Querido amigo y amiga:

Las profecías de Daniel son claras como el mediodía. Jesús nos urge a leerlas y a entenderlas (Mat. 24:15). Destaca inconfundible la de la purificación del santuario (8:13 y 14): "Hasta dos mil trescientas tardes y mañanas; luego el santuario será purificado". Se refiere obviamente al santuario celestial, a "aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor y no el hombre" (Heb. 8:2). Y resulta igualmente obvio que no puede tener lugar la purificación del santuario celestial hasta tanto no hayan sido purificados los corazones en la tierra, en el pueblo de Dios. Resulta pues claro que el gran Sumo Sacerdote está ministrando en favor de ellos, mediante su Espíritu Santo, la gracia sobreabundante que les dé poder para vencer tal como Cristo venció (Apoc. 3:21). Resulta igualmente obvio que se trata de que venzan en su carne pecaminosa y caída, en la naturaleza que han heredado del caído Adán, tal como hizo el Salvador, quien "condenó al pecado" en esa misma "semejanza de carne de pecado" en la que el Padre lo envió al mundo (Rom. 8:3). Y tan ciertamente como que el versículo 4 sigue al 3, el Espíritu Santo anuncia cuál ha de ser el glorioso resultado de la demostración final del plan de la salvación: "que la justicia de la ley se [cumpla] en nosotros".

El término griego para "justicia" (dikaiomata) significa la justicia de Cristo experimentada finalmente en las vidas de quienes creen en Jesús. Dicho de otro modo: se trata de justicia "impartida", no meramente "imputada" en un sentido legal. El "evangelio" que propone Babilonia, lo que ella llama "justificación por la fe" se detiene en la imputación legal de la justicia de Cristo (en griego, dikaiosune) para aquellos que creen. Pero vivir dicha justicia en nuestra carne es imposible -declara Babilonia- hasta tanto no se haya producido la glorificación en la venida de Jesús, y esta naturaleza pecaminosa haya sido reemplazada por una impecable. En otras palabras: la versión babilónica del evangelio afirma que NO es posible vencer al pecado mientras sigues en carne pecaminosa o caída. Sólo Cristo pudo vencer –dicen- por haber tomado una naturaleza diferente y ventajosa con respecto a la que ahora poseemos nosotros, o bien por un recurso a su divinidad, que evidentemente no está a nuestra disposición.

En contraste, el evangelio o justificación por la fe que la Biblia presenta, proclama mucho mejores nuevas: el "Salvador del mundo" no rompió la ley de la herencia cuando vino a este mundo mediante el nacimiento de la carne de María –nació "bajo la ley", Gál. 4:4 y 5-, y es así poderoso para salvar a su pueblo DE sus pecados, para salvarlos de pecar aún estando en este mundo en la caída naturaleza de Adán. También los seguidores de Jesús "[condenarán] el pecado en la carne". ¿Cómo? Abriendo el corazón, y recibiendo "la fe de Jesús" (Gál. 2:16; 3:22).

Y la última escena en el relato de esas Buenas Nuevas: esa misma justicia (dikaiomata, es decir, impartida y no sólo imputada en un sentido legal), aparece radiante en las vestiduras nupciales de la "esposa" de Cristo, al llegar por fin las tan esperadas "bodas del Cordero" (Apoc. 19:7 y 8). Muy importante: eso está sucediendo hoy. Hoy es el "día aceptable"; no mañana (2 Cor. 6:2).

R.J.W.-L.B.