Un escudo eficaz
E.White

Review & Herald 17 septiembre 1901


Dios supervisa atentamente las acciones de los hijos de los hombres. Nada ocurre en el cielo o en la tierra sin el conocimiento del Creador. Nada puede suceder sin su permiso. Aquel "que da victoria a los reyes" [Sal. 144:10], Aquel de quien son "los escudos de la tierra" [Sal. 47:10], observa con infatigable cuidado a aquel de quien puede depender la suerte de un imperio. Y el pobre, tanto como el monarca en su trono, es objeto igualmente de la más tierna vigilancia.

Dios obra constantemente por el bien de sus criaturas. Satanás está también constantemente a la obra, pero para el mal. El príncipe de la potestad del aire es el agente de destrucción, el causante del sufrimiento y la miseria. Dios se ha interpuesto en innumerables ocasiones para desviar la muerte, para mantener seguros a hombres, mujeres y niños, cuando Satanás se propuso obtener un desenlace enteramente desastroso.

Dios lo hizo todo bueno y bello; pero el mal logró abrirse camino en la tierra, y con él vino la contaminación y degradación. El propósito de Dios es eliminar toda traza de pecado de la obra de sus manos, restaurar a los seres humanos a su pureza original. A fin de cumplir ese propósito, el único Hijo de Dios, igual al Padre, asumió la naturaleza humana. Descendió a nuestro estado a fin de poder elevarnos desde una condición caída y degradada, hasta la condición pura y santa de Adán cuando salió de la mano del Creador. Tan pronto como el hombre se unió a Satanás en la transgresión, Cristo acudió al campo de batalla para luchar en favor del ser humano. Entró en el conflicto, peleó y venció en la batalla contra el príncipe del mal.

Este mundo ha sido señaladamente bendecido por Dios. Los seres humanos son depositarios de incontables misericordias. La Providencia los vigila y escuda. Sobre ellos están derramados los más ricos dones del tesoro celestial. Y sin embargo, el hombre hace gala de un menosprecio hacia Dios, hacia su ley y hacia la salvación puesta a su alcance por la muerte del Salvador.

Los hombres se han exaltado a sí mismos con autosuficiencia y orgullo, desalentando al necesitado y oprimiendo al asalariado en sus cargas. En su contra se anotó el registro: codicia, orgullo e indulgencia del yo. Toman a la ligera las leyes que gobiernan el reino de Dios. Él ha sido muy longánimo con ellos; pero en respuesta a su extraordinaria paciencia, los hombres se están aproximando a esa medida de iniquidad que alcanzaron los antediluvianos, quienes perecieron en las aguas del diluvio; y al que llegaron los habitantes de Sodoma, que fueron destruidos por el fuego del cielo.

Algunos dan crédito al aserto de Satanás, según el cual habrá una segunda oportunidad. Pretenden que aunque resistan ahora al Espíritu de Dios, desaprovechando su tiempo de gracia, se les dará otra oportunidad de alcanzar el cielo. Pero los que acarician esa creencia están sumidos en un engaño que lleva a la ruina. Cuando Dios dio a Cristo a nuestro mundo, en ese don único dio todos los tesoros del cielo. No retuvo nada. No puede hacer más de lo que ya ha hecho, para llevar al hombre al arrepentimiento. No hay recurso alguno que esté almacenado en reserva para su salvación.

Dios es muy paciente ante la rebelión y apostasía de sus súbditos. Incluso cuando se desprecia su misericordia y se desdeña y ridiculiza su amor, es paciente para con los hombres hasta que se agota el último recurso para llevarlos al arrepentimiento. Pero su paciencia tiene límites. Retira su cuidado protector de aquellos que continúan en rebelión obstinada y final. La Providencia ya no los escudará más del poder de Satanás. Habrán pecado más allá de su día de gracia.

