El reposo del sábado

pastor Jack Sequeira

 

 

El sábado es más que un día de descanso mental y físico. Es incluso más que un día para la adoración. El sábado tiene un significado definidamente redentor; está en estrecha relación con el evangelio eterno.

El Nuevo Testamento utiliza frecuentemente la palabra reposo para referirse a las buenas nuevas de salvación en Jesucristo (Mat 11:28; Heb 4:2-3). Desde la misma entrada del pecado, ese prometido reposo de la salvación en Cristo ha estado relacionado con el sábado. Es por eso que en el Antiguo Testamento a los días principales de fiesta se les designaba sábados de reposo. Todos ellos apuntaban hacia el Mesías y hacia su obra redentora.

 

El significado del sábado desde el punto de vista de Dios

La palabra Sabat significa “reposo”, y el primer hecho que descubrimos en el Antiguo Testamento es que el sábado pertenece a Dios. Él lo llama “mi día santo” (Isa 58:13); “mis sábados” (Éxodo 31:13). “El séptimo es sábado para Jehová tu Dios” (Éxodo 20:10). Claramente el sábado pertenece a Dios: es antibíblico calificarlo como el “sábado judío”. Sí, fue hecho para el hombre (Mar 2:27), pero no pertenece al hombre —sea este judío o gentil—: pertenece a Dios.

La siguiente pregunta lógica es: ¿Por qué razón el Dios todopoderoso, que obviamente no necesita descanso (Isa 40:28), apartó el séptimo día como su día especial de reposo? La respuesta bíblica a esa cuestión es que Dios separó ese día de sábado, ese día de reposo, para señalar su obra perfecta y completa en la creación (Gén 1:31; 2:1-3; Heb 4:4). Ese hecho tiene una importancia capital para nuestra comprensión del evangelio.

Hemos de tener presente que ese sábado fue el séptimo día para Dios, no para nosotros. Dios dedicó seis días para la creación de todo lo que es y tiene nuestro planeta. Entonces apartó (santificó) el séptimo día como su Sabat (Éxodo 20:11). Adán y Eva fueron creados al final del sexto día (Gén 1:25-26). Por lo tanto, el sábado (o séptimo día) de Dios, de hecho, para la raza humana fue el primer día completo de existencia. Veamos por qué es eso importante, especialmente al considerar el sábado a la luz de la redención en Cristo.

Dios obró seis días en la creación de este mundo. Solamente descansó cuando su obra fue perfecta y completa (Gén 2:1 y 3). Adán y Eva, en contraste, no comenzaron obrando; dedicaron su primer día entero de vida a reposar en el sábado de Dios. Solamente después de haber “entrado” en el reposo de Dios continuaron con los seis días de labor. El ser humano comenzó, pues, recibiendo toda la obra de Dios como un don absolutamente gratuito. Solamente entonces pudo la humanidad disfrutar de la creación, en los restantes seis días de la semana.

Tal como sucede en la creación, la salvación comienza, no haciendo algo, sino reposando en la obra perfecta y acabada de Jesús, realizada en su vida y en su muerte. Lo mismo que Adán y Eva dedicaron su primer día al reposo sabático antes de emprender su actividad común, nosotros podemos disfrutar las bendiciones de la salvación solamente reposando primeramente en la perfecta justicia que Jesús ha provisto. Esa perspectiva muestra que el reposo del sábado viene a representar el fundamento mismo de la verdad gloriosa de la justicia por la fe.

Cuando Dios puso aparte —santificó— el sábado, entró en una relación de pacto eterno con la raza humana, una relación en la que el ser humano habría de depender siempre de Dios. Pero cuando Adán y Eva pecaron, escogiendo depender de ellos mismos antes que de Dios: rompieron ese pacto dado por Dios. Como resultado perdieron el verdadero reposo que el sábado simbolizaba: “Con el sudor de tu rostro comerás el pan” (Gén 3:19). Pero Jesús vino a este mundo con el expreso propósito de restaurar ese reposo que la raza humana había perdido al caer en el pecado (Mat 11:28). Haciendo tal cosa, restauró el significado del sábado. A fin de recibir las buenas nuevas de la salvación, hemos de retomar ese principio fundamental del reposo sabático como fue dado a nuestros primeros padres.

