Querido amigo y amiga:

Alguien me pide que hable sobre la gran victoria final de Abraham. Es cierto que había fracasado miserablemente junto a Sara en su incredulidad, lo que los llevó a caer en la triste experiencia del antiguo pacto. Si bien Dios les había dado la promesa del nuevo pacto, de que tendrían el deseado "hijo de la promesa" (Isaac), no la habían creído plenamente, y habían asumido que tenían que "obrar" por ellos mismos a fin de ayudar a cumplirla –de ahí Agar e Ismael. Pablo afirma que Agar representa el viejo pacto (Gál. 4:22-25).

Finalmente, tras décadas de amargura del corazón –a pesar del culto familiar diario y la adoración sabática semanal-, de alguna forma Sara permitió que su incrédulo corazón se enterneciera en sincero arrepentimiento (Heb. 11:11). Un desafío para la ciencia médica: sus nuevos y diferentes sentimientos hacia Dios hicieron posible que quedara embarazada a una edad humanamente inverosímil, y "por la fe también la misma Sara, siendo estéril, recibió fuerza para concebir". Abraham participó sin duda de ese arrepentimiento junto a Sara.

Nació Isaac, nombre que significa con toda propiedad, "risa" (Gén. 18:13-15). El niño creció hasta convertirse en un adolescente encantador, la delicia de los corazones de Abraham y Sara.

Entonces llegó la bomba: Siendo Abraham anciano y débil, aquella misma voz de Dios que le hiciera las promesas, le pedía ahora que le ofreciera a su hijo amado en sacrificio, sobre una loma que vendría a conocerse como el Calvario (Gén. 22:1 y 2). Cada año transcurrido junto al niño añadía dolor a esa angustiosa demanda. La prueba no habría sido más difícil si hubiera ocurrido cuando Isaac era un bebé. Quizá fuera más de lo que Sara pudiera resistir. Abraham tomó a su hijo Isaac y se fue sin manifestarlo a Sara (vers. 3). Su apenado corazón no sabía qué explicación dar a su hijo ni a su esposa.

Esa excursión de tres días fue la más larga y triste de cuantas podría recordar Abraham, pero cuando el perplejo Isaac le hizo la inevitable y punzante pregunta, el patriarca no expresó desesperación alguna, tal como es típico del antiguo pacto, y tal como quizá habríamos hecho nosotros. Le dijo: "Dios proveerá el cordero para el holocausto, hijo mío".

En un áureo tributo a la "educación cristiana", Isaac se aprestó voluntario al sacrificio demandado. También el muchacho había aprendido a creer las promesas del nuevo pacto. La gracia sobreabundante del Señor lo había hecho "más precioso que el oro fino al [joven] varón, y más que el oro de Ofir" (Isa. 13:12).

Abraham no llegó a degollar a Isaac con su cuchillo, pero pasó plenamente por esa experiencia en su compromiso inequívoco: "No me rehusaste a tu hijo, tu único hijo", afirmó el Señor (Gén. 22:12). Reflejó perfectamente la cruz de Jesús. Jesús tampoco estuvo literalmente en el "lago de fuego", pero vivió plenamente esa experiencia en su entrega completa, muriendo así el equivalente a la segunda muerte, y sintiendo como lo hará el pecador impenitente al enfrentar su destrucción eterna, a fin de salvarte.

Abraham "ganó" el título de "padre de todos los creyentes" (Rom. 4:11), y no tuvo nada que no te sea dado tan abundantemente como a él, si eliges ser su hijo creyendo que el Señor es "poderoso para hacer todo lo que" ha prometido hacer si te entregas a él.

R.J.W.-L.B.