Sentido práctico del Día de la Expiación
Hechos 2:36-38
"Sepa pues ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús que vosotros crucificasteis, Dios ha hecho Señor y Cristo. Entonces oído esto, fueron compungidos de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? Y Pedro les dice: Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo"
Observad la secuencia:
1. Comprensión de haber crucificado a Cristo
2. Arrepentimiento
3. Derramamiento del Espíritu Santo
Observemos el llamamiento al arrepentimiento hecho por Jesús -el Testigo Fiel y Verdadero- a su futura esposa. Si se comprende este mensaje, tendrá lugar un reavivamiento y una reforma.
Apoc. 3:14
"Escribe al ángel de la iglesia en Laodicea: He aquí dice el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios"
Jesús es el testigo fiel y verdadero. Nos va a decir exactamente lo que somos. No nos va a mentir. No nos va a adular. Nos va a decir clara y directamente cuál es nuestra realidad.
Pero la única forma en la que nos puede decir eso es en el contexto de las buenas nuevas.
Vers. 15:
"Conozco tus obras, que no eres caliente ni frío..."
Si llama al arrepentimiento, es porque tal cosa no es imposible. Nuestra condición le produce tales nauseas, que está a punto de vomitar. Pero nos mira y dice: ‘Eso no tiene por qué pasar. Tengo Buenas Nuevas. Y las buenas nuevas consisten en que, incluso aunque (vers. 17) tú crees que eres rico, y estás enriquecido, incluso aunque no sabes que eres miserable, pobre, ciego y desnudo, tengo buenas nuevas: Puedes comprar "oro afinado en fuego... vestiduras blancas... y ... colirio"’.
Si oímos con atención, Jesús nos dice exactamente cuál es nuestro problema: es el evangelio. Necesitamos colirio: discernimiento. Lo necesitamos para discernir las vestiduras blancas: la justicia y el oro: la fe. El problema está en el evangelio, en discernir la justicia por la fe.
Cada Día con Dios, p. 91: "Nuestras iglesias están agonizando por falta de enseñanza acerca del tema de la justificación por la fe en Cristo, y verdades semejantes".
Ahora es el momento de comprar, de cambiar, como leemos en 2 Cor. 5:21
"Al que no conoció pecado, hizo pecado por nosotros, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él"
Ahora es el momento de comprar y vender, en los seis días de la semana (durante los seis mil años; no en el séptimo milenio).
En ese intercambio, él nos ofrece el oro de la fe y el amor, su carácter, su justicia, y el discernimiento del Espíritu Santo. Lo que hemos de dejar a cambio son nuestras falsas concepciones de quién es Dios y cuál es su obra.
Eso es lo que sucede en Laodicea. La purificación de nuestros corazones y mentes se cumple en gran medida mediante nuestra purificación de falsos conceptos en cuanto a quién es, y qué está haciendo. Dios es amor, y en el lugar santísimo del santuario celestial es donde está el amor. Desde allí nos ministra esa historia de amor que va a cautivar a los redimidos por la eternidad.
Esa historia va a ser nuestro tema por la eternidad. ¿Es ya el tema principal de nuestros pensamientos y conversaciones? Se trata de ese amor increíble, incesante, incansable, que va en nuestra búsqueda cada día.
"Los últimos rayos de luz misericordiosa, el último mensaje de clemencia que ha de darse al mundo, es una revelación de su carácter de amor. Los hijos de Dios han de manifestar su gloria. En su vida y carácter han de revelar lo que la gracia de Dios ha hecho por ellos" (PVGM 342).
Eso es revelado más plenamente en la historia de la redención. El amor se ha manifestado más plena y ampliamente desde que el hombre pecó, más que si nunca lo hubiera hecho: "donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia" (Rom. 5:20). No significa que Dios haya aumentado su amor, sino que su amor se ha revelado más plenamente. Será más claramente comprendido por la eternidad, hasta tal punto que el pecado no volverá a existir: "la tribulación no se levantará dos veces" (Nahum 1:9). Cada ser creado tendrá el pleno convencimiento de cuán grande es el amor de Dios, y cuán terrible es rebelarse contra ese amor: cuán terrible es el pecado.
Esa doble lección va a sellar el universo por la eternidad contra la rebelión. Pero estoy convencido de que esa lección va a ser aprendida y va a sellar en la verdad a un pueblo aquí en la tierra, antes de que Jesús venga otra vez.
El problema está en el evangelio, en las buenas nuevas. Una vez que las hayamos discernido, compraremos las vestiduras blancas. Nuestra fe crecerá entonces sin límites. Una vez comprendido, dejaremos de resistir al Señor, y él derramará su Espíritu sobre nosotros.
