Querido amigo y amiga:

¿Hay alguien que no haya explotado alguna vez en un acceso de lo que creyó ser "santa ira" o "justa indignación", para darse cuenta más tarde de que "la ira del hombre no obra la justicia de Dios" (Sant. 1:20)? Más bien embarazoso, el reconocer que esa pérdida del dominio propio no tuvo mucho que ver con la "santidad" ni con la "justicia", sino con el "yo", con esa horrible manifestación del principio que Lucifer implantó en la naturaleza humana, y que es tan tétrico como el esqueleto que llevamos dentro. A pesar de que hace recordar la falta de control emocional de la edad infantil, no se trata necesariamente de un problema de juventud. Pueden haber pasado muchos años de lo que te pareció un proceso de progresiva santificación, y puedes estar peinando muchas canas, o incluso casi no estar peinando nada, y sin embargo ser presa del mayor engaño en cuanto a quién es el dueño de tus impulsos.

Un ejemplo aleccionador es el de los Doce, cuyas cabezas habían sido ordenadas al ministerio nada menos que por las manos que crearon el mundo. Faltando poco para la crucifixión de Cristo descalificaron con dureza a María Magdalena, a quien el Espíritu Santo había motivado a hacer lo que hizo (Mat. 26:6-10). Condenaron a la hija de Betania en un acceso de indignación que creían de origen divino, pero que realmente estaba inspirado por Judas Iscariote (Juan 12:4).

No sabían lo que un desconocido contemporáneo suyo escribiría en su carta a los Efesios: "Quítese de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería, maledicencia y toda malicia. Antes sed bondadosos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como también Dios os perdonó a vosotros en Cristo" (Efe. 4:31 y 32). ¿No deberían haber aprendido los discípulos, tras haber sido educados en la presencia personal de Cristo durante tres años? El sentido común debiera haberles evitado esa vergonzosa reacción, pero demasiado a menudo estamos privados de él, y con toda constancia cuando permitimos que el "ego" brille en un acceso de cólera. Aún en el caso de que los discípulos hubieran tenido razón al rechazar el supuesto despilfarro de María, de haber estado bajo la dirección del Espíritu Santo, habrían sido amables, humildes y de corazón sensible en su reprensión. No lo fueron, haciéndose acreedores de uno de los reproches más punzantes que jamás les dirigiera Jesús.

En el versículo anterior, Pablo declara que las explosiones incontroladas de nuestro temperamento afrentan al "Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención". En otras palabras, existe la grave posibilidad de que en uno de esos súbitos accesos de reivindicación del "yo", "sellemos" nuestro destino eterno en un sentido negativo.

Excelente ocasión para caer sobre nuestras rodillas y rogar al Defensor de María que nos de un corazón nuevo susceptible de ser limpiado hasta sus más profundas e inconscientes raíces.

Pero recuerda que ese proceso de limpieza puede tomar más de un día y de dos... es una disciplina que lleva su tiempo. Ahora bien, no por eso es menos cierta si ruegas por ella en total sinceridad.

R.J.W.