Y el santuario será purificado
Tema nº 7
Tony Phillips
Vichy, 20-22 octubre 1994


Tengo dos pensamientos que querría compartir con vosotros, en relación con el juicio y la Escuela Sabática de esta mañana. Primeramente: ¿Qué es lo que nos cualifica para el juicio? La respuesta del Espíritu de Profecía es: ‘la justicia imputada de Cristo es la que nos cualifica, ahora y en el juicio’. En otras palabras: cuando comparezcáis ante Cristo y se os pregunte qué derecho tenéis a estar allí, la razón será porque ha perdonado vuestros pecados pasados y presentes, y es él y su obra purificadora solamente, su perfecta vestidura de justicia, la que os da el derecho a estar allí. Así, cuando se os pregunte si sois dignos, responderéis como el Centurión –‘No soy digno: El Cordero es digno’. Pero debido a que la vida de Cristo también nos purifica, cuando el diablo viene a Jesús, Cristo podrá señalar nuestras vidas sin avergonzarse, porque cuando pone sus ropas sobre nosotros, nos limpia. Así, en Apocalipsis 19:7, leemos que ‘su esposa se ha preparado’, y el lino fino que viste ‘son las acciones justas de los santos’. Son las propias vestiduras de Jesús obrando en nuestras vidas.

Otro pensamiento: La naturaleza del juicio de Dios, de su justicia, es redentora. Vemos que en las vidas de los santos, la hora del juicio es la hora de la purificación. En 2ª de Crónicas 6:30, Salomón ora dedicando el templo, y dice: “perdona, y da a cada uno conforme a sus caminos”. Salomón no concibió la misericordia y la justicia separadas, sino que vio la justicia misericordiosa, porque la obra del juicio es exponer el pecado. El mismo tipo de juicio que viene sobre la iglesia, viene sobre el mundo. De hecho, el deseo de Dios es juzgar al mundo ahora, ya que dice: ‘derramaré mi Espíritu sobre toda carne’. Toda carne incluye a justos y a injustos. Se trata del derramamiento de un mensaje. La luz que juzga, vendrá sobre todo el mundo y la tierra será iluminada de su gloria. El juicio vendrá primeramente sobre la iglesia, y el fuego purificador la santificará, y siendo la iglesia transformada a semejanza de la gloria de Dios, ministrará el juicio al mundo. El problema de los malvados es que cuando la luz viene sobre ellos y expone sus pecados, en lugar de someterse en arrepentimiento, hacen como el hombre descrito en Santiago 1:23 y 24: “considera en un espejo su rostro natural… y se fue, y luego se olvidó qué tal era”. Pero, a diferencia de él, la iglesia responde. Dios quiere realmente derramar su luz, la verdad, el mensaje, para juzgar al mundo entero. El mundo rechaza ese juicio; no hay nada más que pueda hacerse por él, ya que escoge afrontar el juicio más tarde, sin fe.

Es ahora mi convicción que Dios pronto va a derramar la lluvia, y “Elías”, el mensaje, la luz, la lluvia, llegarán con su obra purificadora. Señalemos un par de textos en relación con la lluvia tardía, con el fin de ver cómo la lluvia purifica. Es importante comprender la lluvia, porque entonces podemos orar por ella de forma inteligente. Oseas 10:12: “Sembraos simiente de justicia, recoged cosecha de amor, desbarbechad lo que es barbecho; ya es tiempo de buscar a Yahveh, hasta que venga a lloveros justicia” (Biblia de Jerusalem). Veamos Isaías 45:8: “Rociad, cielos, de arriba, y las nubes destilen la justicia; ábrase la tierra, y prodúzcanse la salud y la justicia; háganse brotar juntamente. Yo Jehová lo crié”. Podéis ver que Dios va a derramar la lluvia. En Isaías 55:10 y 11 leemos que la lluvia que desciende de los cielos es su palabra, la verdad. Cuando el Espíritu de verdad nos lleve a toda la verdad –como dice Juan 16 que actúa el Consolador–, si decimos ‘Amén’ como Abraham, seremos cambiados a su imagen.

