Puesto que la psicología, incluso la llamada psicología “cristiana”, apela al fortalecimiento de la autoestima, el movimiento emergente ha visto en ella un potencial inestimable. W. McDonald escribió este artículo antes que eclosionara la iglesia emergente, pero contiene los elementos que permiten contrastar la negación del yo propia del evangelio de Cristo, con la exaltación del yo propia del espiritismo moderno, que aparece camuflada en lenguaje psicológico en el movimiento emergente.

 

Psicologización de la iglesia
William McDonald

 

Uno de los fenómenos de la era en que vivimos es la manera en que la iglesia ha sido infiltrada por la psicología secular. En contradicción con 2 Timoteo 3:16-17, la Biblia ya no es considerada como base suficiente para obtener o dar consejo. Necesitamos la psicoterapia. Ya no se confía en que el Espíritu Santo produzca los cambios necesarios en las vidas de los creyentes. Los ancianos ya no son competentes para orientar. Tienen que remitir las personas a un terapeuta profesional. Eso, a pesar de que Dios nos ha dado en la Palabra y mediante el Espíritu todo lo necesario para la vida y la piedad (2 Pedro 1:3).

Durante generaciones los cristianos llevaron sus problemas al Señor en oración. Ahora han de llevarlos a un psiquiatra o a un psicólogo. A los jóvenes ya no se les apremia a que prediquen la Palabra. Ahora el lema es: practicad la orientación psicológica.

La orientación profesional ha llegado a ser una especie de vaca sagrada hasta el punto de que uno puede tener la seguridad de que alguien saldrá inevitablemente en su defensa al percibir que se la cuestiona. ¿Qué hay de malo en ella? Veámoslo en once puntos:

1. El foco de atención se dirige al yo, en lugar de a Cristo. Ese es un error fatal. No hay victoria en el yo. La introspección no cura. Los buenos marineros no echan el ancla dentro del barco. Necesitamos a Alguien mayor que nosotros mismos, y ese alguien es Cristo. Más tarde o más temprano habremos de reconocer que nuestra unión con Cristo es el camino a la victoria en la vida cristiana (2 Corintios 3:18).

Ibsen, el dramaturgo noruego, cuenta acerca de una visita que hizo Peter Gynt a un hospital psiquiátrico. Todos parecían normales allí. Nadie parecía loco. Hablaban muy razonablemente acerca de sus planes. Cuando Peter mencionó ese hecho a un médico, este le dijo: —Están locos. He de admitir que hablan de manera muy racional, pero todo tiene que ver con ellos mismos. Están muy inteligentemente absorbidos en su yo. Es el yo, mañana, mediodía y noche. ‘Aquí no podemos apartarnos del yo. Lo arrastramos con nosotros, incluso en nuestros sueños. Sí, joven, hablamos de manera racional, pero estamos bien locos’.

2. La psicología moderna se basa en sabiduría humana, no en la divina. Es la opinión de los hombres en lugar de la autorizada Palabra de Dios. La variedad de opiniones humanas se ve en el hecho de que hay más de 250 sistemas de psicoterapia y más de 10.000 técnicas (incluyendo una para ayudar a tus animales domésticos), y cada una de ellas pretende la superioridad sobre las demás.

Dice Don Hillis: Esta tendencia incluye al menos un elemento de peligro: el razonamiento humano toma el puesto de la Palabra de Dios para la resolución de los problemas emocionales y espirituales. Las respuestas racionales... que no están basadas en principios espirituales pueden procurar un alivio temporal, pero a su vez pueden chasquear y producir perjuicios.

3. Muchos —probablemente la mayoría— de los problemas por los que la gente busca consejo, tienen su causa en el pecado: matrimonios rotos, familias rotas, conflictos interpersonales, ansiedad, drogas, alcohol, y algunas formas de depresión. Para estos problemas no necesitamos el diván, sino la Cruz. Sólo el Salvador nos puede decir: Tus pecados te son perdonados; ve en paz.

4. El abordaje psicológico se centra en desviar la culpa. Al pecado se le llama enfermedad. Se lo cree causado por el ambiente que rodea a la persona. Se echa a los padres la culpa por la conducta inaceptable de los hijos. Como resultado, se libera a la persona de su responsabilidad personal. John MacArthur habla de una mujer que refirió haber tenido durante años un problema con la fornicación compulsiva. El consultor sugirió que su conducta era el resultado de traumas emocionales infantiles sufridos en relación con un padre pasivo y una madre dominante.

