Querido amigo y amiga:

Pablo presentó a Abraham como al paradigma o "padre de todos los creyentes" (Rom. 4:11), lo que significa que nadie atravesará las puertas perlinas de la Nueva Jerusalem, a no ser que lo haga como hijo de Abraham. Eso implica a su vez que ser justificado por la fe es el modelo o patrón, la esencia de la conversión para todo el que cree en Jesús.

Algunos suponen que Abraham provenía de una línea privilegiada de ancestros fieles a Dios. No es así. La Biblia lo dice claramente: Los padres de Abraham adoraban a dioses extraños (Josué 24:2). Abraham fue un gentil (o pagano) como todos los demás, hasta que "la Escritura... dio... la buena nueva a Abraham", y éste creyó (Gál. 3:8). ¿Cuándo le fue "contado por justicia"? ¿Cuándo fue declarado justo? No antes de que creyera y su corazón fuera reconciliado con Dios, puesto que leemos que "Abraham creyó a Jehová y le fue contado por justicia" (Gén. 15:6; Gál. 3:6).

Como cualquier otro miembro de la raza humana caída, mientras Abraham era aún incrédulo (gentil o pagano), mientras que vivía "según la carne", estando en "enemistad contra Dios" (Rom. 8:7), su "fe" no le pudo ser contada por justicia (no había tal fe): no fue entonces declarado justo.

Ahora bien, el sacrificio de Cristo en la cruz permitió al Padre tratar a Abraham como si fuera justo, aún en su incredulidad. Puesto que Cristo es el Cordero inmolado desde la fundación del mundo (Apoc. 13:8), Abraham, como todo ser humano, tuvo siempre un Salvador. Como sucede con todos en virtud del eterno sacrificio de Cristo, Abraham, junto a todos los demás "siendo aún pecadores" (Rom. 5:8), disfrutó de una vida, de un sol, de una lluvia y de una libertad para hacer la buena elección, que no eran "la paga del pecado" (Rom. 6:23) en el que vivieron, sino exclusivamente una manifestación del don misericordioso de Dios en Cristo: un fruto de la gracia (Mat. 5:45).

Observa que aún estamos hablando del Abraham incrédulo, y de todos nosotros en esa misma situación. "Él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados" (Efe. 2:1) La vida que disfrutamos desde que nacemos, requirió el mismo gran sacrificio que dará la vida eterna a quienes creen para salvación. "Aún estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo" (Efe. 2:5). Un solo y eterno sacrificio da la vida a todos, en Cristo (Hech. 17:28). Los creyentes la aceptan para salvación eterna, los incrédulos la rechazan para perdición igualmente eterna.

Es preciso distinguir con claridad entre el hecho de que (1) el Padre trate a todo ser humano –de momento- como si fuera justo, y (2) que el Padre declare justa a una persona, contando su fe por justicia y haciéndola justa, cuando cree. El Señor no dirá jamás lo que no es cierto; por lo tanto, no declarará a nadie justo antes de que la persona haya elegido creer en él, aceptando a Cristo como su reconciliación, y siendo "juntamente crucificado" con Cristo (Gál. 2:20). En ese momento, Dios cuenta su fe por justicia, vacilante e inmadura como pueda ser esa fe. El Señor sabe que la fe, cuando es genuina, obra siempre por el amor y purifica el alma. Habiendo comenzado por tratar a todo pecador como si fuera justo, puesto que es la única forma en que este puede tener vida y libertad para aceptar el evangelio, el Señor continua aceptando esa fe personal del que se arrepiente, "confiado de esto, que [él mismo] que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo" (Fil. 1:6).

R.J.W.-L.B.