Y el santuario será purificado
Conocéis mi convicción de que Dios quiere abrir su Palabra ante nosotros. A los Adventistas del Séptimo Día se nos conocía como “el pueblo del libro”. Pero el interés por las Escrituras ha decaído, y nos hemos vuelto perezosos. No obstante, en los últimos días, la Biblia lo será todo para nosotros. Querría dedicar unos momentos a descubrir con vosotros la manera en la que el puzzle va a ser compuesto, para que el estudio de la Biblia se convierta en algo viviente.
Leemos en Proverbios 1:1-6: “Los proverbios de Salomón, hijo de David, rey de Israel: Para entender sabiduría y doctrina; para conocer las razones prudentes; para recibir el consejo de prudencia, justicia, y juicio y equidad; para dar sagacidad a los simples, y a los jóvenes inteligencia y cordura. Oirá el sabio, y aumentará el saber; y el entendido adquirirá consejo; para entender parábola y declaración; palabras de sabios, y sus dichos oscuros”.
En los primeros seis versículos podéis ver que la razón por la que Dios nos da los proverbios es para abrir nuestras mentes y enseñarnos quién es; en qué consiste realmente el evangelio. Es por esa misma razón que se nos da toda la Biblia. Dios nos quiere declarar todos los enigmas, misterios, parábolas y proverbios. Capítulo 2:1-5: “Hijo mío, si tomares mis palabras, y mis mandamientos guardares dentro de ti, haciendo estar atento tu oído a la sabiduría, si inclinares tu corazón a la prudencia; si clamares a la inteligencia, y a la prudencia dieres tu voz; si como a la plata la buscares, y la escudriñares como a tesoros; entonces entenderás el temor de Jehová, y hallarás el conocimiento de Dios”. Ahora leemos en Prov. 3:13-15: “Bienaventurado el hombre que halla la sabiduría, y que obtiene la inteligencia: Porque su mercadería es mejor que la mercadería de la plata, y sus frutos más que el oro fino. Más preciosa es que las piedras preciosas; y todo lo que puedes desear, no se puede comparar a ella”. Capítulo 4:7-9: “Sabiduría ante todo: adquiere sabiduría: y ante toda tu posesión adquiere inteligencia. Engrandécela, y ella te engrandecerá: Ella te honrará, cuando tú la hubieres abrazado. Adorno de gracia dará a tu cabeza: Corona de hermosura te entregará”. Prudencia, conocimiento, entendimiento, sabiduría: esas son las auténticas joyas. Esa es la perla de gran precio, el tesoro escondido. Lo más importante de todo es que comencemos a comprender la grandeza de la verdad que Dios nos quiere mostrar.
Nuestros pioneros, en los años próximos a 1844, se quedaban a veces toda la noche estudiando. Querían conocer a Dios. ¿Con cuánto fervor estudiamos hoy la Biblia? ¿Cuán importante es para nosotros la Palabra de Dios? La Biblia, la Palabra de Dios, lo cumplirá todo. Dice Santiago (1:21) que la Palabra nos salvará. Pedro nos dice que somos nacidos de nuevo por la Palabra (1 Ped. 1:23). En Hebreos leemos que nos sustenta con la Palabra de su potencia (1:3). ‘¿Con qué limpiará el joven su camino?, con guardar tu palabra’. ‘En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti’ (Sal. 119:9, 11). Leemos en el Salmo 17:4: “Por la palabra de tus labios yo me he guardado de las vías del destructor”. La Biblia nos muestra que todo lo que Dios quiere cumplir, tiene lugar mediante su palabra. Lo mismo que en la Creación -cuando la tierra y el cielo fueron formados por la palabra de Dios-, así también en la re-Creación (o nueva Creación). La palabra de Dios lo es todo. Necesitamos comprender esa Palabra.
Es ya hora de que crezcamos. Ved Hebreos 5. Lo mismo que en los primeros cuatro capítulos, Pablo está refiriéndose a Cristo como a nuestro gran Sumo Sacerdote, y en el versículo 11 dice: “del cual tenemos mucho que decir, y dificultoso de declarar, por cuanto sois flacos para oír”. Pablo dice que tiene mucho que decirnos acerca de Jesús, pero no queremos oír. No estamos interesados. Necesitamos ver renacido ese interés. El versículo 12 dice que deberíamos “ser ya maestros a causa del tiempo”, y sin embargo, tenemos “necesidad de volver a ser enseñados cuáles sean los primeros rudimentos de las palabras de Dios”. Incluso hemos llegado a necesitar leche como los niños pequeños. Aquí, ser como los niños pequeños no es la situación deseable. Se trata de la misma infancia referida en Efesios 4, la de esos “niños fluctuantes… llevados por doquiera de todo viento de doctrina”. En el siguiente versículo de Hebreos 5 leemos “que cualquiera que participa de la leche, es inhábil para la palabra de la justicia, porque es niño”. Los niños tienen una comprensión muy limitada. Versículo 14: “Mas la vianda firme es para los perfectos, para los que por la costumbre tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal”. Así, Pablo viene a decirnos que ya es tiempo de que utilicemos nuestro discernimiento. Observad el versículo 1 del capítulo 6: “Por tanto, dejando la palabra del comienzo en la doctrina de Cristo, vamos adelante a la perfección; no echando otra vez el fundamento del arrepentimiento de obras muertas, y de la fe en Dios, de la doctrina de bautismos, y de la imposición de manos, y de la resurrección de los muertos, y del juicio eterno. Y esto haremos a la verdad, si Dios lo permite”.
