anhelaban como el novio espera que su novia llegue a la boda. Para
ellos, pensar en Jesús era dulce como la miel.
Esta
íntima relación de amistad con Jesús les permitió sobrevivir al abrumador
chasco. Renovó su ánimo y los estimuló a salir de nuevo, conforme a la profecía
de Apocalipsis 10:9‑11, a proclamar el mensaje de que Jesús vendría
pronto.
Lo
veían, no sólo en la gloria de su próxima parusía (venida), para reunir
a los suyos, sino como quien estaba intercediendo por ellos en ese momento en
el Santuario celestial. Su amor por Jesús, su aprecio por lo que él había hecho
por ellos en ocasión de su primera venida y lo que seguía haciendo por ellos en
el Santuario celestial, hacían que su anhelo por Jesús fuera intenso, aún
después del chasco. Los primeros adventistas del séptimo día se aferraban a
Jesús con todo fervor.
Pero
aun cuando estos nuestros antepasados creían en la salvación por la gracia,
rara vez predicaban acerca de ello. La preocupación central de sus mensajes al
público era la inminencia del retorno de Cristo y su deseo de vivir en
obediencia a sus mandamientos ‑incluyendo el del sábado‑ mientras
lo esperaban. No sentían una necesidad específica de predicar la salvación por
la fe. Sus oyentes ya habían aceptado esa enseñanza. Era una premisa
sobreentendida de que no hay salvación fuera de Cristo y de su sacrificio por
los pecados del hombre. Ellos lo consideraban un axioma; no hacía falta
mencionarlo específicamente. Por eso hay muy pocas menciones de la
justificación por la fe y de la salvación por la gracia en los primeros
sermones, libros y revistas.
Otra
razón por la que los primeros adventistas del séptimo día rara vez hablaban o
escribían acerca de la salvación por la gracia mediante la fe era que permitían
que sus opositores prepararan la agenda y ordenaran sus prioridades. Los
primeros adventistas fueron atacados acerbamente por los demás cristianos.
Para defender algunas de sus creencias ‑como la de la obligación
permanente de obedecer los Diez Mandamientos, incluyendo la observancia del
sábado‑ se dirigían a la Biblia. Les resultaba fácil encontrar pasajes
bíblicos que ligaban firmemente su fe en Jesús con la obediencia a los Diez
Mandamientos, incluyendo el del sábado. Con todo entusiasmo leían y predicaban
triunfalmente: "Si me amáis, guardad mis mandamientos", y "El
que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama" (Juan
14:15, 21). Y así, en un clima de triunfalismo, el énfasis entre los
adventistas pasó gradualmente del amor y de un compañerismo íntimo con Jesús a
la observancia de la Ley de Dios.
Gradualmente
Jesús comenzó a desdibujarse tanto en la visión como en el pensamiento de los
adventistas del séptimo día. Una experiencia personal de amor con Jesús era
algo en lo que se pensaba muy poco. En las décadas de 1870 y 1880, muchos
adventistas habían perdido totalmente de vista a Jesús.
Al
marchitarse y casi morir la vida espiritual en los corazones de los
adventistas del séptimo día, Elena de White notó la erosión de la verdadera
experiencia cristiana. Ella dio las advertencias correspondientes. A partir de
los primeros años de la década de 1870 llamó la atención repetidamente a la
tibieza laodicense, particularmente la de la Iglesia de Battle Creek, Michigan.1
En un sermón a los ministros en 1879 ella deploró el hecho de que la
experiencia cristiana se había deteriorado hasta ser sólo una teoría, y que las
grandes y solemnes verdades confiadas a la iglesia a menudo eran
"presentadas como frías teorías". Ella advirtió: "Una teoría de
la verdad sin la piedad vital no puede eliminar la oscuridad moral que envuelve
el alma".2
Con
referencia a los ministros, ella dijo: "Muchos de los que les presentaron
la verdad están desprovistos de la verdadera piedad. Pueden tener una teoría de
la verdad, pero no están completamente convertidos. Sus corazones son carnales;
no permanecen en Cristo ni él en ellos. Es el deber de todo ministro presentar
la teoría de la verdad; pero no debiera descansar habiendo hecho sólo eso...
Una conexión vital con el principal de los Pastores hará que los subpastores
sean representantes vivientes de Cristo, realmente una luz para el
mundo".3
Más o
menos en la misma época escribió: "Anhelo ver a nuestros ministros
espaciándose más en la cruz de Cristo, mientras sus propios corazones se
enternecen y subyugan ante el amor incomparable del Salvador, quien realizara
este sacrificio infinito”.4
La
mayoría de los miembros de la iglesia creía en la justificación por la fe como
una teoría abstracta. Le daban su asentimiento intelectual, pero les faltaba la
experiencia viviente que les daría paz y gozo en la vida cristiana diaria. Casi
sin darse cuenta se habían dejado arrastrar al legalismo, aferrándose
tenazmente a la doctrinas, pero sin tener una experiencia vibrante con Jesús
como su Salvador personal.
La
decreciente experiencia cristiana personal en muchos de los miembros resultó en
una creciente tibieza espiritual de las congregaciones. Los dirigentes de la
iglesia reconocieron la necesidad de un reavivamiento espiritual. En el número
de la Review and Herald del 21 de noviembe de 1882, en las páginas 1 al
3, George Butler, presidente de la Asociación General, pidió ayuno y oración
del 1º al 13 de diciembre. En apoyo de su llamamiento, señaló que la iglesia
estaba pasando por una "apostasía y decadencia espiritual". En
consecuencia, dijo, "el progreso de la obra se retarda considerablemente
por causa de nuestra condición de falta de consagración como pueblo". Esto
lo llevó a dar la sugerencia: "Debemos ser un pueblo convertido".
En
ocasión del Congreso de la Asociación General de Battie Creek en 1886, Elena de
White estaba en Suiza. Pero se le mostró una escena en que vio el Tabernáculo
de Battle Creek, y el ángel guía le dijo que "había la necesidad de un
gran reavivamiento espiritual entre los hombres que llevaban responsabilidades
en la causa de Dios".5
Aparentemente
la lánguida condición espiritual en la iglesia continuó hasta el congreso de la
Asociación General realizado en Minneapolis en 1888. Repetidamente Elena de
White expresó en las columnas de la Review and Herald su preocupación
por la iglesia. Citaremos sólo algunas de esas declaraciones:
En el
número del 15 de febrero de 1887 dijo: "Hay demasiada formalidad en la
iglesia... Los que profesan ser guiados por la Palabra de Dios pueden estar
familiarizados con las evidencias de su fe, y sin embargo ser como la
pretenciosa higuera que mostraba al mundo su lozano follaje, pero cuando el
Maestro la examinó, la encontró desprovista de frutos".
El 22
de marzo de 1887 apareció en la Review un llamado al reavivamiento:
"La mayor y más urgente de todas nuestras necesidades es la de un
reavivamiento de la verdadera piedad en nuestro medio. Procurarlo debiera ser
nuestra primera obra... Sólo en respuesta a la oración debe esperarse un reavivamiento.
Mientras la gente esté tan destituida del Espíritu Santo de Dios, no puede
apreciar la predicación de la Palabra... Hay personas en la iglesia que no
están convertidas”.6
En la Review
del 24 de julio de 1888 ella escribió: "La solemne pregunta debiera ser
considerada por cada miembro de nuestras iglesias: ¿Cómo estamos delante de
Dios, como profesos seguidores de Jesucristo?... La muerte espiritual ha sobrevenido
al pueblo de Dios que debiera estar manifestando vida, celo, pureza y
consagración, mediante la más ferviente devoción a la causa de la verdad.
Muchos
de los que se reunieron en Minneapolis para la asamblea ministerial y el
congreso de la Asociación General estaban aparentemente en un estado de muerte
espiritual. En la mañana del 11 de octubre, en su primer sermón durante la
asamblea ministerial, Elena de White dijo: "Hermanos, es una necesidad real
que nos elevemos a una norma más alta y más santa".7
Una
semana más tarde, en su primer discurso matutino del congreso, Elena de White
dijo que "hay muchos ministros que nunca estuvieron convertidos", y
que "no participan de la naturaleza divina; Cristo no mora en sus
corazones por la fe”. Luego añadió que muchos de ellos habían entrado al
ministerio y que su influencia había desmoralizado a las iglesias. Como resultado,
"se predican demasiados sermones sin Cristo".
Su
llamado final en ese sermón fue: " ¡Oh, que podamos estar todos
convertidos! Queremos que los ministros y los jóvenes [los ministros jóvenes]
se conviertan".8
La
Iglesia Adventista del Séptimo Día, que había comenzado como un grupo de
creyentes que gozaba de un compañerismo vibrante con Dios y dependía
exclusivamente de Jesús para su salvación, había destrozado su relación con él
en la época del congreso de Minneapolis, en 1888. Muchos de ellos, junto con su
rebaño, estaban vagando por los áridos montes de Gilboa. Elena de White
reiteradamente usó la expresión "los montes de Gilboa" como una
descripción de la estéril experiencia espiritual de muchos de los creyentes.
Dios
miró con tristeza a su amada iglesia; había preparado a dos jóvenes para que
ayudaran a revivir y restaurar a los debilitados miembros de iglesia a tener
con él un compañerismo viviente y funcional lleno del Espíritu.
Referencias:
2. Antecedentes
del congreso en Minneapolis
El
congreso de la Asociación General de 1888 fue convocado en Minneapolis para el
día 17 de octubre. Se programó una asamblea ministerial de una semana de
duración para precederlo. Se invitó a dos hombres jóvenes, A.T. Jones (38 años)
y E.J. Waggoner (33), coeditores de la revista Signs of the Times
[Señales de los tiempos], para presentar una serie de sermones en estas
reuniones.
Jones,
un hombre alto, era un converso al adventismo. Luego de conocer el mensaje
adventista mientras estaba en el ejército, en el Estado de Washington, pasaba
su tiempo libre en las barracas estudiando historia y la Biblia. Había
acumulado una gran cantidad de conocimientos. Cuando se le dio de baja del
ejército en 1873, se bautizó y comenzó a predicar el mensaje adventista en la
costa oeste de los Estados Unidos. En mayo de 1885 llegó a ser editor asistente
de la revista Signs.
Waggoner,
de estatura baja, era hijo del editor anterior de la revista Signs, J.H.
Waggoner. Era un médico que se había transformado en pastor; en 1884 fue
nombrado editor asistente del periódico bajo la dirección de su padre. Cuando
en 1886 el pastor Waggoner, padre, fue enviado a Europa para fortalecer a los
creyentes allí, Jones y Waggoner quedaron como coeditores de la revista Signs
of the Times.
Ambos
habían desarrollado algunos definidos puntos de vista teológicos . Algunos de
éstos diferían de los vigentes entre los adventistas de ese tiempo. El punto
más destacado era su fascinación con Cristo como única justicia del pecador
arrepentido. Habían sido introducidos a este tema en su asociación con el
pastor Waggoner, padre, un pionero adventista en el tema de la expiación y la
justificación por la fe. A través de su estudio de Gálatas, Romanos y Hebreos,
tanto Jones como Waggoner se habían "encendido" con la estimulante
belleza y el encanto de Jesús. Reconocían la urgente necesidad de una mejor
comprensión de la experiencia de la justificación por la fe en la Iglesia
Adventista.1 Ambos sentían el definido deber de esparcir este
conocimiento salvador de Cristo y su justicia. Como editores de la revista Signs,
utilizaron sus páginas para publicar sus puntos de vista; los proponían en las
aulas del colegio Healdsburg y los presentaban en sus sermones en el área de la
bahía de San Francisco.
Adicionalmente,
por medio de sus estudios de historia, Jones había llegado a la conclusión de
que uno de los cuernos de Daniel 7 representaba a los Alemanes en lugar de los Hunos.
Urías Smith, reconocido en la iglesia como intérprete profético, primero había
animado a Jones en su investigación histórica. Pero cuando Jones llegó a su
conclusión, que difería de la suya, Smith retiró su apoyo.
Los
dirigentes en Battle Creek pensaban que los dos hombres se habían aprovechado
de su posición como editores para diseminar sus ideas públicamente antes de
presentarlas a los "hermanos dirigentes", procedimiento que Jaime
White había delineado en su libro Life Sketches [Notas biográficas] en
1880.2 Más aún, los rumores que precedieron a Jones y Waggoner al
congreso decían que habiendo ganado el apoyo de Elena de White y de su hijo
Guillermo y de otros en la costa oeste, venían a Minneapolis a imponer sus puntos
de vista a los delegados. El concepto de justificación por la fe que tenían
Jones y Waggoner involucraba el término ley en la epístola a los
Gálatas. Ellos creían que se refería al Decálogo y no a la ley ceremonial. La
idea común entre los adventistas en este tiempo era que se aplicaba sólo a la
ley ceremonial.
La ley
mencionada en Gálatas había estado en discusión dentro de la iglesia por varios
años. En 1886 George I. Butler, presidente de la Asociación General, consultó a
Elena de White acerca de cómo comprendía el asunto. Al no recibir una respuesta
inmediata, publicó ese año el libro The Law in the Book of Galatians [La
ley en el libro a los Gálatas] en la casa editora Review and Herald en Battle
Creek. En este libro hacía referencia a artículos publicados en Signs en
Oakland, que sostenían que se refería a la ley moral. En su libro refutaba
enfáticamente este concepto.3
Al año
siguiente, con fecha 5 de abril de 1887, Elena de White escribió desde Basilea,
Suiza: "Estoy preocupada; en verdad no puedo recordar lo que se me ha
mostrado en relación a las dos leyes”.4 Tampoco tenía más luz en
cuanto a la discutida identidad de uno de los diez cuernos de Daniel 7.
Su
llamado a ambas partes fue pedirles que enterraran sus puntos de vista
partidistas y que presentaran un frente unido ante el mundo. Ella sabía que los
puntos en conflicto no justificaban la falta de unidad.
Cuando
recomendó la discusión abierta y franca de ambos asuntos, desapareció el
desacuerdo exterior. Waggoner y Jones dejaron de proclamar sus ideas, excepto
que en 1888 Waggoner preparó y publicó un folleto titulado The Gospel in the
Book of Galatians [El Evangelio en el libro de Gálatas] en respuesta al
libro que Butler publicara dos años antes. Este libro se regalaba a quienes lo
solicitaban.
Al
planificar la asamblea ministerial y el congreso de la Asociación General de
1888, Butler le sugirió a W.C. White varios temas de discusión. Entre ellos, y
en forma destacada, nombró los diez reinos de Daniel 7 y la ley en Gálatas.5
Jones debía presentar los resultados de su investigación histórica acerca de
Daniel 7, poniendo énfasis en los diez cuernos, además de sus sermones acerca
de Cristo nuestra justicia. La serie acerca de las profecías debía ser
presentada durante la asamblea ministerial. Waggoner iba a presentar una serie
de devocionales a lo largo de la asamblea y del Congreso de la Asociación
General acerca de Cristo y su justicia en relación con la ley.6
Los
dirigentes de Battle Creek esperaban dificultades en el Congreso de
Minneapolis. La posición de Jones y Waggoner sobre Cristo y su justicia en
conexión con la ley en Gálatas les era especialmente molesta .7
Referencias:
3. El mensaje de
1888
No se
registraron los sermones que Jones y Waggoner predicaron en la asamblea y en
las sesiones del Congreso de la Asociación General; ni tampoco algunos de los
de Elena de White. Pero podemos recoger la esencia de sus mensajes en sus
escritos. Waggoner fue el orador principal acerca de Cristo y su justicia en el
congreso. Uno de sus libros, publicado poco después del congreso, lleva el
titulo de Christ and His Righteousness [Cristo y su justicia]. En él
expone lo que quiso trasmitir en sus presentaciones.
El
libro completo es una exaltación gozosa del amor de Dios y de su misericordia
según lo manifestó Jesús. Waggoner urge a sus lectores a "considerar a
Cristo continua e inteligentemente". "Cristo debe ser 'elevado' por
todos los que creen en él como el Redentor crucificado, cuya gracia y gloria
son suficientes para satisfacer la necesidad más grande del mundo; significa
que debiera ser 'elevado' en su extraordinario encanto y poder como 'Dios con
nosotros', de modo que su atractivo divino pueda así atraer a todos hacia
él".1
Nuestra
seguridad del perdón para todos nuestros pecados "descansa en el hecho de
que el mismo Dador de la ley, Aquel ante quien" nos hemos rebelado y a
quien hemos desafiado "es el que se dio a sí mismo por nosotros". En
Cristo, Dios se dio a sí mismo para nuestra redención, porque "no se
imaginen que el Padre y el Hijo estaban separados en esta transacción. Eran uno
en esto, así como en todo lo demás".2
"¡Qué
maravillosa manifestación de amor! El Inocente sufrió por el culpable; el
Justo, por el injusto; el Creador, por la criatura; el Hacedor de la ley, por
el transgresor de la ley; el Rey, por sus súbditos rebeldes... El Amor Infinito
no podía encontrar una mayor manifestación de sí mismo. Bien puede decir el
Señor: '¿Qué más podría haberse hecho por mi viña, que yo no haya hecho?’
"3
El
amor divino abarcó toda la creación. Por medio de su muerte en la cruz Jesús
redimió al mundo entero. "No compró una cierta clase, sino todo el mundo
de pecadores. ‘Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo
unigénito' (Juan 3:16). Jesús dijo: ‘El pan que yo daré es mi carne, la cual yo
daré por la vida del mundo' (Juan 6:51). ‘Porque Cristo, cuando aún éramos
débiles, a su tiempo murió por los impíos'. 'Mas Dios muestra su amor para con
nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros' (Rom. 5:6,
8)".4
Habiéndonos
comprado con su sangre, Jesús acepta a todo pecador arrepentido tal como es y
lo cubre con el manto de su propia justicia. Al hacerlo, él "no provee un
manto para el pecado, sino que quita el pecado. Y esto muestra que el perdón
de los pecados es algo mas que una mera forma, algo más que una mera entrada en
los libros de registros del cielo, a los efectos de que sea cancelado el
pecado. El perdón de los pecados es una realidad; es algo tangible, algo que
afecta vitalmente al individuo. En realidad lo libera de la culpa; y si es
libre de culpa, está justificado, ha sido hecho justo, ciertamente ha sufrido
un cambio radical. Es, en verdad, otra persona".5 Waggoner
mostró que esto está de acuerdo con la enseñanza del apóstol Pablo cuan do
escribió: "Si alguno está en Cristo, nueva criatura es" (2 Cor.
5:17).
