Historia del mensaje de Minneapolis

Pastor Joe W. Gresham

(sermón dado en la iglesia de Broadview, 29 enero 1988)

 


Hoy vamos a considerar el mensaje y el misterio que rodea a 1888. He oído decir a algunos: ‘No importa. No hace diferencia alguna el que sea un movimiento fanático o no, el que lo creamos o no’. Incluso algunos lo han presentado como una desviación legalista.

Antes de estudiar la asamblea en sí, vamos a considerar brevemente el contexto inmediato.

Muchos de vosotros habéis visto la foto con los delegados de la asamblea en Minneapolis, el año 1888. Si os fijáis en el aspecto de la Iglesia adventista reunida en la sesión de la Asociación General, en Minneapolis, es muy diferente al de las últimas reuniones de la Asociación General. ¿Alguien sabe dónde tuvo lugar la sesión precedente y la siguiente a Minneapolis? ¿Recordáis la penúltima reunión de la Asociación General? ¿Podéis recordar alguna de las otras reuniones como algo significativo?

Sin embargo, todo adventista ha oído al menos algo sobre la sesión de la Asociación en 1888. Unos 90 delegados reunidos en una modesta iglesia, en Minneapolis… ¿qué fue lo que la hizo tan importante? Tres personas jugaron un importante papel en ese encuentro. El primero de ellos fue la profetisa del pueblo remanente: Ellen White. A uno y otro lado de ella —a su derecha— se encontraba E.J. Waggoner, y a su izquierda A.T. Jones. Jones era uno de los pastores de la Iglesia del Tabernáculo (la iglesia de Battle Creek). Un hombre bien conocido. Una personalidad muy controvertida. Lo que era fuente de problemas en ese período, fue que estos dos hombres comenzaron a introducir ideas que eran contrarias respecto a lo que se consideraba el conocimiento bien establecido de la Palabra de Dios. Una de esas ideas no tenía prácticamente ninguna importancia. La otra, según dijo la sierva del Señor, estaba tomando dimensiones desproporcionadas. A.T. Jones estaba enfrentado con Uriah Smith. El problema consistía en que Jones afirmaba que los Unos no formaban parte de los diez cuernos de Daniel 7 (como sostenía U. Smith), sino los Alemanes. El enfrentamiento de Waggoner tenía relación sobre todo con el presidente de la Asociación General, G.I. Butler. Butler no pudo estar presente en esa sesión de 1888, y en su lugar estuvo su asociado, el delegado Morrison, quien hablaba básicamente en nombre de la Asociación General en aquella ocasión. La idea que Waggoner había introducido era que la ley en Gálatas, el “ayo” (o tutor) era la ley moral. Eso era contrario a la idea del adventismo en aquella época: se creía que era la ley ceremonial.

Nos encontramos aquí con dos jóvenes pastores, uno de 33 años de edad y el otro de 38, presentando sus puntos de vista, y siendo tratados en términos francamente despectivos. Uno de los términos que el presidente mismo empleaba para referirse a ellos, que fue motivo de reprensión por parte de Ellen White, fue algo así como “pipiolos” (fledglings). ButIer no quería oír de ninguna manera lo que esos dos hombres tenían que decir. En la anterior asamblea de la Asociación, en 1886 (entonces se hacían cada dos años), había escrito un libro para refutar las enseñanzas de Waggoner, de manera que se produjo inmediatamente una confrontación. Ellen White escribió en esa ocasión una carta a Butler desde Suiza, lugar donde estaba aún en 1886. Dice: “Me fue mostrada la actitud de algunos de los pastores en esa reunión, usted en particular, y puedo decir con usted, mi hermano, que fue una asamblea terrible”. “El espíritu que controlaba a los fariseos está viniendo al seno de este pueblo”.

Dos años antes de 1888, la profetisa del Señor les advirtió que había un mal espíritu que estaba empezando a tomar posesión; que el espíritu del fariseísmo estaba desarrollándose entre el pueblo. El 10 de febrero, tres meses después de esa Asamblea de 1886, Waggoner escribió una respuesta de 71 páginas al libro de ButIer. Sin embargo, no la publicó hasta dos años después. Esperó dos años antes de publicarla, y eso fue probablemente debido a una carta que recibió, escrita por Ellen White el 18 de febrero, reconviniéndole por publicar creencias contrapuestas.