Henry Sloane Coffin valoró la situación de manera perspicaz: La psicología actual aporta... coartadas morales. Los hombres y las mujeres se hacen analizar, y se sienten emancipados al eliminarse los nombres feos que una religión valiente daba a los pecados, y que son ahora sustituidos por nombres que no sugieren culpabilidad alguna. Son disfuncionales o introvertidos; ya no son hipócritas o egoístas. Un padre de edad madura se cansa de su mujer y se enreda con otra mujer que tiene la mitad de su edad, y un terapeuta le dice que está sufriendo de un espasmo de re-adolescencia, cuando se le debiera confrontar con el mandamiento: no cometerás adulterio.

5. La psicoterapia obra de manera directamente contraria al Espíritu Santo, al enfatizar la importancia de una autoimagen positiva, de una autoestima robusta. El Espíritu Santo está tratando de llevar a los pecadores a la convicción de pecado, al arrepentimiento. Está tratando de restaurar a creyentes desviados, y de llevarlos a la confesión. Todo lo que que no esté basado en el perdón de los pecados y en la restauración del hombre en Cristo, es el súmmum de la falsedad.

6. Está, naturalmente, la faceta financiera. James Montgomery Boice comenta: ‘De modo que en nuestros tiempos tenemos el fenómeno singular de gente que paga a otras personas para que les escuchen, que es de lo que se trata en la profesión de la psiquiatría, psicología y consejería. La consejería es un negocio millonario. Pero la realidad es que en la inmensa mayoría de los casos no se trata de que los consejeros orienten o aconsejen a sus consultantes. Básicamente, todo lo que hacen es escuchar. Se les paga por hacer lo que en tiempos pasados hacían otras personas de forma voluntaria y altruista’.

Cuando una señora se quejó de que en veinte años de acudir a un psicólogo no había recibido ninguna ayuda real, una amiga le preguntó:

—¿Has acudido alguna vez a la iglesia en busca de ayuda?

Ella respondió: —No. Todo lo que la iglesia quiere es tu dinero.

—¿Cuánto le has pagado al psicólogo?

La paciente respondió: —Le he pagado 60 dólares a la semana durante estos veinte años, y eso con un salario mensual de 2.400 dólares.

Sesenta dólares por semana ascienden a 240 dólares al mes: la décima parte de sus ingresos. Estaba pagándole el diezmo a su consejero, pero no estaba dispuesta a diezmar para la iglesia. Y admitió que no había mejorado nada.

Otra mujer objetó a lo que llamaba el doble rasero de su psicólogo: ‘Durante seis años fui a ver a mi psicólogo cinco veces por semana, y me privé de muchos de los pequeños extras de la vida, como vestidos y vacaciones, para poder pagarlo. Pero cuando enfermaba y perdía una sesión, pasaba algo extraño: mi psicólogo insistía en que mi enfermedad consistía en una especie de venganza psicosomática: estaba subconscientemente resistiéndome al tratamiento. Naturalmente, siempre tenía que pagar. Pero cuando el psicólogo se iba para su acostumbrada vacación de un mes entero en agosto y me dejaba a la deriva, sola y llena de pánico, con muchos conflictos sin resolver, entonces se suponía que yo tenía que entender que sus vacaciones no interrumpían el proceso’.

Rollo May, una voz destacada en la profesión desde sus comienzos a principios de la década de 1950, lamentaba que la psicoterapia hubiera sucumbido al afán de lucro y a las añagazas. La psicoterapia —dice él— se ha convertido en un negocio donde tienes clientes y ganas dinero. Muchos que practican esta profesión afirman que para ser eficaz, el tratamiento debe significar un sacrificio económico para el paciente. Este no lo apreciaría si fuera una ganga. Hay cierta justificación para los chistes que hace la gente: ‘El neurótico es uno que construye castillos en el aire. El psicótico es quien vive en ellos. El terapeuta es el que cobra el alquiler’.

7. A veces los hay que pagan una pequeña fortuna al psicólogo o psiquiatra, cuando todo lo que necesitan es un médico. Un paciente fue tratado durante dos años por parte de un psicólogo, debido a que cuando trataba de leer se le nublaba la vista. El terapeuta le argumentaba que su incapacidad para concentrarse era el síndrome típico de personas con ansiedad flotante. Resultándole difícil reunir el dinero suficiente para pagar al psicólogo, el paciente decidió ir a ver a un oculista. Este le anunció que un par de gafas graduadas le curarían el síndrome. Y se lo curaron.