La perfección se nos presenta asociada al hecho de crecer o madurar en la verdad. Quisiera que comprendieseis el patrón o modelo. La “luz”, la “lluvia”, la “verdad”, es lo que nos purifica, lo que nos eleva, y todo ello se encuentra en la Palabra de Dios. En Hebreos 5, Pablo amonesta a la iglesia de los Corintios por no estar interesada en crecer: “De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, y no vianda: porque aún no podíais, ni aún podéis ahora” (1 Cor. 3:1 y 2). La iglesia de los Corintios no estaba preparada. De hecho, en 1 Corintios 2, y también en el primer capítulo, Pablo ha estado hablando sobre la cruz, y ha presentado la cruz como un misterio. 1 Cor. 2:7: “Hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria: la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de gloria. Antes como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oreja oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para aquellos que le aman”. No está aquí hablando del cielo. Habitualmente aplicamos ese texto a las moradas celestiales: al hecho de que no podemos imaginar lo maravilloso que será. Pero Pablo presenta eso en el contexto de la cruz, y para mostrar que no deseamos todavía conocer la sabiduría de Dios y el “misterio”: la sabiduría oculta, el misterio de la cruz. Eso debe implicar nuestra propia experiencia, ya que Pablo denomina ese misterio como siendo “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Col. 1:27). Así pues, el versículo 9 se refiere al hecho de que hay algo que Dios ha planeado para sus santos, aquí en la tierra, que aún no ha penetrado en nuestras mentes. Permitidme que os muestre algunos versículos en relación con eso.
Todavía no hemos comprendido lo que va a suceder. Romanos 8:19 insiste en la idea: “Porque el continuo anhelar de las criaturas espera la manifestación de los hijos de Dios”. Dios no ha sido todavía revelado mediante sus hijos. 1 Juan 3:2: “Muy amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él apareciere, seremos semejantes a él, porque le veremos como él es”. Aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. A medida que él se revela, somos transformados a su semejanza. Cuando él aparece, lo vemos tal como es. No se trata aún de la segunda venida de Jesús, sino de la hora del juicio, a medida que se va revelando a su pueblo y tiene lugar esa obra de purificación, de forma que Dios los puede presentar, no sólo ante el mundo, sino ante todo el universo (Efe. 3:10; Eze. 36:23). Pablo dice que toda la creación gime esperando la manifestación de ese grupo que Dios ha prometido que finalmente habrá, siguiendo al Cordero por dondequiera que va. Y eso es algo que todavía no ha ocurrido.
Si aprendemos a estudiar la Biblia tal como indica el libro de Proverbios: ‘cavando’, o como dice Isaías 28: “mandamiento tras mandamiento, mandato sobre mandato, renglón tras renglón, línea sobre línea, un poquito allí, otro poquito allá”, o como dice Pablo: “acomodando lo espiritual a lo espiritual” (1 Cor. 2:13) -buscando textos similares y relacionándolos-, entonces comenzaremos a ver la diferencia. Eso es exactamente lo que hicieron nuestros pioneros. William Miller tomó la Concordancia, la Biblia, y cuando llegaba a un texto que no comprendía, buscaba en la Biblia otras expresiones similares, y a medida que encontraba esas otras pequeñas piezas y las iba ensamblando, el asunto se aclaraba. Eso es lo que hará el pueblo de Dios del tiempo del fin. Una de las cosas que me encanta hacer es “cavar” en la Biblia y ensamblar las piezas. Lo que sucede a menudo es que aquello que anteriormente pensábamos que el texto decía, no es lo que dice en realidad. Frecuentemente encontraréis que la forma en la que lo habíais visto estaba limitada por una mentalidad centrada en nosotros mismos, mientras que la comprensión más profunda tiene una mayor relación con la experiencia por la que el pueblo de Dios pasará, y con la experiencia de la cruz.
