EL EVANGELIO DEL ESPÍRITU SANTO
Jack Sequeira
Vichy, 19 al 22 Sep. 2002
Tema nº 1


Me siento muy feliz de estar aquí de nuevo y compartir con vosotros estas maravillosas nuevas de la salvación.

Durante estas reuniones nos centraremos en la obra del Espíritu Santo en el plan de la salvación.

Cuando Jesús dio a los discípulos la gran comisión de ir por todo el mundo haciendo discípulos, dijo (en Mat. 8:19):

Bautizándolos en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo

¿Por qué? ¿Por qué estos tres? Porque los tres miembros de la Deidad están implicados en nuestra salvación. El Padre ha tomado la posición de director en el plan de la salvación. En Juan 3:17, Jesús dijo a Nicodemo: el Padre me ha enviado, no para condenar al mundo sino para que el mundo pueda ser salvo.

Y en Juan 6:38, dijo Jesús:

He venido, no para hacer mi voluntad sino la voluntad del Padre

Otro texto más: Gálatas 4:5 y 6:

Pero cuando se cumplió el tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo la Ley

Así que el Padre es el director. Hemos leído que Dios (Padre) envió a su Hijo.

El Hijo es el Salvador. Cuando los ángeles informaron a José y María sobre el próximo nacimiento de Jesús (está en Mateo 1:21), el ángel les dijo:

Lo llamarás Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados

Y cuando los ángeles anunciaron el nacimiento de Jesús (está en Lucas 2:11):

Que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador que es Cristo, el Señor.

El versículo 10 habla de las Buenas Nuevas, y en primera de Timoteo 4:10, Pablo afirma que Jesús es

Salvador de todos los hombres

Por lo tanto, el Hijo es el Salvador del mundo. Ahora, ¿qué decir sobre el Espíritu Santo?, ¿cuál es el papel del Espíritu Santo en nuestra salvación?

El Espíritu Santo es el comunicador, es el encargado de hacer el Evangelio una realidad en nuestra experiencia. No es el co-Redentor. Sólo tenemos un Redentor, que es Jesucristo.

El Espíritu Santo nos dirige hacia Jesucristo y aquello que Jesús obtuvo por nosotros, el Espíritu Santo lo transforma en algo real en cada uno de nosotros, en el presente.

Juan 16:8:

convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio

Efectúa su obra en el corazón del creyente, que consiste en hacer real en nuestra experiencia aquello que Cristo hizo ya por nosotros. Efectúa también una obra en la vida de la iglesia.

Estudiaremos todo esto, pero en este estudio introductorio quiero que contemplemos el Espíritu Santo en tanto en cuanto Persona. No es una influencia; es una persona. Es la tercera persona de la divinidad, y quisiera que hoy tengamos un encuentro con él.

Mañana lo estudiaremos en su misión de cara al mundo. Nos detendremos en la obra del Espíritu Santo de cara al mundo a través de nosotros, y luego veremos su obra en nosotros y en la iglesia. Espero que podáis ver que juega un importantísimo papel en el plan de la salvación.

Hay algunos cristianos que niegan la personalidad del Espíritu Santo, su cualidad personal. Dicen que es meramente un poder, algo así como una influencia... pero sabemos que es una Persona. Os recordaré algunos textos, que podréis leer en casa:

Romanos 8:27, donde Pablo habla de la mente del Espíritu Santo:

Y el que sondea los corazones, sabe cuál es la intención del Espíritu, y él intercede por los santos conforme a la voluntad de Dios

Romanos 15:30, donde Pablo habla del amor del Espíritu Santo:

Pero os ruego hermanos, por el Señor nuestro Jesucristo y por el amor del Espíritu, que me ayudéis orando por mí a Dios

Hechos 8:29, donde el Espíritu Santo habló así a Felipe:

"Llégate, y júntate a ese carro"

El Espíritu Santo siempre ha estado activo. Ya lo estuvo en la creación, pero lo vamos a observar en su papel en la obra de la redención.

¿Qué papel jugó el Espíritu Santo en la obra de la redención?

Primeramente el nacimiento de Cristo: Antes de que Cristo pudiera salvarnos, Dios tenía que cualificar legalmente a Cristo para que pudiera hacerlo. ¿Cómo? Tomó la naturaleza divina de Cristo, y tomó la vida corporativa que nosotros recibimos de Adán, y unió ambas cosas: la naturaleza divina de Cristo, con la humanidad. Las unió en la matriz de Maria. ¿Quién lo hizo? El Espíritu Santo.

