Querido amigo y amiga:

Jesús dijo muchas cosas, pero hay una que NO dijo: "El que vea películas o vídeos, entienda". Lo que dijo fue: "El que lee [el libro de Daniel], entienda" (Mat. 24:15). Una y otra vez urgió a las personas a leer la Biblia que el Espíritu Santo inspiró: "¿No habéis leído...?" "¿Nunca leísteis...?" "¿Nunca leísteis en las Escrituras...?", etc (Mat. 12:3 y 5; 19:4; 21:16 y 42: 22:31).

Cuando se lo invitó a predicar un sábado, refirió a su auditorio a la lectura del libro de Isaías.

Una bendición especial aguarda a todo aquel "que lee y los que oyen las palabras" inspiradas (Apoc. 1:3). Pero una considerable proporción de los que profesan amar a Jesús, no aman sus palabras; perciben la Biblia como algo aburrido. Es necesario representarla teatralmente para que atraiga su atención, y entonces creen que la comprenden; ¡les "llega"!

El problema es que de forma inevitable, el "teatro" distorsiona y tergiversa el mensaje que Dios quiere que "entendamos". Aún el mejor intencionado de los actores que represente a Jesús, todo cuanto puede producir es ficción. Podemos pensar que la representación dramática nos ayuda a visualizar la historia original, pero trae siempre la confusión en ella. Y en esta hora complicada de la historia del mundo, la confusión es lo último que un hijo de Dios necesita. De hecho, se nos amonesta específicamente así: "Salid de ella [de Babilonia = confusión], pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados ni recibáis parte de sus plagas" (Apoc. 18:3 y 4).

Dios nos llama de forma expresa a que leamos. La razón es que el Espíritu Santo habla en su Palabra, que es la Biblia. "Derramaré mi espíritu sobre vosotros y os haré saber mis palabras" (Prov. 1:23).

Efectivamente, la promesa es cierta: Si lees la Biblia con oración y el sincero deseo de conocer al Señor, su Espíritu re-creará en tu mente el mensaje o historia original que Dios puso en el texto. No necesitas que ningún ser humano represente para ti a Jesús en una película o vídeo (de forma constante distorsionará la realidad, pues ningún ser humano está calificado para ocupar el lugar de Jesús). ¡Lee la Palabra!

Atente a la Palabra, ejercita en ella tu mente, concéntrate en ella, estúdiala; niega los deseos fáciles de tu "carne", niégate a ti mismo. Permite que te instruya el Espíritu Santo. Tu salvación, y tu utilidad en el ministerio, dependen directamente de que así hagas.

R.J.W.