Lo que necesitamos desesperadamente es buenas nuevas. En 1888 vinieron en la presentación del evangelio: la justicia por la fe. E. White dijo qué era exactamente lo que esta iglesia necesitaba. El Señor nos envió precisamente lo que nos hacía falta. Para nuestras familias, para nuestros matrimonios, para nuestros hijos, para nuestras relaciones con cada hermano en la fe, para volver el corazón de los hijos a los padres y viceversa. Todo cuanto necesitamos vino en el tren de las buenas nuevas.
Esa es la razón por la que E. White dijo:
"El mensaje que nos ha sido dado por A.T. Jones y E. J. Waggoner es el mensaje de Dios a la iglesia de Laodicea" (The E.G.W Materials, p. 1052).
Quizá os venga por sorpresa, porque Apocalipsis nos dice que consiste en el testimonio del Testigo Fiel y Verdadero. Jones y Waggoner dieron ese testimonio directo, pero no consistía en una larga lista de problemas en la iglesia. No fue ese el testimonio directo, en 1888. El testimonio vino como buenas nuevas. Todos sabemos que hay muchos y graves problemas en la iglesia. Lo último que necesitamos es que alguien nos venga con una larga lista de fallos. Eso no ayuda a aliviar la situación. Lo que necesitamos es una solución a los problemas. Jones y Waggoner presentaron la solución al problema. Una vez que dispongo de la solución, estoy preparado para afrontar el problema.
Algunos se autoproclaman, o se sienten llamados por Dios para "enderezar" la iglesia, pero el mensaje que traen no hará nada para enderezar la iglesia. Lo único que endereza, que hace derecho, que da rectitud, justicia, es la auténtica justicia por la fe. Muy a menudo oímos lo que pretenden ser testimonios directos, y al prestarles atención, resultan estar saturados de legalismo: ‘Volvamos a esos buenos y viejos sermones de hace 40 o 50 años’, dicen algunos. Pero es quizá debido a esos "buenos" y viejos sermones por lo que estamos hoy en la confusión en la que estamos. Aquellas lluvias trajeron estos lodos.
"La influencia que derivó de la resistencia a la luz y la verdad en Minneapolis tendió a dejar sin efecto la luz que Dios ha dado a su pueblo mediante los Testimonios" (The 1888 EGW Materials, p. 1129).
Hoy algunos no quieren saber nada de esos Testimonios; otros quisieran recuperar los Testimonios para la iglesia, pero ¡qué triste contradicción!, continuando con "la resistencia a la luz y la verdad" proclamada en Minneapolis.
"Aquí están los movimientos secretos hechos para oponerse a los hombres que Dios envió con un mensaje de bendición para su pueblo. Esos hombres han sido odiados, el mensaje ha sido despreciado, tan ciertamente como Cristo mismo fue odiado y despreciado en su primera venida. Hombres en posiciones de responsabilidad han manifestado los mismos atributos que Satanás ha revelado" (The 1888 EGW Materials, p. 1525).
"Piense, mi hermano, si el Señor ha suscitado hombres para dar al mundo un mensaje, para preparar un pueblo a fin de que permanezca en el gran día de Dios, ¿tendrá alguien, mediante su influencia, que detener la obra y cerrar la boca de los mensajeros?" (Id., p. 1138).
"Ha aborrecido los mensajes enviados del cielo. Manifestó contra Cristo un prejuicio del mismo carácter, y aún más ofensivo para Dios que el de la nación judía" (Id., p. 1656, año 1898).
El rechazo de 1888 nos ha llevado hasta donde ahora estamos. Si no andamos en la luz, como él está en la luz..., entre tanto que la luz está entre nosotros..., ¿qué viene entonces? Tinieblas. No somos una excepción. Se trata de un principio bíblico, y estamos tan sujetos a él como cualquier otra persona o comunidad. Si en una sola semana pudiésemos lograr que todo el mundo comenzase a guardar el sábado del séptimo día que nosotros guardamos tal como la Biblia enseña, pero todo ese mundo tuviera la indiferencia, la frialdad, el orgullo, el espíritu de acusación y la hipocresía que aflige a gran parte del pueblo remanente, ¿adelantaría eso el reino de Dios?
Imaginad que en un solo mes todo el mundo pudiese conocer las profecías de Daniel y Apocalipsis y la pronta venida de Cristo, tan bien como Uriah Smith; y a la vez albergase el mismo espíritu de incredulidad y oposición contra el Espíritu Santo que él demostró contra el mensaje que el Señor envió mediante Jones y Waggoner. ¿Estaríamos entonces más cerca del derramamiento del Espíritu Santo?
