Cómo afrontar la oposición
(R.J. Wieland)
Mi
implicación con 1888 hace que me sienta perseguido en la iglesia
¿Qué
debo hacer?
Primeramente,
postrado de rodillas, analiza si el mensaje es verdaderamente “preciosísimo” —como
Ellen White dijo que era— o si es fanatismo. Dispones de la Biblia y del
Espíritu de Profecía. Confía en la promesa de Cristo:
El que quisiere hacer su voluntad, conocerá de la doctrina si
viene de Dios, o si yo hablo de mí mismo
(Juan 7:17).
Está
a tu alcance estudiarlo personalmente. ¿Por qué no creer que tu Padre celestial
no te dará jamás una piedra, siendo que le pides pan? (Lucas 11:9-13).
Una vez que eso se grabe en tu
mente y corazón, permite que sea la Biblia la que te enseñe cómo afrontar la
oposición y el rechazo. Otros que lo experimentaron con anterioridad se
entregaron a tal estudio y oración. Frente a una oposición incomprensible,
Jeremías se gozó así:
Halláronse tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por
gozo y por alegría de mi corazón (Jer 15:16).
El Señor dice:
No temas, que yo soy contigo
(Isa 41:10; Eze 2:6; 3:9).
Dice Juan, en relación con la
oposición:
Hermanos míos, no os maravilléis si el mundo os aborrece (1 Juan 3:13).
Siguen algunos ejemplos bíblicos
que proporcionan luz y ánimo:
1. José sufrió oposición de parte de sus hermanos mayores, quienes
constituían en aquel tiempo los “dirigentes” de la iglesia verdadera. Lo
vendieron como esclavo debido a que aborrecían sus sueños proféticos. En otras
palabras: se oponían al Espíritu de Profecía de sus días (Gén 37:4-27).
José casi desesperó en llanto incontenible durante su primera noche de
esclavitud, pero después tomó la determinación de confiar en el Dios de sus
padres y serle fiel (Patriarcas y profetas, 191-192; granate: 214-215).
Totalmente solo en Egipto, escogió creer las buenas nuevas de sus sueños
juveniles, incluso aunque “afligieron sus pies con
grillos; en hierro fue puesta su persona. Hasta la hora que… el dicho de Jehová
le probó” (Sal 105:17-19).
El mismo “dicho de Jehová” debe
probarnos a nosotros:
Pronto los hijos de Dios serán probados por intensas pruebas, y
muchos de aquellos que ahora parecen ser sinceros y fieles resultarán ser vil
metal. …El permanecer de pie en defensa de la verdad y la justicia cuando la
mayoría nos abandone, el pelear las batallas del Señor cuando los campeones
sean pocos, esta será nuestra prueba (5 Testimonios,
127-128).
La experiencia de José bien merece
nuestra atenta lectura y estudio. Aunque podamos sentirnos desesperadamente
solos, cobraremos ánimo para permanecer firmes por el Señor.
Durante todos esos años de prueba,
José mantuvo su fe en lo que equivale al arrepentimiento corporativo y
denominacional. Creyó:
· que Dios daría a sus hermanos verdadero arrepentimiento.
· que el Señor bendeciría a los hijos de Israel con el reavivamiento
y la reforma.
· que en ellos serían benditas “todas
las familias de la tierra” (Gén 12:3).
Fue esa fe la que evitó que cayera
en la amargura o el resentimiento hacia sus hermanos. Le guardó asimismo del
desánimo durante la larga espera.
Para José, la familia de Jacob era
tan ciertamente la auténtica iglesia remanente de sus días, como lo es para
nosotros la Iglesia denominacional organizada. Y la necesidad espiritual de sus
diez hermanos era, por lo tanto, similar a la necesidad de la iglesia remanente
de nuestros días. Hasta su mismo padre Jacob se había entregado a la
desesperanzada incredulidad, dudando de las buenas nuevas. Así pues, no
solamente sus hermanos, sino el propio Jacob estaba en necesidad de
arrepentimiento.