Waggoner
y Jones sostenían que el Redentor va más allá de perdonar los pecados. El
creyente que acepta a Jesús como su sustituto y su garante de salvación aprende
a conocerlo como su ejemplo y como su capacitador para la victoria sobre el
pecado, la que está firmemente anclada a la encarnación de Cristo.6
Por
medio de la encarnación, explicaba Waggoner, "Cristo tomó sobre sí la
igualdad con el hombre, para poder redimir al hombre". Continúa diciendo:
"Debe haber sido hecho conforme al hombre pecador, porque es al hombre
pecador a quien vino a redimir. La muerte no tendría poder sobre un hombre sin
pecado, así como Adán en el Edén; y no podría tener poder sobre Cristo, si el
Señor no hubiera tomado sobre sí la iniquidad de todos nosotros. Más aún, el
hecho de que Cristo tomó sobre sí mismo la carne, no de un ser sin pecado, sino
del hombre pecador, es decir, que la carne que asumió tenía todas las
debilidades y las tendencias pecaminosas a las que está sujeta la naturaleza
humana caída, se ve en la declaración de que 'era del linaje de David según
la carne'. David tenía todas las pasiones de la naturaleza humana".7
Luego
de citar 2 Corintios 5:21, que dice: "Por nosotros [Dios] lo hizo [a
Cristo] pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él",
Waggoner comentaba: "Esto es mucho más fuerte que la declaración de que
fue hecho 'a semejanza de la carne pecaminosa'. Fue hecho pecado. . . El
Cordero inmaculado de Dios, que no conocía pecado, fue hecho pecado. Sin
pecado, sin embargo, fue no sólo contado como pecador, sino que tomó sobre sí
la naturaleza pecaminosa. Él fue hecho pecado para que nosotros fuésemos
hechos "justicia".8
Pero
aunque Waggoner presentó a Jesús como venido con una naturaleza pecaminosa, se
cuidó de convertirlo en pecador. Dijo:
“Algunos
pueden haber pensado, al leer hasta aquí, que estamos despreciando el carácter
de Jesús, al bajarlo al nivel del hombre pecador. Por el contrario, simplemente
estamos exaltando el 'poder divino' de nuestro bendito Salvador, quien
voluntariamente descendió al nivel del hombre pecador, para poder exaltar al
hombre a su propia pureza inmaculada, que retuvo bajo las condiciones más
adversas. Su humanidad sólo veló su naturaleza divina... Durante toda su vida
hubo una lucha. La carne, movida por el enemigo de toda justicia, tendía al
pecado, sin embargo, su naturaleza divina, nunca, ni por un momento abrigó un
deseo malo, ni vaciló por un momento su poder divino".9
Waggoner
animaba a sus oyentes y a sus lectores con la declaración: "Ustedes
pueden tener el mismo poder que tuvo él si lo desean. Él fue 'concebido con
debilidades' pero 'no pecó', porque el poder divino moraba constantemente en
él".10
Waggoner
se refirió a la promesa de Dios hecha a través del apóstol Pablo en Efesios
3:14‑19, de que cada creyente puede ser fortalecido por Cristo al morar
en su corazón por la fe mediante el Espíritu Santo. De esta forma cada alma
dispuesta puede ser llena con la plenitud de Dios, quien es capaz y está
ansioso de darnos fortaleza "más abundantemente de lo que pedimos o
entendemos". Todo el poder que residía en Cristo puede morar en nosotros
por gracia, porque él nos lo otorga libremente. Waggoner, confiadamente afirmó
que Uno más fuerte que Satanás puede morar continuamente en el corazón del
creyente. Y así, el creyente puede enfrentar los asaltos de Satanás desde una
fortaleza y decir: "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece".11
El
mensaje de justificación por la fe que se presentó en el congreso de 1888, fue
verdaderamente un mensaje de esperanza y valor. Ofrecía perdón para todos los
pecados. Más aún, ofrecía la victoria sobre el pecado. Waggoner deseaba que los
cristianos, antes pusilánimes, decidieran vivir confiadamente, amando a Dios.
Sin
embargo, Waggoner advirtió que Satanás no estaba dispuesto a dejar que sus
antiguos esclavos escaparan sin pelea. Amonestó a cada seguidor de Cristo a
recordar siempre que Cristo lo había liberado y que ya no es más esclavo de
Satanás. Pero la victoria demanda ceder constantemente a la voluntad de Dios.
Alejado de ella, no hay victoria.12
Al dar
esta receta para vencer la tentación, Waggoner volvió a su amonestación
inicial: Mantengan sus ojos, sus pensamientos y sus afectos en Jesús. En uno
de sus sermones, aparecido en la revista Signs of the Times del 25 de
marzo de 1889, Waggoner utilizó ilustraciones de la historia para mostrar cómo
Jesús fortalecerá al pecador débil, pero arrepentido, en su lucha contra el
pecado y contra Satanás.
"Los
soldados de Alejandro ‑escribió‑ eran conocidos como los
invencibles. ¿Por qué? ¿Se debía a que eran naturalmente más fuertes y más
valientes que todos sus enemigos? No; sino porque eran liderados por
Alejandro. Su fuerza estaba en su liderazgo. Bajo otro líder hubieran sido
derrotados a menudo. Cuando el ejército de la Unión estaba huyendo,
aterrorizado, ante el enemigo en Winchester, la presencia de Sheridan [general
norteamericano durante la guerra de secesión] tornó su derrota en victoria.
Sin él, los hombres constituían una multitud temblorosa; con él al frente,
eran un ejército invencible. Si ustedes hubieran escuchado los comentarios de
los soldados que estaban al mando de estos líderes y de otros como ellos
después de la batalla hubieran escuchado alabanzas para su general en medio de
todo su regocijo. Eran fuertes porque él lo era; estaban inspirados por el
mismo espíritu que él tenía".
Los
pensamientos de un creyente victorioso no deben dirigirse hacia la tentación y
las dificultades. Waggoner dijo que si los pensamientos de una persona se
detienen en las tentaciones, inevitablemente sucumbirá a ellas. Por el
contrario, los pensamientos de un cristiano victorioso deben centrarse en Dios
y en su poder. Como ejemplo de esto, se refirió al rey Josafat de Judá, cuya
victoria sobre los moabitas y los amonitas se registra en 2 Crónicas 20.
Waggoner
recordó a sus lectores que tan pronto como Josafat recibió la noticia de la
invasión enemiga, se acercó a Dios. De pie, con su pueblo en el atrio del
templo, derramó su alma a Dios en oración. Dijo: "¿No está en tu mano tal
fuerza y poder, que no hay quien te resista?" (2 Crón. 20:6). Le dijo a
Dios en nombre suyo y del pueblo, "a ti volvemos nuestros ojos"
(vers. 12). Mientras el rey y el pueblo se humillaban ante Dios y mantenían
sus ojos fijos en él, Dios les dio una gran victoria sobre sus enemigos.
Waggoner dijo: "Por supuesto, el hombre que puede comenzar su oración en
la hora de necesidad con tal reconocimiento del poder de Dios, ya tiene la
victoria de su lado. No obstante, noten, Josafat no sólo declaró su fe en el
maravilloso poder de Dios, sino que reclamó la fortaleza de Dios como
propia".
Por
sus propias fuerzas ninguna persona puede derrotar a Satanás. Pero en el
momento de la tentación cada creyente debiera recordar la promesa de Dios a
Josafat, aconsejó Waggoner. "No temáis ni os amedrentéis. . . porque no es
vuestra la guerra, sino de Dios" (vers. 15).13 Waggoner ansiaba
que el individuo lleno del Espíritu Santo y con sus ojos en Jesús obtuviera la
victoria sobre el pecado: "¡Qué maravillosas posibilidades hay para el
cristiano!", exclamaba. "¡Qué alturas de santidad puede alcanzar! No
importa cuánto luche Satanás contra él, asaltándolo por su lado más débil,
puede habitar bajo la sombra del Omnipotente, y estar lleno de la plenitud de
la fortaleza de Dios. El que es más fuerte que Satanás puede habitar en su
corazón continuamente; y así, observando los ataques de Satanás desde una fortaleza,
puede decir: 'Todo lo puedo en Cristo que me fortalece' “.14
De
acuerdo con Jones y Waggoner, la victoria sobre el pecado es inherente a una
correcta comprensión de la verdad acerca del santuario. Elena de White
compartía esta idea. En su sermón del 20 de octubre de 1888, el primer sábado
del congreso de Minneapolis, dijo: "Cristo está ahora en el Santuario
celestial. ¿Qué está haciendo? Está haciendo expiación por nosotros, purificando
el Santuario de los pecados de la gente. Luego debemos entrar por fe en el
Santuario con él, debemos comenzar la obra en el santuario de nuestra alma.
Debemos limpiarnos de toda contaminación. 'Limpiémonos de toda contaminación de
carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios' " (2
Cor. 7:1)15
Para
Elena de White la respuesta personal en relación con la purificación del
santuario celestial involucraba la purificación del templo del alma de cada
creyente. Esto se refleja en sus escritos posteriores. En 1890 escribió:
"Cristo está limpiando el templo celestial de los pecados del pueblo, y
debemos trabajar en armonía con él sobre la tierra, limpiando el templo del
alma de su contaminación moral”.16
Elena
de White llamaba a esta comprensión de la justificación por la fe “el mensaje
del tercer ángel en verdad".17 Esta verdad debía reunir a las
personas que "guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús"
(Apoc. 14:12), y prepararlas para encontrarse con su Señor que vuelve en gozosa
paz. Ella resumió esta transformadora comprensión de la justificación por la
fe en la frase "los encantos incomparables de Cristo".18
Jones
y Waggoner habían captado personalmente la visión de la gloria sin par de
Cristo. Tal concepto liberaría a los creyentes de las garras del legalismo.
Por eso lo compartieron gozosamente con los demás delegados al Congreso de la
Asociacion General de Minneapolis en 1888.
Referencias:
4. El respaldo de
Elena de White
Elena
de White respaldó de corazón el mensaje de la justificación por la fe de 1888.
Ella cuenta que su reacción cuando escuchó a Waggoner y Jones en el congreso de
Minneapolis fue: “Cada fibra de mi corazón dijo amén".1
Era
natural que apoyara este mensaje, ya que ella misma lo había estado predicando
durante años. En un sermón en Roma, Nueva York, el 19 de junio de 1889, unos
siete meses después del congreso de Minneapolis, dijo: "Se me ha
preguntado: ¿Qué piensa de la luz que estos hombres [A.T. Jones y E.J.
Waggoner] están presentando? Pues, que la he estado presentando durante los
últimos 45 años –los encantos incomparables de Cristo. Esto es lo que he estado
tratando de presentar delante de vuestras mentes. Cuando el hermano Waggoner
presentó estas ideas en Minneapolis, fue la primera vez que escuché de labios
humanos una enseñanza clara acerca de este tema, exceptuando las conversaciones
entre mi esposo y yo".2
En
verdad Elena de White había presentado a Jesús como la base de la salvación del
hombre. Sólo unas pocas referencias a sus escritos anteriores y a su obra lo
ilustrarán. En un picnic junto al lago Goguac, cerca de Battle Creek, Michigan,
en mayo de 1870, ella dijo: '"Les recomiendo a Jesús, mi bendito Salvador.
Lo adoro; lo alabo. ¡Ojalá tuviera una lengua inmortal para alabarlo como
deseo! ¡Ojalá pudiera estar ante el universo reunido y hablar con alabanzas de
sus encantos incomparables!"3
Desde
ese momento, pero especialmente después de 1888, la frase "encantos
incomparables" de Jesús aparece repetidamente cuando enfatiza lo
indispensable que él es para la vida cristiana. A menudo enfatizaba la
necesidad de un compañerismo viviente con Jesús y de estar vestidos con su
justicia. En 1882 escribió: "No es suficiente creer acerca de él [Jesús];
debe creer en él. Debe depender completamente de su gracia salvadora".
Nuevamente dice: "Deje que el orgullo sea crucificado, y vista al alma con
el manto sin precio de la justicia de Cristo".4
En una
disertación matutina a los ministros reunidos en el congreso de la Asociación
General celebrado en Battle Creek, en noviembre de 1883, destacó a Jesús y su
justicia como la única base de la salvación del hombre. "Sólo su justicia
puede darnos derecho a una de las bendiciones del pacto de la gracia. Durante
mucho tiempo, hemos deseado y procurado obtener esas bendiciones, pero no las
hemos recibido porque hemos fomentado la idea de que podríamos hacer algo para
hacernos dignos de ellas. No hemos apartado la vista de nosotros mismos,
creyendo que Jesús es un Salvador viviente. No debemos pensar que nos salvan
nuestra propia gracia y méritos. La gracia de Cristo es nuestra única esperanza
de salvación... Cuando confiemos plenamente en Dios, cuando descansemos sobre
los méritos de Jesús como en un Salvador que perdona los pecados, recibiremos
toda la ayuda que podamos desear".5
"Algunos
parecen sentir que deben ser puestos a prueba y deben demostrar al Señor que se
han reformado, antes de poder demandar sus bendiciones. Sin embargo, esas
queridas almas pueden pedir ahora mismo la bendición. Deben tener la gracia de
Cristo, el Espíritu de Cristo que les ayude en sus debilidades, o no podrán
formar un carácter cristiano. Jesús anhela que vayamos a él tal como somos:
pecadores, impotentes, desvalidos”.6
En la
reunión matutina del 13 de noviembre, durante el mismo congreso, hizo el
siguiente comentario a los ministros: "Muchos están cometiendo un error...
Esperan vencer por medio de sus propios esfuerzos, y por su bondad obtener la
seguridad del amor de Dios. No ejercitan fe; no creen que Jesús acepta su
arrepentimiento y contrición, y así luchan día tras día sin encontrar reposo o
paz. Cuando el corazón está plenamente entregado a Dios, el amor surge en el
alma, y el yugo de Cristo es fácil y ligera su carga. La voluntad es absorbida
en la voluntad de Dios, y lo que era una cruz llega a ser un placer".7
Elena
de White creía que la justificación por la fe genera un compañerismo con Jesús
que conduce a la victoria sobre la tentación. Cuando oyó el grandemente
necesario mensaje de Waggoner en el congreso de Minneapolis, naturalmente lo
apreció. Ella esperó que ese mensaje despertara la experiencia cristiana
adormecida de los asistentes al congreso y los enviara de regreso a sus casas
con la gracia de Cristo en sus corazones y su mensaje en los labios.
El
último jueves del congreso, 11 de noviembre de 1888 (el congreso concluyó el
domingo 4 de noviembre) ella dijo: "El Dr. Waggoner nos ha hablado en
forma directa. Hay luz preciosa en lo que él dijo... Veo la belleza de la
verdad en la presentación de la justicia de Cristo en relación con la ley en
la forma en que el doctor la ha puesto delante de nosotros. Ustedes dicen,
muchos de ustedes, es luz y verdad. Sin embargo, ustedes no la han presentado
así antes... Lo que se ha presentado armoniza perfectamente con la luz que Dios
ha visto a bien darme durante todos los años de mi experiencia".8
Después
del congreso de Minneapolis, Elena de White siempre habló en forma favorable
acerca del mensaje de Cristo como nuestra justicia que Waggoner y Jones habían
presentado tan lúcidamente. Ella apoyó "esta luz que estos hombres están
presentando".9 En uno de sus sermones durante una serie de reavivamiento
con Jones en South Lancaster, Massachusetts, en enero de 1889, ella dijo que él
estaba presentando "exactamente el mensaje que el Señor envió a su pueblo
en este momento".10 El verano siguiente ella dijo: "El
mensaje actual –la justificación por la fe [predicada por Jones y Waggoner]– es
un mensaje de Dios; tiene las credenciales divinas, porque su fruto es para
santidad".11
En
1892 lo identificó como "el fuerte clamor del tercer ángel [que] ya ha
comenzado en la revelación de la justicia de Cristo, el Redentor que perdona
los pecados. Este es el comienzo de la luz del ángel cuya gloria ha de llenar
toda la tierra".12
Para
ella, "el mensaje dado... por A.T. Jones y E.J. Waggoner es el mensaje de
Dios para la Iglesia de Laodicea”.13
En
mayo de 1895 escribió que Dios había comisionado a Waggoner y a Jones
"para presentar un mensaje especial al mundo”.14
El 1º
de mayo de 1895, en una carta desde Tasmania dirigida a 0.A. Olsen, presidente
de la Asociación General, recordaba:
"En
su gran misericordia el Señor envió un preciosísimo mensaje a su pueblo por
medio de los pastores Waggoner y Jones. Este mensaje tenía que presentar en
forma más destacada ante el mundo al sublime Salvador, el sacrificio por los
pecados del mundo entero. Presentaba la justificación por la fe en el Garante;
invitaba a la gente a recibir la justicia de Cristo... Este es el mensaje que
Dios ordenó que fuera dado al mundo. Es el mensaje del tercer ángel, que ha de
ser proclamado en alta voz y acompañado por el abundante derramamiento de su
Espíritu...
"El
mensaje del Evangelio de su gracia tenía que ser dado a la iglesia con
contornos claros y distintos, para que el mundo no siguiera afirmando que los
adventistas del séptimo día hablan mucho de la ley, pero no predican a Cristo,
ni creen en él...
"Por
eso Dios entregó a sus siervos un testimonio que presentaba con contornos
claros y distintos la verdad como es en Jesús, que es el mensaje del tercer
ángel".15
En
esta misma carta dice además: "Dios dio a sus mensajeros precisamente lo
que nuestro pueblo necesitaba. Los que recibieron el mensaje fueron grandemente
bendecidos, porque vieron los brillantes rayos del Sol de justicia, y surgieron
vida y esperanza en sus corazones".16
Hay
muchas declaraciones similares de Elena de White que afirman la aprobación
divina del mensaje de Waggoner y Jones.
Ella
trató también de prevenir el rechazo del mensaje de la justificación por la fe
presentado por Waggoner y Jones señalando específicamente que los hombres
mismos podrían ser apartados de la verdad por Satanás. Pero ni aún una
concebible apostasía futura de su parte invalidaría el mensaje de la
justificación por la fe que Dios les había dado. En dos cartas escritas en 1892
dijo respectivamente:
"Si
los mensajeros del Señor, después de defender con hombría la verdad por un
tiempo, cayeran bajo la tentación y deshonraran a quien les había dado su
tarea, ¿será eso una prueba de que su mensaje no era verdadero?... El pecado en
el mensajero de Dios haría regocijar a Satanás, y los que han rechazado al
mensajero y al mensaje triunfarían; pero de ninguna manera absolvería a los
hombres que son culpables de rechazar el mensaje de verdad enviado por
Dios".17
"Es
bien posible que los pastores Jones y Waggoner puedan ser vencidos por las
tentaciones del enemigo; pero si lo fueran, esto no demostraría que no habían
recibido el mensaje de Dios, o que la obra que habían hecho fue todo un
error".18
Desafortunadamente
estas preocupaciones llegaron a ser proféticas. Pero en 1888 y durante varios
años más, los pastores Jones y Waggoner estuvieron realmente haciendo la obra
de Dios al predicar el mensaje de la justificación por la fe, esperando que
toda la iglesia lo aceptara como una experiencia viviente.
Referencias:
5. ¿Qué ocurrió en
el congreso?
El
congreso de la Asociación General de 1888 es el único que nuestra iglesia ha
celebrado en Minneapolis, Minnesota. El lugar de la mayoría de los Congresos de
la Asociación General pronto se olvida si se ha llevado a cabo en él una sola
vez. ¿Por qué, entonces, el nombre de Minneapolis es tan familiar para muchos
adventistas? ¿Qué ocurrió realmente en el congreso de Minneapolis para hacerlo
tan famoso?
Como
ya se mencionó, el congreso fue precedido por una asamblea ministerial, la que
comenzó el 10 de octubre. Era el plan de los dirigentes de la Asociación
General que durante estas dos convocaciones los dos temas que Jones y Waggoner
habían abordado en la costa oeste –1) los cuernos de Daniel 7, y 2) Cristo,
nuestra justicia, en relación con la ley en Gálatas– fueran completamente
ventilados y clarificados.