Se estaba pues produciendo una confrontación centrada sobre temas de importancia menor. Sin embargo, los hermanos dirigentes estaban llevando a una situación de polarización o división de opiniones en el seno de nuestra denominación. La mayor parte tomó posición por los dirigentes de la Asociación General. La misma carta que Ellen White envió a Jones y Waggoner, la envió también a G.I. Butler y a Uriah Smith, pero ButIer, incluso después de haber leído lo que la profetisa del Señor había escrito en esa carta, publicó un artículo en Review and Herald que contenía duras alusiones hacia Waggoner, despreciando el consejo que Dios le había dado mediante su mensajera. Ellen White le dirigió entonces una carta personal reprendiéndole por la injusticia de su actitud y por atacar a Waggoner. Le dijo: “Hermano, lo que usted ha hecho es básicamente abrir la caja de los truenos, porque ahora, dada la situación, usted, hermano Butler, está obligado a conceder igual oportunidad al hermano Waggoner para presentar sus puntos de vista, ya que no queremos un espíritu de parcialidad entre nosotros”.

Esa venía a ser la situación que precedió a la asamblea de Minneapolis en 1888. Antes de que comenzase la asamblea propiamente dicha, había unas reuniones ministeriales que la precedían, y allí Jones presentó sus razones para considerar proféticamente a los Alemanes y no a los Unos. Waggoner tuvo la ocasión de expresar su punto de vista sobre la ley en Gálatas. En esas reuniones previas surgieron problemas. El hermano Morrison escribió en una pizarra que la ley en Gálatas era la ley ceremonial. Y escribió a continuación: ‘Firmado... pastor Morrison’. Entonces escribió en otra parte de la pizarra que la ley en Gálatas era la ley moral, y pretendía que el pastor Waggoner firmara allí. Este último rehusó hacer tal cosa. No quería entrar en el terreno del debate al que se le quería hacer ir.

El pastor Jones cometió un error en esa ocasión, al decir algo que no debió, en cierto momento en el que estaba hablando sobre el asunto de los Unos y los Alemanes. Dijo: ‘Habéis visto cómo el pastor Smith ha reconocido que él tomó la idea de los Unos de otros autores anteriores a él: que no era original de él mismo’. Entonces dijo: ‘El pastor Smith dice no conocer el tema sobre el que habla, pero yo sí lo conozco’. Ese mal espíritu suscitó nuevamente sentimientos de enemistad. Morrison había tomado la postura de que la ley en Gálatas era la ley ceremonial, y pensaba que Waggoner estaba totalmente equivocado.

Luego tuvo lugar la asamblea. Ellen White había regresado ya de Europa y se encontraba en la sesión. Durante las discusiones sobre la justicia por la fe, que tenían que ser el centro de la atención, y que tenían relación con la ley en Gálatas, se levantó un delegado de la Asociación General apellidado Kilgore y presentó una moción para que las discusiones sobre la justicia por la fe fuesen clausuradas hasta que el hermano Butler pudiera estar presente. Ellen White se puso en pie inmediatamente y dijo: “Esta es la obra del Señor. ¿Tendrá acaso su obra que esperar al hermano ButIer? El Señor quiere que su obra avance y que no espere a ningún hombre”. Hermanos, eso es cierto hoy todavía. A la mañana siguiente, cuando Ellen White estaba dando la charla devocional a los delegados allí reunidos, se refirió a ese momento cuando el hermano Kilgore hizo su propuesta, y afirmó que nunca había estado más alarmada que en la ocasión presente. Dijo: “No es correcto aferrarse a la idea de ningún hombre”.

Eso es lo que allí estaba ocurriendo. Ellen White escribió más tarde que el pastor Butler, presidente de la Asociación General, era considerado junto con U. Smith y otros, como ocupando una posición que sólo Dios debe ocupar. Podéis comprobar que los delegados habían comenzado a mirar a los hombres, en lugar de mirar a Jesucristo. El problema que enfrentamos hoy es que seguimos mirando a los individuos, lo que creen y lo que enseñan, en lugar de mirar a Dios y a lo que nos enseña. Cuando aprendamos a salir de esa cueva y comencemos a mirar a Jesucristo y a este crucificado, el poder del Espíritu Santo ilu­minará nuestras mentes, los ojos de nuestro entendimiento, y conoceremos de la doctrina si es de Dios (Juan 7:17).

Debido a esas divisiones, Satanás tuvo éxito en desviar la atención de los delegados de lo que Ellen White definió como “preciosísimo mensaje”: la justicia de Cristo. Quisiera que me siguierais en la lectura de algunas citas del Espíritu de Profecía más bien que creer­me a mí, porque yo soy humano, estoy sujeto a error, pero el Espíritu de Dios no está sujeto a error. Dios habló, y fue hecho. Mandó, y existió (Sal 33:9).