Cristo nació del Espíritu Santo; el Espíritu Santo es el agente que unió la divinidad de Cristo con la humanidad de nuestra raza.

Así que Cristo -el eterno Hijo de Dios- y nosotros, vinimos a ser uno; y Cristo vino a ser constituido en el postrer Adán. Esto lo cualificó para ser nuestro Salvador.

Os quiero dar doce declaraciones referentes a la actividad del Espíritu Santo en el plan de la redención, y quisiera que leáis conmigo estos versículos.

El primero está en segunda de Pedro 1:21

Porque ninguna profecía vino jamás por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo

Así, antes que Cristo viniera a este mundo, ya fue profetizada su venida a través del Espíritu Santo. Esta es la razón por la cual Cristo -tras haber resucitado- encontró a aquellos dos discípulos camino de Emaús confundidos, porque se decían: ‘pensábamos que era el Mesías, pero ahora está muerto’. Y Jesús, comenzando desde Moisés y los profetas, les mostró que el Espíritu Santo había inspirado a estos profetas a que hablaran sobre Él precisamente, así que el Espíritu Santo es quien trajo esta divina vida de Jesús a la matriz de Maria, en la encarnación.

Lucas 1:35:

El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra

Sin el Espíritu Santo, Cristo no habría podido conquistar el pecado. Fue gracias a la influencia del Espíritu Santo por lo que Cristo pudo vencer al pecado. Fue el poder del Espíritu Santo el que mantuvo  a Cristo sin pecar.

En Lucas 4:14 vemos a Jesús después de las tentaciones en el desierto:

Y Jesús volvió a Galilea lleno del poder del Espíritu

Es decir, después de estas tres terribles tentaciones en el desierto, Jesús volvió en el poder del Espíritu, y en los versículos 18 y 19 Jesús cita el libro de Isaías:

El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ungió para dar buenas nuevas a los pobres, me envió a sanar a los quebrantados de corazón, a pregonar a los cautivos libertad, y a los ciegos vista; a dar libertad a los oprimidos, y a predicar el año favorable del Señor

Todo esto lo hizo Jesús en el poder del Espíritu.

En cuarto lugar -y ya lo hemos mencionado-, Juan 16:7 y 8, donde Jesús dice a los discípulos:

Sin embargo, os digo la verdad: Os conviene que me vaya, porque si no me fuera, el Ayudador no vendría a vosotros. Pero al irme, os lo enviaré. Y cuando él venga convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio

Y esto lo estudiaremos mañana por la mañana.

El quinto punto: El Espíritu Santo es el que invita a los que están hambrientos de salvación a aceptar a Cristo.

Apocalipsis 22:17:

El Espíritu y la esposa dicen: "¡Ven!" Y el que oiga, también diga: "¡Ven!" Y el que tenga sed y quiera, venga y tome del agua de la vida de balde.

Es el Espíritu Santo quien hace esta invitación a cada uno. Digámoslo de esta forma: no es nuestra misión la ganancia de almas; no lo encontraréis en la Biblia. Esa es la obra del Espíritu Santo. Nuestra obra es testificar. Es la obra del Espíritu Santo el convencer, el traer convicción. Nunca digáis ni penséis: ‘he ganado tantas almas’, porque jamás habéis ganado ni una sola alma; esa es la obra del Espíritu Santo. A él sea toda la gloria.

En Europa es muy difícil lograr bautismos, pero en África, donde he estado trabajando como misionero durante 20 años, se bautizan cientos y miles de personas. Ahora bien, hay una gran diferencia entre bautizar y convertir. Lo puedo decir por experiencia. Cuando veía que se bautizaban a miles, me ponía en guardia, me hacia sospechar que algo no iba bien. No siempre coinciden el bautismo y la conversión.

Os explicaré una experiencia.

Un día vino un evangelista al África, a una zona en que es muy fácil bautizar a las personas. Se trata de una zona de Kenia en donde hay dos grandes ciudades. En una de estas bautizó a 1.030 personas en tres semanas. Un año después fui allí, a esta iglesia, y pregunté al pastor: ‘¿Cuantos de aquellos 1.030 están todavía en la iglesia?’ Me dijo: ‘54’. El pastor, a quien yo mismo había instruido en su época de estudiante, me explicó: ‘La mayor parte de ellos dejaron de asistir a la iglesia al siguiente sábado de haberse bautizado’.

