Lo básico

de la posición de Wieland y Short

informe de C. Mervyn Maxwell

 


 


En 1973 Robert H. Pierson, presidente de la Asociación General, convocó una comisión had hoc para discutir el impacto inquietante del manuscrito 1888 Rexaminado escrito por Robert J. Wieland y Donald K. Short. Acababa de publicarse la obra monumental del Dr. Leroy Edwin Froom sobre “1888” (Movement of Destiny), en la que promovía una visión diametralmente opuesta. Se había hecho necesario resolver aquella tensión, y el presidente actuó en sincera búsqueda de la verdad y la paz. Pero la inmensa mayoría de los miembros de aquella comisión se opusieron al manuscrito. La idea del “arrepentimiento denominacional” era ajena a su pensamiento.

Los autores del manuscrito tuvieron cierto respaldo de parte del Dr. C. Mervyn Maxwell, profesor de historia de la iglesia en la universidad Andrews (y miembro de aquella comisión). Cierta noche, durante las semanas en que se desarrollaron las reuniones, se despertó hacia las 4 de la madrugada y escribió este documento en un intento de presentar ante sus colegas los asuntos suscitados en el manuscrito, en un lenguaje que ellos pudieran entender mejor.

El esfuerzo de Maxwell no ganó el soporte de la Asociación General, pero tuvo éxito de alguna forma en moderar la intensidad de las censuras de Froom. Quienes estén interesados en conocer la historia encontrarán interesante la lectura de ese documento escrito por el Dr. Maxwell que reproducimos a continuación literalmente en su integridad.

 

 

A. Premisas básicas

 


1. Los pastores Wieland y Short creen que en 1888 y en los años siguientes, Dios extendió su brazo de una forma especial para traer a su iglesia remanente el gozo y el poder de la lluvia tardía y el fuerte pregón. (A lo largo de la historia ha habido varios momentos especiales en los que la tierra parecía estar en una disposición extraordinaria para la obra de Dios. El período de la vida de Cristo en esta tierra, el tiempo de la Reforma, el despertar adventista y el anuncio del mensaje de Laodicea en los años 1850 parecen haber sido otros de esos momentos especiales). Fue un tiempo de especial oportunidad para la iglesia.

2. Una forma inicial en la que Dios obró a fin de traer la lluvia tardía y el fuerte pregón, al inicio de ese período especial, fue mediante el mensaje presentado por los pastores A.T. Jones y E.J. Waggoner en la asamblea de la Asociación General de Minneapolis, en 1888. Wieland y Short reconocen cómo Ellen White y el pastor James White habían estado presentando la esencia de ese mensaje durante décadas, pero tuvo lugar un significativo avance cuando por primera vez se oyeron voces distintas a las de ellos proclamándolo. El interés manifestado por la iglesia durante los años subsiguientes, en los que se organizaron institutos ministeriales, es también un indicador de la importancia singular de aquel período.

3. El mensaje especial que vino en aquella ocasión consistió en la justicia por la fe, en su contexto singularmente adventista. Era “los encantos incomparables de Cristo” vistos, no sólo a través de la cruz, sino también del santuario y el sábado, en relación con nuestra necesidad como pecadores. La inspiración lo calificó como un mensaje preciosísimo, la justificación por la fe y el mensaje del tercer ángel en verdad, y afirmó que destacaba a Cristo como a nuestro Garante y presentaba la justicia de Cristo que se revela en la obediencia a todos los mandamientos de Dios.

4. Dado que se trataba de un mensaje especial de Dios para un tiempo especial, cuando Dios se dispuso a ofrecer de una forma especial la lluvia tardía a su iglesia, Wieland y Short creen que si la respuesta a este mensaje en 1888 y en los años inmediatamente subsiguientes hubiese sido la que debió ser, se habría derramado la lluvia tardía y se habría proclamado el fuerte pregón en un período muy breve de tiempo.