Obsérvese lo que dice en Testimonios para los ministros, 91:

En su gran misericordia el Señor envió un preciosísimo mensaje a su pueblo por medio de los pastores Waggoner y Jones. Este mensaje tenía que presentar en forma más destacada ante el mundo al subli­me Salvador, el sacrificio por los pecados del mundo entero”.

Ese mensaje dado en 1888 por esos dos pastores, mensajeros de Dios, fue un mensaje preciosísimo que elevaría a Jesucristo ante el mundo. Leamos también lo que nos dice en 2 Joyas de los Testimonios, 374:

El mensaje de la justicia de Cristo ha de resonar de un extremo de la tie­rra hasta el otro [obsérvese para qué] para preparar el camino del Señor. Esta es la glo­ria de Dios que termina la obra del tercer ángel”.

Lo que dice es que ese mensaje que fue dado en 1888 era el fuerte pregón que ha de alumbrar toda la tierra con su gloria. Es el mensaje del cuarto ángel de Apocalipsis 18.

¿Estamos viviendo hoy bajo el fuerte pregón? ¿Estamos experimentando un poder mayor que el de Pentecostés? No se trata en absoluto de restarle importancia a la obra de la Iglesia adventista como verdadero remanente que es —objeto de la suprema atención de Dios— pero es hora de que comencemos a mirar a la auténtica fuente de poder. Nos damos palmaditas en la espalda porque nuestra membresía mundial aumenta. Nos sentimos satisfechos cuando sumamos mil bautismos en un día, y vamos a nuestras asambleas y nos contamos unos a otros lo grandes que somos. Pero si realmente nos basamos en eso y pretendemos que mil bautismos al día es evidencia del derramamiento del Espíritu Santo, entonces tenemos que reconocer que los Mormones y los Testigos de Jehová tienen un derramamiento del Espíritu Santo mayor que el nuestro, ya que crecen más rápida­mente que nosotros. Mil bautismos al día en todo el mundo no es nada, comparado con tres mil en un día, en una sola ciudad, por el poder del Espíritu Santo (en Pentecostés). El Señor no ha dicho: ‘No con ejército, ni con fuerza, sino con mil días de cosecha’, o con ‘Misión global’. No es que haya nada malo en los ‘mil días de cosecha’ ni en ningún otro programa. El problema es cuando permitimos que los programas tomen el lugar del Espíritu Santo.

La lluvia tardía comenzó ya en 1888 con el mensaje de la justicia de Cristo. Leemos en 1 Mensajes Selectos, 425:

El fuerte pregón del tercer ángel ya ha comenzado en la revelación de la justicia de Cristo, el Re­dentor que perdona los pecados. Este es el comienzo de la luz del ángel cuya gloria lle­nará toda la tierra”.

Amigos, eso no está su­cediendo hoy, así que debemos preguntamos por qué no está sucedien­do. Si el fuerte pregón (o clamor) comenzó hace cien años, ¿por qué estamos todavía aquí? Si el fuerte pregón comenzó a alumbrar toda la tierra con su gloria hace más de cien años, ¿por qué está en tinieblas aún una gran parte del mundo? Esas son preguntas y res­puestas sobre las que meditaremos en las charlas que seguirán hoy y mañana. En 1888, antes de la asamblea, había un proyecto de ley que se llamó la enmienda del senador Blair. Por entonces el pastor Jones era el encargado del departamento de libertad religiosa. La moción de Blair estuvo a punto de lograr la aprobación de esa ley por parte del Congreso de Estados Unidos, lo que habría implicado leyes dominicales de carácter nacional. Todo estaba a punto, en caso de que el pueblo hubiese aceptado el mensaje en 1888. El Señor pudo haber venido poco después.

Pero no sucedió.¿Qué fue lo que lo detuvo? ¿Qué detuvo la progre­sión del fuerte pregón en 1888? En el libro The Ellen G. White 1888 Materials, página 183 en­contramos una carta que Ellen White escribió refiriéndose al pastor Butler, poco después de haber abandonado su cargo de presidente de la Asociación General. Dice:

La mente de un hombre enfermo ha tenido un poder controlador sobre el Consejo de la Asociación General, y los pastores han sido la sombra y el eco del pastor Butler... la envidia, las malas sospechas y los celos han actuado como la levadura, hasta que toda la masa parecía leudada. El pastor Butler, creemos, ha permanecido en su puesto tres años de más, y ahora toda humildad y sencillez de mente le han abandonado. Cree que su posición le da un poder tal que su voz es infalible”.