Observa: Jacob sabía que era el
Señor quien había dado aquellos sueños inspirados a José (Gén 37:9-11),
sin embargo, cuando los hermanos malvados le trajeron la preciosa túnica de su
hijo manchada de sangre, sacó rápidamente la conclusión errónea: “Alguna mala bestia le devoró” (v. 33). Tan
densa y honda era la incredulidad de Jacob, que cuando sus diez hijos le
trajeron las nuevas de aquel terrible gobernador de Egipto que solicitaba ver a
Benjamín, cedió a la desesperación y clamó:
José no parece, Simeón tampoco, y a Benjamín lo llevaréis.
Contra mí son todas estas cosas (42:36).
De hecho, “todas estas cosas” ¡eran en su favor! Sin embargo, todo cuanto
pudo hacer fue elevar una patética —pero totalmente innecesaria— oración para
que el Señor, de alguna forma, pudiese tocar con su “gracia” el supuestamente
cruel corazón de aquel gobernador de Egipto (43:14).
Aunque mermado, José había suscitado
un verdadero reavivamiento y reforma en su “iglesia”.
2. David sufrió oposición por parte de Saúl, el rey ungido de Israel,
el dirigente eclesiástico de su tiempo. Perseguido como una fiera por los
montes, David se vio forzado a refugiarse en cavernas, aunque se supo en todo
tiempo progenitor del Mesías, “ungido del Señor” y destinado a reinar algún
día.
Sin embargo, fue leal a Israel y a
los principios de organización y dirección. Cuando se encontraba en una cueva y
Saúl entró en ella inadvertidamente, los hombres de David le susurraron:
He aquí el día: ¡mátalo! David rehusó y dijo a los suyos: Jehová
me guarde de hacer tal cosa contra mi señor, el ungido de Jehová, que yo
extienda mi mano contra él; porque es el ungido de Jehová (1 Sam 24:5-7).
La lección para el pueblo de Dios
consiste en que el “ungido” merece el respeto debido a Aquel que lo ungió.
Sin embargo, eso no significa que
se deba sufrir la falsa acusación de deslealtad sin protestar. David no fue
solamente respetuoso, sino también claro en su defensa ante el rey. Fue leal a
la dirección de la iglesia:
¿Por qué oyes las palabras de los que dicen: Mira que David
procura tu mal?… Jehová pues será juez, y él juzgará entre mí y ti. Él vea y
sustente mi causa, y me defienda de tu mano
(v. 10-16).
¿Por qué permitió el Señor que
David padeciera diez largos años de esa clase de injusticia? El futuro rey tenía
lecciones que aprender, y nos enseña en sus salmos cómo también nosotros
debemos ser pacientes bajo el abuso y la oposición. Léelos y encontrarás
aliento. La prueba más difícil viene en los últimos días.
Con una sola excepción (el Salmo
88), David acabó todos sus salmos eligiendo confiar en que el Señor
defendería lo recto y haría prevalecer la verdad. Los Salmos que escribió mientras
era perseguido por Saúl son especialmente vibrantes. En el 52:9 oró así:
Esperaré en tu nombre, porque es bueno, delante de tus santos.
En el 54:3-4:
Extraños se han levantado contra mí, y fuertes buscan mi alma…
El Señor es con los que sostienen mi vida.
En el 56:3-11:
En el día en que temo, yo en ti confío… En Dios confío. No
temeré. ¿Qué me puede hacer el mortal? Todo el día tuercen mis palabras. Todos
sus pensamientos son contra mí para el mal. Se reúnen, se esconden, miran
atentamente mis pasos… juntas mis lágrimas en tu redoma. ¿No están escritas en
tu libro? En Dios he confiado.
En 57:4 y 7 se lamenta así:
Estoy entre leones… Pronto está mi corazón, oh Dios, mi corazón
está dispuesto.
Mientras se escondía en el
desierto, escribió:
De ti me acuerdo en mi lecho, medito en ti en las vigilias de la
noche. Porque has sido mi socorro, bajo la sombra de tus alas me regocijaré… la
boca de los que hablan mentira será cerrada
(63:6 y 11).
