Querido amigo y amiga:

La falsa concepción del tipo de amor que Cristo tiene hacia su iglesia nos puede llevar a notables engaños. Estamos acostumbrados al amor humano corriente, que sólo se manifiesta cuando el ser amado es digno de ese amor. Tenemos dificultades para concebir un tipo de amor incondicional como el que Dios tiene hacia nosotros, hacia su iglesia. Eso nos hace pensar que, puesto que es innegable que estamos disfrutando de bendiciones del cielo, eso es evidencia de que nuestra conducta cuenta con la aprobación divina.

Pero el motivo por el que podemos gozar de esas bendiciones, como individuos, y como iglesia, es otro muy distinto: "Porque yo, Jehová, no cambio; por esto, hijos de Jacob, no habéis sido consumidos" (Mal. 3:6). "Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias; nuevas son cada mañana. ¡Grande es tu fidelidad!" (Lam. 3:22 y 23). No es por nuestra fidelidad, sino por la suya... ¡Nada de qué enorgullecernos!

¿Puedes imaginar a un hombre capaz de amar a su mujer después que ésta le ha sido infiel? Por extraño que parezca ese amor, es el tipo de amor que "todo lo sufre... todo lo soporta... nunca deja de ser" (1 Cor. 13:4-8), y no te sorprenda esto: la palabra traducida aquí por "amor" (ágape), no abarca solamente el amor espiritual que Cristo tiene por nosotros; incluye también el amor conyugal, el que un esposo tiene hacia su esposa. Es la misma palabra empleada en Efesios 5:25, donde leemos: "Maridos, amad a vuestras mujeres". Por supuesto, se trata de un amor que va mucho más allá del mero encaprichamiento pasional pasajero.

¿Puedes imaginar el amor conyugal que Cristo tiene por una iglesia a la que él llama su "esposa"? Es un amor que sobrepasa los límites de la compasión o el perdón. El amor que tiene un esposo hacia su esposa que lo maltrató, a pesar de lo cual él la sigue amando, es el tipo de amor que Cristo tiene por la que ha de ser su esposa –su iglesia- (Efe. 5:25; Apoc. 19:7 y 8). Él no la trata como un Juez, sino como un Novio amante. Cierto, su iglesia es débil, defectuosa e infiel; pero él no puede olvidarla y dedicar su amor a otra "mujer", por misterioso que pueda parecernos ese amor. Cristo sólo puede querer a "una".

El amor de Dios (ágape) es soberano: no depende de la bondad o del valor del objeto amado, sino que crea valor en el objeto al que ama. La respuesta de un corazón enternecido por ese amor incansable, motivará a su iglesia a estar preparada para "las bodas del Cordero". "Sobre la casa de David y los habitantes de Jerusalén derramaré un espíritu de gracia y de oración. Mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por el hijo unigénito" (Zac. 12:10). ¡Que sea pronto!

R.J.W.-L.B.