Querido amigo y amiga:

Una de las grandes preguntas en el libro de Hebreos es: ¿De qué forma la sangre de Cristo –mencionada 21 veces- "purifica" o "limpia" a quienes creen en él? Observa: no se trata de saber cómo es que esa sangre "cubre" los pecados, o cómo provee un mero perdón-disculpa para ellos. La pregunta es: ¿Cómo logra la sangre -derramada- de Cristo purificar el alma de la contaminación del pecado? ¿Cómo cambia el corazón, cómo purifica las fuentes mismas del carácter, cómo libra incluso de los pecados "ocultos" (Sal. 19:12; 51:1-10)? Cambiando de metáfora, la justicia de Cristo no es un manto blanco que tapa las prendas sucias ocultas bajo él, no es el tipo de garantía que ofrece una póliza de seguros contra riesgos vitales. De ser así, se trataría simplemente de un buen negocio. Pero sabemos que "con el corazón" se cree para justicia (Rom. 10:10), y no con la calculadora.

Solemos responder a la cuestión con tópicos superficiales cuyo carácter es invariablemente egocéntrico en esencia. El único resultado obtenido es posponer la segunda venida de Cristo. La idea de la póliza de seguros es de naturaleza egocéntrica. Una "limpieza" como esa es meramente cosmética y engañosa. El "yo" sigue reinando supremo, de acuerdo con el principio rector de la filosofía acuñada por Lucifer en su rebelión. –‘¿Cómo puedo estar seguro de que iré al cielo?’ ‘¡Ah, sí, Señor, y no olvides a mis seres queridos!’ La esencia misma del egoísmo está ahí, disimulada con acentos celestiales. No debemos olvidar que Lucifer QUERÍA permanecer en el cielo; lo más alto posible en el cielo. El interés en "salvarse" no es lo que diferencia a los verdaderos seguidores de Cristo, de los que no lo son. El "mal" ladrón, el que no estará con Cristo en el paraíso, clamaba así: "Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo Y A NOSOTROS" (Luc. 23:39).

Lee el libro de Job y comprenderás que en el gran conflicto universal hay algo en juego mucho más importante que la salvación de un alma. En Romanos 3:4, Pablo recuerda las palabras del salmista, referidas al Juez supremo: "Para que seas justificado en tus palabras, y venzas cuando seas juzgado". "Jehová de los ejércitos será exaltado en juicio; el Dios santo será santificado con justicia" (Isa. 5:16). Relaciona esos versículos con Apocalipsis 14:7: "Temed a Dios y dadle gloria, porque la hora de SU juicio ha llegado".

No es nuestra gloria, sino la suya. No es nuestro valor, sino el valor de la sangre del Cordero. Los intereses de todos los habitantes de la Nueva Jerusalén estarán unánimemente centrados en ese Cordero que fue inmolado y que los redimió con su sangre (Apoc. 5:9). Si el pecado nos preocupa porque comprendemos que nos apartará del cielo, vivimos en la esclavitud de una experiencia inmadura. Debemos odiar el pecado, no porque nos priva de la vida eterna, sino porque crucifica al Cordero, porque deshonra a Dios, porque le roba la gloria de la que "es digno". Cuando aprendemos a sentir así, quedamos libres del temor; es "el amor de Cristo [el que] nos constriñe".

Cuando conozcamos a Cristo de la forma en que es nuestro privilegio conocerlo, nuestro supremo interés no será nuestra salvación o nuestro gozo, sino todo lo que tiene que ver con nuestro Señor. De acuerdo con ello, en sus palabras de bienvenida, el Señor no nos dirá: ‘Bien, buen siervo... entra en TU gozo’, sino "entra EN EL GOZO DE TU SEÑOR" (Mat. 25:21). ¿Cuál es "su gozo"? "Verá el fruto de la aflicción de su alma y quedará satisfecho" (Isa. 53:11).

¿Vives ya en la alegre expectativa del "gozo de tu Señor"?

R.J.W.-L.B.