Diez
grandes
verdades
del evangelio
que hacen único
el mensaje de 1888
Compilación de Robert J. Wieland
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10....................
Se presenta cada uno de los diez aspectos
atendiendo a:
1.
Su base bíblica
2.
La
contribución de Jones y Waggoner
3. Los “Amén” de Ellen White
Traducción: http://www.libros1888.com
Prefacio
“En su
gran misericordia el Señor envió un preciosísimo mensaje a su pueblo por medio
de los pastores Waggoner y Jones”, dice Ellen White en una de sus muchas y
entusiastas declaraciones (Testimonios para los ministros, 91).
El
mismo mensaje que tanto gozo y ánimo trajo a muchos hace un siglo, reaviva aún
el espíritu allí donde se lo proclama. En este resumen esperamos dar respuesta
a algunas cuestiones:
En las
1.821 páginas de The Ellen G. White 1888 Materials se encuentran
respuestas a todas esas cuestiones. Pero la piedra de toque última para toda
verdad es la propia Biblia. Esta compilación pretende ayudar a disponer de un
resumen de fácil lectura, expresado en forma de diez aspectos esenciales del
mensaje de 1888 que lo caracterizan y lo hacen singular, en las palabras de los
propios mensajeros de 1888, junto a su apoyo bíblico y de Ellen White.
Comité
para el estudio del mensaje de 1888 (1998)
(índice)
Cristo ha efectuado ya algo en favor de todo ser humano. Murió
la segunda muerte “por todos”, y eligió así a todo hombre para que fuese salvo.
En ese sentido es cierto que “salvó el mundo”. La apreciación de lo que realizó
Cristo en su sacrificio permitirá que Laodicea asimile el significado de la
verdadera fe y el sentido profundo de gloriarse en la cruz.
La
enseñanza bíblica
(a)
Cuando Cristo “murió por todos”, cuando experimentó “la muerte en beneficio de
todos”, esa muerte tuvo que ser la segunda, puesto que aquello a lo que
ordinariamente nos referimos como muerte (la primera muerte), la Biblia lo
denomina “sueño”, y es algo que todos experimentan, con la excepción de los que
hayan de ser trasladados (Juan 1:11-13; 1 Tes 4:16-17). Por lo tanto, no hay
razón por la que nadie haya de morir finalmente la segunda muerte, si no es
porque resistió o rechazó la salvación que se le dio ya “en Cristo” (la palabra
“descuidamos”, de Hebreos 2:3, contiene la noción de desprecio. Ver su uso en
Mateo 22:5).
(b)
Cuando Cristo fue bautizado (Mat 3:17), el Padre aceptó en él a toda la raza
humana. Así, Cristo es ya “el Salvador del mundo” (Juan 4:42; 1 Juan 4:14).
Nadie necesita dudar que el Señor lo ha aceptado en él. Pero si bien Cristo es
el “Salvador de todos los hombres”, lo es “en especial de los que creen” (1 Tim
4:10. La voz griega del NT malista, significa “en especial”, “especialmente”,
“con plena efectividad”, etc. Ver Gál 6:10). Nuestra salvación no depende de
que iniciemos una relación con él, sino que depende de nuestra respuesta a la
relación que él inició ya con nosotros.
(c)
Cristo “abolió la muerte” (la segunda, 2 Tim 1:10). Puesto que nadie tiene por
qué perderse al fin a menos que escoja rechazar lo que Cristo efectuó ya por
él, lo único que puede determinar su perdición es su incredulidad (Juan
3:16-19). Cristo “sacó a la luz la vida y la inmortalidad por medio del
evangelio” (2 Tim 1:10). Para todos, creyentes e incrédulos, “sacó a la luz la
vida”; y para aquellos que creen, además, “la inmortalidad”.
(d) En
Romanos 5:15-18, Pablo expone lo que Cristo efectuó en la cruz. La proclamación
de la emancipación de los esclavos hecha en 1863 (por Abraham Lincoln), es una
ilustración de ese “veredicto de absolución” o “justificación” por “todos los
hombres”. Lincoln aseguró a todo esclavo perteneciente a los territorios
confederados la libertad desde el punto de vista legal; pero nadie pudo
experimentarla, a menos que: (1) oyese las buenas nuevas, (2) las creyera, y
(3) le motivaran a vivir en libertad.
Cómo
lo comprendieron Jones y Waggoner
“Cristo
ha hecho todo eso gratuitamente. ¿En favor de cuántos lo hizo? ¿En favor de
toda alma? [Congregación: ‘Sí’]. Dio todas las bendiciones que posee a cada
alma que puebla el mundo; escogió a cada una de ellas; la escogió en Cristo
antes de la fundación del mundo, la predestinó a la adopción de hijo, y la hizo
acepta en el Amado (Ellen White aplica esta expresión de Efesios 1:6
globalmente a la raza humana. El Deseado de todas las gentes, 87).
El que
tú y yo se lo permitamos no es ahora la cuestión. Me compró desde antes de la
fundación del mundo. Por lo tanto, ¿de quién somos? [Congregación: ‘del
Señor’].
¿Cómo
puede ser que alguien dude acerca de si es o no del Señor? ‘El que no cree a
Dios, lo hace mentiroso’. Puede no hacerlo en muchos otros aspectos, pero en el
momento en que admite la duda acerca de si es o no del Señor, permite que la
incredulidad lo controle y da crédito a Satanás, echándolo todo a perder.
No
obstante, el Señor no tomará sin nuestro permiso aquello que compró. Hay una
línea que Dios mismo ha marcado como terreno de la soberanía de cada ser, y él
se abstiene escrupulosamente de traspasarla sin nuestro consentimiento, seamos
ángeles o seamos personas. Pero si le damos permiso, vendrá con todo lo que él
significa”.
El valor práctico de esa verdad
“Supón
que te levantas por la mañana con dolor de cabeza, que has tenido una mala
digestión y te encuentras enfermo. ¿Cómo sabes que eres del Señor?
[Congregación: ‘Porque así lo dice él’]. Algunas veces hacemos preguntas a las
personas, y obtenemos respuestas como las que siguen:
–¿Le
han sido perdonados los pecados? ‘Sí, me convencí de que se me habían
perdonado, por un tiempo’.
¿Qué lo
convenció de ello? ‘Sentí que se me habían perdonado’.
Sintieron, pero
no supieron nada de ello. No presentaron la más mínima evidencia de que
sus pecados hubiesen sido perdonados. La única evidencia que podemos tener de
que eso es así es que así lo dice Dios. Nunca os fieis de los sentimientos. Son
tan variables como el viento.
No
necesitamos albergar dudas acerca de si somos del Señor. Pero muchos no se han
sometido al Señor, y en la práctica no son de él. Él los ha hecho suyos por su
compra. ¿Cómo pueden ahora saber que son de él? -Por su palabra”.
Esas buenas nuevas, ¿significan licencia para pecar?
“Ocasionalmente
oímos cómo algunos consideran que lo referido pudiese significar licencia para
el pecado. –No; no significa eso. Os salvará de pecar. Cuando el hombre elige
ser del Señor, entonces Dios obra en él tanto el querer como el hacer, por su
buena voluntad. Allí está el poder divino; no hay ninguna licencia para el
pecado. Al contrario: es la única forma de que no la haya.
¿Cuándo
nos compró? [Congregación: ‘Antes de la fundación del mundo’]. ¿Qué clase de
personas éramos antes de la fundación del mundo? ¿Pecadores, como lo somos
ahora? ¿Seres reprobables, deseosos de transitar en caminos reprobables? ¿No
haciendo profesión de religión y sin estar particularmente interesados en ello?
¿Es así como nos compró? [Congregación: ‘Sí’]. Y compró nuestros pecados.
Isaías lo describe así: ‘Herida, hinchazón y podrida llaga. No están curadas’.
Por lo
tanto, a mí toca el decidir si prefiero tener mis pecados, o tenerlo a él.
¿Acaso no depende de mí? [Congregación: ‘Sí’]. Cuando se señala vuestro pecado,
decid: ‘Prefiero tener a Cristo, que a eso’ " (Jones, General
Conference Bulletin 1893, sermón nº 17, selección).
Lo que Cristo efectuó
“Dios
ha traído la salvación a todos los hombres, y la ha dado a cada uno de
ellos; pero desgraciadamente, la mayoría la desprecia y desecha. El juicio revelará
el hecho de que a cada ser humano se le dio la plena salvación, y también que
todo perdido lo fue por rechazar deliberadamente el derecho de primogenitura
que se le dio como posesión” (Waggoner, Las Buenas Nuevas. Gálatas
versículo a versículo,
15-16).
“Alguno
dirá irreflexivamente: 'Eso me tranquiliza: por lo que respecta a la ley puedo
hacer lo que quiera, puesto que todos fuimos redimidos'. Es cierto que todos
fueron redimidos, pero no todos han aceptado la redención. Muchos dicen
de Cristo: ‘No queremos que este hombre reine sobre nosotros’, y alejan de
ellos la bendición de Dios. Pero la redención es para todos. Todos han sido
comprados con la preciosa sangre –la vida– de Cristo, y todos pueden, si así lo
quieren, ser librados del pecado y de la muerte” (Waggoner, Las
Buenas Nuevas. Gálatas versículo a versículo, 74-75).
Ilustraciones
de Ellen White
“Jesús
conoce las circunstancias particulares de cada alma. Cuanto más grave es la
culpa del pecador, tanto más necesita del Salvador. Su corazón rebosante de
simpatía y amor divinos se siente atraído ante todo hacia el que está más
desesperadamente enredado en los lazos del enemigo. Con su sangre firmó Cristo
los documentos de emancipación de la humanidad” (El ministerio de curación,
59).
“[Cristo]
se apoderó del mundo sobre el cual Satanás pretendía presidir como en su
legítimo territorio. En la obra admirable de dar su vida, Cristo restauró a
toda la raza humana al favor de Dios” (Mensajes selectos vol. 1, 402).
“Por
medio de su obediencia a todos los mandamientos de Dios, Cristo efectuó la
redención de los hombres. Esto no fue hecho convirtiéndose [Cristo] en otro,
sino tomando él mismo la humanidad. Así, Cristo dio a la humanidad la
posibilidad de existir gracias a lo que él hizo. La obra de la redención es
poner a la humanidad en comunión con Cristo, efectuar la unión de la raza caída
con la divinidad” (Mensajes selectos vol. 1, 294).
“Se ha
pagado el precio de la redención para la raza humana” (Review and Herald,
3 junio 1890).
“Cristo
hizo su sacrificio por el mundo” (Palabras de vida del gran Maestro, 243).
“Cristo...
redimió la desgraciada caída de Adán, y salvó al mundo” (My Life Today,
323).
(índice)
Gracias a su cruz y a su ministerio sacerdotal en curso, Cristo
está atrayendo a “todos los hombres” al arrepentimiento. Su amor y gracia son
tan poderosos e insistentes, que el pecador tiene que resistirlos a fin de
perderse.
La
enseñanza bíblica
(a)
Toda la vida y felicidad de las que el mundo disfruta son la compra del
sacrificio de Cristo (Juan 6:32-33, 35, 50-53; El Deseado de todas las
gentes, 615). La cruz del Calvario está estampada en cada pan. La
comprensión de la verdad de esa gran deuda que tenemos para con él, es la base
de toda experiencia cristiana genuina.
(b) Si
Cristo no hubiese muerto por el mundo, no existiría ninguno de nosotros. El
Padre puso sobre él las transgresiones del mundo entero (2 Cor 5:19; Isa 53:5-6).
Así, de una forma muy real, el sacrificio de Cristo ha justificado a “todos los
hombres” al emitir en su favor un decreto de absolución, en lugar del “juicio”
y “condenación” que les correspondía “en Adán” (Rom 3:23-24; 5:15-18). Cuando
el pecador oye y cree la verdad, experimenta la justificación por la fe (Rom
4:25; Efe 2:8-10).
(c) Los
perdidos niegan deliberadamente esa justificación que Cristo ha efectuado por
ellos, tomando de nuevo sobre sí la “condenación” (Heb 10:29; 2 Cor 6:1; El
camino a Cristo, 27).