Permitidme que os de un ejemplo: Mateo 7 refiere la historia del hombre sabio que edificó su casa sobre la roca. Solemos comprender esa historia aplicándola a nosotros individualmente: construimos la casa sobre la roca, o bien sobre la arena, y cuando llegan los problemas, la dificultad; entonces, si estamos sobre la roca, resistiremos la tormenta; mientras que aquellos que edificaron sobre la arena acabarán en la ruina. La Roca es Jesucristo, desde luego. Eso es muy cierto, pero es también cierto que Cristo mismo es el hombre sabio, ya que dijo: ‘sobre esta Roca (él mismo) edificaré mi iglesia’. Si analizáis en la Biblia los textos que se refieren a edificar una casa, veréis que es constante la imagen de Dios perfeccionando a su iglesia. Permitidme que os cite un par de ellos: La Biblia emplea indistintamente los términos “casa” y “templo”, con el mismo valor. ‘Hacerme han un santuario [templo], y yo habitaré entre ellos’. En Juan 14, Jesús nos dice que se va para prepararnos una casa. Cuando Jesús partió, tras la resurrección, ¿se llevó útiles para la construcción de un edificio, o bien se vistió de los ropajes sacerdotales para hacer una obra de intercesión, para purificar un pueblo? En Hebreos 3, Pablo nos dice que Moisés fue fiel sobre toda su casa: la iglesia. Nosotros somos la casa, y él está tratando de edificar esa casa de tal forma que pueda resistir la tormenta. En Juan 14 se nos dice que en esa casa ‘muchas moradas hay’. En otras palabras, en esa casa que va a edificar, hay lugares (‘Voy, pues, a preparar lugar para vosotros…’). No estoy diciendo que no vaya a haber casas en el cielo, pero algún día comenzaremos a ver la cruz allá donde antes sólo veíamos casas. En 1 Pedro 2 podemos contemplar esa obra de edificar la casa. Versículos 4 y 5: “Al cual allegándoos, piedra viva, reprobada cierto de los hombres, empero elegida de Dios, preciosa, vosotros también, como piedras vivas, sed edificados una casa espiritual, y un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesucristo”. Somos piedras que deben componer una casa. A una de las siete iglesias del Apocalipsis se le dice, “Al que venciere, yo lo haré columna en el templo de mi Dios” (3:12). Construir una casa... Voy a preparar un lugar para vosotros... Son imágenes de Cristo perfeccionando la iglesia. Esa es una de las imágenes o enigmas. Hay muchos símbolos referentes a Dios perfeccionando su iglesia: uno de ellos es la re-edificación del templo. Otro la construcción de la casa. Otro más es la esposa que finalmente está preparada. El niño que crece. Imágenes todas ellas de Dios consumando la obra de preparación de su pueblo. ¿Podéis ver la forma en la que Dios vela esas cosas, para que no sean obvias? Él espera que cavemos profundamente para comprenderlas.
Cuando estudiáis la Palabra de Dios, debéis tener presente que su palabra es él mismo revelado a nosotros. Dios es infinito. A.T. Jones dijo que la Palabra es infinita. Cada versículo es infinito. Nunca comprenderéis en su totalidad ni siquiera un solo versículo; por lo tanto, en el momento en que penséis que ya comprendéis plenamente un versículo, Dios no puede enseñaros allí nada más (1 Cor. 8:2). Dijo el pastor Jones que son precisamente los versículos que creemos comprender mejor, aquellos a través de los cuales Dios nos quiere mostrar aún mayores cosas.
En el Antiguo Testamento no faltan relatos a propósito de la edificación de una casa. Por ejemplo en Haggeo, cuyos dos capítulos están dedicados a eso mismo. Nos habla de dos casas, y afirma que la primera fue mucho mayor que la segunda. Cuando los ancianos vieron la segunda casa, se pusieron a llorar, porque aquella segunda casa no era nada comparada con la precedente. Pero dice: ‘no lloréis, porque esta segunda casa será más grande que la primera, ya que llevará la gloria’. ¿Cuándo sucedió? La respuesta típica es: ‘Cuando vino Cristo la primera vez’. Y es cierto, pero hay otra forma de comprender ese texto: Dios procuró construir una casa con la nación de Israel. Era una gran casa. En los días de David y Salomón, el mundo entero tenía conocimiento de esa casa. Reinas venían a Salomón. Naciones temían a David. Hasta en los días de Moisés, al aproximarse a Cannán, Jericó tuvo miedo. Israel estaba en camino de convertirse en una gran nación, era una gran casa, pero no llevó la gloria. En los últimos días, Dios va a construir una casa.
Si los ancianos de Israel hubieran podido ver lo que es hoy el Adventismo del Séptimo Día, en relación con los millones de habitantes del planeta, seguramente habrían llorado con mucho mayor motivo. La mayoría de los que habitan el mundo, ni siquiera tienen noticia de nuestra existencia. Crecemos a un ritmo parecido al de los Mormones, o al de los Testigos de Jehová. Hay grupos Pentecostales creciendo más de prisa que nosotros. La población mundial crece mucho más rápidamente que nosotros. Pero poco importa lo insignificante, lo débil que sea este templo: será mayor que el primero, porque “llevará la gloria”.
Es posible una comprensión incluso de mayor alcance de ese texto: Jesucristo, morando físicamente en un templo físico, es un símbolo de Cristo viviendo en su pueblo, en los últimos días. Cuando Jesús anduvo en el templo y lo purificó, eso era un tipo de lo que va a hacer en estos últimos días. En Haggeo encontramos lo que Dios quiere hacer con su pueblo; el antitipo, el cumplimiento, la sustancia de lo representado por el antiguo Israel. Las construcciones físicas no son más que el tipo o símbolo.
