Querido amigo y amiga:

En nuestra gran ciudad de Sacramento algunas mega-iglesias van a cerrar sus puertas el día de Navidad, aun siendo domingo. Los pastores están diciendo a sus feligreses que se queden en casa y abran sus regalos en familia.

Eso les crea un problema de pura lógica: si el domingo es el verdadero Día del Señor, entonces ¡debemos santificarlo, por más Navidad que sea! Nada puede estar por encima de la adoración al Señor en su santo día, por parte de su iglesia.

Pero sucede que, de acuerdo con la Biblia, el domingo no es el Día del Señor. No es más que el primero de "los seis días de trabajo" de la semana (Eze. 46:1). El único que el Señor señala como "mi día santo" es el sábado, o séptimo día (Éx. 20:8-11; Isa. 58:13).

Los pastores de esas grandes congregaciones tienen además otro problema: La Biblia no sabe nada del 25 de diciembre como siendo el día del nacimiento de Cristo. De hecho, niega esa posibilidad, puesto que al nacer Jesús "había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño" (Luc. 2:8). Nadie acampa en los alrededores de Belem en diciembre, que es un mes por demás frío y lluvioso en Palestina. Y nadie recorre 140 Km a pie, como hicieron José y María viniendo desde Nazaret, en esa época. Imposible por aquellos caminos embarrados.

¿Por qué, entonces, tantos adoradores de Jesús guardan el domingo, y la Navidad como el día de su nacimiento? Por tradiciones que carecen de fundamento en la Biblia. En el hemisferio Norte, el 21 de diciembre (hoy), el sol ha alcanzado su máximo desplazamiento hacia el Sur; hacia el 25 de diciembre es posible observar nuevamente un pequeño desplazamiento en dirección Norte, como prometiendo la venida de una nueva primavera o verano. Las tribus paganas de la antigüedad aclamaban el 25 de diciembre como el día del nacimiento de su dios, el sol: es una de la muchas ideas paganas que la iglesia pretendió "bautizar", pero a la luz de la verdad sigue siendo idolatría en estado puro.

Dios espera que tú y yo le adoremos en espíritu y en verdad (Juan 4:23), lo que implica renunciar a las tinieblas del paganismo para andar en la luz de la verdad bíblica.

R.J.W.-L.B.