¿Cómo podemos entender las
imprecaciones de David a sus enemigos?
(a) Sabemos que no
albergaba ningún odio personal ni resentimiento hacia el rey Saúl, ya que
rehusó repetidamente dañarle cuando tuvo la posibilidad de hacerlo (1 Sam 24:6
y 10; 26:9-11). Jamás intentó atacar a Saúl o a su corte, o de
alguna manera destruir —ni siquiera debilitar— el gobierno de este, ni incluso
teniendo en cuenta que tal gobierno había perdido la razón. Trasladado a
nuestra actual situación, no habría osado jamás aceptar diezmos ni iniciar una
nueva organización. Cuando Saúl pereció en el monte de Gilboa, David hizo luto
por él en sincera lamentación y lealtad a Israel (2 Sam 1:17-27).
(b) Consideró su unción de
forma objetiva. Su realeza divinamente señalada era una institución sagrada, no
un triunfo personal. Era el cumplimiento de la promesa divina hecha a Abraham
de que mediante sus descendientes serían benditas “todas
las familias de la tierra” (Gén 12:3).
(c) Eso hacía posible que
sus oraciones vindicatorias no estuviesen manchadas por el egoísmo, por su
reafirmación personal. En él como rey, vio una anticipación de Cristo como
Mesías. Pudo maldecir a sus enemigos con amor desprovisto de egoísmo (cercano
al agape).
(d) Esa comprensión de sus
enemigos en tanto que enemigos de Dios, hizo que sus imprecaciones se
convirtieran en clamores por el triunfo de Cristo en el gran conflicto de los
siglos. El rey Saúl era un tipo de
Judas Iscariote (Sal 109:6-15; Hechos 1:20). El pensamiento de
que Satanás sería derrotado se expresaba en toda justicia y amor.
En cierta ocasión David estuvo a
punto de perder su fe en que el arrepentimiento, reforma y vindicación de la
verdad fuesen a llegar alguna vez a Israel. Pero se arrepintió, y la bendición
llegó por fin (Patriarcas y Profetas, 659; granate: 728). Sus salmos
vinieron a ser el “pan” que siglos más tarde alimentó al “Hijo de David”. Jesús
se remitió a ellos al sufrir oposición constante de parte de los dirigentes de
Israel.
3. Elías se las tuvo que ver solo en la iglesia de sus días.
Él no procuró ser mensajero del Señor; la palabra del Señor le
fue confiada (Profetas y Reyes, 88).
No era un oportunista en busca de
una ocasión para exaltarse y brillar. Tras ferviente, prolongada y agonizante
oración, constreñido por el amor de Cristo, se dirigió al rey sin rodeos,
confiado en la victoria final (1 Rey 17:1). Tenía fe en el
arrepentimiento de la nación: el equivalente al arrepentimiento denominacional esperado
en nuestros días:
Elías el tisbita inició sin embargo su misión confiando en el propósito
que Dios tenía de preparar el camino delante de él y darle abundante éxito. La
palabra de fe y poder estaba en sus labios, y consagraba toda su vida a la obra
de reforma (Profetas y Reyes, 87).
Tenía elevadas esperanzas de que Israel como nación retornara a
su lealtad a Dios y gozara nuevamente del favor divino (3 Testimonies, 321).
Cuando sufrió la persecución del
rey y la reina de Israel, no mostró amargura ni resentimiento ni se determinó a
abandonar Israel, la iglesia de su día. Su fe flaqueó en cierta ocasión, cuando
temporalmente desesperó de que la nación se reformase finalmente alguna vez,
pero se arrepintió de ello y volvió humildemente a su obra (1 Reyes 19:1-15;
Profetas y Reyes, 124-131).