"La obra que lleva las credenciales divinas es aquella que manifiesta el espíritu de Jesús, que revela su amor, su cuidado, su ternura al tratar con las mentes de los hombres... Entre aquellos que han desempeñado puestos de confianza en la obra de Dios ha habido manifestaciones de un espíritu duro, injusto y crítico... La sospecha, la desconfianza, los celos, las suspicacias, la mala forma de hablar y la injusticia se manifiestan aun en relación con la causa de Dios... La persecución que se está realizando entre miembros de iglesia es una cosa muy terrible... Muchos están dejando ver que no son guiados por el Espíritu de Cristo sino por otro espíritu. Los atributos que ostentan difieren tanto de los atributos de Cristo como las características satánicas... Los que quieren ejercer todas sus facultades para la salvación de las almas que perecen, deben unirse corazón a corazón y ser vinculados por los lazos de la simpatía y el amor" (TM 184-186).
"El tema más favorito de Cristo fue el carácter paternal y el abundante amor de Dios" (TM 192).
E. White nos transmite amonestaciones muy significativas. La única razón por la que la iglesia continúa es porque en algún momento en el tiempo, va a responder al fin. Son absolutamente necesarios el arrepentimiento, el reavivamiento y la reforma.
"Los que se conforman con una forma de piedad, exclaman: ‘Sed cuidadosos, no vayáis a los extremos’" (The 1888 EGW Materials, p. 1251).
"Si se hiciera la voluntad de Satanás, no habría ningún otro reavivamiento, grande o pequeño, hasta el fin del tiempo" (I MS 144).
En algún momento un pueblo tiene que apreciar finalmente lo que Cristo ha hecho. Como dijo Jesús a la mujer junto al pozo de Jacob: ‘si conocieras el don y si conocieras quién lo da, si supieras quién está ante ti y qué quiere darte, clamarías por las aguas de vida’.
No sabemos realmente en qué consiste orar. Debiéramos rogar, suplicar sobre nuestras rodillas, los unos por los otros. Y por Cristo. "Siempre orarán por él. Todo el día lo alabarán" (Sal. 72:15;19).
En el Día de la expiación, un pueblo comienza a interesarse en Jesús, quien se convierte en lo más importante, en lo único importante para ellos. En sus plegarias al Padre, su preocupación es qué pueden hacer para aligerar su carga. Comienzan a comprender quién es realmente, cómo es, cuánto les ama a pesar de lo que le han hecho a Él. Eso es lo que subyuga, enternece, funde sus corazones, y los lleva a esa experiencia, esa unión, esa reconciliación. Eso es lo que hemos de esperar en estos últimos días. Nos referimos a la experiencia del lugar santísimo, adentro del segundo velo.
Están ahí implicados el borramiento de los pecados, la reunión de su pueblo, la aflicción y el escrutinio.
E. White empleó esta expresión: "una fe que atraviesa el velo". A menos que comprendamos lo que significa, será una expresión vacía. Se trata de una apreciación del corazón, de lo que se ve a través del velo (Heb. 10:19-22; 24). Lo que había en el santuario israelita más allá del velo era la presencia misma de Dios. Una revelación plena de Dios, de Cristo. En términos prácticos, comenzamos a verle tal como es.
Hay ciertos hechos relativos a quién es, que necesitamos conocer:
(1) Hemos de comprender cuán bueno es. Salmo 22, el Calvario, el Getsemaní, nos muestran cuán lejos ha estado dispuesto a ir por ti y por mí.
(2) Jesús se ha hecho hombre por la eternidad. Jones y Waggoner presentaron a Cristo, no como un préstamo, sino como un don: un sacrificio eterno. Jesús no recogió sus enseres 33 años y medio después de nacer, para volverse al cielo tal como había venido. De hecho, sabemos que antes de hacerse hombre podía estar en todos los lugares al mismo tiempo. Ahora no es así, y por eso nos envió al Consolador. Su omnisciencia, su omnipresencia... Todos esos atributos de la divinidad que dejó de lado para venir a hacerse hombre, es posible que los haya dejado por la eternidad. En Mateo 24:35 leemos cómo en sus días en esta tierra, Jesús no sabía el día ni la hora de su retorno, sino el Padre sólo. ¿Lo sabe ahora? En Apocalipsis 14:15 se lo describe como sentado sobre una nube. Un ángel le dice: "Mete tu hoz y siega; porque la hora de segar te es venida, porque la mies de la tierra está madura". ¿Podéis imaginar los deseos que tiene Jesús de que llegue esa hora en que "verá del trabajo de su alma, y será saciado"? E. White escribió en cierta ocasión que, cuando su Esposa lo rechazó:
"el chasco de Jesús es indescriptible" (RH 15 diciembre 1904).
¿Por qué se habría sentido chasqueado si hubiera conocido previamente el desenlace de su rechazo? ¿No será acaso porque estaba deseoso y dispuesto a reunirse en el altar con su Esposa? Uno que lo sabe y lo conoce todo, difícilmente podría sentirse chasqueado. Cuando se levantó en la resurrección, María Magdalena se aproximó, llevada por el frenesí, y quiso retenerlo, pero ¿qué le dijo Jesús? "No me toques, porque aún no he subido a mi Padre" (Juan 20:17).