Así es que cuando oímos hablar de bautismos en masa, especialmente en África, no penséis que siempre es oro todo lo que reluce, y que todo es obra del Espíritu Santo. No necesariamente.

Habéis oído hablar de Ruanda. Éramos la denominación protestante más numerosa en Ruanda. Uno de cada seis ruandeses era adventista, hasta que tuvo lugar el genocidio y unos miembros mataron a otros. Es lamentable decirlo: pastores mataron a sus miembros y miembros a sus pastores, debido a que había dos tribus que estaban enfrentadas.

¿Sabéis? Cuando uno se hace cristiano no existen las tribus. Desaparecen. Somos uno en Cristo. Pero a menos que estemos convertidos, a menos que el Espíritu Santo nos controle, podéis hacer las cosas más terribles mientras que os creéis cristianos.

Así pues, recordad especialmente que la obra de ganar almas no es vuestra obra ni la mía: es la obra del Espíritu Santo.

Punto sexto: Es el Espíritu Santo el que nos comunica la vida de Cristo. En Juan 3:3-8 lo podéis encontrar.

Un gran dirigente del judaísmo llamado Nicodemo, fariseo, miembro del Sanedrín -la posición más elevada que se podía ocupar en el judaísmo-, vino a Jesús de noche. Intentaba ganar su salvación guardando la ley, y Jesús le dijo:

Te aseguro: El que no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios

Era como decirle: ‘Poco importa lo bueno que te creas o seas’. Expliquemos lo que esto quiere decir. Cuando naces en este mundo -y poco importa dónde sea-, naces con la vida de Adán, con la que procede de Adán. Hechos 17:26 así lo afirma:

De uno solo hizo todo el linaje de los hombres

Vosotros recibís una vida que ya ha pecado en Adán. Segundo: cuando nacéis, recibís una vida que ya está condenada a muerte (Rom. 5:18). Según dice Pablo, ¿cuántos mueren en Adán? (1 Cor. 15:22) “Todos”.

Así, como por el delito de uno vino la condenación a todos los hombres, así también por  la justicia de uno solo, vino a todos los hombres la justificación que da vida

Porque así como en Adán todos mueren...

Tal es la vida que recibimos cuando nacemos en este mundo. Recibimos una vida condenada a morir, porque recibimos una vida que esta bajo la maldición de la ley.

Cuando Cristo murió hace más de 2.000 años, no había venido a cambiar la sentencia de muerte, sino a cumplirla. Dicho de otro modo: hemos de morir; no podemos escapar a eso. Y no estoy hablando de la primera muerte: la muerte de viejo o de enfermo, sino que me refiero a la muerte que es la paga del pecado, la maldición de la ley.

Segunda de Corintios 5:14 y 15:

Porque el amor de Cristo nos apremia, al pensar que si uno murió por todos, luego todos han muerto.

¿Cuántos? ¿Qué dice vuestra Biblia? “Todos”. ¿Entendéis esto? Cuando Cristo murió en la cruz, no fue su vida divina la que murió; no fue su divinidad, sino que fue su vida humana la que murió, y esa vida humana era nuestra vida, la que el Espíritu Santo había unido con su divinidad.

Os hago esta pregunta: ¿Por cuánto tiempo murió esta vida humana en Cristo Jesús? ¿Cuántos días? ¿Dos días?, ¿Tres? Alguien dice que fue por la eternidad. Es verdad. Tiene razón. En caso contrario, la ley no habría quedado satisfecha, pero Dios nos amó de tal forma que tomó la vida divina de su Hijo y nos la dio, y Jesús resucitó, no con la vieja vida de Adán sino con la nueva vida.

Segunda de Corintios 5:17:

Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación.  Las cosas viejas pasaron, todo es nuevo

En Juan 3:16 leemos:

Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo único

¡No dice que nos lo prestó!

¿Qué significa que nos dio a su Hijo? (1 Juan 5:11).

Aquí el apóstol Juan explica lo que quiere decir:

Este es el testimonio: Que Dios nos ha dado vida eterna, y esta vida está en su Hijo.