(d) Los
creyentes en Cristo pueden decir que “él es la propiciación por nuestros
pecados”. Pero “no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el
mundo” (1 Juan 2:2). “Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo único
para que todo el que crea en él no perezca, sino tenga vida eterna” (Juan
3:16). Dado que pagó el precio de todos nuestros pecados, la única razón por la
que alguien puede perderse es porque rehúse creer, apreciar el don que ya le
fue dado “en él” (Juan 3:18). Dios no nos condena por doble partida, ya que “el
Eterno cargó sobre él el pecado de todos nosotros” (Isa 53:6). ¿Cómo cargaría
nuevamente el pecado sobre nosotros, se pregunta Pablo en Romanos 8:33 al 39?
Son los perdidos quienes vuelven a cargarlos sobre sí.
(e)
Todo ello se puede resumir en un veredicto judicial de absolución y vida para
todos los hombres (como traduce Romanos 5: 16-18; NEB).
Quien cree estas buenas nuevas, resulta motivado a una total consagración a
Cristo (2 Cor 5:14-15).
La
comprensión de Waggoner
“‘Por
una justicia vino la gracia a todos los hombres para justificación de vida’. No
hay aquí ninguna excepción. Así como la condenación vino a todos los hombres, también
la justificación. Cristo gustó la muerte por todos. Se dio a sí mismo por
todos; se dio a cada uno. El don gratuito vino a todos. El hecho de que sea un
don gratuito es evidencia de que no hay excepción alguna. Si hubiese venido
solamente sobre aquellos que hubiesen tenido alguna calificación especial, no
habría sido un don gratuito.
Por lo
tanto, es un hecho claramente establecido en la Biblia que el don de la
justicia y de la vida en Cristo ha venido a todo hombre en el mundo. No hay la
más mínima razón por la que todo hombre que jamás haya vivido tenga que dejar
de ser salvo para vida eterna, excepto porque no lo reciba. ¡Cuántos desprecian
el don que se ofrece tan generosamente!...
Dice el
texto que ‘por la obediencia de Uno los muchos serán constituidos justos’.
Alguien puede preguntarse: ‘¿Por qué no son todos constituidos justos por la
obediencia de Uno?’ La razón es que no todos lo desean así...
El don
gratuito viene a todos, pero no todos lo aceptan; por consiguiente, no todos
son hechos justos por él...
La
muerte pasó a todos los hombres, puesto que todos han pecado, y el don de la justicia
vino sobre todos los hombres en la vida de Cristo” (Waggoner, Carta
a los Romanos, 120-122).
Jones,
en perfecta armonía
“¿A
quién justifica el Señor? [Congregación: ‘Al impío’]. Si fuese de otra manera,
no habría para mí esperanza alguna. Si hubiese justificado solamente a personas
que tuvieran algo de bueno en ellas mismas, yo quedaría excluido. Pero gracias
sean dadas al Señor por su gran bondad. Dado que él justificó al impío (Rom
6:6, 8 y 10), tengo la perfecta seguridad de su salvación eterna. ¿Os parece
que hay alguna cosa capaz de impedir mi felicidad? ‘Al que no obra’: si
requiriese obras, nunca podría aportar las suficientes. Pero como leímos anoche:
‘De balde fuisteis vendidos. Por tanto, sin dinero seréis rescatados’ (Isa
52:3). Sin dinero; no sin precio. Pero él ha pagado ya ese precio. He oído
decir a algunos hermanos: ‘Doy gracias al Señor porque confío en él’. Sin
embargo, yo le doy gracias porque él confía en mí. Es muy poca cosa el que el
hombre confíe en el Señor; pero que el Señor confíe en mí, es algo que va más
allá de mi comprensión. Y estoy agradecido porque el Señor haya tenido esa
confianza al arriesgarse de esa forma por mí.
‘David
habla también de la dicha del hombre a quien Dios atribuye justicia aparte de
las obras’ (Rom 4:6). ¿Hay alguien aquí que conozca la miseria del que procura
obtener la justicia por las obras?
‘Para
que la bendición de Abraham fuese sobre los Gentiles en Cristo Jesús’ (Gál
3:14). Cuando nosotros como pueblo, como iglesia, hayamos recibido la bendición
de Abraham, ¿qué vendrá entonces? [Congregación: ‘La lluvia tardía’]. ¿Qué
podría, pues, impedir el derramamiento del Espíritu Santo? [Voz: ‘La
incredulidad’]. Nuestra carencia de la justicia de Dios, que viene por la fe;
eso es lo que lo retiene” (Jones, General
Conference Bulletin 1893, sermón 16, selección).
Cristo obró desde el principio
“‘Nos
hizo aceptos en el Amado’ (Efe 1:6). ¿Cuándo fue eso? [Congregación: ‘Antes de
la fundación del mundo’]. Lo hizo todo antes de que tuviésemos la menor
oportunidad de hacer nada –mucho antes de que naciéramos–, antes que el mundo
fuese creado. ¿No veis como es el Señor quien obra, a fin de que podamos ser
salvos y podamos tenerlo a él?
Por lo
tanto, podemos estar seguros de que nos escogió. Él afirma que es así. Podemos
estar seguros de que nos predestinó a la adopción de hijos. Podemos estar
seguros de todas estas cosas, pues es Dios quien las declara, y así han de ser.
¿No se trata acaso de un inmenso festín?” (Jones, General
Conference Bulletin 1893, nº 17, selección).
“Todos
los que estaban en el mundo estaban incluidos en Adán; y todos los que están en
el mundo están incluidos en Cristo. Dicho de otro modo: Adán, con su pecado,
afectó a todo el mundo; Jesucristo, el segundo Adán, afecta en su justicia a
toda la humanidad...
Encontramos
aquí a otro Adán. ¿Afecta a tantos como afectó el primer Adán? Esa es la
cuestión... Ciertamente lo que hizo el segundo Adán afecta a todos los que
resultaron afectados por lo que hizo el primero...
El
asunto es: ¿Afecta la justicia del segundo Adán a tantos como afectó el pecado
del primer Adán? Examinadlo detenidamente. Totalmente al margen de nuestro
consentimiento, sin nada que ver con él, estuvimos incorporados al primer Adán;
estábamos allí...
Jesucristo,
el segundo hombre, tomó nuestra naturaleza pecaminosa. Nos tocó ‘en todo’. Se
hizo nosotros y murió la muerte. Así, en él y en ello, todo hombre que
haya poblado la tierra y que estuviera implicado en el primer Adán, está
igualmente implicado en esto, y volverá a vivir. Habrá una resurrección de los
muertos, tanto de justos como de injustos. Toda alma se levantará –por virtud
del segundo Adán– de la muerte que el primero trajo... (N.T. Ver 1 Cor
15:22; Hech 24:15; Juan 5:28-29; El conflicto de los siglos, 599).
Siendo
Cristo quien nos ha liberado del pecado y la muerte que vinieron sobre nosotros
por el primer Adán, esa liberación es para todo hombre, y cada uno puede
poseerla si así lo elige.
El
Señor no obligará a nadie a aceptarla... Nadie sufrirá la segunda muerte sin
haber escogido el pecado en lugar de la justicia, la muerte en lugar de la vida”
(Jones, General
Conference Bulletin 1895, nº 14).
Testimonio
de Ellen White
“Todas
nuestras bendiciones nos llegan por medio del don inestimable de Cristo. La
vida, la salud, los amigos, la razón, la felicidad, son nuestros gracias a los
méritos de Cristo. ¡Oh, que los jóvenes y los ancianos comprendan que todo nos
viene por medio de la virtud de la vida y de la muerte de Cristo, y reconozcan
la propiedad de Dios!” (Hijos e hijas de Dios, 240 –N.T.).
“‘De
tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito’. Mediante este
don único, todos los demás se imparten a los hombres. Diariamente todo el mundo
recibe las bendiciones de Dios. Cada gota de lluvia, cada rayo de luz
prodigados sobre la humanidad ingrata, cada hoja, flor y fruto, testifican de
la tolerancia de Dios y de su gran amor”. “Todas las bendiciones de esta vida y
de la vida venidera nos son entregadas con el sello de la cruz del Calvario” (Palabras
de vida del gran Maestro 243 y 296 –N.T.).
“Si
Jesús no hubiera muerto como nuestro sacrificio y no hubiera resucitado, nunca
hubiéramos conocido la paz, nunca hubiéramos sentido gozo, sino tan sólo
habríamos experimentado los horrores de la oscuridad y las aflicciones de la
desesperación. Por lo tanto, sólo la alabanza y la gratitud sean el lenguaje de
nuestro corazón. Toda nuestra vida hemos participado de sus beneficios
celestiales y recibido las bendiciones de su expiación sin par. Por lo tanto,
es imposible que concibamos la degradada condición... de la cual nos ha
levantado Cristo” (En los lugares celestiales, 36 –N.T.).
“Todo miembro
de la familia humana es puesto enteramente en las manos de Cristo... La cruz
está grabada en todo don, y lleva la imagen y sobreescritura de Jesucristo” (MS
36, 1890).
“Jesús,
el Redentor del mundo, se interpone entre Satanás y cada alma... Los pecados de
cada uno que haya vivido sobre la tierra fueron puestos sobre Cristo,
testificando del hecho de que nadie tiene que ser un perdedor en el conflicto
con Satanás” (Review and Herald, 23 mayo 1899).
“Tan
pronto como hubo pecado, hubo un Salvador. Cristo sabía que tendría que sufrir,
sin embargo se hizo el sustituto del hombre. Tan pronto como Adán pecó, el Hijo
de Dios se presentó a sí mismo como garantía para la raza humana, con tanto
poder para desviar la condenación pronunciada sobre el culpable, como cuando
murió sobre la cruz del Calvario” (Id, 12 marzo 1901).
“Puedes
decir que crees en Jesús cuando tienes una apreciación del coste de la
salvación. Puedes pretender tal cosa cuando sientes que Jesús murió por ti en
la cruel cruz del Calvario; cuando tu fe comprende de una forma inteligente que
su muerte hace posible para ti el que ceses de pecar, y perfecciones un
carácter justo por la gracia de Dios, que se te otorga como la compra de la
sangre de Cristo” (Id, 24 julio 1888).
(índice)
La conclusión es que resulta fácil ser salvo, y difícil
perderse, tras haber comprendido y creído lo buenas que son las buenas nuevas.
Lo difícil es aprender a creer el evangelio. Jesús enseñó esa verdad.
La
enseñanza bíblica
(a) La
parte de Dios es amar, obrar y dar; nuestra parte es creer (Juan 3:16-17). “Si
puedes creer, al que cree todo es posible” (Mar 9:23). Ahora bien, es
fundamental comprender el significado bíblico de “creer” (Rom 10:10).
(b) “Mi
yugo es fácil y ligera mi carga”; y resistirse es “dar coces contra el aguijón”,
es “dura cosa” (Mat 10:30; Hech 9:5; 26:14).
(c) Se
debe a que “el amor de Cristo nos constriñe”. El amor de Cristo es activo, no
pasivo. Quien cree al evangelio, no puede continuar viviendo para sí (Rom 6:1,
2, 14-15; 2 Cor 5:14; Palabras de vida del gran Maestro, 274).
(d) El
amor de Cristo por cada persona individual es infinitamente mayor que el de un
padre por su hijo (Sal 27:10; 103:13).
(e) Dar
“coces contra el aguijón” es resistir la convicción del Espíritu Santo a
propósito de las buenas nuevas (Juan 16:7-11).
(f) La
luz disipa las tinieblas, la gracia sobreabunda al pecado, y el Espíritu Santo
es más poderoso que la carne (Juan 1:5,9; Rom 5:20; Gál 5:16-17).
(g)
Dios guía a toda persona al arrepentimiento, a pesar de que muchos rehúsen su
conducción (Rom 2:4).
Así
lo comprendió Jones
“Cuando
reina la gracia, es más fácil hacer el bien que hacer el mal. Tal es la
comparación: De la misma forma en que reinaba el pecado, reina ahora la gracia.
Cuando reinaba el pecado, lo hacía contra la gracia; es decir, repelía todo el
poder de la gracia que Dios había proporcionado; pero cuando se rompe el poder
del pecado y reina la gracia contra el pecado, repele todo el poder de este.
Así, es literalmente cierto que bajo el reino de la gracia es más fácil hacer
el bien que hacer el mal; tanto como cierto era que bajo el reino del pecado es
más fácil obrar el mal que el bien” (Jones, Review and Herald, 25 julio
1899).
Recibiendo el poder de la gracia
“Es
imposible insistir demasiado en el hecho de que bajo el reino de la gracia es
tan fácil la práctica del bien, como lo es la del mal en el reino del pecado.