8. Los consejeros “cristianos” pretenden conjugar las mejores percepciones de hombres irregenerados como Freud, Rogers, Maslow y Jung, con enseñanzas de la Biblia. Es una unión impía e imposible. En un congreso sobre consejería cristiana en 1988, Jay Adams dijo: ‘Os apremio de todo corazón a que abandonéis el esfuerzo estéril al que he aludido: el intento de integrar el paganismo y la verdad bíblica... Pensad en los millones de horas, y en que más de una generación de vidas ha sido ya malograda en esa búsqueda sin esperanza. ¿Por qué no hay resultados apreciables? Porque sencillamente no es factible... El aconsejamiento tiene que ver con cambiar a la gente. Y ya sabéis: eso es cosa de Dios’.

9. Ni siquiera en la mayor parte de la práctica del aconsejamiento cristiano se acepta la oración como técnica viable. Como mucho, se tolera. En el peor de los casos se descuida. Pocos terapeutas cristianos pasan un tiempo significativo orando con sus consultantes.

¿Hemos de creer acaso que la oración tiene sólo una importancia marginal para contender con los problemas de la vida? ¿Acaso hemos estado equivocados todos estos años al creer que si cumplimos las condiciones dadas por Dios, él dará respuesta a nuestras oraciones?

10. El ministerio de muchas iglesias consiste en psicología presentada con un ligero barniz de fraseología bíblica. La gente va a buscar pan, y recibe una piedra.

11. Para decirlo sin ambages: la psicoterapia no ha resultado eficaz, y en muchos casos ha sido dañina.

Así lo expresó el propio Freud:

“Los pacientes no son más que chusma. Su única utilidad es permitir que nos ganemos la vida, y proporcionarnos material para investigar. En cualquier caso, no podemos ayudarles” (Citado en A. Haynal, Controversies in Psichoanalytic Method. New York: New York University Press, 1989, 32).

En años recientes, autores cristianos valientes han levantado su voz de alarma acerca de todo ese mundo del consejo psicológico. Por ejemplo:

·       Capacitado para Orientar, J.E. Adams (1980).

·       Psychology as Religion: The Cult of Self Worship, Paul C. Vitz (1977).

·       The Psychological Way/The Spiritual Way, Martin y Deidre Bobgan (1979).

·       Psychological Seduction, W.K. Kilpatrick (1983).

·       La seducción de la cristiandad, David Hunt y T.A. McMahon (1985).

·       Psycoheresy, Martin y Deidre Bobgan (1987).

·       Beyond Seduction, David Hunt (1987).

·       Prophets of Psychoheresy, Martin y Deidre Bobgan.

Los que se oponen a los citados, o bien han descartado con desprecio sus libros, o bien los han acusado de ser causantes de división y una multitud de otros males.

Sin embargo, ahora tienen que enfrentarse al hecho de que eminentes profesionales no cristianos en el campo de la psicología / psiquiatría están publicando graves dudas y desencanto en cuanto a la psicoterapia. Unos pocos ejemplos son:

·       The Myth of Psychotherapy, Dr. Thomas Szasz (1978).

·       The Shrinking of América:  Myths of Psychological Change, Bernie Zilbergeld (1983).

·       Against Therapy: Emotional Tyranny and the Myth of Psychological Healing, Jeffrey Masson (1988).

El doctor Szasz, profesor de psiquiatría en la Universidad Estatal de Nueva York, ha sido un portavoz crítico durante años. Ha calificado a la psiquiatría de pseudo-ciencia, asemejándola a la astrología y la alquimia. Afirma que el concepto de enfermedad mental es un mito, una etiqueta conveniente adoptada para disfrazar y hacer con ello más aceptable la amarga píldora del conflicto moral en las relaciones humanas. Insiste en que ninguna forma de conducta anormal es una enfermedad, y que por lo tanto el tratamiento de las mismas no entra dentro del campo de la medicina.

Va aun más lejos: afirma que probablemente la mayoría de las técnicas psicoterapéuticas son dañinas para los supuestos pacientes. Todas estas intervenciones y propuestas deberían, por lo tanto, ser consideradas como dañinas hasta que no se demuestre lo contrario.

Zilbergeld concluye que por lo general a un paciente le resulta tan útil hablar con un lego como con un profesional.

Jeffrey Masson es graduado del Instituto Psicoanalítico de Toronto y miembro de la Asociación Psicoanalítica Internacional. Tuvo el cargo de Director de Proyectos de los Archivos Sigmund Freud. En el prefacio de Against Therapy, escribe: “Este es un libro acerca de por qué creo que la psicoterapia —de cualquier tipo— es un error. Aunque critico a muchos terapeutas y terapias de manera individual, mi objetivo principal es destacar que el concepto mismo de psicoterapia es un error”.