El Nuevo Testamento especifica que Jesucristo fue el agente por medio del cual Dios llevó a cabo, tanto la creación (Juan 1:3; Col 1:16; Heb 1:2 y 10) como la redención (Juan 3:16-17; Rom 3:24; 1 Cor 1:30; Gál 3:13; Col 1:14; Tito 2:14; Heb 9:12; 1 Ped 1:18; Apoc 5:9). De la misma forma en que Cristo acabó la creación al final del sexto día para reposar el séptimo, acabó también la redención en la cruz un sexto día y reposó en el sepulcro el séptimo día (Juan 17:4 y 19:30).

Hay más: la obra de Cristo para la restauración, que será completa al final de su ministerio celestial (1 Cor 15:24-26; Heb 2:13) está también ligada al sábado (Isa 66:22-23). Su obra de restauración será una obra perfecta y completa, tanto como lo fueron la creación y la redención. Por lo tanto, el sábado tiene un triple significado para nosotros: creación, redención y restauración.

Dado que Cristo es nuestro Creador, Redentor y Restaurador, tiene el perfecto derecho a reclamar para sí el título de “Señor del sábado” (Mar 2:28; Luc 6:5; Apoc 1:10). Cuando la nación judía lo rechazó como Mesías, su observancia del sábado perdió el significado. Es por ello que Hebreos dice: “Por lo tanto, queda un reposo [en el original, sabbatismos: reposo sabático] para el pueblo de Dios” (4:9). Toda observancia del sábado que no sea motivada por una respuesta de fe a la perfecta expiación efectuada por Cristo en la cruz, es falsificación, y pertenece todavía al antiguo pacto de salvación por las obras.

 

 

El significado del sábado desde el punto de vista del hombre

Dios creó el mundo mediante Cristo, para nuestro bien. No hicimos ninguna contribución a la creación; simplemente la recibimos como un don de Dios. Si bien el sábado pertenece a Dios, lo mismo que el mundo, Dios lo hizo en beneficio nuestro (Éxodo 31:13; Eze 20:12; Mar 2:27). Dios puso aparte —santificó— el reposo del sábado para recordarnos que él es nuestro amante proveedor y que dependemos de él para todo lo que nos es necesario.

Es significativo el hecho de que Dios estableció ese pacto con el ser humano antes de la entrada del pecado. Por lo tanto, si Adán y Eva nunca hubieran pecado, hoy seguiríamos guardando el sábado de Dios como día de reposo. Pero cuando el pecado entró en el mundo, destruyó el significado original del reposo sabático. El pecado es rebelión contra nuestra dependencia de Dios y una demanda de depender solamente del yo (Rom 1:21; Fil 2:21). Por lo tanto, cuando el pecado nos separó de Dios (Isa 59:2), el sábado perdió ese significado para nosotros. El hombre introdujo entonces su propio día de reposo: el domingo. No obstante, a diferencia del día de reposo de Dios, el día por el que el hombre lo sustituyó —el domingo— no señala hacia una obra perfecta y completa, sea en la creación o en la redención. Ese hecho es de importancia capital a la luz de los acontecimientos finales del gran conflicto entre la salvación por la fe, simbolizada por el sábado instituido por Dios, y la salvación por las obras humanas, simbolizada por el domingo instituido por el hombre.

El sexto día, Jesucristo realizó en la cruz una redención perfecta y completa, de la misma forma en que había completado una obra perfecta en la creación al final de aquel sexto día (Luc 23:54). De esa forma restauró el reposo del sábado que había dado en el Edén, y que había sido arruinado por el pecado. Ahora todos los que reciben el evangelio por la fe entran una vez más en el reposo salvífico de Dios, del cual es señal el sábado (Heb 4:2, 3; Éxodo 31:13; Eze 20:12; Isa 58:13-14). En el sermón del monte Jesús enseñó claramente que si buscamos primeramente su reino y su justicia (que es por la fe), todas nuestras necesidades serán cubiertas (Mat 6:33).

En otras palabras: el evangelio ha provisto una vía por la que podamos escapar de la dependencia hacia nosotros mismos, que es la causa de todos nuestros problemas, y regresar a la dependencia hacia Dios, que es la fuente de toda alegría y felicidad. Pero una cosa es segura: no podemos servir a dos señores; no podemos servir a Dios y al yo (Mat 6:24-34). Cuando entramos en el reposo de Dios, su día de reposo ha de ser el nuestro. Es la señal exterior de que vivimos por la sola fe. Guardar el sábado según esa motivación de la fe, es verdadera observancia del sábado.