Así tiene que ser, puesto que de no haber mayor poder en la gracia que en el
pecado, no podría haber salvación del pecado...
La
salvación del pecado depende ciertamente de que haya mayor poder en la gracia,
del que hay en el pecado... La gran dificultad para el hombre ha consistido
siempre en obrar el bien. Pero eso es así debido a que de forma natural el
hombre está esclavizado a un poder –el poder del pecado– que es absoluto en su
reino. Y por tanto tiempo como rige ese poder es, no ya difícil, sino imposible
hacer el bien que uno debe y quiere hacer. Pero permítase que tome el control
un poder superior: ¿no está claro que será tan fácil servir a la voluntad del
poder superior -cuando reina- como lo fue servir a la del otro poder cuando
reinó?
Pero la
gracia no es sólo más poderosa que el pecado... Eso, con ser bueno, no lo es
todo... La gracia es mucho más poderosa que el pecado. ‘Donde se agrandó el
pecado, tanto más sobreabundó la gracia’ (Rom 5:20). Entonces el servicio a
Dios será verdaderamente ‘en novedad de vida’. Su yugo resultará entonces
‘fácil’, y ‘ligera’ su carga; su servicio está entonces caracterizado por el
‘gozo inefable y glorificado’ (1 Ped 1:8)” (Id, 1 septiembre 1896).
“Consideremos
esta noche al hombre que no cree para nada en Jesús... Si decide tener a Cristo
como a su Salvador, si quiere abundante provisión para todos sus pecados, y
salvación de todos ellos, ¿tiene Cristo que hacer algo ahora, a fin de proveer
para los pecados de tal hombre, o para salvarlo de ellos? No: ya lo hizo. Hizo
abundante provisión a favor de todo hombre en los días de su carne, y todo
aquel que cree en él, lo recibe sin necesidad alguna de que vuelva a repetirse
ninguno de los hechos que tuvieron lugar. ‘Habiendo ofrecido por los pecados un
solo sacrificio para siempre’ (Heb 10:12)” (Jones, General
Conference Bulletin 1895, nº 14).
Waggoner
coincidió
“El
nuevo nacimiento trasciende totalmente al viejo. ‘Si alguno está en Cristo, es
una nueva creación. Las cosas viejas pasaron, todo es nuevo. Y todo esto
proviene de Dios’ (2 Cor 5:17-18). El que toma a Dios como la porción de su
herencia (Sal 16:5), tiene en su interior un poder que obra para justicia,
mucho más fuerte que el poder de sus tendencias heredadas al mal; tanto como
más poderoso es nuestro Padre celestial que nuestros padres terrenales”
(Waggoner, The Everlasting Covenant, 66).
"No
debemos intentar corregir las Escrituras, y decir que la bondad de Dios tiende
a llevar al hombre al arrepentimiento. La Biblia dice que lo hace,
que guía al arrepentimiento, y podemos tener la seguridad de que así es. Todo
hombre es llevado al arrepentimiento tan seguramente como que Dios es bueno.
Pero no todos se arrepienten. ¿Por qué? Porque desprecian las riquezas de la
benignidad, paciencia y benevolencia de Dios, y escapan de la misericordiosa
conducción del Señor. Pero todo aquel que no resista al Señor será guiado con
seguridad al arrepentimiento y la salvación” (Waggoner, Carta
a los Romanos, 48).
“Permaneciendo
en el Espíritu, andando en el Espíritu, la carne con sus concupiscencias no
tiene más poder sobre nosotros del que tendría si estuviésemos realmente
muertos y enterrados... La carne sigue siendo corruptible, sigue estando llena
de malos deseos, siempre dispuesta a rebelarse contra el Espíritu; pero por
tanto tiempo como sometamos la voluntad a Dios, el Espíritu mantiene la
carne a raya... El Espíritu de vida en Cristo –la vida de Cristo–, se da
gratuitamente a todos. ‘El que tenga sed y quiera, venga y tome del agua de la
vida de balde’ (Apoc 22:17)” (Waggoner, Las Buenas Nuevas. Gálatas,
versículo a versículo,
150).
“¡Gracias
a Dios por la bendita esperanza! La bendición ha venido a todos los hombres.
‘Así como por el delito de uno vino la condenación a todos los hombres, así
también por la justicia de uno solo, vino a todos los hombres la justificación
que da vida’ (Rom 5:18). Dios, que no hace acepción de personas, nos bendijo en
Cristo con toda bendición espiritual en los cielos (Efe 1:3). El don es
nuestro, y se espera que lo guardemos. Si alguien no tiene la bendición, es
porque no ha reconocido el don, o bien porque lo ha rechazado deliberadamente"
(Las
Buenas Nuevas. Gálatas, versículo a versículo, 81).
Ellen White
respaldó las buenas nuevas
“No
deduzcamos, sin embargo, que el sendero ascendente es difícil y la ruta que
desciende es fácil. A todo lo largo del camino que conduce a la muerte hay
penas y castigos, hay pesares y chascos, hay advertencias para que no se
continúe. El amor de Dios es tal, que los desatentos y los obstinados no pueden
destruirse fácilmente... A lo largo del áspero camino que conduce a la vida
eterna hay también manantiales de gozo para refrescar a los fatigados” (El discurso
maestro de Jesucristo, 117-119).
“El
amor infinito ha trazado un camino por el cual los rescatados del Señor pueden
pasar de la tierra al cielo. Ese camino es el Hijo de Dios. Ángeles guías son
enviados para dirigir nuestros pies vacilantes. La gloriosa escalera del cielo
desciende al camino de cada uno, impidiendo su tránsito hacia el vicio y la
locura. El que quiere entregarse a una vida de pecado tiene que pisotear al
Salvador crucificado. Nuestro Padre celestial nos está llamando: ‘Venid más
arriba’” (Nuestra elevada vocación,
13 -N.T.).
(índice)
Cristo es el buen Pastor que nos busca como a una oveja perdida,
incluso aunque no lo hayamos buscado a él. Una comprensión errónea de su
carácter nos hace suponer que intenta ocultarse de nosotros. No hay ninguna
parábola de una oveja perdida que tenga que ir en busca de su pastor.
La
enseñanza bíblica
(a) Esa
verdad fluye de forma lógica y natural como buenas nuevas del evangelio (Luc
15:1-10). Es un error ver a Dios como alguien que nos considera con
indiferencia hasta que tomamos la iniciativa y le obligamos a salir de su
escondite. La verdad, por el contrario, es que él nos busca (Sal 119:176; Eze
34:16). (Hay dos verbos hebreos que encontramos traducidos como “buscar” en
nuestras Biblias. Uno de ellos significa hacer algo para hallar alguna
cosa o persona que está perdida. Ese verbo nunca lo encontramos en los pasajes
en los que Dios nos amonesta a “buscarlo”, como si fuese difícil encontrarlo
por esconderse de nosotros. El otro verbo significa “estar atento a”, “inquirir”.
En 1 Samuel 28:7 encontramos ambos verbos en una sola frase. El que se traduce
en ese lugar como “pregunte” o “consulte”, es el que se emplea en Isaías 55:6: “Buscad
a Jehová mientras puede ser hallado”. Lo que está diciendo realmente el Señor
es: ‘Preguntad, consultad, estad atentos a Jehová, mientras puede ser
hallado’.
(b) Si
alguien es salvo al fin, será por la iniciativa de Dios; si se pierde, será por
su propia iniciativa (Jer 31:3; Juan 3:16-19).
(c)
Nuestra salvación no gravita sobre el hecho de que mantengamos una relación con
Dios, sino de que creamos que él está a la puerta y llama, que lo está haciendo
todo para mantener una relación con nosotros, a menos que la rechacemos (Apoc
3:20).
¿Cómo
comprendió Waggoner ese concepto?
“No
sólo nos llama, sino que nos atrae. Nadie podría acudir a él sin esa atracción.
Cristo fue levantado de la tierra a fin de atraer a todos a Dios. Él gustó la
muerte por todo hombre (Heb 2:9), y mediante él todo hombre tiene acceso a
Dios. Deshizo en su propio cuerpo la enemistad –el muro que separa al hombre de
Dios–, de manera que nada puede apartar de Dios al hombre, si es que éste no
reedifica la barrera.
El
Señor nos atrae a sí sin hacer uso de la fuerza. Llama, pero no conmina” (Waggoner,
Carta
a los Romanos, 171).
“Dios
ha dispuesto la salvación para toda alma que jamás habitara este mundo”
(Waggoner, Carta a los
Romanos, 176).
“Cristo
se da a todo hombre. Por lo tanto, cada uno recibe la totalidad de Cristo. El
amor de Dios abarca al mundo entero, a la vez que llega individualmente a cada
persona. El amor de una madre no disminuye al dividirse hacia cada uno de sus
hijos, de forma que estos no reciban más que la tercera, cuarta o quinta parte
de él. No: cada hijo es objeto de todo el amor de su madre. ¡Cuánto más será
así con Dios, cuyo amor es más perfecto que el de la mejor madre imaginable!
(Isa 49:15). Cristo es la luz del mundo, el Sol de justicia. Pero la luz que
ilumina a un hombre en nada disminuye la que alumbra a los demás. Si una
habitación está perfectamente iluminada, cada uno de sus ocupantes se beneficia
de la totalidad de la luz existente, tanto como si fuese el único presente en
aquel lugar. Así, la luz de Cristo alumbra a todo ser humano que viene a este
mundo...
Cuán a
menudo oímos a personas lamentarse en estos términos: 'Soy tan pecador que el
Señor no me aceptará'. Incluso algunos que han profesado ser cristianos durante
años, expresan el deseo tristemente incumplido de lograr seguridad de la
aceptación por parte de Dios. Pero el Señor no ha provisto razón alguna para
tales dudas. Nuestra aceptación queda asegurada por siempre. Cristo nos ha
comprado y pagó ya el precio.
¿Cuál
es la razón por la que alguien va a la tienda y compra un artículo? -Porque
está interesado en él. Si tras haberlo examinado ha pagado su precio, de forma
que es consciente de lo que compró, ¿temerá el vendedor que el comprador no
acepte el artículo? Al contrario, si le retiene el producto, el comprador
protestará así: ‘¿Por qué no me entrega aquello que me pertenece?’ A Jesús no
le resulta indiferente si nos entregamos o no a él. Se interesa con un ansia
infinita por cada alma que compró con su propia sangre. ‘El Hijo del hombre
vino a buscar y a salvar lo que se había perdido’ (Luc 19:10)” (Waggoner, Las
Buenas Nuevas. Gálatas, versículo a versículo, 12-13).
Jones
sostuvo la misma posición
“Siempre
ha sido un engaño de Satanás hacer pensar a la gente que Cristo está tan
alejado de ellos como sea posible. Cuanto más alejado está Cristo, incluso para
aquellos que profesan creer en él, tanto más satisfecho resulta el diablo;
entonces excita la enemistad que alberga el corazón natural y pone a la obra el
ceremonialismo, colocándolo en el lugar de Cristo” (Jones, General
Conference Bulletin 1895, nº 25).
“La
mente de Dios concerniente a la naturaleza humana no está satisfecha hasta no
vernos a su mano derecha, glorificados. Hay poder vivificador en esa bendita
verdad. Nos hemos contentado con mantener nuestras mentes demasiado lejos de lo
que Dios tiene para nosotros. Pero ahora, cuando viene y nos llama al respecto,
vayamos allá donde nos guíe. Es la fe la que lo hace; no la presunción; es la
única respuesta apropiada. El Pastor celestial nos lleva; nos conduce a verdes
pastos y a aguas tranquilas que fluyen desde el trono de Dios. Bebamos
abundantemente y vivamos...
‘A los
que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también
justificó, y a los que justificó a éstos también glorificó’ (Rom 8:30). No los
puede glorificar hasta no haberlos justificado. ¿Qué significa, pues este
mensaje especial de justificación que Dios ha estado enviando estos [siete]
años a la iglesia y al mundo? Significa que Dios está disponiéndose a
glorificar a su pueblo. Pero sólo resultamos glorificados en la segunda venida
del Señor; por lo tanto, este mensaje especial [de 1888] de justificación que
Dios ha estado enviándonos tiene por fin el prepararnos para la glorificación
en la venida del Señor. En esto, Dios nos está dando la señal más poderosa que
cabe tener de que lo siguiente ha de ser la venida del Señor” (Jones, General
Conference Bulletin 1895, nº 19, selección).