Ellen White era amiga de G. Butler, pero le habló de la manera en que Dios le indicó que lo hiciera. Poco tiempo después G. Butler se arrepintió de sus caminos.

Pero había un problema, y existe siempre el peligro de que suceda nuevamente. En cierto grado, está sucediendo hoy. En el mismo libro, bajo el título: “El rechazo de la luz en Battle Creek por parte del pastor Butler”, escribe Ellen White:

Sé que la misma obra que había leudado la masa en Minneapolis no había permanecido confinada a ese lugar sino que se había extendido hasta Battle Creek mediante cartas escritas desde Minneapolis, así como por los informes verbales de aquellos que nos precedieron de regreso a Battle Creek. Fueron llevados informes al pastor Butler, que no eran correctos ni fieles”.

Ellen White se alegró al regresar a Battle Creek, tras haber estado en Minneapolis. Dijo: ‘Si los pastores rechazan el mensaje, queremos ver si el pueblo lo acepta’. Y estuvo por un tiempo de gira, antes de llegar a Battle Creek. Cuando regresó, todos esos falsos informes habían llegado a Battle Creek, en el mismo espíritu que había leudado la obra en Minneapolis, y que ahora estaba obrando en la Asociación General de la Iglesia adventista.

En su debilitada condición de mente, aceptó todo como cierto y verdadero, y actuó en correspondencia. No solicitó ninguna entrevista conmigo ni me llamó, a pesar de haber pasado varias veces casi al lado de la puerta tras la cual estaba yo alojada. No me preguntó si las afirmaciones hechas sobre mí eran ciertas, sino que aceptó todo lo que se le había dicho con falsedad” (352).

Amigos, eso es algo que me deja perplejo. ¿Cómo podéis tener ahí mismo, detrás de la puerta, a un profeta del Señor, caminar junto a esa puerta, y no pararos a consultar al profeta? Cuando podéis tener algo de primera mano, ¿por qué atender a rumores y chismes? Hoy sigue siendo igual de cierto. Cuando hay rumores, nuestro privilegio y obligación es ir y entender de primera mano. Ese fue entonces el problema. Se estaba prestando atención a ideas de individuos en lugar de ir a la fuente de toda verdad, por lo tanto el error comenzó a introducirse en la iglesia. Rechazaron el mensaje, y haciendo así, rechazaron el consejo de la profetisa. Seguimos leyendo en el mismo libro, en la página 353:

Me encontré con los hermanos en el tabernáculo (Battle Creek), y sentí que era mi deber relatar una breve historia del encuentro y de mi experiencia en Minneapolis, el curso que seguí y el porqué, explicando con llaneza el espíritu revelado en el encuentro. Les expliqué la posición que me vi compelida a tomar en la asamblea, que no armonizaba con la de mis hermanos, así como los esfuerzos que allí hice para persuadir a hermanos seleccionados de que no se estaban moviendo en el consejo de Dios, que el Señor no sancionaría un espíritu tal como el que prevaleció en la asamblea. Les hablé de la difícil posición en la que fui puesta. Me debí mantener sola, por así decirlo, y me vi compelida a reprobar el mal espíritu que fue un poder controlador en esa reunión”.

Hermanos, ¿os suena eso a que nuestro pueblo aceptó el mensaje? Dijo la profetisa que debió tenerse sola contra los presentes. Regresó a Battle Creek y encontró el mismo problema allí. Leemos en la pagina siguiente:

Intenté explicar mi posición en Battle Creek, pero no hubo ni una sola palabra de respuesta por parte de los hombres que debieron haber estado conmigo. Afirmé que estuve casi sola en Minneapolis. Estuve sola ante ellos en la Asociación, ya que la luz que Dios tuvo a bien concederme fue que no estaban avanzando en el consejo de Dios. Ni uno solo se aventuró a decir: ‘Estoy con usted, hermana White. Puede contar con mi apoyo’”.

He aquí un profeta. ¿Os hacéis idea? Israel hizo lo mismo. No quiso oír a los profetas cuando Dios los envió, y la consecuencia fue el desastre. Hoy estamos experimentando lo mismo. Aunque no tengamos entre nosotros a la profetisa del Señor, sus escritos están to­davía aquí, con nosotros. ¿Seguimos los consejos que Dios ha dado? ¿Aceptamos los reproches? ¿Estamos realmente dispuestos a rendir nuestro yo a Jesucristo? Se rechazó el mensaje, se rechazó el consejo del profeta en Minneapolis, y se rechazó el consejo de Ellen White en Battle Creek. Seguimos leyendo:

Me siento profundamente apenada debido a que mis hermanos que han conocido por años y tienen evidencia del carácter de mi labor continúen en el engaño en el que estaban, y que más bien que confesar que se habían equivocado, se aferraron a esas mismas falsas impresiones como si fuesen verdad”.