El doctor Hans J. Eysenck, profesor de psicología en la Universidad de Londres, descubrió que entre el 66 y el 77 por ciento de los pacientes neuróticos se recuperarán o mejorarán en gran parte con o sin psicoterapia. La mejora es espontánea.

O. Hobart Mowrer, profesor de psicología en la Universidad de Illinois, dijo: “A medida que el reloj de la historia ha ido desgranando las décadas de este siglo, hemos descubierto gradualmente que el gran postulado de Freud, el de que toda nuestra conducta puede ser achacada a otros, y que la meta de la vida no es actuar moralmente sino liberarnos de la culpa, nos ha hecho caer de la sartén al fuego”.

La pretensión de que la psicoterapia tiene una gran proporción de éxitos no está basada en hechos. En el estudio de Cambridge-Somerville, delincuentes juveniles potenciales que recibieron orientación psicológica resultaron peores que el grupo de control que no recibió orientación.

También se debería observar que en la psicoterapia se da un efecto psicosomático o de placebo. Una expectativa intensa de mejora, alimentada por la promesa del terapeuta de que puede tratar el problema de manera eficaz, lleva a una sensación de buenos resultados y de encomio entusiasta, aunque no haya un cambio real.

Así, ¿cuál es la conclusión? La conclusión es que el gran movimiento revolucionario que prometía explicar en términos científicos todas las enfermedades neuróticas y curar muchas de ellas, ha fracasado en su intento. Y mientras que cada vez más profesionales seculares están admitiendo que hay una práctica inexistencia de éxitos probados y de curaciones, la iglesia cristiana se está aferrando cada vez más a la psicoterapia —en lugar de aferrarse a la Biblia— a modo de deslumbrante panacea para las tensiones, ansiedades y otros problemas.

Quizá sea ya el momento para que la iglesia haga un cierto examen de conciencia acerca del hecho de que personas religiosas estén volviéndose más a los psicólogos y psiquiatras que a Cristo y la Biblia en procura de ayuda. Quizá nos debiéramos inquietar cuando los jóvenes cristianos piensan que pueden hacer más por la humanidad como psicólogos y psiquiatras que como pastores y evangelistas. Quizá un regreso al Libro revelará una psicología espiritual que proveerá respuestas espirituales a las necesidades emocionales y mentales del pueblo de Dios.

Hay lugar para la orientación, pero ha de ser orientación bíblica. No debe desplazar a la Biblia, al Espíritu Santo ni a la oración. No debe proveer excusas para el pecado ni eximir a las personas de su responsabilidad personal.

Este es un testimonio personal recogido en el libro, New Life, New Lifestile, de Michael Green, 111-112 (Hodder and Stoughton, Londres 1991):

“Cuando tenía unos treinta y pocos años, me enredé con otra mujer. Caí en un profundo pozo de pecado —y pecado de la clase más repelente— que me llevó a rechazar toda noción de Dios, y que casi rompió del todo nuestra vida de familia. Cinco meses en un hospital mental bajo los cuidados de los mejores psiquiatras no marcó diferencia alguna en mi actitud ante la vida. Salí del hospital peor de como había entrado. Había desarrollado una terrible tartamudez; tomaba fármacos de noche para intentar dormir, y también durante el día para intentar mantenerme activo; me esforzaba lo indecible por evitar cualquier contacto personal; desfallecía en la calle e increpaba a quien pretendiera ayudarme. Estaba decidido a proseguir con mi forma de vivir egoísta y pecaminosa, por grande que fuese el mal que hacía a otras personas.

Entonces, una navidad, mi hijo Alan (que entonces tenía sólo ocho años) me dio una tarjeta donde se veía al Señor de pie ante una puerta, llamando. Estaba escrito: ‘He aquí, estoy a la puerta y llamo; si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y comeré con él, y él conmigo’ (Apocalipsis 3:20). Durante largo tiempo rechacé deliberadamente esa imagen, pero el llamamiento se hizo más y más insistente hasta que finalmente, a las diez de la noche del 26 de junio de 1961, totalmente desesperado y casi incrédulo, exclamé: —‘Señor, tú dices que puedes cambiar las vidas de las personas. Entra en mi corazón y cambia la mía’.

Había dado por fin el paso de fe, e inmediatamente tuve respuesta a mi oración. Desde aquel momento en adelante hubo una transformación total en mi vida”.

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