5. Es su convicción que algo fue mal. Verdaderamente, debido a que la oportunidad era tan grande, y a que Dios estaba tan anhelante por otorgar la lluvia tardía, creen que no sólo fue mal, sino terriblemente mal. ¿En qué se basan para creer tal cosa? Dejando a parte por un momento todos los informes escritos por los historiadores, incluso por los testigos presenciales y hasta incluso por la propia Ellen White, señalan que la prueba irrefutable de que algo fue mal, es que la lluvia tardía, ofrecida de una forma tan evidente, no se recibió.

6. Puesto que no cabe atribuirle a Dios el fallo, concluyen que fue el pueblo adventista el que falló. Dicho fallo consistió en la respuesta defectuosa de nuestro movimiento frente a la oportunidad puesta ante él.

7. Ese fallo —creen Wieland y Short— consistió en el fracaso en entronizar adecuadamente en el santuario interior del corazón el verdadero significado de la justicia por la fe. Para ellos resulta irrelevante si pocos, algunos o muchos aceptaron la justicia por la fe como una doctrina. Asumen esperanzadamente que muchos resultaron beneficiados mediante su asentimiento a la doctrina, y que algunos pudieron resultar transformados por ella al punto de estar individualmente preparados para la traslación. Pero la lluvia tardía no descendió sobre el pueblo como un todo. El fuerte pregón no se consumó. Por lo tanto, es su convicción que al margen de cuál fuera la aceptación intelectual y espiritual de la justicia por la fe en aquel tiempo, la aceptación en la experiencia interior en las vidas no fue lo que debió ser.

8. Tienen la convicción de que toda esa historia tiene hoy una importancia vital para la iglesia, puesto que creen que a menos que la conozcamos y reaccionemos ante ella de la forma en que debemos hacerlo, también nosotros dejaremos de recibir la lluvia tardía. Del lado positivo, creen que si conocemos y reaccionamos a nuestra historia como debemos, podemos avanzar rápidamente en preparación plena para la lluvia tardía y el fuerte pregón.


 

 

B. Historia

 


1. Justicia por la fe. A partir de nuestra historia, Wieland y Short quieren primeramente que conozcamos y reaccionemos a la PARTE BUENA. Creen que en los polvorientos volúmenes de Review and Herald y General Conference Bulletin, así como también en libros y folletos, deben encontrarse cosas gloriosas sobre Cristo y su justicia escritas por Waggoner y Jones. Creen además que si fueran juiciosamente publicadas arrojarían preciosa luz sobre los escritos de Ellen White y reavivarían los aspectos singulares de la justicia por la fe a la luz del sábado y del santuario, que tan vitales son en la preparación para la lluvia tardía y para la traslación.

Meramente poner en circulación esas obras, o incluso proclamar además su contenido, podría fracasar en traer la lluvia tardía. Ni siquiera aceptar el contenido sería suficiente. Un núcleo significativo de nuestro pueblo debiera resultar persuadido —en parte por el ejemplo de nuestros dirigentes— a fin de traer el verdadero mensaje de la justicia por la fe de forma efectiva a sus propias vidas. Debieran ser transformados por dicho mensaje. Entonces, y sólo entonces, podría derramarse la lluvia tardía.

2. Arrepentimiento corporativo. Eso nos lleva a la PARTE MALA de nuestra historia, historia que Wieland y Short quieren que conozcamos y reaccionemos a ella. Wieland y Short no están interesados en saber acerca de los pecados de nuestros dirigentes con el fin de acusarlos o de publicarlos al mundo. Creen que los pecados de nuestro pueblo en los años 1888 al 1901 deben ser hoy conocidos a fin de que podamos descubrir dónde estamos cometiendo el mismo tipo de pecados. Todos nos sabemos pecadores. Nos arrepentimos y pedimos perdón diariamente. Pero la lluvia tardía no desciende. ¿Por qué? Wieland y Short piensan que una de las razones es porque nuestra implicación en el pecado es mucho mayor de lo que pensamos. Somos inconscientes de cuán pecaminosos somos en realidad. Por consiguiente creen que sería útil, en términos pastorales prácticos, como forma de remediar nuestra situación actual, descubrir nuestros propios pecados reconociéndolos en nuestro pueblo, en los años 1890. Incluso si se volviera a enseñar en toda su singularidad la justicia por la fe, no cumpliría hoy más que una obra parcial, tal como hizo en la década de 1890, a menos que abandonemos ahora la misma clase de pecados que nuestros antecesores cometieron entonces.