Al
finalizar la asamblea ministerial, durante la cual Jones habló de Daniel 7, la
mayor parte de los delegados habían fijado su posición en cuanto a si los hunos
o los alemanes representaban uno de los 10 cuernos. Los delegados se llamaban a
sí mismos "hunos" o "alemanes", dependiendo de si estaban
del lado de Urías Smith y la posición histórica de los adventistas o con Jones.
Jones había presentado razonamientos convincentes; nadie podía discutir sus
argumentos y sus evidencias. Pero consternó a muchos por su impetuosa
descortesía al atribuir al respetado Urías Smith ignorancia personal cuando
éste modestamente admitió que simplemente había seguido a otros intérpretes
bíblicos en su identificación de los 10 cuernos. Hasta este momento Elena de
White todavía no había tomado una posición ni en relación con los cuernos de
Daniel 7 ni en cuanto a la ley en Gálatas. Sin embargo, ella reprendió a Jones
por su dura observación.1
Acerca
de la pregunta de si los hunos o los alemanes eran uno de los 10 cuernos, el
popular historiador adventista, A.W. Spalding escribió: "El discutir
sobre este trivial asunto histórico en presencia de temas tremendos como la
expiación y la ley de Dios, era como concentrar varios cuerpos del ejército en
la captura de una cabaña mientras la suerte de la batalla estaba vacilando en
el campo. Pero para Smith la posesión de la cabaña parecía importante. Era su
cabaña; si se retiraba de ese punto, podía ser llevado a cualquier parte".2
El
desacuerdo acerca de los cuernos fue el preludio de la disensión en cuanto a
la doctrina de Cristo, nuestra justicia. Este fue el tema real de la contienda
durante el congreso. Y este tema involucraba la ley en Gálatas. Waggoner
aplicaba textos acerca de la ley como "nuestro ayo" de Gálatas 3:24 a
la ley moral. Esta interpretación constituía un corte con la exégesis tradicional
adventista y era resistida por Butler, Smith y otros dirigentes reconocidos.
Este
breve capítulo no tratará de indagar las actitudes y las reacciones de todos
los participantes del congreso en relación con el mensaje de 1888. Más bien, se
limitará a las declaraciones que hizo Elena de White acerca de cómo
reaccionaron los delegados durante el congreso.
Pero
primero consideremos algunos de los acontecimientos que se produjeron durante
el congreso. Esto explicará lo que dice Elena de White de ciertos dirigentes
en algunas de sus declaraciones. En una ocasión, cuando los ministros de más
edad estaban cada vez más inquietos por la presentación de Waggoner, R.M.
Kilgore, un administrador sureño y miembro de la Junta de la Asociación
General, hizo la moción de que se suspendieran las presentaciones de Waggoner
acerca de la justificación por la fe hasta que Butler, que estaba enfermo,
pudiera estar presente. Elena de White, que estaba sentada en la plataforma en
esta reunión, inmediatamente se puso de pie y lo objetó diciendo: "¿Acaso
quiere el Señor que su obra espere al pastor Butler? El Señor desea que su
obra continúe y no espere a ningún hombre".3 Puesto que nadie
respondió a la declaración de Elena de White, las presentaciones de Waggoner
continuaron.
Otro
episodio es el de la respuesta de J.H. Morrison a las presentaciones de
Waggoner. Los oponentes de Waggoner escogieron a Morrison para responder
formalmente a Waggoner. Morrison, presidente de la Asociación de lowa,
sostenía que los adventistas del Séptimo día siempre habían creído y enseñado
la justificación por la fe. Esto, por supuesto, era técnicamente correcto,
pero no reconocía que esta doctrina fundamental, correctamente entendida y
como resultado de una experiencia personal con Cristo, había sido oscurecida
por un ensombrecedor énfasis en la ley. Aunque sincero y fervoroso en su
presentación, no logró convencer a muchos de sus oyentes de que la enseñanza
de Waggoner no era la verdad presente de la Palabra de Dios.
La
respuesta de Jones y Waggoner a la presentación de Morrison fue sencilla y sin
pretensiones. Escogieron no hacer comentarios personales, sino que se
limitaron a leer 16 pasajes de la Escritura. Prevaleció entre la audiencia un
sorprendido silencio mientras ambos se ponían de pie y leían en forma
alternada los pasajes. Luego de leerlos, volvieron a sus asientos. Se ofreció
una oración y la reunión concluyó.
Esta
refutación singular a la presentación de Morrison dejó una impresión profunda e
imborrable en los delegados.4
Elena
de White habló unas veinte veces durante la asamblea ministerial y el congreso.
En su primera presentación al congreso, durante la mañana del 18 de octubre,
en forma tangencial enfatizó la necesidad de una experiencia viva de
justificación por la fe al alertar a sus oyentes con las palabras de Jesús:
"Separados de mí nada podéis hacer" (Juan 15:5). Ella dijo: "Se
nos ha encomendado una verdad grande y solemne para estos últimos días, pero
un mero asentimiento a la verdad y una creencia en ella no nos salvará. Los
principios de la verdad deben estar entrelazados con nuestro carácter y con
nuestra vida". Hacia el final señaló que "la gran necesidad de este
momento es la de humillarnos ante Dios, para que el Espíritu Santo pueda
entrar en nosotros".
Dijo
que muchos tenían un conocimiento superficial de la verdad y que necesitaban
investigar las Escrituras por sí, mismos "para ver si sus ideas
corresponden a la Palabra de Dios".5 En su discurso a los
pastores, el 21 de octubre, deploró las "habladurías y los malos
pensamientos" presentes "en este congreso". Continuó diciendo:
"Me ha dolido escuchar tantas bromas y chanzas entre viejos y jóvenes en
las mesas del comedor". Hizo un llamado a los jóvenes que estaban
entrando al ministerio para que “prestaran atención a lo que escuchaban" y
a "ser cuidadosos en cómo se oponen a las preciosas verdades [el mensaje
de justificación por la fe] de las cuales tienen ahora tan poco conocimiento".6
Exactamente
una semana después del comienzo del congreso, el 24 de octubre, en una reunión
con los pastores, Elena de White expresó tristeza porque el congreso estaba
“llegando a su fin, y no se ha hecho ni una confesión; no ha habido ni una sola
apertura a fin de que el Espíritu de Dios entre". Continuó diciendo:
"¿Qué sentido tiene reunirnos todos aquí y que vengan nuestros hermanos
ministros si están aquí sólo para apartar el Espíritu de Dios de las personas?
Esperábamos que hubiera un acercamiento a Dios aquí. Quizás ustedes piensan que
tienen todo lo que quieren...
"Si
los ministros no reciben la luz, quiero darle al pueblo una oportunidad; quizás
ellos quieran recibirla”.7
Elena
de White se refirió a la moción de Kilgore para terminar las presentaciones de
Waggoner en tanto ButIer no estuviera presente. Ella dijo: "Aquí están el
pastor Smith y el pastor Van Horn, que han estado tratando con la verdad
durante años, y sin embargo no debemos tocar el tema porque el pastor Butler no
está aquí. Pastor Kilgore, me apené más de lo que puedo expresar cuando lo
escuché hacer ese comentario, porque perdí la confianza en usted. Ahora bien,
nosotros queremos estar de acuerdo con lo que Dios dice; yo no creo en toda
esta terrible sensibilidad. Vayamos al Señor en busca de la verdad en lugar de
mostrar este espíritu combativo". También expresó su deseo de que J. H.
Morrison, quien presentó la respuesta formal a las presentaciones de Waggoner,
pudiera "convertirse y tratar la Palabra de Dios con mansedumbre y con el
Espíritu de Dios".
Elena
de White observó con gran pesar que el Espíritu de Dios no se hallaba en su
reunión. Más tarde reconoció con dolor que sus "hermanos ministros
vinieron al congreso con un espíritu que no era el Espíritu de Dios".8
La ausencia del Espíritu hizo que la verdad fuera inefectiva. Ella declaró: “Vi
que almas preciosas que hubieran abrazado la verdad se han alejado de ella por
la manera en que se la trató, porque Jesús no estaba en ella. Y esto es lo que
he estado rogándoles todo el tiempo: necesitamos a Jesús. ¿Cuál es la razón por
la cual el Espíritu de Dios no vino a nuestras reuniones?"9
Antes
que terminara el congreso, Elena de White hizo una clara declaración oral a
"los hermanos reunidos en Congreso general". En esta presentación
abogó por un estudio más profundo de la Palabra. Comenzó instándolos a
"ejercitar el espíritu cristiano", a no sucumbir "a los fuertes
sentimientos de prejuicio", sino a "estar preparados para investigar
las Escrituras con mentes imparciales, con reverencia y sinceridad... No
debiera permitirse que nuestros sentimientos personales influyan sobre nuestras
palabras o sobre nuestro juicio", dijo. "Como cristianos, no tienen
derecho a abrigar sentimientos de enemistad, falta de bondad, prejuicio hacia
el Dr. Waggoner, quien ha presentado sus puntos de vista en forma clara y
recta, como debe hacerlo un cristiano".10
Hacia
el final de su discurso, dijo: "Quienes no tienen el hábito de pensar e
investigar por sí mismos, creen ciertas doctrinas porque sus asociados en la
obra las creen. Resisten la verdad sin ir a las Escrituras por sí mismos para
aprender cuál es la verdad. A causa de que aquellos en los cuales tienen
confianza se oponen a la luz, ellos se oponen también, sin saber que están
rechazando el consejo de Dios contra sí mismos... No es sabio que cualquiera de
estos jóvenes tome una decisión en esta reunión donde la oposición más que la
investigación es el orden del día. Las Escrituras deben constituir su estudio,
entonces sabrán que tienen la verdad. Abran su corazón para que Dios pueda
escribir la verdad sobre sus tablas".
Finalizó
esta charla haciendo notar nuevamente la oposición al Espíritu que había
prevalecido en el congreso. "Cuando el Espíritu de Dios entra, el amor
toma el lugar de la desavenencia, porque Jesús es amor; si aquí se apreciara su
Espíritu, nuestra reunión sería como un arroyo en el desierto".11
Con
profundo dolor Elena de White percibió que no se permitió que el Espíritu de
Dios fuera el líder invisible de este congreso. Su control hubiera eliminado
las desavenencias y los hubiera llenado a todos con amor divino. Aun después,
ella recordaba con dolor este congreso. Escribió: "Se me ha instruido que
la terrible experiencia del congreso de Minneapolis es uno de los capítulos más
tristes en la historia de los creyentes en la verdad presente".12
Referencias:
6. Se maltrata al
Espíritu Santo
Los
opositores del mensaje de 1888 en Minneapolis se unieron bajo el liderazgo del
presidente de la Asociación General, George Butler. Aunque estaba ausente por
enfermedad, aun controlaba en forma efectiva la Junta de la Asociación General
y dirigía a la mayoría de los ministros en el Congreso. Cinco años más tarde,
en un artículo publicado en la Review y titulado "Personal",
Butler confesó su oposición al mensaje de la justificación por la fe presentado
por Waggoner y Jones. Él declaró: "Por diversas razones a las cuales no
necesito referirme aquí, mis simpatías no estaban con los que presentaban a
nuestro pueblo lo que ahora considero como luz".1
En una
de sus charlas matutinas en el congreso, Elena de White dijo: "Nunca he
estado más alarmada que ahora". Se refería a la oposición de Butler al
mensaje de la justificación por la fe y a la propuesta de Kilgore de que no se
discutiera la ley en Gálatas porque Butler no estaba presente .2
En
este capítulo veremos su evaluación del congreso al mirarlo retrospectivamente.
El mismo día que finalizó, le confió en una carta a su nuera Mary que
"nosotros [su hijo Guillermo, el esposo de Mary, y ella] hemos tenido la
más terrible e incomprensible lucha que alguna vez tuvimos entre nuestra
gente". Ella y Guillermo "debían vigilar en todo momento, no fuera
que se hicieran movimientos, se tomaran resoluciones que redundaran en
detrimento de la obra futura".
Ella
continúa: “La mente de un hombre enfermo ha tenido un poder controlador sobre
la Junta de la Asociación General y los pastores han sido la sombra y el eco
del hermano Butler durante demasiado tiempo como para ser saludable y para el
bien de la causa. La envidia, los celos y las malas conjeturas han estado
trabajando como la levadura hasta que todo el montón parece estar leudado...
"El
hermano Butler, pensamos, ha estado en el cargo tres años de más, y ahora toda
humildad lo ha abandonado. Piensa que su cargo le da tanto poder que su voz es
infalible. Quitar esto de la mente de nuestros hermanos ha sido asunto difícil.
Su caso será difícil de manejar, pero confiamos en Dios... Estoy agradecida a
Dios por la fuerza y la libertad y el poder de su Espíritu al dar mi testimonio
aunque ha hecho sobre muchas mentes una menor impresión que en cualquier otro
período de mi vida. Satanás parece haber tenido poder para estorbar mi trabajo
en un grado asombroso, pero tiemblo al pensar lo que hubiera pasado en esta
reunión si no hubiéramos estado aquí".3 Esta fue su primera e
inmediata reacción al congreso y a sus procedimientos.
A
comienzos de 1889 se reunió con los miembros del Tabernáculo de Battle Creck y
les presentó un corto informe de lo sucedido en Minneapolis. Al escribir acerca
de este informe, dijo: "Les hablé de la difícil posición en la que me
encontraba, el estar sola y compelida a reprobar el espíritu incorrecto que era
el poder que controlaba esa reunión. Las sospechas y los celos, las conjeturas
malignas, la resistencia al Espíritu de Dios que los llamaba. . . Declaré que
el curso seguido en Minneapolis fue de crueldad hacia el Espíritu de
Dios".4
En
mayo de 1890 hizo referencia a la continuada oposición al mensaje de 1888,
primeramente manifestada en Minneapolis. Ella observó: "Cristo ha
registrado todos los discursos orgullosos, duros y despectivos dichos en contra
de sus siervos como contra él mismo".5
En una
carta escrita en 1892, Elena de White recuerda su desaliento por causa de la
actitud semejante a la de Coré, Datán y Abiram que prevaleció en Minneapolis, y
de su plan de dejar el congreso. Escribió:
"Cuando
me propuse dejar Minneapolis, el ángel del Señor se paró a mi lado y dijo: 'No,
eso no; Dios tiene una obra que debes hacer en este lugar. La gente está
repitiendo la rebelión de Coré, Datán y Abiram. Te he colocado en el lugar
apropiado, que quienes no están en la luz no reconocerán; no escucharán tu
testimonio; pero yo estaré contigo; mi gracia y mi poder te sostendrán. No es a
ti a quien desprecian, sino a los mensajeros y al mensaje que yo envié a mi
pueblo. Han mostrado desdén por la Palabra del Señor. Satanás ha enceguecido
sus ojos y ha pervertido su juicio; y a menos que cada alma se arrepienta de su
pecado, esta independencia no santificada está insultando al Espíritu de Dios,
y caminarán en oscuridad. Quitaré el candelabro de su lugar a menos que se
arrepientan y se conviertan, para que los sane. Han oscurecido su visión
espiritual. No [querrán] que Dios manifieste su Espíritu y su poder; porque
tienen un espíritu de burla y disgusto hacia su Palabra. Diariamente practican
la liviandad, las bromas, la frivolidad. No han dispuesto sus corazones para
buscarme. Caminan en las chispas de su propio fuego, y a menos que se
arrepientan, morirán con tristeza'.
"Nunca
antes he visto entre nuestro pueblo tan firme complacencia propia e
indisposición para aceptar y reconocer la luz como la que se manifestó en
Minneapolis. Se me ha mostrado que ninguno del grupo que atesoró el espíritu
manifestado en esa reunión tendría nuevamente luz clara como para discernir la
hermosura de la verdad enviada del cielo hasta que humillara su orgullo y
confesara que no estaba dominado por el Espíritu de Dios, sino que su mente y
su corazón estaban llenos de prejuicios. El Señor deseaba estar cerca de ellos
para bendecirlos y sanarlos de su apostasía, pero ellos no escucharon. Estaban
poseídos por el mismo espíritu que inspiró a Coré, Datán y Abiram".6
A
Elena de White le resultó difícil borrar el recuerdo desagradable de la sesión
del Congreso de la Asociación General de Minneapolis. En 1892 le escribió a
Urías Smith en el mismo tenor:
"Nunca
podré olvidar la experiencia que tuvimos en Minneapolis, 0... el espíritu que
controló a los hombres, las palabras que se hablaron, los actos que se hicieron
obedeciendo a los poderes del mal.
"Algunos
han confesado... Otros no han hecho ninguna confesión... En la reunión fueron
movidos por otro espíritu, y no saben que Dios envió a estos hombres jóvenes,
los hermanos Jones y Waggoner, para trasmitirles un mensaje especial a ellos, y
los trataron con el ridículo y el desprecio, sin darse cuenta de que las
inteligencias celestiales estaban mirándolos y registrando sus palabras en los
libros del cielo... Sé que en esos momentos se insultó al Espíritu de
Dios".7
En un
mensaje enviado desde Australia, y leído en la sesión del Congreso de la
Asociación General de 1893, Elena de White dijo con referencia al congreso de
Minneapolis:
"La
influencia que surgió por la resistencia a la luz y a la verdad en
Minneapolis, tendió a dejar sin efecto la luz que Dios ha dado a su pueblo por
medio de los Testimonios...
"La
obra de los oponentes a la verdad ha estado avanzando constantemente mientras
que hemos sido compelidos a dedicar nuestras energías en gran medida a
contrarrestar la obra del enemigo por medio de los que estaban en nuestras
filas".8
Tres
años más tarde, Elena de White hizo estas alarmantes declaraciones acerca de
las sesiones del congreso de la Asociación General en Minneapolis: "El
enemigo consiguió que las cosas estuvieran bastante a su manera [en el congreso
de Minneapolis]... Todos los que se congregaron en esa reunión tuvieron la
oportunidad de colocarse del lado de la verdad al recibir al Espíritu Santo,
que fue enviado por Dios en una rica corriente de amor y misericordia. . . Las
escenas ocurridas en esta reunión hicieron avergonzarse al Dios del cielo de
llamar hermanos a quienes tomaron parte en ellas. Todo esto lo vio el
Observador celestial, y está escrito en el libro de las memorias de Dios".9
Acerca
de aquellos que rehusaron recibir el Espíritu Santo, y acariciaron sentimientos
no santificados en el congreso de Minneapolis, ella dijo: "El mismo
espíritu que mostraron los que rechazaron a Cristo inflama sus corazones, y si
hubieran vivido en los días de Cristo, hubieran actuado con él de manera
similar a la de los judíos incrédulos e impíos".10
En
otro lugar, Elena de White expresó los mismos sentimientos en estas palabras:
"Todo el universo del cielo presenció el desgraciado tratamiento que se
le dio a Jesucristo, representado por el Espíritu Santo. Si Cristo hubiera
estado ante ellos, lo hubieran tratado de manera similar a la forma en que los
judíos trataron a Cristo".11
En
1897 Elena de White escribió estas palabras acerca de la misma ocasión:
"Injuriada e insultada, la Deidad hablará, proclamando los pecados que
han sido escondidos. Así como los sacerdotes y los gobernantes, llenos de
indignación y terror, buscaron refugio en la huída en la última escena de la
purificación del templo, así también será en la obra de estos últimos días".12
La
evaluación de Elena de White del congreso de Minneapolis no resultó más
favorable con el paso de los años. Si cambió en alguna manera, se hizo más
aguda al señalar el estado de rebelión contra Dios. Ella recordaba la reunión
como una derrota para Dios y, en gran medida, para el progreso de su verdad.