La experiencia de Elías nos
recuerda que el arrepentimiento y la reforma no son la obra de un momento, un
seminario ni una asamblea. Elías se vio una y otra vez en necesidad de mantener
lo recto frente a una oposición constante y astutamente renovada. Tenemos aquí
una de las más reconfortantes declaraciones en favor de aquellos que se ponen
de parte del bien, y en contra de la oposición y apostasía en la iglesia:
Los que, mientras dedican las energías de su vida a una labor
abnegada, se sienten tentados a ceder al abatimiento y la desconfianza, pueden
cobrar valor de lo que experimentó Elías. El cuidado vigilante de Dios, su amor
y su poder se manifiestan en forma especial para favorecer a sus siervos cuyo
celo no es comprendido ni apreciado, cuyos consejos y reprensiones se
desprecian y cuyos esfuerzos por las reformas se retribuyen con odio y
oposición…
Los que, destacándose en el frente del conflicto, se ven
impelidos por el Espíritu Santo a hacer una obra especial, experimentarán con
frecuencia una reacción cuando cese la presión. El abatimiento puede hacer
vacilar la fe más heroica y debilitar la voluntad más firme. Pero Dios
comprende, y sigue manifestando compasión y amor. Lee los motivos y los
propósitos del corazón. Aguardar con paciencia, confiar cuando todo parece
sombrío, es la lección que necesitan aprender los dirigentes de la obra de
Dios. El cielo no los desamparará en el día de su adversidad. No hay nada que
parezca más impotente que el alma que siente su insignificancia y confía plenamente
en Dios, y en realidad no hay nada que sea más invencible… El que fue la
fortaleza de Elías es poderoso para sostener a cada hijo suyo que lucha, por
débil que sea… en el poder de Dios puede ser fuerte para vencer el mal y ayudar
a otros a vencerlo (Profetas y Reyes, 128-129).
En los días de Elías la apostasía
consistía en el sofisticado engaño de la adoración a Baal: el equivalente a lo
que hoy entendemos por una falsa justicia por la fe. Tras un siglo de tinieblas
espirituales en continua progresión, los dirigentes nacionales y el pueblo
supusieron de hecho que se trataba de la verdadera adoración (Profetas y
Reyes, 87-90; 92, 97, 108 y 113). ¿Por qué? El nombre “Baal” era la forma
habitual de designar al señor o marido (los israelitas temían pronunciar el
sagrado nombre de Dios). Baal significaba la noción ecuménica de Dios tal como
la entendían los pueblos circundantes. ¿Por qué no ser como ellos? ¿Por qué no
tomar prestados de la “Babilonia” de aquellos días sus conceptos de teología y
adoración? Los dirigentes y la vasta mayoría de la “iglesia verdadera” de los
días de Elías se habían deslizado en la apostasía de forma inadvertida.
[Jezabel]
…acompañada en ello por casi todo Israel, denunció
a Elías como causa de todos los sufrimientos (Profetas y Reyes, 91).
Como resultado directo del rechazo
al mensaje de la justicia de Cristo dado en 1888, dice Ellen White que fue
creado un vacío que ha llevado a la confusión de la moderna adoración a Baal:
Los prejuicios y opiniones que prevalecieron en Minneapolis no
han desaparecido de ninguna manera; las semillas que se sembraron allí en
algunos corazones están listas para brotar y producir una cosecha semejante. La
parte superior fue cortada, pero nunca se desarraigaron sus raíces, y todavía
producen su fruto impío para emponzoñar el juicio, pervertir las percepciones y
cegar el entendimiento con respecto al mensaje y los mensajeros…
Para muchos, el clamor de su corazón ha sido: “No queremos que este
reine sobre nosotros”. Baal, Baal, eso han elegido. La religión de muchos será
la del apóstata Israel porque aman su propio camino y olvidan el camino del
Señor. La verdadera religión, la única religión de la Biblia, que enseña el
perdón sólo por los méritos de un Salvador crucificado y resucitado, que
propugna la justicia por la fe en el Hijo de Dios, ha sido menospreciada,
criticada, ridiculizada y rechazada. Se la ha acusado de inducir al entusiasmo
y el fanatismo (Testimonios para los
ministros, 467-468).