"Jesús se negó a recibir el homenaje de los suyos hasta tener la seguridad de que su sacrificio era aceptado por el Padre" (DTG 734).
Aparentemente, Jesús aún no sabía si su sacrificio había sido aceptado. No hasta que entró en los atrios celestiales y oyó la voz de su Padre. Sin embargo, ya se había levantado de la tumba con un cuerpo glorificado. Puede haber algo en el sacrificio eterno de Jesús mucho más solemne y profundo de lo que hemos comprendido hasta aquí.
Jesús se hace uno con la humanidad para siempre. "El que santifica y los que son santificados, de uno son todos: por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos" (Heb. 2:11). Y de entre todo el inmenso universo, viene a hacer su morada con nosotros por siempre. "He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y morará con ellos" (Apoc. 21:3).
Cristo no fue un préstamo, sino un don por la eternidad.
(3) Necesitamos aprender a ver a Cristo tal como él es. Si aprendiésemos a verlo en su angustia y dolor, eso cambiaría nuestros corazones.
"Los que piensan en el resultado de apresurar o impedir la proclamación del Evangelio, lo hacen con relación a sí mismos y al mundo; pocos lo hacen con relación a Dios. Pocos piensan en el sufrimiento que el pecado causó a nuestro Creador. Todo el cielo sufrió con la agonía de Cristo; pero ese sufrimiento no empezó ni terminó cuando se manifestó en el seno de la humanidad. La cruz es, para nuestros sentidos entorpecidos, una revelación del dolor que, desde su comienzo, produjo el pecado en el corazón de Dios. Le causan pena toda desviación de la justicia, todo acto de crueldad, todo fracaso de la humanidad en cuanto a alcanzar su ideal... Dios fue ‘angustiado a causa de la aflicción de Israel’. ‘En toda angustia de ellos él fue angustiado’(Jue. 10:16; Isa. 63:9)" (La Educación, p. 263).
Lo que sucede al final del tiempo es que su Esposa, atravesando el velo, comienza a apreciar realmente a su Esposo, comienza a afligirse en las aflicciones de Él. En eso consiste el ser hechos una sola carne. Su esposa comprende el dolor, el sufrimiento, la aflicción que el pecado causan día tras día al corazón de Dios. Esta noche estaremos durmiendo plácidamente en nuestras camas, mientras miles de hermanos nuestros están muriendo sin esperanza, deshaciéndose por el hambre y la enfermedad, por las guerras... Pero Dios no puede dormir. En la visión del trono de Apocalipsis 4, aparece representado por seres que están "llenos de ojos". No hay nada que suceda en este planeta que le pase desapercibido.
Cada uno de nuestros actos de desprecio, de falta de consideración a los demás, nuestros actos de egoísmo, de ponernos los primeros, de criticar a alguien, cada acto de crueldad en el mundo... ninguno de ellos escapa a su mirada, y hace que su costado siga sangrando.
En el día de la expiación un pueblo recibe el don del arrepentimiento, porque comprende cómo lo ama Dios, comprende cuánto le ha sido perdonado.
En 1853, y posteriormente en 1893, E. White dijo que si lo hubiésemos permitido, Cristo habría regresado ya. Pero nuestra historia ha sido realmente la de los judíos. "¡Jerusalem, Jerusalem, que matas a los profetas, y apedreas a los que son enviados a ti! ¡cuantas veces quise juntar tus hijos, como la gallina junta sus pollos debajo de las alas, y no quisiste!" (Mat. 23:37).
Pero en los últimos días habrá un pueblo que querrá. Esas son las buenas nuevas. Dios tendrá por fin un pueblo que va a comprender las dimensiones del amor de Dios demostrado en el sacrificio de su Hijo. Un pueblo que estará dispuesto a amar como Cristo lo ama.
Lo que produce ese carácter semejante al de Cristo es un proceso. Un proceso que llamamos el arrepentimiento. "Sé pues celoso, y arrepiéntete".
¿Cómo opera el arrepentimiento? Cuando Israel caía en el pecado nacional, el Señor permitía que fuera afligido y oprimido por sus enemigos. Entonces les enviaba un juez, y los libraba del pecado, y a continuación eran liberados de sus enemigos. ¿Cómo? "No juzgarás tú a la ciudad derramadora de sangre, y le mostrarás todas sus abominaciones?" Eze. 22:2. Leer también vers. 7, 8, 9, 26, 27.