La
suma total de estas angustiosas declaraciones de la sierva del Señor nos dicen
que en el congreso de Minneapolis no sólo se resistió al Espíritu Santo, sino
que también fue tratado cruelmente. Esta crueldad se manifestó en discursos
duros, orgullosos, despectivos hacia los mensajeros especiales de Dios, Jones y
Waggoner. Los oradores no se daban cuenta de que sus palabras duras estaban
dirigidas a Cristo mismo.
Cuando
los asistentes despreciaron a los mensajeros del Señor, insultaron al Espíritu
de Dios. Satanás cegó sus ojos, y fueron movidos por él, como lo fueron Coré,
Datán y Abiram al rebelarse contra Moisés. Movidos por un espíritu maligno y
hablando bajo su influencia, insultaron al Espíritu Santo. Todo esto fue
registrado por las inteligencias celestiales.
El
Cielo se avergonzó de llamar sus hijos a los que resistieron el mensaje de
1888. Algunos eran dirigentes, como Butler y Smith, que habían usurpado el
lugar de Dios en los pensamientos de la mayoría de los obreros. Bajo su
liderazgo, la mayoría de los delegados al congreso llegaron tan lejos en su
oposición al Espíritu Santo que si Jesús hubiera estado presente lo hubieran
tratado como los judíos de la antigüedad lo hicieron ‑lo hubieran
crucificado. En los libros del cielo los que rechazaron el mensaje de 1888 en
Minneapolis están registrados como asesinos de Jesús, puesto que "los
libros del cielo registran los pecados que se hubieran cometido si hubiese
habido oportunidad".13
Existía
en el congreso una alarmante ceguera espiritual. Elena de White escribió:
"Había, y yo lo sabía, una asombrosa ceguera en las mentes de muchos, de
modo que no discernían dónde estaba el Espíritu de Dios y qué constituía la
verdadera experiencia cristiana. Resultaba doloroso considerar que éstos eran
los guardianes del rebaño de Dios...
"Nuestros
hermanos que han ocupado cargos de liderazgo en la obra y en la causa de Dios
debieran haber estado tan estrechamente conectados con la Fuente de toda luz
que no hubieran llamado tinieblas a la luz y luz a las tinieblas".14
Esta
alarmante condición no prevaleció porque el Espíritu Santo se hubiera retirado
de la asamblea en Minneapolis. El Espíritu Santo estaba presente con poder,
tratando de dar vuelta a la marea. En 1895 Elena de White escribió: "Una y
otra vez el Espíritu del Señor vino a la reunión con poder de convicción, a
pesar de la incredulidad manifestada por algunos de los presentes".15
Pero fue tratado como un invitado no bienvenido. Los asistentes rehusaron
reconocerlo y aceptarlo, al rechazar el mensaje de la justificación por la fe
al acusar a este mensaje y a sus seguidores de fanatismo.16
Catorce
años después del congreso de Minneapolis, lo terrible de esta experiencia
permanecía aún en la memoria de Elena de White. La recordaba como una
"experiencia terrible... uno de los capítulos más tristes en la historia
de los creyentes de la verdad presente".17
Ella
observó que "Satanás estaba consiguiendo las cosas bastante a su
manera" en el congreso de Minneapolis al "aprovecharse de la
naturaleza humana".18 Su oración era: "Que Dios impida que
acontezca alguna cosa como la de Minneapolis".19
Referencias:
7. ¿Por qué esta
traición?
Nuestra
imaginación parece tambalear al pensar que delegados a un congreso de la
Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día pudieron tratar en forma
vergonzosa al Espíritu Santo, insultarlo e injuriarlo, y aun crucificar en
forma figurada a Jesús en la persona del Espíritu Santo. ¿Cómo es posible eso?
Como
los delegados al congreso no habían investigado las Escrituras por sí mismos ‑Elena
de White, en un llamamiento a sus corazones se lo había pedido‑ y no
habían sido transformados por el mensaje salvador de la Biblia, bajo la
influencia modeladora del Espíritu Santo, su intransigencia es bastante
comprensible. Sin un conocimiento personal de ¡os temas, la posición natural
era seguir a sus líderes. En primer lugar, entre ellos se encontraban George
Butler y Urías Smith, apoyados por Morrison y otros. Elena de White escribió
que la posición de Butler, comunicada a los delegados mediante "telegramas
y largas cartas" desde su lecho de enfermo en Battle Creek, era la de “
'mantenerse del lado de los viejos hitos'. ¡Como si el Señor no estuviera presente
en el congreso, y no mantuviera su mano sobre la obra!", escribió ella.1
En el
mejor de los casos, el cambio es generalmente difícil y doloroso; a veces
peligroso. Se incurre en la culpa más fácilmente si algo sale mal en el proceso
de cambio que si ocurre un desastre siguiendo los patrones viejos y familiares.
Si no hay otra cosa, la inercia humana misma sugiere que uno permanezca en la
posición conocida y familiar. Butler y sus seguidores iban a lo seguro al
"mantenerse del lado de los viejos hitos". Pero la voluntad de Dios
era avanzar.
"La
falta de voluntad para renunciar a opiniones preconcebidas y aceptar esta
verdad [la de Cristo, nuestra justicia, sin conectarla con la ley en Gálatas
fue la principal base de la oposición manifestada en Minneapolis contra el
mensaje del Señor expuesto por los hermanos [E.J.] Waggoner y [A.T.] Jones.
Suscitando esa oposición, Satanás tuvo éxito en impedir que fluyera hacia
nuestros hermanos, en gran medida, el poder especial del Espíritu Santo que
Dios anhelaba impartirles. El enemigo les impidió que obtuvieran esa eficiencia
que pudiera haber sido suya para llevar la verdad al mundo, tal como los
apóstoles la proclamaron después del día de Pentecostés. Fue resistida la luz
que ha de alumbrar a toda la tierra con su gloria, y en gran medida ha sido mantenida
lejos del mundo por el proceder de nuestros propios hermanos".2
Urías
Smith era el líder que reflejaba exactamente el pensamiento del pastor ButIer
en el congreso de Minneapolis. Era uno de los hombres mejor educados de la
denominación, un respetado editor y maestro. Muchos de los ministros habían
sido sus alumnos en el colegio de Battle Creek, donde fue el primer profesor de
Biblia y ocupó la "cátedra de Exégesis Bíblica" desde 1875 hasta
1882. Su cargo de profesor había ayudado a atraer alumnos al nuevo colegio. Por
1885 había más de treinta de sus alumnos en el ministerio adventista. Muchos
más asistieron a sus conferencias bíblicas. A pedido de la junta de la
Asociación General, después de 1873 había dirigido estas conferencias en varios
Estados para instruir a los obreros. Durante décadas los ministros y los laicos
habían sido fuertemente influidos por su pensamiento.3
Al no
tener convicciones propias, era natural que la mayoría de los ministros
siguiera a sus reverenciados líderes, ¿Por qué iban a subirse al carro de dos
jóvenes venidos de la costa oeste que ni siquiera tenían un gran registro de
servicio en la iglesia, mientras que Butler, Smith, Morrison y otros eran
dirigentes de larga data?
Además,
ya había surgido durante la asamblea ministerial el descontento contra Jones y
Waggoner. En primer lugar, la misma diferencia de personalidades entre Jones y
Waggoner y los líderes de la iglesia produjo conflicto. Tanto Jones como
Waggoner no eran sino jovencitos en comparación con los bien conocidos líderes
de la iglesia. Butler tenía 54 años de edad y Urías Smith, secretario de la
Asociación General, tenía 56; A.R. Henry, el tesorero, y R.M. Kilgore, otro
miembro de la junta de la Asociación General tenían ambos 49 años.
Por
otra parte, Jones y Waggoner habían sido formados con distinto molde, tanto
física como educacionalmente, que el promedio de los pastores adventistas de
sus días. Jones, convertido en el ejército al adventismo, era alto y anguloso,
con maneras más bien rudas y toscas. De todas maneras, era un orador sumamente
efectivo y tenía una mente fotográfica. Waggoner era bajo de estatura, fornido
y un poco tímido. Era un producto de las escuelas del saber; tenía la mente
llena de conocimientos y los compartía con una lengua de plata. Juntos, Jones y
Waggoner constituían un dúo dinámico para hacer progresar sus convicciones
cristianas.
Muchos
de los delegados al congreso de Minneapolis se convirtieron en cómplices del
pecado de rechazar el mensaje de la justificación por la fe, al actuar en
conformidad con las leyes de la dinámica de grupos. Como muchos de sus
respetados y amados líderes rechazaron el mensaje de Minneapolis, ellos
siguieron a sus líderes rechazándolo también. En otro contexto, Elena de White
habló del asunto en esta forma: "La influencia de una mente sobre otra es
un poder muy fuerte para el bien cuando está santificada, pero es igualmente
fuerte para el mal en las manos de los que se oponen a Dios... Los hombres se
convierten en tentadores de otros hombres. Se acarician los sentimientos
fuertes y corruptores de Satanás, y ellos ejercen un poder magistral y
constrictivo".4
Elena
de White advirtió contra esto mismo en su presentación a los obreros en la
conferencia del lo de noviembre. Dijo: "Positivamente existe el peligro de
que quienes profesan creer la verdad puedan ser encontrados en una posición
similar a la de los judíos. Ellos toman las ideas de los hombres con quienes se
asocian".5
Recordando
el congreso de Minneapolis, Elena de White escribió en una carta a S.N. HaskeIl
en 1894: "Hombres escogidos por Dios para una tarea especial han estado en
peligro porque la gente ha mirado a los hombres en lugar de mirar a Dios.
Cuando el pastor Butler era presidente de la Asociación General, los ministros
colocaban al pastor Butler, al pastor Smith y a algunos otros en el lugar donde
sólo debería estar Dios".6
Aunque
no es posible excusar a los guardianes de la iglesia, como los llama Elena de
White, por seguir el liderazgo de los hombres en lugar de seguir al Espíritu
Santo, su falla es ciertamente comprensible.
En la
iglesia apostólica, Pablo era un pensador cristiano valeroso e inusualmente
bien informado. Él, valientemente se atrevió a pararse solo del lado de la
verdad. Este rasgo de independencia temeraria lo manifestó luego del incidente
del camino a Damasco cuando se separó de todos sus amigos fariseos y se
convirtió en seguidor del humilde Nazareno. Pero en su última visita a
Jerusalén también defraudó a Dios en su deseo de agradar a, los dirigentes de
la iglesia de Jerusalén. Cuando estos aconsejaron a Pablo que se uniera a
cuatro nazareos en los ritos mosaicos, Pablo accedió a su pedido y lo hizo
(véase Hechos 21:23‑26).
El
firme Pablo fue influenciado por lo que hoy llamamos espíritu de masa. Pero al
tratar de agradar a sus amigos ministros y hermanos, fue demasiado lejos. Elena
de White comenta lo siguiente en relación con la sumisión de Pablo a los
dirigentes: "El Espíritu de Dios no había sugerido esa instrucción; era el
fruto de la cobardía". Pablo "no estaba autorizado por Dios para
concederles tanto como ellos pedían". Pero se sentía "constreñido a
desviarse del derrotero firme y decidido que había seguido hasta entonces"
animado por su "gran deseo... de estar en armonía con sus hermanos" y
por "su reverencia por los apóstoles que habían estado con Cristo, y hacia
Santiago, el hermano del Señor”.7
Pedro,
otro de los pilares entre los apóstoles, había caído en la misma trampa al
tratar de agradar a sus compañeros judíos creyentes en Antioquía de Siria
(véase Gál. 2:9‑14). Es irónico que Pablo, que reconviniera tan
severamente a Pedro por su traspié en Antioquía, cayera en la misma trampa. A
la luz de estos fracasos por parte de Pedro y Pablo, es fácil comprender cómo
la mayoría de los delegados al congreso de Minneapolis siguieron a sus
dirigentes en el rechazo del mensaje de 1888. Por cierto, la amonestación de
Pablo se aplica a todos nosotros: "Así que, el que piensa estar firme,
mire que no caiga" (1 Cor. 10:12).
No
resulta agradable pensar, aunque es verdad, que en el congreso de Minneapolis
los dirigentes de la Iglesia Adventista del Séptimo Día representaron el papel
de los dirigentes judíos del tiempo de Jesús. Durante el ministerio de Cristo
en la tierra el pueblo judío le era preponderantemente favorable. Fueron los
líderes judíos los que más tarde los incitaron a pedir su crucifixión. En el
congreso de Minneapolis de 1888, la punta de flecha de la oposición al mensaje
de la justificación por la fe estuvo formada por los hermanos dirigentes.
Ellos reunieron a su alrededor a la mayoría de los ministros y por medio de
estos hombres influyeron en muchos laicos.
Siempre
ha sido el plan de Dios dirigir a su pueblo por medio de líderes. Dios le
hablaba a Moisés, y él transmitía el mensaje de Dios al pueblo. Más tarde,
también en tiempos bíblicos los profetas eran sus portavoces especiales. Cuando
Pablo fue llamado a ser embajador a los gentiles, el Espíritu dirigió a Ananías,
un representante de la iglesia, para que le diera la comisión divina y que
dijera a Pablo lo que debía hacer (véase Hech. 22:10‑16). Dios tiene una
cadena de mandos para comunicarse con su pueblo. Apocalipsis 1:1 lo señala.
Pero lo inverso también es cierto. Cuando los dirigentes fallan, surgen
problemas para que el mensaje de Dios llegue a la gente. Elena de White
escribió que fue "por el proceder de nuestros propios hermanos" que
la luz fue mantenida lejos del pueblo de Dios en 1888.8
Pero
el tener un liderazgo divinamente ordenado no absuelve al seguidor de su
responsabilidad personal. No debemos seguir a los dirigentes ciegamente. Es el
privilegio de cada creyente aprender a conocer la voluntad de Dios a través de
su Palabra por iluminación del Espíritu Santo. La Palabra fue dada por medio
del Espíritu Santo (véase 2 Ped. 1:21). Así que las indicaciones del Espíritu
siempre estarán de acuerdo con la Palabra. Y el Espíritu Santo está deseoso de
impulsar a cada uno a hacer lo que es correcto.
Hubo
algunos en el congreso de Minneapolis que conocían la Palabra y que siguieron
las indicaciones del Espíritu sin reservas. Cuando la verdad de Dios fue
revelada ante ellos por los voceros de Dios en el congreso, fueron guiados por
el Espíritu para ver la luz. Entre quienes vieron la luz estaba Elena de White,
quien apoyó firmemente a Jones y Waggoner.
Otros
también percibieron la verdad cuando se reveló ante ellos. Entre estos estaba
Stephen Haskell. Este gigante de la fe, de la humildad y del amor a Dios y
hacia los que están perdidos en el pecado, parece haber sido extraído de las
rocas de granito de Nueva Hampshire. Nunca vaciló en su firme alianza con Dios.
Como lo testifica su vida, reconocía hasta las más pequeñas indicaciones del
Espíritu. Parece ser que nunca vaciló ni aun estando solo del lado de Dios, si
la ocasión lo demandaba.9 Había otros como él en el congreso de
Minneapolis, pero eran una minoría.
El 14
de octubre, unos pocos días después de comenzado el congreso de la Asociación
General, Elena de White le escribió a George Butler que estaba en Battle Creek:
"En general, la influencia y el espíritu de los ministros que han venido
a esta reunión es de no tomar en cuenta la luz. Me entristece ver que el
enemigo tiene poder sobre sus mentes para llevarlos a tomar tal posición. Serán
una trampa para ustedes y un obstáculo para la obra de Dios, si Dios alguna vez
me ha hablado a mí".10
Si la
mayoría de los judíos no hubieran sido desviados por los dirigentes judíos y no
hubieran exigido la crucifixión de Cristo, Jesús no hubiera sido crucificado.
De la misma manera, si la mayoría de los delegados al congreso de Minneapolis
no hubiera seguido a sus dirigentes al rechazar el mensaje de 1888, Elena de
White no hubiera expresado en forma implícita que Cristo había sido
crucificado en forma figurada en el congreso.
El
congreso de Minneapolis presenta un desafío para cada uno de nosotros. Debemos
estudiar y conocer la voluntad de Dios para nosotros personalmente a través de
su Palabra; debemos mantenernos humildes y dóciles, susceptibles a las
indicaciones de Dios. Entonces cumplirá él sus promesas de guiarnos por el
bien, ya que él "guía por su camino a los humildes; los instruye en la
justicia!" (Sal. 25:9, versión Dios habla hoy; compárese con Sal.
12; 32:8; Isa. 30:21; Sant. 1:5).
Referencias:
8. ¿Fue un pecado
corporativo?
¿Reconoce
Dios la culpa colectiva? ¿Toma como responsables por ella a los grupos o
cuerpos de personas? Si las respuestas a estas preguntas son afirmativas, la
iglesia adventista, a través de la actitud y el comportamiento de sus delegados
al congreso de la Asociación General de 1888 en Minneapolis, ¿cometió un pecado
colectivo e incurrió en culpa corporativamente?
Si
Dios toma en cuenta un pecado y una culpa así, entonces la apostasía de Israel
en el Sinaí al hacer el becerro de oro puede ser una ilustración de esto (véase
Éx. 32). Otro caso al punto sería el rechazo por parte de Israel del gobierno
de Dios y el pedido de un rey durante la época de Samuel (véase 1 Sam. 8).
Otros ejemplos serían la apostasía de Israel en tiempos de Elías (véase 1 Rey.
18:1‑29), y la negativa de Judá bajo el reinado de Sedequías de seguir
los consejos de Jeremías de rendirse a los babilonios en el 586 AC (véase 2
Rey. 25; 2 Crón. 36:11‑23; Jer. 21:1‑10; compárese con Jer. 34).
Otra ocasión de aparente pecado colectivo puede ser el rechazo y la crucifixión
de Jesús por parte de la nación judía (véase Mat. 27:20‑25).
En
todos estos casos, la mayoría actuó contrariamente a la voluntad de Dios. Pero
en todas estas ocasiones probablemente hubo individuos que no renunciaron a su
fidelidad a Dios. En relación con la idolatría en el Sinaí, Elena de White
escribió: "Una enorme multitud se reunió alrededor de su tienda [la de
Aarón] para presentarle esta exigencia: 'Levántate, haznos dioses que vayan
delante de nosotros' ". Pero añade: "Algunos permanecieron fieles a
su pacto con Dios; pero la mayor parte del pueblo se unió a la apostasía".1
Elías
pensaba que sólo él estaba del lado de Dios. Pero el Señor le dijo que había
siete mil personas más en Israel que compartían su lealtad a Dios, aunque en
silencio, en forma inconspicua, y desconocida para él (véase 1 Rey. 19:18).
Entre estos fieles seguidores de Dios estaban Abdías, mayordomo de la casa de
Acab, y los profetas a quienes él protegía (véase 1 Rey. 18:3, 4, 12 y 13).
En uno
de los pronunciamientos de pesar de Jesús en relación con los escribas y
fariseos, les dijo: "Por tanto, he aquí yo os envío profetas y sabios y
escribas; y de ellos, a unos mataréis y crucificaréis, y a otros azotaréis en
vuestras sinagogas, y perseguiréis de ciudad en ciudad; para que venga sobre
vosotros toda la sangre justa que se ha derramado sobre la tierra, desde la
sangre de Abel el justo hasta la sangre de Zacarías hijo de Berequías, a quien
matasteis entre el templo y el altar" (Mat. 23:34 y 35).
