Querido amigo y amiga:

En la Biblia hay una oración que cabe considerar como el último refugio para el angustiado. Es una oración que siempre será misericordiosamente respondida: "Dios, sé propicio a mí, pecador" (Luc. 18:13; la partícula griega ho hace más plausible la traducción: 'Sé propicio a mí, el mayor de los pecadores'). Pero ¿existe alguna oración en la Biblia similar a esta: 'Señor, sé propicio a mí, insensato'? A la vista del Salmo 69, se trata de un pensamiento que merece nuestra más detenida consideración.

¿Es más difícil para Dios salvar a un necio, que al común de los pecadores? El rey Saúl confesó a David: "He obrado neciamente, he cometido un gran error" (1 Sam. 26:21). Saúl había estado persiguiendo a David, "el ungido del Señor". Pero la Biblia nada nos dice acerca de una plegaria de Saúl a Dios en procura de misericordia, en aquella ocasión. Su brillante carrera terminó en el suicidio.

En su rechazo a Jesús, los dirigentes judíos lo acusaron de estar poseído de irrazonables delirios de grandeza: "Por buena obra no te apedreamos, sino por la blasfemia, porque tú, siendo hombre, te haces Dios" (Juan 10:33). Cuando Jesús colgaba de la cruz, aparentemente abandonado de su Padre, y ridiculizado por los allí reunidos, Satanás atormentó su corazón con fieras tentaciones. Sólo unas pocas horas antes, Jesús había regalado a sus discípulos con profecías como la de que "cuando el Hijo del hombre venga en su gloria y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones" (Mat. 25:31 y 32). Considera tu situación –le dice Satanás: Estás colgando desnudo de una cruz romana, abandonado de Dios y ridiculizado por todo el pueblo. ¿Puede existir alguna condición más opuesta a tus vanos sueños de grandeza? Dado que Cristo fue tentado en todo según nuestra semejanza, debió ciertamente ser tentado a preguntarse: ¿no pudiera ser que mis enemigos hubieran tenido todo el tiempo la razón, y yo no haya sido más que un pobre y confundido excéntrico? "Dios, tú conoces mi insensatez, y mis pecados no te son ocultos" (Sal. 69:5).

Al leer el Salmo 22 (una trascripción de la oración de Jesús, mientras colgaba de la cruz), comprobamos que fue tentado a considerarse como inferior a un ser humano, como un "gusano" (vers. 6). La agonía del sentimiento de abandono no fue cosmética; Jesús bebió la copa del infierno hasta el poso. Cuando finalmente su fe se abrió camino a través de las tinieblas de la segunda muerte, hasta la luz del sol de la aceptación de su Padre, su oración indica que fue tentado a pensar de sí mismo como de alguien al borde de perder la razón: "He sido derramado como el agua y todos mis huesos se descoyuntaron. Mi corazón fue como cera, derritiéndose dentro de mí" (vers. 14). Los hombres pueden despreciar al que, en su lucha con el maligno, es percibido por los profanos como privado de entendimiento, pero por más "abandonado" que puedas sentirte, ¡incluso de ti mismo!, es tu privilegio reposar confiadamente en Aquel que "no menospreció ni rechazó el dolor del afligido, ni de él escondió su rostro, sino que cuando clamó a él, lo escuchó" (vers. 24).

R.J.W.-L.B.