Y el santuario será purificado
Vamos a abordar la segunda parte de nuestro estudio sobre el juicio. Querría volver a un punto que ya hemos considerado antes: ¿Hasta qué profundidad alcanza la obra del juicio?
Que nadie se engañe a este propósito: Dios va a purificar de todo pecado; vosotros y yo tendremos que hacer frente a todo aquello que hayamos hecho, y responder por todo aquello en lo que hemos fallado. Leamos en Eclesiastés 12:13 y 14: “El fin de todo discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. Porque Dios traerá toda obra a juicio, el cual se hará sobre toda cosa oculta, buena o mala”. Dios traerá toda obra a juicio, incluyendo todo lo oculto. Leamos en Eclesiastés 10:20: “Ni aun en tu pensamiento digas mal del rey, ni en los secretos de tu cámara digas mal del rico; porque las aves del cielo llevarán la voz, y las que tienen alas harán saber la palabra”. Las cosas que decís en vuestra cámara, cuando la persona de la que habláis no está allí, serán traídas al juicio. Incluso lo que pensáis, aquello a lo que en apariencia nadie tiene acceso, será conocido en el juicio, porque cierta ave del cielo lo revelará, y esa ave es la “paloma”, el Espíritu Santo.
Como dijo A.T. Jones, la obra del Espíritu Santo es revelar todas las cosas, a fin de que podamos verlas, y decidir si preferimos a Cristo, o a esas cosas. Veamos en 1ª Corintios 4: “Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual también aclarará lo oculto de las tinieblas, y manifestará los intentos de los corazones”. En la obra del juicio, Dios revela todas las cosas secretas, y expone plenamente el corazón. La obra del juicio avanza a medida que Dios revela su palabra. Leemos en Hebreos 4:12, “la palabra de Dios es viva y eficaz, y más penetrante que toda espada de dos filos: y que alcanza hasta partir el alma, y aun el espíritu, y las coyunturas y tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”. Y observad que el versículo siguiente relaciona eso con el juicio: “y no hay cosa que no sea manifiesta en su presencia; antes todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta”. Todo está desnudo ante Dios, ante quien tenemos que dar cuenta, y Dios va a exponer nuestro corazón.
Veamos 2ª Corintios 5:10. Esos Corintios eran miembros de iglesia. Pablo está aquí hablando de la iglesia, y se incluye a él mismo: “Porque es menester que todos nosotros parezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que hubiere hecho por medio del cuerpo, ora sea bueno o malo”. Todo será puesto a la luz, y sugiero que comparecemos ante el tribunal de juicio de Cristo antes de su segunda venida; porque la hora de su juicio, para la iglesia, es antes de la venida de Cristo. Leamos en Hechos 17:30 y 31: “Empero Dios, habiendo disimulado los tiempos de esta ignorancia, ahora denuncia a todos los hombres en todos los lugares que se arrepientan: por cuanto ha establecido un día, en el cual ha de juzgar al mundo con justicia, por aquel varón al cual determinó; dando fe a todos con haberle levantado de los muertos”. Lucas relaciona aquí el juicio con el hecho de que Dios abra nuestras mentes a nuestro pecado. El día del juicio es cuando desaparece la “ignorancia”. Jesús dijo, “Yo, para juicio he venido a este mundo: para que los que no ven, vean; y los que ven, sean cegados” (Juan 9:39).
La razón por la que el Señor desempeña esa obra de juicio, es para llevarnos al arrepentimiento. Está tratando de purificarnos. La espada de dos filos revela los pensamientos del corazón, a fin de poder purificarlo. Dice 2ª de Corintios 10:5 que él es capaz de llevar todo pensamiento en obediencia a Cristo. Tal cosa no nos sucederá, hasta que reconozcamos cuán malvado, cuán egoísta, envidioso, codicioso y corrupto es todavía nuestro pensamiento. Laodicea se resiste a creer tal cosa. Nosotros somos Laodicea. Dios quiere llevar a cabo esa obra de purificación ahora, en estos últimos días, y estoy absolutamente convencido de que la forma en la que va a realizar esta obra, la forma en la que llevará a esta iglesia a ver su pecado, nuestro pecado, mi pecado, es derramando buenas nuevas. De hecho, en 1888, Dios quiso purificar el santuario. Si leéis en Malaquías 3, nos habla de un tiempo en el que el Señor vendrá a su santo templo para hacer una obra de purificación por fuego, y si bien aplicamos esto a 1844, dejamos de comprender que quiso hacer lo mismo en 1888. De hecho, Malaquías 4 explica la forma en la que Malaquías 3 tendrá lugar: “He aquí, yo os envío a Elías el profeta, antes que venga el día de Jehová grande y terrible”. Y Elías hará una obra de restauración: “convertirá el corazón de los padres a los hijos, y el corazón de los hijos a los padres”. En la Review & Herald del 18 de febrero de 1890, E. White advierte a la iglesia, en la época de 1888, de que su mente se encontraba en un estado tal, que rechazaría a Elías si viniese. Si leéis el artículo, está muy clara la implicación que hace E.White, de que Jones y Waggoner vinieron como un cumplimiento de “Elías”.