Como pueblo, hemos ido tan lejos en la Palabra, que nos hemos dicho: ‘ya lo comprendemos todo’, y hemos dejado de cavar. ¡Pero hay tantas cosas que Dios anhela revelarnos! Quisiera llamar vuestra atención, a fin de que vierais la forma en la que algunas de estas cosas se esconden bajo la superficie. Por ejemplo, el diezmo. ¿Os habéis preguntado por qué requiere Dios de nosotros el diezmo? ¿Por qué una décima parte? Decimos, ‘porque le pertenece’, y ‘como un acto de adoración’. Bien, en realidad ¡le pertenece todo! ¡Son suyos los diez décimos! ¿Por qué retornarle sólo un décimo? Cierto día estaba leyendo cómo Jesús sanó a diez leprosos, y sólo uno volvió para darle las gracias. Otro día, leía en Isaías 6. E. White nos dice que la experiencia de Isaías 6 es un tipo de nosotros, en los últimos días. Al final de ese capítulo, dice: ‘talad el árbol, pero dejad el tronco, porque quedará en ella una décima parte, y volverá’ (Ver Isaías 6:11-13; Amós 5:2 y 3; Nehemías 11:1). Quizá Dios nos ha dado el diezmo para que aprendamos una lección sobre la redención.
Consideremos ahora el sábado. Se nos dice que el sábado es una señal, un símbolo de la redención. El Señor encargó a Moisés que dijese a los israelitas que el sábado era la señal entre él y su pueblo, para que sepan que yo soy Jehová que os santifico (Éx. 31:13). El sábado es la mejor señal que jamás pudiera dar, porque muestra la redención en tres maneras. Quizá más que eso. Nos muestra (1) lo que Dios quiere hacer –‘yo soy Jehová que os santifico’–. En 1 Tesalonicenses 4:4 y siguientes, Pablo define la santificación como apartarse o separarse del pecado; abstenerse de pecar. La santificación es quitarnos el pecado, guardarnos de pecar. La pregunta es: ¿Cuán bien puede Dios hacer esa obra? 1 Tesalonicenses 5:23 nos dice que Dios nos santificará completamente, y en el versículo siguiente añade, “Fiel es el que os ha llamado; el cual también lo hará”. Así, en primer lugar nos muestra lo que Dios va a hacer: santificar completamente a un pueblo. Al final de los seis días de la creación, ¿qué vio Dios, tras haber acabado este mundo? –‘He aquí que era bueno en gran manera’: Era perfecto. No era posible hacer algo mejor. Al final de los seis mil años, cuando Dios –por Jesucristo nuestro Sumo Sacerdote– haya consumado su obra de purificar un pueblo, no puedo imaginar a Jesús dirigiéndose a su Padre en estos términos: ‘Lo siento, Padre, esto es lo mejor que he podido hacer. Tendremos que purificarlos en el cielo’. Lo mismo que en la creación, cuando la re-creación sea completa, Dios lo mirará y podrá decir: ‘He aquí que es bueno en gran manera’. La obra es la misma. El sábado es la señal de lo que Dios va a hacer. La razón es que hay tanto poder en su Palabra, en la obra de la redención, como en la obra de la creación. De hecho sólo hay una diferencia entre la creación y la redención: en el segundo caso nuestra voluntad humana se puede interponer en el camino. Dice Isaías 55:10 y 11: “Como desciende de los cielos la lluvia… así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, antes hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié”. Su palabra viene como una promesa. ‘Yo os guardaré de caer’ (Judas 24). ‘Todo lo podéis en Cristo que os fortalece’ (Fil. 4:13). La promesa está por doquiera, en la Palabra de Dios. Esa Palabra viene a nuestros corazones, y como dice Apocalipsis 3:20, ‘llama’. Dios no fuerza a nadie, pero si abrimos nuestros corazones a su palabra, él hará absolutamente todo lo que ha prometido hacer. Incluso si nos parece humanamente imposible vencer el pecado, lo cierto es que en Efesios 3:20 se nos dice que Dios es poderoso “para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos”. Toda la Biblia está repleta de promesas semejantes. La última generación habrá aprendido a apreciar su palabra, y permitirá que ésta sea derramada sobre ellos (1 Tes. 2:13). El sábado, pues, es la señal de lo que Dios va a hacer.
En segundo lugar, (2) el sábado es la señal de cómo va a hacerlo Dios. Nuestra “obra” es reposar en su obra. No nos vamos e extender en la justificación por la fe, en relación con el sábado, pues os ha sido ya presentado en anteriores ocasiones. En esencia, nuestro guardar el sábado no es una obra, sino que es un reposo: el reposo de nuestras obras imperfectas; nuestro reposo en su obra perfecta.
En tercer lugar, (3) el sábado señala también cuándo es que Dios va a completar su obra. No se trata de ningún juego de fechas, pero no es por casualidad que Dios creó el mundo en seis días. Lo podía haber hecho en un instante, o en otro período cualquiera de tiempo. Pero eligió hacerlo en seis días, y luego separó otro día más, el sábado, como símbolo de lo que había hecho en los seis días. Dios, en su sabiduría, previendo lo que sucedería después, miró a través del tiempo y vio que tomaría unos seis mil años hasta tener un pueblo deseoso de seguir al Cordero por dondequiera que fuere, hasta la misma cruz. Y sabiendo que tendríamos miles de preguntas que hacer cuando entrásemos finalmente en el reposo, estableció el milenio. Creó la tierra en seis días, y el séptimo –sábado–, descansó, como símbolo del plan de la redención.