En
este pasaje Jesús menciona hombres que habían sido asesinados cientos de años
antes: Abel y Zacarías. Pero culpó a sus oyentes por el pecado de sus
ancestros. Por esto se podría suponer que Jesús reconocía la culpa colectiva.
Pero la siguiente declaración aclara que sus oyentes no eran culpables de haber
matado a los profetas hasta que ellos mismos aprobaran el pecado de sus
antepasados rechazando la luz que se les había dado por la oposición a Cristo y
a sus enseñanzas.
"Poco
comprendían los judíos la terrible responsabilidad que entrañaba el rechazar a
Cristo. Desde el tiempo en que fue derramada la primera sangre inocente, cuando
el justo Abel cayó a manos de Caín, se ha repetido la misma historia, con
culpabilidad cada vez mayor. En cada época, los profetas levantaron su voz
contra los pecados de reyes, gobernantes y pueblo, pronunciando las palabras
que Dios les daba y obedeciendo su voluntad con riesgo de su vida. De
generación en generación, se fue acumulando un terrible castigo para los que
rechazaban la luz y la verdad. Los enemigos de Cristo estaban ahora atrayendo
ese castigo sobre sus cabezas. El pecado de los sacerdotes y gobernantes era
mayor que el de cualquier generación precedente. Al rechazar al Salvador se
estaban haciendo responsables de la sangre de todos los justos muertos desde
Abel hasta Cristo. Estaban por hacer rebosar la copa de su iniquidad. Y pronto
sería derramada sobre sus cabezas en justicia retributiva. Jesús se lo
advirtió".2
Unos
cuarenta años más tarde, la caída de Jerusalén trajo tremendo sufrimiento a
los judíos que en el momento de la crucifixión de Jesús habían sido sólo niños
y jóvenes. Pero el sufrimiento que aquejó a los judíos en la época de la caída
de Jerusalén les llegó a ellos, no por causa de los pecados de sus padres,
quienes realmente crucificaron a Jesús, sino a causa de sus propios pecados.
En relación con esta calamidad, Elena de White escribió: 'Tos hijos no fueron
condenados por los pecados de sus padres; pero cuando, conociendo ya plenamente
la luz que fuera dada a sus padres, rechazaron la luz adicional que a ellos
mismos les fuera concedida, entonces se hicieron cómplices de las culpas de los
padres y colmaron la medida de su iniquidad".3
En
ninguna de las ocasiones antes mencionadas, cuando la mayoría de los profesos
hijos de Dios se unían en pecado, existe el registro de una confesión colectiva
de pecado. Pero individuos como Daniel rogaron a Dios el perdón personal y
nacional (véase Dan. 9:3‑19). Daniel no lo hizo como administrador,
sacerdote u oficial con un cargo sagrado de la nación judía, sino como un
individuo en forma privada.
Como
rey, David pecó al censar a Israel, y por lo tanto, permitió que el maligno
afligiera a su pueblo (véase 2 Sam. 24). Como individuo, se arrepintió y
confesó su pecado (véase el vers. 10). Algunos judíos, bajo la conducción de
sacerdotes y gobernantes, escogieron crucificar a Cristo, y algunas de estas
mismas personas se arrepintieron y pidieron perdón a Dios, porque leemos que
más tarde "muchos de los sacerdotes obedecían a la fe" (Hech. 6:7).
Por
medio de la inspiración se nos asegura que "quienes viven en este tiempo
no son culpables de los hechos de quienes crucificaron al Hijo de Dios; pero
si con toda la luz que brilló sobre su antiguo pueblo y que está delineada ante
nosotros, andamos en el mismo camino, acariciamos el mismo espíritu, rehusamos
recibir las advertencias y los reproches, entonces nuestra culpa aumentará
grandemente, y la condenación que cayó sobre ellos caerá sobre nosotros, sólo
que será mucho mayor porque nuestra luz es mayor en esta época de lo que era en
la suya".4
Esto
está de acuerdo con el principio divino de la fidelidad en la mayordomía.
“Porque a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará"
(Luc. 12:48). "Y de Sión se dirá: Este y aquél han nacido en ella, y el
Altísimo mismo la establecerá. Jehová contará al inscribir a los pueblos: Este
nació allí" (Sal. 87:5, 6). “Los hombres y las mujeres serán juzgados de
acuerdo con la luz que les fue dada por Dios”.5
Existen
hombres y mujeres que, a causa de una falta de oportunidad para desarrollar su
habilidad de elegir, nunca han madurado hasta ser realmente personas. Sin lugar
a dudas, ha habido y probablemente haya ahora entre tales personas hombres y
mujeres que han crecido en servil esclavitud.6 Sus amos serán
moralmente responsables por estas personas, pero esto no puede considerarse
pecado o culpa colectiva.
El
concepto de pecado colectivo y su consiguiente culpa colectiva es extraño al
trato de Dios con el hombre. Cuando El creó a Adán y Eva, los dotó con libre
albedrío (véase Gén. 2:17, 18). Dios ha otorgado esta admirable facultad a cada
miembro racional de la raza humana. El Pecado, con la culpa resultante, surge
del ejercicio del libre albedrío y descansa en la responsabilidad personal ante
Dios.
En
materia de pecado, Dios no trata con grupos de personas ni con comisiones. No
toma a la junta como responsable por las medidas que dicta. Dios trata con
individuos. Aunque una comisión o la iglesia por medio de sus representantes
delegados haya tomado una decisión incorrecta, al tomar nota de la decisión
colectiva, Dios, sin embargo, sólo toma como responsables por lo que votaron a
los individuos que constituían la comisión.
Así
como hay pecado personal, también existe la culpa personal, más bien que pecado
y culpa colectivos. Por eso las personas se aferran y se identifican con el
pecado;7 son personas que "combaten la verdad y a sus
representantes",8 y en consecuencia ellas morirán al ser
consumidas por la presencia de Dios.9 Es una persona la que cae en
pecado.10 y la persona que encubre sus pecados no prosperará.11
Es a una persona a quien el pecado no parece extremadamente pecaminoso;12
es la persona quien ve el pecado como justicia;13 es una persona la
que busca tapar el pecado y la culpa.14
El
pecado es personal, no colectivo. En consecuencia, Dios no toma como
responsable a los grupos, sino a los individuos. Si un grupo o una comisión
adopta un plan que es contrario a la voluntad de Dios, los miembros
individualmente pueden arrepentirse de su alejamiento de la voluntad de Dios.
Esto es lo que hicieron los sacerdotes que se mencionan en Hechos 6:7.
Los
descendientes no son responsables de los pecados de sus antepasados. La Palabra
de Dios dice: "El alma que pecare, esa morirá; el hijo no llevará el
pecado del padre, ni el padre llevará el pecado del hijo; la justicia del justo
será sobre él, y la impiedad del impío será sobre él" (Eze. 18:20;
compárese con Eze. 4:4). Los hijos "no son castigados por la culpa de sus
padres, a no ser que participen de los pecados de éstos".15
Se ha
dicho de tiempo en tiempo que la iglesia adventista cometió un pecado
colectivo y que incurrió en la culpa colectiva en el Congreso de la Asociación
General de 1888 en Minneapolis al rechazar el mensaje de la justificación por
la fe. Aunque se hicieron algunos esfuerzos, aparentemente, por parte de
algunos asistentes al congreso para que los delegados votaran sobre este tema,
no se tomó ningún voto.16 Todo esfuerzo dirigido a forzar una
votación fue aplastado por un discurso que Elena de White pronunció hacia el
final del congreso. En este discurso mencionó que a algunos les hubiera
gustado "tener una decisión inmediata en cuanto a cuál es la postura
correcta en relación con el tema en discusión... Esto le agradaría al pastor
(Butler)", dijo, quien "aconsejó que este tema fuera arreglado de
inmediato". Pero añadió: "No puedo sancionar este modo de proceder,
porque nuestros hermanos están impulsados por un espíritu que mueve sus
sentimientos, que perturba sus impulsos, de tal modo que controla su juicio.
Mientras estén bajo tanta excitación como lo están ahora, no están preparados
para tomar decisiones seguras".17
Ella
continuó advirtiendo que "los mensajes que llegan de su presidente en
Battle Creek están calculados para animarlos a tomar decisiones apresuradas y
para formar bandos decididos; pero les advierto en contra de esto. No están
calmados ahora; hay muchos que no saben lo que creen. Es peligroso tomar
decisiones en relación con cualquier punto controvertido sin considerar
desapasionadamente todos los aspectos del asunto. Los sentimientos excitados
llevarán a movimientos apresurados. Ciertamente muchos han venido a esta
reunión con impresiones falsas y opiniones pervertidas. Imaginan cosas que no
tienen fundamento en la verdad. Aun si la posición que hemos mantenido en
relación con las dos leyes es verdadera, el Espíritu de verdad no aprobaría
tales medidas para defenderla como la que muchos de ustedes tomarían”.18
La
iglesia oficialmente nunca rechazó la enseñanza de la justificación por la fe.
Y aun si se hubiera tomado un voto en la asamblea y la mayoría hubiera votado
en contra del mensaje de 1888, el pecado cometido no hubiera sido un pecado
colectivo, sino uno por parte de cada persona que votara en su contra.
En
Minneapolis, algunos individuos despreciaron el llamamiento de Dios a una
experiencia viva de justificación por la fe, mientras que otros le dieron la
bienvenida. Los individuos que rechazaron el mensaje, y no la iglesia, se
convirtieron en responsables por ese pecado. Acerca de quienes rechazaron las
súplicas del Espíritu Santo en Minneapolis, Elena de White dijo más tarde:
"El pecado cometido en lo que sucedió en Minneapolis permanece en los
libros de registro del cielo, registrados en nombre de quienes resistieron la
luz; y permanecerá en ese registro hasta que se haga una confesión completa, y
los transgresores estén de pie con completa humildad ante Dios".19
'"Las
Palabras y las acciones de cada uno de los que tomaron parte en esta obra
permanecerá registrada en su contra hasta que confiesen su error".20
"El
Señor borrará las transgresiones de quienes, a partir de ese momento, se
arrepintieron con arrepentimiento sincero; pero cada vez que el mismo espíritu
se despierta en el alma, las obras hechas en esa ocasión se sancionan y los
hacedores de ellas son responsables ante Dios y deben responder por ellas ante
su trono de juicio".21
"A
menos que cada alma se arrepienta de éste su pecado [en Minneapolis], esa
independencia no santificada que está insultando al Espíritu de Dios, caminarán
en tinieblas. Quitaré el candelabro de este lugar a menos que se arrepientan y
se conviertan, para que los pueda sanar”.22
De lo
anterior es evidente que cualquiera haya sido el pecado cometido en el congreso
de Minneapolis, no fue colectivo, sino personal e individual. A la vista de
Dios, los individuos eran responsables por su pecado de rechazar el mensaje de
justificación de Dios y de justicia por la fe, y como individuos debían arrepentirse
para recibir el perdón de su pecado y quitar la culpa y ser restaurados al
favor de Dios.
Referencias:
9. Consecuencias
del congreso
En una
charla con los pastores durante el congreso, Elena de White dijo: "Si los
ministros no reciben la luz, quiero darle al pueblo una oportunidad; quizás
ellos quieran recibirla".1
Este
plan se implementó cuando A.T. Jones y Elena de White se unieron en una serie
de charlas acerca de Cristo, nuestra justicia, en enero de 1889 en South
Lancaster, Massachusetts. Al informar acerca de estas reuniones en la Review,
Elena de White, dijo que la gente aceptó el mensaje con gozo. El testimonio
general de los asistentes fue "que habían obtenido una experiencia más
allá de todo lo que habían conocido antes. Testificaron de su gozo porque
Cristo había perdonado sus pecados. Sus corazones estaban llenos de gratitud y
de alabanza a Dios. Había dulce paz en sus almas" .2
En el congreso anual de Kansas, en Ottawa, en
mayo, Elena de White nuevamente se unió a A.T. Jones y a D. T. Jones,
secretario de la Asociación General. La recepción del mensaje de 1888 no fue
aquí tan espontánea como lo había sido en South Lancaster. En su informe en la Review,
Elena de White hizo notar que poderosos instrumentos estaban obrando en
oposición a quienes habían sido enviados con mensajes de Dios. Imploró a Dios
por su gracia, y antes que la reunión concluyera, observó con gozo que la luz
de la gracia salvadora de Dios había brillado.3
En el
congreso anual de Williamsport, Pennsylvania, en junio de 1889, miembros tibios
al borde de la apostasía revivieron. "Mientras el precioso mensaje de la
verdad presente era presentado por los hermanos Jones y Waggoner, la gente vio
nueva belleza en el mensaje del tercer ángel, y fueron alentados en gran
manera".4
Acerca
del congreso en Roma, Nueva York, Elena de White escribió que llevaba una carga
en su corazón por esa gente, ya que "ni uno en cien" comprendía por
sí mismo "la verdad bíblica" del tema de la justificación por la fe
"que es tan necesaria para nuestro bienestar presente y eterno".
Aquí nuevamente el Señor envió "mensajes especiales de misericordia y
aliento" "mediante sus siervos delegados".5
Un
obrero, S.H. Lane, dio el siguiente informe alentador en la Review
acerca del congreso anual de Nueva York: "La presentación del tema de la
justificación por la fe por la hermana White y los hermanos Jones y Waggoner
hicieron más para animar a todos los presentes que la investigación de todos
los demás temas. Trajo esperanza y aliento a cada corazón. Esto se manifestó
de distintas maneras. Las oraciones y los testimonios eran de naturaleza
conmovedora, y estaban llenos de valor por el amor de Dios, que hizo que muchos
se arrepintieran y no desfallecieran, y que creyeran sin presunción. Casi
todos dejaron la reunión alabando a Dios".6
Pero,
aunque la mayoría de las personas aceptó con gozo el mensaje de la
justificación por la fe, algunos obreros lo veían con amargura y respondían con
oposición decidida. Acerca de éstos, Elena de White escribió en la Review:
"Hay
quienes no ven la necesidad de una obra especial en este tiempo. Mientras Dios
obra para despertar a la gente, ellos tratan de dejar de lado el mensaje de
advertencia, de reproche, y de súplica. Su influencia tiende a calmar los
temores de las personas, e impiden que despierten a la solemnidad de este
tiempo. Quienes están haciendo esto no están dando a la trompeta un sonido
certero. Debieran despertar a la situación, pero han sido atrapados por el
enemigo".7
Otros,
especialmente obreros jóvenes, asumían una actitud de espera. Naturalmente,
muchos de los miembros hicieron lo mismo. En consecuencia, los creyentes no se
apropiaron plenamente de los mensajes del amor de Dios y de su gracia. Acerca
de esto, Elena de White escribió en la Review de marzo de 1890:
"Nuestros
hombres jóvenes observan a nuestros hermanos mayores, y como ven que ellos no
aceptan el mensaje, sino que lo tratan como si no fuera de importancia, esto
influye sobre quienes ignoran las Escrituras para que rechacen la luz. Estos
hombres que rehúsan recibir la verdad se interponen entre las personas y la
luz".8
Tanto
Jones como Waggoner, junto a Elena de White asistieron al congreso de la
Asociación General en el otoño de 1889 en Batúe Creek, bajo la dirección de
0.A. Olsen, presidente de la Asociación General. Jones dirigió una serie de
estudios acerca de la justificación por la fe, que trajo luz, verdad y gozo a
los oyentes.9
Olsen
estaba en completa armonía con el mensaje de 1888. Aunque estuvo en Europa
hasta mayo de 1889, se llevó a cabo en Battle Creek una asamblea ministerial de
enero a marzo de 1889, en la que A.T. Jones tuvo una parte importante. Como
esta asamblea tuvo tanto éxito se planificaron dos más para el período entre
los congresos de la Asociación General de 1889 y 1891.
Estas
asambleas, planificadas especialmente para los evangelistas y ministros
jóvenes, buscaban quebrar la oposición levantada en Minneapolis. Tanto Jones
como Waggoner se contaban entre los instructores.10
Hacia
el fin de la segunda asamblea bíblica, en marzo de 1890, Elena de White
escribió gozosamente a su hijo Guillermo y a su esposa, Mary: "La palabra
presentada ha sido recibida plenamente por la mayoría presente. Los hombres
que han detenido las cosas [los que se opusieron al mensaje de 1888] no tienen
poder ahora. Ahora hay una fuerte corriente hacia el cielo".
Al día
siguiente escribió: "Mi corazón está lleno de gratitud y de alabanza a
Dios. El Señor ha derramado sobre nosotros su bendición. Está quebrada la
columna de rebelión en aquellos que han venido de otros lugares".11
Todavía
algunos en el campo, probablemente ministros mayores, parecían estar
arrastrando los pies. En agosto de 1890 Elena de White publicó un artículo en
la Review donde mencionaba que, en relación con algunos aspectos, el
clima espiritual de la iglesia en general no era mejor del que había habido
antes del congreso de Minneapolis. Ella escribió:
"¿Cómo
pueden nuestros ministros llegar a ser representantes de Cristo, cuando sienten
autosuficiencia, cuando por espíritu y actitud dicen: 'Yo soy rico, y me he
enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad'?...
"Desde
la reunión de Minneapolis, he visto el estado de la iglesia de Laodicea como
nunca antes. He escuchado el reproche de Dios a quienes se sienten tan
satisfechos, que no conocen su destitución espiritual. . . Como los judíos,
muchos han cerrado sus ojos para no ver; pero el cerrar los ojos a la luz
encierra un gran peligro ahora, y el apartarse de Cristo, sin sentir necesidad
de nada, como la que existía cuando 11 estuvo en la tierra...
'Tos
que perciben su necesidad de arrepentimiento para con Dios y fe en nuestro
Señor Jesucristo tendrán contrición de alma, y se arrepentirán de su
resistencia al Espíritu del Señor. Confesarán su pecado de rechazar la luz que
el Cielo les ha enviado bondadosamente, y abandonarán el pecado que ha
apesadumbrado e insultado al Espíritu del Señor”.12
En la
tercera asamblea bíblica reinó nuevamente un buen espíritu y se afianzó el tono
del congreso de la Asociación General de 1891. En este congreso Olsen informó
que las asambleas bíblicas habían tenido éxito más allá de las expectativas. La
última había preparado el clima espiritual ideal para el congreso. Elena de
White escribió:
"El
Señor ha estado en nuestro medio, y hemos visto su salvación. Nunca asistí a un
congreso de la Asociación General donde se haya manifestado tanto el Espíritu
del Señor en el estudio de su Palabra como en esta ocasión".13
Las
bendiciones de Dios estuvieron presentes en forma tan evidente en este congreso
de la Asociación General, que el reportero de la Review se sintió
impresionado a escribir al finalizar el congreso que "estamos ahora al
borde mismo del derramamiento del Espíritu prometido, de la lluvia tardía, por
medio de la cual el mensaje concluirá con poder, y será acortado en justicia”.14
Al
final del congreso de la Asociación General de 1891, el panorama espiritual
parecía en verdad brillante para la iglesia. 0.A. Olsen y Elena de White
estaban lado a lado, apoyados por Jones y Waggoner y un número creciente de
otros, y el mensaje de Cristo y su justicia parecía estar por inundar la
iglesia.