La iglesia no estaba preparada para la recepción de la lluvia tardía viniendo de esa manera, porque “Elías”, la “lluvia tardía”, el “fuerte clamor”, todo ello tiene que ver con un mensaje de buenas nuevas y poder que viene en forma de juicio, primeramente a la iglesia, y a continuación al mundo. En la década de 1888 no estábamos preparados para él, y lo rechazamos. Quisiera que vieseis que la lluvia tardía es primariamente el Espíritu de verdad llevando a las personas a toda la verdad (Juan 16:13); que la lluvia tardía viene como un derramamiento de buenas nuevas. Recordad: somos limpios por la palabra. La purificación del santuario es posibilitada por la palabra. Somos juzgados, librados, por la palabra. Esa palabra es derramada –o pronunciada–. De la misma manera en que Dios creó por su palabra, redime por la palabra. Hablaremos próximamente de ello, pero quisiera que vieseis que la "lluvia tardía", "Elías", fue una revelación de la palabra. Job 36:26-28: “Sí, Él es grande y no le comprendemos; el número de sus años es insondable. Cuando atrae las gotas de agua, pulveriza la lluvia en su vapor que vierten las nubes, destilan sobre el hombre en abundancia. Además, ¿quién entenderá los despliegues de la nube, los fragores de su tienda? He aquí que extiende por encima su luz y cubre las raíces de la mar; pues mediante ellos juzga sobre los pueblos” (Vers. Cantera-Iglesias). Mediante la luz, mediante el agua, es como juzga a las gentes. Quisiera que comprendiésemos que ese agua es la palabra. Jesús dijo a la samaritana, en el pozo de Jacob, ‘lo que necesitas es el agua de vida’. En Juan 7 se nos dice que ese agua viviente es el Espíritu Santo. En Juan 6:63, dice Jesús: “las palabras que yo os he hablado, son espíritu y son vida”. Y la lluvia que cae es la palabra, ya que es el Espíritu de verdad llevándonos a toda verdad (Juan 16:13). Consideremos la lluvia tardía, según Isaías 55:10 y 11: “Porque como desciende de los cielos la lluvia, y la nieve, y no vuelve allá, sino que harta la tierra, y la hace germinar y producir, y da simiente al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, antes hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié”.
La palabra –las buenas nuevas– es derramada como la lluvia. A medida que recibimos las buenas nuevas y las comprendemos más profundamente, si ejercemos fe, si creemos lo buenas que son, no importa cuán tibios hayamos sido con anterioridad, él podrá guardarnos sin caída, y presentarnos delante de su gloria irreprensibles (Judas 24). Si podemos comenzar a comprender lo que significa el que Dios nos ame a pesar de todo, si somos capaces de creerlo, esa palabra nos purificará. Juzgados, librados, purificados por la palabra.