En el Espíritu de Profecía encontramos más de treinta declaraciones referentes al principio de los seis mil años de historia de la tierra, en relación con la obra de la redención. Nadie puede hacerse una idea de la fecha en la que ocurre eso, pero hay ahí un principio. Si aplicáis ese principio a los textos que nos hablan del sábado, esos textos se convierten en algo viviente. Dios obra seis días, durante seis días obró en la creación, descansando el séptimo. En Levítico leemos que en el Día de la Expiación el pueblo debía reposar de sus obras. No debía hacer obra alguna. En 2 Pedro 3 hay un texto interesante que habla del Día del Señor. Nos dice que habrá una purificación por fuego, que todo tendrá que pasar por el fuego. Podemos aplicar ese texto a la destrucción de la tierra por el fuego, tras el milenio. Pero hay una mejor aplicación, ya que el texto comienza con la idea de que el Día del Señor vendrá como ladrón en la noche, cosa que no sucede al final del milenio. No hay sorpresas ahí: sabemos cuándo comienza y cuándo acaba el milenio. Los perdidos están muertos entonces. Por lo tanto, no es la aplicación más perfecta del pasaje. Tampoco lo es si se aplica a la segunda venida de Jesús, ya que la purificación por fuego que se describe allí, la podemos encontrar también en Malaquías 3:1-3, claramente referida al Día de la Expiación. Obra durante seis días, completa su obra en el sexto día, y reposa en el sábado. Al final de los seis mil años se consuma el Día de la Expiación, justamente en el tiempo que precede al milenio. Al Día de la Expiación se le llama sábado (Lev. 23:32). No un sábado para Dios, sino “sábado de reposo será a vosotros”. Dios está ahí obrando, hasta que logra hacernos entrar en su reposo. Pero en el Día de la Expiación, finalmente un pueblo reposa. Por tres veces se repite, ‘ninguna obra haréis’. En Isaías 58, el capítulo “del sábado”, el que dice E. White que deberíamos leer cada sábado, hay una frase en el versículo 13 que dice que ‘no debes hacer tus caminos, ni hacer tu voluntad’. Se trata de no hacer nada “nuestro”, ya que con Cristo estamos juntamente crucificados: Él vive; nosotros estamos muertos. En eso consiste el verdadero reposo del sábado, cuando reposamos en él. Leemos en Gálatas 2: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y vivo, no ya yo, mas vive Cristo en mí”. No nosotros, no nuestras obras, no nuestros caminos; nuestro yo está muerto, y Cristo vive en nosotros. ‘Y la vida que ahora vivimos, la vivimos en la fe del Hijo de Dios’. En eso consiste el sábado. Ved el versículo 12 de Isaías 58: la reedificación o restauración de la ciudad: otro símbolo de Dios perfeccionando un pueblo. En Daniel 9, que es la explicación de Daniel 8 en relación con la purificación del santuario, cuando el ángel se dispone a explicarle en qué consiste la purificación del santuario, dice: “para acabar la prevaricación, y concluir el pecado, y expiar la iniquidad; y para traer la justicia de los siglos”. Cuando Dios nos da la profecía de tiempo al respecto, vemos que la profecía comienza con el decreto para reedificar –restaurar– la ciudad. Reedificar la ciudad es precisamente de lo que trata la profecía. Purificar el templo, edificar el templo, edificar la ciudad, edificar la casa, hacer crecer al niño, hacer que la esposa esté preparada para encontrarse con el Esposo. Todos ellos simbolizando la redención. Lo encontramos en el “capítulo del sábado” (Isaías 58). Al final del capítulo 57 se nos muestra el problema del pecado: no hay paz en el pecado. Es por eso que en el primer versículo del capítulo 58 se nos dice que ha llegado el tiempo de que la casa de Jacob vea su pecado: es tiempo de purificación.
¿Cuáles son algunas de las leyes que encontramos en la Biblia, a propósito del sábado? No comprar ni vender en él. Toda compra y venta deben ser hechas durante los seis días: no deben hacerse transacciones en el sábado. Cuando las diez vírgenes se despiertan, cinco de ellas quieren ir a comprar aceite, pero es demasiado tarde, porque Dios ha clausurado la obra de la redención y la puerta está ya cerrada. Están pretendiendo comprar en sábado, pero Cristo ha dejado ya sus vestiduras sacerdotales. No esperes a que sea demasiado tarde: ahora es el momento de comprar y vender. En Apocalipsis 3, ¿qué amonesta Cristo a la iglesia de Laodicea a que haga? Que compre. Ahora es el momento de comprar oro afinado en fuego, vestiduras blancas para cubrir nuestra desnudez, y colirio para que podamos discernir. Es ahora el tiempo de discernir (colirio), lo que es la justicia (vestiduras) por la fe (oro afinado en fuego). Tras esta hora, no habrá más ocasión de comprar. En el desierto, cuando el pueblo hebreo peregrinaba allí, ¿qué les ordenó el Señor hacer el viernes? Recoger la doble porción de maná. ¿Qué es lo que desciende al final del tiempo, en la clausura de la obra? Doble porción del Maná, el Pan, la Palabra. Es por eso que en las bodas, Jesús dejó el mejor vino para el final. La “lluvia” viene al final. Esta mañana hemos visto cómo en Joel se expone el problema de la falta de pan. Hay una gran hambre en la tierra.