Si Dios va a derramar toda esa verdad, luz y lluvia; si su deseo es que todos se salven, ¿por qué no lo hace ya, y pone así fin a todo el sufrimiento? Dicho de otro modo: si la forma en la que Dios nos salva es revelándose a sí mismo a nosotros, ¿por que no se nos revela ya plenamente ahora? Preguntémoslo aún de otra manera, ¿por qué no ha hecho Dios la Biblia más asequible al entendimiento?

Es cierto que la Biblia es tan sencilla que un niño la puede comprender. Pero siendo así, ¿por qué existen cientos de denominaciones que van en direcciones opuestas, cada una de ellas con sus propios expertos en griego y hebreo? De hecho, hay muchas denominaciones que no leen libros como Ezequiel, Daniel y Apocalipsis. Los encuentran demasiado difíciles. No; la Biblia no está escrita de una forma simple. ¿Nunca habéis oído a nadie deciros: ‘es demasiado complicada’, o ‘puedes hacer decir a la Biblia no importa el qué’?

Hoy vamos a detenernos en la consideración de por qué fue escrita la Biblia de la forma en que fue escrita. La Biblia está repleta de aparentes contradicciones. En Gálatas leemos ‘el justo vivirá por la fe, sin las obras’, ‘somos justificados por la fe’; Santiago dice que ‘somos justificados por las obras’. Pablo dice a los Romanos que ‘a aquel que no obra…’; a los Filipenses les dice ‘ocupaos en vuestra salvación’. Pedro dice ‘procurad la leche espiritual’; Pablo dice ‘desechad la leche espiritual, es el momento de la vianda firme’. Éxodo dice que ‘Dios no justificará al impío’; en Romanos 4:5 leemos que Dios ‘justifica al impío’. En Mateo 5 leemos que Dios ama a sus enemigos; En Salmo 5:5 leemos que Dios ‘aborrece a todos los que obran iniquidad’. En dos lugares de la Biblia leemos que Abraham recibió las promesas; en otros dos lugares leemos que murió sin recibir la promesa. Cuando los discípulos sugirieron a Jesús hacer descender fuego del cielo, para destruir a ciertas personas con las que no simpatizaban, Jesús les dijo ‘no sabéis de qué espíritu sois’; en otro lugar, Jesús dice ‘he venido a encender el fuego’. En un lugar dice ‘nunca te dejaré ni te abandonaré’; en Isaías 54:7 dice, ‘por un pequeño momento te dejé’. ‘Si no fuereis como niños, no entraréis en el reino…’; Efesios 4:14: ‘que ya no seamos niños’ (también en Hebreos 5).

El lector superficial ve contradicciones en todos los sitios. Incluso nosotros, a veces nos sentimos tentados a pensar que el problema está en la forma en la que Dios hizo escribir la Biblia. Si fuese como las 27 creencias fundamentales: al principio un índice de contenidos, todo organizado sistemáticamente, los eventos del tiempo del fin en una sección, la justificación por la fe en otra, todos los temas ordenados y claros, sin parábolas ni contradicciones, enigmas, rompecabezas, símbolos, códigos… Todo claro y asequible a la comprensión de cualquiera, no habría discusiones, pensamos. Hay muchas personas sinceras y honestas que quieren verdaderamente conocer la enseñanza de la Biblia, y parecen no poder. A veces nos gustaría preguntarle al Señor por qué no lo ha puesto más fácil, por qué no nos ha mostrado más claramente quién es él, y en qué consiste su plan. Seguramente me podríais dar una larga lista de razones por las cuales Dios lo ha hecho así, pero hay una razón muy importante por la cual Dios no puede mostrarnos de una vez quién es realmente. Hay una ley en la física que dice que ‘a cada acción corresponde una reacción equivalente y de signo opuesto’. ¿Qué sucedería si Dios nos mostrase de una vez quién y cómo es? ¿Qué veríamos por contraste, si él nos mostrara de una vez la plenitud de su bondad? Veríamos la plenitud de nuestro pecado. Dios nos va a revelar su carácter en estos últimos días. Diremos como Moisés, ‘Ruégote que me muestres tu gloria [carácter]’. Dios nos enviará su fuego purificador, su bautismo de fuego, que es el derramamiento del Espíritu mostrándonos la verdad en la Palabra, pero no podemos recibirlo todo de una vez. Es por eso que Jesús dijo a los discípulos: “aún tengo muchas cosas que deciros, mas ahora no las podéis llevar” (Juan 16:12). La obra de la iluminación debe ser progresiva, ‘de gloria en gloria’. Proverbios 4:18: “La senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto”. La revelación tiene que ser progresiva. Dice el Salmo 43:3: “Envía tu luz y tu verdad: éstas me guiarán, me conducirán al monte de tu santidad”. Así, la obra de Dios revelándose a sí mismo tiene que ser progresiva. Sólo puede mostrarnos lo que está en nuestra capacidad ver, y solamente en la medida en la que estamos dispuestos y deseosos de recibirlo. Lo que Dios ha tenido que hacer, por nuestro bien, es velarse a sí mismo ante la humanidad.