Este es el don de Dios a la humanidad. Por descontado, no podéis disfrutar ningún don si lo rehusáis, si lo rechazáis. ¿Es posible rechazar el don de Dios? Pues sí, pero ¿qué pasa si no lo rechazáis, y qué pasa si lo hacéis? Aquí esta, en el versículo siguiente (el 12):

El que tiene al Hijo, tiene la vida

¿Qué tipo de vida? En el versículo 11 está claro que se trata de la vida eterna.

El que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida

Uno de nuestros estudios durante estos días será sobre el pecado contra el Espíritu Santo. Muchos están confundidos en cuanto a este pecado. Es el pecado imperdonable, y hemos de estudiarlo.

El séptimo punto: Es el Espíritu Santo el que nos guía a toda verdad. Cuando estuve en Beirut, en el Líbano, en 1970, alguien me presentó a un gran predicador chino. Leí todos sus libros y contenían muchas cosas buenas, pero algunas eran erróneas.

Cuando oís a alguien, incluyéndome a mí, pensad que sólo existe una vara de medida para la verdad, y esa vara no es ninguna persona ni grupo de personas, sino que es la Biblia. Id siempre a la Biblia para saber si es verdad aquello que oís, sea quien sea el que os lo diga. Esta es la razón por la cual os predicaré sobre la Biblia. No creáis nada de lo que yo os diga; creed todo lo que este libro os diga.

Antes de hacerme adventista había sido un gran creyente en la iglesia católica romana. Mi padre resultó tremendamente afectado por mi conversión al adventismo. Él tiene un hermano –mi tío- que es un sacerdote jesuita. Mi padre le dijo a mi tío: ‘Te voy a pagar el viaje para que vayas a Uganda -donde yo estaba sirviendo ya como misionero-, y quiero que lo conviertas de nuevo a la madre iglesia’ (refiriéndose a la iglesia católica).

Así que vino mi tío, el sacerdote jesuita. Por supuesto, vino con sus hábitos de sacerdote jesuita. Se alojó en mi casa, y mis compañeros en la misión adventista me dijeron sorprendidos: ‘¿Qué hace aquí un jesuita?’ Y yo les dije: ‘¡Es mi tío! ¡No lo voy a echar por ser jesuita!

Y venía a convertirme de nuevo al catolicismo, a la iglesia romana, así que le dije: ‘Antes de que comencemos a discutir de teología, tenemos que ponernos de acuerdo en un punto’. Me dijo él: ‘¿Qué punto?’. Y yo le dije: ‘Hemos de acordar que la única regla de la verdad será la Biblia, la Palabra de Dios. Y yo estaré muy feliz en emplear tu Biblia si así lo prefieres’ (él había traído su Biblia católica). Él accedió, y en ese mismo momento supe que mi triunfo estaba asegurado.

El plan era que estuviese dos semanas para discutir conmigo, para convencerme... Sólo estuvimos cuatro días. Me dijo: ‘Mejor lo dejamos aquí’. Yo le dije ‘¿Por qué? Habíamos acordado dos semanas’. Me dijo: ‘Porque si continúo un día más me vas a convertir en adventista’.

El Espíritu Santo le estaba llevando a convicción, y él estaba luchando. Se llenó de terror al comprender la verdad. Le dije: ‘¿Dónde está el impedimento en que te hagas adventista?, ¡Adelante!’ Me respondió: ‘No. Nací católico y quiero morir católico’. ‘Bien -le dije-, es tu elección’.

Pero volvió y le dijo a mi padre: Ni se te ocurra hacerle volver a la iglesia católica en contra de su conciencia. Su conciencia está anclada en la Palabra de Dios, al fin y al cabo también cree en Jesucristo, así que no te preocupes.

Perdió la batalla en el momento en que dependí de la Biblia. No importa lo elevada que sea la posición de la persona. Id a la Escritura: es la única medida de la verdad.

En vida de la hermana White había muchos problemas teológicos en los que estaban implicados nuestros hermanos. Se debatían y acudían a ella para que les auxiliara en la solución de estos dilemas: el “continuo” en Daniel, los 144.000... La hermana White siempre les decía: ‘Id a las Escrituras. Que sea la Biblia la que decida lo que es verdad’.

Y cuando Jones y Waggoner predicaron el mensaje de 1888 y algunos de los hermanos se les opusieron, ella les dijo: ‘No tenéis derecho a condenarlos, a menos que podáis probar por las Escrituras que están equivocados’.

Así que sed estudiosos de la Biblia y permitid que el Espíritu Santo os conduzca a toda la verdad.