El Buen Pastor toma la iniciativa
“Él nos
preparará; no podemos prepararnos a nosotros mismos. Por largo tiempo
intentamos justificarnos, hacernos rectos y prepararnos así para la venida del
Señor. Pero nunca quedamos satisfechos, pues no se lo alcanza de ese modo.
Ningún maestro o artista se detiene a contemplar el fruto de su trabajo a medio
terminar, para comenzar a rechazarlo por incompleto. ¡No está aún terminado! Es
inconcebible que el Supremo Artista nos haya de mirar a medio camino, tal como
estamos, para concluir que en nuestro estado no servimos para nada. Él va
adelante con su maravillosa obra. Vosotros y yo podemos decir: ‘No sé cómo va a
lograr el Señor hacer de mí un cristiano, y prepararme para el cielo’. Aunque
podamos parecer rudos, marchitos y afeados por cicatrices ahora, él nos ve ya
de la forma en que estamos en Cristo.
Confiando
en él, le permitiremos que lleve a cabo la obra. Ahora nos dice: ‘Permíteme que
obre, y verás lo que voy a hacer’. No es de ninguna forma tarea nuestra. Podéis
salir de este templo y mirar aquella ventana desde afuera. Tendréis la
impresión de contemplar un oscuro y confuso amasijo de cristales sin orden.
Pero contempladla desde el interior -iluminada del exterior-, y os deleitaréis
en la obra de arte que encierra. De igual forma, vosotros y yo podemos
mirarnos, y todo parece torcido, oscuro e inservible, una masa amorfa. Pero
Dios lo mira tal como es en Jesús. Cuando miramos desde el interior tal como
estamos en Jesús, veremos también en claros caracteres escritos por el Espíritu
de Dios: ‘Justificados por la fe; estamos en paz para con Dios mediante nuestro
Señor Jesucristo’. Veremos toda la ley de Dios escrita en el corazón y
brillando en la vida. Ese brillo se refleja procedente de Jesucristo.
En él
Dios ha perfeccionado su plan en lo concerniente a nosotros. Aceptémoslo,
hermanos. Recibámoslo en la plenitud de esa fe abnegada que Jesús nos ha
traído. Permitamos que el poder de ella opere en nosotros, nos resucite, y nos
siente en los lugares celestiales en Jesucristo, en el lugar de su morada (Efe
2:5-6)” (Jones, General
Conference Bulletin 1895, nº 19).
El
concepto, visto por Ellen White
“Cuando
Cristo los induce a mirar su cruz y a contemplar a Aquel que fue traspasado por
sus pecados... Comienzan a entender algo de la justicia de Cristo... El pecador
puede resistir a este amor, puede rehusar ser atraído a Cristo; pero si no se
resiste, será atraído a Jesús; el conocimiento del plan de la salvación le
guiará al pie de la cruz, arrepentido de sus pecados, los cuales causaron los
sufrimientos del amado Hijo de Dios” (El camino a Cristo, 27).
(índice)
Al venir en nuestra búsqueda, Cristo recorrió todo el camino
hasta donde estamos, tomando sobre sí mismo la “semejanza de carne de pecado, y
a causa del pecado, condenó al pecado en la carne”. Es así el Salvador que está
“cercano, al alcance de la mano, no alejado”. Es “el Salvador de todos los
hombres”, incluso hasta del “primero” de los pecadores. Ahora bien, el pecador
tiene libertad para rechazarlo.
La
enseñanza bíblica
(a) Su
nombre es “Emmanuel... Dios con nosotros” (Mat 1:23).
(b) “Aunque
era de condición divina”, fue hecho “un poco menor que los ángeles”, “nacido de
mujer, nacido bajo la ley”, “en todo semejante a sus hermanos”, “al que no
tenía pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros” (Fil 2:6; Heb 2:9 y 17; Gál
4:4; 2 Cor 5:21).
(c) “Por
cuanto los hijos participan de carne [sarx] y sangre, él
también participa de lo mismo” (Heb 2:14).
(d) “Fue
tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Heb 4:15).
(e)
Quien no reconoce esta realidad de que “Jesucristo ha venido en carne [sarx]”, “este
es del anticristo”, la esencia de la falsificación católica romana del
evangelio (1 Juan 4:1-3).
Waggoner vio
a Cristo como estando
“cercano, al alcance de la mano”
“Cristo
tomó sobre sí mismo la naturaleza del hombre, y como consecuencia estuvo sujeto
a la muerte. Vino al mundo a fin de morir; y así, desde el principio de su vida
en esta tierra estuvo en la misma condición en la que están los hombres a
quienes vino a salvar.
No
retroceda horrorizado; no estoy implicando que Cristo fuera un pecador. Una de
las cosas que más ánimo proporcionan en la Biblia, es la constatación de que
Cristo tomó sobre sí la naturaleza del hombre, y que sus antecesores según la
carne fueron pecadores. Tuvieron todas nuestras pasiones y debilidades. Ningún
hombre tiene el menor derecho a excusar sus actos pecaminosos en razón de la
herencia. Si Cristo no hubiese sido hecho en todas las cosas como sus hermanos,
entonces su vida impecable no habría significado aliento alguno para nosotros.
La podríamos mirar con admiración, pero sería la admiración que lleva a la
desesperación.
Desde
su más temprana infancia la cruz estuvo siempre ante él” (Waggoner, The
Gospel in Galatians, 60-62, selección).
“Su
humanidad solamente veló su naturaleza divina, por la cual estaba conectado
inseparablemente con el Dios invisible, y que fue más que capaz de resistir
exitosamente la debilidad de la carne. Hubo en toda su vida una lucha. La
carne, afectada por el enemigo de toda justicia, tendía a pecar, sin embargo su
naturaleza divina nunca albergó, ni por un momento, un mal deseo, ni vaciló
jamás su poder divino” (Waggoner, Cristo y su
justicia, 28).
Jones vio en el
amor de Dios manifestado en la
encarnación una poderosa motivación
“La
elección de glorificar a Dios es la elección de que el yo se vacíe y se pierda,
y que sólo Dios aparezca por medio de Jesucristo. Es que todo el universo y
cada parte de él reflejen a Dios. Tal es el privilegio que Dios ha puesto ante
todo ser humano. ¿Cuál fue el costo de traernos a ti y a mí ese privilegio? El
precio infinito del Hijo de Dios.
¿Vino
Cristo a este mundo para regresar tal como era antes, de modo que hiciera un
sacrificio por 33 años? La respuesta es que lo hizo por la eternidad. El Padre
nos otorgó su Hijo, y Cristo se dio a sí mismo por toda la eternidad. Nunca
jamás volverá a ser en todos los respectos como fue antes.
‘El que
era uno con Dios se ha vinculado con los hijos de los hombres mediante
ligaduras que no han de romperse nunca’. ¿En qué se vinculó con nosotros? –En
nuestra carne, en nuestra naturaleza. Ese es el sacrificio que gana el corazón
de los hombres. Muchos consideran que el sacrificio de Cristo lo fue sólo por
33 años, para morir entonces la muerte de cruz y regresar tal como había
venido. A la vista de la eternidad anterior y posterior a esos 33 años, no se
trataría ciertamente de un sacrificio infinito. Pero cuando consideramos que
sorbió su naturaleza en nuestra naturaleza humana por toda la eternidad, eso es
un sacrificio. Ese es el amor de Dios. Ningún corazón puede argumentar en
contra. Sea que el hombre lo crea o no, hay en él poder subyugador, y el
corazón no puede sino inclinarse en silencio ante esa sublime verdad. Lo diré
una vez más: desde que comprendí el bendito hecho de que el sacrificio del Hijo
de Dios es un sacrificio eterno, y de que todo fue por mí, he vivido
continuamente meditando en las palabras: ‘Andaré humildemente todos mis años’”
(Jones, General
Conference Bulletin 1895, nº 20, selección).
Waggoner
vio piedad práctica en esa verdad
“Se me
han hecho dos preguntas, que podemos ahora considerar: ‘El santo ser que nació
de la virgen María, ¿nació en carne de pecado? Y ¿tenía esa carne que luchar
con las mismas tendencias al mal que la nuestra?’ Nada sé sobre el particular,
salvo lo que leo en la Biblia. He pasado por el desánimo y abatimiento. Lo que
durante años me desanimó fue en parte el conocimiento de la debilidad de mi
propio yo, y el pensamiento de que aquellos que según mi estimación estaban
procediendo rectamente, así como los santos hombres de antaño en el relato
sagrado, poseían una constitución diferente a la mía. Encontraba que el mal era
lo único que podía hacer...
Si
Jesús, que vino aquí a mostrarme el camino de la salvación, el único en quien
hay esperanza, si su vida en esta tierra fue un fraude, ¿dónde queda la
esperanza? ‘Pero dirás que la pregunta presupone lo contrario: que él era
perfectamente santo, tan santo que jamás tuvo mal alguno contra el que
contender’.
A eso
es precisamente a lo que me refiero. Leo que ‘fue tentado en todo según nuestra
semejanza, pero sin pecado’. Leo cómo pasó toda la noche en oración, en una
agonía tal que de su frente caían gotas como de sangre. Si todo eso fuese
ficticio, si no fue realmente tentado, ¿qué provecho tiene para mí? Quedo peor
que estaba.
Pero si
hay Uno –y ciertamente lo hay. Mejor diré: puesto que hay Uno que pasó por todo
aquello a lo que yo puedo ser llamado a pasar, que resistió más de lo que jamás
se me pueda pedir que yo resista, que fue constituido como yo en todo respecto,
sólo que en circunstancias aún peores que las mías, Uno que enfrentó todo el
poder que el diablo pudo ejercer mediante la carne humana, y sin embargo no
conoció pecado, entonces puedo alegrarme. Lo que hizo hace mil novecientos años
es igualmente capaz de hacerlo por todos los que creen en él” (Waggoner, General
Conference Bulletin 1901, 403-405, selección).
La inmaculada concepción niega la verdad bíblica
sobre la naturaleza de Cristo
“Es
imprescindible que cada uno de nosotros decida si está fuera de la iglesia de
Roma o no. Muchos llevan aún las marcas de ella. ¿No veis que el concepto que
pretende que la carne de Jesús no fue como la nuestra (pues sabemos que la
nuestra es pecaminosa) implica necesariamente la idea de la inmaculada
concepción de la virgen María?
Suponed
que aceptamos la idea de que Jesús estaba tan separado de nosotros, que era tan
diferente, que no tenía en su carne nada contra lo que contender: que tenía
carne impecable. Podéis ver que el dogma católico romano de la inmaculada
concepción se convierte entonces en una consecuencia necesaria. Pero ¿por qué
detenerse ahí? Podemos ir hasta la madre de la virgen María, y así hasta Adán.
¿Resultado? -Nunca se produjo la caída (el pecado). En ello podéis ver cómo la
esencia del catolicismo romano es el espiritismo.
Cristo
fue tentado en la carne, sufrió en la carne, pero tenía una mente que no
consintió jamás en pecar. Estableció la voluntad de Dios en la carne, y
estableció que la voluntad de Dios pudiera realizarse en toda carne humana y
pecaminosa” (Id.).
Jones,
en perfecto acuerdo
“En
estos días de aceptación general del catolicismo por parte de los
‘protestantes’, deberíamos conocer por nosotros mismos la doctrina de Cristo y
las consecuencias en aquellos que aceptan el dogma [de la inmaculada concepción
de María].
Estas
son algunas declaraciones de padres y santos católicos:
‘[María
era] muy diferente del resto del género humano: le fue comunicada la naturaleza
humana, pero no el pecado’. ‘Fue creada en una condición más sublime y gloriosa
que toda otra naturaleza’.
Lo
anterior sitúa la naturaleza de María infinitamente más allá de toda semejanza
real, o relación con la raza humana. En palabras del cardenal Gibbons:
‘Afirmamos
que la segunda persona de la bendita Trinidad, el Verbo de Dios, quien es en su
naturaleza divina, desde la eternidad, engendrado del Padre, consubstancial con
él, venido el cumplimiento del tiempo, fue nuevamente engendrado al nacer de la
virgen, tomando así para sí mismo, de la matriz materna, una naturaleza humana
de la misma sustancia que la de ella’.
Inevitablemente,
en su naturaleza humana, el Señor Jesús resulta ser ‘muy diferente’ de la raza
humana, infinitamente más allá de toda semejanza real o relación con nosotros
en este mundo. Pero la verdad es que el Señor Jesús, en su naturaleza humana,
tomó nuestra carne y sangre tal cual las conocemos, con todas sus debilidades.