Fue en
este congreso que la Junta de misiones extranjeras, dirigida por Olsen y con W.
C. White como secretario, resolvió invitar a Elena de White para que fuera a
Australia en el otoño de ese mismo año. Elena de White había esperado que la
idea no progresara. Buscó el consejo de Dios pero no recibió luz de El. Pero
algunos de los dirigentes fueron muy insistentes en que fuera. La alentaron
diciéndole que no tendría que soportar cargas en Australia sino que podría
dedicarse a escribir. Al no recibir luz específica de Dios, accedió al pedido
de la Asociación General."15
Años
más tarde comprendió por qué Dios no le había dado luz en relación con la
conveniencia de ir a Australia en 1891. En 1896 escribió: "Que la gente en
Battle Creek sintiera que debía hacernos ir en el momento que lo hicimos, fue resultado
de maquinaciones humanas, no del Señor... Había un deseo tan grande de que nos
fuéramos [de Norteamérica] que el Señor permitió que esto ocurriera. Los que
estaban cansados de los testimonios que teníamos quedaron sin las personas que
los daban. Nuestra separación de Battle Creek fue para dejar que los hombres
hicieran su propia voluntad y las cosas a su manera, que pensaban era superior
a la manera del Señor...
"Si
Ud. [0.A. Olsen] hubiera estado en la posición correcta, no se hubiera hecho
el cambio en ese momento. El Señor hubiera obrado en favor de Australia por
otros medios, y se hubiera ejercido una fuerte influencia en Battle Creek, el
gran corazón de la obra. Hubiéramos estado allí, hombro con hombro, creando
una atmósfera saludable que se hubiera sentido en todas nuestras
asociaciones...
"Cuando
nos fuimos, muchos sintieron alivio, pero no usted, y al Señor le desagradó,
porque él nos había colocado junto a las ruedas de la maquinaria en movimiento
en Battle Creek".16
Tanto
Olsen como su propio hijo Guillermo habían estado de acuerdo con la propuesta
de los otros en la Junta de las misiones de que Elena de White fuera a
Australia. Sabían que sería un apoyo fuerte para el desarrollo de la obra en
Australia, así como su visita a Europa había estimulado la obra allí. Aparentemente
algunos en la Junta querían liberar a Norteamérica de su influencia. Junto a la
de ella, quitarían también la influencia de su hijo Guillermo. Aparentemente
las personas que sugirieron y apoyaron denodadamente este plan pensaban que al
alejar a los White de Battle Creek y de Norteamérica, detendrían la marea
creciente del mensaje de 1888.
Al
acercamiento a Dios y la aceptación del mensaje de 1888, manifestados en las
asambleas bíblicas y que culminaron en el congreso de la Asociación General de
1891, le siguió el arrepentimiento y la confesión de muchos que se habían
resistido al mensaje de 1888. A comienzos de enero de 1891, Urías Smith, que
había sido "una piedra de tropiezo para muchos",17 confesó
haber tomado una posición equivocada en Minneapolis. George Butler, en un
artículo en la Review en 1893, confesó su cambio de actitud hacia el
mensaje de 1888 y hacia las instrucciones a través de la sierva del Señor.18
Volvió a entrar a la obra en 1901 luego de la muerte de su esposa inválida.
Esto trajo un gozo especial a Elena de White.19
Referencias:
10. El mensaje de
1888 vacila
El
apoyo de Urías Smith al mensaje de 1888 no fue completo ni sincero. Vaciló. Su
biógrafo, Eugene Durand, dice que a pesar del arrepentimiento de Smith y la
confesión de su actitud equivocada y su posición contraria en el congreso de
Minneapolis, todavía tenía "la misma opinión".1
La
incapacidad de Smith para unirse sinceramente a la predicación de la
justificación por la fe y de Cristo nuestra justicia ocasionó mucho dolor a
Elena de White. En septiembre de 1892 ella le escribió desde Australia:
"No
puede imaginarse cuánto me duele ver que algunos de nuestros hermanos toman un
camino que yo sé que no es agradable a Dios... El mismo espíritu que se
manifestó en el pasado se manifiesta en toda oportunidad posible; pero esto no
es por impulso del Espíritu de Dios...
"Usted
ha perdido una rica y poderosa experiencia, y esa pérdida, resultante de
rechazar los preciosos tesoros de la verdad que se le ha presentado, es para
usted aun una pérdida. Usted no está donde Dios quisiera que estuviera...
"Las
muchas y confusas ideas en relación con la justicia de Cristo y la
justificación por la fe son el resultado de la posición que usted ha tomado
hacia los hombres y hacia el mensaje enviado por Dios...
'"La
justificación por la fe y la justicia de Cristo son los temas que deben
presentarse a un mundo moribundo. ¡Oh, si abriera su corazón a Jesús! La voz de
Jesús, el gran otorgador de tesoros celestiales, lo está llamando".2
La
vacilación de Smith hizo que el mensaje de 1888 perdiera ímpetu e impacto.
Otras
confesiones siguieron a las de Butler y Smith. Elena de White, en Australia se
regocijó por ellas.
Pero
simultáneamente con estas confesiones personales y la aceptación del mensaje de
1888, una marea mayormente imperceptible de oposición se estaba levantando
contra él. Esto, sin embargo, fue percibido claramente por la mensajera del
Señor.
En la Review
de 1892, Elena de White expresó la carga de su corazón en relación con la
resistencia al mensaje de 1888 con estas palabras:
"Hay
tristeza en el cielo por la ceguera espiritual de muchos de nuestros
hermanos... El Señor ha levantado mensajeros y los ha dotado con su Espíritu...
Que nadie corra el riesgo de interponerse entre las personas y el mensaje del
cielo. El mensaje de Dios llegará a las personas; y si no hubiera voces entre
los hombres para darlo, las mismas piedras lo proclamarían. Llamo a cada
ministro a que busque al Señor, a dejar de lado el orgullo, a abandonar la
lucha por la supremacía y a humillar su corazón ante Dios. Es la frialdad del
corazón, la incredulidad de quienes debieran tener fe lo que mantiene débiles a
las iglesias".3
En
1894 Elena de White habló de la iglesia como un todo con estas palabras:
"El mensaje a la iglesia de Laodicea se aplica en gran manera a nosotros
como pueblo. Ha estado frente a nosotros durante mucho tiempo, pero no ha sido
obedecido como debería. Cuando la obra de arrepentimiento es sincera y
profunda, los miembros individuales de la iglesia comprarán los ricos bienes
del cielo".4
Una
razón poderosa de la ofensiva condición espiritual que prevalecía en la iglesia
fue la influencia de varios dirigentes importantes de Battle Creek que eran
desfavorables hacia el mensaje de 1888. Entre estos estaban Harmon Lindsay, el
tesorero de la Asociación General, y A.R. Henry, el administrador de la Review
and Herald Publishing Association.
0.A.
Olsen era un hombre bueno, espiritual, de motivos puros y con deseos de servir
a Dios. Había abrazado completamente el mensaje de 1888 y apreciaba los
consejos de Elena de White. Pero no poseía la fortaleza personal necesaria para
aplicar sus consejos, rodeado como estaba de colaboradores con puntos de vista
adversos. Aparentemente se hallaba más interesado en mantener la unidad entre
los creyentes que en hacer lo que el Señor le había pedido mediante su
mensajera especial. El siguiente extracto de una carta de Elena de White a
A.0. Tait del 27 de agosto de 1896 refleja esta debilidad de Olsen. Ella
escribió:
"Me
siento muy triste por el hermano Olsen. Le he escrito mucho en relación con
esta situación. El me ha contestado, agradeciéndome por las cartas tan
oportunas, pero no ha actuado de acuerdo con la luz recibida. El caso es
misterioso. Mientras viaja de un lugar a otro, se ha ligado con compañeros
cuyo espíritu e influencia no debieran sancionarse, y las personas que depositen
su confianza en ellos serán descarriadas. A pesar de la luz que se le ha
mostrado durante años en relación con este asunto, se ha aventurado hacia
adelante, directamente en contra de la luz que el Señor le ha estado dando.
Todo esto confunde su discernimiento espiritual, y lo coloca en relación con
el interés general y el avance saludable e integral de la obra en la posición
de un atalaya infiel. Está siguiendo un camino que va en detrimento de su
discernimiento espiritual, y está impulsando a otras mentes a ver las cosas con
una luz pervertida. Ha dado evidencias inequívocas de que no ve los
testimonios que el Señor ha visto a bien enviar a su pueblo como dignos de
respeto, o como de suficiente peso para influenciar su curso de acción.
"Estoy
angustiada más allá de las palabras que mi pluma puede escribir. Sin lugar a
dudas, el hermano Olsen ha actuado como lo hizo Aarón, en relación con estos
hombres que se han opuesto a la obra de Dios desde el congreso de Minneapolis.
No se han arrepentido de su actuación, de resistirse a la luz y a la evidencia.
Tiempo atrás le escribí a A.R. Henry, pero no me ha llegado una palabra de
respuesta. Recientemente le escribí a Harmon Lindsay y a su esposa, pero
supongo que no apreciará el asunto lo suficiente como para responder.
"De
acuerdo con la luz que el Señor ha querido darme, hasta que el campo emita
latidos más saludables, cuantos menos viajes largos realice el pastor Olsen
con sus selectos ayudantes, A.R. Henry y Harmon Lindsay, mejor será para la
causa de Dios. Los territorios alejados estarán igualmente bien sin esas
visitas. La enfermedad en el corazón de la obra envenena la sangre, y así la
enfermedad se comunica a los cuerpos que visitan. Sin embargo, a pesar del
estado enfermizo y endeble de las cosas en casa, algunos han sentido la carga
de tomar al conjunto de los cuerpos de creyentes bajo sus alas paternales...
"Muchos
de los hombres que han actuado como consejeros en juntas y comisiones necesitan
ser alejados. Otros hombres debieran tomar sus lugares; porque sus voces no son
la voz de Dios... Estos hombres no son llamados más Israel, sino suplantadores.
Han trabajado por sí mismos durante tanto tiempo, en lugar de que el Espíritu
Santo trabaje en. ellos, que no saben qué espíritu los impele a la acción...
"La
ceguera espiritual que descansa sobre las mentes humanas parece estar
profundizándose. Hay hombres inconversos que manejan cosas sagradas. Todos los
tales debieran ser reemplazados por hombres que no sólo tengan un conocimiento
de la verdad sino que también practiquen la verdad... Hubiera sido mucho mejor
cambiar a los hombres en las juntas y comisiones que retenerlos durante años,
hasta que lleguen a suponer que sus proposiciones deben ser adoptadas sin
cuestionarlas, y generalmente no se ha levantado ninguna voz en sentido
contrario".5
Así,
la condición espiritual entre los creyentes de Norteamérica no era la ideal en
1896. En un mensaje a los ministros escrito en Cooranbong, Australia, Elena de
White expresó su aprensión en estas palabras:
"Si
los hombres tan sólo abandonaran su actitud de resistencia al Espíritu Santo ‑actitud
que durante mucho tiempo ha estado leudando su experiencia religiosa‑, el
Espíritu de Dios se dirigiría a sus corazones. Los convencería de pecado...
¡Oh, sí pudiera tener la gozosa noticia de que la voluntad y la mente de los
que están en Battle Creek y que han actuado como profesos dirigentes, se ha
emancipado de las enseñanzas y la esclavitud de Satanás, cuyos cautivos han
sido durante tanto tiempo, estaría deseosa de cruzar el ancho Pacífico para ver
vuestros rostros una vez más! Pero no estoy ansiosa de veros con percepciones
debilitadas y mentes anubladas, porque habéis elegido las tinieblas antes que
la luz".6
Las
chispas del reavivamiento espiritual visto en South Lancaster, Massachusetts,
en enero de 1889 y en el congreso anual regional del mismo año, se
desarrollaron en las asambleas ministeriales y llegaron a ser una brillante
llama en el congreso de la Asociación General de 1891. Pero la llama se
desvaneció y murió sin encender la iglesia con el mensaje de la justificación
por la fe y de Cristo nuestra justicia. Esto ocurrió, a pesar del llamado
perentorio de la sierva del Señor de que "la justificación por la fe y la
justicia de Cristo son los temas que deben presentarse a un mundo que
perece".7
Alrededor
de 1899, la justicia de la iglesia se había vuelto nauseabunda para nuestro
Salvador. Elena de White escribió: "Hay una mosca muerta en el ungüento...
Su justicia propia es nauseabunda para el Señor Jesucristo [Se cita Apoc. 3:15‑18].
Estas palabras se aplican a las iglesias y a muchos de los que están en cargos
de confianza en la obra de Dios".8
Pero
en el congreso de la Asociación General de 1901 hubo señales de un clima
espiritual más sano en la iglesia. Cuando se lo abrió, el martes 2 de abril por
la mañana, todos estaban contentos de que la mensajera especial del Señor
estuviera presente después de una ausencia de diez años. La actitud hacia Elena
de White y sus consejos fue completamente diferente de la que había existido en
el congreso de 1888.9 Allí su consejo ‑sí, su ruego‑
había sido desechado y poco menos que abiertamente rechazado. Mayormente fue la
incomodidad entre ciertos dirigentes influyentes para con ella y sus mensajes
lo que dio como resultado el plan que la llevó a Australia en 1891.
En las
sesiones de 1901 se solicitó su consejo y se lo escuchó. Elena de White misma
reconoció la unidad que caracterizó este congreso. Ella observó: "Parece
haber esfuerzos en esta reunión para unirse". A.G. Daniells resumió este
sentimiento del congreso cuando dijo que todos sentían que su única seguridad
radicaba "en la obediencia, en seguir a nuestro gran Líder", cuyos
planes a menudo son revelados a los delegados a través de Elena de White.10
Arturo
White, en su biografía de Elena de White, observa que en el congreso de 1901
las instrucciones del cielo dadas por medio de Elena de White fueron
prontamente adoptadas. Un notable ejemplo de esto fue la apertura de R.S.
Donnell a su testimonio en relación con el fanatismo de la carne santa que
había asolado la iglesia en Indiana.11
El
Boletín de la Asociación General del 18 de abril titulaba las sesiones del
congreso como "Nuestras mejores reuniones", observando que "el
Señor ha hablado a través de la hermana White para corregir métodos de acción
incorrectos, y para reprobar teorías distractoras. Los involucrados han
respondido, reconociendo la voz del Cielo y comprometiéndose a vivir en armonía
con ella".12 Elena de White misma habló del éxito del congreso
diciendo que el "Dios de los cielos y sus ángeles" habían estado en
su medio y de que los "ángeles de Dios han estado trabajando entre
nosotros".13
Pero
un año más tarde Elena de White escribió un artículo en la Review
titulado '"La necesidad de un reavivamiento y de una reforma". En él
revelaba que la espiritualidad personal estaba en un nivel bajo en la iglesia
en general. Declaró: "A menos que haya una reconversión, pronto habrá una
falta de piedad tal que la iglesia será representada por una higuera estéril...
En muchos corazones parece haber escasamente aliento de vida espiritual... Dios
llama a un reavivamiento espiritual y a una reforma espiritual".14
La iglesia recibió esta seria advertencia catorce años después del congreso de
Minneapolis.
Dos
años más tarde ella escribió en el mismo tenor en la Review:
"Durante los últimos veinte años una influencia sutil e impía ha estado
guiando a los hombres a mirar a los hombres, a unirse a los hombres, a
descuidar a su Compañero celestial. Muchos se han alejado de Cristo. No han
apreciado a Aquel que declaró: 'He aquí yo estoy con vosotros todos los días,
hasta el fin del mundo' ".15
La
experiencia espiritual de los miembros de la iglesia no fue buena a comienzos
del siglo veinte. En el congreso de la Asociación General los delegados habían
seguido a sus dirigentes y habían rechazado el mensaje de 1888. Y el posterior
brote de aceptación y reavivamiento vaciló, como ha observado correctamente un
historiador de la iglesia.16 La creciente distancia entre Jones y
Waggoner de la iglesia y de sus dirigentes a comienzos del siglo veinte
definidamente debilitó el ímpetu del mensaje de 1888.
Ya en
1892 Elena de White había advertido que "muchos que no estaban bajo el
control del Espíritu Santo" sino que andaban "a la luz de las chispas
de su propio fuego" considerarían la separación de Jones y de Waggoner de
la iglesia y de sus enseñanzas como una evidencia de que el mensaje de 1888
dado por Dios había sido un error. Ella había escrito: "Yo sé que esta es
precisamente la posición que muchos tomarían si cualquiera de ellos
cayera".17
El
alejamiento de la iglesia de Jones y Waggoner entre 1902 y 1904 proveyó a
muchos de una excusa para volver al estado espiritual que había existido dentro
de la iglesia antes del congreso de Minneapolis.
Referencias:
11. Evaluación de A.G. Daniells
En la
época del congreso de la Asociación General en Minneapolis, A.G. Daniells, de
30 años de edad, era un misionero adventista pionero de Nueva Zelanda. Elena de
White llegó a Australia en diciembre de 1891, y Daniells, como presidente de la
Asociación Australiana y más tarde de la Unión Asociación Australiana, tuvo
reiterados contactos con ella. Ambos retornaron a Norteamérica en 1900. En
1901, Daniells fue elegido presidente de la Asociación General. Desde ese
momento hasta la muerte de Elena de White en 1915, Daniells confió en su
consejo y a menudo bebió de su sabiduría inspirada.
Daniells
no escogió seguir el consejo de Elena de White porque ella siempre estuviera de
acuerdo con él, o porque era caritativa para con él. Lejos de eso. Ella a veces
lo trataba con firmeza. Pero él siempre discernía sus buenas intenciones de
ayudarlo y seguía su consejo.
Daniells,
en una carta de aliento a un presidente de asociación que había sido relevado
de su cargo, escribió acerca de la ayuda de Elena de White:
"A
veces la hermana White me ayudaba en forma de un duro reproche. Esto no era
agradable al corazón natural, le puedo asegurar. Llegaba hondo. No siempre
podía comprender todo lo que decía, o la forma en que lo daba. Pero no me
atrevía a rechazar el consejo, y al estudiar y orar, y entregar mi corazón en
sumisión a Dios, la luz llegaba a mi mente y el valor a mi corazón, y siempre
llegaba nueva ayuda para mis tareas".1
En una
carta a W.C. White, Daniells reflexiona acerca de una tuvo en medio de los
problemáticos días de 1902:
"Me
sentía profundamente impresionado de que debía ser fiel al espíritu de profecía
como la brújula al polo, que debía actuar como un hombre junto a la sierva del
Señor sosteniendo sus manos y guiar a esta denominación a reconocer y apreciar
este gran don.
"Estaba
tan completamente abrumado por este pensamiento que mis fuerzas me abandonaron.