El punto octavo (muy importante): Es el Espíritu Santo el medio de nuestra santificación.

Cuando me hice adventista, hice muchas y maravillosas promesas a Jesús: no beberé nunca más ninguna bebida alcohólica, nunca más fumaré... Muchas promesas, pero ¿sabéis?, una cosa es hacer la promesa y otra es cumplirla. Lo intenté. Lo procuré, y fracasé. Lo volví a procurar y volví a fracasar. Y esto que os digo ocurría incluso siendo ya pastor. Durante años lo intenté a base de prometer, hasta que llegué a estar tan desanimado que estuve a punto de abandonar el ministerio y hasta el cristianismo. Pero gracias a Dios porque me llevó al Evangelio, y me mostró que es Cristo en nosotros, por el poder del Espíritu Santo, el que hace que podamos vivir vidas santas.

Segunda de Tesalonicenses 2:13:

Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios por vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya elegido desde el principio para salvación, mediante la obra santificadora del Espíritu y la fe en la verdad

La obra santificadora del Espíritu. Veis que es el Espíritu Santo el que hace posible para vosotros y para mí el vivir vidas santas. Os diré por qué: Cuando os convertís, cuando os hacéis cristianos, no hay ningún cambio en vuestra carne. Vuestra naturaleza humana es todavía pecaminosa. Hasta que aparezca Cristo en su segunda venida, vosotros y yo no tenemos poder para vencer la carne por nosotros mismos. Sólo el Espíritu nos puede librar del poder de la “ley del pecado que está en nuestros miembros”.

Buscad Romanos 8:2. Ved aquí lo que dice Pablo:

Porque mediante Cristo Jesús, la ley del Espíritu que da vida, me ha librado de la ley del pecado y de la muerte

Y en el versículo 3 explica cómo lo hace (el versículo 2 está expresado en tiempo pasado) ¿Cómo es que el Espíritu de vida en Cristo me ha librado de la ley del pecado y de la muerte?

Porque lo que era imposible a la Ley, por cuanto era débil por la carne

La ley no tiene poder para producir justicia en una carne enferma, pecaminosa, como la nuestra. Pues bien, lo que dice el versículo 3 es que aquello que era imposible a la ley, Dios lo hizo posible. ¿Cómo? De esta forma:

Dios, al enviar a su propio Hijo en semejanza de carne de pecado

En carne como la nuestra, y a causa del pecado.

Y como sacrificio por el pecado, condenó al pecado en la carne

¿Para qué? Versículo 4:

Para que la justicia que quiere la Ley se cumpla en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.

Así, es el Espíritu Santo el que produce la santificación. Hay una declaración muy importante. Lo dije antes: el Espíritu Santo no es un co-redentor, lo que quiere decir que cuando el Espíritu Santo produce justicia en vosotros, eso no es meritorio. No hay merito redentor ninguno. Esa justicia que se produce en vosotros fue ganada ya en Cristo. No os hace contribuir a vuestra redención. Lo que hace es demostrar al mundo lo que es ya cierto de vosotros en Cristo. En otras palabras: la obra del Espíritu Santo es reproducir la justicia de Cristo en nosotros. Esto no añade a nuestra salvación, no es meritorio por nuestra parte, no es una ayuda para nuestra salvación, sino que prueba que ya hemos sido salvos en Cristo. Así que hemos de tener esto presente: solo hay un Salvador, que es Jesucristo el Señor.

Punto noveno -y enlaza con el anterior-: La obra del Espíritu Santo consiste en reproducir la vida de Cristo en nosotros.

Quiero explicar algo que hemos de entender, y entraremos en más detalles luego, o en alguna otra ocasión.

Una cosa es ser nacido del Espíritu, y otra cosa es ser controlado por el Espíritu -o estar bajo el control del Espíritu-. ¿Por qué? Porque el creyente tiene dos naturalezas: tiene la antigua naturaleza -el viejo hombre- y una nueva naturaleza. Y no es imposible que un cristiano que haya nacido del Espíritu Santo ande posteriormente en la carne. La obra del Espíritu Santo es reproducir la vida de Cristo en nosotros, de forma que el mundo no nos vea a nosotros, sino que vea a Cristo en nosotros.

Segunda de Corintios 3:17 y 18:

Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, hay libertad.

¿Libertad de qué? De la carne.

