Querido amigo y amiga:

Una de las cartas con una mayor carga emotiva en toda la historia, es la que escribió en grandes letras alguien aquejado de problemas en la vista: Pablo, apóstol del Señor. La apasionada epístola iba dirigida a los Gálatas y tenía el propósito de corregir un error fatal que amenazaba con envenenar de forma irreversible la joven iglesia que Cristo y sus apóstoles acababan de establecer. El sutil engaño procedía de la institución que venía a representar por entonces el "cuartel general" en Jerusalem: consistía en la idea de que el evangelio de Cristo era una re-edición de la "justificación" del Antiguo Pacto. Supuestamente por fe, pero en realidad sólo una falsificación de la verdadera justicia por la fe. Lejos de haber desaparecido, el problema se ha venido agravando hasta nuestros días, habiendo llegado a constituir una auténtica plaga en la cristiandad.

No hay virtualmente teólogo responsable que ignore la nebulosa de confusión que impregna el panorama de la iglesia, a propósito del antiguo y nuevo pactos.

La idea principal que expuso Pablo es esta: que "Dios... anunció el evangelio a Abraham" (3:8). ¡Una doctrina discutida hasta el día de hoy! La idea habitual es que la justificación por la fe no se predicó sino hasta mucho tiempo después de Abraham. Unos opinan que 430 años después, en el monte Sinaí; otros mucho después aún: en los días de Cristo en esta tierra.

Pablo expuso llanamente que la inusual respuesta de Abraham a las promesas del Nuevo Pacto (Gén. 12:2 y 3), fue precisamente la fe: la clase de fe que se apropia de la gracia sobreabundante que nos salva (Gén. 15:6; Efe. 2:8 y 9). La fe de Abraham, pues, fue como el interruptor general que permite que la corriente eléctrica fluya por toda la casa. La idea es sencilla: la fe no nos salva, pero cierra el circuito que permite que recibamos con provecho la gracia salvadora de Dios en Cristo (único que nos salva). Pero esa idea ha ocasionado innumerables conflictos a lo largo de la historia.

En torno al Sinaí, los descendientes literales de Abraham fueron una de las incontables generaciones que desde entonces han entenebrecido la verdad del evangelio. Quisieron el Antiguo Pacto como su posesión, como su verdad fundamental: "Haremos todo lo que Jehová ha dicho" (Éx. 19:8). No hace falta señalar la vanidad de su promesa ni la maldición que los persiguió, que los llevó finalmente a asesinar al propio Señor del pacto, mientras se esforzaban por cumplir "su parte del contrato".

Ahora es el gran Día de la Expiación. Es tiempo de que el pueblo de Dios deseche toda traza de confusión del Antiguo Pacto y recupere el puro amor al evangelio que manifestó Abraham, cuando "creyó a Jehová y [su fe] le fue [contada] por justicia" (Gén. 15:6). Sólo mediante el Nuevo Pacto es posible la obediencia a la ley de Dios. Gracias a Dios, que nos ha dado "hambre y sed" por comprenderlo.

R.J.W.