Querido amigo y amiga:

Satanás, el ángel caído cuyo nombre fue Lucifer, el más levado de los seres creados, se jacta de que su invención del pecado resulta invencible. El planeta tierra es la pantalla en la que presenta ante el universo su aseveración, demostrada en el hecho de que los seres humanos son incapaces de vencer al pecado. "No tenéis más que ver la iglesia de Cristo –dice altaneramente-: dos milenios después de la crucifixión, la iglesia sigue caracterizada por su tibieza y mundanalidad. La ‘esposa’ de Cristo no ‘se ha preparado’, sino que sigue dormitando".

El éxito final de la gran controversia secular entre Cristo y Satanás demanda que la iglesia como "cuerpo de Cristo" sea vencedora "así como yo [Cristo] he vencido", viniendo a ser una demostración viviente de su poder para salvar hasta lo sumo. Ese vencer es a lo que se refiere Apocalipsis 3:14-21, hablando de Laodicea, la última de las iglesias en la historia mundial (Apoc. 3:14-21). Se trata de la misma iglesia "remanente" de Apoc. 12:17, y de esos mismos que "guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús" (14:12).

Obviamente, la por fin triunfante Laodicea vendrá a ser la misma que ese grupo llamado de los "144.000" (7:1-4 y 14:1-5, un número simbólico, esperamos). Como María Magdalena, su experiencia será un reflejo del carácter de Jesús, en el que el "yo" estuvo siempre perfectamente crucificado, no sólo en la demostración culminante del Calvario. Será el triunfo del amor abnegado que condesciende –ágape- sobre el egoísmo pecaminoso que se exalta.

La citada gran controversia es como una guerra que termina en el desgarrado combate cuerpo a cuerpo. Tiene lugar en cada uno de los corazones humanos; con seguridad en el tuyo y en el mío. No puede ser ganado corporativamente en la iglesia, a menos que lo haya sido antes en las experiencias individuales de quienes la forman. Cristo obtuvo la victoria en la cruz, hace ya dos milenios; pero esa victoria tiene que ser ahora demostrada, vivida efectivamente ante el mundo y el universo, en su pueblo (Efe. 3:10). No es que ayuden de ninguna forma a Cristo a salvar el mundo, sino que son la demostración de que Cristo triunfó en su misión de ser el Salvador del mundo (Juan 4:42; 1 Tim. 4:10).

Cristo nos llama a ti y a mí a ese glorioso destino, en las escenas finales del desenlace del gran conflicto. Eso requiere una sana autoestima "en Cristo" (Rom. 12:3), que es la esencia de la auténtica fe.

R.J.W.