Querido amigo y amiga:

¿Corremos el peligro de convertir en demasiado buenas las buenas nuevas del evangelio? Cuando Jesús afirma: "Mi yugo es fácil y ligera mi carga" (Mat. 11:30), ¿somos ingenuos, si lo tomamos al pie de la letra?

Por si lo anterior fuese poco, tenemos las palabras del propio Jesús a Saulo de Tarso, que declaran que es "dura cosa" el camino a la perdición (Hech. 26:14). Y sí, nos debemos esforzar "para entrar por la puerta angosta, porque... muchos intentarán entrar y no podrán" (Luc. 13:24), lo que parece indicar que no es tan fácil ser salvo. Jesús advirtió así a todo aquel que quisiera seguirle: "tome su cruz cada día, y sígame" (9:23). ¡Ser crucificado es de lo más difícil que se puede pedir a un ser humano!

No obstante, permanecen por la eternidad las palabras de Jesús: "Mi yugo es fácil y ligera mi carga". Y Pablo especifica que la gracia de Dios abunda más que todo el pecado que el diablo pueda inventar (Rom. 5:20). Si crees en toda palabra que procede del Señor, has de admitir que la gracia es más fuerte que el pecado, y ciertamente, no puedes ser cristiano a menos que creas que Cristo es más fuerte que Satanás. Has de aceptar igualmente que la luz vence a las tinieblas, y que el amor es más fuerte que el odio. ¡Aunque el mundo quisiera apartarte de la verdad y hacerte creer lo contrario!

Y aquí viene la pregunta de las preguntas: ¿No es cierto acaso que el Espíritu Santo es más fuerte que nuestra carne caída, nuestra carne pecaminosa, esa que no deja de tentarnos y seducirnos?

¡Eso es exactamente lo que dice Pablo en Gálatas 5:16-18! En primer lugar, el Señor nos ha prometido su ayuda personal, tomándonos de la mano (Isa. 41:13). Si caminas en el Espíritu y le permites que te lleve de la mano, encontrarás que NO PUEDES satisfacer "los deseos malos de la carne", "pues Aquel que fue engendrado por Dios [te] guarda, y el maligno no [te] toca" (1 Juan 5:18). ¡"No puede[s] pecar"! (3:9). Es decir, hay un poder superior que hace posible que no cedas a los deseos de tu naturaleza pecaminosa, dándote el dominio sobre ella.

El yo resulta crucificado con Cristo, y quien ha sido "crucificado juntamente con él", "ha muerto... ha sido justificado del pecado" (Gál. 2:20; Rom. 6:5-12). Los cristianos no podemos conformarnos con nada menos que andar "en vida nueva" (vers. 4), en la libertad del Espíritu, no sirviendo más al pecado (vers. 6).

Vivimos en el día de la expiación. No podemos convertir a Cristo en un "ministro de pecado" (Gál. 2:17). Es tiempo de temer a Dios y darle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado. Tiempo de "que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales, conforme al propósito eterno que hizo en Cristo Jesús, nuestro Señor" (Efe. 3:10 y 11).

R.J.W.-L.B.