El Señor ha prometido enviar “a Elías el profeta, antes que venga el día de Jehová
grande y terrible” (Mal 4:5). El mensaje de Juan Bautista cumplió
la profecía para aquel tiempo (Mat 11:12-14). En su día, Ellen White
reconoció que el mensaje de 1888 cumplía esa profecía (1 Mensajes Selectos,
482). En nuestros días, ¿será “Elías” algún superhombre o super-mujer caracterizado
por su gran carisma? El Señor “suscitará hombres y
mujeres entre la gente corriente para hacer su obra, así como en la antigüedad
llamó a pescadores para que fuesen sus discípulos. Pronto habrá un despertar
que sorprenderá a muchos. Aquellos que no comprenden la necesidad de lo que debe
hacerse, serán pasados por alto, y los mensajeros celestiales trabajarán con
aquellos que son llamados gente común, capacitándolos para llevar la verdad a
muchos lugares” (Eventos de los últimos días, 208). Aunque
considerablemente obstaculizado, Elías llevó a cabo un reavivamiento y reforma
en Israel; y “Jehová, el Dios de Elías” sostendrá también hoy a sus siervos
para producir reavivamiento y reforma, aunque obren evidentemente
obstaculizados.
4. Jeremías sufrió oposición de parte del rey, los príncipes, los
sacerdotes, los falsos profetas y “todo el pueblo”.
A pesar de ello mantuvo su fidelidad a los dirigentes de la nación y no tomó
medida alguna para iniciar una nueva organización. Cuando Irías, un capitán de
la guardia, le acusó de ser desleal a los dirigentes de la iglesia de su
tiempo, replicó: “Falso”. Sin embargo, “los príncipes se airaron contra Jeremías” (Jer 37:13-15).
El profeta era una persona
sensible, que rehuía la controversia (1:6; 17:16-18).
¡Ay de mí, madre mía, que me has engendrado hombre de contienda,
de discordia para todo el país! (15:10).
Prácticamente en ningún momento de
su larga misión tuvo respiro de la constante oposición por parte de los
dirigentes de su nación. Tan pertinaz fue la oposición, que en una ocasión cedió
temporalmente al desánimo:
Oh Eterno, me sedujiste, y fui seducido… Entonces dije: “No lo
mencionaré más, ni hablaré más en su Nombre”. Pero su Palabra fue en mi corazón
como un fuego ardiente, prendido en mis huesos. Traté de sufrirlo, y no pude (20:7-10).
Derramó su alma en angustiosa
oración:
Tú eres siempre justo, oh Eterno… ¿Por qué prosperan los impíos,
y tienen bien los desleales? Los plantaste, y echaron raíces… Cerca estás tú en
sus bocas, pero su corazón está lejos de ti
(12:1-2).
Oigo la murmuración de muchos: “Terror por todas partes.
Denunciad, denunciémoslo”. Todos mis amigos miraban si claudicaría. “Quizá
falle” —decían—, y prevaleceremos contra él y nos vengaremos de él (20:10).
¿Por qué ha de ser perpetuo mi dolor, y mi herida desahuciada y
sin cura? ¿Serás para mí como algo ilusorio, como agua inestable? (15:18).
Su más amarga prueba fue la falsa
teología de los “profetas” que proclamaron sobre él:
Visión mentirosa, adivinación, vanidad y engaño de su corazón (14:14).
Jeremías sabía que solamente el arrepentimiento
podía salvar a la nación de la ruina total, sin embargo, esas grandes
personalidades con carisma, grandes engañadores como Hananías, dijeron que el
mensaje del Señor era:
No veréis cuchillo ni habrá hambre en vosotros, sino que en este
lugar os daré paz verdadera (14:13; 28:1-17).
El rey, los príncipes, sacerdotes
y el pueblo, preferían ese mensaje de ‘todo está bien, todo está bien…’, antes
que el llamado de Jeremías al arrepentimiento (6:14).
La adoración a Baal escaló un
peldaño más en los días de Jeremías. Los sacerdotes y profetas la habían
entretejido sabiamente con la adoración al Señor en el templo de Jerusalem:
¿Incensando a Baal… vendréis y os pondréis delante de mí en esta
casa sobre la cual es invocado mi nombre?… pusieron sus abominaciones en la
casa sobre la cual mi nombre fue invocado, amancillándola (7:9-10 y 30).
