Respuesta de R.J. Wieland al libro:
‘De 1888 a la apostasía, el caso de A.T. Jones’ (G.R. Knight, Review and
Herald, 1987)
Ese
volumen especial de la serie del ‘Centenario de 1888’ es un esfuerzo
transparente por desacreditar tanto a Jones como al mensaje que el Señor le dio
para esta iglesia. El libro reconoce claramente que el mensaje fue rechazado en
Minneapolis y posteriormente, lo que constituye un paso hacia la realidad; pero
presenta un cuadro confuso al exponer a un Dios poco sabio, que eligió mal a su
mensajero y a su ingenua profetisa, erróneamente entusiasmada por el mensaje y
el mensajero.
Sacando
provecho de todo posible defecto —real o imaginario— en la personalidad y
ministerio de Jones, e imputándole a menudo motivos perversos de forma gratuita,
el autor lo presenta como un hombre de “lengua descuidada y expresión áspera”,
que empleaba “lenguaje sensacionalista”, con “actitudes pomposas”, “seguro de
sí mismo”, “egoísta”, un hombre que “nunca dominó el arte de… la cortesía
cristiana”, que tenía “una personalidad abrasiva y engreída”. Desde su mismo
bautismo en Walla Walla, el joven Jones es estigmatizado con ese “persistente
problema del extremismo”.
¿Por
qué elegiría el Señor a un hombre tal?
El
mensaje del evangelio que Jones presentó es rechazado por contener “mezcla de
error”. La implicación es clara: es peligroso aceptarlo. Se culpabiliza
específicamente a Jones por la grave responsabilidad de apadrinar la herejía
panteísta, así como la de la “carne santa” que aparecieron hacia el final de
siglo.
Muchos
lectores que no tienen posibilidad de comprobar las fuentes originales
concluirán a la luz de eso que nada de lo que la quijotesca figura de Jones
dijese es hoy digno de seria consideración. Tal parece ser la tesis del libro.
Pero
si uno investiga los relatos contemporáneos de Ellen White sobre el carácter y
el mensaje de Jones, surge un problema: Ellen White lo describe como quien “lleva
la palabra del Señor”, “el mensajero delegado de Cristo”, un “hombre a quien
Dios ha comisionado… [con] la demostración del Espíritu Santo”, un “siervo
escogido… a quien Dios está empleando”. Jones es uno de los dos únicos pastores
adventistas en la historia, de quienes Ellen White haya dicho que tenían “credenciales
del cielo”. ¿No resulta extraño que tan envilecida representación de Jones se
publique y promocione en nuestra celebración del Centenario de 1888? ¿Es
normal que las naciones o las iglesias denigren a las figuras objeto de la
celebración en sus centenarios?
Knight
apoya el concepto erróneo de que el mensaje de 1888 se perdió. Pero las
entusiastas declaraciones de apoyo de Ellen White hacia el mensaje de Jones y
su forma de presentarlo continuaron durante casi una década después de 1888,
indicando que “el mensaje de 1888” es mucho más que las supuestamente perdidas
presentaciones de Minneapolis. Años después dijo, expresándose en tiempo verbal
presente: “El mensaje que nos ha sido dado por A.T. Jones… es un mensaje de
Dios a la iglesia de Laodicea”. “Dios [lo] ha sostenido… [le] ha dado luz
preciosa” (Carta S24, 1892; Carta 51a, 1895).
Durante
esa década habló de forma entusiasta incluso en referencia a la personalidad y
forma de predicar de Jones, en contradicción con la citada acusación de
lenguaje torpe y abrasivo: “Presentó [el mensaje] con belleza y hermosura”, “con
luz, gracia y poder”. Oyéndole, la gente “vio la verdad, la bondad, la gracia y
el amor de Dios como nunca antes la habían visto”. Ellen White consideró “un
privilegio estar a su lado [de Jones] y dar mi testimonio con el mensaje para
este tiempo” (Review and Herald, 27 mayo 1890; 12 febrero 1889; 18 marzo
1890; Carta, 9 enero 1893). Es realmente difícil armonizar esas palabras
con la “engreída” y “abrasiva” personalidad que nuestros escritores del
Centenario le atribuyen. ¿No se habría sentido Ellen White incómoda estando al “lado”
de un hombre tal?