Veamos primeramente la forma en la que Jesús se veló, para analizar después la forma en la que la Palabra está velada. La Palabra está velada de forma equivalente a como Jesús estuvo velado al venir a esta tierra en la carne. Se nos dice que cuando Jesús vino a la tierra, veló su divinidad con humanidad. De hecho, Hebreos 10:20 especifica cómo su carne era el velo. Si la divinidad no hubiese estado velada con humanidad, Cristo no hubiera podido habitar entre nosotros sin destruirnos. Cuando dirigimos la atención al servicio del santuario, vemos la divinidad, en el lugar santísimo, sólo a través de un espeso velo que lo separaba del lugar santo. Ese velo se nos dice que era la carne de Jesús. De hecho, la divinidad de Jesucristo estaba tan perfectamente velada, que Isaías 53 dice “no hay parecer en él, ni hermosura”. En otras palabras, Jesús no era como lo caracterizaban los pintores italianos. Jesús no atraía a las personas debido a su aspecto exterior, sino por lo que hacía y decía. La forma en la que la divinidad se revelaba es viviendo la vida del Padre en la carne. Mediante sus actos y palabras, Cristo reveló progresivamente al Padre, siendo la revelación más plena en el Calvario, y esa es la razón por la cual sucedió allí algo muy simbólico: el velo se rasgó. El resultado es que en el Calvario podéis mirar el lugar santísimo. Podéis mirar la justicia y la misericordia besándose, como en el propiciatorio del lugar santísimo. El propiciatorio estaba situado sobre las tablas de la ley, en el lugar santísimo.

Pero incluso si el velo se desgarró en el Calvario, incluso teniendo presente que podemos mirar el lugar santísimo en el Calvario, en realidad, sigue velado, porque vosotros y yo miramos el evento, pero ¿comprendemos su significado?

Y así, Dios ha velado la Palabra de una forma similar. En Juan 1 vemos cómo el Verbo fue velado en la carne, y así está velada la Palabra. Dios la debe revelar de forma gradual, progresivamente. No nos la puede mostrar de repente en su plenitud. Cierto día comencé a comprender la razón por la que hay tantas aparentes contradicciones: Es la única forma en la que Dios puede hacer que no lo veamos tal como él es, de repente. Dios pone algo así como niebla delante de ciertas verdades, en lugar de hacerlas obvias e inmediatas. Ha hecho que la Biblia sea algo así como un puzzle, de forma que algunos fragmentos están puestos del revés, o bien escondidos bajo otros fragmentos, o bien codificados en forma de imágenes o símbolos. Mucha gente se aproxima al puzzle, encuentra una pieza, luego otra, les resulta pesado continuar el proceso de investigación y claudican, pensando que Dios no debe preocuparse por nosotros, ya que no nos ha dado mayores facilidades para que conozcamos claramente su amor.

Pero el propio Jesús tuvo que actuar de forma similar cuando estuvo en esta tierra: debió ir revelando al Padre ‘un poquito aquí, otro poquito allí’. Tenía que hablar en parábolas. A veces tenía que aparentar desprecio o despreocupación para probar la fe de las personas. En lo profundo debía estar anhelando ardientemente revelarse a sí mismo, pero no podía, lo mismo que José estaba deseoso de revelarse tal como era ante sus hermanos. José ‘hizo como si no conociese a sus hermanos, y hablóles ásperamente’ (Gén. 42:7), se veló ante sus hermanos, y la forma en la que lo hizo fue actuando de una forma que no era la que correspondía a su carácter, y lo hizo para velarse, de manera que cuando sus hermanos atravesasen el velo para verlo tal como él era, experimentasen un proceso de profundo autoescudriñamiento en el que todo su pecado saliese a la superficie. Para posibilitar ese atravesar el velo, José les daría pequeños indicios: situar por orden de edad a los hermanos, dar una ración extra a Benjamín…