Es su convicción que un ejercicio como ese habría de conducir y conduciría a un profundo arrepentimiento, no sólo por los pecados que estamos cometiendo, sino por aquellos que estamos inclinados a cometer.

Un ejemplo: al mirar a los años 1890 vemos a un dedicado e infatigable presidente de la Asociación General rehusando patéticamente el llamamiento hecho por Ellen White a que se separase de sus impíos consejeros. Si al conocer eso nos decimos: ‘¿Y qué? ¡Qué otra cosa podía hacer el pobre hombre!’, estaríamos excusando su pecado, y eso jamás sería la solución. Debiéramos más bien decir: ‘¡Un momento! ¿Acaso no estoy yo haciendo lo mismo? ¿No estoy también yo racionalizando mi rechazo a los Testimonios? ¡Oh, Dios mío, estoy haciendo en mi situación lo mismo que él hizo en la suya! No soy mejor que él, si bien pensaba que lo era. Estoy hecho de su misma sustancia. Señor, me arrepiento. Perdóname’.

¿Por qué cuestionan Wieland y Short la cualidad de las confesiones hechas a principio de los años 1890, de las que informa el libro del pastor Olsen? [A.V. Olsen, Through Crisis to Victory, Review and Herald, 1962 —incluimos esta cita para la información del lector. No forma parte del manuscrito original—]. Por ejemplo, ¿por qué cuestionan la confesión de Uriah Smith? Fue muy sincera, y así lo reconocen ellos llanamente. No sólo pidió disculpas a Ellen White, Jones y Waggoner en una reunión privada, sino que además lo confesó en dos ocasiones a toda la congregación de Battle Creek. También otros confesaron con sinceridad. Eso satisfizo a Ellen White. Satisfizo a Dios. Pero tal como Wieland y Short interpretan los datos, Ellen White tuvo posteriormente la impresión de que no se hubiese hecho para nada confesión. ¿Cómo es posible? Era un tiempo de inmensa y final oportunidad escatológica, y esas confesiones, si bien sinceras en todo sentido según los cánones ordinarios, no estuvieron a la altura del momento. Después de su confesión, Smith volvió a caer. Es cierto, seguía siendo un pecador, y la lluvia tardía no puede descender hasta tanto nos tengamos como vencedores, victoriosos sobre todos nuestros pecados.

¡Cuántas cosas nos enseña eso! Confesamos. Somos sinceros. Pero continuamos pecando. Seguimos siendo pecadores y la lluvia tardía no desciende. La experiencia de Smith nos enseña que también nosotros hemos de hacer mucho, mucho más. ¡Cuán trágico sería que reimprimiéramos los escritos de Jones y Waggoner, que predicáramos la verdadera justicia por la fe, que nuestros dirigentes nos mostraran nuestros pecados y nos arrepintiéramos sinceramente de ellos durante todo un sábado, toda una semana, o durante dos o tres semanas, y aun así no descendiera la lluvia tardía! Hemos de arrepentirnos profundamente a fin de ser debidamente transformados.

Cuando el pueblo de Dios se separe de la iniquidad tan plenamente como para permitir que la luz del cielo repose sobre ellos abundantemente, y brille desde ellos al mundo, entonces se cumplirá aun más plenamente de lo que se cumplió en el pasado la profecía de Isaías… ‘Vendrán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu amanecer’ (Isa 60:3)” (EGW, RH, 31 marzo 1910).      


 

 

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