En 1888, E.White dice que comenzó la lluvia tardía, y ¿qué sucedió? La gente comenzó a dirigir su atención al evangelio. El despliegue del evangelio en los últimos días es directamente proporcional a esa lluvia. Leemos en Deuteronomio 32, versículos 1 y 2: “Escuchad, cielos, y hablaré, y oiga toda la tierra los dichos de mi boca. Goteará como la lluvia mi doctrina, destilaré como el rocío mis razones, como la llovizna sobre la grama, y como las gotas sobre la hierba”. Observad en qué consiste esa lluvia: es el derramamiento de su palabra, su doctrina o enseñanza. Y ¿cuál es su obra? (versículo 3): “El nombre del Eterno proclamaré. Engrandeced a nuestro Dios”. ¿Qué significa el nombre? Muchos le dan hoy una gran importancia al nombre de Dios: Jehová, Yahvé (YHWH), Adonai, Elshadai… y si el nombre deja de escribirse o pronunciarse de la forma exacta, entonces para ellos ¡todo está mal! Pero el nombre significa mucho más que un simple rito. El nombre implica el carácter. Representa quién es esa persona; de quién se trata. Así, cuando Moisés dijo al Señor: “Ruégote que me muestres tu gloria”, el Señor le responde: “proclamaré el nombre de Jehová delante de ti”. Le dice virtualmente: ‘Presta atención, Moisés, te voy a mostrar mi nombre, te voy a mostrar todo mi bien’ (Éx. 33:18 y 19). ‘Te voy a mostrar quién soy’. Así, en Deuteronomio 32, cuando dice, “proclamaré el nombre del Eterno” (versículo 3), y que esa lluvia va a derramarse, ¿qué significado tiene en el Día de la expiación? Que finalmente va a desaparecer un velo, y un pueblo –por la fe– entrará en el lugar santísimo, y verá allí la shekinah, aquello que Moisés deseó ver. Lo verá a él cara a cara. A fin de que vosotros y yo podamos ser purificados plenamente, si es que hemos de ser limpiados de pecado, tenemos que comprenderlo plenamente: no que hayamos de llegar a saberlo todo sobre Dios, sino que debe desaparecer toda confusión. Sabremos quién es él, y lo veremos tan lleno de bondad, que nos daremos enteramente a él. Tal es la experiencia de la última generación.
Quisiera una vez más que vierais que eso es lo que sucede con la lluvia. En Deuteronomio 32, “el nombre del Eterno proclamaré. Engrandeced a nuestro Dios”, significa que nos muestra la grandeza de Dios. (Versículo 4) “Es la roca, su obra es perfecta, todos sus caminos son rectos. Dios es leal, ninguna iniquidad hay en él. Es justo y recto”. Observad la similitud entre eso y lo que se le respondió a Moisés.
Dios expone su carácter, que está implícito en su nombre, y se revela con ocasión de la lluvia tardía. Proverbios 1:23: “Volveos a mi reprensión. He aquí yo os derramaré mi espíritu, y os haré saber mis palabras”. Repitámoslo: “os derramaré mi espíritu, y os haré saber mis palabras”. ¿Podéis ver que el derramamiento del Espíritu está en relación con el conocimiento de su palabra, de la verdad?
Hay muchos textos al respecto, pero no disponemos ahora de tiempo para detenernos en ellos. Consideremos brevemente uno de esos textos; el de Isaías 28:10: “Porque mandamiento tras mandamiento, mandato sobre mandato, renglón tras renglón, línea sobre línea, un poquito allí, otro poquito allá”. Eso evoca la idea de un pueblo cavando profundamente en la mina de la verdad, tal como dijo Salomón en Proverbios 2:4 “si como a la plata la buscares, y la escudriñares como a tesoros”. Pablo expresa lo mismo al referirse a un pueblo hambriento de la palabra. En 1ª de Corintios 2:13, nos habla de un pueblo que tiene doctrina del Espíritu, que acomoda “lo espiritual a lo espiritual”, que cava profundamente en la verdad. En Isaías 28:12, a ese cavar profundamente se le llama reposo, el reposo del cansado, el refrigerio. Cuando tengo mucha sed, cuando estoy cansado y sediento, todo cuanto deseo es un vaso de agua. Algún día Laodicea se dará cuanta de lo seca y sedienta que en realidad está, y entonces clamará al Señor, y él enviará agua al que tiene sed. Será un mensaje de buenas nuevas que nos proporcionará tal seguridad y confianza en él; tan asegurados estaremos en su amor, que estaremos preparados para examinar sinceramente nuestros corazones. Cuando eso suceda, tendrá lugar una magnífica transformación. No seremos más como niños, llevados de aquí para allá de todo viento de doctrina, sino que habrá por fin un grupo que crecerá según la medida de la plenitud de Cristo: ya no estará más preocupado por sí mismo, sino que derramará su vida por la salvación de este mundo. Como dice en Hechos 17:6 que hicieron los apóstoles, trastornarán el mundo. ¿Estamos tú y yo dispuestos a formar parte de ese grupo?