José es el tipo de la obra del juicio. Dios hace en esencia algo equivalente. Está deseoso de revelarse tal cual es, y muestra indicios, mediante Jesús. Un día estaba Jesús sentado en un lugar, y se le acercaron unas mujeres con sus niñitos. Los discípulos intentaban despacharlas de allí, ya que su Maestro estaba ocupado con cosas importantes: –‘Estamos intentando establecer un reino, y está ocupado con los asuntos del reino’. Los discípulos probablemente actuaron de forma sonora, esperando que Jesús apreciase su acto y les diese las gracias. Pero en lugar de eso, Jesús les dijo: ‘dejad a los niños venir a mí, porque de los tales es el reino de los cielos’. Y mientras los bendecía y oraba por esas madres, probablemente los discípulos comenzaban a vislumbrar cómo era su Padre. Jesús quería enseñarles que efectivamente, iba a establecer un reino, pero el reino que quería establecer sería un reino de gracia en los corazones de los hombres, y no había nada más importante en ese día que confortar a esas madres, abrumadas por la carga del futuro de sus hijitos, en aquella época de tanta maldad. Jesús quiso enseñar que en aquel momento no había nada más importante que confortar a esas madres angustiadas con la seguridad de que eran ‘aceptas en el Amado’. Desde luego, debió sorprender a los discípulos, y Jesús fue desplegando día tras día estas cosas.

En cierta ocasión Jesús probó la fe de la pobre Cananea que le pedía la curación de su hija diciéndole: ‘he venido solamente a sanar a las ovejas perdidas de Israel’. Ella insistió: –‘Por favor!’, y Jesús respondió: ‘no se da el pan a los perros’. La primera vez que leí eso, me sorprendió. Jesús no quería que esa pobre mujer afligida llegase a la conclusión de que él no la amaba, pero probó así su fe, y también la de sus discípulos, y a medida que su fe crecía, atravesaba el velo. Resolvió las aparentes contradicciones: por un lado parecía mostrar que Jesús no la amaba, pero por otro lado ella había visto su amor, y sabía en quién estaba creyendo, y pensó: ‘no te dejaré hasta que no me bendigas’. Por fin dijo Jesús ‘¡Cuánta fe!’

Eso es lo que Cristo quiere hacer con nosotros. Leemos en algún lugar, y nos da la impresión de que Dios no se preocupa demasiado de nosotros, la Biblia se nos hace aburrida, la dejamos de leer por un tiempo. Pero en estos últimos días, Dios va a ordenar ese puzle ante nuestros ojos, y desaparecerán las aparentes contradicciones, porque comprenderemos que muchas de las cosas escritas no son literales, sino simbólicas o metafóricas.

Por ejemplo: ‘Destruid este templo, y en tres días lo reedificaré’. Los judíos decían: ‘¡Edificio!’ Jesús dijo: ‘No; ¡cuerpo!’ Un día dijo: ‘Guardaos de la levadura de los fariseos’. Los discípulos pensaron que estaba hablando de pan, y cada vez que Jesús intentaba revelarles algo, era malinterpretado. No podía decírselo directamente, porque ‘no lo podían llevar’. Cuando una vez les habló por fin llanamente y les dijo: ‘Voy a la cruz’, Pedro saltó sobre él. Poco después lo intentó de nuevo, y no logró que lo comprendieran. Así, les tuvo que hablar en parábolas y luego se las explicaba a los discípulos, pero éstos no las comprendían realmente. En Mateo 13, tras referir las parábolas del tesoro escondido, de la perla de gran precio y de la red que es echada al mar, preguntó a sus discípulos: ‘¿Habéis comprendido esas cosas?’ Le respondieron: ‘Sí’.