¡Triste informe, donde los haya! La iglesia está aún en conflicto con ello. Conozco a amigos, pastores, dirigentes en las Asociacio­nes, que dicen: ‘¿No es maravilloso que hayamos estado predicando la justicia por la fe durante cien años?’

Habría sido maravilloso si lo hubiésemos estado haciendo... pero en ese caso, ¡no ha­brían pasado cien años! ¿Qué ha sucedido? Veis que seguían adheridos a las mismas falsas impresiones como si fuesen la verdad. Tenían evidencias del carácter de ella. Los de Battle Creek la rechazaron también. Uriah Smith era por entonces también el pastor de aquella iglesia, y pidió a Ellen White que predicase en la iglesia del tabernáculo, en Battle Creek. Después se lo pensó mejor, porque intuyó lo que Ellen White iba a decir desde aquel púlpito, y no estaban dispuestos a aceptar lo que había pasado, de forma que U. Smith envió a dos ancianos a visitar a aquella ‘pobre mujer engañada’ para estar seguro de que no iba a causar proble­mas en la iglesia. Tales eran los sentimientos que albergaban. Observad lo que sucedió:

Dos ancianos vinieron a visitarme el sábado por la mañana, y uno de ellos me preguntó de qué iba a hablar. Les dije: ‘Hermanos, eso dejádselo al Señor y a la hermana White, ya que ni el Señor ni la her­mana White tienen necesidad de que los her­manos les dicten el tema que tienen que pre­sentar”.

No era simplemente una mujer, era una mujer hablando bajo el poder del Espíritu Santo: se trata de la palabra de Dios. Hablando de ella y del Espíritu Santo, dijo:

No pedimos permiso para tomar el púlpito en el tabernáculo: lo tomé como mi legítimo lugar, según derecho que Dios me acordó. Pero el hermano Jones no puede sentir como yo, y esperará una invitación de su parte. Debe cumplir su deber y considerar ese asunto, y despejar el ca­mino ante él”.

Ellen White reconoció su llamado. Sabía que era una profetisa. Tomó el púlpito según el derecho que Dios le había otorgado, pero el pastor Jones no podía hacer tal cosa. Vendría en el caso de ser invitado, y Ellen White dijo:

Tiene que hacerlo presto. Tiene que abrirle las puertas, de manera que venga y comparta con los hermanos”. Observad có­mo concluye: “El tiempo es precioso, hay un mensaje que debe venir a este pueblo y el Señor requiere de usted que despeje el camino para que la luz llegue al pueblo de Dios”.

Smith no prestó oído a ese consejo, no escu­chó ese mensaje. Entonces Dios le envió otro mensaje. Observad la advertencia dada a propósito de rechazar el mensaje y a los men­sajeros. Testimonios para los ministros, 97 (refiriéndose a Jones y a Waggoner):

¿Por cuánto tiempo odiaréis y despreciaréis a los mensajeros de la justicia de Dios? Dios les ha dado su mensaje. Llevan la palabra del Señor... La luz y el poder de lo alto han sido derramados abundantemente en vuestro me­dio. Había evidencias para que todos pudie­ran discernir a quiénes reconocía el Señor como sus siervos. Pero hubo quienes despre­ciaron a los hombres y el mensaje que traían. Los criticaron duramente tratándolos como fanáticos, extremistas y maniáticos. Permi­tidme que profetice acerca de vosotros: A menos que os humilléis prestamente delante de Dios y confeséis vuestros pecados, que son muchos, demasiado tarde veréis que habéis estado luchando contra Dios... estos hombres contra los cuales habéis hablado han sido como señales en el mundo, como testigos de Dios... El Señor sabe que estáis dando vuelta completamente a las cosas. Seguid un poco más como habéis andado, rechazando la luz del cielo, y estaréis perdidos”.