 

La ley y el sábado

Antes de que podamos considerar el sábado en relación con la ley de Dios, debemos recordar que Dios no dio jamás la ley como un medio de salvación (Rom 3:28; Gál 2:16). Ese fue el error de los judíos. Fue el error del antiguo pacto, que desembocó en el fracaso más miserable (Rom 9:30-33; Heb 8: 7-11). Por lo tanto, cualquiera que guarde el sábado de Dios con la intención de ser salvo, está repitiendo el error de los judíos y está pervirtiendo el propósito mismo del reposo del sábado. Cuando hacemos de la observancia del sábado un pago para la salvación, no estamos entrando de modo alguno en el reposo divino. No estamos conmemorando una salvación perfecta y completa. En lugar de eso, estamos convirtiendo el sábado exactamente en lo opuesto a aquello para lo que Dios lo instituyó. Lo estamos convirtiendo en un medio de salvación por las obras. Una observancia tal del sábado carece por completo de sentido.

¿Cómo, pues, guardará el sábado un cristiano que ha sido salvo por la gracia, por medio de la fe?

El Nuevo Testamento, especialmente el apóstol Pablo, enseña claramente que Dios no dio nunca su ley como un medio de salvación. De hecho, antes que Dios diese a los judíos su ley en el monte Sinaí, les declaró: “Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de tierra de Egipto, de casa de servidumbre” (Éxodo 20:2). Primeramente Dios redimió a Israel, y después dio su ley a los israelitas. Moisés aplicó específicamente ese principio a la observancia del sábado (Deut 5:15). Sin embargo, aunque Dios no nos dio la ley como un medio de salvación, ciertamente quiere que consideremos su ley como la norma para la vida cristiana (Rom 13:8-10; Gál 5:13-14; 1 Juan 5:1-3; 2 Juan 6).

La verdadera motivación para guardar la ley —dijo Jesús— es el amor (Mat 22:36-40; Juan 14:15). El Antiguo Testamento concuerda con ello (Deut 6:5; Lev 19:18). Sin embargo, no está en nuestra mano el generar ese amor a partir de nuestras propias naturalezas pecaminosas puesto que se trata del amor ágape, el tipo de amor que sacrifica el yo: un amor que solamente se origina en Dios. Por lo tanto, Dios nos da ese amor como su don a nosotros, mediante el Espíritu Santo (1 Cor 12:31; 13:13; Rom 5:5). Dios no nos da ese amor con el fin principal de que fluya hacia él, puesto que no es un Dios “egoísta”, sino que nos da ese amor desprovisto de egoísmo a fin de que podamos reflejarlo hacia otros como evidencia del poder salvador que el evangelio tiene sobre el yo (Juan 13:34-35; Rom 5:5; 2 Cor 5:14-15). Eso es lo que significa tener la ley escrita en nuestros corazones (Heb 8:10).

Los primeros cuatro de los diez Mandamientos de Dios tienen que ver con nuestra relación con él; los últimos seis se refieren a la relación con nuestro prójimo. Puesto que el amor (ágape) “no busca lo suyo” (1 Cor 13:5), ¿cómo obedeceremos los primeros cuatro mandamientos en armonía con el carácter de Dios, desprovisto de egoísmo? Recordando que la única forma en la que podemos obedecer es mediante la fe. Sólo podemos obedecer los primeros cuatro mandamientos por la fe, viviendo la experiencia del nuevo nacimiento, y con esa experiencia viene el don del amor, que nos capacita para guardar los últimos seis mandamientos (amor hacia nuestro prójimo).

El Nuevo Testamento tiene poco que decir sobre nuestra obediencia a los cuatro primeros mandamientos, puesto que todo cuanto Dios pide de nosotros en lo referente a nuestra relación con él, es fe (Juan 6:28-29; Heb 11:6; 1 Juan 3:23). Espera de nosotros que ejerzamos esa fe motivada por la apreciación profunda de su supremo don de amor, encarnado en Jesucristo (Gál 5:6). Así, la única forma en que podemos obedecer el cuarto mandamiento es por la fe: entrando por la fe en el reposo de Dios. En ese contexto, el sábado demuestra ser el sello de la justicia por la fe.

 

La controversia sábado-domingo

La cuestión decisiva no es la que en apariencia podría significar la mera diferencia entre un día o el otro (sábado o domingo). Muchos cristianos sinceros, guardadores del domingo, están hoy reposando plenamente en Cristo para su salvación. Están guardando el día equivocado, pero por la razón correcta, por la verdadera motivación. Sucede también que muchos cristianos sinceros guardan hoy el sábado porque piensan que esa observancia del sábado les salvará. Están guardando el verdadero día de reposo, pero lo hacen por la razón equivocada. Ambos están en necesidad de corrección, y si lo permitimos, el Espíritu Santo la efectuará a medida que nos guíe a toda la verdad (Juan 16:13).

