Querido amigo y amiga:

"Pentecostés" es un gran acontecimiento para todo cristiano. Tuvo lugar 50 días después de la resurrección de Cristo. Durante los 10 días que lo precedieron, los discípulos se reunieron en estrecha comunión, de forma que al llegar el Día de Pentecostés estaban en total armonía y unidad; "estaban todos unánimes juntos" (Hech. 2:1). Ojalá que el Señor adelante el día en que sus modernos discípulos estén todos unánimes juntos en su comprensión de la verdad del evangelio.

En ese Día vino una gran bendición. Se manifestó el verdadero y genuino "don de lenguas", de forma que todos, sea cual fuere su procedencia, oyeron las buenas nuevas en el idioma en que lo podían comprender con claridad. El Espíritu Santo fue derramado en una medida que no ha sido igualada hasta hoy.

¿Qué había en el mensaje de Pentecostés, capaz de poner en acción ese tremendo potencial que logró la conversión de 3000 personas en un solo día? ¿Hubo algo que ni siquiera el propio Pablo articuló con semejante claridad? Alguien escribió: "A partir de la Palabra de Dios han de brillar en su pureza nativa grandes verdades que no han sido vistas ni oídas desde el día de Pentecostés". ¿Hay alguna gran verdad que brillara claramente en el Día de Pentecostés, que no predicara con posterioridad el apóstol Pablo? Sí. Hay una: Hablando a la gran multitud de miles de personas de muchas naciones y lenguas, Pedro declaró enérgicamente que ELLOS habían crucificado al Hijo de Dios: "Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien VOSOTROS crucificasteis, Dios lo ha hecho Señor y Cristo" (Hech. 2:36). Pocos días después, les dijo: "VOSOTROS negasteis al Santo y al Justo... y matasteis al Autor de la vida" (3:14 y 15). Nada en la epístolas de Pablo tiene esa contundencia; no hay una apelación tan personal y directa como esa.

¿Qué tuvo lugar el Día de Pentecostés? Un arrepentimiento más profundo que el conocido en cualquier época precedente. El asesinato del Hijo de Dios es el mayor de los pecados jamás cometido. Arrepentirse por ese pecado es lo mayor que puede hacer un corazón humano. ¿Crees que el sermón de Pedro es aplicable hoy a cada uno de nosotros?

R.J.W.