Será bueno conocer verdaderamente cuán cercano está.
Jesús,
a fin de poder devolver al hombre a la gloria de Dios, en su amor, se rebajó
hasta ahí mismo, compartió su naturaleza tal como esta es, sufrió con él y
hasta incluso murió con él, tanto como por él, en la naturaleza
humana pecaminosa que es común a los hombres. ‘Fue contado con los perversos’.
Eso es amor. Viene a nosotros allí donde nos encontramos, a fin de poder
elevarnos desde nosotros mismos hasta Dios. ‘Por cuanto los hijos participaron
de carne y sangre, él también participó de lo mismo’ (Heb 2:14).
Encontramos
en esta sola frase todas las palabras que cabe emplear, a fin de hacerlo claro
y positivo. Lejos de ser cierto que Jesús, en su naturaleza humana, esté tan
alejado que no tenga semejanza alguna ni relación con nosotros, es cierto lo
contrario: es nuestro pariente más cercano en la carne y sangre. Esta gran
verdad de la relación de sangre entre nuestro Redentor y nosotros está
claramente presentada en el evangelio, en Levítico. Cuando alguien había
perdido su herencia, el derecho de rescate recaía sobre su pariente de sangre
más próximo. No simplemente sobre uno que estuviera próximo, sino sobre el
más próximo (Lev 25:24-28; Rut 2:20; 3:12-13; 4:1-12). Por consiguiente,
Cristo tomó nuestra misma carne y sangre y se hizo así nuestro pariente más
próximo. Es el más próximo a nosotros de entre todas las personas del universo.
Eso es cristianismo
Negar
que Jesucristo vino, no simplemente en carne, sino en la carne, la única
carne que en el mundo existe, carne pecaminosa; negar eso es negar a
Cristo. ‘Porque muchos engañadores son entrados en el mundo, los cuales no
confiesan que Jesucristo ha venido en carne’. Confiésale a él tus pecados:
nunca abusará de tu confianza. Dile tus pesares. Llevó ‘nuestras enfermedades y
sufrió nuestros dolores’, es ‘varón de dolores, experimentado en quebranto’. Te
consolará con el consuelo de Dios” (Jones, The Immaculate Conception of the
Virgin Mary, 1894, selección).
“Si no
hubiese sido hecho de la misma carne que aquellos a quienes vino a redimir,
entonces no sirve absolutamente de nada el que se hiciese carne. Más aún:
puesto que la única carne que hay en este vasto mundo que vino a redimir, es
esta pobre, pecaminosa y perdida carne humana que posee todo hombre, si esa no
es la carne de la que él fue hecho, entonces él no vino realmente jamás al
mundo que necesita ser redimido. Si vino en una naturaleza humana diferente a la
que existe realmente en este mundo, entonces, a pesar de haber venido, para
todo fin práctico de alcanzar y auxiliar al hombre, estuvo tan lejos de él como
si nunca hubiera venido. De haber sido así, hubiera estado tan lejos en su
naturaleza humana, y habría sido tan de otro mundo como si nunca hubiera venido
al nuestro....
La fe
de Roma en relación con la naturaleza de Cristo y de María, y también de
nuestra naturaleza, parte de esa noción de la mente natural según la cual Dios
es demasiado puro y santo como para morar con nosotros y en nosotros, en
nuestra naturaleza humana pecaminosa. Tan pecaminosos como somos, estamos
demasiado distantes de él en su pureza y santidad, demasiado distantes como para
que él pueda venir a nosotros tal como somos.
La
verdadera fe, la fe de Jesús, consiste en que, alejados de Dios como estamos en
nuestra pecaminosidad, en nuestra naturaleza humana que él tomó, vino a
nosotros justamente allí donde estamos; que infinitamente puro y santo como es
él, y pecaminosos, degradados y perdidos como estamos nosotros, Dios, en
Cristo, a través de su Espíritu Santo, quiere voluntariamente morar con nosotros
y en nosotros para salvarnos, para purificarnos y para hacernos santos.
La fe
de Roma es que debemos necesariamente ser puros y santos a fin de que Dios
pueda morar con nosotros.
La fe
de Jesús es que Dios debe necesariamente morar con nosotros y en nosotros a fin
de que podamos ser puros y santos” (Jones, El Camino
consagrado a la perfección cristiana, 35 y 38-39).
Ellen
White no sólo fue favorable, sino entusiasta
“El
sábado de tarde [en South Lancaster] fueron tocados muchos corazones, y muchas
almas se alimentaron del pan que descendió del cielo... Sentimos [Jones,
Waggoner y Ellen White] la necesidad de presentar a Cristo como a un Salvador
que no está alejado, sino cercano, al alcance de la mano... Hubo muchos,
incluso entre los pastores, que vieron la verdad tal como es en Jesús, en una
luz en la nunca antes la habían visto” (Review and Herald, 5 marzo
1889).
“Pero
muchos dicen que Jesús no era como nosotros, que no era como nosotros en el
mundo, que él era divino y que nosotros no podemos vencer como él venció. Pero
eso no es cierto; ‘Porque de cierto, no vino para ayudar a los ángeles, sino a
los descendientes de Abrahán... Y como él mismo padeció al ser tentado, es
poderoso para socorrer a los que son tentados’. Cristo conoce las pruebas de los
pecadores; conoce sus tentaciones. Tomó sobre sí mismo nuestra naturaleza...
las tentaciones más fuertes [del cristiano] vendrán del interior, dado que
tiene que batallar contra las inclinaciones del corazón natural. El Señor
conoce nuestras debilidades... Cada lucha contra el pecado, cada esfuerzo por
conformarse a la ley de Dios, es Cristo obrando en el corazón humano mediante
sus agentes señalados. ¡Ojalá pudiéramos comprender lo que Cristo es para
nosotros!” (Christ Tempted As We Are, 3-4 y 11; 1894).
“Habría
sido una humillación casi infinita para el Hijo de Dios revestirse de la
naturaleza humana, aun cuando Adán poseía la inocencia del Edén. Pero Jesús
aceptó la humanidad cuando la especie se hallaba debilitada por cuatro mil años
de pecado. Como cualquier hijo de Adán aceptó los efectos de la gran ley de la
herencia. Y la historia de sus antepasados terrenales demuestra cuáles eran
aquellos efectos. Mas él vino con una herencia tal para compartir nuestras
penas y tentaciones, y darnos un ejemplo de una vida sin pecado” (El Deseado
de todas las gentes, 32).
“[Cristo]
tomó sobre su naturaleza sin pecado nuestra naturaleza pecaminosa, para saber
cómo socorrer a los que son tentados” (El ministerio médico, 238).
(índice)
El nuevo pacto es la promesa unidireccional que Dios nos hace, de
escribir su ley en nuestros corazones y de darnos salvación eterna como un don
gratuito “en Cristo”. El pacto antiguo es la promesa vana de obedecer, hecha
por parte del pueblo, “el cual engendró para servidumbre” (Gál 4:24). Los
fracasos espirituales de muchas personas sinceras son el resultado de haber
sido educados en los conceptos del pacto antiguo, sobre todo en la niñez y
juventud. La verdad del nuevo pacto fue un elemento esencial del mensaje de
1888, y hoy libera aún de la carga opresiva de duda y desesperación que abruma
a muchos corazones.
La
enseñanza bíblica
(a) El
viejo pacto “engendró para servidumbre” (Gál 4:24).
(b)
Consiste en la experiencia espiritual de estar “bajo la ley”, bajo la
motivación impuesta por el temor (4:21).
(c) Fue
establecido en Sinaí, cuando Israel prometió en vano: “Haremos todo lo que el
Eterno ha dicho” (Éxodo 19:8). Dios no les pidió que hiciesen esa promesa. Muy
pronto la quebrantaron.
(d) La
promesa de Pedro de que no negaría jamás al Señor, fue una manifestación del
espíritu del viejo pacto (Mar 14:29-31).
(e)
Dios hizo siete grandes promesas a Abraham, pero no le pidió a él que le
prometiera nada a cambio (Gén 12:1-3). Posteriormente, Dios repitió y amplió
esas promesas, pero tampoco entonces le pidió a Abraham que hiciese promesa
alguna (13:14-17; 15:4-5). Génesis 15:9-17 muestra que el pacto es una promesa
de Dios al hombre.
(f)
Dios no nos pide nunca que le hagamos promesas. Pide que creamos en las
promesas que él nos hace a nosotros (Gén 15:6).
(g)
Abraham es “padre de todos los que creen”. Por lo tanto, es ejemplo de genuina
justicia por la fe (Rom 4:1, 11-13, 16-18). La ley, dada 430 años más tarde,
fue nuestro “tutor” (“ayo”), para llevarnos a través de un gran rodeo, de
vuelta a la experiencia de Abraham, a ser “justificados por la fe” (Gál
3:23-26).
Waggoner
expuso el concepto bíblico
“El pacto
y la promesa de Dios son una y la misma cosa... Los pactos de Dios con el
hombre no pueden ser otra cosa que promesas hechas al hombre...
Después
del diluvio, Dios hizo un pacto con todo ser viviente de la tierra:
aves, animales, y toda bestia. Ninguno de ellos prometió nada a cambio (Gén
9:9-16). Simplemente recibieron el favor de manos de Dios. Eso es todo cuanto
podemos hacer: recibir. Dios nos promete todo aquello que necesitamos, y más de
lo que podemos pedir o imaginar, como un don. Nosotros nos damos a él; es
decir, no le damos nada. Y él se nos da a nosotros; es decir, nos lo da todo.
Lo que complica el asunto es que, incluso aunque el hombre esté dispuesto a
reconocer al Señor en todo, se empeña en negociar con él. Quiere elevarse hasta
un plano de semejanza con Dios, y efectuar una transacción de igual a igual con
él” (Waggoner, Las Buenas
Nuevas. Gálatas, versículo a versículo, 86-87).
“El
evangelio fue tan pleno y completo en los días de Abrahán, como siempre lo haya
sido o pueda llegar a serlo. Tras el juramento de Dios a Abrahán, no es posible
hacer adición o cambio alguno a sus provisiones o condiciones. No es posible
restarle nada a la forma en la que entonces existía, y nada puede ser requerido
de hombre alguno, que no lo fuese igualmente de Abrahán” (Waggoner, Las
Buenas Nuevas. Gálatas, versículo a versículo, 88-89).
"Hoy
existen esos dos pactos. No son cuestión de tiempo, sino de condición. Que
nadie se jacte de su imposibilidad de estar bajo el antiguo pacto, confiando en
que se pasó el tiempo de éste. Efectivamente, el tiempo pasó, pero sólo en el
sentido de que ‘bastante tiempo habéis vivido según la voluntad de los
gentiles, andando en desenfrenos, liviandades, embriagueces, glotonerías,
disipaciones y abominables idolatrías’ (1 Ped 4:3)” (Waggoner, Las
Buenas Nuevas. Gálatas, versículo a versículo, 122-123).
“Los
preceptos de Dios son promesas. No puede ser de otra manera, pues él sabe que
no tenemos poder alguno. ¡El Señor da todo aquello que requiere! Cuando dice
‘no harás...’ podemos tomarlo como la seguridad que él nos da, de que si
creemos nos guardará del pecado contra el que advierte en ese precepto” (Waggoner,
Las
Buenas Nuevas. Gálatas, versículo a versículo, 93-94).
Jones,
en perfecta armonía
“No
sois vosotros los que habéis de efectuar aquello que [el Señor] quiere; sino:
‘[mi palabra] hará lo que yo quiero’ (Isa 55:11). No se espera que leáis u
oigáis la palabra de Dios y os digáis: ‘Tengo que cumplirla; lo haré’. Abrid
vuestro corazón a la palabra, a fin de que pueda cumplir la voluntad de Dios en
vosotros... La palabra misma de Dios lo hará, y debéis permitírselo. ‘La
Palabra de Cristo habite en abundancia en vosotros’ (Col 3:16)” (Jones, Review
and Herald, 20 octubre 1896).
