EL EVANGELIO DEL ESPÍRITU SANTO
Jack Sequeira
Vichy, 19 al 22 Sep. 2002
Tema nº 9
Cuando Jesús vino a este mundo, hace 2.000 años, vino para ser el evangelio eterno. Antes de venir, el evangelio eterno era solamente una promesa. Pero por el nacimiento, vida, muerte y resurrección de Cristo, el evangelio eterno vino a ser una realidad: no ya más una promesa, sino una realidad.
Dios escogió al apóstol Pablo para explicar este evangelio. Esa es la razón por la cual casi la mitad del Nuevo Testamento está constituido por las epístolas de Pablo.
En este estudio quisiera comentar brevemente un pasaje en el que Pablo explica este evangelio eterno, y en la siguiente reunión prestaremos atención a la forma en la que el Espíritu Santo hace de ello una realidad en nosotros. Buscad en vuestra Biblia Efesios 2:1-10, y vamos a estudiar juntos estos versículos donde Pablo resume el evangelio eterno.
En los tres primeros versículos del capítulo 2, Pablo trata del problema del pecado universal: Allí donde Pablo explica el evangelio, siempre comienza explicando el pecado. ¿Por qué? Por dos razones:
Primeramente, para destruir toda confianza en el yo. He aquí el problema: el yo está siempre al acecho. En segundo lugar, el evangelio es la solución de Dios al problema del pecado.
En los versículos 1 y 2, Pablo emplea el pronombre “vosotros”; en el versículo 3, “nosotros”. ¿Por qué? Porque los dos primeros versículos van dirigidos a los gentiles, pero el tercer versículo incluye también a sus compañeros, a los judíos. Leámoslos:
Vosotros, estabais muertos en vuestros delitos y pecados. En ellos anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia
Si observáis con detenimiento estos dos versículos, Pablo dice a los gentiles que son pecadores. No solamente por naturaleza -eso es lo que dice el versículo 1-, sino también por lo que hacen; es decir, por su conducta. Nuestra naturaleza es pecaminosa, y lo que hacemos es pecar.
¿Quién convirtió nuestra naturaleza en pecaminosa? En Romanos 5:19 Pablo dice:
Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno los muchos serán constituidos justos
Podemos afirmar que nuestra naturaleza es pecaminosa. ¿Habéis visto alguna vez un manzano que de naranjas? ¿Lo puede hacer? -No: es imposible. El manzano solamente es capaz de producir manzanas.
Pablo dice que nuestra naturaleza es pecaminosa, y que lo que hacemos es pecado. La iglesia de Éfeso estaba constituida por judíos y gentiles. Cuando Pablo escribía sus cartas, las enviaba mediante un mensajero. El mensajero, puesto en pie, leía la carta a toda la iglesia. Al leer los dos primeros versículos del capítulo 2, Pablo pudo imaginar a los judíos asintiendo, diciendo: ‘Sí, ¡que razón tiene Pablo! Estos gentiles, son todos pecadores...’.
Entonces leería el versículo 3, en el que Pablo afirma que ‘¡los judíos somos igual de impíos!’
Entre ellos todos nosotros también vivimos en otro tiempo al impulso de los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos; y éramos por naturaleza hijos de ira, igual que los demás
Pablo dice: ‘No solamente los gentiles: nosotros también somos igual de pecadores. Igual que ellos por naturaleza, y por lo que hacemos: por naturaleza y por conducta. Es decir: no hay ninguna diferencia entre el judío y el gentil. Ambos necesitamos un salvador’.
En los primeros tres versículos Pablo pinta un cuadro mas bien deprimente de lo que es la condición del hombre. No lo hace para desanimarnos, pero quiere que sepamos que no nos podemos salvar a nosotros mismos, ni siquiera en una pequeñísima proporción, sino que ha de ser al cien por cien Cristo, y esta es la razón por la que empieza con el problema del pecado. En Romanos, que trata en mayor detalle el evangelio, dedica desde el 1:18 hasta el capítulo 3, para tratar el problema del pecado. Aquí, en Efesios, lo hace de forma más sumaria.
En primer lugar, somos pecadores desde la cabeza hasta los pies. No hay en nosotros nada bueno. Este es el problema del pecado. Ved el versículo 4. A pesar de ser lo que somos,
Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó...
¿No es una cosa maravillosa que Dios ame a los pecadores? En el versículo 4, Pablo explica por qué nos salvó Dios. En los versículos 5 y 6, nos explica cómo nos salva, de qué forma. ¿Por qué nos salvó Dios en Jesús? Porque nos ama; no porque lo merezcamos.