En el juicio algo va a cambiar, porque Dios nos ofrece la oportunidad de sentarnos con él en su trono. ¿Qué pensáis que significa eso de compartir el trono del juicio con Cristo? Ofreció esos tronos a los discípulos. Sin duda, Jesús quería purificar a Israel, y destacarlo ante el mundo, haciendo de él ese grupo. Dios no predestinó a Israel al fracaso. Les ofreció sinceramente la oportunidad de ser ese pueblo, a fin de poder ‘revolucionar’ el mundo por su medio. Jesús dijo a los judíos, ‘He intentado reuniros, como hace la gallina con sus polluelos, pero no quisisteis’. Ese grupo selló entonces su rechazo. Ellos mismos pusieron fin a su tiempo de gracia. Dios espera ahora de su iglesia que sea ese grupo que el Israel literal no quiso ser. En Mateo 19, Jesús ofreció a sus discípulos la oportunidad de ser ese pueblo.
Dediquemos un momento a considerar la lucha que tenían los discípulos, al no haber comprendido el plan de la redención. Nada querían saber de la purificación del corazón. Pensaban en mansiones, en coronas, en visitar quizá las estrellas… en definitiva, un asunto de provecho personal. Para el cristiano, el lugar en el cielo no es lo importante; lo importante es Cristo, y éste crucificado. Los discípulos no lo comprendían. En Mateo 16 Jesús les dice: ‘Voy a la cruz’, y Pedro replica, ‘¡De ninguna manera, no permitas tal cosa!’ Jesús intentaba mostrarles el reino; intentaba hacerles ver que el reino de Dios no es esencialmente un lugar, sino que el reino de Dios ‘entre vosotros está’. Jesús dijo que el reino de Dios viene cuando su voluntad es hecha en la tierra como en el cielo. Tal fue la oración del Señor. Los discípulos no lo comprendían, y debido a eso, debido a su gran egoísmo, Jesús no les podía mostrar la cruz. ¡Había tantas cosas que deseaba decirles!, pero en Juan 16:12, tuvo que resignarse por el momento: ‘ahora no las podéis llevar’. Intentaba explicárselo, pero tenía que desistir. Es como si llevasen unas extrañas gafas de sol que les hiciesen ver todas las cosas a través de su interés personal: ‘¿Qué hay de bueno para mí? ¿Qué gano con ello?’
Jesús comenzó a mostrarles el verdadero reino: quería que ellos viviesen la vida de él. Jesús, tras haber sido interrogado sobre si es lícito que un hombre repudie a su mujer, respondió (Mat. 19:4,5): ‘Al principio, los dos eran una sola carne’, y el ideal de Dios es que el hombre no repudie jamás a su mujer. ‘Dios os concedió el divorcio por la dureza de vuestro corazón’, les dijo. Pero el matrimonio, dado en el Edén, es un símbolo o tipo de la redención: Cristo y su esposa, y él nunca la abandonará. Nunca deja de amarla. Leed algún día el relato de Oseas (os recomiendo la versión Dios Habla Hoy). Es la historia de un hombre que ve cómo se le quebranta el corazón en vida. Su esposa adúltera le arranca el corazón del pecho, lo echa por tierra, y lo pisotea ante sus ojos. Pero no obstante, él continua amándola. En Oseas 3:1, el relato nos dice que se trata de Cristo y su esposa. Así, los judíos decían a Jesús: ‘queremos el divorcio’. Y Jesús elevó ante ellos la norma; les presentó el ideal. La conclusión de los discípulos fue que era preferible no casarse. No estaban dispuestos a aceptar el ideal. Jesús les dijo (versículo 11): “No todos reciben esta palabra, sino aquellos a quienes es dado”. (12): “Porque hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre; y hay eunucos que son hechos eunucos por los hombres; y hay eunucos que se hicieron a sí mismos eunucos por causa del reino de los cielos; el que pueda ser capaz de eso, séalo”. ‘Todos no pueden aceptar eso’, dijo Jesús. ‘Algunos estarán dispuestos a andar todo el camino, a dejarlo todo por Cristo’. Entonces apareció el joven rico preguntándole qué tenía que hacer para ser salvo. –‘Guarda la ley’. El joven dijo: ‘Ya lo hago’, y Jesús le respondió: ‘Para ser perfecto, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo, y ven, sígueme’. El joven se fue triste. Jesús dijo entonces, mirando hacia los discípulos: ‘Os digo que más liviano trabajo es pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios’. ‘¡Dejadlo todo para seguirme!’ Sus discípulos se espantaron y exclamaron ‘¿Quién podrá ser salvo?’ ¡Cómo podían dejar todas las cosas que amaban, sin haber visto antes los encantos incomparables de Cristo, lo único que tiene valor!