Por tanto, nosotros todos [se refiere aquí a los creyentes] al contemplar con el rostro descubierto, como en un espejo, la gloria del Señor, nos vamos transformando a su misma imagen, con la creciente gloria que viene del Señor, que es el Espíritu

¿Sabéis amigos? El pecado no solamente nos ha robado la vida, sino que también nos ha robado la gloria de Dios, porque en Romanos 3:23, Pablo dice:

Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios

El Espíritu restaura esa gloria. Tal es su obra: reproducir la vida de Cristo.

Dos puntos más. El décimo, que otro día estudiaremos en mayor detalle: Es el Espíritu Santo quien nos otorga los dones (espirituales), de forma que podamos obrar como cuerpo de Cristo. Primera de Corintios 12:7-11:

A cada uno le es dada manifestación del Espíritu para el bien común. A uno es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe por el mismo Espíritu; a otro, don de sanidad por el mismo Espíritu; a otro, operación de milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversidad de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas. Pero todas estas cosas, las efectúa uno y el mismo Espíritu, y reparte a cada uno en particular como él quiere.

Toda clase de dones para edificar la iglesia en Cristo, para que juntos podamos reflejar a Cristo, y cuando la gente vea esto, diga: ahora sabemos que

el Evangelio es el poder de Dios para salvación para todo aquel que cree (Rom. 1:16)

Estoy retirado, pero aún sigo llevando una iglesia en Washington. En esa iglesia hay una representación de 43 o 44 nacionalidades distintas, de todas las partes del mundo.

Un día teníamos un programa. Mi iglesia está muy cerca de la zona donde están las embajadas, y siempre invitamos al personal de las embajadas y a los embajadores para nuestras sesiones en la iglesia: Rumania, Sudáfrica, Australia, Francia... suelen venir de todos los lugares, y ven la unidad de la iglesia.

El embajador de Sudáfrica me dijo: ‘Hemos estado intentando que se produzca la unidad en Sudáfrica durante años y años, y fracasamos. ¿Cómo lo han logrado ustedes aquí?’ Le dije: ‘No lo hemos logrado nosotros: es el Evangelio el que lo logró’. Y él me dijo: ‘¿Por qué no lo logró en Sudáfrica?’ Me sorprendió su pregunta. ‘¿A qué se refiere?’ –le dije. Me contestó: ‘Yo fui adventista. Dejé de ir a la iglesia porque en Sudáfrica los adventistas se pelean entre ellos’. Entonces le dije: ‘¡Eso sólo pude suceder si no han comprendido el Evangelio!’ ¿Sabéis? El embajador de Sudáfrica asiste ahora a mi iglesia, y es ahora un fiel adventista.

En cierta ocasión buscamos un local alquilado, tomé veinte de los miembros de la iglesia de la que procedo, y edificamos otra iglesia. Los que nos observaron tuvieron la ocasión de comprobar que éramos diferentes. El Evangelio hace eso mediante el poder del Espíritu Santo: nos otorga dones para la edificación de la iglesia. Equipa a la iglesia con poder para testificar. Este es el punto undécimo.

Efesios 4:11-13:

Él mismo dio a unos el ser apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; y a otros, pastores y maestros; a fin de perfeccionar a los santos para desempeñar su ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un estado perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo

Todo esto es la obra del Espíritu Santo, quien otorga los dones.

Y el punto duodécimo y último: El Espíritu Santo da al creyente poder para testificar.

Podéis pensar: ‘Es que soy muy tímido’, o ‘No tengo conocimientos teológicos’, y el Espíritu Santo os dice: ‘No me importa lo débil que tú seas’.

Hechos 1:8. Jesús dijo a los discípulos:

Pero recibiréis el poder, cuando venga sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra

Y también en Francia. En todo el mundo. En el sitio en donde te encuentres.

Así que la obra del Espíritu Santo es hacer una realidad en nuestra experiencia personal aquello que ya es cierto de nosotros en Jesucristo. No es que añada a la obra de Cristo. No. La obra de Cristo es perfecta y completa. El Espíritu Santo hace real la obra de Cristo en nosotros.

Así que el Evangelio resulta una experiencia, y cuando el Evangelio se experimenta, es el poder más grande que hay en todo el mundo. Esta es mi oración para vosotros: que permitáis que el Espíritu Santo os emplee para cumplir la misión que Dios os ha encomendado.

 

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