El pueblo de Dios necesita un profeta que le profetice. Necesitamos oír lo que el Señor quiere que oigamos. Tenemos que estar prestos a recibir el mensaje, porque el pro­blema que la iglesia estaba enfrentando en­tonces y el que está enfrentando hoy, es el mismo problema que la iglesia judía enfrentó en los días de Jesús. Podéis ver que los diri­gentes se estaban volviendo como los judíos de antaño. Ahora leo en la página 911 del libro The Ellen G. White 1888 Materials:

En el temor y amor de Dios digo a aquellos ante quienes comparezco hoy, que hay una luz superior para nosotros, y que con la recepción de esa luz vienen grandes bendiciones. Y cuando veo a mis hermanos reaccionar airadamente con­tra los mensajes de Dios y contra los mensa­jeros, pienso en escenas similares en la vida de Cristo y de los reformadores. La recepción dada a los siervos de Dios en las edades pa­sadas es hoy la misma, frente a aquellos a través de los cuales Dios ha enviado precio­sos rayos de luz. Los dirigentes del pueblo siguen hoy el mismo curso de acción que siguieron los judíos. Critican y suscitan una cuestión tras otra, y rehúsan admitir la evi­dencia, tratando la luz que les es enviada de la misma manera en que los judíos trataron la luz que Cristo les trajo”.

Veis que hay un problema: se lo conoce como ‘la levadura de los fariseos’. En Minneapolis se cometió pecado, pero el mayor pecado es la continua resistencia a la luz. Leemos en el mismo libro:

Al rechazar el mensaje dado en Minneapolis, los hombres cometieron pecado. Han cometido un pecado mucho mayor rete­niendo durante años el mismo odio contra los mensajeros de Dios, al rechazar la verdad que el Espíritu Santo urgió a su pueblo. Al tomar a la ligera el mensaje dado, están tomando a la ligera la Palabra de Dios”.

Amigos, si os encontráis entre aquellos que quizá hayan pensado ‘No tiene importancia’, y habéis tomado a la ligera este mensaje, habéis tomado a Dios a la ligera. Que su gra­cia nos lleve al arrepentimiento y podamos volvernos a Dios con lágrimas. Pidamos su perdón, y lo recibiremos. Ese es el gran problema: el rechazo de la luz. Se lo llamó fanatismo y toda clase de cosas, de forma que el pueblo pudiese seguir aferrado a sus falsas teorías. Esas cosas están sucedien­do todavía hoy. Continuamos en el mismo libro:

En este tiempo se ha resistido grande­mente la luz proveniente del trono de Dios como algo digno de objeción. Se la ha consi­derado como tinieblas, y se ha etiquetado de fanatismo, como algo peligroso, algo de lo que hay que huir. De esa manera los hombres han llegado a ser falsos postes, indicando la dirección errónea. Han seguido el ejemplo dado por el pueblo judío, han atado a su co­razón sus máximas y falsas teorías, hasta que se han vuelto para ellos preciosas doctrinas fundamentales”.

Es triste cuando las falsas teorías vienen a convertirse en preciosas doctrinas funda­mentales. Es triste cuando el pueblo de Dios rechaza y resiste la verdad, cuando la denigra mientras que Dios está intentando traer un mensaje a su pueblo.

Habréis oído cantidad de cosas malas sobre A.T. Jones, la mayoría de las cuales son fal­sas o se han llevado a la exageración, pero Jones era todavía pastor adventista cinco años después, y en 1893, en la asamblea de la Asociación General, Jones habló sobre lo ocurrido en Minneapolis ante los delegados de la Iglesia adventista mundial. Os voy a leer un fragmento reproducido en General Conference Bulletin de 1893, 183:

Ahora hermanos, ¿cuándo comenzó este mensaje de la justicia de Cristo entre nosotros como pue­blo? [Uno o dos en la audiencia: ‘Hace tres o cuatro años’]. —¿Cuánto hace: tres, o cuatro años? [Congregación: ‘Cuatro’]. —Sí: cuatro. ¿Dónde fue? [Congregación: ‘Minneapolis’]. ¿Qué fue entonces lo que los hermanos recha­zaron en Minneapolis? [Algunos en la con­gregación: ‘El fuerte pregón’]. ¿Cuál es ese mensaje de justicia? El Testimonio {refirién­dose al Espíritu de profecía} nos ha dicho lo que es: el fuerte pregón, la lluvia tardía. Así pues, ¿qué fue lo que los hermanos en esa terrible posición rechazaron en Minneapolis? Rechazaron la lluvia tardía, el fuerte pregón del mensaje del tercer ángel”.

Toda la iglesia oyó eso en 1893, cinco años después de Minneapolis. Continuamos:

Habiendo rechazado el fuerte pregón —el instructor de justicia—, el Espíritu del Señor, mediante su profetisa que estaba allí, les dijo lo que estaban haciendo. Entonces, ¿qué sucedió? —Que pusieron de lado a la profetisa, junto a todo lo demás”.