Si la salvación es salvación del pecado (Mat. 1:21) y el juicio es la liberación de ese pecado, en la hora del juicio él tiene que mostrarnos nuestro pecado. La obra de la salvación va paralela a la obra de mostrarnos nuestro pecado. Dios nos muestra su bondad, las buenas nuevas, y cuando lo contemplamos a él, como en un espejo, vemos y aborrecemos nuestro pecado. Los justos, los que tienen fe en él, no temen esa obra, porque saben cómo los ama el Señor.
En Santiago 1 leemos sobre el hombre natural, que se mira al espejo –la ley–, y luego se olvida cómo era. Cuando nos miramos en la ley –según es en Cristo–, sólo podemos hacer dos cosas: (1) humillarnos, arrepentirnos; o (2) autoengañarnos y "olvidar". No está de moda humillarse y arrepentirse.
El espejo sí que está de moda. En la agenda de guardia de un joven médico, entre una larga lista de directrices prácticas terapéuticas, figuraba lo siguiente:
"Autoestima:
Soy consciente de que soy una persona .... (fabulosa)
tengo grandes valores
puedo conseguir lo que me propongo.
Cuando llegue a la meta
intentaré ser humilde,
pero ahora la inseguridad no me beneficia en nada.
-- Repetirlo cada 8 horas, 3 veces, frente a un espejo".
Laodicea se suele mirar al espejo cada 7 días. Nos congratulamos por nuestro progreso como pueblo, por nuestros bautismos, por nuestras instituciones. Pero Alguien que no puede equivocarse, dice: "Yo conozco tus obras... eres pobre, miserable, ciego y desnudo". No conocemos nuestro verdadero estado, pero el Testigo Fiel y Verdadero quiere salvarnos de nuestro engaño.
"Jones y Waggoner han estado obrando bajo la mano de Dios, para llevar a la iglesia a comprender su verdadero estado y venir a la cena preparada para ella" (The 1888 EGW Materials, p. 1137).
"¿Qué es la justificación por la fe? Es la obra de Dios que abate en el polvo la gloria del hombre, y hace por el hombre lo que éste no puede hacer por sí mismo" (TM 456).
"Debe levantarse la iglesia para la acción. El Espíritu de Dios nunca podrá venir hasta que ella le prepare el camino. Debe haber un ferviente escudriñamiento de corazón. Debe haber oración unida y perseverante y, mediante la fe, una demanda de las promesas de Dios. No debemos vestirnos con cilicios como en la antigüedad, sino debe haber una profunda humillación del alma. No tenemos el menor motivo para felicitarnos a nosotros mismos ni exaltarnos" (TM 147).
Pero no hemos de olvidar que Dios nos muestra nuestro pecado, nos juzga, mostrándonos las buenas nuevas. "¿Menosprecias las riquezas de su benignidad, y paciencia, y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía a arrepentimiento?" (Rom. 2:4).
Cuando vemos su pureza, su amor y generosidad, nos damos cuenta de nuestra pecaminosidad, de nuestro egoísmo.
Eze. 22:2
"Y tú, hijo del hombre, ¿no juzgarás tú, no juzgarás tú a la ciudad derramadora de sangre, y le mostrarás todas sus abominaciones?"
El propósito de Dios al mostrarnos nuestro pecado es limpiarnos de él. No condenar, sino purificar. "Yo reprendo y castigo a todos los que amo".
¿Quieres juzgar la ciudad sanguinaria –Jerusalem? Muéstrale sus abominaciones...
Hay algo muy interesante. Leed en Ezequiel 20:4. Se trata de algo muy parecido, pero con una variación significativa: "¿Quieres tú juzgarlos? ¿Los quieres juzgar tú, Hijo del hombre? Notifícales las abominaciones de sus padres".
Leed Jer. 26: 5, 8, 9, 11. Mat. 23:27 y siguientes. También el discurso de Esteban, en Hechos 7:51, 57. Israel no recibió ese último testimonio y selló su suerte como pueblo de Dios. Allí acabaron las setenta semanas "determinadas para tu pueblo". Cuando el pueblo de Israel se cerró a sí mismo su tiempo de gracia, Esteban le estaba ‘notificando las abominaciones de sus padres’. No para condenarlo, sino para salvarlo. Pero no fue bienvenido, sino aborrecido y apedreado.
Hace falta que comprendamos toda la maldad de la que somos capaces, de la que sólo la gracia de Dios nos puede salvar.
"Dios traerá toda obra a juicio, incluyendo toda cosa oculta, buena o mala" (Ecl. 12:14).
¿Qué son esas cosas ocultas o encubiertas que Dios también traerá a juicio?
"La ley de Dios llega hasta los sentimientos y los motivos, tanto como a los actos externos. Revela los secretos del corazón proyectando luz sobre cosas que antes estaban sepultadas en tinieblas. Dios conoce cada pensamiento, cada propósito, cada plan, cada motivo. Los libros del cielo registran los pecados que se hubieran cometido si hubiese habido oportunidad. Dios traerá a juicio toda obra, con toda cosa encubierta" (EGW, V CBA 1061).