Ellen
White proclamó esas mismas buenas nuevas
“Sois
moralmente débiles, esclavos de la duda y dominados por los hábitos de vuestra
vida de pecado. Vuestras promesas y resoluciones son tan frágiles como
telarañas. No podéis gobernar vuestros pensamientos, impulsos y afectos. El
conocimiento de vuestras promesas no cumplidas y de vuestros votos quebrantados
debilita la confianza que tuvisteis en vuestra propia sinceridad, y os induce a
sentir que Dios no puede aceptaros [eso es lo que significan las palabras de
Pablo acerca de que el viejo pacto ‘engendró para servidumbre’]... Lo que
debéis entender es el verdadero poder de la elección... Este es el poder
gobernante en la naturaleza del hombre: la facultad de decidir o escoger. Todo
depende de la elección correcta. Dios dio a los hombres el poder de elegir; a
ellos les toca ejercerlo. No podéis cambiar vuestro corazón, ni dar por
vosotros mismos sus afectos a Dios; pero podéis escoger servirle. Podéis darle
vuestra voluntad, para que él obre en vosotros tanto el querer como el hacer
según su voluntad. De ese modo vuestra naturaleza entera estará bajo el dominio
del Espíritu de Cristo, vuestros afectos se concentrarán en él y vuestros
pensamientos se pondrán en armonía con él” (El camino a Cristo, 47-48; traducción revisada).
“Los
Diez Mandamientos, con sus órdenes y prohibiciones, son diez promesas que se
nos aseguran si prestamos obediencia a la ley que gobierna el universo... No
hay nada negativo en aquella ley aunque parezca así. Es HAZ, y vivirás” (Comentario bíblico adventista vol. 1, 1119).
“Los
términos del pacto antiguo eran: ‘Obedece y vivirás’... El nuevo pacto se
estableció sobre ‘mejores promesas’, la promesa del perdón de los pecados y de
la gracia de Dios para renovar el corazón y ponerlo en armonía con los
principios de la ley de Dios” (Patriarcas y profetas, 389).
(índice)
Nuestro Salvador “condenó el pecado en la carne”, asegurando la
resolución del conflicto en favor de la raza humana. Proscribió el pecado para
siempre, venciéndolo en su último reducto en el vasto universo de Dios: nuestra
carne humana caída y pecaminosa. Así, ningún ser humano tiene ahora excusa para
continuar viviendo bajo el espantoso dominio del pecado. Las adicciones
pecaminosas pierden su poder cuando uno tiene “la fe de Jesús”.
La
enseñanza bíblica
(a)
Cristo vino para “deshacer las obras del diablo” (1 Juan 3:8).
(b) ¡Lo
consiguió! (Heb 2:14-15).
(c) Se
logró la victoria haciendo frente a toda tentación que Satanás pueda presentar
a la naturaleza o “carne” pecaminosa, y triunfando sobre el pecado en ese
terreno (Rom 8:3).
(d) El
resultado: los que tienen fe en él demuestran “la justicia de la ley” en sus
vidas (vers. 4).
(e) El
pueblo de Dios vencerá como Cristo venció (Apoc 3:21).
(f) Al
tener una fe como esa, uno no puede seguir bajo el dominio del pecado (Rom
6:14).
(g) El
resultado de la purificación del santuario celestial será la preparación de un
pueblo para la traslación. Ese pueblo, por la fe en Cristo, desarrollará un
carácter maduro o perfecto (Heb 6:1; 7:25; 10:1; 11:39, 40; 13:20-21).
(h) Esa
demostración honrará a Cristo, el Esposo (Apoc 14:1-5; 19:7-8).
El
mensaje de Jones y Waggoner
“‘Por
lo tanto, hermanos santos, participantes del llamado celestial, considerad al
Apóstol y Sumo Sacerdote de la fe que profesamos, a Jesús’. Hacer esto como la
Biblia lo indica, considerar a Cristo continua e inteligentemente tal como él
es, lo transformará a uno en un Cristiano perfecto” (Waggoner, Cristo
y su justicia, 5).
“[Cristo]
constituyó y consagró un camino por el cual, en él, todo creyente puede, en
este mundo y durante toda la vida, vivir una vida santa, inocente, limpia,
apartada de los pecadores, y como consecuencia ser hecho con él más sublime que
los cielos.
La perfección,
la perfección del carácter, es la meta cristiana. Perfección lograda en carne
humana en este mundo. Cristo la logró en carne humana en este mundo,
constituyendo y consagrando así un camino por el cual, en él, pueda
lograrla todo creyente. Habiéndola obtenido, se hizo nuestro Sumo Sacerdote según
el sacerdocio del verdadero santuario, para que nosotros la podamos obtener”
(Jones, El Camino
consagrado a la perfección cristiana, 76-77).
Ellen White,
en armonía
“Dios
fue manifestado en carne para condenar el pecado en la carne, manifestando una
perfecta obediencia a toda la ley de Dios. Cristo no pecó, ni fue hallado
engaño en su boca. No corrompió la naturaleza humana, y aunque en la carne, no
transgredió la ley de Dios en ningún particular. Más aún, eliminó toda posible
excusa que el hombre caído pudiera evocar, a modo de razón para no obedecer la
ley de Dios... Este testimonio concerniente a Cristo muestra llanamente que
condenó el pecado en la carne. Nadie puede decir que está inevitablemente
sujeto a la esclavitud del pecado y de Satanás. Cristo asumió las
responsabilidades de la raza humana... Testifica que el alma creyente obedecerá
los mandamientos de Dios mediante su justicia imputada” (Signs of the Times,
16 enero 1896).
“[Cristo]
hizo una ofrenda tan completa, que mediante su gracia todos pueden alcanzar la
norma de la perfección. De todos aquellos que reciben su gracia y siguen su
ejemplo, se escribirá en el libro de la vida: ‘Completos en él –sin mancha ni
arruga–... él nos puede llevar a la restauración completa” (Review and
Herald, 30 mayo 1907).
“Los
que vivan en la tierra cuando cese la intercesión de Cristo en el santuario
celestial deberán estar en pie en la presencia del Dios santo sin mediador. Sus
vestiduras deberán estar sin mácula; sus caracteres, purificados de todo pecado
por la sangre de la aspersión. Por la gracia de Dios y su propio y diligente
esfuerzo deberán ser vencedores en la lucha con el mal” (Conflicto de los
siglos, 478).
(índice)
Finalmente, la iglesia conocerá una motivación superior a la que
ha sido prevalente en el pasado: la preocupación porque Cristo reciba su
recompensa y entre en su “reposo”, en la erradicación final del pecado. Toda
motivación egocéntrica basada meramente en el temor al castigo o la esperanza
de recompensa es de naturaleza inferior. La motivación de orden superior se
encuentra reflejada en el clímax de la Escritura: la Esposa de Cristo, por fin
preparada.
La
enseñanza bíblica
(a) El
aprecio hacia el singular amor de Cristo (agape) libera de la motivación
egocéntrica (2 Cor 5:14-15).
(b)
Dios desea que su pueblo vaya más allá de una motivación inmadura y pueril (Efe
4:13-15).
(c) “El
que sólo se alimenta de leche es inexperto en el mensaje de justicia; es como
un niño de pecho” (Heb 5:12-6:3, NVI).
(d) El
clímax del plan de la salvación es “la boda del Cordero” (Apoc 19:7).
(e) La
causa de la demora es que “su novia [aún no] se ha preparado” (vers. 7).
(f) La
preparación consiste en la experiencia de la justicia por la fe (dikaiosune) que
culmina en “las justificaciones de los santos” (dikaiomata). La justicia
imputada se traduce por fin en una experiencia vital, en justicia impartida
(Apoc 19:8; Rom 8:4). En ambos casos se trata de justicia por la fe.
(g) Ese
triunfo glorioso va paralelo a la obra de sellamiento, como culminación de la
purificación del santuario (Dan 8:14; Apoc 7:1-4; 14:1-5, 12).
(h)
Satanás sostiene que al hombre caído le es imposible obedecer la ley de Dios. Un
pueblo guardador de la ley de Dios demuestra la falsedad de su aserto (Rom
13:10; Apoc 15:1-4).
La
comprensión de Jones y Waggoner
“Cuando
venga Jesús será para tomar a su pueblo consigo, para presentarse a sí mismo
una iglesia gloriosa ‘que no tuviese mancha ni arruga, ni cosa semejante; sino
que fuese santa y sin mancha’ [citando Efe 5:25-27 y 32]. Es para verse a sí
mismo perfectamente reflejado en todos sus santos.
Y antes
de que venga, su pueblo debe estar en esa condición. Antes de que venga debemos
haber sido llevados a ese estado de perfección, a la plena imagen de Jesús.
Efe 4:7-8 y 11-13. Y ese estado de perfección, ese desarrollo de la
completa imagen de Jesús en todo creyente, eso es la consumación del misterio
de Dios, que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria. Esa consumación encuentra
su cumplimiento en la purificación del santuario...
La
purificación del santuario consiste precisamente en el borramiento de los
pecados: en acabar la transgresión en nuestras vidas, en poner fin a todo
pecado en nuestro carácter, en la venida de la justicia misma de Dios que es
por la fe en Jesucristo... Por lo tanto, ahora, como nunca antes, debemos
arrepentirnos y convertirnos para que nuestros pecados sean borrados, para que
se les pueda poner fin por completo en nuestras vidas” (Jones, El Camino
consagrado a la perfección cristiana, 106).
“Cuando
[el Testigo fiel y verdadero] viene y os habla a vosotros y a mí, es porque
quiere trasladarnos; pero no puede trasladar el pecado ¿comprendéis? Por lo
tanto, su único propósito al mostrarnos las dimensiones del pecado, es el poder
salvarnos de él y trasladarnos” (Jones, General
Conference Bulletin 1893, nº 10).
“Satanás
acusa ahora a Dios de injusticia e indiferencia, incluso de crueldad. Miles de
personas han dado eco a esa acusación. Pero el juicio declarará la justicia de
Dios. Su carácter, tanto como el del hombre, está en tela de juicio. En el
juicio, todo acto –de Dios y de los hombres– realizado desde la creación, será
visto de todos en su auténtico significado. Y cuando todo se vea en esa
perfecta luz, Dios será absuelto de toda acusación, incluso por sus enemigos”
(Waggoner, Signs of the Times, 9 enero 1896).
Así
lo presentó Ellen White
“‘Cuando
el fruto fuere producido, luego se mete la hoz, porque la siega es llegada’
(Mar 4:29). Cristo espera con un deseo anhelante la manifestación de sí mismo
en su iglesia. Cuando el carácter de Cristo sea perfectamente reproducido en su
pueblo, entonces vendrá él para reclamarlos como suyos.
Todo cristiano tiene la oportunidad no sólo de esperar, sino de apresurar la
venida de nuestro Señor Jesucristo” (Palabras de vida del gran Maestro, 47).
“[Jesús]
alzó entonces su brazo derecho, y oímos su hermosa voz decir: ‘Aguardad aquí;
voy a mi Padre para recibir el reino; mantened vuestras vestiduras inmaculadas,
y dentro de poco volveré de las bodas y os recibiré a mí mismo’” (Primeros
escritos, 55).
“Vi que
mientras Jesús estuviera en el santuario se desposaría con la nueva Jerusalén,
y una vez cumplida su obra en el lugar santísimo descendería a la tierra con
regio poder para llevarse consigo las preciosas almas que hubiesen aguardado
pacientemente su regreso” (Id, 250).
“Mientras
Cristo oficiaba en el santuario [en el lugar santísimo], había proseguido el
juicio de los justos muertos y luego el de los justos vivientes. Cristo,
habiendo hecho expiación por su pueblo y habiendo borrado sus pecados, había
recibido su reino. Estaba completo el número de los súbditos del reino, y
consumado el matrimonio del Cordero. El reino y el poderío fueron dados a Jesús
y a los herederos de la salvación, y Jesús iba a reinar como Rey de reyes y
Señor de señores” (Id, 280).
(índice)
La Biblia enseña claramente que la justicia viene por la fe. Por
lo tanto, el elemento que el pueblo de Dios necesita para estar preparado para
la segunda venida de Cristo es la fe genuina. El mensaje que el mundo
necesita escuchar es la verdad de la justicia por la fe a la luz de la
purificación del santuario: “el mensaje del tercer ángel en verdad”. Es
necesario comprender la fe en su verdadero significado bíblico: la sincera y
profunda apreciación del amor (agape) de Cristo.
La
enseñanza bíblica
(a) “Nosotros
por el Espíritu aguardamos la esperanza de la justicia que viene por la fe”
(Gál 5:5).
(b) “Por
gracia habéis sido salvados por la fe”. Es “con el corazón” como creemos (Efe
2:8; Rom 10:10).
(c) El
pueblo de Dios del tiempo del fin se distinguirá por poseer una fe tal (Apoc
14:12).