Cuando Jesús eleva la norma, y tú y yo vemos la ley tal cual es, no meramente nuestra estrecha visión de ‘haz esto, no hagas aquello’, nos damos cuenta de lo imposible que es obtenerlo por la carne. Pero Jesús dijo: ‘Lo que es imposible para el hombre, es posible para Dios’. Dios va a preparar un pueblo de tal modo, que los justos requerimientos de la ley serán cumplidos en nosotros (Romanos 8:4). Se trata de un milagro. Es la gracia divina. Mientras intentaba explicarles eso a los discípulos, Pedro se acercó y le dijo: ‘Nosotros lo hemos dejado todo, ¿qué pues tendremos?’ ¿Acaso Pedro lo había dejado todo? Lo que Pedro había hecho era básicamente un buen negocio: había cambiado una vida ruda e incierta como pescador, a cambio de lo que creía la oportunidad de su vida: la perspectiva de un sitio destacado en aquel nuevo gobierno. Jesús conocía los pensamientos de Pedro, así que le dijo: “en la regeneración, cuando se sentará el Hijo del hombre en el trono de su gloria, vosotros también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel”. Pedro debió pensar: ‘¡Magnífico! ¡Que sea pronto!’ Hay un texto significativo: se trata de cuando Ana oraba por Samuel, refiriéndose a los pobres y los mendigos, y a la forma en que Dios los eleva y los hace herederos del trono de gloria. Pedro debía estar familiarizado con el Antiguo Testamento. Debió decirse a sí mismo: ‘Voy a formar parte del cumplimiento de la oración profética de Ana. Nos sentaremos en tronos. ¡Terciopelo y oro! ¡Magnífico!’ Es en ese contexto en el que Salomé vino a Jesús y le dijo: ‘Tengo que pedirte un pequeño favor: una vez establecidos esos doce tronos, ¿podrían sentarse mis dos hijos –Santiago y Juan– a tu derecha y a tu izquierda?’ Jesús le respondió: ‘No imaginas siquiera de lo que realmente se trata, porque mi trono está en el Gólgota, y estoy anhelante por producir una generación que va a apreciar la cruz, y que estará dispuesta a ir a ella conmigo’. Pero no comprendían, y luchaban contra esa idea.
En el juicio vemos un trono rodeado por otros 24 tronos. Sentado allí está el Anciano de días, el Padre mismo, ya que el trono representa la sede del gobierno; representa su esencia. Se nos indica que el fundamento del gobierno de Dios es ese amor sublime, libre de egoísmo. Algún día el mundo entero conocerá que el Padre posee todo el derecho a sentarse en ese trono. Cuando Jesús vino y se hizo hombre, dejó ese trono. A fin de poder regresar y sentarse de nuevo junto a su Padre en el trono, debió recorrer todo el camino hasta la cruz. Así, en Apocalipsis 5 vemos al Hijo viniendo al trono del Padre, y también en Daniel 7. ¿Qué es lo que lo hace digno de sentarse en el trono de su Padre? Es el haber vencido por “su sangre”. Y así, en la última generación, Dios espera que haya un grupo que no ha resistido todavía hasta la sangre, para seguir al Cordero por dondequiera que va. Y en el juicio, Dios mismo se pone a prueba, ya que él ha dicho, no solamente que la ley puede ser obedecida, sino que eso no es algo difícil –‘Mis mandamientos no son gravosos’ (1 Juan 5:6). Ha dicho que el yugo de Jesús no es pesado, sino ligero, a condición de que comprendamos la grandeza de su bondad.
Dios va a preparar a una generación que expondrá ante todo el universo que cuando discernimos claramente el amor de Dios, es más fácil hacer el bien, que el mal.
Incluso en carne pecaminosa y en medio de todas las tentaciones del diablo, los 144.000 serán la mejor evidencia en el juicio de que Dios es exactamente quien dice ser: que Dios es amor.
Oremos:
Amante Padre celestial, mereces tanto, y te hemos dado tan poco… Ayúdanos a comprender lo tardía que es la hora en la que vivimos. Que podamos redimir el tiempo. Con todo el poder del universo que creaste, derrama la lluvia, las buenas nuevas, para que nuestros corazones puedan ser uno, y para que cautivados por ti podamos sentarnos contigo en el trono. Que comprendamos lo que significa vencer como Jesús venció. Gracias por ese gran privilegio y responsabilidad. Te rogamos que nos despiertes. En el nombre de Jesús, Amén.