¡El pueblo era incapaz de ver la
diferencia!
¿Cómo dices: No soy inmunda, nunca anduve tras los Baales?…
Porque soy inocente, de cierto su ira se apartó de mí
(2:23 y 35).
“Pashur
sacerdote… que presidía por príncipe en la casa de Jehová… hirió Pashur a
Jeremías profeta, y púsole en el cepo” humillándolo públicamente (20:1-2).
Uno puede imaginar la opresión y
el ridículo que tuvo que soportar Jeremías al ser rechazado por los dirigentes
de la “Asociación General” de sus días:
Cada día he sido escarnecido; cada cual se burla de mí (20:7).
Pero no hemos de concluir que
Jeremías sufriera sin protestar. En cierta ocasión, tras haber proclamado su
mensaje con franqueza, “los sacerdotes, los
profetas y todo el pueblo le echaron mano, diciendo: De cierto morirás”
(26:8). Se estableció un tribunal. Fue acusado de crítica desleal.
Entonces hablaron los sacerdotes y los profetas a los príncipes
y a todo el pueblo, diciendo: En pena de muerte ha incurrido este hombre;
porque profetizó contra esta ciudad (v. 11).
La respuesta de Jeremías fue suave
como la seda, pero dura como el acero:
En lo que a mí toca, he aquí estoy en vuestras manos: haced de
mí como mejor y más recto os pareciere. Mas sabed de cierto que, si me
matáreis, sangre inocente echaréis sobre vosotros, y sobre esta ciudad, y sobre
sus moradores: porque en verdad Jehová me envió a vosotros para que dijese
todas estas palabras en vuestros oídos
(v. 12-15).
En esa ocasión Dios suscitó
defensores en la persona de algunos ancianos: “Los
príncipes y todo el pueblo”, quienes se arrepintieron tras oír la firme
defensa de Jeremías. Otro profeta —Urías—, quien proclamó también el mismo
mensaje pero a quien le faltó valor, no fue igualmente bendecido: “Cuando el rey Joacim… procuró matarlo”, Urías
perdió su fe, “temió, y huyó a Egipto”. Allí
fue apresado y muerto por los hombres del rey (v. 20-23). La lección es
esta: sé amable, respetuoso, cortés, manifiesta el espíritu cristiano, pero
mantente firme por la verdad; es pecado ceder al temor.
Debemos conducirnos de modo que evitemos
correr allí donde el Señor no nos ha enviado, tal como hicieron los falsos profetas
en los días de Jeremías (23:21), de modo que sepamos cuándo nos pide el
Señor que digamos algo.
No hay duda que la voluntad del
Señor es que muchas personas, en muchos lugares, cobren ánimo del ejemplo de
Jeremías, efectúen su obra en su área, conozcan la verdad profundamente y den
un testimonio fiel cuando el Señor haga claro el deber.
5. Jesús sufrió la más espantosa oposición de parte de los dirigentes.
Peor a la que nadie haya jamás sufrido. Su instrucción se aplica directamente
al problema de cómo deben afrontar la oposición y la falsedad sus seguidores:
He aquí, yo os envío como ovejas en medio de lobos: sed pues
prudentes como serpientes, y sencillos como palomas...
Guardaos de los hombres: porque os entregarán en concilios, y en
sus sinagogas os azotarán…
Cuando os entregaren, no os apuréis por cómo o qué hablaréis;
porque en aquella hora os será dado qué habéis de hablar. Porque no sois
vosotros los que habláis sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en
vosotros…
El hermano entregará al hermano a la muerte, y el padre al hijo;
y los hijos se levantarán contra los padres… mas el que soportare hasta el fin,
este será salvo…
El discípulo no es más que su maestro ni el siervo más que su
señor (Mat 10:16-24).
El consejo “no os apuréis por cómo o qué hablaréis”, no
significa que no debemos esforzarnos por adquirir un conocimiento cabal de la
verdad. La única forma en la que el Espíritu Santo puede ayudarnos es recordándonos todas las cosas que Jesús
nos ha enseñado previamente en su
Palabra (Juan 14:26). El saber que la verdad es invencible constituye una
muy buena nueva. Hasta que llegue ese triste día en que el Espíritu Santo se
retire totalmente de la tierra, los corazones sinceros continuarán respondiendo
a la clara presentación de la verdad.