Mat. 23:29 y 30
"¡Ay de vosotros, escribas y Fariseos, hipócritas! porque edificáis los sepulcros de los profetas, y adornáis los monumentos de los justos, y decís: Si fuéramos en los días de nuestros padres, no hubiéramos sido sus compañeros en la sangre de los profetas"
Los judíos del tiempo de Jesús no habían "matado" a nadie. Eran potenciales asesinos, pero eso les era "encubierto". Declaraban que ellos nunca habrían matado a los profetas que fueron en lo antiguo. Al negarlo, estaban en peligro de repetirlo. Jesús les quiso salvar de eso, pero no aceptaron. La única forma en la que podían haberse salvado de eso es aceptando que sí, que efectivamente, ‘si fuéramos en los días de nuestros padres, hubiéramos sido sus compañeros en la sangre de los profetas’. "Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para que nos perdone nuestros pecados, y nos limpie de toda maldad". Pero "si dijéremos que no hemos pecado, lo hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros" (1 Juan 1:9 y 10).
Muchas generaciones, en el pueblo de Dios, se han distinguido por pretender reverenciar a los mensajeros divinos del pasado, a la vez que tratan a los contemporáneos con la misma crueldad con que fueron tratados los mensajeros en lo antiguo. "Y no conoces". Los judíos no admitían su culpa ni su necesidad de arrepentimiento. No se sentían implicados en la muerte de Abel, ni en la de Zacarías. Pero allí estaba el Testigo Fiel y Verdadero, diciéndoles: "Para que venga sobre vosotros toda la sangre justa que se ha derramado sobre la tierra, desde la sangre de Abel el justo, hasta la sangre de Zacarías, hijo de Barachías, al cual matásteis entre el templo y el altar" (Mat. 23:35).
Sólo cabían dos posturas: (1) reconocerlo en humildad y confesarlo, arrepintiéndose de ese espíritu, con lo que habrían sido salvos de ese pecado que les era encubierto, o bien (2) negarlo. Eso es lo que hicieron, y acabaron, no sólo haciendo como sus padres, sino aún mucho peor.
Digo esto porque muchos de nosotros quizá hayamos pensado que si hubiésemos estado en el Calvario nunca habríamos crucificado a Jesús, ni habríamos consentido en su muerte; que nos habríamos puesto valientemente del lado de la justicia y de la verdad, en contra de todos los demás y de nuestra propia conveniencia. También es posible que pensemos que en Minneapolis hubiéramos estado del lado de los mensajeros delegados de Cristo, que nunca habríamos sido capaces de insultar al Espíritu Santo y rechazar el Espíritu de Profecía, bajo la presión de los dirigentes oficiales.
Si ese es nuestro caso, estamos en un terrible peligro de repetirlo y ampliarlo. Quizá la única forma en la que el Señor pueda hacer que nos arrepintamos es permitiendo que en nuestra ceguera caigamos de forma vergonzosa y pública en esos terribles pecados, rechazando a Cristo y al Espíritu Santo tan abiertamente como hicieron los judíos en tiempo de Cristo, o nuestros precursores en Minneapolis, mientras creemos estar sirviendo al Señor. Si no reconocemos ese espíritu en nosotros, y no nos arrepentimos del mismo, si nos aferramos a nuestra propia justicia, rechazaremos el Espíritu Santo de igual manera, al ser derramado de nuevo.
Cuando vemos a alguien que cae en pecados que consideramos flagrantes, estamos tentados a orar a Dios: ‘Gracias, Señor, porque yo no soy tan malo como ese publicano’. Entonces el Espíritu Santo nos tiene que decir: ‘¿Así que te crees mejor que él?’ Y permite que seamos llevados a una situación difícil, en la que nos hace ver cómo somos en realidad, nos hace ver algo de lo que hay aún dentro de nosotros, algo que nos era encubierto. ¿Os ha pasado alguna vez? ¿Os está pasando?
Entonces podemos estar tentados a desanimarnos, a desesperar. Pero se trata de la obra del Consolador, y nos lo muestra sólo para que podamos ser limpios de ello, no para que nos desanimemos. Es el sentido práctico de la purificación del santuario. Se trata del Representante de Jesús, preparándonos para ese momento en el que habremos de vivir ante la vista de un Dios santo sin mediador.
Dios quiere que comprendamos lo terrible que es el pecado. Quiere que veamos en qué se van a convertir esos pequeños deseos a los que nos aferramos, excepto que sean desterrados por la gracia de Dios.
La única forma en la que podemos ser limpios de nuestro pecado es si lo vemos tal como Cristo lo ve.