La palabra que empleó Pablo para el amor de Dios no tiene un equivalente exacto en la mayor parte de los lenguajes actuales. En francés, inglés, alemán, portugués o español, no tenemos equivalente. Es un problema porque dado que no tenemos equivalente, empleamos la misma palabra amor, tanto aplicada al amor divino, como lo hacemos también con el amor humano. Pero Pablo no empleó la misma palabra, sino que empleó el sustantivo ágape. Esta palabra aparece aproximadamente 87 veces en el Nuevo Testamento. No me refiero al verbo, sino al sustantivo (el verbo puede tener un significado distinto).
El sustantivo ágape no es sólo diferente, sino opuesto al amor del hombre. Esta es la razón por la cual nunca hemos de procurar comprender el amor de Dios proyectando ideas a partir del amor humano. En el momento en que hacemos esto, pervertimos el evangelio. ¿Por qué? Porque el amor humano es recíproco: yo te amo a ti porque tú me amas a mí. Si me odias, entonces dejaré de amarte.
Cuando proyectamos este tipo de amor humano al sublime amor de Dios, decimos a nuestros hijos: ‘Si amas a Dios, él te amará y te llevará al cielo’. Así que intentan amar a Dios, pero no lo logran. Intentan ser buenos, sin conseguirlo. Se hacen adolescentes. ¿Sabéis lo que sucede cuando los niños se hacen adolescentes? Se abren sus ojos: ven a los padres pelearse, ven a los profesores pelearse y a veces ven a los pastores pelearse, y se dicen a sí mismos: ‘Si estos señores mayores -porque para ellos todo lo que no es adolescente es muy mayor- no lo han logrado, ¿como voy a lograrlo yo?
Hace tiempo, la división de Norteamérica gastó mucho dinero -casi 50.000 €- investigando por qué nuestros jóvenes están abandonando la iglesia en gran medida. Pagaron a una compañía para hacer una investigación. Encuestaron a 12.000 niños y jóvenes en todo Norte América y Canadá. El 82% de estos jóvenes dijeron no tener ninguna seguridad de su salvación.
Les preguntaron: ‘¿Por qué?’ ¿Sabéis lo que respondieron?: ‘Porque nuestra conducta no alcanza a la altura de lo que Dios pide’.
Tengo algo que deciros: aunque vivieseis tanto tiempo como Matusalén, nunca seréis lo suficientemente buenos como para ser salvos por lo que hacéis. ¿Lo sabíais? No somos salvos porque somos buenos, sino que somos salvos porque Dios nos ama; porque el amor de Dios es incondicional. El amor humano es condicional, es variable.
En Estados Unidos cuando dos personas se casan suele ser porque ‘se han enamorado’. Un joven se enamora de una joven, y le dice: ‘Te amaré hasta la muerte. ¿Te quieres casar conmigo?’ Entonces ella también promete lo mismo, y se casan. Pero aquí va esta pregunta: Si unos se casan con otras porque se aman, ¿por qué la tasa de divorcios en América es del 52%, y en nuestra propia iglesia del 49%? Porque el amor humano es variable.
Un hombre y una mujer estaban a punto de divorciarse, y dije a la esposa: ‘Usted prometió que estaría con él en lo bueno y en lo malo, en la dificultad y en la prosperidad, hasta que la muerte les separe...’ Me dijo ella: ‘¡Es mucho peor de lo que pensaba!’
Pero el amor de Dios es incondicional. Nunca llegará un momento en el que Dios deje de amaros. ¿Lo sabíais? Porque su amor es ágape. Os leeré un pasaje para que lo memoricéis. Conservad la cita de Efesios, y leed ahora en Romanos 8:35. Ved la pregunta que hace Pablo:
¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación o angustia? ¿Persecución o hambre? ¿Desnudez, peligro o espada?
¿Por qué hace esta pregunta? Os explicaré: Cuando todo parece ir bien, nuestra fe y nuestros sentimientos corren paralelos; pero cuando enfrentáis un problema, si perdéis vuestro trabajo, si padecéis una enfermedad terrible o mortal, ¿sabéis lo que sucede? Vuestra fe en Cristo y vuestros sentimientos se separan; ya no están en armonía. Vuestros sentimientos os dirán: ‘Dios ya no te ama’. Vuestra fe os dice: ‘Dios siempre te amará’.