Pero
el libro no fundamenta el descrédito de Jones en la imaginación de nuestros
contemporáneos. Hay ciertamente fuentes históricas que son críticas hacia él.
A.T. Jones tuvo en su día enemigos que lo tacharon de “fanático, extremista, y
maniático”, que “criticaron y despreciaron, y hasta se detuvieron a ridiculizar
a los mensajeros mediante los cuales el Señor ha traído poder” (Testimonios
para los ministros, 97; The EGW 1888 Materials, 904). Pero esos
que se oponían eran incrédulos que estaban implicados en una lucha contra el
Espíritu Santo. ¿Por qué se les concede más crédito que a la propia Ellen
White?
Las
manifestaciones de apoyo del Señor hacia Jones son dignas de seria
consideración, ya que Ellen White afirmó que “acusar y criticar a los que Dios
está empleando es acusar y criticar al Señor que los ha enviado”. A quienes se
oponen “se les preguntará en el juicio: ‘¿Quién requirió esto de vuestra mano,
que os levantaseis contra el mensaje y los mensajeros que yo envié a mi pueblo
con luz, con gracia y con poder?’” (Testimonios para los ministros, 466;
Carta, 9 enero 1893, reproducida en The EGW 1888 Materials,
1126).
La
acusación de que Jones apadrinó virtualmente el fanatismo de la “carne santa”
descansa literalmente sobre una palabra que él empleó en un artículo editorial
de 1898, que resulta ser una cita directa del apóstol Pablo. El contexto de ese
artículo del 22 de noviembre es la reforma pro salud, para nada relacionada con
la carne santa. De igual forma, la acusación de que Jones creyó o predicó el
panteísmo se basa exclusivamente en las asunciones o prejuicios de terceros. No
se presenta ni una sola frase procedente de Jones, que evidencie que creyó o
enseñó tal cosa.
Ese
puede parecer un detalle sin importancia, pero la integridad del “muy precioso
mensaje” que el Señor envió a su pueblo es el verdadero tema que se pone en
tela de juicio. Si ese mensaje induce al panteísmo a quienes creen en él, Ellen
White debió estar tremendamente equivocada, porque entonces el mensaje habría
sido muy peligroso, no “muy precioso”, tal como ella afirmó. Pero en el caso de
Jones no le condujo al panteísmo, demostrando así que no fue ese el factor que
llevó a Waggoner a ese error. Lo que condujo al problema del panteísmo a
Waggoner (en realidad pan-enteísmo), fue el clima de rechazo de su mensaje de
1888; no la aceptación del mismo.
Pero
Knight justifica su acusación sugiriendo una nueva definición de panteísmo. La
auténtica definición es la de un “Dios” impersonal morando en la hierba,
en los árboles, etc. Pero para Knight, la peligrosa fuente del panteísmo es el
concepto de 1888 de un Dios personal en estrecha relación con nosotros,
relacionando la experiencia de la justificación por la fe en el corazón del
creyente, con “la doctrina del santuario celestial y su purificación”. “El
concepto del poder de Cristo morando en el creyente… inherente al mensaje de
1888… cuando se lleva demasiado lejos… atraviesa fácilmente la barrera del
panteísmo”, según su libro.
Pero
esa definición gratuita del panteísmo lleva a problemas insuperables, ya que
lógicamente implica que el autor de Hebreos también era panteísta, lo mismo que
Ellen White. Hasta el mismo Jesús llevó muy “lejos” el “concepto”, al asegurar
a sus seguidores que el Espíritu Santo, su vicario, no solamente estaría “con
vosotros para siempre” [Juan 14:16], sino que “será en vosotros” [vers.
17]. Probar demasiado es no probar nada.