Mateo 24 es el capítulo de los acontecimientos del fin: ‘Orad para que vuestra huida no sea en invierno ni en sábado’. Durante tiempo me preguntaba por qué sería más difícil huir en sábado. Un día leí cómo David entró en el templo, quebrantó la ley, comió el pan reservado a los sacerdotes, y Dios dijo que fue sin culpa. No creo que el problema sea el hecho de tener que huir en día de sábado, una vez hemos comprendido la sustancia de lo representado por el símbolo. El sábado simboliza la redención. Ahora es el tiempo de “escapar”. Pasa algo similar con el “invierno”. En Jeremías 8:20 encontramos el lamento de los que dejaron para demasiado tarde su preparación: “Pasóse la siega, acabóse el verano, y nosotros no hemos sido salvos”. Hay un tiempo propicio para escapar del pecado, pero cuando llegue ‘el invierno y el sábado’ (Mat. 24:20), ya se habrá pasado la siega, será entonces demasiado tarde. E. White escribió mucho sobre escapar de los engaños de los últimos días. En el capítulo 4 de Isaías encontramos una ilustración de lo que significará escapar de la “marca de la bestia”, en el contexto de la purificación, del juicio investigador. A veces pensamos en la marca de la bestia como referida meramente a un día u otro de la semana, pero esta mañana hemos visto que se trata en realidad de dos tipos opuestos de adoración. Más aún, dos evangelios contrapuestos: el verdadero evangelio -el Cristo verdadero-, por contraste con una falsificación del evangelio -todos los falsos Cristos-. Si hoy no cavamos profundamente en la palabra de Dios, mañana nos encontraremos inevitablemente en el grupo de los enemigos de Dios. No es porque Dios lo haya hecho expresamente inasequible a nuestra comprensión, sino porque el juicio revelará que no amábamos verdaderamente su obra. En El Conflicto de los siglos, E. White escribió que sólo los que hayan fortalecido su mente con las verdades de la Biblia podrán resistir en el último gran conflicto (p. 651). Os animo a leer el capítulo “Nuestra única salvaguardia”.
Otra cosa que no debía hacerse en sábado es encender fuego, ya que es ahora cuando debe tener lugar el proceso del afinado del oro en el fuego. No hay purificación ni refinamiento posibles, una vez que el sábado llegó.
Tampoco se debía llevar ninguna carga en el sábado (Jer. 17:21-24). La razón es que todas las cargas deben ser llevadas en los seis días previstos para obrar. Ahora es el momento de depositar nuestras cargas: no cuando la obra sacerdotal de Cristo haya terminado.
Una última consideración: Lucas 22:14-23: “Y como fue hora, sentóse a la mesa, y con él los apóstoles. Y les dijo: en gran manera he deseado comer con vosotros esta pascua antes que padezca; porque os digo que no comeré más de ella, hasta que se cumpla en el reino de Dios. Y tomando el vaso, habiendo dado gracias, dijo: Tomad esto, y partidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé más del fruto de la vid, hasta que el reino de Dios venga. Y tomando el pan, habiendo dado gracias, partió, y les dio, diciendo: Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado: haced esto en memoria de mí. Asimismo también el vaso, después que hubo cenado, diciendo: Este vaso es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama. Con todo eso, he aquí la mano del que me entrega, conmigo en la mesa. Y a la verdad el Hijo del hombre va, según lo que está determinado; empero ¡ay de aquel hombre por el cual es entregado! Ellos entonces comenzaron a preguntar entre sí, cuál de ellos sería el que había de hacer esto”.
El servicio de la comunión es el tipo de la cena de bodas del Cordero. Lo que hemos visto es que, de la misma forma en que Cristo tomó el jugo de la uva junto a sus discípulos, un día en el cielo nos reuniremos en una gran mesa para beber el vino junto a Jesús. Es evidente, ya que dice que no lo beberá más hasta que lo haga con nosotros en el reino. Pero hay muchas evidencias de que la cena de bodas del Cordero tiene lugar antes del retorno de Jesús (ver Luc. 12:36; El Conflicto de los siglos, p. 480). En el texto hemos leído que no bebería mas el vino hasta que viniese el reino. En Mateo 26:29 dice: “Hasta aquel día, cuando lo tengo de beber nuevo con vosotros en el reino de mi Padre”. Si ese es un tipo de la cena de bodas, hay algo muy interesante que tiene lugar: el traidor es delatado en ese momento de la cena de bodas. Fue en el servicio de comunión cuando Judas fue expuesto. Jesús dijo ‘alguien va a traicionarme’. Todos miraron a Jesús y pensaron, ‘¿seré yo?’. Así sucede en Zacarías 12 y 13, cuando “habrá manantial abierto” y lágrimas de arrepentimiento por “el pecado y la inmundicia”, y nos dice que es en ese tiempo cuando la casa de David se lamentará, y las doce tribus “mirarán a mí, a quien traspasaron”. En otras palabras, la última generación, el pueblo de Dios, va a reconocer su culpabilidad, su implicación, en la crucifixión del Hijo de Dios.