Os diré mi experiencia: un año después de que llegáramos a Etiopía tuvo lugar la revolución comunista, y el nuevo gobierno comunista anunció por radio: ‘Ya no hay más lugar para Dios en la Etiopía socialista y científica; no queda ningún sitio para Dios’. Así es que me senté y leí a Carl Marx, “el Capital”, “el manifiesto comunista”. Descubrí que había estado en Francia, también en Inglaterra, y en la revolución industrial del siglo XVII.
Leí a Carl Marx, y escribí un libro que se llama ‘Cristianismo contra marxismo’. En un país comunista eso es el pecado imperdonable...
Cinco años después, cuando mi familia fue trasferida a Kenia, necesitábamos un visado en Etiopía y fuimos a la oficina de inmigración. Nos sentamos mi esposa y yo en un banco, y un oficial examinaba nuestros pasaportes. Teníamos ciudadanía americana. El oficial tenía ante sí un libro negro muy grande. Iba mirando página tras página, y después de media hora me impacienté y fui hacia él. Le dije: ‘¿Qué está mirando en ese libro? Quizá pueda ayudarle’.
Me respondió: ‘En este libro tenemos escritos todos los nombres de aquellos que se han opuesto al sistema marxista en este país: los antirrevolucionarios’.
Al oír eso me estremecí, ya que había publicado un libro contra el comunismo y había hablado públicamente en contra del comunismo, así es que pregunté al oficial de inmigración: ‘¿Qué va a hacerme si encuentra mi nombre escrito en este libro?’ Fue muy sarcástico. Me dijo: ‘No se preocupe: tenemos métodos especiales para la gente así’.
Ya sabía lo que eso significaba: un “paseo” por el bosque, y un disparo. Etiopía está plagada de hienas. Esos animales tienen unas mandíbulas muy poderosas, de forma que cuando un grupo de hienas devora su presa se lo comen todo, trituran hasta el último hueso, y desaparece todo rastro del asesinado. Nadie os puede encontrar. Quedáis repartidos en los estómagos de la jauría. No pude oír eso sin que me temblaran las piernas...
Mi mujer me susurró: ‘Voy a volver a casa sin ti. ¡Viuda!’
Estuvo dos horas más mirando aquel libro, y durante esas dos horas mi fe en Cristo y mis sentimientos iban por caminos bien distintos. Mis sentimientos me decían que nunca saldría vivo de aquel país. Me decían: ‘Dios ya no me protege más, porque no oí el consejo del presidente de la Unión cuando me dijo que quemase aquel libro antes de publicarlo’. Mis sentimientos eran todos de lo más negro y negativo, pero mi fe me recordaba las palabras de Jesús: “Con amor eterno te he amado”. Mi fe me recordaba sus palabras: “Nunca te abandonaré”. Mi fe me recordaba: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”.
Me aferré a la fe, y al final de esas dos horas el oficial cerró el libro, tomó el pasaporte y puso el sello. Mi esposa cree que Dios puso su mano para tapar mi nombre -que seguramente estaba en aquel libro-. Yo he pensado que quizá escribieron mi nombre equivocadamente. Sea de una u otra forma, mi hora todavía no había llegado.
Necesitamos comprender el amor de Dios. Romanos 8:35:
¿Quién nos separará del amor de Cristo?
Quiero que observéis la respuesta:
¿Tribulación o angustia? ¿Persecución o hambre? ¿Desnudez, peligro o espada?
Versículos 37-39:
Pero Dios, que nos ama, nos ayuda a salir más que vencedores en todo. Por eso estoy seguro de que ni la muerte ni la vida, ni ángeles ni demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro
¿No es maravilloso? Nunca llegará un momento en el que Dios deje de amarnos. ¿Por qué os digo esto? Es parte fundamental del evangelio eterno. En el futuro próximo la iglesia cristiana tendrá que afrontar la gran tribulación. Lo podéis llamar el tiempo de angustia. ¿Sabéis cuál será el problema en el tiempo de angustia? Hay todo tipo de especulaciones en nuestra iglesia, pero Isaías nos dice cuál será. En el capítulo 54, versículos del 5 al 8, leemos:
Porque tu esposo es tu Creador, el Eterno Todopoderoso es su nombre. El Santo de Israel es tu Redentor; el Dios de toda la tierra. Como a mujer abandonada y triste de espíritu te llamó el Eterno, como a esposa de su juventud que había sido rechazada -dice tu Dios-. Por un breve momento te dejé, pero con gran compasión te volveré a recibir. Con un poco de ira escondí mi rostro de ti por un momento, pero con bondad eterna tendré compasión de ti, -dice tu Redentor, el Eterno
Lo que dice Isaías es que en el tiempo de angustia nos sentiremos abandonados por Dios. Nos sentiremos tal como se sintió Jesús en la cruz, y el diablo vendrá a nosotros y nos dirá: ‘¿Por qué sigues siendo leal a Dios? ¿No te das cuenta de que te ha abandonado?’ Pero sabremos por la fe que él nunca nos abandonará. ¿Por qué? Porque su amor es eterno, invariable. La única forma en la que vosotros y yo podemos afrontar el tiempo de angustia es estando enraizados y fundados en el amor ágape de Dios.