¿Las habían comprendido realmente? ¿Habían comprendido el reino de Dios? Leed en Mateo 13:44 la parábola del tesoro escondido. En los versículos 45 y 46 presenta la parábola de la perla de gran precio, y a partir del 47 la de la red que es echada a la mar. ¿Habían comprendido los discípulos la perla de gran precio? ¿Estaban dispuestos a perderlo todo por ella? ¿Estaban dispuestos a darlo todo por el tesoro escondido en el campo? No, porque no comprendían de qué se trataba esa perla, como tampoco el tesoro escondido.

El verdadero cristiano desea el carácter de Cristo en su vida. A la luz de la cruz las mansiones de la gloria dejan de ser lo importante, y cuando comenzamos a comprender hasta dónde estuvo dispuesto a ir nuestro Creador-Redentor por amor a nosotros, comenzamos a reaccionar como aquel endemoniado que fue sanado, y saltando de gozo hacia Jesús y abrazándole le rogaba que le permitiese ir con él a donde él fuese. La perla de gran precio es ‘seguir al Cordero por dondequiera que va’, es querer saber más de él. ‘Esta es la vida eterna, que te conozcan’ (Juan 17:3). Ese es el reino: que lo conozcamos. En Filipenses 3:10 leemos: “A fin de conocerle, y la virtud de la resurrección, y la participación de sus padecimientos, en conformidad a su muerte”. Esa es la ilusión y objetivo del cristiano. Desea la vida de Jesús. Dice el salmista: “Seré saciado cuando despertare a tu semejanza” (Sal. 17:15). Pablo nos dice que debemos procurar los frutos, más que los dones, y se trata de los frutos del Espíritu. Un día veremos la Nueva Jerusalem, no como teniendo sus calles de oro, sino como dice Apocalipsis: “la calle de la ciudad” (N.T. Interlineal). Una sola calle conduce al trono de Dios, que es la calle de la cruz, de la negación del yo.

Es hora para el pueblo de Dios en estos últimos días, para que comprenda lo que no pudieron discernir los discípulos: que la perla de gran precio es comprender quién es Dios y en qué consiste el gran plan de la redención tal como está revelado en su Palabra. Leed algún día los primeros nueve capítulos de Proverbios, que constituyen su introducción: allí donde Salomón describe la sabiduría, inteligencia, discernimiento y conocimiento como una personalización de Cristo, y dice que eso es mejor que los rubíes, que es aquello por lo que vale la pena cavar. El tesoro escondido en el campo es eso. En la última generación Dios tendrá un pueblo que finalmente ama la verdad, y que como Job la desea más que su comida diaria. Ese pueblo va a creer que la verdad, su Palabra, es Espíritu y es vida, que todo el poder del universo está en la Palabra de Dios a fin de efectuar esa obra de purificación.

Así, comenzarán a ordenar el puzzle. Dice Isaías 28 que será ‘línea sobre línea, un poquito allí, otro poquito allá’. Comenzarán a cavar profundamente aquí y allí. Como dice 1 Corintios 2, ‘acomodando lo espiritual a lo espiritual’, y verán que la forma en la que Dios compuso la Biblia, con todas esas pequeñas piezas aquí y allá, ocultándolas en el campo, no es porque no las quiera revelar, sino por amor a nosotros.

Daremos un ejemplo: La destrucción eterna por el fuego. Apocalipsis 14, cuando presenta el mensaje de los tres ángeles, refiriéndose al tercero, dice: ‘los que tienen la marca de la bestia serán atormentados en la presencia del Cordero y de los santos ángeles, y el humo del tormento de ellos sube para siempre jamás’. Hay muchos otros pasajes que hablan también del fuego que no se apaga, y parece deducirse que Dios va a torturar por la eternidad. Hay muchas almas sinceras, fuera de nuestra Iglesia, que creen que negamos las Escrituras al no aceptar la doctrina del tormento eterno; cuando en realidad, lo que Dios ha hecho es quitar las llaves de esos pasajes, y en lugar de ponerlas justamente a continuación de esos pasajes, de forma que en una lectura sistemática y exegética pudiese aclararse la verdadera enseñanza bíblica sobre el “infierno”, las ha situado en otros rincones, de tal manera que solamente aquellos que tienen hambre y sed, y ‘quieren hacer su voluntad, conozcan de la doctrina’, como dice en Juan 7:17. Así, encontramos en Éxodo la explicación de que “eternamente” es un término relativo a la vida del esclavo que sirve “eternamente” a su señor. También Samuel, sirviendo en el templo “por siempre”, Judas 7, etc. Lo que quiero ilustrar es que esos textos no están allí, a continuación de lo dicho sobre el fuego eterno en Apocalipsis. Es solamente cavando y cavando, y ensamblando esas piezas, como nos damos cuenta de que ese texto toma un significado nuevo, que a su vez afecta a otros relacionados, y así sucesivamente, y habéis comenzado un viaje fascinante que es el más maravilloso de todos cuantos cabe imaginar.

Cuando Dios mira desde el cielo a su pueblo, se pregunta por qué no está realizando todavía ese viaje. ¿Acaso no nos ha dado suficiente evidencia? ¿No hemos gustado aún bastante de su bondad y bendición, como para comenzar a ordenar ese puzzle? ¿Cuánto tardaremos aún en exclamar: –Ninguna otra cosa importa, excepto conocerle a él? No es cuestión de que uno tenga que ser el más listo del mundo, ni el más privilegiado en memoria: si creéis que os ama tanto que os promete que ‘si alguien carece de sabiduría, demándela a Dios, quien da abundantemente y no zahiere’, si creéis que esa promesa es para vosotros y os arrodilláis y le pedís: –‘¡Señor, haz que te conozca!’, él abrirá vuestros ojos.

En la última generación, sucede algo que no ha tenido lugar hasta entonces: Hay un velo que desaparece totalmente, y un pueblo lo ve tal cual es, antes de la segunda venida. El pastor A.T. Jones dijo cierta vez que no tenemos que temer el fuego eterno, ya que cuando lo enfrentemos estaremos ya acostumbrados a él, al haber morado con él previamente. El pueblo de Dios conocerá ese proceso, al creer en la promesa de Jesús de que ‘conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres’, esa verdad, ese fuego, ese mismo fuego que Jesús dio a los discípulos en Emaús cuando éstos comenzaron por fin a ver las dimensiones de la cruz y exclamaron –‘¿Acaso no ardía nuestro corazón dentro de nosotros?’ Ellos pasaron entonces por una purificación, que es por la que pasará su pueblo de los últimos días.

Cuando pasemos por ese fuego y le permitamos hacer su obra en nosotros, Dios enviará ese fuego al mundo, su propia Palabra. Hay muchos textos que identifican el fuego con la Palabra, en los últimos días. Cuando Dios me muestra la viga que hay en mi ojo, y cuando Dios nos muestra que Laodicea está aún muy lejos de donde podría estar, entonces contemplo esa armada de fuego en Joel capítulo 2: Allí nadie oprime a los demás, sino que todos avanzan en perfecta uniformidad, en un esfuerzo unido. Sin duda se trata de la respuesta a la oración de Jesús en Juan 17, esa oración sacerdotal, esa oración intercesora que será contestada en la culminación del día de la expiación: Que seamos uno, de la misma manera en que Cristo y su Padre son uno, para que todo el mundo pueda verlo. Cuando veo esa profecía y lo comparo con mi propia vida, tengo una lucha para creer que eso es posible. Pero a medida que Dios me muestra más y más profundamente las buenas nuevas, mi esperanza toma aliento, mi fe resulta reanimada, y cuando veo a hermanos que han recorrido muchos cientos de kilómetros para asistir a estas reuniones, porque están hambrientos de la Palabra, y cuando veo que eso está sucediendo en todos los lugares del planeta, alabo a Dios y le pregunto: –¿Ha llegado el momento? ¿Va a ser derramada la lluvia? ¿Está ya Elías ante nosotros?

 

Oremos:

Padre celestial. Te damos gracias por tu infinita bondad y estamos agradecidos por la gran paciencia que tienes con nosotros. Gracias por no estar lejos –de brazos cruzados–, sino cercano a nosotros, rogando, clamando. Padre, creo que comenzamos a vislumbrarlo, pero te ruego que abras nuestros ojos, necesitamos más lluvia, más sabiduría, y nos dijiste que te la pidiésemos en fe, no dudando. Auméntanos la fe, en nombre de Jesús. Amén.    

 

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