Así pues, se impone el más
esmerado estudio de la verdad.
Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero
que no tiene de qué avergonzarse, que traza bien la palabra de verdad (2 Tim 2:15).
Podemos aprender una lección
animadora: Jesús conoce lo que uno siente al sufrir oposición por parte de
nuestra familia y de nuestros hermanos y hermanas de la membresía de la
iglesia. Su misma congregación local intentó despeñarlo desde la cumbre de un
monte (Luc 4:29).
6. Es posible que no hayamos
reparado en la gran oposición que Pablo
sufrió de parte de los dirigentes de la iglesia primitiva. En el Nuevo Testamento
afloran algunas evidencias de ello. Pedro actuó en su contra en Antioquía,
forzando a Pablo a una confrontación pública (Gál 2:11-14). Ante la
oposición subrepticia, se vio forzado a defender su apostolado (1 Cor 15:9-10;
2 Cor 11:23). Finalmente, el apoyo a medias y el mal consejo de los
hermanos dirigentes de Jerusalem acortaron su ministerio (Hechos 21:18-31).
La más viva descripción de esa
tragedia, por parte de Ellen White, la encontramos en su libro The Sketches
From the Life of Paul, que es aun más clara que en Los hechos de los
apóstoles.
[Pablo]
no podía contar con la simpatía y el apoyo ni siquiera
de sus propios hermanos en la fe. Los judíos faltos de conversión que tan de
cerca habían seguido sus pasos, no se habían guardado de hacer circular en
Jerusalem los informes más desfavorables, mediante carta y también
personalmente, en relación con él mismo y su obra, y algunos, incluso entre los
apóstoles y ancianos, aceptaron esos informes como siendo verdad, sin hacer
ningún esfuerzo por contrarrestarlos ni manifestar el más mínimo deseo de
procurar la armonía…
Los ancianos de la iglesia erraron al permitir ser influenciados
por los enemigos del apóstol… Ahora era la oportunidad de oro para que esos
hermanos dirigentes confesaran sinceramente que Dios había obrado mediante
Pablo, y que se habían equivocado al permitir que los informes de sus enemigos suscitaran
celos y prejuicio contra él. Pero en lugar de hacer justicia al que habían
herido, lo siguieron presentando como el responsable del prejuicio existente,
como si él les hubiese dado causa para tales sentimientos. No se levantaron
noblemente en su defensa ni se esforzaron por mostrar su error a la parte
equivocada; en lugar de eso responsabilizaron totalmente a Pablo, aconsejándole
seguir un curso de acción tendente a eliminar toda prevención contra él (207 y 211-212).
Ese curso de acción desembocó en
su arresto en el templo de Jerusalem.
Sin embargo, Pablo se mantuvo leal
a sus desalmados compañeros de apostolado. Ante los falsos informes y la oposición,
demostró plenamente su amor por las almas y por la iglesia, y viene a ser el
campeón del respeto exquisito hacia los dirigentes de la iglesia de sus días.
7. Como último ejemplo de
resistencia frente a la oposición y el prejuicio, recurrimos a un personaje
extrabíblico: la propia Ellen White.
Sólo recientemente se ha sabido cómo la oposición de 1888 fue también dirigida
personalmente contra ella. El Dr. Robert Olson afirmó que en 1888 se la “desafió
públicamente” (Adventist Review, 30 octubre 1988). La portada de la Review
del 12 de diciembre de 1991 desveló que “hace cien años, ciertos dirigentes en
Battle Creek hicieron embarcar hacia Australia a Ellen White -en contra de su
voluntad- … ‘exilio’”. Dijo ella misma: “No tuve ni un rayo de luz referente a que él [Señor] quisiera que viniera a este
país [Australia]. Vine en sumisión a la voz
de la Asociación General, que siempre he considerado como la autoridad” (1 Manuscript Releases, 156.3).