(d) Esa
fe es una experiencia en constante crecimiento y desarrollo (Rom 1:16-17).
(e) La
plegaria constante de los que tienen fe es: “¡Ayuda mi poca fe!” (Mar 9:23-24).
(f) La
fe salvífica está íntimamente relacionada con el amor (agape); de hecho,
es una respuesta al mismo (Juan 3:16; Efe 6:23; 1 Tes 1:3; 5:8; 2 Tes 1:3; Fil
5).
(g) El amor
de Dios (agape) “está vertido en nuestro corazón por medio del Espíritu
Santo” venido verticalmente desde el cielo y fluyendo inmediatamente en sentido
horizontal hacia nuestros semejantes. La respuesta hacia Dios es la fe (Rom
5:5; Col 1:4).
(h) La
traslación, en la segunda venida de Cristo, será la experiencia final de la fe
madura (Heb 11:5; 1 Tes 4:14-17).
(i)
¿Cómo podemos comprender la “justificación por la fe” a menos que comprendamos
en qué consiste la fe?
La
comprensión de Jones y Waggoner
“Resumimos
así el argumento: (1) La fe en Dios viene por el conocimiento de su
poder; desconfiar de él implica ignorancia acerca de su poder para cumplir sus
promesas; nuestra fe en él será proporcional al conocimiento que tengamos de su
poder. (2) La contemplación inteligente de la creación de Dios nos proporciona
el verdadero concepto de su poder, porque su poder eterno y su divinidad se
entienden mediante las cosas que creó. Rom. 1:20. (3) Es la fe la que da
la victoria (1 Juan 5:4); por lo tanto, como la fe viene por conocer el poder
de Dios a partir de su palabra y de las cosas que él creó, viene a resultar que
ganamos la victoria por la obra de sus manos. El sábado, entonces, que es el
memorial de la creación, observado apropiadamente, es una gran fuente de
fortaleza en la lucha del cristiano” (Waggoner, Cristo y su justicia, 34-35).
“Debiera
ciertamente desecharse toda duda con respecto a si Dios nos acepta, pero no
sucede así. El impío corazón incrédulo alberga todavía dudas. ‘Creo todo esto,
pero...’ Detengámonos aquí. Si realmente creyeras, no habría ningún ‘pero’.
Cuando se añade el ‘pero’ a la declaración de creer, realmente se está diciendo:
‘Creo, pero no creo’. Continúas así: ‘Tal vez estés en lo cierto, pero... si
bien creo las declaraciones bíblicas que has citado, la Biblia, no obstante,
dice que si somos hijos de Dios tendremos el testimonio del Espíritu, y
tendremos ese testimonio en nosotros. Yo no siento tal testimonio, por lo tanto
no puedo creer que yo sea de Cristo. Creo su palabra, pero no tengo el
testimonio’...
En cuanto a que crees sus palabras, aun dudando de si te acepta o no –porque no
sientes el testimonio del Espíritu en tu corazón– permíteme que insista en que
no crees. Si creyeras, tendrías el testimonio. Escucha su palabra: ‘El que cree
en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo. El que no cree a Dios lo
hace mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de
su Hijo’ (1 Juan 5:10)” (Waggoner, Cristo y su
justicia, 64).
“La fe
‘es don de Dios’ (Efe 2:8). En las Escrituras está claro que se da a todos
‘la medida de fe que Dios repartió a cada uno’ (Rom 12:3). Esa ‘medida de
fe que Dios repartió a cada uno’ es el capital con el que dota, de principio,
‘a todo hombre que viene a este mundo’; y se espera que todos negocien con ese
capital, que lo cultiven para salvación de su alma.
No hay el más mínimo riesgo de que el capital se reduzca al utilizarlo;
tan pronto se lo use, se incrementará: ‘Va creciendo mucho vuestra fe’. Y tan
ciertamente como crece, se conceden justicia, paz y gozo en el Señor para salvación
plena del alma” (Jones, Lecciones sobre la fe, 22).
“Hay
muchos que aman sinceramente al Señor, que lo aceptan
humildemente, y que no obstante observan otro día diferente al que Dios ha
dado como el sello del reposo en él. Es porque, sencillamente, todavía no han
aprendido la expresión plena y cabal de la fe... Cuando oigan la advertencia
misericordiosa de Dios, abandonarán el símbolo de la apostasía como lo harían
con un pozo de agua al saberlo contaminado” (Waggoner, Lecciones sobre
la fe, 85).
“¿Está
al alcance de todo creyente la gracia suficiente para guardarlo del pecado? Sí,
ciertamente. Todos pueden tener la gracia suficiente para ser guardados de
pecar. Se ha dado gracia abundante, y precisamente con ese propósito. Si
alguien no la posee, no es porque no se haya dado suficiente medida de ella...
Es
también dada ‘para perfección de los santos’. Su objetivo es llevar a cada uno
a la perfección en Cristo Jesús –a esa perfección que es la medida plena de
Dios, ya que se da para la edificación del cuerpo de Cristo ‘hasta que todos
lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón
perfecto, a la medida de la edad de la plenitud de Cristo’...
Si el
pecado tiene todavía el dominio en alguno, ¿dónde radicará el problema? Sólo
puede radicar en esto: en que no permita que la gracia obre por él y en él,
aquello para lo que fue dada. Frustra la gracia de Dios por su incredulidad...
Pero el
poder de Dios lo es ‘para salvación a todo aquel que cree’. La
incredulidad frustra la gracia de Dios. Muchos creen y reciben la gracia de
Dios para los pecados pasados, pero se contentan con eso, y no permiten que el
reinado de la gracia contra el poder del pecado ocupe en su alma el mismo lugar
que tuvo para salvarle de los pecados pasados. Esa no es sino otra fase de la
incredulidad. Así, en lo que respecta al gran objetivo final de la gracia –la
perfección de la vida a la semejanza de Cristo–, en la práctica reciben la
gracia de Dios en vano” (Waggoner, Lecciones sobre
la fe, 95-97).
“Agradezcamos
al Señor por su trato hacia nosotros, aún hoy, a fin de salvarnos de nuestros
errores, de nuestros peligros, de incurrir en cursos de acción incorrectos, y
por derramar sobre nosotros la lluvia tardía a fin de que podamos ser
trasladados. Eso es lo que el mensaje [de 1888] significa para mí y para
vosotros: traslación. Hermanos, recibámoslo de todo corazón y agradezcamos por
ello a Dios” (Jones, General
Conference Bulletin 1893, nº 9).
“El
señor no puede guardarnos sin pecado cuando no lo creemos” (Jones, General
Conference Bulletin 1893, nº 10).
“Recibimos
la promesa del Espíritu mediante la fe... Es por la mente de Cristo como
podemos comprender, investigar y revelar las cosas profundas de Dios que él
trajo a nuestra comprensión, desplegándolas llanamente ante nosotros. Eso es lo
que hemos de tener a fin de gozar de la presencia de Cristo, a fin de tener la
justicia de Cristo, a fin de que podamos recibir la lluvia tardía y dar el
fuerte pregón” (Jones, General
Conference Bulletin 1893, nº 11).
"El
corazón que mora plenamente en Cristo manifestará el mayor fervor y actividad
en servicio a él. En eso consiste la fe real. Es la fe que os traerá el
derramamiento de la lluvia tardía... para prepararnos para el fuerte pregón y
llevar adelante el mensaje del tercer ángel de la única manera en la que es
posible hacerlo a partir de esta Asamblea" (Jones, General
Conference Bulletin 1893, nº 13).
Posición
de Ellen White
“Hay
verdades antiguas que, no obstante, son nuevas y están aún en espera de ser
añadidas al tesoro de nuestro conocimiento. No comprendemos o ejercemos la fe
como debiéramos... No se nos llama a adorar y servir a Dios mediante el uso de
los medios empleados en los años pasados. Dios requiere hoy un servicio más
elevado que nunca antes. Requiere el mejoramiento de los dones celestiales. Nos
ha llevado a una posición en la que necesitamos cosas superiores y mejores que
las que nunca antes hayamos necesitado” (Review and Herald, 25
febrero 1890).
“A
partir de la palabra de Dios han de brillar grandes verdades que han pasado
desapercibidas y sin ser vistas desde el día de Pentecostés” (Fundamentals
of Christian Education, 473).
“Hemos
estando oyendo su voz más definidamente en el mensaje que ha estado avanzando
en los dos últimos años [1888-1890], declarándonos el nombre del Padre...
¡Ojalá pudiéramos reunir nuestras fuerzas de fe, y afirmar nuestros pies en la
sólida Roca que es Jesucristo! Debéis creer que él os guardará sin caída. La
razón por la cual no tenéis mayor fe en las promesas de Dios es porque vuestras
mentes están separadas de Dios, y es así como lo desea el enemigo. Él ha
arrojado su sombra entre nosotros y nuestro Salvador a fin de que no podamos
discernir lo que Cristo es para nosotros, o lo que puede ser. El enemigo no
desea que comprendamos el consuelo que encontraremos en Cristo. No hemos hecho
más que comenzar a captar un leve destello de lo que es la fe... Durante unos
dos años hemos estado urgiendo al pueblo a venir y aceptar la luz concerniente
a la justicia de Cristo [el mensaje de 1888], y no saben si venir y aferrarse a
esa preciosa verdad o no... ¿no nos pondremos en pie y nos desharemos de esa
postura de incredulidad?” (Review and Herald, 11 marzo 1890).
“Nadie
ha dicho que vayamos a encontrar perfección en las investigaciones de ningún
hombre, pero una cosa sé: nuestras iglesias están muriendo por falta de la
enseñanza sobre el tema de la justicia por la fe en Cristo, y sobre verdades
relacionadas” (Id, 25 marzo 1890).
(índice)
El mensaje de 1888 es especialmente “precioso” por armonizar la
genuina noción bíblica sobre la justificación por la fe con el concepto
singular de la purificación del santuario celestial. Esa es una verdad bíblica
que el mundo está en espera de descubrir. Constituye el elemento esencial de la
verdad que tiene aún que alumbrar la tierra con la gloria de la presentación
final y plena del “evangelio eterno” de Apocalipsis 14 y 18.
La
enseñanza bíblica
(a) El
antiguo santuario hebreo y sus servicios eran un tipo o modelo del ministerio
del plan de la salvación en el santuario celestial (Lev 25:8-9).
(b) El
sacerdote servía “en un Santuario que es copia y sombra de lo que hay en el
cielo” (Heb 8:5).
(c)
Cristo es el verdadero Sumo Sacerdote del plan de la salvación (Heb 3:1;
4:14-16; 5:5-10; 7:24-28; 8:1-2, etc).
(d) El
día final del juicio de Dios estaba tipificado por el día anual hebreo de la
expiación (Lev 16:26-32).
(e)
Para el pueblo de Dios arrepentido, ese día significaba una preparación
especial, un juicio de absolución, vindicación, y una limpieza del corazón (Lev
16:29-31).
(f) La
profecía de Daniel señalaba el comienzo del día real (antitípico) cósmico de la
expiación, al final de los dos mil trescientos años, en 1844 (Dan 8:14).
(g)
Estamos hoy viviendo en la era más importante de la historia del mundo, cuando
el plan de la salvación tiene que ser llevado a su conclusión con la victoria
de Cristo (Heb 9:11-15 y 23-28).
(h) La
preparación o purificación del corazón para la segunda venida de Cristo será un
ministerio especial de justificación por la fe, apropiado al día de la
expiación (Heb 10:36-38 y 11:22-28; Apoc 14:6-7 y 12).
Así
lo expresó Jones
“Si el
Señor ha traído a nuestro conocimiento pecados en los que nunca antes habíamos
pensado, eso muestra simplemente que está avanzando en profundidad y que
alcanzará el fondo al fin, y cuando encuentre lo último impuro o sucio, que
está en desarmonía con su voluntad, y al revelárnoslo digamos: ‘Prefiero al
Señor que a eso’, la obra entonces será completa y sobre ese carácter se puede
poner el sello del Dios viviente [Congregación: ‘Amén’]. ¿Qué vais a preferir,
un carácter?...
