Querido amigo y amiga:

Hay una oración que Jesús elevó, y que tú y yo podemos también orar, de forma que signifique para nosotros una gran bendición. La pronunció inmediatamente antes de obrar uno de los mayores milagros en su ministerio: la resurrección de Lázaro. Jesús quería la seguridad de que el Padre le oiría, pues todo dependía de que aquella oración fuera oída y respondida. "Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sé que siempre me oyes" (Juan 11:41 y 42). Es también nuestro privilegio el saber eso mismo.

En esta ocasión no se oyó ninguna voz del cielo que confirmara su petición; el cielo permanecía tan silencioso como antes. Hizo depender toda la credibilidad de su ministerio de aquella expresión pública de su confianza en que el Padre celestial le honraría ante los presentes y ante el mundo, concediéndole su petición. Derramó su alma en aquel clamor, al llamar a la vida al difunto que yacía allí dentro, en aquella tumba: "¡Lázaro, sal fuera!" Y sabes lo que sucedió: Lázaro salió, para gran alegría de amigos y familiares.

No sabemos si en su naturaleza humana Jesús necesitaba o no el fortalecimiento de ánimo que significa una oración respondida; nosotros lo anhelamos ciertamente. Necesitamos tener la seguridad de que, cuando oramos, el Padre celestial nos oye. Cuando Jesús ordenó salir al difunto Lázaro, habló como nuestro Representante. "De cierto, de cierto os digo que todo cuanto pidáis al Padre en mi nombre, os lo dará... Pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea completo" (Juan 16:23 y 24).

Jesús nunca hizo promesas huecas. Obviamente, espera que comprendamos lo que significa pedir "al Padre en mi nombre". Orar en su nombre implica un estado de reconciliación con Dios, la unidad de corazón con Cristo. Toda motivación egocéntrica ha debido ser erradicada, de forma que nos inunde la motivación que animó a Jesús. Hemos de estar "en él". Aunque el Señor no las desprecia cuando no sabemos pedir de otra manera, hemos de superar aquellas oraciones pueriles en procura de NUESTRA "corona": lo que nos motiva ahora es que el Cordero reciba SU recompensa. Nuestro gran interés es ahora que "la esposa del Cordero" esté preparada, a fin de que las "bodas del Cordero" no continúen demorándose un siglo tras otro (Apoc. 19:7 y 8). Vivimos ahora con el anhelo de contribuir a su gozo y a su gloria, cuando sea coronado "Rey de reyes y Señor de señores". Nuestro "gozo [será] completo" solamente cuando entremos en el gozo de nuestro Señor, cuando lo veamos contemplando el fruto de la aflicción de su alma, y quede saciado (Isa. 53:11). "El Cordero" que derramó su vida por ti, "es digno" de eso. Cuando oras al Padre en el nombre de Jesús, en sintonía con su misión, hay gozo en el cielo, y puedes saber que TE OYE.

R.J.W.-L.B.