Es en la cena cuando Cristo apura la copa con nosotros. En Isaías dice que vamos a beber una copa profunda. En el Día de la Expiación, a medida que nos acercamos al tiempo de angustia, de la misma manera que “en toda angustia de ellos él fue angustiado” (Isa 63:9), Dios tendrá un pueblo que se afligirá en todas las aflicciones de él. Conocerán su pesar, cuando apuren esa copa de quebranto con él. El pueblo de Dios se sentirá muy solo, como Abraham durante aquellos tres días en que oraba angustiado a Dios: ‘¿por qué debo sacrificar a mi hijo Isaac?’ Dios parecía no responder a su oración. Se debió sentir muy solo. Debió sentir las tinieblas cernirse en torno a él. Se debió sentir abandonado, y en esa experiencia, gustó algo de aquello por donde debió pasar el Salvador. Se produce entonces una unión. “A fin de conocerle, y la virtud de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, en conformidad a su muerte” (Fil. 3:10). Cuando el pueblo de Dios beba esa copa, se sentirá muy solo, pero no estará solo. Cristo sentirá cada experiencia amarga por la que pasen. Cada lágrima que derramen, Cristo la derramará con ellos. Estará bebiendo la copa del vino nuevo con nosotros. Cuando Dios presente esa demostración ante el mundo, aunque nosotros podamos no estar dándonos cuenta, el reino estará ya entre nosotros, porque el reino venidero no consiste en una suntuosa edificación, sino que consiste en Dios reinando en nuestros corazones.
En la oración que Jesús nos enseñó, dice: ‘Venga tu reino. Sea hecha tu voluntad como en el cielo, así también en la tierra’. El reino de Dios viene cuando su voluntad es hecha en la tierra como lo es en el cielo. El reino no es tanto la nueva Jerusalem estableciéndose en la tierra, como la verdad eterna estableciéndose en las mentes de los que constituyen su pueblo. E. White define el sellamiento como “un afianzamiento en la verdad, tanto intelectual como espiritualmente, de modo que los sellados son inconmovibles” (CBA, vol. IV, p. 1183). Cuando las mentes sean selladas, Dios haya ganado todo posible corazón, y el resto del mundo haya tomado su decisión –‘No queremos que éste reine sobre nosotros’, el reino estará allí. Así, la última cena es un tipo de la cena de bodas.
Analicemos un versículo más, para que veáis que esas imágenes se encuentran por doquiera en la Biblia. El libro de Oseas, como el de Joel, son libros para los últimos días, llenos de poderosas ilustraciones. En el último versículo del libro de Oseas leemos: “¿Quién es sabio para que entienda esto, y prudente para que lo sepa?” Y en Oseas 3:1 nos informa que esa imagen se trata de Cristo y su “esposa”: el amor de Cristo por su iglesia. En el capítulo 2 tiene lugar la boda. Versículo 16: “Y será que en aquel tiempo, dice Jehová, me llamarás Marido mío, y nunca más me llamarás Baali”. Hay aquí una notable transición: la novia madura finalmente, hasta convertirse en la esposa. Ya no está más interesada en el dinero de su futuro esposo: está preparada para casarse con él por lo que él es, no por lo que él tiene. Versículo 17: “Porque quitaré de su boca los nombres de los Baales, y nunca más serán mentados por sus nombres”. En el día de las bodas desaparece absolutamente toda forma de adoración a los ídolos. Vosotros y yo adoramos todavía a ídolos sin saberlo. Pero aquí encontramos una descripción de la obra, finalmente completada. Sofonías 3 es muy similar. En el capítulo 2 de Oseas, la mujer, la iglesia, abandona a su marido y va a la búsqueda de amantes. Y se dice: ‘es así como encontraré lana para vestirme, es así como encontraré el aceite para la vida espiritual, así obtendré mi pan’. Deja a su marido para entregarse a sus amantes. Nosotros tenemos tendencia a mirar hacia otras iglesias, o a técnicas aprendidas de ellas, para salvar nuestros matrimonios, para salvar nuestros niños y para hacer crecer nuestras iglesias.
Algún día el pueblo de Dios se dará cuenta de que la respuesta está en él, en su Palabra. En el relato de Oseas, la mujer finalmente se vuelve a su marido, y a fin de conseguir tal cosa, a fin de lograr que vuelva, él debe permitir que atraviese momentos muy difíciles. Cuando Jesús dijo: ‘destruid este templo, y lo reedificaré en tres días’, podemos ver ahí también una imagen de nosotros, en los últimos días. Cuando Jesús dijo refiriéndose al templo: ‘no quedará piedra sobre piedra’, eso puede ser también una imagen de aquello por lo que habremos de pasar, a fin de que la orgullosa Laodicea se convierta en humilde. En los versículos 9 y 10, leemos: “Por lo tanto, volveré y tomaré mi trigo y mi vino en el tiempo de su cosecha, y recogeré mi lana y mi lino, que le había dado para cubrirse. A la vista de sus amantes pondré su desnudez al descubierto. ¡Nadie la librará de mi mano!” (Versión Dios habla hoy). Dios va a exponer todo su pecado, va a desnudarla, para que la vergüenza de su desnudez sea puesta en evidencia. En Apocalipsis 3, cuando compramos las vestiduras celestiales para que no se descubra la vergüenza de nuestra desnudez, no se trata de un manto que oculta nuestro pecado, sino de la vida de Cristo que purifica la nuestra; y por lo tanto ya no hay nada que esconder. Aunque se nos exponga abiertamente, no habrá nada de qué avergonzarse. En el Edén, Adán y Eva no tenían vergüenza de su desnudez. Fue la constatación de su pecado lo que les trajo la vergüenza, al darse cuenta de que éste quedaba expuesto. Cuando Dios se les acercó, comprendieron que él veía lo que ellos eran, y sintieron vergüenza. Las vestiduras de Cristo purifican, de forma que no hay nada de lo que avergonzarse. Deben ser quitados los trapos de inmundicia que la mujer viste en Oseas 2, tanto como las hojas de higuera que Adán y Eva se hicieron tras haber pecado. En cierta ocasión, Isaías atravesó la ciudad desnudo. Les quería enseñar una lección. Ahí tenemos un símbolo de lo que va a suceder.
