Querido amigo y amiga:

Esta semana, millones de fervientes cristianos están centrando su estudio en la humanidad del Hijo de Dios. Eso no disminuye en un ápice la apreciación de su plena divinidad: Su actitud es la de contemplar al "Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Juan 1:29), y al hacer así, lo contemplan como Aquel que lleva "por nombre Emmanuel, que significa ‘Dios con nosotros’" (Mat. 1:23).

A fin de que nosotros, los humanos, podamos contemplarlo, lo hemos de ver tal como él quiso revelarse a nosotros. Como "el Verbo [que] se hizo carne y habitó entre nosotros" (Juan 1:14). "Porque un niño nos ha nacido, hijo nos ha sido dado" (Isa. 9:6). "La humanidad del Hijo de Dios lo es todo para nosotros", escribió alguien con sabiduría. El propio Jesús nos amonesta vez tras vez a que lo contemplemos en su humanidad, ya que sólo así podemos percibirlo en su divinidad. "Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna" (Juan 3:14 y 15). Creer en él implica mirarlo, o contemplarlo. Esa era la única esperanza para los israelitas que habían sido atacados por las serpientes venenosas en el desierto (Núm. 21). Mirar a la serpiente puesta sobre un mástil, tal como el Señor había dispuesto, era mirar a Cristo en símbolos.

Efectivamente: nuestra vida, nuestra salvación, dependen enteramente de que lo contemplemos en esa, su humanidad, que vela su divinidad. Nadie puede equivocarse por contemplar demasiado al "Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo". En el capítulo primero de Hebreos, lo contemplamos en la divinidad de su estado previo a la encarnación, como "Dios" (vers. 8); pero el autor inspirado afirma que no lo podemos ver con claridad hasta que lo contemplamos como Aquel que fue hecho "un poco menor que los ángeles... a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios experimentara la muerte por todos" (2:9). Necesitamos verlo en su humanidad.

El segundo capítulo de Hebreos continúa llamando nuestra atención al hecho de que "él también participó de lo mismo", de la misma "carne y sangre" que nosotros, "por lo cual debía ser en todo semejante a los hermanos" (vers. 14-17). Sólo porque "él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados" (vers. 18). Podemos dar gracias a Dios, ya que "no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado" (4:18).

Fíjate bien en la implicación: si crees que Jesús no pudo ser tentado en alguna de las formas en las que tú lo eres, en ese punto estás patéticamente desprovisto del necesario "socorro". Pero si crees que "el evangelio de Dios... se refiere a su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne" (Rom. 1:1-3. Tu mismo linaje, según Hech. 17:26), entonces todo lo podrás en Cristo que te fortalece.

R.J.W.-L.B.