Volvamos, pues, a Efesios 2. ¿Por qué nos salvó Dios? No porque seamos buenos, sino porque él nos ama incondicionalmente, con un amor eterno. Permitidme que os haga la pregunta: ¿Seremos todavía pecadores después del final del tiempo de gracia? Fijaos bien que no estoy preguntando si seguiremos pecando después del tiempo de gracia. No es esa la pregunta, sino: ¿seguiremos siendo pecadores?
-Sí: seguiremos siéndolo. Aunque no estemos pecando, seguiremos siendo pecadores por naturaleza. Sentiremos que somos pecadores. Decidme: cuando tenéis el estomago vacío, ¿qué sentís? -Hambre. Así que, si vuestra naturaleza es pecaminosa, ¿qué sentiréis? -¡Os sentiréis todavía pecadores!, y el diablo sacará partido de esto; jugará con vuestros sentimientos. Os dirá: ‘Dios ya no te ama, porque aún eres un pecador’.
Recordad: el diablo es embustero, es mentiroso. Nunca llegará un momento en el que Dios os deje de amar, porque él os ha salvado.
Mientras estábamos muertos en pecado, mientras éramos débiles, mientras que éramos todavía pecadores; cuando aún éramos flacos, siendo enemigos, nos salvó. Romanos 5:6-10:
Porque cuando aún éramos débiles, a su tiempo Cristo murió por los impíos. En verdad, apenas hay quien muere por un justo. Con todo, puede ser que alguno osara morir por el bueno. Pero Dios demuestra su amor hacia nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Así, siendo que hemos sido justificados por su sangre, con más razón ahora, seremos salvos de la ira. Porque si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo; mucho más, habiendo sido reconciliados, seremos salvos por su vida
Efesios 2:4 nos dice por qué nos salvó (porque nos ama):
Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó
Pero el hecho de que Dios nos ama incondicionalmente no es suficiente para salvarnos, porque Dios es un Dios santo, es un Dios recto: no puede salvarnos simplemente excusando nuestros pecados, así que en el capítulo 2 de Efesios, versículos 5 y 6, Pablo explica cómo nos salva (el versículo 4 explica por qué nos salvó)
Aún estando nosotros muertos en pecados
Es una repetición del versículo 1: Aún estando nosotros muertos en pecado, ¿qué hizo Dios?:
Nos dio vida juntamente con Cristo
Y añade:
Por gracia sois salvos
Observad que Pablo no dice que seréis salvos, sino que sois salvos. Y es por su gracia, por la vida y la muerte de Cristo. En el versículo 6 dice:
Juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús
Quiero que observéis que hay una palabra que emplea varias veces: “juntamente”. ¿Qué significa “juntamente”? Dios os juntó y me juntó -juntó a toda la raza humana- con su hijo Jesucristo, y Cristo y nosotros vinimos a estar juntos, este es el significado de “juntamente”. Él y nosotros vinimos a ser uno, y cuando él obedeció la ley perfectamente, nosotros estuvimos juntamente con él. Cuando él murió en la cruz, estuvimos juntamente con él. Cuando él resucitó de los muertos, estuvimos juntamente con él. Y cuando él ascendió al cielo, nos llevó juntamente, nos hizo sentar en los cielos con Cristo Jesús. Este es el evangelio eterno, estas son las buenas nuevas. Amén. Recordad: no sois víctimas del comunismo. Cuando fui a Rumania, cuando la gente cantaba había rostros muy serios, no había amenes, como si no estuviesen disfrutando de la música. Cuando predicaba, encontraba rostros muy serios. ¿Por qué? Porque en el comunismo existe el temor a expresar los sentimientos, así es que les dije: ‘Ya no estáis en un país comunista, ya sois libres. ¡Podéis decir amén!’ ¿Os estáis gozando en Cristo? Está bien decir amén, es saludable (pero no lo digáis fuera de lugar, como sucede en algunas iglesias en los Estados Unidos).