Eso fue lo siguiente que hicieron, y es bien triste. Era la primera vez que la iglesia del Dios viviente se tenía en pie desafiando abierta­mente a la profetisa del Señor. Ahí está registrado para el conocimiento de todo el mundo.

Y nosotros continuamos como si nada hubiese sucedido. Parecemos no comprender lo que Dios quiere hacer por nosotros. En ese mensaje está contenido lo que Dios quiere hacer por nosotros. Rechazaron el fuerte pregón, rechazaron a la profetisa, y la lluvia tardía se detuvo por ese rechazo. Leemos en 1 Mensajes Selectos, 276:

La falta de voluntad para renunciar a opiniones preconcebidas y aceptar esta verdad fue la principal base de la oposición manifestada en Minneapolis contra el mensaje del Señor expuesto por los hermanos [E.J.] Waggoner y [A.T.] Jones. Suscitando esa oposición, Satanás tuvo éxito en impedir que fluyera hacia nuestros hermanos, en gran medida, el poder especial del Espíritu Santo que Dios anhelaba impartirles. El enemigo les impidió que obtuvieran esa eficiencia que pudiera haber sido suya para llevar la verdad al mundo, tal como los apóstoles la proclamaron después del día de Pentecostés”.

Observad de qué forma esa eficiencia les habría permitido llevar la luz al mundo: “Tal como los apóstoles la proclamaron después del día de Pentecostés”. Está hablando del derramamiento del Espíritu Santo.

Fue resistida la luz que ha de alumbrar a toda la tierra con su gloria, y en gran medida ha sido mantenida lejos del mundo por el proceder de nuestros propios hermanos”.

¡Qué triste, haber estado luchando contra el Espíritu Santo! Como resultado de ello, el Espíritu Santo se comenzó a retirar del mundo y de la iglesia. Nos sentimos muy seguros sabiendo que el Espíritu Santo ha de ser retirado del mundo, pero será también retirado de aquellos que resistan al testimonio directo dado por el Testigo Fiel a Laodicea. Ved lo que se lee en la página 90 y 91 de Testimonios para los ministros:

El Espíritu de Dios se está apartando de muchos de entre su pueblo. Muchos han entrado en senderos oscuros y secretos, y algunos nunca volverán. Continuarán tropezando hasta su ruina. Han tentado a Dios, han rechazado la luz... El único remedio es creer en la verdad, aceptar la luz. Sin embargo, muchos han escuchado la verdad hablada en demostración del Espíritu, y no solamente han rehusado aceptar el mensaje, sino que han odiado la luz. Estos hombres colaboran en la ruina de las almas. Se han interpuesto entre la luz enviada del cielo y la gente. Han pisoteado la Palabra de Dios y están afrentando al Espíritu Santo”.

El zarandeo que ha de tener lugar en la iglesia ha comenzado ya, y hay tres o cuatro cosas que contribuyen al zarandeo. Hoy os hablaré de una que encuentro especialmente interesante: el zarandeo viene causado por el rechazo del mensaje directo del Testigo Fiel a Laodicea. ¿Cuál es la iglesia de Laodicea? Observad lo que leemos en 1 Joyas de los Testimonios, página 61:

Pregunté cuál era el significado del zarandeo que yo había visto, y se me mostró que lo motivaría el testimonio directo que exige el consejo del Testigo fiel a la iglesia de Laodicea. Tendrá este consejo efecto en el corazón de quien lo reciba y le inducirá a ensalzar la norma y expresar claramente la verdad. Algunos no soportarán este testimonio directo, sino que se levantarán contra él. Esto es lo que causará un zarandeo en el pueblo de Dios. El testimonio del Testigo no ha sido escuchado sino a medias. El solemne testimonio, del cual depende el destino de la iglesia, se tiene en poca estima cuando no se lo descarta por completo. Este testimonio ha de mover a profundo arrepentimiento, y todos los que lo reciban sinceramente, lo obedecerán y quedarán purificados”.

Es el rechazo del mensaje del Testigo fiel a Laodicea lo que hará que muchos abandonen la iglesia. Observad lo que Ellen White dice sobre el mensaje dado en 1888 en una carta que escribió en 1892 (Carta S‑24):

El mensaje que nos han dado A.T. Jones y E.J. Waggoner es el mensaje de Dios a la iglesia de Laodicea, y ay de aquel que profese creer la verdad y sin embargo no refleje hacia otros los rayos dados por Dios (The Ellen G. White 1888 Materials, 1052).