Hay
en verdad evidencia de que en un período de su vida Jones se volvió rudo y
abrasivo. Dejó de aferrarse a la gracia de la mansedumbre y se entregó a la
amarga crítica de sus antiguos hermanos. Pero tal cosa sucedió más de una
década después de Minneapolis. Hay dos Jones: (a) el “siervo de Dios”
desde 1888 hasta 1903, que en general honró su cometido y justificó sus “credenciales
del cielo”, aunque revelando en ocasiones debilidades humanas; y (b) el
Jones de después de 1903, quien extravió trágicamente su camino. Los que
modernamente se oponen a Jones confunden a los dos. Y los años realmente
álgidos fueron los comprendidos entre 1888 y 1893, ya que la oposición se había
empedernido de tal forma en ese período, que nuestro largo vagar posterior por
el desierto se hizo inevitable tras 1893. El registro de Jones durante esos
años tempranos es claro y asequible.
La
literatura del Centenario [de 1988] relativa a Jones no presta atención a un
ingrediente olvidado en la fascinante historia. Durante esos años tempranos
caracterizados por su fidelidad, padeció grave “persecución” “anticristiana”,
por tomar prestadas las palabras de Ellen White (General Conference Bulletin,
1893, 184). El impacto acumulativo de eso acabó por desintegrar y trastornar
sus facultades espirituales. El Señor no pudo equivocarse al elegirlo a él para
ese singular papel de ser el heraldo del “comienzo” del mensaje del fuerte pregón.
Tampoco se equivocó Ellen White al darle apoyo. El fracaso tardío de Jones fue
consecuencia “en gran medida” de nuestro rechazo al mensaje, que Ellen White
comparó frecuentemente con el espíritu de los antiguos judíos al rechazar a
Cristo.
El
fracaso de Jones tiene, pues, algo que ver con lo que Ellen White calificó como
un insulto al Espíritu Santo por parte de nuestros hermanos. Cuando comenzó a
venir el Espíritu Santo en forma de la bendición de la lluvia tardía y fue “insultado”,
debió retirarse. La bendición de la lluvia tardía tuvo que retirarse en el
momento en el que era más desesperadamente necesaria. Pero el tiempo no se
puede parar, la historia continúa y se desarrollan toda clase de males. Tal es
nuestra historia denominacional.
Knight
insiste en que Ellen White no estaba preocupada por los aspectos doctrinales o
teológicos del mensaje de Jones o Waggoner. Pero los propios escritos de ella
demuestran un profundo interés por esos aspectos. Knight urge a la iglesia a “empezar
a vivir la solícita vida cristiana ahora”, pero sin prestar atención al “muy
precioso mensaje” que el Señor envió, que es el único que puede hacer realidad
una reforma tal. De esa manera su posición revierte el avance del reloj de la Reforma
y desvirtúa cien años de historia.
En
tiempos anteriores a Minneapolis, Ellen White urgió frecuentemente a la iglesia
a que empezara a “vivir la solícita vida cristiana ahora”, pero se lamentó de
que sus exhortaciones habían resultado poco eficaces. Cuando vino el mensaje de
Jones y Waggoner le causó gran alegría, ya que comprendió que habría de
transformar los imperativos adventistas en gozosas capacitaciones. La posición
de Knight significa la reiteración de la oposición de 1888, y lo hace
ateniéndose a los imperativos legalistas populares a la vez que denigra las
capacitaciones evangélicas que Dios nos dio en el mensaje de 1888.
En
el contexto del rechazo al mensaje presentado por Jones y Waggoner, Ellen White
escribió:
Una y otra vez se me ha mostrado que el pueblo de Dios en estos
últimos días no puede estar seguro si confía en los hombres y hace de la carne
su brazo…
Dios ha encomendado a sus siervos un mensaje para este tiempo, pero este
mensaje no coincide en todos sus detalles con las ideas de todos los
dirigentes, y algunos critican el mensaje y a los mensajeros. Se atreven
incluso a rechazar las palabras de reprensión que se les envían de parte de
Dios por medio de su Santo Espíritu…
Uno puede permitirse buscar faltas, ridiculizar y deformar deliberadamente el
carácter de los demás sólo a expensas del envilecimiento de su propia alma…
Acusar y criticar a los que Dios está empleando es acusar al Señor que los ha
enviado…
Los prejuicios y opiniones que prevalecieron en Minneapolis no han desaparecido
de ninguna manera…
Cuando estemos unidos con el vínculo de unión por el cual Cristo oró, terminará
esta larga controversia que ha sido fomentada por los agentes satánicos (Testimonios
para los ministros, 464-468).