Así que al ponernos “en Cristo” por medio de su vida, muerte, resurrección y ascensión, Dios nos redimió, nos salvó, nos reconcilió. Pero ¿cuándo experimentaréis esta salvación completa? Versículo 7:
Para mostrar en los siglos venideros la abundante riqueza de su gracia, en su bondad hacia nosotros en Cristo Jesús
Os quiero señalar algo: todos los verbos en el versículo 5 y 6 están en tiempo pasado; es un tiempo histórico, “aorista”. Por gracia fuisteis salvos. Pero el verbo, en el versículo 7, está en futuro. “En los siglos venideros” es cuando podremos mostrar las abundantes riquezas de su gracia, en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Entonces experimentaremos la plenitud de la salvación en Cristo; no la experimentaremos antes de que venga Jesús. ¿Qué sucederá cuando él venga? Que esto corruptible será transformado en incorruptible, y él nos tomará y nos llevará al cielo.
Cuándo Dios creó a Adán, antes de la caída, lo creó perfecto: era el número tres. Dios está en primer lugar; los ángeles estaban por debajo, en segundo lugar; y el hombre fue creado un poco menor que los ángeles -como sabéis-, así es que era el tercero. Cuando Adán pecó, descendió aún más, hasta el mismo fondo del pozo. Cristo vino hasta donde estamos nosotros, y esa es la razón por la cual la humanidad de Cristo tiene que ser nuestra misma humanidad necesitada de redención. Si Cristo hubiera venido con la naturaleza humana de Adán antes de la caída, habría habido un tremendo abismo entre él y nosotros. Vino allí donde estábamos nosotros. Eso no es decir que Cristo tenía una naturaleza pecaminosa, porque si decimos esto, quien nos oiga creerá que convertimos a Cristo en un pecador. Lo correcto es decir [tal como escribió E. White], que él tomó sobre su naturaleza impecable nuestra naturaleza pecaminosa [MM 181].
Cuando el Nuevo Testamento habla de la humanidad de Cristo, emplea una palabra muy importante. Os diré cuál es: “hecho”, “fue hecho carne” (Juan 1:14), “fue hecho bajo la ley” (Gál. 4:4 y 5), “fue hecho pecado” (2 Cor. 5:21). Fue “hecho” lo que nosotros somos, en cuanto a naturaleza. No podemos decir que él fue un pecador. Su naturaleza divina era impecable, y esa naturaleza divina le pertenece. Pero él tomó nuestra naturaleza pecaminosa. Nosotros pecamos “en Adán”, él tomó esta naturaleza para redimirla, y por su vida, muerte y resurrección, nos redimió. El diablo empleó esta naturaleza para tentarlo. Fue tentado como nosotros, pero la tentación no es pecado. Si él hubiera cedido a la tentación, entonces habría sido un pecador. Pero jamás cedió ni en pensamiento, palabra o hecho. Conquistó a la carne y la crucificó en la cruz, y dejó nuestros pecados en la tumba para siempre, resucitando de los muertos con un cuerpo glorificado que vosotros no tenéis ni tendréis hasta que venga Jesús en la segunda venida. Es un maravilloso cuerpo, que puede atravesar las paredes sin ningún problema, puede elevarse por encima de la atmósfera y mucho más allá, con o sin oxígeno, y no precisa de cápsula espacial alguna. No lo tenemos, ni lo tendremos, hasta que Jesús regrese por segunda vez y nos lleve, no allí donde estaba Adán antes de la caída, sino hasta donde él está, a la diestra del Padre.
Así que en Cristo Jesús, ya no estamos en tercer lugar, sino que somos uno con él. En cierto sentido estamos en primer lugar, incluso por encima de los ángeles. Así que nadie puede quejarse de la caída de Adán, porque nuestro estado posterior es mejor aún que el que tuvimos antes de la caída.
Esta es la razón por la cual la expresión favorita de Pablo es “mucho más”, o “más todavía”. ¿Qué significa “más todavía”? Es mucho mejor nuestro estado posterior en Cristo, que el que hubo en Adán. Este es el evangelio eterno. Pero ahora, ¿cómo pueden estas buenas nuevas hacerse mías? ¿Tengo acaso que hacer un peregrinaje a tierra santa como hacen los musulmanes? ¿Tenemos acaso que ir a Jerusalem?
