Querido amigo y amiga:

Permite que te presente a quien puedes considerar un verdadero amigo: David, el rey David, el que escribió gran parte de los salmos, el que tan bajo cayó en el pecado, y que tan profundamente se arrepintió. Dios le concedió el mayor de todos los dones que el hombre puede poseer: el de conocer la íntima comunión con los padecimientos de Cristo (Fil. 3:10). Es decir, a David le fue concedido "gustar" de antemano en su propia experiencia algo de ese terrible tránsito por el valle de sombra y de muerte que hubo de recorrer el Hijo de Dios para poder ser nuestro Salvador. Se estableció un estrecho vínculo entre los dos.

No hay duda alguna de que David fue 100% humano, y pecador donde los haya. Tanto como cualquier otro en el mundo; y sin embargo, Dios le permitió sentir como lo habría de hacer Cristo, y dejar testimonio escrito de ello a fin de que también tú puedas participar de esa sagrada y singular comunión con Cristo en sus padecimientos. Dicha comunión tenía lugar en ambas direcciones: David sintió como lo hizo Cristo, y Cristo sintió como siente el abyecto pecador. Eso significa que Jesús conoce esa experiencia por la que has pasado –o tienes que pasar-: la de sentirse culpable, contaminado y condenado. El único Hijo del hombre sin pecado que esta tierra ha conocido, es capaz de compadecerse y simpatizar con aquel que se equivocó, con quien arruinó su vida o la de otros, con quien se siente culpablemente abatido.

Hay muchos cristianos sinceros que buscan en vano esa simpatía y comprensión en otro ser humano pecador como ellos, pero nadie puede aliviar ese deseo de vaciar el alma de su amargura por el método de confesarla a otro pecador como él. El Señor Jesús, el Hijo de Dios, el Salvador del mundo, tu Salvador, el que fue hecho pecado por nosotros (2 Cor. 5:21), el que vino del seno del Padre, PUEDE. Él es el único y verdadero Confesor, por haber conocido y triunfado sobre toda tentación que pueda asediar al ser humano. Cuando te arrodillas a solas ante el Señor y permites que tus lágrimas le lleven esa pena que él comprende, cuando le abres tu corazón y esperas en él, como fue el caso con el salmista, también queda abierta para ti esa vía de dos direcciones.

¿Dónde puedes comenzar a experimentar esa comunión con Cristo en los salmos? En cualquiera de ellos, pero especialmente en el 22, 69, 40, 27, 119, 142... sin olvidar el 23.

R.J.W.