Doctor en Medicina y Cirugía, Máster en Salud
Pública por la Universidad de Loma Linda, y autor de varias obras publicadas
por Editorial Safeliz
¿Qué es lo que más te preocupa en
cuanto a la salud en la Iglesia?
Dos cosas: en
primer lugar, lo fácil que resulta engañar a algunos adventistas seduciéndolos
con modas dietéticas más o menos desequilibradas que no siguen ni la ciencia ni
los principios bíblicos ni los del Espíritu de Profecía. ¿Cómo es eso posible,
teniendo nuestra Iglesia un mensaje tan completo y reconocido, un mensaje de
salud que ha sido inspirado divinamente? ¿Será por desesperación, por
ingenuidad, o por desconocimiento?
Y en segundo
lugar, el intrusismo profesional. Todos podemos y debemos ser agentes de
prevención y de educación sanitaria; pero el diagnóstico y la prescripción de
un tratamiento específico para un caso concreto son labor exclusiva del médico.
La tendencia
de algunos miembros de iglesia a invadir el terreno del médico o de otros
profesionales de la salud no es nueva; ya en tiempo de Elena White, hace más de
120 años, ella tuvo que elevar su voz “contra los novicios que aseveran tratar
las enfermedades…”
¿De qué
depende la salud?
No nos
cansaremos de repetir que la salud no depende del azar, sino que es
consecuencia de la obediencia a las leyes naturales. La ley de la causa y el
efecto se acaba cumpliendo siempre. A veces resulta difícil descubrir la causa
de la enfermedad, pero siempre la hay: en el propio paciente, en su herencia, o
en su entorno. Indagar los factores causales que puedan ser modificados y
corregir los hábitos nocivos es labor del paciente y de su médico.
¿Realmente podemos mejorar
nuestra salud modificando el estilo de vida, tal como preconizamos?
Si no fuera
así, nos estaríamos engañando. El mensaje de salud adventista, la Reforma de la
salud que proclamamos, sirve sobre todo para prevenir la enfermedad. La ciencia
moderna confirma que la prevención de la enfermedad es un hecho real. Cientos
de estudios científicos avalan el efecto protector del estilo de vida
adventista para evitar enfermedades. Pero una vez que la enfermedad aparece,
pueden hacer falta tratamientos más enérgicos que los simples remedios
naturales. El organismo responde algunas veces, pero otras hace falta el “cuchillo”.
Por eso la Iglesia Adventista del Séptimo Día tiene hospitales en todo el
mundo.
¿Fumar
es pecado?
Efectivamente;
así lo vieron ya los pioneros adventistas, para quienes los hábitos adictivos
como el de fumar suponen una violación de al menos dos mandamientos: del
primero “No tendrás dioses ajenos delante de mí” y del sexto “No matarás”. Las
leyes de la vida y de la salud también son leyes divinas, al igual que los diez
mandamientos.
¿Existe
alguna relación entre el cuidado de la salud y la vida espiritual?
Desde luego
que sí. La constatación de esta relación es una de las grandes aportaciones de
Elena White y del adventismo, y contribuye a hacer de nuestra Iglesia un
referente mundial en la promoción de la salud. De hecho, el cuidado de la
salud, el respeto a las leyes del cuerpo y de la mente, son un marcador o un
indicador del nivel espiritual de una persona.
Se espera de
los creyentes que alcancemos la victoria total y definitiva sobre el hábito de
fumar al igual que sobre otros que dañan la salud. Los adventistas no nos
conformamos con repetir indefinidamente el ciclo frustrante de
tentación-caída-recuperación, sino que aspiramos a una victoria total y
definitiva sobre nuestras tendencias negativas, heredadas o adquiridas. “Hay
que cortar el rabo al perro de una sola vez”, decimos en los cursos para dejar
de fumar. Sabemos bien que, por nosotros mismos, eso es imposible. Pero “pedid
y se os dará”, decimos; pues contamos con un Poder infinito que viene de afuera
y de arriba.
¿Es
posible no ceder a la tentación?