Cuando el evangelio del reino sea predicado a todo el mundo por testimonio a todas las naciones (Mat 24:14), polarizará a toda la raza humana en sólo dos grupos: los creyentes y los incrédulos (1 Juan 5:19). Habrá solamente dos clases: aquellos que reposen plenamente en Cristo, y los que lo hayan rechazado irreversiblemente. En el último tiempo, todos los que se alisten bajo la bandera de Cristo adorarán al Señor del sábado; su observancia del sábado será la señal exterior —sello— de la justicia que recibieron por la fe, de igual forma en que Abraham “recibió la circuncisión como señal, como sello de la justicia de la fe que obtuvo estando aún incircunciso” (Rom 4:11).

Al final del tiempo, aquellos que hayan dado la espalda deliberadamente al don gratuito de Dios de la salvación en Cristo, adorarán al “dragón que había dado autoridad a la bestia” (Apoc 13:3-4): exaltarán el domingo como el día de reposo del hombre, en (oculto) desafío al día de reposo de Dios. El meollo, pues, en el conflicto final, no será meramente la controversia entre dos grupos de cristianos, ni siquiera entre dos días distintos de reposo, sino entre dos métodos de salvación opuestos. El conflicto se centrará en el sábado —símbolo de la salvación por la sola fe—, y el domingo —símbolo de la salvación por la obra humana—.

A lo largo de toda la Escritura el tema fundamental siempre ha sido la disyuntiva 'salvación por fe’, versus ‘salvación por obras'. En el corazón del mensaje de la Biblia está la salvación por la gracia, recibida mediante la fe (Hab 2:4; Rom 3:28; Gál 2:16; Efe 2: 8-9; Heb 10:38-39; Heb 11:1-40). En el corazón de toda falsa religión está la salvación por las obras. En tiempos antiguos el domingo vino a ser, no solamente el día para el reposo físico y mental del hombre, sino que por encima de todo simbolizaba el día de reposo espiritual y adoración basado en la creencia pagana de que el sol era el principal de los dioses. Eso se hizo prominente en el Imperio romano en los días de Cristo. Desde su mismo origen, el reposo del domingo es una institución pagana que representa la justicia propia, en contraste con el sábado de Dios, que es señal de la justicia que viene solamente de él, y que aceptamos por la fe. Esos conceptos opuestos de la salvación han estado en conflicto desde la entrada del pecado, y son irreconciliables.

Cuando el verdadero evangelio de la justicia por la fe sea plenamente restaurado y predicado a todo el mundo por testimonio, toda persona tendrá que hacer la elección: por Cristo, o contra él (Deut 30:19-20; Josué 24:13-15; Rom 9:30-33; Fil 3:3-9). En ese tiempo el sábado será el sello de Dios, como señal de la justicia de Cristo recibida por la fe. La observancia del domingo, en contraste, representará la marca de la “bestia”, significando el rechazo a la gracia salvífica de Dios en Cristo (Apoc 14:9-11). Cuando se promulguen leyes que hagan obligatoria la observancia del domingo, eso significará el rechazo deliberado y final del mundo al amoroso don divino de la salvación mediante su Hijo.

Esa es la “abominación desoladora” de la que habló Cristo (Mat 24:15). Los que insistan entonces en aferrarse al reposo del domingo, estarán en oposición consciente y voluntaria contra el sábado de Dios, y recibirán las plagas: la ira de Dios derramada sin mezcla de misericordia (Apoc 14:9 y 11). En contraste, los que se adhieran al sábado del séptimo día en ese ambiente de oposición, lo harán solamente mediante una fe inconmovible en Dios.

Atravesarán el tiempo de angustia y habrán lavado sus ropas, habiéndolas emblanquecido en la sangre del Cordero (Apoc 7:14).

Debido a que tantos cristianos tienen todavía ideas confusas acerca de la salvación, la verdadera naturaleza del conflicto entre el sábado de Dios y el domingo (pagano-papal) del hombre, tampoco se comprende aún con claridad. Pero cuando los dos métodos opuestos de salvación vengan a ser confrontados, la verdadera importancia del sábado será igualmente manifiesta. En ese tiempo, la observancia del sábado será de una forma muy especial la prueba de la fe.

Que Dios nos dé a cada uno la gracia y el valor para mantenernos por la verdad. “El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve. Amén; sí, ven, Señor Jesús. La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros. Amén” (Apoc 22:20-21).

 

 

traducción:

www.libros1888.com