¿Qué
preferiréis, la plenitud, la perfecta plenitud de Jesucristo, o bien tendréis
menos que eso, con algunos de vuestros pecados encubiertos sin que jamás sepáis
de ellos? Si hay allí manchas de pecado, no podemos tener el sello de Dios. Él
no puede poner el sello, la marca de su carácter perfecto sobre nosotros, hasta
no verlo allí. Así, ha de profundizar en lo hondo hasta lugares en los que
nunca antes soñamos, puesto que no podemos comprender nuestros corazones. Pero
el Señor conoce el corazón. Pone a prueba la conciencia. Limpiará el corazón, y
mostrará hasta el último vestigio de maldad. Permitámosle llevar adelante su
obra investigadora” (Jones, General
Conference Bulletin 1893, nº 17, selección).
Lo que facilita nuestra elección
“No hay
[dificultad] en elegir, una vez que conocemos lo que ha hecho el Señor, y lo
que él es para nosotros. La elección es entonces fácil. Sea la entrega
completa. ¿Por qué hacer aflorar esos pecados? Los abandonamos hace tiempo.
Para eso es para lo que son traídos, para que podamos hacer la elección. Tal es
la bendita obra de la santificación… Si el Señor quitase nuestros pecados sin
nuestro conocimiento, ¿qué bien nos haría eso? Significaría sencillamente
convertirnos en máquinas.
Somos
en todo caso instrumentos inteligentes; no somos como un pico o una pala. El
Señor nos empleará de acuerdo a cuál sea nuestra elección” (Id).
Justificación por la fe y día de la expiación
“Esa
purificación del santuario [en el servicio típico terrenal] consistía en la limpieza
y eliminación del santuario ‘de las inmundicias de los hijos de Israel, y de
sus rebeliones, y de todos sus pecados’ que, mediante el ministerio sacerdotal
habían sido llevados al santuario durante el año.
La
consumación de esta obra, de y para el santuario, era también la consumación de
la obra para el pueblo... la purificación del santuario afectaba al pueblo
y lo incluía tan ciertamente como al santuario mismo...
Esa purificación
del santuario era una figura del verdadero, que es la purificación del
santuario –y verdadero tabernáculo que el Señor asentó, y no hombre–, de toda
impureza de los creyentes en Jesús, a causa de sus transgresiones en todos sus
pecados. Y el momento de esa purificación del verdadero santuario, en palabras
de Aquel que no puede equivocarse, es: ‘Hasta dos mil y trescientos días, y el
santuario será purificado’ (el santuario de Cristo), en el año 1844 de nuestra
era...
Esa
obra consiste en ‘acabar la prevaricación, poner fin al pecado, expiar la
iniquidad, traer la justicia de los siglos, sellar la visión y la profecía, y
ungir al Santo de los santos’. Eso puede solamente realizarse en la consumación
del misterio de Dios, en la purificación del verdadero santuario cristiano. Y
eso se efectúa en el verdadero santuario, precisamente acabando la
prevaricación (o transgresión) y poniendo fin a los pecados en el perfeccionamiento
de los creyentes en Jesús, de una parte; y de la otra parte, acabando la
prevaricación y poniendo fin a los pecados en la destrucción de los malvados
y la purificación del universo de toda mancha de pecado que jamás haya
existido.
La
consumación del misterio de Dios es el cumplimiento final de la obra del
evangelio. Y la consumación de la obra del evangelio es, primeramente,
la erradicación de todo vestigio de pecado y el traer la justicia de los
siglos. Es decir, Cristo plenamente formado en todo creyente, sólo Dios
manifestado en la carne de cada creyente en Jesús; y en segundo lugar, y
por otra parte, la consumación de la obra del evangelio significa precisamente
la destrucción de todos quienes hayan dejado de recibir el evangelio
(2 Tes 1:7-10), ya que no es la voluntad del Señor preservar la vida
a hombres cuyo único fin sería acumular miseria sobre sí mismos...
En el
servicio del santuario terrenal vemos también que para producirse la
purificación, completándose así el ciclo de la obra del evangelio, debía
primero alcanzar su cumplimiento en las personas que participaban en el
servicio. En otras palabras: en el santuario mismo no se podía acabar la
prevaricación, poner fin al pecado, expiar la iniquidad ni traer la justicia de
los siglos hasta que todo ello se hubiese cumplido en cada persona que
participaba del servicio del santuario. El santuario mismo no podía ser
purificado antes que lo fuera cada uno de los adoradores. El santuario no podía
ser purificado mientras se continuase introduciendo en él un torrente de
iniquidades, transgresiones y pecados mediante la confesión del pueblo y la
intercesión de los sacerdotes. La purificación del santuario como tal,
consistía en la erradicación y expulsión de todas las transgresiones del
pueblo, que por el servicio de los sacerdotes se había ido introduciendo en el
santuario durante todo el año. Ese torrente debe detenerse en su origen, en los
corazones y vidas de los adoradores, antes de que el santuario mismo pueda ser
purificado.
De
acuerdo con lo anterior, lo primero que se efectuaba en la purificación del
santuario era la purificación del pueblo...
Tal es
precisamente el objetivo del verdadero sacerdocio en el verdadero santuario.
Los sacrificios, el sacerdocio y el ministerio en el santuario que no era más
que una mera figura para aquel tiempo presente, no podían realmente quitar el
pecado, no podían hacer perfectos a los que se allegaban a él. Pero el
sacrificio, el sacerdocio y el ministerio de Cristo en el verdadero santuario,
quita los pecados para siempre, hace perfectos a cuantos se allegan a
él, hace ‘perfectos para siempre a los santificados’” (Jones, El Camino
consagrado a la perfección cristiana, 97-101).
Coincidencia
de Waggoner
“Cuando
Cristo nos cubre con el manto de su propia justicia, no provee una cubierta
para el pecado, sino que quita el pecado. Eso muestra que el perdón de los
pecados es más que una simple forma, más que una simple consigna en los libros
de registro del cielo, al efecto de que el pecado sea cancelado. El perdón de
los pecados es una realidad; es algo tangible, algo que afecta vitalmente al
individuo. Realmente lo absuelve de culpabilidad; y si es absuelto de culpa, es
justificado, es hecho justo: ciertamente ha experimentado un cambio radical. Es
en verdad otra persona” (Waggoner, Cristo y su
justicia, 57).
“Aunque
todo el registro de nuestro pecado –bien que escrito con el dedo de Dios– fuera
borrado, el pecado permanecería puesto que está en nosotros. Aunque estuviese
grabado en la roca, y esta fuese molida hasta el polvo, ni siquiera eso
borraría nuestro pecado.
El
borramiento del pecado es su borramiento de la naturaleza, del ser humano
[otras declaraciones hechas en 1901 demuestran que no se trataba de la
erradicación de la naturaleza pecaminosa].
El
borramiento de los pecados es su extirpación de nuestras naturalezas, de tal
forma que no sepamos más de ellos. ‘Purificados de una vez’ por la sangre de
Jesús, ‘no tendrían más conciencia de pecado’ (Heb 10:2-3), puesto que han sido
librados del camino de pecado. Se buscará su iniquidad, y no aparecerá. Les
habrá sido quitada para siempre, será extraña a sus nuevas naturalezas, e
incluso aunque puedan ser capaces de recordar el hecho de que hayan cometido
ciertos pecados, habrán olvidado el pecado mismo. Nunca más pensarán en
volverlos a cometer. Tal es la obra de Cristo en el verdadero santuario”
(Waggoner, Review and Herald, 30 setiembre 1902).
“Que
Dios tiene un santuario en los cielos, y que Cristo es allí sacerdote, no puede
dudarlo nadie que lea las Escrituras... Por lo tanto, se deduce que la
purificación del santuario –una obra que las Escrituras exponen como
precediendo inmediatamente a la venida del Señor– es coincidente con la total
purificación del pueblo de Dios en esta tierra, y su preparación para la
traslación cuando venga el Señor...
La vida
[carácter] de Jesús ha de ser reproducida perfectamente en sus seguidores, no
sólo por un día, sino por todo el tiempo y la eternidad” (Waggoner, The
Everlasting Covenant, 365-367).
“No
tenemos aquí el espacio ni el tiempo para entrar en los detalles, pero baste
decir que relacionando Daniel 9:24-26 con Esdras 7 se concluye que los días
mencionados en la profecía comenzaron en el año 457 antes de Cristo, de forma
que llevan hasta el año 1844 de nuestra era... Pero alguien preguntará: ‘¿Qué
relación guarda 1844 con la sangre de Cristo?’ Y puesto que su sangre no es más
eficaz en un tiempo que en otro, ¿cómo podemos decir que en cierto momento el
santuario será purificado? ¿Acaso no ha estado purificando la sangre de Cristo
continuamente el santuario viviente, la iglesia? La respuesta es que hay una
cosa tal como ‘el tiempo del fin’. El pecado ha de tener un final, y la obra de
purificación estará un día completa... Es un hecho que desde la mitad del
último siglo ha estado brillando nueva luz, y se ha revelado como nunca antes
la verdad sobre los mandamientos de Dios y la fe de Jesús, y se está
proclamando el fuerte pregón del mensaje: ‘¡Veis aquí el Dios vuestro!’”
(Waggoner, British Present Truth, 23 mayo 1901).
Ellen
White apoyó ese mensaje
“El
perdón tiene un significado mucho más abarcante del que muchos suponen... El
perdón de Dios no es solamente un acto judicial por el cual libra de la
condenación. No es sólo el perdón por el pecado. Es también una redención del
pecado. Es la efusión del amor redentor que transforma el corazón” (El discurso
maestro de Jesucristo, 97).
“El
pueblo de Dios debería comprender claramente el asunto del santuario y del
juicio investigador. Todos necesitan conocer por sí mismos el ministerio y la
obra de su gran Sumo Sacerdote. De otro modo, les será imposible ejercitar la
fe tan esencial en nuestros tiempos, o desempeñar el puesto al que Dios lo
llama...
El
santuario en el cielo es el centro mismo de la obra de Cristo a favor de los
hombres [la justificación por la fe]. Concierne a toda alma que vive en la
tierra. Nos revela el plan de la redención, nos conduce hasta el fin mismo del
tiempo y anuncia el triunfo final de la lucha entre la justicia y el pecado...
La
correcta comprensión del ministerio del santuario celestial es el fundamento de
nuestra fe” (El evangelismo, 165).
“Estamos
en el día de la expiación y debemos actuar en armonía con la obra de Cristo en
la purificación del santuario de los pecados del pueblo. Que nadie que desee
ser hallado vestido con el traje de boda resista al Señor en su obra especial.
Como es él, así deben ser sus seguidores en este mundo. Hemos de presentar
ahora ante la gente la obra que por la fe vemos cumplir a nuestro Sumo
Sacerdote en el santuario celestial” (Review and Herald, 21 enero 1890).
“Cristo
está en el santuario celestial, y está allí para hacer expiación por el
pueblo... Está limpiando el santuario de los pecados del pueblo. ¿Cuál es
nuestra obra? Nuestra obra consiste en estar en armonía con la obra de Cristo.
Debemos obrar con él por la fe, estar unidos a él... Debe prepararse un pueblo
para el gran día de Dios” (Id, 28 enero 1890).
“La
obra intercesora de Cristo, los grandes y santos misterios de la redención, no
son comprendidos ni estudiados por el pueblo que pretende tener más luz que
cualquier otro pueblo sobre la faz de la tierra” (Id, 4 febrero 1890).
“Cristo
está purificando el templo en el cielo de los pecados del pueblo, y debemos
obrar en armonía con él en la tierra, purificando el templo del alma de su
contaminación moral” (Id, 11 febrero 1890).
“El
pueblo no ha entrado en el lugar santo [santísimo], donde Jesús ha entrado para
hacer expiación por sus hijos. A fin de comprender las verdades para este
tiempo, necesitamos el Espíritu Santo. Pero hay sequía espiritual en las
iglesias” (Id, 25 febrero 1890).
“Está
irradiando luz desde el trono de Dios. ¿Para qué? -Para que haya un pueblo
preparado para permanecer en pie en el día de Dios” (Id, 4 marzo 1890).
“Habéis
estado recibiendo luz del cielo en el último año y medio, a fin de que el Señor
pueda conduciros a su carácter y entretejerlo en vuestra experiencia...
Si
nuestros hermanos fuesen todos obreros juntamente con Dios, no dudarían de que
el mensaje que nos ha enviado en los últimos dos años es del cielo...
Supongamos
que borraseis el testimonio que se ha dado en estos dos últimos años
proclamando la justicia de Cristo, ¿a quién podríais señalar entonces como
portador de luz especial para el pueblo?” (Id, 18 marzo 1890).
¿POR QUÉ NO MUERE “1888”?