-No. Nuestra santidad está en Cristo ¿Cómo puede ser hecha mía esta santidad? ¿Qué tengo que hacer para poseer y gozarme en esa salvación? ¿Tengo que dar ofrendas? ¿Tengo que pagar al predicador o al traductor? -No.
Pablo nos dice cómo puede ser mía, cómo puede ser vuestra, en los versículos 8 y 9 de Efesios 2:
Porque por gracia habéis sido salvados por la fe. Y esto no proviene de vosotros, sino que es el don de Dios
Se refiere a la gracia, que es el don de Dios. Así que somos salvos por la gracia solamente, y lo experimentamos sólo por la fe.
No por obras, para que nadie se gloríe
¿Qué es la fe? Hay tres cosas que habéis de saber. Hay tres elementos necesarios para que se de la fe. Jesús dijo (Juan 8:32):
Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres
Y en Romanos 10:17 leemos:
Así, la fe viene por el oír
Esta es la razón por la que es necesario predicar el evangelio. Primero, pues, tenemos que oír el evangelio -y espero que lo estéis oyendo hoy-.
En segundo lugar, habéis de creer lo que oís. ¿Qué es creer? Es un asentimiento mental a lo que oímos. Os daré un ejemplo: En 1961 fui a colportar a Suecia para financiar mis estudios de teología en Newbold College. La población a la que fui estaba 240 Km al sur del círculo Ártico, y tenía una peculiaridad: el sol estaba en el firmamento 24 horas al día. No se ponía durante seis semanas. Los adventistas que hay allí saben que el sábado comienza cuando el sol alcanza su posición más baja, aún sin “ponerse”. El primer viernes, a media “noche”, fotografié el sol con el reloj para que se viera que a medianoche hay sol. Cuando volví a Nairobi -en África- les enseñé la foto a algunos africanos que siempre han vivido en el ecuador, latitud en donde todos los días del año se pone el sol a las 6 y media, sin ninguna variación estacional. Un hombre joven protestó: ‘¿A quién cree que va a engañar con esa foto?’ Le pregunté: ‘¿No crees lo que te explico?’ Me respondió: ‘Claro que no’. Le dije: ‘¡Así es que me estás llamando embustero! Me dijo: ‘¡Pues sí!’ Si hubiese tenido dinero, le habría pagado el viaje; lo habría llevado a esa ciudad en junio, y habría visto el sol a medianoche. Entonces habría “creído” sin duda, pero ¡demasiado tarde como para considerarlo fe! ¿Recordáis? Cuando Jesús resucitó de los muertos, los discípulos dijeron a otro discípulo: ‘¡Ha resucitado!’ Y él replicó: ‘¡Imposible! No creeré si no pongo mis dedos en sus llagas para asegurarme’. ¿Recordáis su nombre? -Tomás, el dídimo. Jesús apareció entonces ante él:
Pon tu dedo aquí, y mira mis manos. Acerca tu mano, y ponla en mi costado (Juan 20:28)
Tomas cayó arrodillado y exclamó:
"¡Señor mío, y Dios mío!" (Juan 20:28)
¿Recordáis lo que Jesús le dijo?
Porque me has visto, Tomás, creíste. ¡Dichosos los que no vieron y creyeron!
Tener fe implica oír el evangelio, creer el evangelio, pero hay aún otra cosa más, y muy importante: obedecer al evangelio. ¿Qué significa? Ya lo expliqué, pero lo repetiré: aceptar de todo corazón lo que Dios hizo contigo en Cristo. ¿Aceptas su vida como tu vida? ¿Aceptas su muerte como la tuya propia? ¿Aceptas su entierro como el tuyo? Si es así, puedes decir con Pablo:
Con Cristo estoy crucificado, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí (Gál. 2:20)
Esto es justificación por la fe. Efesios 2 no termina en el versículo 9. Muchos cristianos terminan aquí, pero no podemos olvidar el versículo 10:
Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, que Dios de antemano preparó para que anduviésemos en ellas
¿Veis, mis hermanos?, Cristo no nos salvó solamente de la muerte a la vida, o solamente de la condenación a la justificación, sino que también nos salvó de una vida de pecado a una vida de buenas obras. Estas buenas obras no nos salvan: el versículo 9 lo dice claramente:
Pero estas obras testifican que hemos sido salvos, y esto es en esencia el evangelio eterno. Esta es mi oración: que conozcáis esta verdad, que creáis esta verdad, que obedezcáis esta verdad, y que revolucionéis Europa con el evangelio. Esta es mi oración en Cristo. AménNo por obras, para que nadie se gloríe