Lleno de un terrible sentido de las responsabilidades que descansaban sobre mí,
le prometí al Señor con todo mi corazón que sería fiel a esta causa, y que
haría todo lo que estuviera en m¡ poder para evitar que se levantara algo en
esta denominación que empañara la gloria de este don, y de la sierva del Señor
que ha ejercitado este don durante tantos años".2
Daniells
había decidido seguir el consejo de la mensajera especial del Señor para su
iglesia. Se propuso mantener tanto su pensamiento como sus acciones en armonía
con el espíritu de profecía. En una carta a P.T. Magan y a E. A. Sutherland en
1904, Elena de White misma testificó acerca de esto:
"El
pastor Daniells es un hombre que ha probado que los testimonios son verdaderos,
y él también ha probado ser fiel a los testimonios. Cuando ha encontrado que
difería de ellos, ha estado dispuesto a reconocer su error, y acercarse a la
luz. Si todos los demás hubieran hecho lo mismo, no habría un estado de cosas
como el que existe ahora. El Señor ha reprendido al pastor Daniells cuando ha
errado, y él ha mostrado su determinación de mantenerse del lado correcto de la
verdad y la justicia, y de corregir sus errores".3
En
vista de la lealtad mostrada por Daniells al pensamiento dirigido por el
Espíritu en Elena de White, se levantan estos interrogantes:
Si
Daniells hubiera estado convencido de que Elena de White creía que la mayoría
de los adventistas del séptimo día habían aceptado el mensaje de 1888 corno una
experiencia personal antes de su muerte en 1915, ¿hubiera escrito, como lo
hizo, su libro Cristo nuestra justicia? ¿0 es posible que Daniells reflejara el
tenor de los sentimientos de Elena de White antes de su muerte?
Las
siguientes citas reflejan el pensamiento de Daniells en relación con el mensaje
de 1888:
'"La
Palabra de Dios presenta claramente el camino de la justificación por la fe;
los escritos del espíritu de profecía amplían grandemente y aclaran el tema. En
nuestra ceguera de corazón nos hemos apartado hasta estar lejos del camino, y
durante muchos años hemos dejado de apropiarnos de esta sublime verdad. Pero
durante todo este tiempo nuestro gran Líder ha estado llamando a su pueblo a
aceptar este gran aspecto fundamental del Evangelio ‑recibir por fe la
justicia imputada de Cristo por nuestros pecados pasados, y la justicia
impartida de Cristo para revelar la naturaleza divina en la carne humana".4
"¡Cuán
triste, cuán lamentable es que este mensaje de la justicia en Cristo
encontrara, en el tiempo de su aparición, oposición por parte de hombres
sinceros y bien intencionados en la causa de Dios! El mensaje nunca ha sido
recibido, ni ha sido proclamado, ni se le ha dado libertad de acción como para
que trasmita a la iglesia las inmensurables bendiciones que vienen con
él".5
'"La
división y los conflictos que se levantaron entre los dirigentes a causa de la
oposición al mensaje de la justificación por medio de Cristo, produjo una
reacción muy desfavorable. Se produjo confusión en las filas del pueblo, y no
sabían qué hacer".6
Daniells
creía que muchos de los que escucharon el mensaje de 1888 acerca de la
justificación por la fe "abrigaban la acariciada esperanza, de que algún
día se le diera más prominencia a este mensaje entre nosotros, y de que este
mensaje haría la obra de purificación y regeneración en la iglesia que creían
había sido la intención de Dios al enviarlo".7 Estaba
convencido de que estas enseñanzas alguna vez serían "comprendidas,
aceptadas, y se les daría el lugar apropiado".8
Daniells
comentó también: "La severa advertencia enviada por medio del espíritu de
profecía relativa al gran número de adventistas del séptimo día que habían
perdido de vista la 'doctrina de la justificación por la fe' fue escrita en
1889. Nadie se atreverá a decir los cambios que el tiempo ha hecho en la
proporción de nuestro pueblo que en ese tiempo no se aferró o no comprendió
esta verdad preciosa; pero lo que sí sabemos es que cada creyente en el mensaje
del tercer ángel en este momento debiera tener una concepción clara de la
doctrina de la justificación por la fe y una experiencia bien fundamentada en
la gran transacción".9 El lamentaba que "se ha perdido
mucho para la causa de Dios por dejar de obtener esa experiencia viva de poder
divino: la justificación por la fe".10
En el
momento de la publicación de Christ Our Rightcousness [Cristo nuestra
justicia] en 1926, Daniells creía que la Iglesia Adventista todavía estaba
esperando la experiencia que Dios había deseado introducir en Minneapolis, pero
que había sido frustrada por la fuerte oposición. Daniells ansiosamente
escribió:
"El
mensaje nunca ha sido recibido, ni proclamado, ni se le ha dado libertad de
acción como debiera haber sido para transmitir a la iglesia las inmensurables
bendiciones que se encontraban en él".11
LeRoy
Froom testificó de que Daniells, el mentor espiritual de Froom, abrigaba estas
ansias aun en los últimos momentos de su vida.12
Referencias:
12. Nuestra
responsabilidad actual
El
pecado y la culpa ‑así como también la comunión con Dios‑ son
personales y no corporativos. Por lo tanto, la iglesia adventista no cometió un
pecado colectivo ni incurrió en culpabilidad corporativa en el congreso de la
Asociación General en Minneapolis en 1888. Pero muchos individuos no aceptaron ‑en
verdad, positivamente se opusieron‑ el mensaje de la justificación por la
fe.
Pero
aun en ausencia de pecado y culpa corporativos, ¿habrá algo que nuestra iglesia
debiera hacer en relación con este vergonzoso comportamiento en el congreso de
1888 en Minneapolis? Sí. Como miembros actuales de la Iglesia Adventista del
Séptimo Día, somos responsables por la continua representación errónea del
congreso de la Asociación General de 1888 y de sus resultados.
La
historia moldea tanto a una nación como a su gente. Se ha dicho que no importa
quién escriba las leyes de la nación, pero sí importa quién escribe su
historia. La historia de una nación modela y da forma mayormente a la
filosofía, a las experiencias, y al desarrollo de las generaciones futuras. Las
leyes de una nación y aún la interpretación de su constitución son sólo
reflejos de su modo de pensar colectivo y de su filosofía. De la misma manera,
la historia de un movimiento o de una iglesia la modela y le da forma.
Si no
presentamos en forma abierta la historia del congreso de la Asociación General
de 1888 y sus consecuencias, nosotros, como denominación, perpetuamos el pecado
cometido en Minneapolis en 1888. Al hacerlo, nos unimos a nuestros antepasados
espirituales y virtualmente crucificamos a Cristo nuevamente en la persona del
Espíritu Santo. Si pretendemos que posiblemente el rechazo inicial de
"algunos" más tarde se transformó en la aceptación general y
entusiasta del glorioso mensaje de la justificación por la fe por la iglesia en
general, indudablemente estamos pintando un panorama de nuestra iglesia
demasiado color de rosa: la iglesia de Laodicea.
"El
impulso de entenebrecer hechos oscuros resulta de la necesidad de preservar la
integridad del yo... Es más fácil aceptar los acuerdos silenciosos y mantener
callados los hechos desagradables y hacer difícil que alguien mueva el bote.
Pero las sociedades pueden hundirse por el peso de la fealdad enterrada... Las
verdades deben decirse si queremos encontrar una salida".1
Es
alentador observar que los historiadores adventistas recientes declaran que el
congreso de Minneapolis rechazó el mensaje de Cristo y de su justicia, y que a
esto siguió una vacilante reforma. Alabamos al Señor por el amanecer de un
nuevo día para la sinceridad en relación con el congreso de Minneapolis y sus
consecuencias. Así también por la publicación del material del espíritu de
profecía concerniente al congreso de Minneapolis. Ahora todo el que quiera
leerlo puede hacerlo, y por lo menos decidir por sí mismo cómo recibió el
congreso de Minneapolis el mensaje de 1888.
Esta
franqueza por parte de los historiadores se atiene a esta máxima: “La primera
ley del historiador es que nunca se atreverá a pronunciar una falsedad. La
segunda es que no suprimirá nada que sea verdad. Más aún, no habrá sospecha de
parcialidad ni de malicia en sus escritos". Nos incumbe como pueblo
confesar que durante mucho tiempo nos hemos disculpado por el rechazo virtual
del mensaje de 1888 de la mayoría de los delegados al congreso de Minneapolis
en 1888.
Dios
quiere que todos sus seguidores sean honestos y veraces. Esto se aplica
especialmente a quienes dicen tener "la verdad", una comprensión
bíblica verdadera del Evangelio.
Como
iglesia, prescribimos la honestidad en palabra y en acción de acuerdo con el
octavo y noveno mandamientos del Decálogo. Estamos tan resueltos a enseñar y
mantener la veracidad que un miembro de nuestra iglesia puede ser desglosado
aún por "violación abierta de la ley de Dios, tal como la... falsedad
voluntaria y habitual".2 Puesto que ésta es una de las normas
de feligresía en la iglesia, es claro que la iglesia, compuesta por miembros
veraces, también dirá la verdad acerca de lo ocurrido en Minneapolis en 1888.
Dios
nunca ha exigido que cada uno de sus seguidores sea extremadamente inteligente,
o conocedor, o entendedor, o capaz. El sabe que sus hijos son diferentes y que
poseen sus dones en distinto grado. La parábola de los talentos de Jesús lo
confirma. Pero aunque han sido dotados en forma diferente, El espera que todos
sus hijos sean fieles. Y la fidelidad a Jesús abarca la veracidad y la
honestidad. Nuestro Maestro puede esperar esto con todo derecho. La honestidad
es posible cualquiera sea el nivel de inteligencia.
Todos
nosotros hemos sido extraídos de un mundo saturado por la mentira y el engaño.
Pero Dios se ha propuesto salvarnos de este vicio para que podamos ser aptos
para la ciudadanía en la Santa Ciudad. En ella no se encontrará nadie que
"hace... mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la
vida del Cordero" (Apoc. 21:27).
Y así,
en un mundo donde abunda la falsedad, donde las mentiras son los modos comunes
de operar, el pueblo de Dios será diferente. Será honesto. No sólo en palabra,
sino también en intención, porque es posible decir la verdad con palabras y sin
embargo engañar. "La falsedad consiste en la intención de engañar.
Mediante una mirada, un ademán, una expresión del semblante" se puede
expresar una falsedad "tan eficazmente como si se usaran palabras".3
Los
hombres y las mujeres que hacen planes de caminar por las calles de oro de la
santa ciudad de Dios aprenderán aquí en la tierra a amar y a practicar la
veracidad. Elegirán hablar la verdad de corazón (Sal. 15:2).
Un
amigo mío recibió una tarjeta de cumpleaños de su hijo ya grande. Tenía
impresas las palabras usuales de encomio. El padre apreció más lo que el hijo
mismo añadió. Con unas pocas palabras le hizo sentir a su padre que realmente
lo apreciaba a él y la influencia que había tenido en su vida. Lo que más
alegró al padre fue esta sencilla declaración: "Papá, no siempre has sido
perfecto y has hecho lo correcto, pero siempre hiciste lo que pensabas que era
correcto y lo mejor al tratar con nosotros tus hijos y con los demás". El
padre creyó que estas palabras eran el mejor encomio que podía recibir de su
hijo. El hijo había reconocido la integridad de su padre. En todos sus tratos
el padre había sido honesto y había actuado por motivos puros.
Dios
mismo está más preocupado por nuestros motivos que por nuestro desempeño, que
muchas veces puede no reflejar nuestra intención. Juzga cada acción "por
los motivos que la impulsaron".4 "No son los grandes
resultados que alcanzamos, sino los motivos por los cuales actuamos lo que pesa
ante Dios".5
La
honestidad, impulsada por motivos puros, es una virtud fundamental. Una persona
deshonesta demuestra que está desprovista de principios. George Herbert, un
escritor inglés, dijo hace mucho tiempo: "Muéstrame un mentiroso, y te
mostraré un ladrón". Ser cristiano significa que una persona, por la
gracia de Dios, se propondrá ser honesto y practicar la veracidad tanto para
con Dios como para con sus semejantes porque Dios desea "la verdad en lo
íntimo" (Sal. 51:6). De allí que sus seguidores escogen "el camino de
la verdad" (Sal. 119:30).
La
mentira y la falsedad, por otra parte, provienen del gran rebelde, del
"padre de mentira" (Juan 8:44).
Así
que como hijos e hijas de Dios y amantes de la verdad, nuestra responsabilidad
actual es decir la verdad acerca del congreso de Minneapolis de 1888 y sus
consecuencias. No hay ninguna virtud en decir que todo está bien cuando no es
así. Más aún, al continuar escondiendo la verdad acerca del congreso de
Minneapolis, nos convertimos en cómplices de los que rechazaron el mensaje de
justificación por la fe en 1888, así como los judíos del tiempo de Jesús fueron
responsables por los pecados de sus antepasados al perpetuarlos.
Nuestra
presentación defectuosa de lo que realmente ocurrió en Minneapolis en 1888 y
nuestra visión denominacional de que el congreso de Minneapolis de 1888 marcó
una gran victoria en nuestra historia han modelado sin lugar a dudas nuestra
forma de pensar y nuestros conceptos denominacionales. Ha ayudado a que nos
sintamos seguros en nuestra actitud laodicense: "Soy rico, y me he
enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad", mientras que en realidad
el testimonio del Testigo Fiel es que “eres un desventurado, miserable, pobre,
ciego y desnudo" (Apoc. 3:17).
Este
es el momento de decir la verdad acerca de 1888 para que podamos ser capaces de
hacer la obra que Dios espera que su pueblo haga. Al despejar el camino del Rey
‑que cada miembro personalmente se vuelva veraz‑ Él, el Príncipe
de verdad, puede dotarnos de poder a través del Espíritu Santo. Entonces
podemos llegar a ser sus testigos para ayudar a apresurar la finalización de
su obra en el mundo a fin de que Jesús pueda volver a buscar a su novia.
Referencias:
13. Conformismo
versus conversión
Todos
los asistentes al congreso de la Asociación General en Minneapolis eran
adventistas de buena reputación. Muchos eran respetados dirigentes de la
iglesia. Conocían y aceptaban el mensaje de Dios para nuestro tiempo, creían en
la justificación por la fe y practicaban el estilo de vida adventista.
En la
parábola de Jesús acerca del hijo perdido ‑que podría llamarse más
correctamente la parábola de los dos hijos perdidos‑ el hijo mayor vivía
una vida honorable y respetable. Probablemente en su comunidad y en su sinagoga
se lo consideraba como un modelo de virtud. Había permanecido en su hogar y
fielmente había ayudado a su padre a cuidar el campo y los negocios. Su hermano
menor, por otro lado, era un perdido conocido. Se había escapado de un buen
hogar y había despilfarrado su herencia con prostitutas y amigos indignos.
El
hijo mayor había hecho lo correcto. Parecía un hijo perfecto. Pero él también,
a pesar de su devoción tanto al trabajo como a las normas de la familia, estaba
tan alienado del corazón y del pensamiento de su padre como lo había estado su
hermano menor. Su falta de simpatía o de verdadero compañerismo con su padre no
era conocido. No se detectó hasta que rehusó unirse a la fiesta de bienvenida
para su hermano errante y respondió a su padre diciendo: "Tú sabes cuántos
años te he servido, sin desobedecerte nunca" (Luc. 15:29, versión Dios
habla hoy).
Esta
observación revela que durante todo el tiempo que había hecho la voluntad de su
padre, se había sentido como un esclavo en la casa de su padre. Había cooperado
no por amor a sus padres ni por el gozo de la compañía diaria de ellos, sino
meramente porque se sentía compelido a hacerlo por el deber.
En las
epístolas a los Gálatas y a los Romanos, Pablo presenta la justificación por la
fe más claramente. Pero también habla repetidamente de las "obras de la
ley". Esto quiere decir cumplir la voluntad de Dios como está expresada en
su ley, motivados no por una mente dispuesta sino por la fuerza coercitiva de
la ley.
Martín
Lutero escribió acerca de esto: "Ahora, las obras del hombre que no son
motivadas por la libre voluntad, no son las suyas propias: son las obras de una
ley coercitiva y restrictiva. Bien puede declarar el apóstol que no son
nuestras obras, sino las 'obras de la ley', porque lo que hacemos en contra de
nuestra voluntad no es un logro nuestro, sino del poder que nos compele.
"Asimismo,
las obras de la ley no hacen que alguien sea justo, no importa la persona que
las realice. Porque en lo que concierne a nuestra voluntad, las hacemos
simplemente por miedo a la penalidad de la ley. La voluntad preferiría mucho
obrar de otra manera y lo haría si no estuviera restringida por la ley
coercitiva y amenazante".1
La
persona descrita en esta cita realmente hace lo correcto, como lo hacía el
hermano mayor de la parábola. Obedece la ley de Dios. Su desempeño puede ser
sin tacha, como la del automovilista que a desgano se mantiene dentro del
límite de velocidad permitida. Pero está pecando, sin embargo, en tanto su
actitud se rebele contra la voluntad de Dios. Virtualmente es un esclavo, como
lo era el hermano mayor, y como lo es el conductor que obedece la ley pero
critica el límite de velocidad. Su motivación para obedecer es el egoísmo.
Obedecen sólo para escapar del castigo o para ganar una recompensa. Hacen
"las obras de la ley" como las llama Pablo.
Aun un
respetable adventista puede producir "obras de la ley" u obedecer la
voluntad de Dios según está expresada en su ley, pero en forma involuntaria o
de mala gana. Años atrás mientras salíamos de una de nuestras iglesias con un
amigo, éste confesó: "Si no supiera que el séptimo día es el sábado de
Dios, ciertamente no lo guardaría, porque realmente no me gusta". Mi amigo
era un prisionero de la ley. No había aprendido todavía a conocer a Jesús y a
su Padre como amigos y a disfrutar de esta amistad especial por medio del
Espíritu en su día especial. Vivía un estilo de vida adventista pero no
disfrutaba el compañerismo con Dios.
La
obediencia por sí sola no nos preparará ni a nosotros ni a nadie para el
compañerismo con Dios y con los ángeles no caídos. Tanto el hacedor de
"obras de la ley" y el legalista llevan a cabo las obras. Eso mismo
hizo el hermano del pródigo. Pero las obras de ninguna persona, aunque sean sin
tacha, serán suficientes para la salvación. Se necesita algo más. La única
esperanza de salvación para el pecador está en la justicia de Cristo. Y esto
resulta de una profunda comunión o simpatía con Dios. Tal comunión de alma con
Dios deriva de haber rendido nuestros corazones y nuestras mentes a Dios.
La
inspiración nos dice: "Cuando nos sometemos a Cristo, el corazón se une
con su corazón, la voluntad se fusiona con su voluntad, la mente llega a ser
una con su mente, los pensamientos se sujetan a él; vivimos su vida. Eso es lo
que significa estar vestidos con el manto de su justicia".2
Esto es la comunión de corazón y de alma. Por medio de ella, Cristo llega a ser
nuestra justicia.
Judas,
el traidor de Jesús, era un discípulo creíble. Los demás no abrigaban dudas
sobre su legitimidad. Lo consideraban uno de los mejores. Ni aun en la Ultima
Cena, luego de que Jesús lo señalara como el traidor al darle el pan mojado
(véase Juan 13:21‑30), nadie sospechó que fuera de carácter doble.
Simón
de Betania (véase Luc. 7:36‑48) fue otro de los seguidores de Cristo,
uno de los pocos fariseos que se habían unido abiertamente a Jesús. Jesús era
su amigo; lo había sanado de su lepra, y Simón deseaba que Jesús fuera el
largamente esperado Mesías. Pero no había aprendido todavía a conocerlo como su
Salvador. Aunque era amigo y seguidor de Jesús, era un extraño al nuevo
nacimiento; sus pecados no habían sido perdonados y sus principios no habían
cambiado. Era pecador todavía, fuera de la comunión transformadora del Espíritu
Santo, de Jesús, y del Padre. Aunque era un amigo y seguidor de Jesús, no formaba
parte de su familia y no era partícipe de su naturaleza y de su justicia.