El problema de Laodicea es como el de Simón el fariseo. María Magdalena amó mucho porque era consciente de su pecado, de que se le había perdonado mucho. Pero Simón no era consciente. No se creía tan malo. La razón por la que no hemos conmocionado el mundo, por la que la tierra no está iluminada con su gloria, es porque no se nos ha perdonado mucho. ¡No nos creemos tan malos!
Si queremos conocer la devoción de María Magdalena por Jesús, hay dos maneras en las que podemos lograrlo:
1.
Cayendo en el vicio abyecto y la posesión demoníaca en la que ella cayó,
como única manera de darnos cuenta de cuál es nuestra justicia propia. Pero
podría ser que nunca nos recuperásemos. Dios nos propone otra solución mejor:
2. Reconocer y confesar humildemente que eso es exactamente lo que seríamos, si nuestras oportunidades y condiciones no hubiesen sido diferentes a las de ella, y si la gracia de Dios no nos hubiese salvado de eso. Digámosle: ‘Sí. Tienes razón, tú eres el Testigo Fiel y Verdadero. Tú no te equivocas. Eso es lo que soy. Y me lo muestras porque me amas’. "Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres", "Si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres" (Juan 8:32, 36). Nunca tengáis miedo a la Verdad. Es el único Camino a la Vida.
Así oró el salmista: "Los errores ¿quién los entenderá? Líbrame de los que me son ocultos. Detén asimismo a tu siervo de las soberbias; que no se enseñoreen de mí: Entonces seré íntegro, y estaré limpio de gran rebelión" (Sal. 19:12 y 13; Lev. 16:16, 21).
Buenas nuevas: "Hasta 2.300 días de tarde y mañana, y el santuario será purificado" (Dan. 8:14).
Entre muchos otros textos, en estos Dios nos muestra nuestra iniquidad, en relación con la de nuestros "padres":
Sal. 106:6; Lev. 26:39, 40; Neh. 9:2; Jer. 14:20; 2 Reyes 22:13; Dan. 9:3-20...
No es que nos haga responsables de la maldad de ellos, ni que tengamos que arrepentirnos en lugar de ellos, sino que desea que reconozcamos que "en mí, esto es, en mi carne, no habita el bien"; que no soy mejor que ninguno de aquellos a los que me siento tentado a juzgar o despreciar; que toda mi justicia ha de ser la que Jesús me da como un don, y que la única manera de ser limpio del pecado es reconocer el fariseo, el Simón, la María Magdalena pecadora que hay en mí; aborrecer y desechar mi propia justicia, y aceptar en su lugar la justicia de Cristo. "Yo te aconsejo que de mí compres..."
Cuando el Espíritu Santo haya terminado esa obra de purificación en los creyentes, y haya sido rechazado por los demás y se retire del mundo su influencia refrenadora del mal, habrá sólo dos clases: unos pocos fieles oprimidos hasta lo sumo, y todos los demás, a quienes la venida de Cristo sorprenderá intentando de nuevo crucificar a Cristo en sus santos perseguidos. Igualmente, después del milenio, cuando todos los habitantes de la tierra que no han sido salvos despiertan en la segunda resurrección y ven el trono y la ciudad que desciende del cielo, ¿cuál es su propósito unánime? Tomarla, y no mediante negociaciones. Ese es el corazón natural del hombre. Eso demuestra lo que hay en cada uno de nosotros, sin Cristo. Por nosotros mismos somos incapaces de ver el homicidio escondido en cada una de nuestras pequeñas semillas de pecado. Quizá las circunstancias me han impedido desarrollar la manifestación externa, pero está allí. "Cualquiera que aborrece a su hermano, es homicida" (1 Juan 3:15).
La cruda verdad es que cada uno de nosotros, por naturaleza, es un asesino. ¡Nada de qué gloriarse! Nadie es de forma inherente mejor que ningún otro. Sólo la justicia de Cristo imputada, nos hace justos. Todos los que hemos de llegar al reino, habremos comprendido que toda nuestra justicia habrá sido la suya. "En sus días será salvo Judá, e Israel habitará confiado: y este será su nombre que se llamarán: Jehová, justicia nuestra" (Jer. 23:6).
"Habrá un solo interés prevaleciente, un solo propósito que absorberá a todos los demás: Cristo, justicia nuestra" (Hijos e hijas de Dios, p. 261).
La última generación sabrá que se le ha perdonado mucho, y amará mucho.
Terminaremos leyendo un fragmento de una predicación del pastor Jones, en la Asamblea de la Asociación General de 1893 (General Conference Daily Bulletin, nº 18, p. 129):
"’Porque has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de la tentación que ha de venir en todo el mundo, para probar a los que moran en la tierra’ (Apoc. 3:10). Y después de ello, la entrada en la ciudad celestial. Gracias al Señor por ello. Hay pruebas por las que hemos de pasar; pero hermanos, cuando tenemos esa justicia de Jesucristo, tenemos aquello que superará todas las pruebas.