De igual
forma que aspiramos a una eliminación completa del hábito de fumar o de otras
complacencias perjudiciales, y que no cabe esperar que un adventista ex-fumador
caiga una y otra vez, aspiramos también a una victoria completa sobre todo
pecado. Por eso la reforma de la salud adventista, con el cambio de estilo de
vida que conlleva, constituye una preparación y una ayuda para la victoria del
cristiano sobre su naturaleza caída. Porque se puede tener una naturaleza
pecaminosa, como la tendremos hasta la traslación, y aun siendo tentado, no
pecar. El Señor ha prometido que así será; nuestra parte es creerlo y
aceptarlo. Él escribirá su ley en nuestro corazón, para que nos complazcamos en
lo que es sano, bueno y santo.
¿No
somos demasiado radicales?
Somos
radicales, pero creo que no demasiado. Porque los creyentes no seguiremos
fumando y dejando de fumar hasta que Cristo vuelva, no; igualmente, no
seguiremos pecando y levantándonos indefinidamente.
La
experiencia de la salvación no es solamente la de una justificación teórica,
sino un cambio tan radical como el de un nuevo nacimiento. ¿O no es acaso
radical el nacer de nuevo? Y ese cambio drástico tiene que ver con el carácter,
pero incluye también los hábitos y los apetitos relacionados con la salud.
Esperar a la resurrección para cambiar, es llegar tarde. El cambio de gustos y
la santificación del apetito a la que somos llamados puede y debe producirse
aquí y ahora.
La
condescendencia con el pecado, sea este contra la ley natural o contra los
mandamientos, es ciertamente más popular que el mensaje de la victoria total,
pero debilita la salud física y espiritual. Por el contrario, presentar el
ideal de forma radical, como lo hacemos al propugnar la abstinencia total del
tabaco o de las bebidas alcohólicas, le otorga coherencia y fortaleza a nuestro
mensaje.
¿Por
qué los que esperamos la pronta venida de Jesús nos ocupamos de la salud?
¡Buena
pregunta! Algunos podrían pensar que no vale la pena cuidarse si este cuerpo
mortal va a ser pronto transformado. Pero no deja de resultar curioso que sean
precisamente los adventistas, la denominación cristiana que más énfasis hace en
la Segunda Venida, los que han desarrollado un mensaje de salud más abarcante.
Y esto es así porque entendemos el cuidado de la salud como una forma de honrar
a nuestro Creador, como un medio y como una ayuda en la preparación para el
encuentro con Jesús.
Los que
esperamos la pronta venida de Jesús en nuestra generación no nos estamos
preparando para dormir en el polvo, sino para recibir el don de la vida eterna
sin pasar por la muerte. No deseamos ser los más sanos del cementerio, sino que
nos preparamos para ser arrebatados al son de la trompeta. Como Enoc, deseamos
caminar con Dios cumpliendo sus leyes, que incluyen las de la salud; y esto no
por nosotros, sino por el poder del Espíritu divino habitando en nosotros. Este
es el valor añadido del mensaje de salud adventista respecto a cualquier otro
programa secular de promoción de la salud; y también la razón de su éxito.
¿Qué
queda por hacer en relación a la salud en nuestra Iglesia?
Ante todo,
creer:
- Creer que Jesús es poderoso para salvarnos, y
también para transformarnos.
- Creer que mis gustos y apetitos pueden ser cambiados
por otros más saludables por el poder de Su Espíritu, y que al hacerlo mejora
nuestro discernimiento mental y espiritual.
- Creer que ese milagro es posible, pues lo hemos
visto tantas veces; por ejemplo en ex-fumadores que
ahora detestan lo que antes les atraía.
- Creer que no hay que rebajar el ideal por miedo a
ser criticados de radicales.
- Creer que un cristiano coherente y hasta exigente
consigo mismo, pero amante y no crítico con los demás, es un testimonio del
poder de Dios para la salvación.
- Creer que la salud depende, ante todo, de los
hábitos y del estilo de vida.
- Creer que tanto la buena salud física como
espiritual pasan por vencer las malas tendencias y hábitos de nuestra vieja
naturaleza.
- Y creer que el mensaje de la reforma de la salud
adventista forma parte del mensaje del tercer ángel, y que nos fue dado como
preparación para el Gran Encuentro que esperamos ya pronto.
“Que el mismo Dios de paz os santifique por
completo; y todo vuestro ser —espíritu, alma y cuerpo— sea guardado irreprochable para la venida de
nuestro Señor Jesucristo. Fiel es el que os llama, el cual también lo hará.”
1 Tesalonicenses 5:23-24