En 1896 escribió con franqueza al
presidente de la Asociación General:
Nuestra salida de América no fue conforme al Señor… Si su
percepción espiritual hubiese discernido la verdadera situación, nunca habría
consentido el movimiento realizado… Era tan grande el deseo de que nos
fuésemos, que el Señor permitió que tal cosa ocurriera. Los que estaban hartos
de los testimonios dados, quedaron libres de las personas que les causaban
fastidio. Nuestra separación de Battle Creek permitiría que los hombres
siguieran su propio camino y voluntad…
Pero cuando el Señor me presentó ese asunto tal como era en
realidad, no dije nada a nadie… Cuando nos fuimos… el Señor fue agraviado (Carta 127, 1896).
El Señor transformó el “exilio” en
un bien para Australia, y la propia Ellen White obtuvo gozo de esa pena. Ese es
un buen ejemplo para todos los que se sienten oprimidos y sufren oposición por
parte de sus hermanos. Ellen White anhelaba con todo su corazón que el mensaje
del cuarto ángel, que ella sabía que había comenzado en 1888, alumbrara toda la
tierra con su gloria y pudiese cumplirse en su día la comisión evangélica. Fue
obligada a reconocer con tristeza que tendría que producirse un retraso de “muchos más años” (Evangelismo, 505). Eso
fue una dolorosa cruz que ella llevó pacientemente hasta pasar al descanso en
1915. Jones y Waggoner no fueron tan pacientes. No pudieron digerir un siglo
más de retraso, y cayeron en el desánimo y la confusión.
La oposición que enfrentó Ellen
White no fue algo placentero. Fue peor que el ostracismo que había padecido de
parte de la Iglesia metodista en 1843 (1 Testimonios, 45-47), ya que
llegó a decir: “Jamás en la experiencia de mi vida
fui tratada como en la [reciente asamblea
de la] Asociación”
(Carta 7, 9 diciembre 1888).
He buscado al Señor diariamente para pedirle sabiduría, y que no
me dejara caer en el desánimo total, descendiendo así a la tumba con el corazón
quebrantado al igual que mi marido… Se oyeron voces que me sorprendió… oír,
atrevidas y decididas en denunciar[me]. Y de todos aquellos que tan libres se
han sentido de ir adelante con sus crueles palabras, ni uno sólo ha venido a mí
a preguntarme si esos informes y sus suposiciones eran verdaderos… Mi corazón
se deshizo en mis entrañas.
…Pensé en la crisis que nos espera, y sentimientos que jamás he
expresado con palabras me turbaron por un breve tiempo… “el hermano traicionará
al hermano hasta la muerte” (Carta 1, 1890).
Ningún profeta de la antigüedad —ni
siquiera Noé— debió esperar tanto como Ellen White para ver el fruto de su
profecía: tan tempranamente como en 1850, proclamó que el fin estaba “cerca”.
Noé debió esperar solamente 120 años; ahora hace más de 150 años desde que Ellen
White profetizó. El ángel de Apocalipsis 10 proclama:
El tiempo [demora]
no será más, pero en los días de la voz del séptimo ángel, cuando él comenzare
a tocar la trompeta, el misterio de Dios será consumado (v. 6-7).
Pero Satanás hace lo posible para
que “el tiempo” [demora] sea más.
¿Dedicarás las energías de tu vida
a cooperar con el ángel que declara que no debe haber más demora? Es
absolutamente previsible que encuentres resistencia firme por parte del ángel
caído que no desea que Jesús regrese. Pero nadie necesita luchar sólo, pues
Jesús prometió:
He aquí, yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del
mundo (Mat 28:20).
¡Confía en ello! Como humilde
siervo de Cristo que amas la verdad, toma posición por él en el gran conflicto,
ante todo el universo.
Cuando venga finalmente la última
crisis y Jesús regrese, el tiempo parecerá muy corto al contemplarlo desde la
perspectiva de nuestra preparación consumada.
Ellos le han vencido por la sangre del Cordero, y por la palabra
de su testimonio (Apoc 12:11).