Versículo 14: “Yo la voy a enamorar: la llevaré al desierto y le hablaré al corazón”. La atrae hacia el desierto. ¿Dónde se encontraban Juan el Bautista y Elías? ¿Dónde convocaban al pueblo? En el desierto. ¿Qué les daban allí? El evangelio, las buenas nuevas recibidas mediante el arrepentimiento. El versículo 14 nos sugiere la idea de Cristo hablando a su futura esposa, cara a cara. En Ezequiel 20:35 dice: “Os he de traer al desierto de pueblos, y allí litigaré con vosotros cara a cara”. Al principio de ese capítulo (vers. 4) leemos: “¿Quieres tú juzgarlos? ¿Los quieres juzgar tú, hijo del hombre? Notifícales las abominaciones de sus padres”. Se trata del arrepentimiento corporativo, de eso que tan poco gusta hoy a quien alberga orgullo como el del Israel de antiguo, aún sin saberlo. En ese día se humillará. Se detestará a sí misma al darse cuenta de quién es realmente (Ezequiel 36:31). En Oseas 2:15 leemos: “Convertiré el valle de Acor en puerta de esperanza para ella”. ¿Sabéis lo que significa el valle de Acor? Fue allí donde fue apedreado Acán. Lo podéis ver en Josué 7:21-26. Dios dice aquí virtualmente: ‘todo pecado va a ser expuesto’, ‘voy a quitar su cobertura, y exponerlos a la vista de sus amantes”.
Algún día resultará muy embarazoso ser un Adventista del Séptimo Día. Algún día nos encontraremos en la situación de Pedro. Vendrán a vosotros y os dirán: ‘tú también eres uno de aquellos’. La situación distará mucho de ser cómoda por todo lo que va a suceder, y porque el mundo va a ver lo que realmente somos. Estaremos muy tentados a negar y maldecir, pero hay ahí buenas nuevas: ese valle de Acor (en hebreo: desgracia o catástrofe), que es la puerta de esperanza, allí donde se revelarán todos los pecados de Acán, es la misma puerta de Apocalipsis 3, la puerta que se abre y se cierra, en relación con la purificación del santuario. En el versículo 15 continuamos leyendo que “allí cantará como en los tiempos de su juventud, y como en el día de su subida de Egipto”. ¿Cuál fue el cántico entonado a la salida de Egipto? El cántico de Moisés. Sólo hay otro grupo que cantará ese cántico: los 144.000. Israel a la salida de Egipto es un tipo de ese grupo de los 144.000, atravesando una experiencia de purificación. Es por eso que dice el versículo 16 “que en aquel tiempo, dice Jehová, me llamarás Marido mío, y nunca más me llamarás Baali”. Comprenderéis los conceptos, y serán valiosos para vuestro corazón, a medida que abráis la Palabra y cavéis profundamente. Personalmente suelo escribir los textos de la Biblia a fin de analizarlos y memorizarlos. Los estudio y los repito. Intento guardarlos en la mente. Id a la Biblia, comparad los textos, intentad ver si hay relaciones que no sean casuales. El Espíritu Santo os asistirá. ¡Hay tantas cosas que el Señor nos quiere mostrar! Oro para que “Elías” y la “lluvia” vengan pronto. Quizá estén ya aquí.
Oremos:
Amante Padre celestial. ¡Estamos tan agradecidos por habernos abierto tu Palabra! No lo merecemos, pero tú nos muestras más y más que estás viniendo muy cerca de nosotros. Te rogamos que nos hagas estar despiertos, que distingamos tus pasos, que tengamos discernimiento a fin de poder seguirte por donde quiera que fueres. Danos hambre de tu Palabra: un hambre que aumente sin cesar. Que lo más importante para nosotros sea ver más claramente quién eres y en qué consiste el plan de la salvación, a fin de que seamos capaces de dar un vaso de agua fresca a todos los sedientos. Te rogamos que bendigas con tu Espíritu Santo a todos los que se han reunido en tu nombre, y que pronto van a ponerse en viaje hacia sus casas. Que la experiencia de cada uno sea cada vez más profunda, nítida y firme. Sabemos que tú lo has prometido, pero a veces tenemos luchas para creerlo. Parece fácil, estando aquí reunidos. Pero cuando cada uno se encuentre solo, Padre, la vida nos golpea, y luchamos, y dudamos. Te rogamos que vengas a socorrer nuestra incredulidad. Que podamos creer que tú estás a la obra, edificando una casa que resistirá contra la tormenta. Gracias por el privilegio y la responsabilidad de ser Adventistas del Séptimo Día. En nombre de Jesús. Amén.