Querido amigo y amiga:

Hace muchos años que el evangelio viene siendo proclamado en el mundo. Pero ¿está siendo proclamado en su prístina pureza, en su pleno poder? Jesús lo proclamó, efectivamente, mediante su encarnación, sus palabras, su vida, su gran sacrificio en la cruz y su resurrección. Sus discípulos proclamaron el evangelio con claridad, hasta el punto en que se pudo decir de ellos que "Estos que trastornan el mundo entero también han venido acá" (Hech. 17:6). Pecadores de todas clases eran redimidos del pecado "Fornicarios... idólatras... adúlteros... afeminados... homosexuales... ladrones... avaros... borrachos... maldicientes... estafadores". Pablo los citó a todos ellos en 1 Cor. 6:9 y 10, y luego añadió: "Y esto erais algunos de vosotros, pero ya habéis sido lavados... santificados... justificados en el nombre del Señor Jesús y por el Espíritu de nuestro Dios" (vers. 11).

El evangelio demostró ser "poder de Dios para salvación de todo aquel que cree" (Rom. 1:16). El "poder" estaba en el mensaje que proclamaron los apóstoles, especialmente Pablo. Pero a lo largo de la historia se levantó un enemigo que oscureció esa luz.

Tanto Jesús como Pablo advirtieron contra cierta perversión del evangelio que tendría lugar, y que operaría hasta la misma venida de Cristo (Mat. 24:24; Gál. 1:6 y 7; 2 Tes. 2:3-8). Daniel describe ese gran acontecimiento en la historia como resultando de la acción del "cuerno pequeño" (8:9-25; 7:8, 20-25).

Apocalipsis describe a ese agente de la perversión del evangelio como una "bestia" asistida por otra de la misma naturaleza (13:1-17). Juan le llamó "Anticristo" (1 Juan 4:1-3). Oscurece, distorsiona, retuerce, representa falsamente la pureza del evangelio, de forma que resulta comprometido su "poder" para "salvar hasta lo sumo". Así ha venido siendo a lo largo de la historia, en exacto cumplimiento de lo predicho en la profecía inspirada. Pero ahora, en los últimos días, el evangelio ha de ser restaurado a su plena pureza, y ha de demostrar una vez más que es "poder de Dios para salvación" del pecado, en el gran Día de la Expiación del que era símbolo el que observaba cada año el pueblo de Israel, día en el que el verdadero Sumo Sacerdote purifica el santuario celestial (Dan. 8:14). Esa magnífica obra tiene por fin la preparación de un pueblo para la traslación, en el momento de la segunda venida de Cristo en gloria.

Dios dirigió a Lutero, Calvino, Wesley, etc, para que iniciaran la gran Reforma Protestante, algo sin duda maravilloso. Pero ninguno de los reformadores de aquella época pudo captar la plenitud de la luz referente a la purificación del santuario celestial, esa obra final del verdadero y único Sumo Sacerdote. La recepción de esa verdad ha de significar recuperar "la verdad del evangelio" que ha de alumbrar la tierra con su gloria (Gál. 2:5; Apoc. 18:1-4). ¡Colabora en que esa "luz" brille pronto en su plenitud!

R.J.W.