En ese día habrá dos grupos. Ante la puerta cerrada, algunos querrán entrar, y dirán: –‘Señor, ábrenos; queremos entrar’.
Alguien les preguntará: ‘¿Qué habéis hecho para entrar aquí? ¿Qué derecho tenéis para entrar en la heredad?’
–‘Te conocemos bien. Hemos comido y bebido en tu presencia; tú has enseñado en nuestras calles. Sí. Además, hemos profetizado en tu nombre, y en tu nombre hemos echado demonios, y hemos hecho muchas maravillas. Señor, ¿no es esa evidencia suficiente? Ábrenos la puerta’.
¿Cuál es la respuesta? "Apartaos de mí, obradores de maldad". ¿Cuáles fueron sus razones? Nosotros hemos hecho muchas y grandes cosas. Nosotros somos buenos. Nosotros somos justos. Ábrenos la puerta.
Pero allí de nada vale el ‘nosotros’.
Habrá otra compañía en ese día, una gran multitud que nadie puede contar, de entre toda nación, tribu, pueblo y lengua, dispuesta a entrar por las puertas. Y si alguien les preguntara: ‘¿Qué habéis hecho para entrar aquí? ¿Qué derecho tenéis para entrar en la heredad?’, su respuesta es:
–Oh, no he hecho nada en absoluto para merecerlo. Soy un pecador, dependiendo sólo de la gracia del Señor. Era tan desgraciado, tan rematadamente cautivo, estaba en tal esclavitud, que nadie hubiese podido librarme, excepto el Señor mismo; tan miserable que todo cuanto podía hacer era tener al Señor siempre a mi lado para consolarme; tan pobre fui que tuve que pedir constantemente al Señor; tan ciego que sólo el Señor pudo hacerme ver; tan desnudo que nadie pudo vestirme, sino el Señor mismo: Todo cuanto puedo aducir es lo que Jesús ha hecho por mí. Pero el Señor me ha amado. Cuando en mi desesperación clamé, Él me libró; cuando en mi miseria busqué amparo, Él me consoló sin cesar; cuando en mi pobreza le pedí, Él me dio riquezas; cuando en mi ceguera le pedí que me mostrara el camino, Él me llevó a todo lo largo de la senda, y me hizo ver; cuando estuve tan desnudo que nadie podía vestirme, me dio este manto que llevo puesto; y así, todo cuanto puedo presentar, todo lo que tengo por presentar, lo único que me permite la entrada, es nada más que lo que Él hizo por mí. Si eso no es suficiente, entonces me quedaré sin entrar, y eso me parecerá justo. Si soy dejado fuera, no tengo ninguna queja que hacer, pero ¡Oh!, ¿acaso eso no me dará entrada en la heredad?’
Pero una voz dice: ‘Hay personas muy particulares aquí, y querrían estar satisfechas con cada uno de los que entren aquí. Tenemos un decálogo de examinadores. Cuando consideran a un hombre y dan el visto bueno, entonces puede pasar. ¿Estáis dispuestos a que examinen vuestro caso?’ Entonces responderemos: –Sí, sí. Estoy dispuesto a pasar el examen que sea necesario, puesto que incluso si soy dejado fuera, no tendré queja alguna: dejado a mí mismo, estoy perdido de todas maneras’.
‘Está bien, llamaremos a los Diez’. Al llegar, dicen: –Sí, estamos perfectamente satisfechos con él. La liberación que obtuvo de su esclavitud es la que trajo nuestro Señor; el consuelo que siempre tuvo, y que tanto necesitó, es el que dio nuestro Señor; las riquezas que posee, todo cuanto posee, pobre como estaba, es lo que nuestro Señor le dio; y la vista que recibió en su ceguera, es la que el Señor le dio, y sólo ve lo que es del Señor; y desnudo como estaba, esta vestidura que lleva es la que el Señor le dio: el Señor la tejió, es toda ella divina. Es sólo Cristo. Sí, ¡que entre!’
[En ese momento, de forma espontánea, dos o tres en la sala se pusieron en pie, y comenzaron a entonar un himno, al que toda la congregación se añadió en seguida. La letra dice así: ‘Jesús pagó el precio / Todo lo debo a Él / El pecado había dejado una mancha carmesí / Él la hizo blanca como la nieve]
Entonces, hermanos, sobre las puertas se oirá una voz como el canto más dulce que quepa imaginar, la voz llena de simpatía y compasión de mi Salvador: ‘¡Venid, benditos de mi Padre!’ [Congregación: Amén] ‘¿Por qué estáis fuera?’ Y las puertas se abrirán de par en par, y "de esta manera os será concedida amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo" (2 Ped. 1:11).Amén.