Dios lleva una cuenta con las naciones. No cae en tierra un pajarillo sin que él lo note. Aquellos que maltratan a sus semejantes, diciendo: ‘¿Acaso Dios va a enterarse?’ serán convocados un día para enfrentarse a una venganza demorada por mucho tiempo. En esta época se exhibe un desprecio inusitado hacia Dios. Los hombres han alcanzado un punto en su insolencia y desobediencia que indica que su copa de iniquidad está casi llena. Muchos pueden casi haber sobrepasado los límites de la misericordia. Dios mostrará pronto que él es en verdad el Dios viviente. Dirá a los ángeles, "No luchéis ya más contra Satanás en sus esfuerzos por destruir. Permitidle que efectúe su maligna obra sobre los hijos de desobediencia, pues está llena la copa de su iniquidad. Han avanzado paso tras paso en la maldad, añadiendo día a día a su desobediencia. No mediaré ya más para impedir que el destructor haga su obra."

Ese tiempo está ahora ante nosotros. El Espíritu de Dios está siendo retirado de la tierra. Cuando el ángel de la misericordia repliegue sus alas y se vaya, Satanás llevará a cabo los hechos malvados que por tanto tiempo ha deseado realizar. Tempestad y tormenta, guerra y derramamiento de sangre: se deleita en esas cosas, y allega así su cosecha. Y engañará tan completamente a los hombres, que declararán que esas calamidades son el resultado de profanar el primer día de la semana. Desde los púlpitos de las iglesias populares se oirá la afirmación de que el mundo está siendo castigado debido a que el domingo no se honra como se debiera. Las personas no habrán de esforzar mucho su imaginación para creer así. Están guiadas por el enemigo, por lo tanto llegan a conclusiones que son totalmente erróneas.

Satanás traerá fábulas agradables apropiadas para las mentes de todos aquellos que no aman la verdad. Acusará con celo airado a los guardadores de los mandamientos. Enfurecido debido a que no puede pervertir su fe, derramará su ira sobre ellos. Comisionará a sus ángeles para que enardezcan a hombres malvados contra la verdad. Sabiendo que no le queda sino muy poco tiempo, obrará con todo engaño de iniquidad para los que se pierden [2 Tes. 2:10]. Ángeles caídos vendrán a los hijos de los hombres, justos e injustos, en la forma de amigos que murieron. De esa forma Satanás engañará a los que, de haber honrado la ley de Jehová, habrían resultado protegidos de la tentación.

Cuando Cristo estuvo sobre esta tierra, declaró de la nación que lo rechazaba: "en vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres" [Mat. 15:9]. Anularon la ley de Dios cargándola con ceremonias innecesarias. Echaron por tierra la norma de justicia del Señor, cegando los ojos y endureciendo los corazones del pueblo, haciéndoles creer una mentira en lugar de la verdad. Si Cristo estuviese hoy sobre la tierra, diría a muchos profesos cristianos: "Erráis, ignorando las Escrituras y el poder de Dios" [Mat. 22:29].

Satanás reclama el mundo, pero hay una pequeña compañía que resiste a sus estratagemas, y que contiende eficazmente por la fe que una vez fue dada a los santos [Jud. 1:3]. Satanás se dispone él mismo a destruir a esta compañía guardadora de los mandamientos. Pero Dios es su torre de defensa. Levantará en su favor bandera contra el enemigo. Será para ellos "escondedero contra el viento" y "como sombra de gran peñasco en tierra calurosa" [Isa. 32:2]. Les dirá: "Anda, pueblo mío, entra en tus aposentos, cierra tras de ti tus puertas; escóndete un poquito, por un momento, en tanto que pasa la indignación. Porque he aquí que Jehová sale de su lugar para castigar al morador de la tierra por su maldad contra él: y la tierra descubrirá la sangre derramada en ella, y no encubrirá ya más a sus muertos" [Isa. 26:20 y 21]. "Y los redimidos por Jehová volverán a Sión con alegría; y habrá gozo perpetuo sobre sus cabezas. Tendrán gozo y alegría, y huirán la tristeza y el gemido" [Isa. 35:10].

 

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