El
hermano mayor de la parábola, Judas y Simón de Betania, todos eran
conformistas. Parecían trigo pero eran cizaña entre el trigo. Tenían la
apariencia correcta de seguidores de Cristo pero les faltaba la conversión, con
una vida nueva en su interior. Un conformista a menudo puede aparecer mejor
ante los demás aun ante los cristianos‑ que‑ una persona
convertida. Simón se veía mejor, a los ojos de la mayoría de los invitados a su
fiesta, que María. El hermano mayor se veía mejor que el pródigo que retornó.
Es posible ser un adventista del séptimo día respetado y bien aceptado sin ser
un hijo de Dios.
Elena
de White dijo que aun muchos de los ministros que estaban en el congreso de
Minneapolis en 1888 no estaban convertidos y necesitaban convertirse. Todos
eran leales a un sistema abarcante de verdades doctrinales coordinadas. Eran
fieles a un mensaje. Su cristianismo era un asentimiento intelectual a un
hermoso, lógico y divino cuerpo de verdades abstractas, más bien que una
confianza que entrega su vida a una Persona, como uno hace en el matrimonio.
Porque la salvación es una comunión íntima con Jesús, como ocurre en el
matrimonio entre los cónyuges.
Los
que rechazaron el mensaje de la justificación por la fe en Minneapolis eran
hombres honestos, y muchos de ellos se habían entregado a la proclamación de
las verdades bíblicas que habían abrazado sin reservas. Pero el cristianismo
genuino no es básicamente un mensaje. Es una Persona, y esa Persona es Jesús.
Muchos de los asistentes al congreso de Minneapolis no lo conocían, aunque
proclamaban su ley con fervor. De allí que su predicación estuviera centrada en
la ley. Tampoco reconocieron su Espíritu cuando trató de hablarles durante el
congreso de Minneapolis.
Sin
lugar a dudas, existe el peligro en nuestra iglesia de que el énfasis ‑aun
en la evangelización‑ a menudo se coloque más en la aceptación de las
creencias bíblicas y la conformidad al estilo de vida adventista que en la
conversión. Fácilmente se cae en esta trampa ya que el conformismo con las
creencias aceptadas y las normas de la iglesia se ven fácilmente y pueden ser
medidas con bastante exactitud. Por otro lado, a menudo sólo Dios puede
discernir la conversión. A los demás, el conformista les parece bueno, mientras
que para Dios todavía es un extraño a su gracia y permanece muerto en sus
transgresiones y pecados.
Tanto
las creencias correctas como el estilo de vida son importantes. Pero ninguno de
ellos (ni ambos) es tan decisivo como para determinar si una persona religiosa
es un cristiano funcional o no. La esencia del verdadero cristianismo va más
allá del comportamiento externo. Toma en consideración los motivos y las
actitudes de una persona.
Muchos,
aun de los delegados al congreso de Minneapolis en 1888, se conformaban al
sistema de creencias adventista y a su estilo de vida. No conocían a Dios.
Parecían adventistas del séptimo día practicantes, pero no habían aprendido a
conocer a Jesús como su Salvador.
Es
casi aterrador pensar que es posible ser amigo de Jesús, como lo fueron Judas y
Simón de Betania, disfrutar de la compañía de Jesús y de la de sus seguidores,
y sin embargo no estar preparados para la eternidad con 11 en su reino. Ese era
el estado de muchos de los ministros en el congreso de Minneapolis.
Referencias:
14. El desafío de
1888 para nosotros
Puede
resultarnos fácil, cien años más tarde, condenar a nuestros antecesores
espirituales por no aceptar gozosamente el reanimador mensaje de Cristo nuestra
justicia, que les presentaron Jones y Waggoner en el congreso de Minneapolis.
Los opositores al mensaje objetaron que Waggoner y Jones no presentaron nada
nuevo. Técnicamente estaban en lo cierto al afirmar que los adventistas del
séptimo día ya lo conocían y que poseían la justicia de Cristo por medio de su
gracia. Muchos también habían enseñado estas verdades salvadoras a otros.
En
teoría, cada miembro de la Iglesia Adventista del Séptimo Día desde sus
comienzos ha aceptado y creído en la salvación por la gracia por medio de la fe
en Jesucristo. Como cristianos evangélicos, los adventistas de 1888 no
encontraban más dificultades que nosotros hoy en día en subscribir mentalmente
esta verdad fundamental de la salvación. Nosotros, al igual que ellos, la
aceptamos de corazón, por lo menos en teoría.
La
dificultad no radica en la captación intelectual y en la aceptación de la
justificación por la fe. Esto es poco menos que axiomático entre los
adventistas del séptimo día. Más bien, consiste en la dificultad de nutrir y
mantener viva esta experiencia en el pensar y actuar diarios. A.W. Spalding, en
su libro Origin and History of Seventh‑day Adventists,
apropiadamente observa: "Es fácil de profesar, pero evasivo en su
aplicación".1
Al
igual que Simón de Betania, todos los asistentes al congreso de Minneapolis
veían a Jesús como su amigo. Al igual que Simón, disfrutaban de la compañía de
sus seguidores.
Pero
la salvación no surge de una amistad casual con Jesús. No brota como resultado
de disfrutar de su compañía social. Simón disfrutó ambas, pero ninguna le
garantizó la justicia de Cristo y el don de la salvación.
La
palabra relación es manoseada a menudo en las conversaciones de hoy en
día. Se la utiliza también en el área de la religión, sugiriendo una conexión
salvadora con Dios. Pero la relación no es una panacea. Una persona o una
organización ‑o casi cualquier cosa para el caso‑ mantiene una
relación en cierta forma con cualquier cosa o persona. Desde la década de 1920
los Estados Unidos han mantenido una relación, ya sea buena o mala, con la
Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas. En forma similar, los tres
viajeros que vieron al infortunado hombre que había sido asaltado y golpeado en
el camino a Jericó (véase Luc. 10:25‑37) mantuvieron una relación con él.
Así que la palabra relación no es adecuada para describir la conexión
salvadora de una persona con Dios.
Una
relación con Dios por sí sola no garantiza la salvación. Satanás mismo mantiene
una relación con Dios. La salvación resulta sólo de una relación de amistad,
o de profundo compañerismo con Dios. Fue sólo la relación de amistad del
samaritano hacia el viajero sufriente lo que salvó a este último de la muerte.
Y el
compañerismo es más que la compañía física. Esta no necesariamente describe
intereses o experiencias similares, con simpatía o compañerismo profundo. Al
hermano mayor de la parábola, aun estando en su casa y haciendo lo que su padre
quería que hiciese, le faltaba el interés del padre y la honda preocupación por
su hermano menor. No compartía la naturaleza del padre, sus metas, sus gustos,
sus esperanzas, sus propósitos, y sus añoranzas. En las más profundas
realidades de la vida el hermano mayor no tenía nada en común con su padre. No
disfrutaban del compañerismo, aunque ambos vivían bajo el mismo techo.
Desde
que el hermano menor se fue de la casa hacia un país lejano en busca de la
esquiva felicidad, el padre había estado orando incesantemente para que
volviera en sí (véase Luc. 15:17) y decidiera retornar al hogar. El
compañerismo consiste en unidad de mente, no en la mera cercanía física.
María,
la hermana de Marta y de Lázaro y la contraparte de Simón en la fiesta de
Betania, mantenía con Jesús una relación diferente de la de Simón. Para Simón,
Jesús era un amigo admirado cuya compañía social disfrutaba. Para María, Jesús
era más que un amigo. Para ella, él era el humilde y sufriente Mesías, predicho
por los profetas, que había venido, no a librar a su nación del yugo romano,
sino a libertar a cada individuo de la esclavitud personal del pecado. Jesús
había hecho justamente eso por ella luego que ella lo había aceptado como su
Salvador personal.
Jesús
había sanado la relación rota de María con su Padre celestial; la había
restaurado a un compañerismo íntimo y amante con él y le había enseñado a
desear y disfrutar su compañía. Para María, Jesús era El amado ‑el
Camino, la Verdad y la Vida en quien se centraban su amor, su devoción y sus
afectos. Ella sabía que le había perdonado sus pecados y que la había hecho una
nueva persona y un miembro de su propia familia celestial.
A
diferencia de los legalistas, María no esperaba ningún crédito celestial por su
obra. Ella derramó el costoso ungüento sobre los pies de Jesús sin pensamientos
egoístas de recompensa, sólo por su amor a El y por lo que El había hecho para
con ella. Ella simplemente había seguido las indicaciones del Espíritu Santo.2
Su ungimiento de Jesús fue una expresión de su amor pleno y de su entrega a
Jesús y a su familia celestial.
El
intelectual más astuto como también el santo más humilde pueden disfrutar un
compañerismo así. Un bebé nace y vive sin ser capaz de explicar el origen de su
vida y el proceso de su nacimiento. '"La ciencia de la salvación no puede
ser explicada; pero puede ser conocida por experiencia".3 Un
cristiano puede disfrutar un íntimo compañerismo con Jesús sin ser capaz de
comprender y explicar en detalle el proceso por el cual llegó a darse. El
simplemente ha nacido al reino de Dios sin estar completamente consciente del
proceso del nuevo nacimiento.
El
concepto del nuevo nacimiento confundió al intelectual Nicodemo cuando lo
escuchó por primera vez. Pero él mismo lo experimentó más tarde. Una
experiencia genuina y personal en las cosas de Dios va más allá del
reconocimiento intelectual, a un compañerismo vibrante con Jesús como el centro
de los afectos de uno. Y un compañerismo tal con Dios no estará limitado a los
pensamientos y a las emociones. Inevitablemente se reflejará en la actitud de
uno y fluirá en acciones voluntarias de acuerdo con la voluntad de Dios. Este
compañerismo de alma con Jesús aquí en la tierra nos preparará para la
eternidad con él en su reino (véase Isa. 1:19).
Un
vecino una vez me contó su experiencia en el teatro europeo de la Segunda
Guerra Mundial. Como adventista del séptimo día de apenas veinte años, formó
parte de las fuerzas invasoras traídas del Norte de África y arrojadas contra
la fortaleza Europa en la costa de Salerno, en Italia. Aparentemente, él era el
único cristiano profeso en toda su unidad. Muchos de sus compañeros soldados,
en otros aspectos iguales a él ‑jóvenes, solteros, esperando morir
cualquier día‑ empleaban su tiempo libre en parranda. Yo le pregunté:
"¿Qué te permitió permanecer leal a tus principios cristianos bajo
circunstancias tan adversas?"
Su
respuesta llegó rápida y simple: "Tenía una novia en Kansas. El pensar en
ella me ayudaba a permanecer leal a mis ideales cristianos".
Aunque
separado de su amor por miles de kilómetros, estaban juntos en espíritu. Su
unidad de alma o su afinidad con su novia en Kansas influyó más sobre él que la
compañía física de sus despreocupados compañeros. Su profundo compañerismo con
una joven pura le ayudó a mantenerse aferrado a sus principios cristianos
durante sus años de servicio como soldado en Europa.
La
experiencia de este joven soldado ilustra el compañerismo que usted y yo
podemos disfrutar con Jesús aun hoy. Es un compañerismo íntimo y amante. La
persona que disfruta un compañerismo tal con Dios ha experimentado el
cumplimiento de la palabra de Jesús cuando dijo: "El reino de Dios está
entre vosotros" (Luc. 17:21).
El
compañerismo con Dios está basado en la fe, en la completa confianza en El. Una
confianza tal lleva a una entrega completa, así como una esposa amante se
entrega a su marido y viceversa. Esta entrega les trae el placer y el gozo más
estimulantes a ambos.
Como
miembros de la Iglesia Adventista del Séptimo Día espiritualmente vivos,
disfrutaremos hoy, o por lo menos buscaremos, tal compañerismo con Jesús, dulce
e impartidor de paz. Entonces será nuestra la experiencia de la justificación
por la fe, y sólo entonces usted y yo habremos aceptado en realidad el mensaje
de 1888, y no lo habremos rechazado.
Un
compañerismo tal con Dios nos transformará. A la mayoría de los hombres jóvenes
les gusta cómo cocina su madre. Cuando se casan pueden encontrar que la comida
que se sirve en su nuevo hogar es bastante diferente de la de su mamá. A veces
no les gustan los nuevos platos. Pero aman a sus esposas y quieren agradarlas,
así que comen fielmente lo que preparan sus esposas. En tanto siguen comiendo
la nueva comida, sus papilas gustativas se acostumbran a ella. Lo que al
comienzo comían de mala gana, ahora comienzan a disfrutarlo realmente. Sus
gustos han cambiado. El cambio en el gusto es posible porque aman
verdaderamente a sus esposas y quieren agradarlas.
Como
cristianos, al amar a Jesús y a su Padre, nosotros también seremos
transformados ‑no meramente conformados a su manera‑ bajo la
influencia modeladora del Espíritu Santo. Lo que al comienzo nos desagradaba
acerca del camino de Dios, según lo expresa su ley, comenzará a agradarnos y lo
amaremos, transformados por el amor divino (véase Rom. 12:2; 2 Cor. 3:18).
"Y
si nosotros consentimos, se identificará de tal manera con nuestros
pensamientos y fines, amoldará de tal manera nuestro corazón y mente en
conformidad con su voluntad, que cuando le obedezcamos estaremos tan sólo
ejecutando nuestros propios impulsos. La voluntad, refinada y santificada,
hallará su más alto deleite en servirle".4
Muchos
de los delegados al congreso de Minneapolis no alcanzaron un compañerismo
transformador con Dios. Aunque eran ministros, no lo conocían como su amigo.
Esto debiera servir de alarma a todos nosotros, y especialmente a todo aquel
que es ministro u obrero en su iglesia.
En la
parábola de las diez vírgenes, la mitad de las que esperaban al novio estaban
dormidas espiritualmente. Es posible ocurrió en Minneapolis que aun los
ministros de Dios en la iglesia remanente estén dormidos espiritualmente. Pero
Dios está dispuesto a ayudarnos ‑y es perfectamente capaz de hacerlo- a
permanecer despiertos espiritualmente. Y sólo estando espiritualmente
despiertos evitaremos de unirnos tanto a los antiguos judíos como a nuestros
antepasados espirituales de 1888 para crucificar a Jesús. Nuestros antepasados
espirituales hicieron justamente eso en Minneapolis en 1888. Ni siquiera se
dieron cuenta de lo que estaban haciendo. Se desviaron hacia ello por un
desacuerdo sobre algunos asuntos secundarios.
Dos
años después del congreso, Elena de White lamentó el bajo nivel espiritual de
la iglesia. Pero dijo: "Los miembros de nuestras iglesias no son
incorregibles; la falta no debe colocarse tanto sobre ellos como sobre sus
maestros. Sus ministros no los alimentan".5 El error principal
en el rechazo del mensaje de 1888 no estaba en la gente en general, sino en los
ministros.
Cada
persona en nuestra iglesia hoy que es un ministro o un maestro o un dirigente
en cualquier cargo debe considerar seriamente esta asombrosa declaración. En
conexión con esto es valioso notar que el mensaje a Laodicea se dirige primera
y principalmente "al ángel de la iglesia en Laodicea" (Apoc. 3:14).
Los ángeles son las estrellas "de las siete iglesias" (Apoc. 1:20). Y
"los ministros de Dios están simbolizados por las‑siete estrellas...
Las estrellas del cielo están bajo el gobierno de Dios. El las llena de luz. El
guía y dirige sus movimientos. Si no lo hiciese, pasarían a ser estrellas
caídas. Así sucede con sus ministros".6
Para
poder guiar de acuerdo con los planes de Dios, los dirigentes del pueblo de
Dios deben estar bajo la constante dirección de Dios por medio de su Espíritu
Santo. Si no es así, serán estrellas caídas, como llegaron a ser algunos
dirigentes adventistas en conexión con la experiencia de 1888.
Es
posible estar bien familiarizado con las enseñanzas de la Biblia y no poseer el
conocimiento salvador de Dios. Los sacerdotes judíos del tiempo del nacimiento
de Jesús sabían que el Mesías iba a nacer en Belén, pero no conocían ni a Dios
ni a su Espíritu. El sacerdote que sostuvo a Jesús en sus brazos en el momento
de su dedicación en el templo no sabía que había nacido el Mesías prometido.
Pero los pastores, que estaban mucho menos familiarizados con los rollos
sagrados, estaban relacionados con Dios, y así se enteraron del nacimiento de
Jesús por los ángeles. También los magos, con su escaso conocimiento de las
Sagradas Escrituras, y Simeón y Ana, por medio de indicaciones del Espíritu lo
supieron el mismo día que Jesús fue dedicado. De acuerdo con el plan de Dios,
habían abierto sus mentes a él y habían invitado al Espíritu a morar en el
templo de su alma.7
La
repetida súplica de Elena de White a los dirigentes y a los delegados a la
sesión del Congreso de la Asociación General en Minneapolis era a experimentar
la conversión y a que abrieran sus corazones al Espíritu Santo. Es sólo a
través de su iluminación que las enseñanzas de la Palabra de Dios pueden ser
correctamente comprendidas para salvación. Por medio de la morada del Espíritu
en la persona, ésta es y sigue siendo un hijo de Dios (véase Rom. 8:9).
Neal
C. Wilson, presidente de la Asociación General, consciente de que no todo es
ideal en nosotros como pueblo aun hoy, habló de un "verdadero
arrepentimiento" en su sermón del sábado en la sesión trienal de la
División del Lejano Oriente en Singapur el 7 de noviembre de 1987. El señaló
que la reforma surgirá inevitablemente de un verdadero reavivamiento; desafió a
los dirigentes de la División del Lejano Oriente con esta pregunta convincente:
"¿Cómo puede la iglesia esperar cambios si los dirigentes no cambian?"
Como
iglesia, todos necesitamos prestar atención al desafío que Elena de White
presentó en el congreso de la Asociación General de 1901 con estas palabras:
"Ha llegado el tiempo cuando este pueblo debe nacer de nuevo. Quienes
nunca han nacido de nuevo y quienes han olvidado que fueron limpiados de sus
viejos pecados... necesitan convertirse".8
El
deseo de Dios para cada uno de nosotros hoy ‑hombre, mujer, joven y niño‑
es que escojamos ser convertidos de nuevo cada día, que escojamos tener al
Espíritu como nuestro constante invitado del alma.
La
sesión de la Asociación General de 1888 y su secuela presentan una apelación
insistente a cada miembro de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. En forma
individual deberíamos planear familiarizarnos con las enseñanzas de la Biblia
bajo la dirección del Espíritu Santo y responder a las palabras del apóstol
Pablo: "Examínense ustedes mismos, para ver si están firmes en la fe;
pónganse a prueba" (2 Cor. 13:5, versión Dios habla hoy).
¿Estoy
disfrutando un compañerismo diario con Dios mediante la lectura de su Palabra
bajo la guía iluminadora del Espíritu Santo y comunicándome con El en oración
en el nombre de Jesús? ¿0 es que otros intereses me privan de tiempo para el
compañerismo de alma con Dios y Jesús? Sólo en la medida en que desarrollemos
un compañerismo profundo, como el que tenía el soldado con su novia de Kansas,
seremos salvaguardados de tropezar ciegamente con el temido pecado, como lo
hicieron nuestros antepasados espirituales en 1888.
Referencias: