Y el santuario será purificado
Tema nº 5
(culto sábado)
Tony Phillips
Vichy, 20-22 octubre 1994


Esta mañana quisiera que disfrutáramos estudiando el santuario. Quisiera compartir con vosotros algunos pensamientos. Hay uno que no quisiera olvidar: En el santuario, el sábado era un día en el que el sacerdote debía cambiar los panes de la proposición. Y creo que ahí hay una lección para nosotros: el sábado, la misión del ministro es proveer al pueblo alimento fresco y nuevo. Esta mañana oro para que el Señor nos de alimento fresco y nuevo.

Vamos a considerar Juan 15:13: “Ningún hombre tiene mayor amor que éste, que un hombre ponga su vida por sus amigos” (KJV). Dividiendo el versículo en tres partes, podemos considerar que no hay mayor amor que...: (1) que un hombre (2) ponga su vida (3) por sus amigos. Jesús se está refiriendo a la cruz. Y vamos a considerar cómo fue a la cruz. Lo primero que nos dice es que va a la cruz como hombre, no como Dios. No estamos diciendo que Cristo no sea Dios, sino que se enfrenta al Calvario como hombre.

Quisiera comenzar por considerar la fe de Jesús. Hay un pasaje que nos es muy familiar: Apocalipsis 14:12: “Aquí está la paciencia de los santos. Aquí están los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús.” Se han predicado muchos sermones sobre los mandamientos de Dios. Mucho menos sobre la fe de Jesús. Esa corta palabra, “de”, se puede traducir como fe de Jesús, o como fe en Jesús. El griego admite ambas traducciones. Pero necesitamos comprender especialmente la fe de Jesús. ¿Era Cristo justo por naturaleza, o era justo por la fe? Es muy importante responder a esta pregunta. En Hebreos 3:1 leemos: “Por tanto, hermanos santos, participantes de la vocación celestial, considerad el Apóstol y Pontífice [sumo sacerdote] de nuestra profesión, Cristo Jesús”. Todo el libro de Hebreos nos presenta a Cristo como nuestro sumo sacerdote. En el capítulo 8, versículo 1, dice: “Así que, la suma acerca de lo dicho es: Tenemos tal pontífice [sumo sacerdote]”. Está aquí resumiendo los primeros siete capítulos, que presentan a Cristo como sumo sacerdote, y de la obra que está llevando a cabo. En el primer capítulo de Hebreos se nos presenta a Cristo como siendo plenamente Dios, y en el capítulo dos como siendo plenamente hombre, lo que lo capacita para ser nuestro mediador, nuestro sacerdote: “Porque hay un Dios, asimismo un mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre (1ª Tim. 2:5). Hoy vamos a centrar nuestra atención en este Hombre, y en cómo vivió por la fe.

Tras haber presentado la divinidad y la humanidad de Cristo en los dos capítulos precedentes, en Hebreos 3:1 leemos: “Consideradlo…” La palabra considerar significa meditar en, concentrarse en, fijar los ojos en Jesús: reflexionar en torno a nuestro sumo sacerdote. Pero observemos el contexto en el versículo dos: “Considerad al Apóstol y Pontífice de nuestra profesión, Cristo Jesús; el cual es fiel al que le constituyó” (el término fiel y fe son equivalentes en su etimología, la versión de King James de la Biblia traduce faithfull, compuesto de faith = fe, y full = lleno: lleno de fe). Fijad, pues, vuestros ojos en Cristo, y en la forma en la que fue fiel –lleno de fe– a su Padre. Se trata de la fe de Jesús. En Hebreos 12:1 se nos habla de una gente que deja todo el pecado que le asedia, todo el peso del pecado que les rodea. Pablo describe así en el primer versículo lo que va a ser el cumplimiento de la misión de nuestro gran sumo sacerdote, y ahora nos muestra cómo va a lograrlo. En el versículo siguiente leemos: “Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de nuestra fe”.

Cristo es el origen, el agente y el medio por el cual se produce la fe. La fe no se crea en un momento, de la manera en que Dios creó la tierra y lo que en ella habita. La fe se fraguó primeramente en la vida de Jesús, y luego, como dice el apóstol, “es dada a los santos” (Judas 3). De hecho, las buenas nuevas son incluso mejores que eso, ya que se nos dice que a todo hombre le ha sido dada una medida de fe (Romanos 12:3). Pero debemos comprender la manera en que esa fe se desarrolló primeramente en Cristo. Es a través de Jesús como recibimos toda bendición espiritual. Lo podéis comprobar en Efesios 1:3: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales”. Quiero llamar vuestra atención al hecho de que se trata de la fe de Jesús, que nos es dada a nosotros. Leamos en Hechos 3:16. Se trata aquí de la curación del hombre cojo en el día de Pentecostés. Leemos que “en la fe de su nombre [el nombre de Jesús], y la fe que por él es, ha dado a éste completa sanidad”. La fe que viene por medio de Cristo ha sanado a este hombre. La fe viene de Jesús, y fue primeramente manifestada en su vida. La fe es “la sustancia de lo que se espera, la evidencia de lo que no se ve”. Es imposible ver, y tener fe. Si vosotros veis, si sabéis, eso no es fe. Es por eso que Santiago nos dice que “Dios no puede ser tentado” (Santiago 1:13). Dios no puede ser tentado porque conoce todas las cosas. Es imposible engañarlo. La fe puede ser tentada y seducida. Por lo tanto, si Cristo no vivió por la fe, si él hubiese vivido simplemente por su poder divino, si hubiese vivido como Dios, no habría podido ser tentado. Sus tentaciones habrían sido una falsificación. No habrían sido reales. Vamos a reflexionar en cómo vivió Jesús, en cómo vivió Cristo verdaderamente por la fe.

A primera vista, no parece que Cristo viviera por la fe, porque allí donde va, parece saberlo todo. Dijo a Natanael: “antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi” (Juan 1:48). Dijo a la mujer samaritana en el pozo: “cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido” (Juan 4:18). Cuando le fue traída la mujer sorprendida en adulterio, escribía en la arena los pecados de sus acusadores. Dijo a Pedro: “me negarás tres veces”. A Judas: “me vas a traicionar”. Dijo: “Voy a ir a la cruz, y todo el rebaño se dispersará”. En la Pascua, les dijo: “Id a tal ciudad, y encontraréis un hombre que lleva un cubo de agua sobre la cabeza. Él os dirá dónde se encuentra la habitación a la que deberéis ir. Encontraréis un asno que nunca ha sido montado. Decidle que el Maestro lo necesita, y os lo dará”. Allá donde fuese, parecía saber exactamente lo que iba a suceder. De hecho, una de las cosas que me impresiona más es la experiencia con María Magdalena en la fiesta de la casa de Simón; particularmente la forma en la que Jesús trata a Simón. Jesús refirió a Simón la historia perfecta. Le dijo: ‘Simón, dos hombres tenían sendas deudas. Uno debía 50, y el otro 500 monedas. Ambos fueron perdonados. ¿Cuál crees que estará más agradecido?’ Y con esa historia, Cristo esgrimió su Palabra, la espada de doble filo, y penetró profundamente en el corazón de Simón. Pero lo hizo sin poner en evidencia a Simón delante de los presentes. Cuando vosotros y yo hacemos reproches a las personas, lo hacemos con disparos de ametralladora para que todos oigan el fuego. Pero Jesús tiene cuidado de no destruirnos, porque su obra es la de restaurar. Lo mismo sucede con Judas. Jesús no puso en evidencia a Judas. Existe mucha gente hoy que parece sentir que su llamado consiste en esparcir los trapos sucios por doquier. Eso no viene de Dios. Es el amor de Dios quien nos redarguye finalmente de nuestros pecados. Hay algo muy profundo en estas palabras de Jesús: “el que esté libre de pecado, tire la primera piedra”.

El caso es que Jesús, en la fiesta de Simón, tenía la historia perfecta. ¿Cómo la obtuvo? De forma natural, nos sentimos inclinados a pensar: –'Era Dios, ¡para él era fácil!' Os quisiera sugerir que el momento en el que Cristo encontró la historia perfecta para Simón, fue temprano por la mañana, antes de amanecer, cuando se levantaba y oraba: ‘Padre, te necesito. Dependo enteramente de tu bondad y poder’. Leed conmigo en Hebreos 5. Habría sido maravilloso tener un vídeo donde pudiésemos ver a Jesús orando. En cierta ocasión Jesús quiso que sus discípulos le viesen orando. Fue en el huerto de Getsemaní. Si lo hubiesen contemplado allí orando, habrían quedado impresionados y fortalecidos para la hora de la prueba, pero estaban adormecidos y se lo perdieron. Ahora, vosotros y yo, podemos ver por la fe aquello que los discípulos se perdieron. Así, en Hebreos 5:7 y 8, leemos que “en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído por su reverencial miedo. Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia”.

Sin fe es imposible agradar a Dios” (Hebreos 11:6). Jesús tuvo siempre todo lo que agradaba a su Padre, porque tenía fe. Y fue oído, dice el texto, por su temor reverencial, por su fe. No se trataba de nada parecido a un fingimiento. Oraba con “ruegos y súplicas, con gran clamor y lágrimas”. Y oraba a Aquel en el que tenía confianza, y que sabía que le daría lo que necesitaba. Cristo se acercó al Padre creyendo que él existe, y que recompensa a los que le buscan (Heb. 11:6, segunda parte). Es así como vosotros y yo debemos dirigirnos a él. Debido al hecho de que Jesús lo hacía todo perfectamente, nos cuesta creer que Cristo viviese por la fe. Querría que reflexionásemos en las cosas a las que Cristo renunció cuando vino a este planeta. Filipenses 2:5: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús”. En los dos versículos siguientes se explica cuál fue el sentir de Jesús, cuando Cristo descendió todas esas etapas, dispuesto a despojarse de todas las cosas, hasta llegar a la muerte misma, y muerte de cruz. En el principio del versículo 7, dice que “se anonadó –o despojó–a sí mismo”. Eso significa que Jesús renunció voluntariamente a todas las prerrogativas o atributos divinos. No se trata de unos pocos, sino del paquete entero de atributos divinos.

Quisiera que nos detuviéramos en lo que Cristo dejó al venir a esta tierra: Lo primero es obvio: dejó su gloria. Cristo veló la gloria divina con la carne humana. No hubiéramos podido permanecer ante él, en su gloria. Tuvo que deponerla. Dejó también su omnipresencia. Cuando Cristo vino a este planeta, dejó de poder estar en todos los sitios al mismo tiempo. Es por ello que dijo a los discípulos: ‘Os conviene que yo me vaya, para que os pueda enviar el Espíritu Santo. Yo no puedo estar en todos los sitios a la vez. El Espíritu Santo sí puede’ (paráfrasis de Juan 16:7). Pero él dejó también algunas otras cosas: su omnisciencia. Se despojó del conocimiento de todas las cosas. ¿Puede Dios, que lo conoce todo, progresar en sabiduría? ¡No! Dios lo sabe todo, no puede “crecer en sabiduría”. Cuando Jesús vino a este planeta, vino como un hombre y aprendió como un hombre. Lucas nos dice que “el niño crecía en estatura y sabiduría”. De hecho, en El Deseado se nos dice que los Diez Mandamientos que él mismo diera en el monte Sinaí, tenía ahora que aprenderlos sobre las rodillas de su madre. No solamente ahora no lo sabía todo, sino que desconocía también el futuro. Sabía solamente lo que el Padre le revelaba. Es por eso que no sabía el día ni la hora de su venida. Dijo: ‘solamente mi Padre que está en los cielos la conoce. No me la ha mostrado’. Eso es en realidad lo que significan sus palabras al respecto. Y sugiero también que él dejó su poder. En Juan 5:30 leemos: “No puedo yo de mí mismo hacer nada”.

Querría en esta mañana hacer un breve estudio en el evangelio de Juan, y contemplar la fe de Jesús. En Hebreos se nos amonesta a fijar nuestros ojos en él, quien es fiel (lleno de fe). En Filipenses 2:8 leemos que fue “Hallado en la condición como hombre”. Veamos ahora Juan 7:15: “Y los judíos se maravillaban, diciendo: ¿Cómo sabe éste letras, no habiendo aprendido?” Es exactamente la pregunta que nos estamos haciendo esta mañana. ¿Cómo sabía Jesús lo que sabía? Y la respuesta está en los versículos que siguen: “Respondiéndoles Jesús, dijo: mi doctrina no es mía, sino de Aquel que me envió. Si alguno quisiere hacer su voluntad, conocerá de la doctrina si viene de Dios, o si yo hablo de mí mismo”. ‘Si queréis verdaderamente conocer la verdad para obedecerla y abrir vuestros ojos -dice Jesús-, Dios os mostrará si yo vivo por la fe, o si viene naturalmente de mí mismo’. ¿Tenía Jesús que sacrificar el yo diariamente, como vosotros y yo? ¿o simplemente actuaba como lo hace un piloto automático? Leamos en Juan 10:17. Algunos han intentado utilizar este versículo para pretender que Cristo empleó sus poderes inherentes: “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, más yo la pongo de mí mismo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar”. De forma que algunos dirán: –‘¿Veis? Cristo puso su vida y la volvió a tomar por su propio poder’. Puesto que Cristo tenía ese poder, ellos asumen que él era el origen de ese poder. Pero la frase que sigue, en el mismo versículo, nos dice cuál era la fuente de ese poder: “Este mandamiento recibí de mi Padre”.

Vayamos ahora a Juan 8:26-28. Aquí nos explica cuál era el origen de las historias perfectas que Cristo empleaba: “Muchas cosas tengo que decir y juzgar de vosotros: mas el que me envió, es verdadero: y yo, lo que he oído de él, esto hablo en el mundo. Mas no entendieron que él les hablaba del Padre. Díjoles pues Jesús: Cuando levantareis al Hijo del hombre, entonces entenderéis que yo soy, y que nada hago de mí mismo; mas como el Padre me enseñó, esto hablo”. Jesús les estaba diciendo: ‘Todo cuanto hago y digo, me es dado por mi Padre’. Vivió por la fe. Veamos en Juan 12:49 y 50: “Porque yo no he hablado de mí mismo: mas el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar. Y sé que su mandamiento es vida eterna: así que, lo que yo hablo, como el Padre me lo ha dicho, así hablo”.

Una tarde de sábado estaba estudiando el evangelio de Juan, y me llamó la atención uno de estos versículos. Me pareció como una maravillosa ventana abierta hacia el cielo: algo así como una revelación. Fui anotando cada vez que había una expresión en la que se hacía evidente que Jesús vivió por la fe. Encontré unos 30 ó 40 versículos que afirmaban eso en el evangelio según Juan. La idea de que Jesús vivió como un hombre está por doquiera. Eso es animador par mí. ¡La fe de Jesús!

Cuando Jesús fue a la cruz, todas las evidencias que él tenía sobre las cuales había edificado su fe –porque la fe se apoya en la evidencia–, comenzaron a desvanecerse. Nuestra fe viene al apreciar la gran bondad de Dios. Dios me muestra su amor, y edifica mi fe. Entonces, Dios parece esfumarse, y permite que mi fe sea probada. Eso es exactamente lo que sucedió a Jesús. Cuando salió del agua, tras su bautismo, oyó la voz de su Padre decir “Este es mi Hijo amado”; vio al Espíritu Santo descender en forma de paloma, acreditando que él era el Ungido, porque era el Espíritu Santo quien obraba a través de Jesús. Oyó, pues, la voz, y vio la forma de paloma. Pero poco tiempo después desaparecieron la voz y la paloma, y Jesús se encontró en el desierto para ser tentado. La evidencia se esfuma. Ninguna declaración proclama allí “este es mi Hijo amado”. Muy al contrario, Satanás le dice: “Si eres Hijo de Dios…”, y su fe es tentada, es puesta a prueba. En muchas ocasiones Jesús oyó, y dejó de oír la voz de su Padre. Su Padre le da muestras constantes de su amor, y Jesús siente la presencia de su Padre, pero a medida que el Calvario comienza a aproximarse, esa voz empieza a desaparecer, y se enfrenta a la prueba final de la fe. Cuando entra en el huerto del Getsemaní, incluso ya antes, deja de oír esa voz. “Comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera”, y dijo a sus discípulos: “mi alma está muy triste hasta la muerte”. El corazón le pesa, porque las tinieblas lo rodean, y ya no ve ni oye a su Padre. Su fe, como hombre, va a ser sometida a la más terrible prueba. Y mientras las tentaciones le asaltan, subsiste por la fe. Leamos el Salmo 22. Vamos a prestar atención solamente a un par de textos en este salmo. Jesús clama, en el versículo 1: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Al final del capítulo, en el versículo 31, la última frase se puede traducir a partir del original como: “Consumado es”. Y en realidad, el salmo 22 es una descripción de Jesús, entre “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” y “Consumado es”. Es como si David hubiese sido un reportero, pero no tomando el registro de las palabras de Jesús, sino el de sus pensamientos. Y David nos parece querer decir en ese salmo: ‘Venid y ved lo que le sucede al Señor al ser hecho pecado por nosotros’. Jesús clama al Padre: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” ¿Es que Dios le había abandonado realmente? –No: “Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo a sí” (2 Corintios 5:19). De hecho, si el Padre hubiera abandonado realmente a Jesús, si el Espíritu hubiese dejado a Jesús, habría sucumbido al pecado. Fue su Padre, por medio del Espíritu, quien lo sostuvo en esa hora. Pero el pecado se vuelve tan horroroso, que Jesús es incapaz de sentir el aliento del Padre, o del Espíritu. Siente que ha sido abandonado. En el versículo 1 y 2, dice: “¿Por qué estás lejos de mi salud, y de las palabras de mi clamor? Dios mío, clamo de día, y no oyes; Y de noche, y no hay para mi descanso”. ¿Por qué siente Jesús que es la noche? Al medio día, es decir, a las doce, el sol comenzó a oscurecerse. Jesús no tenía reloj. En su situación no podía decir: ‘¡Oh, qué pronto se hace de noche!’ En su agonía ha perdido ya la noción del tiempo, y sobre la cruz, le parece que está entrando en la noche eterna para siempre jamás. En su aflicción, clama por liberación. En el versículo 6 dice: “Mas yo soy gusano, y no hombre”. Jesús se llama a sí mismo “gusano”. Eso es lo que hace el pecado. Cuando veis el pecado tal como es en realidad, cuando veis lo maligno y terrible que es, sentís, os parece imposible que Dios os pueda aceptar. Job hizo una exclamación similar. Dijo: “Corrupción, tú eres mi padre y madre, y gusano, tú eres mi hermana”. Lo que Job quería decir es: ‘Soy tan repugnante, tan lleno de pecado, tan patético, que no puedo ni siquiera pretenderme un ser humano, porque los seres humanos son hechos a la imagen de Dios, y yo no reflejo esa imagen ni en una partícula’. Cristo se sintió como aún más bajo que la humanidad. De hecho, Jesús sentía como si él mismo fuese el pecador -todos los pecadores-. Vayamos ahora al Salmo 69. Es un salmo mesiánico. Describe también la cruz. Hay cosas en ese salmo que solamente pueden aplicarse al Calvario [ver versículos 9, 20, 21, etc.]. En el versículo 5 leemos: “Dios, tu conoces mi insensatez, y mis pecados no te son ocultos”. A primera vista, decimos: –‘No, eso no puede aplicarse de ninguna forma a Jesús’... Pero en el Calvario, Jesús, el que no conoció pecado, fue hecho pecado por nosotros (2 Corintios 5:21). Es cierto que tenemos la idea general de que Cristo llevó los pecados del mundo sobre sus hombros, algo así como quien lleva una mochila. Pero Pedro nos dice que Cristo “Llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero” (1ª Pedro 2:24). Los llevó en él mismo, en su ser. Dice Pablo que fue hecho pecado por nosotros. De tal manera el pecado fue hecho una parte de él, tan identificado está con el pecado, que siente como si fuese el suyo propio. Volviendo al Salmo 22, en los versículos 7 y 8 describe cómo los que estaban alrededor suyo, en torno a la cruz, le escarnecían con burlas. Y entonces comienza a construir un puente, por la fe, que va a permitir nuestra salvación. En los versículos 9 y 10 vemos cómo se aferra a los recuerdos de su infancia. Rememora la bondad de sus padres, aunque el pecado le haga sentirse totalmente abandonado por Dios. Recuerda ahora su pasado, y todas las ocasiones en que su Padre estuvo allí, junto a él. En el versículo 9 dice: ‘Cuando era un bebé dependía absolutamente de ti, y allí estabas para sustentarme’. Jesús no nació el 25 de diciembre. No había hermosas sábanas limpias, como describen los cuadros clásicos del Pesebre. Nació donde se recogen los animales. Desde el principio dependió de su Padre. De hecho, dos años después, o poco tiempo después, se pronuncia ya un decreto de muerte; su vida depende de su Padre, quien envía a un ángel para advertir a José. Y así, leemos en el versículo 10: “Desde el vientre de mi madre, tú eres mi Dios”. Versículo 11: “¡No te alejes de mí!” En el versículo 12 se siente cercado por fuertes toros de Basán. En el 13: “Abrieron sobre mí su boca como león rapante y rugiente”. Todo ello es simbólico de la persecución, tentación y pecado que siente. Intenta darnos una idea de la magnitud de la prueba. Versículo 14: “He sido derramado como agua, y todos mis huesos se descoyuntaron. Mi corazón fue como cera, se derritió dentro de mí”. Jesús experimentó un quebranto indescriptible. Cada célula de su cuerpo sufría la carga de la condenación. Descendió verdaderamente al “infierno” por nosotros. Leemos en el versículo 15: “Me has puesto en el polvo de la muerte”. Desde el principio de la creación, solamente Uno ha muerto verdaderamente. Todos los demás han pasado al “descanso”. El descanso no es algo desagradable. La muerte verdadera, la segunda muerte, es algo muy distinto. No podemos ni siquiera explicarla. Por la “locura de la predicación” -como dice Pablo- tratamos de explicar lo que le sucedió en la cruz. Continúa en el versículo 17: “Puedo contar todos mis huesos”. “Partieron mis vestidos entre sí, y sobre mi túnica echaron suerte” (versículo 18). En el 19: “Mas tú, Jehová, no te alejes, fortaleza mía, apresúrate para mi ayuda”. 20: “Libra de la espada mi alma; del poder del perro mi única”. Lo que en realidad pide, aquello por lo que está preocupado, no es su propia vida, ya que habría podido dejar de actuar por fe, descender de la cruz y salvar su vida. Se nos dice que en esa hora no podía ver más allá de los portales de la tumba. No tiene la garantía de que vaya a triunfar su sacrificio. No tiene la seguridad de que vaya a salir victorioso [ver Salmo 69:6]. Algunos días antes, su Padre le decía que sería victorioso, y tras haber oído la voz del Padre, podía avanzar confiado. Podía decir: “Destruid este templo, y en tres días lo reedificaré”. Podía explicar a sus discípulos: “Es necesario que sea crucificado, y resucite al tercer día”. Pero ahora esa voz ha desaparecido, y tiene que confiar en la promesa. Y en esa hora, se ciernen sobre él las más fieras tentaciones del enemigo. En el versículo 21 ya no nos presenta al león alrededor de la cruz, sino que siente ya allí su boca devoradora. Todo ello es simbólico de la furia satánica desatada contra él. Y pensad en esto: dado que la fe de Jesús resiste contra la boca del león, contra las puertas del infierno, Cristo puede edificar una casa, una iglesia, sobre la Roca, de tal manera que las puertas del infierno no puedan prevalecer contra ella. La razón es que su iglesia tendrá la fe de Jesús. A partir del versículo 22, podemos ver que él eligió creer que el plan de la redención triunfaría gloriosamente. Esa es la fe de Jesús.

Ningún hombre tiene mayor amor que este, que un hombre ponga su vida por sus amigos”. Jesús: -Dios, pero también hombre. Va a la cruz como hombre, y lo hace en beneficio de sus amigos. Cuando leí este versículo hace más de un año, hubo algo que me extrañó. De hecho, el final del versículo me decepcionaba en cierta forma, ya que dice que lo hizo “por sus amigos”. En Mateo 5 había leído que debemos ser perfectos como nuestro Padre que está en los cielos, y la perfección se define allí en términos de “Amad a vuestros enemigos” (versículos 44-48). “Bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, orad por los que os ultrajan y os persiguen”, es decir, ‘Sed como vuestro Padre, quien ama a sus enemigos’. Leía en Romanos 5:10 que “Siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo”. Pensaba: –‘¡Esa es la mayor demostración de amor!’ Me preguntaba por qué el texto no diría que la mayor demostración de amor es que un hombre ponga su vida por sus enemigos (en lugar de por sus amigos). Pero un día me di cuenta de algo: Dios llama amigos a sus enemigos. En la parábola de las bodas, cuando el rey descubre a alguien que no llevaba el vestido de boda, se dirige a él diciéndole: “Amigo” (Mateo 22:12). ¿Dónde se nos dice que fue herido Jesús? “En casa de mis amigos” (Zacarías 13:6). De hecho, cuando Judas hace aparición en el huerto del Getsemaní para entregar a su Maestro, Jesús le dice: “Amigo, ¿a qué vienes?” (Mateo 26:50). Dios no es nunca tu enemigo. Seas quien seas, y seas como seas, ¡tienes un Amigo! ¿No te parece que “el Cordero es digno” de que respondas a su amistad?

De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en el cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. ¿Comprendemos verdaderamente la fe de Jesús?

Querría compartir con vosotros un último pensamiento. Cuando Jesús se hizo un hombre, A.T. Jones dijo en una ocasión -de hecho más de una vez-, que eso significa un sacrificio eterno. Dios no amó de tal manera al mundo, que prestó a su Hijo unigénito. No. Cristo se hizo uno con la humanidad por la eternidad. Me pregunto si Cristo conoce, incluso hoy, el día y la hora de su venida. Cuando ascendió, después de la resurrección, ¿recuperó todo lo que había voluntariamente depuesto? ¿Recordáis lo que dijo a María cuando ésta quería darle gracias, tras haber resucitado? “No me toques, porque aún no he subido a mi Padre” (Juan 20:17). En El Deseado, E. White explica que rehusó recibir la adoración de María, porque aún no sabía si el Padre había aceptado su sacrificio. Pensamos que al verse resucitado, debía sentir que el plan de la redención había sido un éxito, pero E. White nos dice que no lo consideró así antes de oír la voz del Padre. ¿Qué nos dice eso de su omnisciencia? Hay un versículo interesante en Apocalipsis 14:14. Se describe a Jesús viniendo sobre una nube blanca, después que los mensajes de los tres ángeles han cumplido su misión. En el versículo 15, un ángel viene a Jesús y le dice que meta la hoz, porque ha llegado el tiempo de la siega. ¿Por qué hace falta que un ángel le indique a Jesús que es el momento de la siega? Puede que sea un simple asunto de protocolo, pero es también posible que para salvarte, Cristo haya dejado por la eternidad mucho más de lo que tú y yo habíamos pensado, y ciertamente apreciado.

 

Oremos:

Padre celestial, te damos gracias por la cruz. Ayúdanos a comprender que lo que realmente contamina el santuario es nuestra gran profesión de amor por ti, mientras que nuestras vidas se parecen muy poco a la de Jesús. Despiértanos en esa última hora de la historia, para que podamos recibir la fe de Jesús. Te lo pedimos en su nombre. Amén.

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