Podéis ver que no hay hombre o mujer en este mundo que pueda expresarlo más clara y categóricamente de lo que la inspiración ha hecho. Ha llegado el momento en que debemos ser vasos vacíos del yo, deseando ser llenados del Espíritu Santo. Ese Espíritu Santo nos llevará al arrepentimiento. ¿Es necesario el arrepentimiento? Conocéis el mensaje a Laodicea: “Sé pues celoso y arre­piéntete”. ‘Arrepiéntete’ no está ahí escrito pensando en otro. No se refiere a la gente en el mundo ni a otras iglesias, se refiere a Lao­dicea. Muchos creen que no tenemos que arrepentirnos como pueblo, que es sano conservar el mismo orgullo denominacional que caracterizó a los judíos. Todavía nos seguimos felicitando por ser ricos y estar enriquecidos, y en necesidad de nada. Y no sabemos que somos pobres, miserables, cie­gos y desnudos. Pero Dios no nos deja. Nos dice: ‘Te aconsejo que de mí compres oro (fe y amor), y vestiduras blancas, para que no se descubra la vergüenza de tu desnudez’. Necesitamos libramos de los trapos de in­mundicia. Necesitamos la justicia inmaculada de Cristo. ‘Y unge tus ojos con colirio’. Ne­cesitamos el poder del Espíritu Santo en nuestras vidas, a fin de que nos dé discerni­miento para poder distinguir la verdad del error, de forma que podamos obrar las cosas que Dios quiere que obremos. Necesitamos fe y amor para aferramos a las promesas de Dios. “Sé pues celoso, y arrepiéntete”.

Qui­siera dedicar unos minutos a un tema que produce cierta confusión: se trata del arre­pentimiento corporativo. Creo que los que se oponen a eso es en gran parte por no com­prender en qué consiste. El arrepentimiento corporativo no significa nada parecido a una moción presentada en el Consejo de la Aso­ciación General en la que alguien haga una propuesta, otros lo apoyen, y se produzca una votación favorable al respecto. Significa, por el contrario, el que cada uno de nosotros ex­perimente contrición y pesar por los pecados de todos, por los míos y por nuestros pecados como pueblo. El arrepentimiento corporativo es una enseñanza bíblica muy consistente. En relación con Ezequiel 9, leemos en 2 Joyas de los Testimonios, 65:

Aquellos que no sienten pesar por su propia decadencia espi­ritual ni lloran sobre los pecados ajenos que­darán sin el sello de Dios”.

Está aquí hablan­do de nosotros. Se nos dice que los que reci­ban el sello estarán gimiendo y clamando por las abominaciones en ambos lugares: en el mundo y en la iglesia.

Tras haber estado en la cautividad de los 70 años, Daniel, que era un hombre recto, expe­rimentó el arrepentimiento corporativo. Ved Daniel 9:5:

Hemos pecado, hemos hecho iniquidad, hemos obrado impíamente, y he­mos sido rebeldes, y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus juicios. No hemos obedecido a tus siervos los profetas”.

Eso es arrepentimiento corporativo. Todo pecado que sea cometido por cualquier otro, de no ser por la gracia de Dios, lo habríamos co­metido tú y yo. No somos mejores que ningún otro. No somos más justos que ningún otro. De Jesús procede la absoluta totalidad de nuestra justicia. De él viene también la gra­cia para vencer. ¿Es Dios suficientemente poderoso para lograr una iglesia que pueda ‘presentársela gloriosa para sí, una iglesia que no tenga mancha ni arruga, ni cosa se­mejante; sino que sea santa y sin mancha’? ¿Es poderoso para hacer que hagamos lo que nos pide que hagamos? Esas son cuestiones que están contenidas en el mensaje de 1888.

Oremos:

Padre celestial: Gracias por reunirnos hoy aquí. Te damos gracias por tu Palabra, que es lámpara a nuestros pies. Gracias también por esa luz menor que nos permite comprender mejor la luz mayor. Nos sentimos muy indig­nos ante ti. Sentimos nuestra necesidad de ti. Nos sentimos agradecidos por poder acudir confiadamente al trono de la gracia para encontrar el oportuno socorro en tiempo de necesidad. Te rogamos que nos ayudes a grabar tus palabras en nuestros corazones para no pecar contra ti. Haz que reflejemos el carácter, el amor de tu Hijo. Que tu amor pueda ser derramado en nuestros corazones por el poder de tu Espíritu. Que se pueda reconocer a Cristo en nosotros. Mantennos en tu amor y en tu gracia. A los que no hemos podido reunimos aquí por diversos impedi­mentos, reúnenos también en tu reino para gloria tuya. Te lo pedimos en el nombre de Jesús. Amén.

 

 

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